04 octubre 2011

Un compromiso con beneficio

El anaranjado mes de octubre ha descendido desde la atmósfera para caer sobre mi entorno. El periodo del ópalo ha dejado que el otoño gobierne de nuevo, como ocurre siempre, en esta época del año en el hemisferio norte. Mientras tanto, en el hemisferio sur la primavera hace de las suyas abriendo los capullos de sus sometidas flores, como ocurre siempre…

El clima cambia, se refresca, pero nosotros seguimos igual. Muchas cosas importantex que deberían cambiar aún siguen siendo tan inmutables como ayer y antes de ayer: Poesía sigue perdido, la maldad de la escuela no se ha manifestado, mis ojitos lindos aún desconocen el paradero de la guarida de los Zipulas, la efigie sigue siendo un misterio y la amenaza que me dejaron en mi buzón no hay bicho inmundo que la entienda. ¡Cuántas interrogaciones!, ¡Cuántas dudas sobrevuelan el cielo y se ríen de mí señalándome con sus inaccesibles dedos! Si Rosamelia estuviera viva podría disipar un poquete este humo que no me deja ver la tímida verdad de los cojonéticos huevitos.

Hace una semana colgué un cartelito de color limón radiactivo en el tablón de anuncios del pasillo de la planta baja. Cuando la maleable señora llamada Elsa Arrarra me reveló en la alcantarilla que había cuatro niñatingos de mi escuela que conocían el punto exacto en donde se encuentra la guarida Zipula, decidí, sin tardar ni retardar, contactar con los susodichos niños lo ANTES POSIBLE. Por eso pinché, con las más bellas chinchetas del corcho, un cartel con mi número de móvile. Si aquellos niños leen mi anuncio y tienen interés por ayudar, pueden llamarme para informarme sobre lo que saben. Este es el retrato de mi cartel~.


—Me ha sorprendido que hayan cogido un papelito con mi número del cartel. Pero por ahora nadie ha llamado, mecachis…
—No seas impaciente. Seguro que te llamarán tarde o temprano —aseguró Maselillo, el animador de corazones desesperanzados.
—No sé, Maselillo. Arrancar cosas sin razón alguna es un hobby muy común en la escuela.
—¡Hala! Que no. Ya verás que uno de esos niños de los que te habló aquella señora leerá tu cartel y te llamará al móvil.
—Si conociera un modo mejor para contactar con ellos… pero mi imaginación está bizcochadita y no expulsa ninguna idea interesanteh. ¿Crees que he dibujado bien la jeta del Zipula? —mi cabeza frustrada no sabía si hacía bien lo que estaba haciendo.
—Yo todavía no los he visto —recordó Maselillo.
—¡Demonios y microbios! ¿Por qué te esfuerzas en no tener ganas de ver a los Zipulas?
—¿Eh?
—¡Mater mea!, ¿Has visto esto? —a través de mis gafas pude vislumbrar un suculento cartel que me llamaba mucho la atención. Maselillo dejó de pasmarse como un asno para dirigir su mirada al cartel que mi uña señalaba—. ¡Qué pasada! ¡Se va a celebrar el V Concurso anual de muecas en noviembre!, ¡No sabía que hacían concursos de esos en la ciudad! Me he perdido los anteriores.

Maselillo imitó la expresión de un ladrillo exageradamente duro. Yo le expliqué que a mí me FASCINAN MUCHO las muecas y las caras deformadas, locas y desquiciadas. Para mí es un arte nada valoradox… Pero afortunadamente hacen concursos al que yo por supuesto ASISTIRÉ y PARTICIPARÉ. Tú ni nadie podrá evitarlou. Mi destino es retorcer mi cara hasta puntos insospechados.

Nos marchamos del pasillo disfrutando del recreo de este precioso martes. Nuestro siguiente punto de parada fue delante de una cosa que iban a poner allí y que por fin ya han puesto. Se trata de la maquina llamada agenda de cumpleaños, ideada por Mamá Vegas y diseñada por unos sumnongles que ni conozco ni me interesa conocer. Fue el proyecto ganador de todos los ideados en la escuela, y, según Urpia, servirá para que la escuela funcione mejor.


