25 octubre 2011

Los niños R

Hola, hola de verdad.

¿Sabes qué? Hoy he tenido un valor, pero no un valor cualquiera; ¡hoy he tenido el valor de volver a la escuela! Sí, has leído bien. He ido a la escuela y he sobrevivido. ¡No he muerto ni nadax! Sin embargo, no todo fue como esperaba que fuera…

El día empezó como siempreh: Madrugué entre sábanas y cojines, dispuestə a reanudar mi rutina pausada. Un coqueto desayuno me esperaba en la cocina y yo me lo comí. Mi gato también se comió algo de por allí.

Después mi cuerpo fue autoexpulsado de mi edificio. Algunos sumnongles de otros sitios también salían de sus hogares para hacer cosas demasiado cotidianas. Fui por las calles del destino, en dirección a la casa de Papá Noel, es decir, hacia el norte. Iba esquivando farolas y papeleras con destreza peatonal mientras intentaba no pensar en NADA.

Mi cerebro travieso quería, por mi bien, ocultar cierto pensamiento que burbujeaba en mi mente. Sabía que pensar en el puto Basilión me iba a echar para atrás. Yo realmente no quería ir cagando cheches de vuelta a mi casita repleta de seguridad, yo DESEABA encontrar al nene que habló ayer por teléfono conmigou. Quería saber cómo era.


Además, mi identidad no iba a ser reconocida por nadie-nadiengue (suerte de merengue), pues cubría mi cabeza con un pañuelo y llevaba puestas unas gafas de sol graduadas súper chúper.

Cuando me planté en la acera que hay frente a los dominios de Urpia, la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar, fui corriendo like a rat a esconderme en una callejuela. Decidí que era lo mejor porque no quería que me viera toda esa muchedumbre escolar recién llegada. Opté por esperar a que todos los estudiantes se metieran dentro de la escuela para luego introducirme yo sin aglomeraciones de alumnos por todos lados.

Me senté en un saliente reposaculos que había en la fachada de un edificio justo después de haberme quitado mi querida mochila. El saber sentarme es una habilidad que tengo desde hace muchos años. Luego, con mis manos me alisé mi pañuelo para aniquilar ciertos pliegues horropantosos. No me llevó mucho tiempo, te lo aseguro.

Pasó el tiempo: un minuto, dos minutos, media hora, una hora… Sentía calor en mi cabeza de tanto esperar ahí sentadis bajo la luz matutinax. No me atrevía a entrar en la escuela, no sentía la chispa activa-piernas en mi aparato locomotor. La confusión me daba latigazos sin piedad y yo sabía que debía de ejecutar un movimiento LO ANTES POSIBLE.

—¡Ya está bien! Allá voy.

Entré a la escuela justo nueve minutos antes de que comenzara el recreo. Me daba igual lo que opinasen los sumnongles pasilleros: Mi look incognito Enigma X me protegía de los puñetazos de ese camorrista con pinchos en la cabeza. Sin embargo… Ir por los pasillos con gafas de sol no te permite ver con claridad si hay pelusas en el suelo.

Aunque mi misión era solo ir a hablar con el chico que vio a los Zipulas, quería ver de paso a Maselillo de mis amores para darle una sorpresa ¡sasasá! Miré el horario de clases y me encaminé al aula en donde mis compañeros estaban en ese instante. Pero algo me puso de los nervios y me petrifiqué como una escultura de rotonda periférica. Escuché sonidos de seres con piernas caminando por los pasillos que yo interpreté como los pasos de alguien que me perseguía para matarme. La paranoia atacaba de nuevo a mi raciocinio y no pude evitarlo. En realidad eran sonidos emitidos por alumnos inofensivos recién liberados de sus aulas.

Tras ese momento de pimiento dominado por la angustia, comencé a oír murmullos conocidos. Eran de dos compis de clase tan agradables como una toallita húmeda. Fui corriendo hacia ellos hasta encontrarlos.

—¡Maselillo, Mamá Vegas! ¡Ay, qué alegría! —gritamos de júbilo.
—Oh, eres… —dijo Maselillo perplejou.
—¡No puede ser! —dijo Mamá Vegas asombradax.
—¡Has vuelto por fin!


Maselillo, tan feliz él, se acercó a mí para abrazarme al estilu ositu ♥. Pero Mamá Vegas fue más rápida y se abalanzó sobre mi cuerpo con destreza para que no cayera al suelo ese alimento que llevaba en un platito. Ambos colisionaron delante de mí, pero finalmente consiguieron abrazarme los dos al mismo tiempo. Fue una muestra de amor liosa, divertida y con algunos besitos en la mejilla (muack).

