25 diciembre 2010

Más resplandeciente que nunca

Estamos inmersos en las vacaciones de Navidad, no lo hemos podido evitar… Pero, ¿para qué quejarse? Es mejor tragarse los polvorones con fuerza para oprimir los llantos que empapan con lágrimas nuestros rostros enrojecidos. Tenemos que hacer que retorne la blancura a la esclerótica entristecida de nuestros ojos carmesíes. La Navidad se pasará pronto.

Creo que estoy exagerando un poco, pero es cierto que las fiestas navideñas ya no son NADA importantes para mí. No me suelo alegrar cuando se acercan estas fechas tan frías y ultradecoradas.

Hoy es 25 de diciembre por la mañana y estamos solos en casa. Sin embargo, hace unas cuantas horas, en la noche de Nochebuena, hubo alguien más entre nosotros. Pero antes me gustaría blablablear con orgullo y satisfacción de la decoración de mi pequeño hogar.

Hace unos días monté el belén y coloqué adornos en algunos de los muebles del salón para dejarlos supernavidosos. Instalé también ese elemento indispensable recubierto con pelaje verde de plástico: el árbol de Navidad de toda la vida. Este árbol representa irónicamente estas fiestas mucho más que el chiquirriquitín, el nene de la virgen que se peina y se echa laca en el río lleno de peces que sufren de polidipsia. Colgué bolitas de caramelú de la puapuasué y otras porquerías de colores en las ramitas. Luego coroné la falsa conífera con una cosa que no era una estrella, sino algo más exótico que un sujetador de cocos: un guacamayo.


El guacamayo, o guacamasho, lo consiguió un amigo de mi familie en uno de sus viajes por América del Suru y nos lo trajo en una bolsa con mucha guaca-guaca. Su misión era acabar enculado por el abeto para así adornarlo. No combina muy bien con la ornamentación pero ciertas personas disfrutaban verlo sobre el arbolito. Como la estrella que teníamos fue aplastadah por una nalga sospechosa, ahora el loro ocupa y ocupará siempre su lugar.

Después de cenar una lasagna, vi la tele y luego me fui a mi cuarto a jugar con el ordenador sin festejar la Nochebuena con villancicos y rituales similares. Apagué todas las luces dejando la sala de estar tan oscura como el bañador secreto de La Muerte. Sin embargo, las tinieblas caseras duraron poco. Al cabo de unas horas, cuando el relojete marcaba la 01:32 del día 25, mi casa empezó a iluminarse con un resplandor desconocido. Al principio pensé que provenía de algún sex shop lejano o algo parecido pero el cegador destello de la ventana no me dejaba averiguar de dónde provenía.


Nos hicimos una idea de quién podía ser al ver los corazoncicos que flotaban en la habitación. Aguantamos la incógnita unos segundos mientras nos acercábamos a la ventana que no cesaba de brillar. Algo tras ella se movía lentamente en el aire como una bombilla mágica. Cuando abrí de par en par la ventana, el brillo se debilitó y mis ojos reconocieron cosas que se veían fuera, en la calle. Pasaron unos segundos y la luz se atenuó aún más, al igual que una misteriosa melodía MIDI que se oía en el aire. Por fin pude ver lo que brillaba: era la Pelafrú.


—¡Oh, seis consoladores jumbo en uno! Qué disparatex —hablé bajito para que mi voz no fuera detectada.
—Perdona, ¿has dicho algo? —cuestionó dulcemente Pelafrú.
—Nada, nada, Pelafrú. Hacia tiempo que no la veía. Pensaba que se había ido para siempre —dijimos asombrados.
—No, aún sigo volando por aquí. Tengo mucho amor por irradiar.
—Eso es maravilloso. Por cierto, la veo muy cambiada. Ahora está más gelatirrosa.
—Lo sé. Eso se debe a que he evolucionado. He adquirido un aspecto mejorado y más poder —explicó serena.
—Y está mucho más guapa —dije con timidez.
—Gracias, cariño.
—Uh.
—Si no me equivoco, has pasado la Nochebuena sin compañía —adivinó la criatura flotante.
—Pues sí.
—Noto algo de tristeza en tu interior. Necesitas encontrar un alma que te de alegría en este hogar tan lúgubre.
—Creo que estoy bien como estoy —contesté con seriedad.
—Sí, cielo, lo estás. Pero podrías estar muchísimo mejor.
—Lo tendré en cuenta.
—Haz lo que te digo, sabes que soy una experta en el amor y en todos los sentimientos afectivos.
—Claro, claro —intenté evadir el tema con claros y cambios de conversación—. Pelafrú, ¿cómo ha pasado la Nochebuena?, ¿ha estado sola o es que de verdad es el nuevo Papá Noel?
—¿Cómo?, ¿Papá Noel? No, que va. Yo no he sustituido a nadie. Sigo siendo un ser solitario que vaga por la ciudad, incluso en los días que se pasan en familia. Pero no por eso me pongo triste, porque los lazos afectivos que mantengo con mis seres queridos son tan fuertes que los siento siempre conmigo. Eso es lo bueno de mi poder. —comentó con buen humor.
—¿Y cómo es la vida de su familia sin usted?
—Pues es una vida feliz. La persona que más me importa de ella es mi hija… ah, y también mis padres. Ellos creen que he desaparecido pero mi hija sigue sintiendo mi presencia en su corazón. Mi pequeña difunde el amor que le transmito a mis padres. De esa manera todos sienten la dicha del amor familiar aunque no esté presente.
—Qué bonito todo. Pues si yo me encontrara en la situación en la que está usted, me pondría muy depre.
—Yo debería de estarlo, porque nunca quise convertirme en lo que soy ahora… Pero curiosamente estoy enamorada de mi nueva forma. El amor que llevo conmigo no para de amar, es incontrolable —dijo Pelafrú algo afligida pero sin perder la paz.
—¿Incontrolable como los perros que se mean y que desesperados quieren salir a la calle para vaciar sus vejigas?
—Extraña comparación, pero sí, es lo mismo.
—Pelafrú, me dah curiosidah… ¿quién cuida ahora a su hija? —preguntamos intrigados.
—Mi marido, del que nunca me llegué a divorciar cuando era humana.
—Interesante, me lo apunto.
—No hace falta que apuntes nada —se apresuró a avisarme.
—Otra cosa, ¿se ha pasado por mi casa por alguna razón en especial?
—En parte, sí. Tú eres una de las pocas personas que puede verme.
—¡Ueeeeeh!, supersatisfecheeee…
—Jijiji. Además, quería reprocharte esa actitud desagradable que sostienes en tu amistad con la madre del bebé desaparecido —dijo Pelafrú sonriente.
—¿Pero qué dices? Yo no sostengo ninguna actitud desagradable —declaré con rectitud.
—Yo he notado que sí. ¿Recuerdas aquel día en la Iglesia de la Lupa? Te burlabas discretamente de ella diciéndole tonterías todo el rato para chincharla.
—Qué entrometida ¿Y tú cómo sabes eso? —osadamente le pregunté.
—Estuve flotando casualmente por allí ¿No te fijaste en las farolas que brillaban con una luz fucsia? Eso indicaba que estaba muy cerca de allí.
—Pues yo me comporto como creo necesario.
—Yo sé por qué te comportas como tal y no creo que debas seguir comportándote así. Sé que te gusta molestarla al recriminarla por su terrible despiste, en el que por un segundo perdió a Poesía. Sientes que debes castigarla ya que por ello Poesía ha desaparecido. También veo que la molestas por otras razones, pero eso no es importante ahora… Además, uno de tus deseos más crueles es el de que ella sufra la ausencia de su hijo durante el mayor tiempo posible para que valore las nefastas consecuencias del error que cometió como su propia condena. Aunque, contradictoriamente, deseas que Poesía vuelva con sus padres, pues opinas que ese bebé no debe sufrir.
—¡Me has analizado a fondo sin mi consentimiento! —grité disgutadis.
—No te irrites, cariño. No puedo frenar mis habilidades. Con ellas puedo percibir los sentimientos de las personas de los alrededores —dijo con suavidad muy maternalosa.
—Pues si es así… no sé qué decir —estábamos muy anonadados.
—No hace falta que digas nada. Solo te pido que dejes de tratar de ese modo a la madre de Poesía. Ella realmente no tiene la culpa de su desaparición. La culpa la tiene la persona que lo ha secuestrado.
—Oh, ¿y no puedes detectar los sentimientos de Poesía para saber dónde está?
—Ya he pensado en eso y no hay rastro de Poesía en toda la ciudad —informó con pena.
—Pobre beibi… tenemos que encontrarlo como sea —dije con un atisbo de esperanza en mis adentros.
—Eso lo dejo en tus manos. Yo ya he perdido mucha consistencia física en esta realidad.
—Lo sentimos.
—No pasa nada. Ahora espero que ordenes un poco tus pensamientos. No quiero ser pesada, pero mis poderes me incitan a actuar como orientadora del corazón y el tuyo está muy caótico. Debes hacer uso de la ética y de la inteligencia emocional para que te des cuenta de qué es lo que está bien y lo que está mal.
—Esta charla me ha servido de mucho, Pelafrú. Intentaré cambiar mi modo ser, cerecita a cerecita.
—Como debe ser. Una última cosa, ¿no te has olvidado de hacer algo en estas últimas semanas? He detectado algo que mantiene un tenue vínculo emocional contigo y que pide algo de ti, pero no sé qué es realmente.
—¿Mugumuá?, me he quedado en blancop. No sé a qué te refieres —dije extrañadis
—Pues no tengo tiempo para explicar. Ahora he de irme. Mi misión aquí ha acabado y he de potenciar el amor y los buenos sentimientos en aquellas personas egoístas o maliciosas.
—Pelafrú, quiero preguntare muchas cosas. ¿No puedes esperar? —tenía ansias de saber.
—Lo siento, pero he de seguir con mis prioridades. Me voy a continuar con mi trabajo, aunque no lo haga muy bien. Oh, carámbanos… lo mío era pelar frutas, no esto pero… ¡fruiiiiiiiiiii♥! —la Pelafrú, algo apurada, se alejó de mi ventana con una mezcla de alegría y de confusión en su ser.
—Adiós, Pelafrú. Espero volverte a ver.

La Pelafrú se esfumó cuando ascendía hacia el cielo nublado de la noche. Un destello fucsia fue su señal de despedida antes de desaparecer esparciendo corazoncitos de luz.

Ese era el misterioso personaje que me acompañó en esta fría noche festiva. Fue una visita fortuita que me ha hecho ver las cosas de otra manera. La Pelafrú es una excelente consejera, aún cuando no le pides ningún consejo. Ella es realmente fascinante y enigmática.