—Mira qué chorrada más grande, mira qué vela más estúpida. Una máquina maquilla-narices sería más interesantete —opiné yo con la naturalidad de un omnívoro.
—Este chisme no es muy útil pero su función está bien. Tiene todas las fechas de nacimiento de todos los alumnos almacenadas en su memoria. Ahora podemos felicitarlos por los pasillos si queremos —al sumnongle se le veía alegreh.
—¡Eso sería un agobio! Tanto sumnongle diciéndome felicidades me irritaría la migmerúndula. Menos mal que nací el 5 de septiembre —respiramos aliviados pues nuestros rostros no aparecerán nunca en esa máquina inútil ya que las clases empiezan después del 5 de septiembre.
—¿Qué es una migmerúndula?
—Ni idea, tío —la curiosidad me empujó hacia el artilugio malva con mis dedos juguetones—. Anda, la pantalla es totalmente táctil. Podemos ver las caras de los nenes que cumplen años hoy. Mira, hoy cumplen cuatro alumnos que no conocemos en la escuela. Corre, Maselillo, ¡ve a felicitarlos!
—Oh, no… es muy difícil encontrarlos. Pero si me topo con ellos les diré algo, si es que no me corto mucho.

Toqueteamos durante un rato la máquina con nuestras manos viciosas como si fuera un cuerpo sensual y pecaminouso. Cuando las corrientes de aire del pasillo se alteraron por la gracia escolar, Maselillo y yo nos precipitamos horizontalmente hacia el ala oeste del edificio. En ese lugar oímos una voz de niña caipiriña con tintes oscuros que retumbaba entre las paredes.

—La campana anuncia las muertes que el lápiz astral ha escrito en su diario de desastres. El monstruo cose con los ojos cerrados el vestido de la vergüenza. Judas Iscariote revive al alma torcida de aquel que aplastaba medusas con el libro sagrado. ¡Los bebés se ríen de la cara deforme que se avecina por el monte!

La boca que emitía tales palabras no era ni más ni menos que la de Dalipsa Glotis, la mocosa que sabe hacerse una rosquilla consigo misma. La sumnongle salió del aula misteriosa cuando nos aproximamos por el pasillo con sigilo de mapache.

—¡Hola! —Dalipsa se percató de nuestra presencia.
—Hola, pequeña —saludé con ternura.
—Aún recuerdo tu traición, ¡jum! —la noté algo dolida por aquello que ocurrió pero al mismo tiempo estaba radiante.
—Lo siento, pequeña y dulce blasfema.
—Górgoro y yo te perdonamos, pero seguimos algo dolidos.

La jovencita sumnongle me dedicó una delicada mirada galáctica, de esas que van acompañadas de colores brillantes y estrellitas.