—¡Qué chachi! Me alegra mucho que hayas vuelto, sususú —expresó emocionada.
—Lo mismo digo. Te echábamos mucho de menos —confesó con sinceridad.
—Oh, qué feliz soy ahora mismox.
—Adoro tu pañuelo, es como muy primaveral —Mamá Vegas estaba calculando el nivel de suavidad de la tela que cubría mi cabeza con las yemas de los dedos de la mano que tenía libre.
—Sí, es muy bonito, pero… ¿Por qué lo llevas puesto? —preguntó algo confundido.
—Ay, Maselines, ¿acaso no lo pillas? Voy de incógnito. No quiero que nadie me reconozca —susurré cerca de él en tono místico.
—Oh, entiendo.
—Iré así por la escuela una temporada.
—Espero que no produzca el efecto contrario —Maselillo opinó haciendo unos extraños gestos con las manos—. Casi nadie lleva pañuelo y gafas de sol a la vez por la escuela.
—Plups… Hay gente muy poco observadora que no se da cuenta de nada. Gente como Basilión.
—Sí, susususú —la sumnongle rió algo nerviosa.
—¿Y ese bizcochito delicioso, Mamá Vegas? ¿Es para mí? —cuestioné con ojos golositos sin mucha seriedad en mi voz.
—Sususú.
—¿Es para celebrar que he vuelto a la escuela? —expandí mi agujero bucal para denotar sorpresa con mi cara—. ¡Qué ricura! ¿Cómo sabíais que iba a volver hoy? Se suponía que mi regreso iba a ser una sorpresa.
—Te equivocas, esto no es para ti, amante del chocolate. Pero sí es cierto que lo he preparado por ti —rectificó Mamá Vegas, meneándose como un gusanito marino y sonriendo algo avergonzadah.
—Así es. Mamá Vegas lo hizo ayer por la noche —reafirmó el elogioso de Maselillo.
—No entender. ¿Entonces para qué o para quién has cocinado eso?
—¡Para Basilión Tronchacocos!
—¿CÓMO? —exclamé de una manera explosiva.
—¡Basilión, Basilión Tronchacocos! El que te ha amenazado —indicó Mamá Vegas, como si no la hubiera escuchado bien.
—Es un plan que hemos preparado. Creo que él pasará por aquí dentro de muy poco.
—Suena a disparate defectuoso…—el desconcierto que sentía se estaba convirtiendo en un agrio fastidio— ¡Estoy flipando!
—A ver, déjame explicarte, cariño. Este bizcocho lo he preparado para que Basilión cambie de actitud. Cuando pruebe un cachito… ¡se le alegrará el corazón ♥!
—Mamá Vegas dice que sus bizcochos son como mágicos porque mejoran el humor a aquel que se los come —explicó sonriente.
—Así es. Yo lo comprobé cuando preparé un bizcocho a mis padres. Fue un día en el que se pusieron a discutir y a discutir sin parar. ¡Yo estaba asustada! Pensaba que se iban a divorciar. Me fui corriendo a la cocina, llorando muy desconsolada, y preparé un bizcochito lo más rápido que pude y con forma de corazón. ¡Me temblaban las manos! Pero aún así lo hice —Mamá Vegas relataba su experiencia de una manera muy vivaz—. Luego, cuando ya estaba hecho, le ofrecí un trocito a cada uno para que se lo comieran. No estaba frío todavía ¡pero es que estaba desesperada! No podía permitir que el amor de mis padres pereciera con una riña.
—¿Y qué pasó?
—Pues que dejaron de estar enfadados el uno con el otro y se dieron un besito. Y por la noche, cuando yo ya estaba en la cama, oí sonidos de amor que venían desde su dormitorio, sususú. Me ruboricé un poco.
—¿Le pones afrodisiaco al mejunje de huevos batidos?
—Silencio, que ya viene —advirtió Maselillo.
—Joder. Esto era lo que quería evitar a toda costa. Maldita sea —refunfuñé.
—Tranqui, ya verás que funciona. Cuando lo pruebe, Basilión querrá darte un abrazo —aseguró mi compi haciendo un guiño de mariposa—. El problema es que no he traído cuchillo para cortar el bizcocho; ya sabéis que están prohibidos.
—Para mí eso es un alivio, nena...

Sin quererlo lo más mínimo y sin poderlo evitar, el malvado Basilión pasó perpendicularmente por donde estábamos nosotros tres justo cuando sonaba la alarma del inicio del recreo. Yo me quedé en silencio espectral sin moverme lo más mínimus. Sentía una extraña turbación, mezclada con miedo y enfado. Parecía que mis amigos me habían traicionado tendiéndome una trampa, pero en realidad solo pretendían ayudarme de una manera muy… inusitadax.

—Yo… yo hago como que no estoy. Joder, no puedo ni moverme del miedo que siento —comuniqué a regañamuelas—. Esto… Esto no era lo que quería, demonios.
—Cálmate —Maselillo posó su manita gentil en mi hombro para transmitirme tranquilidad pero NO FUNCIONÓ.

Mamá Vegas escuchó levantó el plato con las dos manos y Maselillo se colocó delante de mí para ocultar mi acojonada silueta. Sinceramente, no me sentía nada seguris…

—¡Buenos días, Basilión! ¿Qué tal estás hoy?
—Cállate la boca.
—Uy, Basilión —Mamá Vegas se sintió intimidada por la voz brusca de Basilión—. Emm… Noto que estás un poco tenso, ¿no? Por eso te he preparado este delicioso bizcocho de chocolate solo para ti. Anda, coge un…
—¿Qué te pasa, gorda asquerosa? ¿Me quieres tocar los cojones? —preguntó irritado.
—No, no, ¡en absoluto! Solo quiero que le des un bocado al bizcochito, está de rechupete.
—¿Por qué no lo pruebas tú, jodida plasta?
— Emm, claro. Probémoslo los dos…—propuso Mamá Vegas con retraimiento.
—¿Esta mariconada se come? —cuestionó refiriéndose al pequeño angelito decorativo del bizcocho que cogió con su mano.
—Sí, es de pasta de… pasta de azúcar.
—Abre la boca —ordenó Basilión con una sonrisa malévola.


—Eres una mamavergas, ¿verdad? —Basilión le introdujo el angelito de pasta de azúcar en su boca pero sin soltarlo y sin parar de sonreír. Lo metía y sacaba con suavidad como si fuera un penecillo, simulando una especie de deshonrosa irrumación—. Mamavergas, ese es tu nombre, gorda asquerosa. Chupa, Mamavergas, chupa.
—¡Por favor, ya! —intervino el tembloroso Maselillo, muy indignado por ver a su amiga siendo humillada.
—¿Qué?
—He sido yo. Es que… no aguanto el calor —mentí al decir que fui yo la persona que se quejó. Lo hice por el SUPREMO BIEN de nosotros tres.
—¿Me estáis tomando el pelo o qué, hijos de puta? —preguntó después de haber tirado al suelo el bizcocho que Mamá Vegas tenía en el plato.
—No, no, no —dijimos Maselillo y yo. Quise hacer un chiste sobre el inexistente pelo de Basilión pero no quería que me reventaran el craneo~.
—¿Tú quién eres? —preguntó mosqueadox.
—Soy… soy Perle de Laverne. Estudiante de intercambio de un bonito lugar —mentí nuevamente.
—Quítate el trapo ese que tienes en la cabeza.
—No, que estoy despeinad…
—¡Quítatelo, coño!

Basilión me arrebató el pañuelo y un poquito de dignidad en un abrir y cerrar de válvulas. Yo pensaba con muchísimo temor que era el fin de mi vidah, pero parecía ser que la peluca castaño-rojiza de pelo real que llevaba justo debajo del pañuelo contribuía a preservar mi identidad. Sin embargo, aún quedaban las gafas, y tras de ellas tenía mis ojos, ¡mis ojos de verdad!