A partir de ahora, AHORA MISMO, no torturaré más a la pobre Mamá Bebé. Ella ha cometido muchos errores pero es mi amiga y su hijo está no-en-casa. No debo reprocharla por lo que sucedió solo porque me de rabia que haya sucedido, NO SEÑOR, NO. No todos los padres son malos padres… Mamá Bebé y Papá Bebé necesitan todo mi apoyoh.

Creo que se ha gastado el saco de cosas que decir. Ay, este invierno es muy largo y las fiestas no acaban. ¿Habrá alguien a mi lado en Nochevieja engullendo uvas al son del reloj-on-TV?

17 diciembre 2010

Desorden en la estructura del ecosistema escolar

Cada vez estamos más cerca de las espeluznantes fiestas navideñas: esas fiestas llenas de polvorones, turrones, cenas copiosas y otros alimentos indigeribles que a mí no me suelen gustar. Pero primero tenemos que enfrentarnos a los últimos exámenes del trimestre y entregar algunos trabajos. Sé que nunca es divertido hablar de trabajos de clase, aunque reconozco que sí hablo de deberes cuando necesito ¡AYUDA! para encontrar una solucione a los difíciles ejercicios que nos marcan.

En fin… ahora toca relatar las cosas interesantes que han ocurrido hoy.

Por la mañana, como de costumbre, nos fuimos a la escuela rellena de alumnos cansados de hacer exámenes y trabajos. Allí, los últimos días lectivos del mes se vivían con ansias de que llegaran los días no lectivos. En la entrada del edificio coincidí con la coincidencia de Maselillo. Fue algo muy coincidente, pero eso no nos impidió entrar en el aula. A primera hora tuvimos filosofía con nuestra profesora Chelo.

Por si no lo sabías, Chelo es nuestra tutora y a la vez nuestra profesora de filosofía, historia y actividades de estudio. En una semana ella nos da clase seis horas en total.

Dentro del aula Maselillo y yo nos sentamos en dos mesas supercuadradas. Nos quedamos allí esperando a que llegara la profesora y el resto del alumnizaje. Pasaron cuarenta segundos y nos percatamos de que la profesora había entrado hablando por teléfono móvil. Se la veía muy cabreada.


—¡Pero eso es imposible! Ya le he dicho que no —la profesora contenía su rabia y esperaba a que el interlocutor respondiera.
—¡Joder! Ya te he dicho que tengo una oferta, así que registra bien eso porque a mí me hacen descuento —el estrés hizo que Chelo empezara a tutear a la persona con la que hablaba.
—La seño está muy enfadada —dijo Maselillo.
—Sí.

Chelo abandonó un momento el aula para terminar de discutir con aquella persona. No podía dar una imagen agresiva a los nenes de la clase, ¡no, no, nop!

Aprovechando que el aula estaba desprofesorada nos dirigimos a un pequeño alumno, brillante como una perla sacada de un televisor en blanco y negro. Se trataba de Ambrosio Leucogrís. Lo pillamos estirando su cortito bracito frente al umbral de la puerta. Fuimos a preguntarle el porqué de sus estiramientos.


—Hola, Ambrosio. ¿Qué haces con tus bracitos? Te los puedes romper —le pregunté al alumnito cuerpicorto.
—¡Hola, chicos! Estoy estirando mis brazos para que la profesora pueda vérmelos cuando los levante —explicó Ambrosio felizmente.
—Interesante.

Ambrosio es un buen chico pero casi nunca hablo con él porque siempre se distrae con cosas superfluas.

—Ya he estirado lo suficiente. Me voy a mi sitio a la velocidad de la canica sónica —Ambrosio se dispuso en posición para salir corriendo.
—Eso suena tremendamente veloz.
—¡Desde luego!

No fue gran cosa, pues tardó cinco segundos en llegar a su asiento. Además, a las 8:07 nadie corre tan veloz. Maselillo se colocó tras él para ver lo que hacía. Ambrosio y Maselillo, que habían conversado muy pocas veces aprovecharon la ocasión y dialogaron un ratito.


—¿Y ese papel? ¿Estás dibujando una postal? —cuestionó el amable Maselillo.
—¡Sí! ¿Cómo lo has sabido? —dijo estupefacto.
—Pues… no sé. Vi el papel doblado y pensé que era una postal.
—Lo es, lo es. Es maravilloso que lo hayas adivinado. Me sorprendes mucho.
—Oh, jejeje. Pero si no era difícil de suponer —dicho esto, los tres nos mantuvimos en silencio durante diez segundos.
—Es una postal de navidad para mis abuelos. Estoy intentando dibujar un paisaje nevado con un cielo nublado, pero es muy difícil. No encuentro ningún lápiz blanco que destaque sobre el blanco del papel —frustrado, Ambrosio comenzó a probar otra vez, uno a uno, varios lápices blancos de diferentes marcas.
—Lo que te propones es muy complicado. ¿No puedes pintar la nieve y las nubes con otro color?
—¿Pero qué dices?, ¡eso es una locura! La nieve y las nubes son tan blancas como este folio — Ambrosio estaba sorprendidísimo.
—Haz lo que quieras. Dale caña al lápiz, a lo mejor sale algo.

Aproveché unos segundos para preguntarle a Maselillo si se había dado cuenta lo fácil que resultaba dejar anonadado a Ambrosio. Maselillo había notado la actitud del señorito carablanca.

—¿Quieres ver cómo se asombra por una mega chorrada súper falsa? —le propuse a Maselillo hablándole muy bajito en el oidus.
—Ehmm, vale —aceptó intrigado.
—Oye, Ambrosio.
—Dime.
—¿Sabes que los flanes de leche de cabra se agitan más rápido si los mueves un domingo?
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¡¿EN SERIO?!, ¡QUÉ FUERTE! ¡¿Pero cómo es eso posible?!, ¡¿tiene que ver con que hay menos movimiento los domingos o es por el campo magnético de la Tierra?! —el estado de sorpresa de Ambrosio era muy intenso.
—Ni idea, no lo he mirado.
—Necesito aire —Ambrosio corrió hacia una ventana para succionar el oxígeno del exterior.
—Así es él, Maselillo —me dirigí hacia su oído nuevamente—. A ese blanquito lo deberían de haber llamado Asombrio en vez de Ambrosio.
—Tienes razón, se asombra por tonterías —Maselillo miraba pasmado a Ambrosio que asomaba su cabeza por la ventana.
—Buenos días. Venga, todo el mundo en su sitio —Chelo se introdujo en el aula pero no con una sonrisa docente como de costumbre.

Todos los alumnos se sentaron en sus silluelas dispuestos a comenzar la clase de una vez por todas. Íbamos a corregir unos ejercicios de El libro de las oscuras confabulaciones. Pero antes pasó lista y nombró uno por uno a los alumnos.

—¿Ambrosio Leucogrís?
—¡Aquí, seño, aquí, aquí! —gritó apurado.
—No hace falta que estires tanto los bracitos. Puedo verlos desde aquí.
—Pero es que soy bajito y a veces no me ve.
—Siempre te veo, Ambrosio. Destacas en la clase como una luna brillante en una noche oscura — expresó Chelo con un tono maternal.

Al finalizar la lista empezaron a oírse las primeras voces.

—Profe, no entendí el ejercicio ocho. Es tan raro como aquel de Lady Geldina —dijo una alumna aburrida.
—Es Lady Geraldine —Chelo corrigió el nombre de la sin cara.
—Eso.
—Ay… —suspiró la profesora.
—Profe, yo supuse que en ese ejercicio el búho que decía la verdad era el del sombrero verde porque el del rosa decía que Lady Geraldine lloraba, lo cual es imposible porque no tiene ojos.
—Muy buena deducción.
—Grache.
—Pero ya he dicho que no es ese el razonamiento adecuado. El detalle de que ella no tenga rostro no tiene tanta importancia. La verdad se halla en los vínculos emocionales que tiene ella con su padre y su madrastra y todos los hechos que ocurrieron antes del asesinato. Y el ejercicio ocho es un tanto de lo mismo.
—Qué miedou. Pues en ese tampoco sé hallar la verdad.
—Yo tampoco —dijo Maselillo desanimado junto a otros sumnongles de la clase.
—Os voy a dar unas fotocopias que quiero que leáis. Os servirá de guía para entender el contenido filosófico y simbólico de los relatos —la profesora parecía esperarse el fracaso de sus alumnos, por eso no llegó a disgustarse.

Cuando llegó la hora del recreo Maselillo y yo NO chocamos como de costumbre con una vorágine niñense en la entrada del patio. Los alumnos de primaria habían desaparecido. Maselillo me explicó que todos los de primaria estaban en una conferencia que nosotros tuvimos hace unos días. En el patio solo estábamos los de secundaria por lo que era el momento ideal para jugar en lugares prohibidos.

A unos metros de una zona que está al lado de otra, se encuentra rodeado de muros y setos el parque secreto de los niños más pequeños de primaria. Se accede a él por un túnel subterráneo por donde solo los más chiquitines pueden pasar. Pero eso no es un impedimento para entrar… Yo ya me he colado con cuidado por un gran orificio para balancerme en el columpio cuando los profes no estaban. Pero esta vez no tuvimos la oportunidad de divertirnos en los columpios, pues había un niño asqueroso enredado en los tubos metálicos del macrojuguete que incordiaba con su despreciable existencia.

Es de ese tipo de niños que están es un sitio cuando deberían estar en otro diferente.


—No me mireeeh, que no me mireeeeeeeeeeeh.
—No te miro, beibeh —dije sobriamente al niño que me hablaba.
—Me estás mirando, sunormal —el mocoso hablaba con cierta lentitud y sin variar el tono de su voz.
—Te lavaremos la boca con aguarrás como sigas hablando así.
—Cállate. Chúpame el nabo.
—No, gracias. No quiero que se me atasquen trocitos de carne entre los dientes.
—¿Qué? —preguntó alarmado.
—Fuera, mierdecito. Vas a erosionar el suelo con tus repugnantes babas —le exigí antes de cabrearme de verdad.
—¿A que te pego y ? —el nene pretendía intimidarnos.
—No le provoques, no vale la pena. Él es Enrique Garrotecos, pero todos le llaman el Riki y me han dicho que es el hermano pequeño de un alumno muy conflictivo —Maselillo, preocupado, quiso detener la riña.
—Me da igual, yo soy peor. No quiero que ese mono me jorobe la diversión. Ese columpio me lo adjudiqué yo hace años.
—Hazme caso, te puedes meter en problemas. Él y su hermano son muy mala gente, muy violentos e irracionales.
—Oye, arráscate el sobaco, soplapollas —insultó el Riki con socarronería.
—Joder, vale. De verdad no vale la pena darle su merecidox. Su vida ya está más que arruinada y eso será lo que lo castigará en el futuro.