—No sigas diciendo esas cosas tan espeluznantes si no quieres que venga Flájeda angustiada a por ti —le recomendamos sabiamente.
—Tu amigo tiene el pelo de macarrones. ¡Es rico!
—¡E… es pelo normal! —Maselillo, asombrado por lo que dijo, se tocó su cabesho mullidito.
—Él se llama Maselillo.
—Maselillo, Maselillo, corre, corre que te pillo ♫ —Dalipsa le sonreía a mi amigo al estilo pato de granja.
—Maselillo, no te muevas de mi lado —solicité al momento.
—De mayor quiero ser sepsóloga. Os esperaré en mi consulta si os salen pupitas en vuestros secretitos.
—Eres encantadora y una señorita epselente —Dalipsa se anda por las ramas con facilidá, no sabe sostener un tema de conversación durante mucho tiempo. Por eso la conduje a un nuevo tema—. Escucha, Dalipsa querida, el mes pasado me dijiste que me ibas a desvelar cosas sobre los lugares ocultos de esta escuela.
—Jejeje.
—Ni jejejé, ni jujujú, ni chiquichí. Quiero acordar contigo lo de la boda —dije seriamente.
—¡DAME UNA RAZÓN PARA QUE ME ENAMORE LOCAMENTE DE TI! —gritó la nena con destellos en sus ojazos.
—¡DALIPSA, SE TE VA LA PELOTA! —espeté anonadadə para detener su locura.
—¡Chí! Hoy estoy feliz.
—Querida niña, tú quieres pasar por el altar aunque aún no te hayan salido las peritas. Si de verdad es lo que quieres, tengo a tu prometido ideal.
—¿Es más bajo que yo? —Dalipsa volvió a la normalidad y preguntó por lo que quería que preguntase.
—Sí, es más bajito y cabezón.
—Cabeza y corazón del mismo tamaño son ♥ —recitó abrazando con fuerza a su peluche y sonrojándose de manera volcánica.
—Qué va —opiné sin cortarme ni un cilio.
—¿Estás hablando de Ambrosio? 
—¡Claro!
—Pero él no sabe nada —Maselillo estaba escandalizado.
—Eso da igual, el blanquito aceptará.
—¡Chí!
—¿Puedo hacerte una pregunta muy pero que muy redondita?
—Pregúntame lo que desees —Dalipsa oscilaba sus caderas maravillada.
—¿Por qué dices esas cosas tan extrañas con esa voz tan tenebrosa?
—Es un secreto que solo Górgoro y yo sabemos.
—Pero Górgoro no es más que un peluche.
—¡Górgoro es mi amigo! Me lo regaló la esfipsie —reveló con cierto tono de indignación.
—¿Te refieres a la efigie, el espíritu que representa a la escuela? —cuestionamos tremendamente fascinados.
—¡Chí!
—Cuéntame. ¿Dónde la has conocido?, ¿cómo es? Dime, Dalipsa, ¡Dímelo todo, te lo pido por favor!
—La esfipsie es mi amiga. La conocí hace años, cuando me escondí en un sitio muy raro para que no me pillaran unos niños malos que me querían insultar. La esfipsie me vio allí y yo me asusté. Pensaba que me iba a matar porque estaba muy enfadada, pero se calmó cuando se comió mi merienda. Le gustó mucho y le di más comida. Luego se portó muy bien y me dejó acariciarle el cuello. Al día siguiente volví a verla y le di más comida. Nos hicimos muy amigos. Luego ella cogió algo que tenía escondido en la oscuridad y me lo regaló. ¡Era Górgoro! Me lo dio porque le caí muy bien. Después, le pedí que saliera conmigo al pasillo para que le diera la luz del sol que pasa por las ventanas. Pero, cuando salió de su escondite, dos niños la vieron y se pusieron a gritar. La esfipsie se enfadó mucho y les pegó dos bofetadas. Los niños se cayeron al suelo y se quedaron como dormidos. Luego yo me fui corriendo con Górgoro a buscar ayuda, y, cuando la encontré, la esfipsie ya se había ido. Volví a donde estaban los niños y la esfipsie ya no estaba allí… Hace años que no la veo pero se sigue llevando bien conmigo. Pero no se lleva bien con Urpia, porque la encerró en otro sitio muy oculto del que ya no puede salir —la sumnongle narró su historia a la vez que estrujaba a Górgoro con mucho amor.
—¡Estoy a punto de estallar de excitación! ¿Crees que podré verla?
—¡Chí! Pero Górgoro y yo no te lo recomendamos. La esfipsie está enfadada con todos menos conmigo.
—¿Entonces Górgoro es un obsequio que ella te dio?
—¡Chí! Jejeje.
—¿Y cómo sabes dónde están todos los sitios secretos de la escuela?
—La esfipsie me los enseñó. Tiene una forma muy guay de enseñarte las cosas —dijo sonriendo con dulzura de chucherías.
—¿Y cómo las enseña? —pregunté sin poder detener mi sed de información.
—Te lo diré después de la boda.
—Espera, Dalipsa, ¡no seas cabroncilla! —vi que la nena se introducía en la clase y yo quise evitarlo.