—Por favor, no me hagas daño —supliqué.
—Quítate las gafas.
—No, no, eso sí que no va a poder ser. Lo siento, no puedo…
—¡Quítatelas! —Basilión se impacientaba. Acercó su mano para arrebatarme mis gafas.
—¡Cuidado, que tiene conjuntivitis! —alertó Maselillo usando su ingenio en el momento oportuno.
—¡Tapaos los ojos! —Mamá Vegas, que había vuelto en sí, siguió con el paripé.
—Puaj, qué asco. ¿Qué mierda tienes en los ojos?
—Conjuntivitis. Por favor, no se lo digas a nadie, que es muy contagioso si no llevo puestas las gafas —imploré con voz llorosa para darle más credibilidad a la mentirijilla maselillosa—. La gente se alejará de mí.
—Qué guarrada —Basilión arrojó con rabia mi pañuelo al suelo sin entender muy bien lo que acababa de oír y retrocedió unos pasos—. Muérete y no me toques… Putos enfermos…

El matón del instituto se fue asqueado por el pasillo caminando un poco más acelerado que antes. Mamá Vegas, Maselillo y yo estuvimos callados durante unos segundos sin saber cómo reaccionar. Decidí disipar el silencio con un comentario lleno de paz de balneario.

—Bueno… Ya se acabó la tragedia. Hemos sobrevividox y no nos hemos meado encima. Aunque me tiemblas las piernitas, eso sí… Ah, Maselillo, ¡lo de la conjuntivitis fue conjonudo!
—Gracias, se me ocurrió de repente. Lo de la peluca no me lo esperaba, ¡ha sido un puntazo!
—Es que anoche soñé con un bisoñé y me dio una gran idea. Ya sabes, siempre es mejor ser doble precavidə.
—Desde luego —Maselillo se giró para contemplar a nuestra amiga, que recogía y sacudía el bizcocho , el angelito y sus corazoncitos para colocarlo todo encima de su platete— ¿Mamá Vegas, estás bien?
—Estoy destrozada.
—Ay, pobrecita.
—De verdad quise ayudarte cuando Basilión estaba haciendo esa tontería contigo, pero… no tuve valor —confesó Maselillo avergonzadou.
—Lo entiendo, Maselillo, hiciste bien… —la comprensiva Mamá Vegas sonrió con tristeza—. Ese monstruo espantoso ha mancillado mi nombre. También ha tirado mi bizcocho al suelo, pero…, lo del nombre… eso sí que me ha dolido… ¡Yo no soy Mamavergas!
—Lo siento mucho. Tú eres Mamá Vegas y lo serás siempre.
—Ese insulto no es muy popular por aquí. No creo que nadie más te llame así.
—Gracias, chicos, por vuestro apoyo. Ahora si no os importa me voy a ir al baño a llorar un rato. Necesito estar sola…
—Mamá Vegas… Quédate con nosotros. Buscaremos a Little Aurora y juntos te animaremos —recomendó Maselillo tocándole el brazo con ternura de bebé.
—Mejor después, necesito soledad, ¿vale?
—Vale.
— Mamá Vegas, eres tan maravillosa como un castillo de dulce chocolate. Te agradeceré eternamente esto tan hermoso que has hecho por mí. Ha sido estupendo~ —declaré mientras hacía una reverencia, justo después de haberme colocado el pañuelo y las gafas.
—De nada. Por mis amigos hago lo que sea. Si no os importa, me gustaría comerme todo este bizcocho yo sola. A ver si me recupero porque no quiero tener ansiedad… —dijo sin mirarnos a nosotros con sus ojos humedecidos por la pena.
—¡Claro! Que aproveche.
—¡Y ánimo!

La entristecida Mama Vegas recorrió en penitencia el trayecto hacia el baño más cercano. Estaba dolida...

—Creo que… a pesar de todo este horror… me siento algo bien. Siento como que Basilión no querrá ningún contacto con mi cuerpecito enfermizo. Creo que mi pañuelo, mis gafas y mi peluca han servido de algo, aparte de vuestra ayuda.
—Sí, pero nos ha salido el tiro por la culata y Mamá Vegas está hecha polvo.
—Lo sé, pero al menos no ha sido sentenciada como yo. Ahora tengo ganas de hacerle un pastelito como agradecimientox.
—Estaría bien… Pero lo que más me gustaría es que no hubiera ningún tipo de violencia. No soporto ver a nadie sufrir —expresó Maselillo desanimado.
—En esta escuela eso es imposible… —dije sonando muy lúgubre. Luego me acordé de algo très important—. Ay, Maselillo, ¡vamos! He quedado con el chico de la maquina amarilla a la hora del recreo, entre las aulas 077 y 078.
—¿Cómo? ¿Quién? —Maselillo, anodadado, no se enteraba de la misa la mitad.
—Uno de los cuatro niños que han visto a los Zipulas y que saben dónde viven. Espero que no sea un jodido bromista del culo. ¡Venga, síguemex!

No hubo más explicaciones, no hubo más datos. Maselillo y yo corrimos como jamelgos tico-tico en busca del pequeño sumnongle. Era mi ansiado momento, ¡el momento de resolver el misterio! Ya no podía pensar ni en bullying, ni en Basilión, ni en los putos monstruos que lo trajeron a este mundo.

Ya en la planta baja, nos íbamos guiando por los cartelitos para encontrar en ese laberinto el lugar deseado. Pero un pequeño obstáculo tóxico y colorido nos retrasó un poco. Se trataba del indeseable de Gleo Cianea.

—Oye, ¿crees que el niño de la máquina amarilla esa seguirá allí? —preguntó el sumnongle a unos escasos metros de Gleo, que había escuchado sus palabras.
—Oh, ¿vais a ir a ver al cerdo en su pocilga?
—¿A quién? —cuestioné sin querer cuestionar nadita.
—¡A Asimetrio, el de la máquina amarilla! —dijo sorprendido—. ¿Quién va a ser si no?
—Pues sí… Vamos a verlo —respondí extrañadis.
—Ese maldito cochino ha dejado el pasillo lleno de guarrerías, jijiji. Le he hecho varias fotos para que toda la escuela sepa lo cerdo que es.
—Te van a dar el Premio Pulitzetzer del cotilleo.

Quise seguir avanzando pero Gleo me analizó con la mirada, sonriendo como un sapo engreído del inframundo. Me detuve para escuchar lo que iba a decir.