Abandonamos al Riki en el parque mientras consumía su cutre tiempo libre tan rápido como shupaba su caramelo. Nos preguntamos porqué el Riki no estaba en la conferencia ¿Acaso no debe haber siempre un cuidador vigilando la zona como de costumbre para que los niños no hagan novillos? Es normal que los niños se fuguen de las clases.

De vuelta a clase, en la hora de tutoría, nos fijamos expectantes en el extraño objeto patoso (patoso de pata) que desprendía un suave aroma a cerdito. Era el premio especial de navidad que este año se le entregaría al alumno que ganase la partida de bingo.


—¿Qué?, ¿estáis animados? —Chelo había recuperado su buen humor.

Algunos nenes revolotearon de ilusión, otros no se inmutaron y otros mostraron una expresión de disgusto al ver el trofeo. Yo me limité a mirar cómo dormían los dos osos su pequeño descanso mañanero.

—Bien, empecemos pues. Évelin, abre el cajón del armario y saca el bombo y los cartones, por favor.
—Eh, profe… Se me quedaron las llaves en casa —la joven dijo algo abochornada.
—Pero, Évelin… ¿No acabas de venir de la sala de profesores con las llaves? —cuestionó extrañada.
—En realidad no. Quería decirle que ayer me las llevé por error. Las metí en el estuche sin darme cuenta, pero el lunes se las traigo.
—Mumumumumu... —una voz misteriosa y sin identificar emitió sonidos mumosos desde un rincón de la clase.
—Qué descuido. Espero que no vuelva a ocurrir pues podría quitarte el cargo de delegada —la profesora no pudo ocultar su tenue indignación.
—Lo siento. Pero es que yo solo soy una peque ♥ —Évelin intentó justificarse con dulzurah.
—Eso no es excusa y solo era válido cuando tenías menos de diez años.
—Eh… Uh… Es cierto.

Évelin Pistichicle es nuestra delegada de clase. Los compañeros la llamamos cariñosamente la Peke por ser la alumna con la altura más reducida. A ella se le había encomendado traer las llaves que abren el armario y los cajones de la profesora.


—Évelin, ¿ahora cómo jugamos al bingo para sortear el jamón?
—Pues… casualmente traje un bombo superchulo hoy. Lo tengo aquí —Évelin sacó animada el chisme de una bolsa.
—Oh, qué oportuno —la profe estaba aún tan pasmada como contenta.
—Sí. Tómelo.
—Muy bien, Évelin. Pero el lunes trae sin falta las llaves.
—De acuerdo.
—Mumumumumumumu.
—¿Pero quién es el gracioso o graciosa que dice mumumú, eh? ¿Mamá Vegas, eres tú?
—No, señorita, yo digo sususú.
—Es verdad. Espero no volver a oírlo —la profesora advirtió al desconocido de los ruiditos.

La pequeña Évelin manifestaba su seriedad mientras repartía con ademanes repipis los cartones de bingo para dar comienzo el juego. Al cabo de unos minutos, las bolas rodaron y rodaron y los cartones se tacharon. Antes de que la clase llegase a su trigésimo minuto de vida, una masa verdosa y húmeda con un orificio por el cual se asomaba una cremosa protuberancia sonrosada gritó algo en voz alta.

—¡BINGOOHGFRGFF! ¡CRWAFF, CHRAFF, MWAFFG, MWAFFG!
—Grongo, que te asfixias —dijo inquietada.
—Perdón, uff, uff —Grongo sufría y sudaba en su asiento. En su frente brillaban las cascadas sudorosas que se deslizaban con lentitud por su piel.
—¿Estás mejor?
—Sí.


Grongo Chu-depastel estaba en un apuro muy grueso. Su saliva, muy juguetona, se había introducido en la tráquea justo en el clímax del juego. El pobre muchacho se sonrojaba como un volcán en erupción, pero eso era algo muy habitual en él. Grongo no llevaba bien su sobrepeso y sus terribles vicios y ataques de nervios le causaban estragos a los que nunca se llegaba a acostumbrar.

—Enhorabuena: eres el ganador —la profesora aplaudió contenta justo al resto de la clase.
—Uff, qué suerte, ¿no? —el gordote sudaba muy avergonzado. Se le habían creado océanos de sudor en todo el jersey.
—Claro que sí. Ya tienes algo salado y rico que comer en estas navidades.
—Sí, me lo comeré todo —habló entusiasmado y nervioso.
—Pero compártelo, cielo. En las navidades hay que compartir. Y no abuses mucho que sabes que necesitas disminuir tu peso.
—Sí, seño, *hip*.
—¡POR FIN ENCONTRÉ UN BLANCO QUE PINTAAA! —vociferó Ambrosio a causa del éxtasis.
—Ambrosio, no grites.
—¿Me puedo llevar el jamón ya?
—Cuando toque la sirena.

La sirena cantó su melodie sin tardar. Era la última hora y los niños y adolescentes de todos los cursos se propulsaron a la salida de la escuela para engullir los primeros segundos de libertad del fin de semana. Maselillo salió antes que yo del aula porque necesitaba ir al baño. Yo tardé un poco en recoger mis apuntes y por eso fui una de las últimas personas en abandonar el aula. Ya con la mochila en mis hombros, fui deprisa a expulsarme de la clase para librarme de estar a solas con Tulma Septentrión, la empollona repelente, pero por desgracia no pude conseguirlo. La chica me siguió y con su amurallada sonrisa de marfil me empezó a hablar.

—Hola, ¿me puedes hacer un favor?
—Sí, creo —afirme con una pizca de confusione.
—Jojojo, estupendo. Verás, estoy en un apuro: le presté hace unas horas a una amiga de otra clase mis apuntes de filosofía y parece ser que ha desaparecido de la escuela. No me coge el móvil ni me ha enviado mensajeros para informarme de su situación actual. Creo que la muy necia se ha ido antes a casa cuando debía estar justo AQUÍ, en la entrada del aula, esperándome —sin perder la sonrisa, Tulma contó su historia disimulando su estado de desesperación.
—Eso está muy mal. Pero ¿no puedes esperar un poco más?
—Ya son las 14:05, no puedo esperar más. Esa no va a pasar por aquí y tú eres mi única esperanza de conseguir una buena nota.
—Pues vaya problemón. No creo que puedas copiar ahora todos mis apuntes.


—Oh, fotocopias. Entonces sí.
—Menos mal, así podré estudiar el fin de semana. Ay, maldita amiga…, el lunes habrá un ajusticiamiento —expresó con una sonrisa macabra.
—¿Ajusticiamiento? —pregunté con curiosidad.
—Vaya, ¿no sabes qué significa?
—Nox.
—Qué incultura, por Dios. Si esa palabra la conoce todo el mundo, hasta los de preescolar —declaró asombrada y con voz burlesca.
—Todo el mundo no, yo no la conozco.
—Uy, así no vas a llegar a nada en la vida —Tulma hablaba más soberbia que otras veces.
—Lo siento, no todo el mundo nace con una enciclopedia metida en el culo como tú.
—¡Qué grosería! Pues con esa ignorancia que cargas encima te vas a joder y mucho.
—Tal vez, pero tú te vas a joder ahora porque no te voy a dar mis apuntes.

Salí corriendo del lugar lo más rápido que pude para que la petarda angustiada de Tulma no me pillara. Pudimos interceptar a Maselillo por los pasillos, estaba quitándose el H2O de las manos. De vuelta a casa dialogamos sobre el temario que teníamos que repasar, comentamos lo misteriosa que era la actitud de la Peke y cómo de ridículo fue ver a Grongo atragantarse con sus fluidos bucales.

Eso ha sido todo por hoy. El lunes tengo ese odioso examen y he de repasar… Qué rollazo.

Uuuh, Navidá~.

07 diciembre 2010

Sobre lo blanco resalta cualquier color

Qué fantástico es este maravilloso puente de días no laboráblebles. Comenzó cuando murió el domingo y acabará mañana, miércoles inmaculado. Es un momento de disfrute y de vive la vida a topeh, excepto cuando se tienen deberes que hacer y exámenes para los que hay que estudiar… Vaya mierda.

Sin embargo he podido disfrutar de muchos momentitos de ozzio (u ocio) En uno de ellos, mientras me entretenía con algo, pensé en cómo traté a ese chiquialumno aquel día en la escuela. Sé que se merecía que su camión de juguete acabara destruido, pero… si se destruyó no fue por mi culpa, sino por la de esos gordos deformajuguetes de chichas bailongas. Los responsables del destrozo son los miembros de esa orgía de sobrepeso, no YO. En fin, qué le voy a hacer.

No entiendo cómo puede alguien encariñarse con un juguete tan horrendo. ¿Acaso transmite placer por sus ruedas y por sus plasticolmillos? No entender, no entender…, ¿o sí? De hecho, yo conservo uno que era de los juguetes menos fascinantes que he tenido y aún así me encantaba. Uff, creo que nunca llegué a querer a un juguete tanto como a ese en aquella etapa de mi vidah. Aquí os lo enseño, recién sacado de la caja de la porquería vieja:


Se llama Edulkorante y surgió de las profundidades del envase repleto de golosinas en donde venía como un regalo sorpresa. Lo conseguí en 1998 cuando era súper peque, dos años antes de que la empresa de golosinas que lo regalaba cerrase. El pobre tiene un diseño muy hortera, pero eso me da igual y no por ello siento más compasión por él. Ahora va ir directo a la caja de donde salió; la añoranza que he sentido solo le ha dado unos cinco minutejos de libertad, ¡mais que suficient!

Dejando los juguetes de lado quiero retomar el tema de los deberes. Mi profesora Chelo nos ha marcado algunos ejercicios de El libro de las oscuras confabulaciones. Los profesores de filosofía como Chelo suelen empezar a aplicar las enseñanzas de este libro a finales del primer trimestre. Según ella, si nosotros supiésemos resolver aunque sea solo uno de los ejercicios de ese libro, nos convertiríamos inmediatamente en los nuevos filósofos del siglo XXI. Es fascinante pero imposiblerg.