Dalipsa se encerró con rapidez en el aula que, según ella, es la más pequeña del mundo. Mi mano giró el picaporte más desesperada que una oca en celo en un campo de margaritas diviripiscentroides. Cualquier cosa que hacía no iba a abrir la puerta: Dalipsa se había cerrado a cal y canto y no escuchaba mis súplicas, ya que se había puesto a gritar sus blasfemias desconcertantes.

—Esta niña da miedo. ¡Y la efigie lo da aún más! —Maselillo observaba cómo golpeaba la puerta desde su posicion.
—Por eso me encanta.
—¿Y por qué quiere casarse?
—Ni idea. Es una niña atolondrada y la boda es una farsa. Será como regalarle a cualquier mocosilla un diamante de plástico; se pondrá muy feliz porque es idéntico a uno de verdad y se creerá que ha cumplido su sueño de tener una joya de gran valor.

Desistí de pegar golpes, la pobre puerta no merecía ese trato tan violento. Dalipsa se encerró en su aula pintarrajeada haciendo el caso más omiso del mundo a mis palabras. Maselillo y yo nos aburrimos y decidimos buscar al blanquito de nuestra clase. Mientras, íbamos cotorreando sobre la efigie y su escondrijo hasta que finalmente nos tropezamos con Ambrosio y Bruno.


—¿De fiesta en el pasillo, chicos? Aprecio el aroma a éxtasis en el aire.
—Hola, Ambrosio y Bruno —saludó el gentil Maselillo 
—¡Bendita Perla, me habéis hablado justo antes de comerme esta manzana! —Ambrosio se asombró por una gilipollez de esas que no las recuerda ni el Tato.
—¿Es una manzana gris?
—Era roja pero se quedó gris —explicó mirando el fruto desaturado.
—A veces las cosas que toca se quedan grises —dijo Bruno aburrido.
—Ambrosio, ¿te gusta el arroz? Yo te lo puedo echar por encima como si fuera una lluvia tropical —cambié de asunto a uno más nupcial.
—Pero, ¿por qué quieres echarme arroz?
—Voy a ir directo a la legumbre que este diálogo se me va por el camino del trompetero.
—No me entero de nada, ¡tengo la mente en blanco! 
—Mira, Ambrosio. Te he concertado una boda falsa. Te vas a casar con una chica fascinante. En realidad es una boda muy cutre que se hace en un minuto. No hace falta que te gastes dinero ni…
—¿PERO QUÉ?, ¿POR QUÉ HAS HECHO ESO SIN MI PERMISO? —Ambrosio dilató sus ojos tanto que parecían dos minicabezas de si mismo. 
—Ambrosio, no te alteres. No es más que una pantomima divertida con una mocosa.
—¿CÚANTOS AÑOS TIENE ESA MOCOSA? —preguntó mientras respiraba con vehemencia.
—Creo que tiene diez u once, no sé…
—¡ESTOY ALUCINANDOOOOO!, ¡AAAAAAH!, ¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!
—Ambrosio, ¡te estás volviendo loco! —le gritó Bruno, que le ponía nerviosete su estado de ¡se-me-cae-el-mundo-encima!
—Ambrosio, que te voy a recompensar —aseguré poniendo voz de abuela generosa.
—Dios mío, está hiperventilando.
—Esto ya le ha pasado alguna que otra vez. Corre, Maselillo, llévatelo rápido afuera, a que le de el aire.
—¡Sí!

Maselillo empujó la cabezota láctea de Ambrosio por los pasillos y lo guió hacia el patio. Se había sacado una inocente bolsa, guardiana de bocadillos, para que Ambrosio pudiera expandirla y contraerla con sus inspiraciones y espiraciones fruto de su nerviosismo. Yo me quedé con Bruno a solas porque quería mencionarle una cosilla muy infiminimínima.