—Mmmm…Tú y yo nos conocemos de algo, ¿a que sí?
—Emm… Creo que no —respondí ocultando la verdad.
—Sí te conozco, idiota, que con esas gafas y ese pañuelito de muñeca no me engañas —afirmó el insolente Gleo—. Tu voz rara y esa mochila fea que llevas son cosas que solo tienes tú, jijiji.
—Mofletes —dije así sin más. Sentía una decepción por mi look de incógnito porque no había conseguido engañar a ese niñatox, y eso me flufleaba la mente.
—Chaval, debes de ser más respetuoso con la gente —aconsejó Maselillo.
—La gente que da asco no merece ni vivir. Y tú hueles fatal, hueles como a sudor de sobaco —confesó a Maselillo con cara de vomitador y luego dirigió sus palabras a mí—. Y tú también, que quede claro.
—Te estás portando muy mal, ¿eh?
—Maselillo, no seas tan transigente. A estos mocosos de mierda les va la marcha —expliqué al manso de mi amigo, que no sabía odiar como es debido— ¡Vete al infierno, pólipo venenoso que me estás mareando!
—¡Por aquí no vais a pasar! —Gleo se colocó desafiante con los brazos abiertos en plan espantapájaros.
—Cuidado, no lo toques que es urticantex —retuve a Maselillo para que no se anduviese cerca de Gleo.
—¿En serio?
—Sí. Tócame y te saldrán unas ronchacas con aspecto de salsa boloñesa, jijiji.
—Eso es terrible —dijo espantadoh.
—Eso es terrible ♪, eso es terrible ♪, jijiji… Cobarde. ¡Qué pelo tan feo tienes! —gritó Gleo con ganas de ofender.
—Por favor, escucha. Hemos quedado con ese Asimetrio y nos está esperando. No queremos malos rollos contigo —Maselillo iba de pacifista, pero no le salía bien~.
—Pues pagadme sí o sí unos… seis eurillos cada uno o si no, no pasáis.
—Mejor te tragas mi saliva caliente —intimidé al nene haciéndole ver mi deliciosa saliva a través de mis morritos.
—¡Aahg, qué guarrada! ¡NI SE TE OCURRA!

Gleo huyó de mí como si tuviera un ácido corrosivo en la boca. Se fue casi al final del pasillo, dejándonos el paso libre.

—Chusma, voy a contar a toda la escuela que os enrolláis en la tercera planta todos los días, ¡hala!—avisó Gleo mientras parecía escribir algo en su móvil.
—¿Cómo? Si no sabes cómo nos llamamos.
—¡Trululín!—la vil cámara de su móvil nos sacó una foto traicionera—. Esta foto me vale. Adiós asquerosos.

Maselillo no parecía haber pasado un buen rato. Era la primera vez que hablaba con Gleo y ya lo había humillado de un modo u otrox. Yo le animé con unos ondulantes movimientos de brazos y le dije que no se preocupara de nada, que el chisme de Gleo no iba a interesar a nadie. Maselillo y yo no somos famosos, (jo…).

¿Por qué suelo toparme con Gleo después de haber encontrado a Basilión? Joder, las desgracias nunca vienen solas…

Continuamos nuestro camino, enfadados con nosotros mismos por haber perdido un tiempo tan valioso como los taconazos de una princesa. Pero, de todos modos, conseguimos llegar hasta aquel niño: El niño que conoce a los Zipulas. Sin embargo, me llevé una extraña impresiong… Parecía un poco raruso.


—Hola, niño. ¿Eres Asimetrio? —pregunté dulcemente y con cierta inseguridad.
Guaueh.
—¿Lo eres? —insistí.
—Sí, soy yo, soy yo, ¡Asimetrio Cucurpero soy yo, yo, yo! —dijo el sumnongle contento.
—¡Genial! Ayer me llamaste por teléfono. Habíamos quedado hoy aquí para hablar del tema de los enanitos del parque. ¿Te acuerdas?
—Sí. Pipí, pipó.
—¡Guay! Pues…
—Oye, creo que este niño tiene… una discapacidad —susurró Maselillo a mi oído, perplejo— ¿De verdad fue él quién te llamó?
—No lo sé, pero tiene el chisme amarillo y está en el lugar acordado. ¡Tiene que ser él! —yo no entendía ese extraño comportamiento del niño y temía que fuera otro maldito bromista aniquila-ilusiones.
—Yo soy Asimetrio y este es mi quesito, güeoué.
—Déjame ver bien tu quesito.

Asimetrio se acercó a nosotros para mostrarnos lo que llevaba en el pecho. Examinamos ese dispositivo amarillo al que él llamaba quesito. Tenía un cable que se conectaba a su cabeza y una pequeña pantalla que indicaba que Asimetrio iba a tener un momento de lucidez dentro de ocho minutos.

—Creo que esto lo explica todo, aunque no me entero mucho, cucurucho.
—Me da a mí que Asimetrio tiene momentos en donde es más listo y otros en donde no lo es tanto. —dedujo Maselillo.

Después de elaborar varias hipótesis mientras Asimetrio restregaba una sustancia repugnante y de origen desconocido por la pared, Maselillo y yo decidimos amistarnos con él para hacerlo todo más ameno.

—Cuéntame, querido, ¿esto de manchar las paredes con ese potingue raro es tu hobby o son deberes de clase? —pregunté con delicadeza tras sentarme en el suelo, cerca del cubo de basura.
—¡¡GUAAAAUAAAAAAAAUUUUAAGAAAAAAAJJJJ!! —vociferó cual alimaña endemoniadax.
—Entiendo...
—¿Por qué tiene un gorrito extraño con una banderita con la letra R? —preguntó en voz baja mi amigo.
—Si no me equivocox, es uno de esos gorritos para identificar a los niños considerados especiales de la escuela. Es algo que Urpia ha pedido que se haga.
—¿Especiales? ¿Y qué significa la R?
—Según ha dicho la directora, es la R de requetespeciales, pero eso nadie se lo cree. Para mí que es R de retrasados
—No puede ser, ¡eso es indignante!
—Ya ves…—luego contemplé al pequeño artista y decidí preguntarle algo para simpatizar con él—. Ey, Asimetrio, dime un color del uno al diez.
—¿Eh?
—Esta de aquí arribabababababa es la profesora Julia, la de las ceras de colores. Este de aquí abajo es… ¡ES! Es Jacobo, el de la plagastilina —el niño prefirió esclarecer quiénes eran las personas retratadas.
—Interesante —dije como respuesta a Asimetrio, que me estaba pareciendo muy adorablex—. Maselillo, ¿lo adoptamos? A mí me hace gracia.
—¿Adoptarlo? —preguntó anonadado.
—Sí, pero tenemos que alejarlo de los pringues y la basura. Me gustaría que hiciese papiroflexia, que no mancha, excepto si usas pegamento, dubidú.
—Yo preferiría ponerle unos zapatitos; el pobre va descalzo.
—¿Zapatos?, ¿zapatos? ¿Dónde zapatos están? —mirándose sus pies calcetinados, Asimetrio se sorprendió por no llevar calzado.
—No saber. ¿Los habrás tirado a la basura?
—¡¡GUAUAUSUUUAAAAAAAAAAAUUUG!! —gritó a mi oído sin venir a cuento…
—¡Deja de gritarme! —parecía que comunicarse con Asimetrio iba a ser más difícil que asesinar a puñaladas a un ventilador en funcionamiento.