He fotografiado un ejercicio del libro. Está relacionado con un pequeño relato que trata de una chica entristecida que pierde su rostro cuando su padre y su madrastra empiezan a ignorarla y a no darle cariño. Esa chica secuestra a la comadreja, la mascota de la madrastra, y se fuga de su casa para hacer cosas raras con ella en un páramo helado. En la ilustración se ve lo que ocurre después. Es algo espeluznante…


Recuerdo cómo el viernes la clase entera se conmocionó al ver los ejercicios de este libro. Cuando la Frussie captó con sus ojos lagrimosos el no-rostro de Lady Geraldine empezó a sollozar por la angustia y a expulsar agüita ocular.

Ahora me encuentro en el dilema de saber cuál de los dos búhos dice la verdad. Según Chelo, la verdad está oculta en el texto y debemos acceder a ella meditando y razonando. Oh, tío, ¡qué hastío! Prefiero los ejercicios de la clase de historia…

Es hora de cambiar de tema que las cosas de clase ABURREN.

Ayer nos propulsamos al campito de la periferia de la ciudad, lugar donde viven los animales más normales y aburridos de la superficie extrametropolitana. Lo guay fue que estaba todo blanquito como un folio para dibujar. Las nubes habían vomitado nieve por todas lados. Se nota que señor Diciembre ha llegado.

Ese día me puse el gorrito y los guantes color oveja, y me ahorqué sin asfixiarme con la bufanda que me regaló mi difunta abuela materna (Abu~ I love iu). Me introduje en la masa congelada y blanquecina de las afueras mientras esquivaba matojos y otros entes vegetales que sobrevivían en el frío lugare. Quería pasear por esos sitios no paseables para no encontrar paseantes indeseables. Pero hubo algo que encontré justo en el mismo sitio donde lo vi por primera vez. Era la sonrosada bailarina frustrada.


Se alegró mucho al verme. Estaba muy abrigadita y cómoda sentada en ese sitio. Se veía muy adorable con ese atuendo invernal.

—¡Hola! Cuánto tiempo.
—Mmmmm…
— Eres muy adorable ♥ —le dije con pudor.
—Mmmmmmmmmmm ♥… —la criatura sonriente parecía comunicarse solo con mmmm.
—Uy, qué linda.
—¿Mmmmmmm? —me miró con extrañeza.
—Perdónenos, queríamos decir lindo.
—¿Mmmmmm? Mmmmm…
—O tal vez lində. Si hablara me podría especificar qué sexo y género es usted —la confusión abarcaba todo mi ser.
—Mmmmm… Yo soy mmmmmmmmm…
—Oh, ¿quieres decir que eres hermafrodita?
—Nommm exactamentemmmmm.
—Eres un misterio en la nieve —le comenté con una suave risa de primavera.
—Símmmm.
—Nos sentimos identificados contigo —le confesé lo que pensaba—. ¿Cómo te llamas?
—Creo que me llaman Ente de Oort —la criatura se identificó con gusto pero con inseguridad. Su voz sonaba fañosa, lenta y grave.
—Interesantex. Cuéntame algo sobre ti, eres muy intrigante —yo me arrodillé ante su cara para escucharlo más de cerca.
—Mmmmmm… Vine desde muy lejos para aprender ballet pero algo salió mal y me quedé aquímmm abandonadmmmmmmmmmm…
—Qué pena. Pero ¿qué te pasó? Me lo puedes contar, yo no se lo diré a nadiex.
—No quiero contarlo, me pongo tristemmmmmm…
—Lo siento.

Después de un silencio chiquitito mirando el cielo nublado seguí atosigándo al ente a preguntas para saciar nuestra curiosidad.

—Y ese líquido verde de aquella vez ¿qué era?
—Crema solarmmm de aloe vera. Me senté sobre ella sin querer, creommmm… —confesó el Ente de Oort.
—Ajam —me desilusioné al oír que solo se trataba de un vulgar ungüento—. ¿Y quién te ha vestido así?
—Una anciana muy simpática que me vio desde lo lejos y que quiso protegerme. Ella me traía comida y a veces se quedaba conmigo. Creo que murió hace una semana por culpa de una enfermedad. Es muy deprimente —Ente de Oort entornó sus ojos y dirigió su mirada al suelo con pena.
—Sí, pobreshita. Es una historia muy amarga. Entonces, ¿llevas aquí desde que te vi por primera vez?
—Símmmmmmmm. No me puedo mover.
—¿Y por qué no te han llevado al médico?
—Porque la gente no me puede ver y los que me pueden ver huyen nada más verme.
—Vaya problemón, no sé si podré ayudarte.
—No creommmm… Pero con que me traigas unos bocadillos de atún y mayonesa lo antes posible será suficiente y de gran ayuda.
—¿Pero no te has alimentado desde que murió la vieja? —lo hubiera hecho o no, el Ente de Oort se había quedado muy delgadus.
—Simmm. Me he comido muchas palomas y conejos que pasaban por aquí pero hace tiempo que no pasa ningún animalito comestible.
—Qué asco —objeté con poca mesura.
—Mmmmmmmmmmm… —dijo con vergüenza.
—¿Vas a seguir llevando esos pompones rosados en los zapatos? Como veo que no te hacen falta tal vez me los podrías dar.
—Mmmmmmmmno… Son especiales para mí.
—Vale, vale, no hay problema. Bueno, me voy ya —solté una pequeña risita nerviosa al escuchar la respuesta.
—Gracias por la visita y si no es mucha molestia, ¿me podrías traer esos bocadillos para sobrevivir?
—Claro, cuenta con ello —le dije al sonriente Ente de Oort mientras me iba pasito a pasito.

Ese fue el diálogo que tuve con esa criatura enigmática. De verdad me gustaría saber de dónde vino ese personoide sonriente, cómo llegó hasta aquí y qué fue exactamente lo que le pasó. Lo mejor es que tengo guardada su sonrisa sonrosada en una esquinita de mi corazón. En serio, digo la verdad.

26 noviembre 2010

Pasión por el pinnípedo con ruedas

En este viernes novembrero han pasado muchas de esas cosas que se pueden contar por aquí. Algunas de ellas han manchado con una pizca de dramatismo a la casi inacabable jornada escolar. Pero tranqui, ningún ser vivo se ha magullado esta vez.

Maselillo de por Vida, el chico corriente y sonriente, se ha convertido en un amigo. Lo sé porque cuando estamos en clase siempre se sienta en mesas adyacentes a la mía para hacerme compañusis. Además, su oído siempre está dispuestox a escuchar mis historias: de hecho le gustan mucho. Le hablé de lo del accidente de Maqui y Fermín que YO PRESENCIÉ el martes y al pobre se le conmocionó el espiritillo.

En los últimos minutos de la tercera hora de clase, mis compañeros y yo estábamos ansiosos por ir a la dimensión amplia y sin techo que se encuentra unida al amarillento edificio escolar: el patio de recreo.

Cuando el recreo comenzó, el edificio vomitó una sudorosa masa infantil y juvenil sobre la superficie del patio. En esa masa estábamos Maselillo y yo. Tras despegarnos del gentío, deambulamos por las zonas de allí y de allá sin encontrar nada importante. Llegamos a una esquina sombría llena de cajas en donde caminaba dando saltitos una criatura redonda y verdosa. Era Paxarito.


—Eh, Paxarito, te hemos pillado. No sé qué estás haciendo pero sé que no es nada buenox —dije al ave aceitunada.
Pío-pi-pi, pi, pi-pío-pío-pío, pi-pío, pío-pío, pi. Pi, pío-pi. Pi-pío-pío-pi, pi-pío, pío-pío-pi-pi —replicó Paxarito algo nervioso.
—Que sepas que un día saldrán a la luz todas las maldades que has hecho lejos de las miradas de mis compis de clase.
—¿Entiendes lo que dice Paxarito? —preguntó anonadado Maselillo.
—Sí, habla en morse.

Maselillo y yo nos largamos de esa esquina contaminada por las tonterías sospechosas de Paxarito. Nos preguntamos porqué había un esqueleto de pescado en el suelo ¿Acaso era el escenario de un plumoso crimen? No había tiempo para investigar…

En uno de esos graciosos bancos situados frente a las fronteras del patio se hallaba acomodada una joven muy candorosa: nuestra querida Mamá Vegas, merendando como cualquier otro estudiante.


—Oh, la parejita de la clase —Mamá Vegas sonrió con felicidá de la buena.
—¿Parejita? —cuestioné yo.
—Susususu, sí. Como siempre os veo juntitos como dos buenos amigos… —explicó el porqué de la expresión.
—Ah, jejeje. ¿Qué tal estás? —dijo Maselillo.
—Estoy como un girasol bajo el sol. Además estoy contenta por comer este queso tan bueno.
—¿Es tu merienda escolare?
—Sí, es un queso de la fábrica de quesos de mi padre ¿Queréis probar un cacho? Es semicurado y está delicioso.
—Yo nono, gracias.
—Pues yo sí. Tiene muy buena pinta —Maselillo afirmó con mirada hambrienta.
—Toma, aquí tienes —con destreza y alegría, Mamá Vegas cortó un generoso trozo para Maselillo, que le dedicaba una sonrisa de agradecimiento—. ¿De verdad no quieres un cacho?
—No, en serio. El apetito no tengo hoy.
—Bueeeno, pero si te entra hambre más tarde, sabes que puedes pedírmelo.
—Ok, dulce Mamá Vegas.
—Uy, que me sonrojo —Mamá vegas sonrió tímidamente—. Mmmm, creo que voy a guardar dos trozos para Ñangas y Carpeto; mi padre dice que es muy bueno para el fortalecimiento los huesos de los osos.
—Por cierto, ¿el de la foto es tu padre? —pregunté con curiosidad mirando la foto sobre el banco reposaculos.
—Sí, así es. ¿A que me parezco mucho a él? Traje esta foto conmigo porque mi padre va a estar de viaje y quería recordarlo —Mamá Vegas miraba con amor a su padre.
—Oh, qué bonito —comentó Maselillo enternecido.

Después de la charla y del momento queso, una profesora muy descolorida se acercó alertada al lugar donde Mamá Vegas saboreaba el producto lácteo. Esa profesora era la serena Flájeda Algodonosa, la que nos dio matemáticas el año pasado.


—Señorita Vegas, ¿se puede saber qué hace usted con un cuchillo en la mano? —exclamó Flájeda sobresaltada pero manteniendo la compostura.
—Ah, pues… cortar mi quesito.
—Que sepa usted que he venido aquí a amonestarla por traer un cuchillo. Las armas blancas están terminantemente prohibidas en la escuela. Además, he cogido este pictograma fabricado en la clase de plástica para que comprenda que estamos visualmente avisados de que no se deben traer estos objetos peligrosos.
—Oh, lo siento de veras. Puede confiscarme el cuchillo pero le digo que solo lo uso para cortar queso. Nunca lo usaría para hacer nada malo —Mamá Vegas habló con ARREPENTIMIENTO.
—Ay, señorita Vegas…, no sé si confiscarle el cuchillo o dejárselo. Siempre me he fiado de su responsabilidad y de su bondad. Pero las normas son las normas.
—Haga lo que crea oportuno, profesora. Yo he asumido mi error.