—Se pone histérico por cada mierda… —dijo el sumnongle indiferente.
—Es muy impresionableh.
—¿Por qué quieres que se case con una niña?
—Porque es la única manera de mejorar… la escuela —no supe qué responderle a eso.
—¿Mejorar la escuela? —cuestionó estrañadou.
—Sí —aunque Bruno es un amigo mío, preferí no contarle en ese instante mis planes con Dalipsa. Por eso opté por desviar la conversación radicalmente—. ¡Pero qué es lo que veo! Es un… ¿piercing? ¿Tienes un piercing en la oreja?
—Emm, sí. Me lo hice el sábado pasado —Bruno se acariciaba su orejilla de roedor patatero.
—No me había fijadox, ¿por qué te lo has hecho?
—Porque es molón. Así soy más guay.
—Si quieres ser más guay, sigue el consejo de la lengua que se menea en mi boca. Verás, la chachipirulidad de una persona no se consigue con un piercing. Si quieres ser guay tienes que tener una personalidad original y llamativa, tienes que hacer algo que nadie haga y que mole mogollón —aconsejé al nene desde lo más profundo de mi corazón.
—Pe… Pero… ¿por qué me dices esto? —preguntó desconcertado mientras le pegaba un mordisco a su bocadillo.
—Porque sé que te vendrá muy bien. Así, tal y como eres tú ahora… pues…  eres un poco soso.
—Joder, no me digas eso —Bruno estaba aturdido y sensibilizadoh.
—Yo soy una persona del amontonado montón. Tú puedes ser más que yo, que Maselillo y que todas las palomas y alumnos de esta escuelita.
—Emm… ¿tú crees?
—Claro, créate una nueva faceta, constrúyete una nueva imagen. Deja atrás el Bruno de hoy y tus gruñidos de viejo apretado, desenreda tus entumecidas alas de libélula y vuela en dirección al Sol y gime al son de la Luna. Deja que te vean volar más alto que nadie y no tengas miedo a nada, ignora lo que la gente mala piense de ti y abandona tus complejos. Sé valiente.
—Jo, gracias, colegui. Al principio me sentó mal todo esta mierda que me has dicho sin venir a cuento, pero necesitaba un consejo así —finalmente, el sumnongle respiró aliviado. Se notaba que necesitaba asesorarse a si mismo.
—Lo sabía, Bruno, lo sabía… y por eso te lo he dado —le sonreí fugazmente.

Bruno es un chico que siempre está malhumorado. Su mala leche es agria como un escupitajo de café, pero el sumnongle es inocuo como las burbujas que rozan el rostro de una princesa enamorada. El pobre tiene oprimido en su viscerío interno una frustración por no ser guay. Yo, que soy benevolente, he impulsado a ese Bruno que quiere buscarse a sí mismo a que consiga ser lo que quiere ser: un chico molón.

Los dos fuimos luego al recreo. Allí estaba Ambrosio junto a Maselillo. Finalmente el blanquito aceptó casarse, pues un casamiento falso no hace daño a nadie. Además le voy a comprar a Ambrosio, durante una semana entera, la merienda de la hora del recreo. Lo malo es que Dalipsa no ha comunicado cuándo será el día de la boda… Ya me lo dirá.

Maselillo y yo volvimos a estar solos, pero rodeados de cientos de estudiantes sudorosos que se chocaban entre ellos como las bolas en una mesa de billar y con Paxarito haciendo el bobo con unos bichejos a lo lejos. Pero entre tanta carne humana, pude detectar una presencia glamurosa que se abría camino subida encima de una criatura hermosamente grotesca. Era la petardilla de Salomé, que iba acompañada de un ser especial.