El recreo se iba consumiendo lentamente, y yo, aunque estaba disfrutando de un buen ratito de diversión, deseaba hablar con el Asimetrio cuerdo. Esperaba pacientemente pero a veces temía que todo fuera un fraude y que el asimétrico de Asimetrio no fuera una persona cabal. Pero no fue así, afortunadamente, baby~.

—¿Eh?, ¿otra vez con esta sustancia? ¿Qué demonios es? —el niño tocaba la viscosidad de sus dedos después de haber recuperado el raciocinio.
—¡Ya ha empezado su momento de lucidez! ¡Aprovecha!
—¡Asimetrio, por fin! Pensaba que todo esto era una broma, pero no, no, nopo —me arrodillé ante él como si el niño fuera un ansiadísimo regalo de cumpleaños que deseaba abrir—. Te vuelves cuerdo en el momento que indica la maquinita esa. ¡Fantástico! Yo hablé contigo por teléfono ayer. ¿Has cogido tú uno de esos papelitos que he dejado en los tablones de anuncios, verdad? Bueno, voy al grano: Dime, ¿dónde has visto a los Zipulas, dónde viven y qué te hicieron? ¿Cómo fue todo? Relata tu vivencia con todo detalle.
—Yo, es que… verás… no puedo más, no puedo con este pringue asqueroso… Mi enfermedad no me deja razonar cuando dejo de ser mi yo normal. ¡No quiero hacer guarrerías! —dijo el chavalín conmocionado.
—Comprendo, sí. Pero cuéntame algo. Háblame de los Zipulas, ¡por favor! —yo iba a EXPLOTAR por la intrigah.
—Vale, vale, no me agobies —el niño miró a la pared de enfrente mientras rememoraba—. Fue hace tres años. Estaba en el parque con mis tíos, y… en un descuido por parte de ellos me fui, persiguiendo una paloma… Acabé detrás de una gran maceta y luego sentí como un mareo. Los Zipulas fueron a por mí en ese instante. Había uno vestido de rojo, uno de turquesa, uno de verde y otro de morado.
—¿Morado?
—Sí, sí. Me llevaron a una especie de sitio circular, rodeado por árboles. Luego… todo se quedó oscuro, ¡yo estaba aturdido y no sabía por qué! —Asimetrio narraba sintiendo ese miedo que vivió—. Acabé en una extraña habitación que parecía estar bajo tierra. Estaba vacía pero tenía una puerta. Yo estaba tirado en el suelo, boca arriba. Y luego… me tocaron en la cara y… en mis partes. Pero pude hacer algo… ¡Pude atacar! Me volví loco, muy loco y me puse a gritar y a gritar. Ellos intentaron retenerme, pero no… no lo consiguieron. Algo extraño pasó y… salí por donde entré. Me tiré al suelo del parque y pedí auxilio. Vinieron a rescatarme y ahí acabó todo.
—¿Ya? Necesito más datos, intenta acordarte —insté con ganas de saber más.
—Por favor, para, ¡PARAAA! Tengo miedo, ¡tengo ansiedad! No quiero que me hagan daño, no quiero esta enfermedad, no quiero que se aprovechen de mí —Asimetrio no aguantaba más.
—Yo… sí… pero…
—¡QUIERO QUE ME DEJEN EN PAZ! ¡NO QUIERO SER UN NIÑO R! ¡QUIERO SER NORMAAAL! ¡¡GUAAAAAAAAAAHRRRGG!!

El pobre e intranquilo Asimetrio iba a implosionar. Nosotros pudimos captar su agonía mental desde muy cerca.


—¿Qué he hecho? ¡Le he volatilizado la felicidad! —me llevé las manos a la cara, me sentía súper culpableh.
—¡No le digas nada más! —pidió el preocupado Maselillo.

Intentamos tranquilizar al sumnongle con técnicas mixtas de payaso y niñera, pero no hizo falta; Asimetrio volvió a su estado de entrañable demencia. Su máquina emitió un breve sonido indicando el cambio de comportamiento.

—¿Guaoguauah? —preguntó como si se hubiera despertado de un extraño sueño.
—¡Asimetrio! ¿Estás bien?, ¿estás más aliviado? Lo siento mucho, de veras…
—¡¡VOY A DIBUJAR A UN PERROOOOOOO!! —gritó felizmente.
—Uy, déjame ver… ¡No te muevas! —dije mientras intentaba parar al chiquillo revoltozzo— ¿Cómo? ¡Su próximo momento de lucidez será en abril del año que viene!, ¡no podemos esperar tanto!
—¡Desiste ya! El pobre crío no te va a poder decir más cosas sobre esos acosadores. No se lo hagas recordar más, por favor. —Maselillo mostró un semblante triste para hacerme ver lo que era lo más apropiado para el pequeño sumnongle.
—Está bien, Maselines…—acepté de mala gana renunciar a mi misión de ordeñarle información a Asimetrio sobre los Zipulas.
—¡¡PERROS PEGADOS EN LA PAREEEEEEEEEEEEEEEEEED!! —gritó felizmente, sacando de su alejada mochila el oloroso mejunje guarrete que llevaba dentro para seguir pintando en la pared.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo una voz al fondo de un pasillo.

Un profesor misterioso, cuyo rostro no pudimos ver, se acercaba alarmado por el escándalo que habíamos montado. Maselillo y yo optamos por huir para no meternos en problemas, dejando al nuevamente alegre Asimetrio haciendo de las suyas.

No conseguimos saber todo lo que queríamos saber (jolines…), pero valió la pena haber escuchado el testimonio de ese niño. Ahora sabemos que hay… ¡cuatro puñeteros Zipulas! Y que además tienen una especie de guarida debajo de un área circular dentro del parque de Maraguarrada. La Liga Antipedo tiene que hacer una exhaustiva investigación sobre esto. ¡Quiero encontrar la verdad y quiero encontrar a Poesía!