—Mire, hagamos un trato. Usted me da un trozo de su queso y yo le dejo el cuchillo siempre y cuando no lo vuelva a traer.
—¡Claro profesora, me parece una idea estupenda! Seguro que le encantará el sabor —la joven dijo animosa después de de menear sus trenzas.
—Seguro. El aroma ya me ha cautivado por completo —Flájeda relamía con los ojos la loncha que le iba a ser entregada.

Yo contemplé esa escena maravillosa desde mi ubicación. No dije ni mú, solo me limitaba a observar a los demás como si fueran actores en una obra de teatro. Pero una cosa que se deslizaba por el suelo haciendo ruido me llamó la atención. Era un camión de juguete de color azul.

—Qué camión tan curioso. Se parece a uno que tuve cuando era pequeño —reveló Maselillo antes de irse a buscar otra loncha de queso.
—Interesante… voy a verlo de cerca.

Me incliné hacia delante y cogí el juguete que había aparecido de la nada. Estaba reluciente como un charco de plata y molaba como una kokobaba. Al haber hecho eso, desencadené sin darme cuenta un suceso desagradable: Recibí al instante una patada en el hueco poplíteo de mi pierna izquierda. Dolió mucho y me hizo caer al suelo.

—Dame ese camión, ¡ES MÍO! —gritó el niño que me había agredido.
—Aquí tienes, bestia.
—No soy un bestia, ¡SOY UN NIÑO!

Entregué el juguete al mocoso antes de levantarme. Lucía una mirada desquiciada que daba grima de la malah.


—Te has pasado haciendo eso y los niños como tú que se portan de esa manera tan violenta deben recibir La Bofetada —mantuve la calma ante el odioso crío.
—Yo no recibo nada ¡Y NO SOY UN NIÑO CUALQUIERA! Yo soy Kiko de los Kikors.
—Pues yo soy Yo de los Kikors.
—¡Imposible! Mi padre dice que solo yo, mi familia y él somos de los Kikors. Nadie más es de los Kikors.
—Eres un feto de primaria. Estás incapacitado para entender cosas como que yo también puedo ser de los Kikors.
—Cállate, idiota ¡CÁLLATE, IDIOTA! —Kiko bramaba como un enajenado.
—Está bien. No quiero que mueras de un infarto, ¿pero sabes que me podrías haber matado con esa patada en la pierna? Me golpeaste en una parte muy sensy-sensible.
—Eso es mentira, ¡ÑEH!
—No lo es. Podrías haberte convertido en el primer asesino de los Kikors en toda la escuela.
—¡NO, NO, NO, NO! —Kiko no paraba de replicar.
—Sí, sí, sí, sí —contesté con suavidad.
—Que no, ¡IDIOTA!
—Que sí, y hazme el favor de irte de aquí con tu odiosa ballena con ruedas.
—No es una ballena ¡ES UN CAMIÓN MORSA!
—Me da igual lo que sea, es un odioso juguete de churumbelo. No está permitido traerlos a este sitio del patio.
—Este es mi sitio y yo lo traigo porque me da la gana ¡Y LA PROFESORA ME DEJA TRAERLO PORQUE EL CAMIÓN MORSA ES MI MEJOR AMIGO! —argumentó el niño con memeces para justificarlo todo.
—Será tu mejor amigo pero no encaja en la sociedad de la escuela. Es un juguete muy polémico.
—¡QUE NOOOOOO!
—Sí. Nadie aguanta ver esos juguetes ridículos. A los alumnos mayores les ponen nerviosos ver cómo los mocosos se comportan como idiotas jugando con esas cacas de plástico.
—¡QUE NO TE CREO, QUE NO, QUE NOOO! —gritó Kiko muy cabreado.
—Pues créeme —comencé a sugestionar al niño que estaba consumiendo mi tiempo de recreo—. Hace unos años, traje mi helicóptero llamado Jesús Ariel y los chicos del patio acabaron por destruirlo a patadas. Odiaban lo patético que era verme jugando con ese juguete tan cutre.
—¿QUÉ? Eso es imposible —contestó atónito.
—No lo es. Si te fijas, todo el mundo está empezando a hartarse del Camión Morsa —exageré para engañar a la mente del nene—. ¿Ves a la chica con trenzas de ese banco? Ha sacado su cuchillo para atacarlo. Y ese chico rellenito llamado Maselillo se siente asqueado por tu juguete.

Kiko comenzó a alucinar. Al contemplar el cuchillo de Mamá Vegas confirmó que todo lo que le dije era cierto (aunque en realidad no lo era, chuchiplú). Kiko, con su cerebro susceptible de crear situaciones inverosímiles, estaba viviendo su propia pesadilla en donde todo humano escolar contemplaba con mirada asesina su juguete. Lo que de verdad ocurría era que algunos chavales no paraban de observarlo por el escándalo que estaba montando. Algo así tuvo que imaginarse el enajenado de Kiko:


—¿POR QUÉ? ¡NO QUIERO QUE NADIE ME MIRE! ¡NO QUIERO QUE DESTROCEN MI CAMIÓN! —gritó muy confundidou.
—Kiko, deshazte del Camión Morsa si quieres que sobreviva. Es la única manera.
—¡NO QUIERO, Y TAMPOCO QUIERO MORIR!
—Kiko, ¡haz algo ya antes de que ocurra lo peor!
—¡AAAAAAAAH!
—¡VAMOS, MALDITA SEA, TÍRALO!

Entre gritos de terror, Kiko no sabía hacia dónde lanzar su juguete. Yo pude quitárselo de las manos y lanzarlo luego por los aires. Usé toda la fuerza catapultosa de mi brazo, a pesar de que no es un buen lanzacosas, para que el camión cayera lejos de Kiko. Aunque no llegó muy allá, fui capaz de hacer que el juguete aterrizara en un lugar lleno de obstáculos: la gordizona.


La gordizona estaba rellena de gordiniños que se habían acumulado alegremente allí para jugar. Kiko fue corriendo allí a buscar su amado camión, pues no había manera de separarlo de él. Yo, que andaba tras él, le pedí que no se introdujera en la gordizona, que era imposible recuperarlo entre tanta grasa. La única opción que teníamos era escuchar la divertida canción que entonaban los pequeños obesos:

♫♪ No es cierto que estamos un poquito gordos, 
Somos muy obesos y debemos adelgazar. 
Estos ejercicios los hacemos todos 
Para bajar kilos sin parar nunca de jugar. ♪♫

Los niños estaban tan concentrados que no se percataron que en ese mar de michelines había caído un camión de juguete. Tuvimos que esperar a que acabara el recreo para que la gordizona se despejase por completo y recuperar así el camión que tanto anhelaba el estresado Kiko.


—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!

El camión no había resistido al bamboleo y al aplastamiento de los cuerpos de los niños… acabó completamente deformado y roto. Sinceramente, pensé que las lorzas blanditas de los nenes eran incapaces de realizar tal destrozo.

Una profesora tuvo que asistir al desequilibrado de Kiko. El shock de ver a su mejor amigo destruido no le permitía tranquilizarse y la docente tardó un rato en saber cómo consolarlo.

Después del alboroto, Maselillo y Mamá Vegas se acercaron a mí. Me reprocharon severamente por mi comportamiento, pero yo tuve que confesarles que todo ese jaleo no era más que un ojo por ojo, diente por diente. Él me pegó una patada dolorosa por detrás de mi rodilla que hizo que me desplomara y yo le di su merecido. No sé si me habré pasado pero me da iguale. Camiones de juguete hay millones en todo el mundo, huecos poplíteos de piernas izquierdas solo hay uno.

¿Os habéis dado cuenta, mis amores? Esta ciudad está llena de obesos.

23 noviembre 2010

Sin tiempo para esquivar

Desde que nací, he seguido con vida hasta ahora y sin ninguna cicatriz. He sorteado las jugarretas de la muerte en algunas ocasiones con éxito. Sin duda soy una persona afortunada, pero no todo el mundo es como yo.

La tarde de hoy era idónea para dar paseítos sin sentido por las callecitas por donde corretean los ciudadanos felices. Quise introducirme en las entrañas del distrito pero una extraña fuerza me empujó hacia la periferia de la ciudad, en donde acaban los edificios y comienzan los arbolitos.

En una de las aceras más divertidas pude identificar a dos entes metropolitanos que hacia tiempox que no veía. Ambos forman una pareja de treinteañeros distinguidos. Ella se llama Maqui Yage y él Fermín Alevín. Se quieren musho mutuamente, como la mutua y la mente.

Esta es Maqui, luciendo unos tonos maquillísticos frutas del bosque muy rechupetosos.


Su dulce mirada (que se percibía por su ojo abierto) y su sonrisa serena ponían de manifiesto su bienestar consigo misma. Su novio Fermín la acompañaba por su izquierda.


Como siempre muy guasón, el señor Fermín sonreía mirando al cielo y se reía discretamente de las extrañas formas de las nubes. Su imagen impecable, alegre y desenfadada animaba cualquier ambiente, fuera cual fuera.

Ellos pasaron caminando por mi lado en dirección contraria a la mía. No los saludé con mi mano jovial porque ellos a mí no me conocen…

Maqui y Fermín forman una pareja carismática y muy simpática. Son un par de psicólogos que años atrás fueron considerados los mejores de su profesión en la zona. Usaban terapias novedosas y divertidas que curaban las depresiones y neuras de sus pacientes. Trabajaban en un consultorio clandestino al que llamaron Clan del Destino, ya que no habían adquirido la licencia por parte del ayuntamiento debido a razones misteriosas. Aún así, mucha gente asistía a su lugar de trabajo pidiendo asesoramiento psicológico.

Los psicólogos se ganaron el aprecio de sus pacientes. Como agradecimiento por sus efectivas terapias, muchos de ellos comenzaron a invitar a la pareja a parques de atracciones y convites. Todos disfrutaban de la presencia de estos graciosos, guapos, e interesantes psicólogos. El dúo se había convertido en la golosina que todo el mundo quería saborear.

Pero un día un desconocido envidioso de corazón pútrido decidió boicotear su negocio; quería quitarse a la psicopareja de en medio. Maqui y Fermín recibieron amenazas de muerte telefónicas del enemigo que se ocultaba en las sombras. Este les destrozó el coche de ambos y les puso pegamento en su portero automático para que sonase todo el rato. Debido a esto, Maqui y Fermín cayeron en una depresión y cerraron su consulta para mudarse a otro sitio.