—Oh, Tulma, ¿estos dos no son tus compañeros de clase? —preguntó Salomé haciendo girar su sombrilla de ensueño.
—Sí, lo son. Pululan por mi clase todos los días.
—¡Pero si son la Bella y la Bestia! —dije a modo de saludoh a las dos féminas.
—Gracias por el piropo. Tú también tienes algo de belleza —Salomé cerró sus coloridos ojos y se sumergió en su sombra mientras sonreía.
—¿Así que lo de bestia va por mí? Entiendo que me lo digas; soy una bestia de las mates.
—Qué forma tan optimista tienes para interpretar la palabra bestia, Tulma.
—¿Estás diciendo que Tulma es fea? —cuestionó la diva del traje ibicenco.
—Cállate, Salomé, y no hagas caso a lo que dice este engendro —dijo Tulma inexpresivax.
—Me pregunto quién de los dos es más abominable —dudé en voz alta para perturbar el ambiente—. Al menos yo no le doy arcadas a Maselillo cuando está conmigo.
—¿Qué dices? No me metas en el ajo —Maselillo, que estaba embelesado con Salomé y su belleza radiante, se sobresaltó cuál conejillo.
—¿Te llamas Maselillo? Pensaba que te llamabas Panecillo —preguntó soprendideta poniendo su boca en forma de circulín.
—¿Panecillo? ¡Jojojojo! Salomé, ¿de dónde has sacado ese nombre? —Tulma se reía con su estridente voz de empollona rellenapizarras.
—Me lo dijo él cuando lo vi por primera vez.
—Pues mi nombre verdadero es Maselillo —el sumnongle sonrió a Salomé, que se acomodaba encima de su criatura echa de escrotdolls.
—Me gustaba el nombre Panecillo. Tienes cara de panadero y el nombre te va que ni pintado.
—Oh, gracias —agradeció sonrojado.
—Maselillo, eso es denigrante. ¿Te gustaría llamarte Panecillo? —pregunté con mi ceño fruncidou.
—Hay chicas que se llaman Magdalena y no es nada raro —informó Salomé bajando el volumen de su voz.
—Esto es una conversación ridícula —Tulma estaba harta de esta no-emocionante conversación.
—Tulma, yo paso de hablar de ecuaciones, de nucleótidos y de esas mierdas que te excitan.
—¿Aún sigues enfadada por lo de fea?
—Hija, qué pesada eres. Yo no estoy enfadada por nada. Y no sigas hablando de mi belleza. Tú solo piensa que aquí la más guapita de cara eres tú, Salomé —la joven parecía querer evitar ser el tema de la conversación.
—Gracias, amiga Tulma, eres un cielo. Tú tienes mucho del encanto de tus hermanos, que son muy guapos los dos, tanto él como ella.
—Sí, son muy guapos —confirmó Tulma.
—Si algún día se me alteran las hormonas, le pediré salir a uno de tus dos hermanos, jijiji.
—¿Quieres ser mi cuñada, Salomé?
—No me importaría ♥.
—Tulma, enséñanos fotos de tus hermanos. Apuesto un pulmón y medio a que tienes fotos de ellos en tu cartera, guardadas entre tarjetas de bibliotecas y cosas por el estilo.
—No tengo fotos y si las tuviera no te las enseñaría, tontaina —Tulma me dedicó una expresión de asco junto a esas palabras.
—Ay, qué recreo tan encantador. Y qué cómodo es ir sentada encima de mis escortdolls.
—¿Cómo has conseguido convertirlas en un centauro?
—Muy fácil. Le quité la cabeza a una y le pegué su cuello a zona lumbar de la otra —explicó señalando las partes de su experimento mitológico.