Esto, chiqui, ha sido lo más interesante de este martes. No ocurrieron otros eventos fascinantes después de todo este dramón. Además, yo me escondí en un huequito especial y no fui a ninguna clase durante toda la jornadah. Está mal, sí, pero no tenía ganas.

Ahora estoy en casa, con mi gato, escribiendo las últimas palabras de esta entrada en el salón. Que sepas que el hechizo chapucero que hice con una vela violeta para maldecir a Basilión no sirvió de nada, aparentemente. Pero he de decir que mi look pañuelo + peluca + gafas ha conseguido ocultar mi identidad, más o menos, delante de ese canalla pinchudo. Lo seguiré llevando porque le sigo teniendo miedou y no quiero arriesgarme a recibir un puñetazo como aquel que le dio a Blas Guijo…

Bueno, aquí se acaba esto. Le deseo buena suerte y felicidad a Mamá Vegas y a Asimetrio, y todo lo contrario a Basilión y al repulsivo de Gleo. Ah, y si ese niñato ponzoñoso consigue extender ese estúpido rumour de amour por la escuela, lo tiraré a la cámara de la Mentira para que vomite la verdad, si es que la cosa empieza a perjudicarme.

Uff, que me enrollo otra vez. Bye, bye, pollo con sabor a pez .

24 octubre 2011

Tortillas espaciales

Saludos desde Villaflopio del Escaramujo.

¿Sabes?, esta mañana ha sido aburrida y fea. Madrugué como de costumbre y me puse a ver la tele en el sofá. Los dibujos animados matutinos hacían movimientos que mi mente no conseguía comprender. Yo no quería pensar, porque si pensaba iba a ser consciente de ciertas cosas y me iba a sentir CULPABLE por no ir a clase, y yo ya no soporto más culpabilidad.

Me castigué dándome cojinazos en la cara por ser tan cobardex, pero no conseguí cambiar mi actitud. Sin desearlo lo más mínimo, me imaginaba al Tronchacocos esperándome en la escuela con ganas de hacerme un cráter en mi calavera.

«Ahora debe de estar empezando el recreo… Si de verdad se ha quedado con mi cara, ahora mismo estará buscándome por el patio. ¡Qué ansiedad de sardina tan inaguantable!», pensé.

Estuve a punto de gritar como un trenecito de vapor acojonado, pero el titirití ♪ de mi móvil me frenó en seco. Alguien me estaba llamando.

—¿Sí? Pregunté al descolgar mi teléfono móvil.

Por unos segundos solo se oía un vocerío escandaloso y un murmullo acompañado de risitas traviesas.

—¿Hola? ¿Quién me llama?
—Cómeme… Cómeme el calamar con mayonesa —murmuró una voz masculina y joven.
—¿Perdong?
—¡Qué te comas todo mi cipoteee!, ¡jajajajaja! —gritó el sumnongle eufórico.
—¡Yo solo me como el cipote de tu padre cuando tú no estás en casa! —respondí sagazmente.
—¿Qué dices, gilipollas? —preguntó con una voz estúpida.

No pude tolerar más tonterías y colgué, COLGUÉ POR LO SANO. El sumnongle volvió a llamar unos quince segundos después pero ignoré sabiamente su llamada. Estaba claro que este chaval me llamaba desde la escuela. Apuesto mis pulmones a que cogió mi número del cartelito que puse en el tablón de corcho de la planta baja.

Mi gato Perseo, que estaba pensando en los rombos de la pared, apareció en el salón. Su presencia gatuna me hizo aliviar el ligero enfado que sentía. ¿Fue muy estúpido por mi parte exponer mi número de teléfono a la vista de todos en un colegio lleno de bromistas? Me da igual lo que digas, grites o gimas; yo quiero que me llamen esos cuatro niños que han visto a los Zipulas.

Luego, el teléfono volvió a sonar.


—Dígame.
—Jijijiji —una vocecilla delicada y femenina rió al otro lado del teléfono. También se oían ruidos escolares en esta llamada.
—¿Quién eres? —pregunté con seriedad.
—Hola, yo he visto a los zipulas, jijijiji —confesó sin sonar muy convincente.
—Oh… ¿Sí? ¿Hablas en serio?
—¡Sí, sí! Escucha, escucha.
—Escucho —dije extrañadis.
—Prrrrfffffffffff.
—¿Cómo?
—Prrrrrrfffffffffffffffffffff, prrrrrffffffffffffff —la niña hacía flatulencias con la boca.
—Pedorretas guarretas.
—¡Cuidado! Usted ha entrado en una habitación llena de pedos. ¡Abra las ventanas si quiere sobrevivir!, jijijijiji —la chica recitaba sus tonterías entre risas de petarda patética. Otras risas femeninas se oían de fondo.
—Ojalá que tu corazón se tire un pedo para que abandones para siempre este mundo cruel… —expresé completamente desanimadә antes de colgar.

Me llené de furia y frustración y salí corriendo a mi habitación. Me lancé a mi cama como si fuera un escalope caído del cielou. Aplasté mi cara en mi almohada y lloré y lloré. Ella absorbió cual esponja toda la tristeza líquida que salía de mis ojos.

—¿Hoy es el día de las bromas telefónicas? —pregunté a mi edredón inerte—. ¿Por qué me sale todo tan malmarrucho? Yo solo quiero que me ayuden a encontrar a los Zipulas. Quiero mostrar a la gente lo asquerosos que son.

Maldecía entre sollozos a esos niñatos de mi escuela. Temía que una avalancha de llamadas jocosas iba a amargarme la vida a partir de hoy.

Una vez más, volvió a sonar mi teléfono móvil. Fui a buscarlo al salón apresuradamente para apagarlo, pero… decidí cogerlo justo cuando la melodía iba a finalizar. Según la pantalla de mi móvil, que es muy sincerax, el sumnongle que me llamaba no era ninguno de los que me habían llamado antes.