El cambio de hogar libró a Maqui y a Fermín del acosador anónimo, posiblemente para siempre. Estaban dispuestos a empezar de nuevo y contaban con el apoyo de sus amigos. Habían recobrado la felicidad.

Por desgracia, hoy ocurrió algo que cortó de golpe esa felicidad. Por las colinas de los alrededores se oían gritos de zoológico agonizante. Los ruidos provenían del cabreadísimo Hipólito Matalahúga, que vivía una agobiante experiencia sobre ruedas.


—¡AAAAAHG! ¡HIJOS DE PUTAAAA! Me habéis puesto el volante por fuera del coche, ¡MAMONEEES, NGFFFFAAAAAARGF! —vociferó con rabia el conductor a toda píldora.

Según los datos que he recogido por ahí, el señor Hipólito había salido de un taller en donde dejó su coche estropeado para que lo reparasen. Sin embargo, los técnicos cometieron el fallo de colocar el volante por delante del parabrisas.

Hipólito conducía muy torpe, como un trompo mareado. No hubo que esperar mucho para verlo colisionar contra algo…

—¡¡AAAAAHG!! ¡NO QUIERO MORIR!

Fue en una estructura de palos e hierros apilados sin sentido donde el coche se estrelló. Justo detrás de esa estructura de materiales se encontraban Fermín y Maqui. No pudieron evadir los golpes de las cosas pesadas que cayeron sobre ellos. Así fue como acabaron.


Maqui sufrió un fuerte traumatismo en su esférico ojo. Otros orificios faciales acabaron derramando sangre por el fuerte impacto. La pobrecilla estaba como envuelta en sirope de fresa sanguíneo.


Por otra parte, Fermín acabó con un corte casi profundo en la frente y con algunas magulladuras. Su cara cariacontecida chorreaba líquido rojo caliente.

Yo estuve un poco lejos del lugar del desastre cuando ocurrió la tragedia. Retrocedí trotando a ese punto para examinar mejor lo que ocurría. Afortunadamente, unos transeúntes de manos ayudadoras ya estaban atendiendo a los heridos.

Una ciudadana identificada como Eloísa Bubibó, se manchó con las gotas de sangre de las víctimas que salpicaron su rostro.


—¡Ay, mi alma! Cómo arde mi alma, Dios —dijo la joven y apenada transeúnte con lágrimas en un ojo.
—Sí, quema, quema y mucho.
—No me cabe en la cabeza todo esto. ¡No entiendo cómo ha podido pasar! Si ese hombre tenía el volante por fuera y le costaba manejarlo ¿Por qué gorgojos se puso a conducir en su coche?
—Yo tampoco entender el porqué. Quizás sea porque el señor Hipoli-Poly-Polito es un gilipollas o algo peor.
—Es eso, es eso. O ese hombre refunfuñón es un idiota inconsciente o es que no aprecia ni su vida ni la de nadie. Pero, sea lo que sea merece un castigo.
—Obviamentex.
—Pobrecitos. Maqui y Fermín son mis queridos vecinos. Ellos han pasado por un momento difícil en sus vidas, y justo cuando ese momento acaba ocurre esto. Oh no, noronono… no.

Qué desgracia… Justo cuando han recuperado la felicidad perdida sufren un fatídico accidente por culpa de un conductor loco. En un segundo las vidas de Maqui y Fermín cambiaron a peor. No obstante, según el telediario de esta noche, el diagnóstico de ambos infelices es favorable. Ahora solo hace falta que le den todo el cariño del barrio y un poco de sana-sana.

La vida es muy caprichosa… A veces te da hostias de golem satánico y otras veces te da besitos de cherry-chus. Es así, te guste o no, pero hay que vivirlah.

20 noviembre 2010

Secuencias de mal gusto en el nacimiento de una escalera

A veces en nuestra propia casa nos sentimos solos y aburridos, es el único momento de nuestras vidas en el que no estamos rodeados de sumnongles. Será que la escuela es como una gran familia de imbéciles pero fascinantes seres que te acogen como uno más en las aulas, aunque a veces te griten, agredan o decepcionen… Al fin y al cabo, lo que importa es tener compañía (por si los abejorros).

Tantas horas en estado meditabundo, reflexionando sobre la soledad, me han incitado a bailar como una churra del disco-samba. La música que escucho es un poco hortera, por eso de vez en cuando me gusta variar y escuchar algo más bailable y peculiare. Siempre tengo una alternativa noventerah guardada en los huequecitos del mueble que aguanta la caja boba. Lo primero que pillé fue un DVD en donde tengo grabado el Mucha Marchaaa: Edición platina. Lo conservo tan bien como si fuera un sándwich alienígena. Bueno, tampoco es para tanto, lo tengo guardado en el estuche rojizo y ya está, joder.

Inserté con discreción el disco en el orificio del reproductor. Cuando se lo tragó, aplasté el botón PLAYS y me dejé cautivar por las imágenes y sonidos de la pantalla. La señora del programa no bailaba, hacia ejercicios de gimnasia, pero yo aún así danzaba Y SIN CONTROL. El éxtasis era incontrolable y mi baile contemporáneo no llegaba a su fin. Pero hubo un pequeño disparate tirado en el suelo y sin darme cuenta lo pisé y me caí. El accidente acabó con mi cuerpo encima de la mesita de mi salón hecha añicus. Nunca una danza había sido tan destructiva… Lo siento, mesa de mi salón.

Luego me dio un fuerte y aterrador horror vacui y me sentí obligadis a comprar rápidamente una mesita nueva que suplantara la anterior y llenara ese vacío en el centro del salón. Eran las 10:40 cuando salí por la puerta en dirección a la tienda de muebles más cercanana.

Cuando llegué a la tienda Muebli para tu casita, ~muack~, me puse a buscar un modelo de mesa similar al de la que tenía, pero hubo una completamente diferente que me llamó la atención.


—Es muy peculiar se apoya sobre el suelo con una técnica muy nasal —me dije hacia mis adentros.

El dueño de la tienda, que pululaba entre las tinieblas de los muebles, se acercó a mí. Me dijo que la mesa estaba descatalogada y muy rebajada de precio, debido a la enorme cantidad de tiempo que llevaba en la tienda. El dependiente quería deshacerse de ella de una vez por todas. Yo tenía poco dinero y esa mesa era lo que más se ajustaba al contenido de mi monedero. Así que decidí comprármela, especialmente porque era muy original. Además, según decían los rumores, la mesa está fabricada con las cuatro cabezas vivas de unos bolcheviques. Es espeluznante, lo sé, pero no me lo creo, aunque la mesa suele mover los ojos y parpadear… (es misteriouso).

Me fui de la tienda algo incomodə y con algunas advertencias introducidas en mi cabeza. Uno de los consejos era mantener calientes las cuatro napias con calcetines de franela en invierno para que la mesa no perdiera el equilibrium. Y el consejo más importante era no destruir la mesa o abandonarla porque si no tendría un año de mala suerte, fuff… Creo que la he cagado comprándola, ¿no? De todos modos siempre puedo regalársela a alguien.

Ya en casa ordené las cosillas que no estaban ordenadas. Después seleccioné y atrapé una caja medio olvidada de mi habitación para meter en ella los trastos que ya no usaba a menudox. En su interior encontré un álbum, muy valorado por mí, que recopila los cómics de Giosilette y el pasaje de la hipérbole de la revista infantil Rajatablas. Sus famosas moralejas me han guiado por el buen camino de la vida. Tengo que enseñaros una página del cómic. Disfrutadla:


La moraleja mola lenteja, ¿verdad?

Por la tarde noté como unos bultos sospechosos se acumulaban en la cocina. Se trataban de varias bolsas de basura que tuve que hacer desaparecer de un modo u otro. A las 14:10 me fui a tirarlas al contenedore. Retornando a casa hallé justo en la escalera de mi portal a un pequeño cabezón que dominaba el arte de mirar a dos sitios distintos a la vez.


—¿Tirando la basura de casa?
—No, tocando la flauta del demonio.
—Ay, esta juventud, cuánta imaginación tiene —respondió sonriente el encapuchado azul verdoso.
—No.

Cuando estaba abriendo la puerta para entrar, el encapuchado volvió a dirigirme la palabra.

—¡POESÍA, POESÍA, SÍ, POESÍA! ¡SEGURO QUE ESTARÁ GRITANDO DE PLACER, O DE DOLOR! Pero, como es un bebé seguro que gritará de agonía. Cuando se cansen de ese mocoso ¿qué harán con él?, ¿lo dejarán tirado por ahí?, ¿lo matarán? Jajaja.
—¿Qué puñetas estás diciendo, enano cabezón? —dijimos estupefactos y con los ojos como vajillas.
—Sabes de lo que estoy hablando muy bien. Venga, ahora corre y métete en tu edificio sin vecinos, sin nadie que te ayude.
—¿Estás intentando meterme miedo o algo parecido?
—Oh, me has pillado. Se me da muy mal atemorizar a los adolescentes granudos —confesó dulcemente el pequeñín.
—Pues pírate a freír castañuelas.
—No me da la gana. Tengo una curiosidad muy grande y voy a seguir mirando a ver qué haces.
—Pues yo tengo una pata muy loca que quiere pegar patadas a todo enano estrábico que vea.
—No te enfades, si no he hecho nada malo.
—Me estás acosando. Además, eres tan patético que te sale mal hacer el mal.
—Oh, qué cruel eres conmigo. Si te portas bien te daré a Poesía —propuso con voz dulzona.
—Tú no lo tienes, lo sé. No puedes cargar ni con tu propia cabeza y mucho menos con Poesía.
—Jajaja, eso ha tenido gracia. ¿De verdad piensas que no lo tengo?
—Muérete dentro de cinco segundos, plix —dije con un nivel de fastidio muy alto camuflado con una serena seguridad.
—¡Oye! —gritó asombrado antes de haber dado yo un portazo y dejarlo afuera solitoooh.

Sé que ese individuo asqueroso, pedófilo y cobarde no lo tiene. No es más que un fantoche mentiroso y un asediador virolo. Le gusta mirar con ojos lascivos al niñerío que se divierte en la intemperie, pero dudo que sea capaz de toquetear cuerpecitos nenosos. A pesar de todo, tengo a ese cretino en mi punto de mira, trululú.

Uff, es muy tarde y he de dormir. Quiero conciliar el sueño e intentar olvidar esas aberraciones que dijo del missing baby Poesía. Ciao y dejadme en paz, ¿no?