—Es algo macabro pero nos magnetiza que no veas. Menos mal que tu centáuride de escortdolls no está fabricada con humanas de verdad. 
—Lo sé. Esa es una de las ventajas de las Genova Lotus, que no se quejan de nada.
—¿Y no has traído a tu hermano para que apunte todo lo que dices?
—Le he dado el día libre. De todos modos llevo un dispositivo que graba el sonido escondido en mi vestido. Será más fácil recopilar así los datos para mi biografía.
—Tiene que ser una biografía genial —Opinó Maselillo.
—Oye, pastelito de nata, ven aquí que te como toda la guinda —una voz masculina salió disparada hacia Salomé desde la muchedumbre.
—Qué enfermo… —comentó la empollona sin detectar al desvergonzado.
—¿Quién piojos ha dicho eso?
—Algún indecente. Siempre me dicen "piropos" cochinos allá por donde voy —la inalterada Salomé se retocaba su melena sin dejar de escuchar.
—Cerdita, aquí tienes la salchicha que andabas buscando —otro chico dedicó un comentario de mal gusto a la joven.
—Menudo poema —Tulma sonreía asqueadah.
—¡Esto es vergonzoso! No se pueden decir esas cosas —Maselillo no toleraba los insultillos.
—Tranquilo, Maselillo. Puedo aguantar que me digan esas obscenidades. Cuando una chica tiene cierto atractivo irresistible es normal que sufra este tipo de ofensas. Pero… ¡Ay de ellos si me pillan de mal humor!; ¡les desenfoco la cara!
—¿Cómo puedes hacer eso?
—No lo sé. Es una habilidad que tengo desde pequeña. Mi padre dice que adquirí esa dote porque un día me tragué la sopa de un fantasma —explicó Salomé tan tranquila como siempre.
—Puede ser.
—Hay tantos maleducados en la escuela que no tengo manos suficientes para contarlos —comentó irritado.
—Y hay algunos, como Basilión, que no los echan de aquí ni arrojándoles hipopótamos con sobrepeso.
—Basilión no se irá de esta escuela. Urpia no puede expulsarlo —intervino Tulma.
—¿Por qué?
—Porque el padre de Basilión suministra ciertos alimentos gratis a la escuela a cambio de que el chico estudie aquí, porque no hay ninguna otra escuela en la ciudad que acepte a ese macarra —Tulma me desenmascaró la razón que tanto quería conocer. Era muy raro verla conversar así conmigo, como una compi simpática.
—¡No puede ser!
—Vamos a tener a ese maldito sumnongle dando por culo sin parar.
—¿Otra vez la palabrita sumnongle? —Tulma abrió el buzón que tiene por boca por el asombro.
—¿Quién es Basilión?, ¿qué es un sumnongle? —Salomé no se enteraba de NADAH, NADAH.
—¿Te escuecen las amígdalas cuando digo esa palabra, Tulma?
—No, en absoluto. Usa solo esa palabra cuando averigües su significado, imbécil.
—Vale, Tulmi, encontraré su significado para que puedas dormir tranquila.
—¿Dónde lo vas a buscar?
—Ni idea… Probablemente empiece por la biblioteca de la escuela.
—¿Cómo?, ¿ahí? ¿Eres subnormal? —a la tipeja le parecía ridícula el primer punto de búsqueda de mi aventura.
—Agh… Yo busco por el sitio que me pille más cerca, ya que Internet me traiciona. Vete a jugar con la calculadora. Vámonos, Maselillo.
—Adiós, chicos —Salomé seguía perdida en Ciudad Inopia sin entender algunos conceptos que habíamos nombrado previamente.
—Adiós, Salomé —nos despedimos de la diva al unísono.