—¿Dígame?
—Eh… Hola—saludó una voz trémula de niño.
—¿Quién eres? —cuestionó mi boca intrigada.
—Yo… Bueno… Yo soy un chico que… Un chico que ha visto a los enanitos de Maraguarrada.
—¿De verdad?, ¿o es una estúpida broma de bufón jubilado?
—¡De verdad, de verdad! Fue hace tres años, en el 2008. Un enano cabezón con bigote que vestía de color rojo me… me tocó en donde no se debe tocar —explicó el chaval con pudor de vestuario.
—¿Con bigote y rojo?… Ese es el repugnante Zipula Carmesí —informé con los ojos bien abiertos.
—¿Así que se llama así? Pues ese sinvergüenza me hizo pasar un mal rato. Aún lo recuerdo como si fuera ayer —confesó demostrando asco en sus palabras.
—¿Pero cómo fue y dónde? Necesito información para evitar que esos canallas sigan manoseando carne infantil —pregunté al chaval. Me costaba salir de mi asombrox.
—Fue en una especie de habitación subterránea. Se aprovechó de un defecto que tengo para retenerme en ese lugar y hacerme… hacerme eso que me hizo.
—¿Pero qué te hizo y dónde está esa habitación subterránea? ¿CÓMO LLEGASTE A ELLA? —cuestioné insistentemente.
—Ahora no tengo tiempo para contarlo. ¿Estudias en la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar, verdad? —el chico parecía nervioso.
—¡Sí, sí!
—Si quedas conmigo mañana, martes, a la hora del recreo, en la planta baja, entre las aulas 077 y 078, donde hay un cartel enorme que dice ¡NO! te lo cuento todo.
—¿Mañana? De acuerdo… Mañana entonces —confirmé tras un breve momento de turbación.
—Me reconocerás fácilmente por la máquina amarilla y redonda que llevo siempre en mi pecho. Ahora te tengo que dejar —dijo el chaval apresuradou.
—Esta bien, pero, ¿cómo te llamas?

La llamada acabó, así de sopetón. El niño no se identificó y yo me quedé con las ganas de saber más y más. Pero daba igual, estábamos al 98,4558281023% seguros de que era él, uno de los cuatro niños de los que me habló Elsa Arrarra.

Por fin han visto mi número en el cartelito de color limón radiactivo ¡Por fin ha llamado uno de ellos! Creo que he avanzado un poco más en mi búsqueda de la guarida Zipula.

Mi cuerpo entusiasmado comenzó a bailar como una pimentona de Alburquerque. La movidita fiesta de la fruta me dejó unas estúpidas pero ligeras agujetas en ciertas partes de mi anatomía, pero no pudieron parar mi danza casera de la felicidad.

La misión Jesusito empezará mañana.


Dejad que los cuatro niños que saben dónde está el escondite de los Zipulas se acerquen a mí (qué irónico, suena un poco dedófilus…).

—Estoy tan feliz, tan feliz que me he olvidado de lo de Basilión. Y ahora… ¡voy a ordenar mi habitación! —grité al aire mientras mi gato me observaba desde la puerta.

Moviendo cosas por aquí y recolocando cosas por allá encontré ciertos libros de mi infancia de azúcar. Estaban detrás de algo que estaba delante.

—Mira, Perseo, casi me había olvidado de ellors —cogí mis libros con cuidadín y los dispuse encima de mi cama recién hecha—. Cuando estoy alegre a veces me dan ganas de ordenar y limpiar mis aposentos, como ahora. Y a veces, cuando lo hago, encuentro tesoros del pasado.

Esos libros eran cinco, como las esquinas de un pentagonete neptuniano~. Son de la editorial Léaselo ediciones S.A., como los tres libros que tengo de la Escarabaja Simpática. Forman parte de una serie de libros llamada Cuentos del Mago Insomne. Lo siento, pero solo tengo estos…

Miradlos.


Cinco cuentos son cinco mundos que descubrir. Son únicos, están escritos con una letra grandota de hipermétrope y huelen a papel. Me los he leído todos y cada uno de ellos tiene moraleja aseguradah. Mi preferido sin duda es el de Las aventuras de Ains y Snía. Es muy especial y espacial.

Como tengo tiempo libre, he decidido capturar algunas de las ilustraciones de ese cuento para enseñároslas. Voy a mostrar también trozos de la historia, porque es muy bonita y creo que casi nadie sabe que existe. Este cuento no debe ser olvidadou, así que os lo voy a contar resumidamente:

____________

En la cima de lo invisible se halla la morada de la bruja castigada. Por sus maldades ella fue desterrada en un lugar que nunca ha sido dibujado en un mapa. Su imagen ya no perdura en la memoria de ninguna persona viviente.

Aún así, ella vive feliz. En la soledad goza de dicha y paz.

Un día, antes de almorzar, a la bruja se le ocurrió preparar un plato peculiar: Una deliciosa tortilla espacial.

Con huevos aovados durante la noche, patatas del abismo, polvo de estrellas y la energía del suspiro de un fantasma, la bruja castigada cocinó su tortilla espacial.

Antes de darle la vuelta al alimento, inesperadamente la tortilla alzó el vuelo. Había adquirido vida y la habilidad de flotar. También había ganado un rostro humano de semblante triste.



—¿Qué es esto?, ¿qué es lo que he creado? —preguntó la bruja sorprendida.

Respirando con lentitud, la bruja recobró la calma y miró a la tortilla espacial. Flotaba siempre en el mismo sitio.


Ains… —dijo la aflijida la tortilla.
—¿Puedes hablar, hija mía?
—Ains…

La bruja castigada es curiosa como nadie y no tolera no comprender nada. Se quedó con la triste y dócil tortilla espacial para analizarla y entenderla. La llamó Ains por ser la única palabra que pronunciaba.

Sin embargo, no duró mucho la paz para la bruja castigada. La convivencia con Ains era difícil; esta nunca paraba de quejarse con su singular ''ains''…



—Ains…
—Calla, Ains, calla de una vez.
—Ains, ains, ains…
—Eres fascinante, Ains, pero se me está agotando la paciencia.
—Ains, ains, ainssssss…
—¡Fuera de aquí! ¡Vete lejos o te comeré!

La paciencia de la bruja se agotó por completo. Ains ascendió unos cien metros alejándose así de la bruja castigada. Se sintió tan sola e incomprendida que de su boca azul comenzaron a brotar muchos más ains que antes. La bruja enfureció.

—¡No puedo más! ¡QUE VUELVA EL SILENCIO!

La bruja hizo uso de sus sortilegios, pero ninguno hizo callar a Ains. La magia no podía con ella. Pero la bruja castigada no estaba falta de perspicacia… Su sabiduría adormecida le obsequió con una idea excelente. Iba a crear una tortilla espacial que anulara el poder de Ains por completo.

Con huevos aovados durante el día, patatas de la cumbre, polvo de estrellas y la energía de la risa de un hada, la bruja castigada cocinó otra tortilla espacial.