¿O sí?

Punto y explot.

15 noviembre 2010

La lente de la fe

Siento muchísimo no haber dado la cara en tanto tiempo, pero el trabajo de clase es una prioridad que nunca se puede dejar de lado. Y para colmo, cuando tenía la oportunidad de acceder a Internet para divertirme un ratitus, este se iba DE PASEO… Oh, my jolines.

Al terminar mis deberes y la mayoría de trabajos que los sádicos docentes nos han marcado a todas las criaturas de la clase (sin contar a las mascotas y bebés), me vi capacitadis para deambular por las calles de mi ciudad y también para comprarme un ambientador nuevo, esta vez con aroma a arroz mojado con fluidos de melocotón. Pero conseguirlo no fue tarea fácil… La mierda de la Tenducha esa estaba ultracerrada, y en la puerta de cristal colgaba un papelín que decía algo referente a pulgas & piojos = problemón. Qué asco, a saber qué puñetas han metido en los recovecos de la tienda esa.

No me pude quedar en stop y avancé unas callecitas de colores hacia el norte. Cuando caminé lo suficiente, encontré otra tienda y educadamente seleccioné y compré un ambientador, pero no uno de esos ambientadores que me gustan mucho. Compré uno con olor a salsa de baño. Ese en concreto lo ponían las viejas de mi edificio y recuerdo que apestaba a tufo aromático de limpiaváteres. Cuando lo olí en la tienda me brotaron arcadas de nostalgia. Por esa razón, puse gutitas de champún de cocodrilo de nené en su interior sin que nadie me pillara para suavizar el intenso hedor de eau de recuerdos. He pecado, lo sé, pero lo hice por el bien de mi nariz.

Cuando salí eran las seis menos no sé qué de la tarde. La luz del sol de esa hora había generado sombras confusas en las calles que hicieron que me perdiera. Quería pedir algo de ayuda gratuita para que me guiase de nuevo a mi dulce hogare, tal y como hacen los mocosos extraviados. Pero la ayuda llegó de los cuerpos más inesperados… Eran dos padres fracaso carentes de ánimo: Mamá Bebé y Papá Bebé.


—Oh, buenas tardes, Mamá y Papá Bebé.
—Hola… —musitó la afligida Mamá Bebé.
—¿Qué tal? —saludó con rostro serio Papá Bebé.
—Bien. Estaba andando por aquí buscando colonia de casa.
—Ah, bien… Mira, ya que estás aquí te doy las gracias por poner en tu foro la noticia de nuestro hijo desaparecido.
—¿Mi foro? En realidad se trata de algo así como un… blog.
—Eso. Aunque me da pena que nadie haya llamado.
—¿Has puesto el número bien?
—Claro que sissy. Lo apunté tal y como estaba escrito en esa servilleta que me diste (creo).
—Entonces solo habrá que esperar —dijo el padre mirando al cielo de la tarde.
—♪Uno más grande, otro más pequeño. Uno más arriba, otro más abajo…
—¿Eh? ¿Qué es lo que cantas?
—¡Ups, perdón! Se me va la peonza. Es una canción contra la homofobia y el parkinson. No la volveré a cantar hasta que acabe el día —mentí para no hacerles cabrear por el verdadero sentido de mi cutre canción.
—Cariño, ¿nos vamos? Empiezo a tener frío —preguntó la joven y desganada madre.
—¿Os vais a casa? Si no es molestia ¿me podríais llevar en vuestro coche?
—Mmmm… sí. Tu casa está cerca de la nuestra.
—Muy bien, grashias.
—Pero antes vamos a ir a la iglesia. Solo será un momentito.
—No está muy lejos.
—¿No te importa si vamos allí primero?
—No, no me importa. Oh, God… Iremos a la iglesia a ver al Papa.
—Jejeje… no, no. Bueno, vamos pal coche —comunicó Papá Bebé, algo incomodado, mientras se encaminaba hacia el auto.

Nos montamos en el coche, que se encontraba a tres metro de donde estábamos, y comenzamos el pequeño viaje hacia la casita religiosa. No estaba muy lejos, solo a unos cuantos kilómetros graciosos. Por el camino, Mamá Bebé hizo comentarios sobre su pasado, de cuando todavía era una no-mamá.

—Qué recuerdos… Por aquí pasaba yo todos los días para ir a clase. Siempre cogía dientes de león e iba esparciendo las semillas en el aire —Mamá Bebé contemplaba los lugares de antaño a través de la ventana del asiento del copiloto—. Y ahí está mi antiguo colegio, La Cruceta del Erre que Erre. Allí fue donde tuve mi primer grupo de amigos. Siempre estábamos todos juntos en el recreo jugando al pilla pilla y a imitar personajes de películas. Qué bonito recordar aquella época en la que me llamaba Noelia…, Noe
—Eso es muy interesante. Estoy aprendiendo cositas entrañables sobre usted.

El coche siguió avanzando y pasó por una zona arbolada muy verdirromántica. Mamá Bebé volvió a urgar en su memoria…

—Me acuerdo de que ahí fue donde te conocí, cariño, justo debajo de ese eucalipto —la joven miró a Papá Bebé que conducía en silencio—. Fue ahí también donde empezó a arruinarse mi vida, con tan solo diecisiete años.

Pude ver en el reflejo del retrovisor cómo Mamá Bebé soltaba una lagrimeja. De no ser por la melancolía de la situación, le habría preguntado cosas que me daban curiosidad saber como «¿Por qué tu novio y tú decidisteis cambiaros vuestros nombres y llamaros casi igual?» o «¿por qué no llamaste a Poesía “Hijo Bebé”? Así habría quedado todo más familiar y homogéneo». Finalmente opté por no estropear el estado de ánimo de Noe con mis cuestiones… .

Ya eran las seis y pico y habíamos llegado a la jodide iglesie. Parecía estar situada en un rincón perdido en las afueras de la ciudad pero apenas estaba a 25 kilómetros de distancia de mi casa.


—¿Estamos en Nepal o qué? No reconozco ni el entorno ni la flora de este lugarg.
—¿Qué dices? Estamos en la cima del monte. La iglesia no se ve desde la ciudad debido a los pinos, pero está al lado del centro urbano.
—Fantástico. Supongo que los pequeños pero entrañables viejos artríticos lo pasan canutas para llegar hasta aquí.
—Sí, pero esta iglesia no la visita mucha gente. La última vez que vine fue un domingo por la mañana y no había más que dos personas… Aún Poesía estaba con nosotros… —Mamá Bebé emitió un ligero sollozo casi imperceptible.
—Debajo del suelo de mi clase hay un bebesitu. Si quieres lo arranco de ahí y te lo doy para que sustitu…
—¿Debajo del suelo de qué? Habla más alto.
—Oh, no era nada interesante.
—Me imagino que la iglesia sigue abierta. Las luces están encendidas, voy a mirar.

Papá Bebé estaba en lo cierto, la iglesia seguía receptiva a las visitas. La persona del interior nos dio la bienvenida amablemente. De no ser porque había alguien más allí y porque los padres Bebé están actualmente sanos de la cabeza, la parejita de exdrogatas pudo haberme llevado a ese sitio desolado para asesinarme lejos de las miradas de los transeúntes de la ciudad. ¡Ouh, pero qué disparates digo!

En el interior de la lúgubre iglesia, la joven madre se arrodilló ante la figura de la virgen y comenzó a murmurar plegarias y otros chismes religiosos que nosotros no pudimos oír.


—Qué lindo el muñeco.
—No es un muñeco. Es la Virgen de la Lupa.
—Así que es eso. Esta muñeca es más molona que las Bratsh, ¿no?
—Dios… —pronunció algo irritada Mamá Bebé mientras se colocaba una mano en su cara.
—Lo sentimos.

Papá Bebé, que deambulaba entre los bancos, se acercó a nosotros.

—Creo que nos tenemos que ir yendo ya. Ahora le toca a Dios hacer su parte.
—Claro, sí… Además la Virgen de la Lupa aportará algo de su poder en la búsqueda de nuestro hijo. Solo tengo que ser paciente…
—Algún día recibiremos una señal del señor para saber dónde está Poesía —esperanzó Papá Bebé a su afligida pareja.
—Es lo que espero. Vámonos ya, que seguro que tiene ganas de volver a casa —dijo Mamá Bebé refiriéndose a mí~.
—Mamá Bebé, ¿el parto fue difícil debido a las dimensiones de la cabeza de Poe…?
—¿Cómo? ¡Si empiezas a decir algo acábalo y no bajes el volumen porque si no, no te oiré!
—Disculpa… Es que se me lengua la traba.
—Oh, Dios… ¡No aguanto MÁS!
—¿Qué ocurre, cariño? —preguntó asombrado Papá Bebé que ya había salido de la iglesia.
—¡Estoy harta de escuchar tonterías, estoy harta de esperar y no tener a Poesía y de que todo me salga mal! ¿Por qué me tortura la vida?

Mamá Bebé rompió a llorar angustiosamente. Su novio tuvo que consolarla mientras íbamos directos al coche. Pero antes de subir en él y volver a mi casa pude captar una bella imagen de los dos contemplando la hermosura del paisaje.


He mentido… Esto de arriba es en realidad una imagen retocadax con los truquitos del ordenador, un montaje visual. Ellos no estaban viendo ninguna puesta de sol. Lo que de verdad estaban viendo era un cartel anunciando una casa que se vendía cerca del monte. Y si crees que esto está inspirado en la serie de los retrasados Teletumpies te equivocas. Poesía no es un homenaje al bebé solar.

Ahora que es de noche me ha dado por reflexionar sobre una cosa: Poesía estaba condenado a sufrir algún percance porque sus padres no son buenos padres. Y unos malos padres crían a unos malos hijos, y esos hijos, cuando se conviertan en malos padres, tendrán a su vez hijos que ellos mismos no sabrán cuidar. Pero si un secuestrador rapta a esos hijos sin cuidar y les aporta unas condiciones de vida favorables y una buena educación, entonces se convertirán en personas buenas y decentes, ¿no? Esperamos que el secuestrador o secuestradora de Poesía lo eduque bien y le dé muchos de esos mimitos aptos para los bebés y… no lo mate.

Por cierto, ayer domingo 14 de noviembre, fue el cumple de Poesía.

Fyuuuuuuuuum.

01 noviembre 2010

Aplasta la calabaza

Hemos estado esperando con ansias que llegara este fin de semana especial, con un día más de ocio y sin escuelas de por medio. De no ser porque la escuela está rellena de decoración negrianaranjada y asustadera, compuesta por calabazas de cartulinis, cadáveres salchichosos de plastilín hechos por niños ineptos y súcubos e íncubos de papel maché (del bueno, claro está) acechando en las desembocaduras de los pasillos, no habría sabido que Halloween se celebraba este domingo.