Nos largamos del suelo que había en torno al dúo femenino para mezclarnos entre los estudiantes del recreo. Al alejarnos vimos a Tulma salir corriendo a alguna parte. Supuse que estaba cabreada y que quería desahogarse pulsando los botones de alguna máquina. Qué extraño… esas dos son amigas… ¡pero si no tienen nada en común!

Terminó la jornada escolar y yo me fui satisfechə a mi casa amada. Había conseguido concertar la boda con Dalipsa, que me imagino que se celebrará sin problemis cuando me diga la fecha. Por otro lado, la pesada de Tulma me aclaró el porqué de la no-expulsión de Basilión.

Pero antes de abandonar el recinto escolar, Maselillo y yo vimos una escena, de esas que te aplastan el alma sin compasión. El protagonista era Blas Guijo. No tenía muy buena pinta.

—¿Has visto? Ya ha conseguido lo que quería: machacar por completo a ese pobre chaval —susurró un anónimo sumnongle A.
—Solo iba a por él. Ahora irá a por otro —murmuró un desconocido sumnongle B.
—Hablando del demonio de Roma… Basilión ha vuelto a cometer un delito.
—Baja la voz, que está delante de nosotros —dijo Maselillo lo más tenue posible.

Basilión se encontraba escondido entre los curiosos. Miraba desde la sombra de la entrada del edificio cómo se llevaban a Blas en la ambulancia. Yo suplicaba con mis riñones para que Basilión no se acordara de que yo fui el que le tiró la piedra a la cabeza cuando iba a asesinar a la grulla. Unos segundos después me dedicó una mirada indescriptible que no supe en qué carpeta clasificarla.


—Qué miedo da el berenjenoso este… —con la mente más calmada, caí en la cuenta de que el sumnongle no me iba a atacar—. Como suele pasar, ya no se acuerda de lo que le hice aunque siga teniendo una tirita en su herida. Creo que esta vez fue todo gracias al impacto de la piedra, que le borró el recuerdo de lo que ocurrió en ese recreo.
—Sí, tiene la memoria algo atrofiada pero los puños los domina con mucho arte.
—¿Te das cuenta? Creo que lo que le incita a atacar a alguien es el aspecto patético que tiene una persona. Y Blas, con esa mantita, es muy patéticus ridículus —deduje.

Al lado de la ambulancia, Chéster intentaba animar a la víctima. No lo hacía muy bien.

—Uooh, camarada, ¡resiste como un machote! Venga, Blas, eres un buen marinero, ¡eres un héroe! Yo les cantaré la canción de la valentía a tus padres con la mano en el pecho, porque su hijo merece ser recordado como aquel que sobrevivió al ataque de un tiburón. ¡VAMOS, CHICOS, APLAUDAMOS A NUESTRO AMIGO BLAS! Izad también las banderas de… —Chéster se flipaba en su fantasía náutica en high quality.
—¡Cállate ya, coño, jodío pesao! Estás mareando a la peña —espetó hartita la poligonera Romina.
—Mi mantita, quiero mi mantita —Blas, aturdidox, miraba con su ojo sano al cielo. Se sentía a salvo con los técnicos sanitarios.

La ambulancia se llevó al herido sangrante. Basilión lo había castigado a puñetazos, según cuentan los testigos, pero no fueron tan dañinos para su organismo como se pensaba. Lo que se sabe es que Blas sobrevivirá, pero a cambio de tener un trauma desagradable.

Cuando Basilión enfila a una víctima, la acosa hasta dejarla hecha carnecruché. Tras conseguir su propósito, Basilión apaga su ira irracional durante unos días, hasta que vuelve a la carga con otro desgraciado cuyo aspecto le resulte repulsivo o penoso.

Nadie se atreve a denunciar al berenjenoso. ¡ES MORTAL! Si se entera de que una persona lo ha hecho, sería capaz de hacer cualquier cosa para aniquilarla. La policía ya ha actuado en sus follones pero Basilión siempre consigue escabullirse y salirse con la suya. En esta ocasión, no creo que nadie le delate, pues tiene amigos que se chivarían a él si descubren que un soplón le dice a la policía que Basilión fue el que pegó brutalmente a Blas. La cosa está muy difícil, muy difícil… Y los profesores no hacen nada; casi todos le tienen tanto miedo como el resto (aparte de que la Cuerva no permite que lo expulsen).

No sé cómo reaccionarán los papis de la víctima con todo este asunto. ¿Planeará la piradísima directora Urpia una artimaña para silenciar e indemnizar a los padres para que Basilión no reciba ningún castigo? No saber, no saber.

Ahora estoy en casa con mi gato, que juega en mi cama con uno de mis calcetines. Este día ha sido agotador y escribir este tochazo lo ha sido aún más.

Nota para mí mismə: He de ir a la biblioteca a ver si encuentro algo referente a los sumnongles. Ya es hora de conocer el significado sea donde sea, ¡leñes!

Noches buenas, mi marinero mojado.

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