No tenía previsto salir a la calle el día de Halloween, es más, nunca he hecho nada para celebrar ese día. Como el año pasado, me iba a incubar con mis amigos los cojines en el sofá para ver la tele y las películas de sustos que se emiten desde dentro de ella. Quería ver algo que me dejara la piel como la superficie desplumada de una gallina.

Pero la tele me traicionó de muy mala manerah y necesitaba diversión inmediata. La calle era la única alternativa, pero debía ir disfrazadə si quería cumplir con la tradición. Quise disfrazarme de ángel de las golosinas.

En el área vecinosa la puerta estaba demasiado abierta y yo no pude evitar cucarachear dentro con la intención de conseguir algo para mi disfraz. Por suerte encontré la vieja piñata nunca-abierta de la fiesta del canalla de Josuelo. Dentro había golosinas y un collar de pastillas de harina de fresa. El collar me quedaba medio perfecto, pero, cuando estaba desenredándolo para colocármelo en el cuello, me lo comí en un ÑAM, ¡AY, QUÉ RICO! y me quedé sin el ornamento primordial para mi disfraz. Eso me pasa por tener la boca muy abierta cuando exploro piñatas olvidadas.

Salí fuera de mi edificio sin collar ni disfraz. El ángel de las golosinas no iba a ser representado este año por mí…

Para mi sorpresa, después de haber esquivado cuerpos ataviados con cosas grotescas y caretas infernales, me encontré con una cara del mundo escolar. Era Maselillo y había salido a dar un paseo en esa noche de fiesta.


—¡Oh! Ho, hola… Qué sorpresa, no pensaba en verte por aquí —Maselillo se volvió pudoroso.
—Si piensas en que no vas a ver cosas entonces las verás.
—¿Ah, sí? Pues por eso estás aquí, jejeje. Oye, ¿vas a alguna parte?, porque si quieres puedes venirte conmigo. Es que estoy solo y me da un poco de vergüenza ir así si no voy con nadie.
—Clarox, iré contigo. Por cierto, me gusta tu traje de yin yang, es como un viaje de ensueño.
—Espera, ¿has dicho yin yang? Jejeje, no, es un disfraz de pierrot al estilo francés.—Ya lo sé —comuniqué al mozo monocromático—. Qué atrevido por tu parte. Pero no importa, te sienta muy bien, de verdad.
—Si tú lo dices… Gracias —sonrió Maselillo de una oreja hacia la otra—. ¿Y tú no te has querido disfrazar?
—Quería disfrazarme de ángel de las golosinas pero me comí el disfraz.

Maselillo se extrañó inevitablemente pero luego le expliqué como sucedió la tragedia con el disfraz en el área vecinosa.

La cháchara concluyó y nuestra aventura por las calles comenzó. No teníamos un destino, nos movíamos de un lado a otro sintiéndonos atraídos por los disfraces de la muchedumbre. A unos metros de la tenducha de la esquina encontramos a tres iconos de la infancia que se habían desarrollado en el ecúmeno de la clase media.


—Eh, tres niños, ¿vais disfrazados o qué?
—Sí —dijo el de la cabeza redondita y pelo castaño rubio.
—¿No es obvio que están disfrazados? —replicó Maselillo en voz BAJÍSIMA.
—Lo sé, pero es una prueba para ver si me recuerdan.
—¿Pero tú los conoces a ellos o ellos a ti?
—Mira, Maselines. Este asunto es muy complicado de entender y la fiesta de Hallowingo está hecha para el disfrute, aunque sea un poco raro celebrar esta fiesta americana en este país.
—De acuerdo. Pero Halloween es una fiesta que se puede adaptar a la cultura de cada país. Por ejemplo, esos tres niños van de los personajes de Don Quijote.
—Ya lo percibimos.

En eféctido, estaban vestidos del trío catástrofe del libro jurídico-heavy metal Don Quijote del Pringue. Curiosamente, Dulcineo iba vestido de la Dulcinea del Toscoso y Redondio y Pedro del dúo protagonista.

Para evitar que el aburrimento se nos estallarah en la cabeza nos fugamos de esa zona extraña. Lo siguiente que hallamos fue una aglomeración de cuerpos verdes muy blanditos. Eran Little Aurora y sus primos pequeños a los cuales cuidaba como si de una busy mami se tratase.


—Ay, nooooo… ¡Mnnnneeeeeeeeh! Glub, glub. ¿Por qué te, tengo que sufrir esta agonía? ¡Qui, quiero huir de mi misma pero no puedooooooo! —Little Aurora sollozaba y se humedecía su rostro sonrosado.

La Frussie, como la llamábamos en clase, le tiene pánico a las ranas. La pobre se encontraba en el dilema de su vida: estaba cubierta de su propia fobia, iba vestida de su PROPIO TEMOR. Oh, Little Aurora… So little, so llorona.

Maselillo y yo avanzamos por otros lugares donde abundaba el ambiente juvenil y desenfadado. Sin quererlo ni beberlo, el pierrot y yo nos perdimos por calles poco conocidas. Pero hubo una especie de rayo de esperanza que apareció como un tilín-tilín. Era una mujer de carnes escasas que se despendolaba bajo el cielo negro de la noche. Ella era nuestra profesora Chelo Carabanchelo, la persona ideal que nos podía guiar a nuestras casas.


—Oh, ¡hola, profe! —dije con asombro.
—¡Hola! —saludó Maselines.
—¡Pásenlo bien, pásenlo bien, mis niños, pásenlo bien! —expresó nuestra querida profesora.
—Vampiprofe, ¿puede ayudarnos a destruir un problema que nos perjudica a Maselillo y a mí?

Chelo no pudo responder porque una escandalosa oleada de gente la engulló. Desapareció con las cuatro jarras de cervezas que llevaba a sus amigos. A pesar del jaleo, Chelo se veía muy alegre vestida de vampiresa. Seguro que le salió barato el disfraz porque los colmillos no se los tuvo que comprar.

Nosotros abandonamos desconcertados el sitio repleto de sumnongles; casi no nos veíamos los pies. Pero no hicimos bien en largarnos porque luego nos perdimos aún más y anduvimos por lugares en donde los seres disfrazados eran más extraños que los de las zonas urbanas conocidas. En un rincón con UNA ESQUINA EXAGERADAMENTE PROMINENTE hizo acto de presencia un peluso muy suso.


—Buenas noches, chicos ¡chicos!
—Buenas noches —dijimos Maselillo y yo.
—Pero bueno, ¿no sabéis quién soy? ¿Acaso no se me reconoce con esta iluminación?
—No tengo ni idea de quién es usted.
—Ni yo, lo siento —se disculpó el timorato de Maselillo.
—Chicos, ¡chicos! No os preocupéis, os perdono. Yo soy el carismático Chipi Bumbunela y esta es mi plaza —comentó con tonalidad melosa el señoro.
—Ah.
—¿Ah? ¿Se te ha quedado la lengua en tu casa junto a tu disfraz, putilla? —Chipi guiñó su pequeño orificio oculare.
—¿Putilla? —dije con estupefacción.
—Mirad, chicos, estamos coleccionando huevos de colores y necesito más afiliados en mi grupo. Vosotros os podéis unir a mi club de huevones ¿Qué os parece?
—No nos apetece —respondí sabiendo que Maselillo iba a opinar lo mismo.
—Qué extraño. Hay que tener más motivación y gusto por el glamour en la vida, que si no nos pudrimos como peces en la orilla.
—A mí me chorrea glamour por todos mis poros.
—Eso es imposible, mi alma. El glamour es cosa de conejos, no sé si me entiendes —Chipi se tornó serio como un jarrón aburrido de museo.
—Creo que no.
—De todos modos, chicos, podéis pensároslo bien y decirme más adelante si queréis formar parte de mi asociación de la Pascua Gurugascua.
—Eh… sí, se lo diremos —el pequeño pierrot estaba deseando irse.
—Yo no le voy a decir nada.
—Tú lo que necesitas, mi amor, es un poco de sensaciones fuertes. Y ambos tenéis que llevar algo de plastiquito para que no os enferméis en los rincones más cochinetes de mi plaza —el tono melindroso volvió a teñir sus palabras.
—Nosotros nos vamos ya, tenemos que aplastar una calabaza.
—¿Ya? Pero, chicos ¡chicos! ¿Acaso no habéis entendido mi discurso? Estáis muy verdes en la asignatura de la vida.
—Yo no he entendido ni conejo. La próxima vez métase un huevo en la boca antes de hablar porque me genera confusiones intracraneales con sus palabras.

Yo cogí a Maselillo del brazo y nos fuimos corriendo sin que el señorcito viejoso nos pillase. Nos alejamos casi DOSCIENTOS METROS. Cuando ya no sabíamos ni en qué barrio estábamos, Maselillo sintió un temor tipo nené solo en la noshe y maldijo no tener batería en su móvil para llamar a sus padres. Eran las 00:10 de la noche.

—No pensaba alejarme tanto de casa. Creo que tenemos que pedir ayuda a algún policía.
—No, mira, ya sé en dónde estamos. Podemos coger el autobús desde aquí.

Me había guiado por la Luna, que iluminaba un punto de referencia muy valioso: El Mercamoñas. Pero la vista no era tan bonita, pues el perfil de Olga Suprema se había interpuesto entre el satélite y nuestros ojos.


—¡¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHGFFFFFFFFFFFFF!!!!

Olga Suprema soltó un tremendo alarido. Esas cosas made of pride suelen excederse con los decibelios.

—¡¡EL SUPERMERCADO ES MÍO, SOLO MÍO!!
—Tengo miedo. Vámonos de aquí cuanto antes, por favor. Mis padres tienen que estar preocupados —Maselillo temblaba como un flan de gelatina.
—La parada está cerca. En unos minutos estarás de vuelta en tu casa.

Y así fue. El autobuff no tardó en llegar y nos dejó dentro de un área conocida, en donde el pobre Maselillo pudo ir directo a su casa sin perderse. Yo hice lo mismo y llegué a mi casa a las 00:45, justo en el auge de la diversión de las fiestas para adultos que tenían lugar en establecimientos cercanos.

Ahora me voy a la camita. Esperamos que cuando nos despertemos la gente ande como siempre: tan vulgarmente vestida por las calles. Tantos disfraces y máscaras horrendas me generan un suave mal rollo interno que se retrae y retuerce, pero que no llega a doler…

Uuuh… ¡bú!, ¿no?