Como era de esperar, de tal combinación de ingredientes se originó una nueva vida.



—Snía.

La bruja usó a la obediente tortilla espacial Snía, que así la llamó por ser la única palabra que pronunciaba, para derrotar a Ains. Snía era risueña y jovial, justo lo contrario a la tortilla espacial celeste.

—Snía, quiero que con tu felicidad disuelvas el acongojado espíritu de Ains. ¡Quiero que la hagas desaparecer! —gritó la bruja castigada, señalando a su odiada creación—. ¡No puedo soportar oír esos "ains" todo el rato! Snía, cumple con tu cometido.


—Snía —dijo la tortilla espacial rosa en señal de afirmación.

Snía flotó hacia arriba, llegó hasta donde la triste Ains se quejaba y allí se quedó. Ains y Snía se miraron a los ojos durante un rato y conectaron sus almas. Snía no podía destruir a Ains: se había enamorado de ella.

—Snía, ¿qué haces? ¡Acaba con ella u os comeré a las dos! —espetó la bruja castigada desde abajo.

Ains y Snía se libraron del miedo y de la sumisión a la bruja. Ains y Snía huyeron de sus dominios y volaron más allá de las fronteras de lo desconocido.

Ains era un ser apenado, pero Snía la animaba con su sonrisa. Snía era toda felicidad pero necesitaba compartir su gozo con Ains para sentirse plena.

El interminable firmamento acogía a estos dos esferoides oblatos que volaban de un lado a otro sin parar. Ains y Snía se amaban y estaban las dos muy contentas. 
Ains y Snía eran libres.

Llegó un día en el que decidieron hacer algo que iba a cambiar sus vidas: unir sus cuerpos y formar una sola tortilla espacial. Ains y Snía estarían pletóricas de satisfacción para siempre si así lo hacían.

No dudaron ni un segundo; las dos tortillas espaciales se fundieron en un solo ser. De la pareja nació la unidad.


La unión fue tan espectacular que desprendió un fuerte y delicioso aroma que invadió todo el espacio circundante. Al fin y al cabo, Ains y Snía eran tortillas comestibles de muy buen sabor.

La bruja castigada, que andaba cerca, olfateó el apetitoso olor y quiso conocer su procedencia. Se desplazó al foco del aroma guiándose por su nariz y allí encontró a sus dos creaciones. Ains y Snía flotaban estáticas en el cielo.

—Ha pasado tanto tiempo desde que os fuisteis. Quién iba a pensar que eran mis dos tortillas espaciales las que están llenando de aroma el espacio —dijo la bruja sorprendida contemplando a los dos seres unidos—. Aunque ya no hagáis ni ''ains, ains'' ni ''snía, snía'', nunca olvidaré vuestra traición. ¡Seguís siendo mi almuerzo! Un almuerzo que huele extremadamente bien.

Ains y Snía ya no podían separarse. Su amor era tan poderoso que les era imposible alejarse la una de la otra. Ains y Snía miraban frustradas sin poder moverse a la bruja castigada, que se aproximaba lentamente.

La bruja castigada invocó a una escalera infernal para ascender hasta sus creaciones culinarias. Con una magnífica red mágica, la bruja castigada atrapó a sus tortillas espaciales. Le fue muy fácil llevarlas de vuelta a su cocina porque Ains y Snía flotaban y además eran tan ligeras como un globo.

Al llegar a la cocina, la bruja metió a las paralizadas Ains y Snía en un enorme plato. Las pobres tortillas espaciales lloraban y lloraban, pero la bruja castigada no era misericordiosa y nunca se compadeció de ellas. Luego las introdujo vivas en el horno y allí las dejó durante una hora a doscientos veinte grados. Al acabar el tiempo de horneado, las sacó y en la mesa las colocó.

—Lo siento, hijas mías… Sois tortillas espaciales, ¡sois comida! Y muy apetitosa, por cierto —comentó la bruja hambrienta—. Ahora, a comer.

—Ains… —dijo Ains antes de fallecer.
—Snía… —dijo Snía antes de fallecer.


La bruja castigada se zampó su almuerzo bicolor. Ains y Snía estuvieron sumidas en la más profunda tristeza, pero… al menos… habían seguido unidas.

—Sublime. No hay otra palabra que describa mejor esta perfecta combinación de sabores. ¡Pero qué buena cocinera soy!

Después de comer, la bruja se echó una apacible siesta encima de una nube. En su vientre fueron digeridos los esponjosos trozos de Ains y Snía. Desgraciadamente murieron en la cocina de la bruja desterrada, pero, ahora más que nunca, Ains y Snía eran una sola cosa, una sola masa: Eran Ainsnía.

Las nubes, las estrellas y las criaturas de la zona nunca conocieron amor más perfecto y sincero que el que sentían las hermosas Ains y Snía.


Fin.
____________

¿Qué?, ¿te ha gustado? A mí siempre me ha parecido una historia preciosa y triste. He omitido varias escenas en donde las tortillas conocen a otros personajes, se enfrentan a un murciélago machista y se pierden en un planeta lleno de pelos. Lo he hecho para dejar solo lo esencial.

¿Has pillado la moraleja de esta historia? No viene escrita en ninguna parte, pero yo creo que es la siguientex: Nunca seas una tortilla espacial o te comerán. O tal vez sea que, si quieres seguir con tu amada pareja, has de huir lo más lejos posible de aquellas personas malignas que odian vuestra relación y que quieren haceros dañox.

Cuando releí este libro el año pasado, deduje que de él algún sumnongle cogió prestado el término ains para usarlo en la red para expresar un quejido repipi. Si creías que la palabrita se la inventó una serpiente deprimida no estás en lo cierto. Yo pienso que fue la autora de este cuento la verdadera mamá de la palabra que muchos gemebundos utilizan en Internet.

—Ains, ainssssss…

Por cierto, cada vez que leo Las aventuras de Ains y Snía pienso en la Pelafrú (¿por dónde andará?, creo que la necesito…)

Bueno, eso es todo por hoy. Mañana voy a clase porque sí, porque debo y porque quiero hablar con ese niño que ha visto a los Zipulas (eso es lo más importante). ¿Qué pasa con mi amenaza de muerte? No sé… Iré con el pañuelo y las gafas de sol para que no me reconozcan ni las pizarras.

Uff… El pobre Maselillo me ha llamado para saber de mí; está muy preocupadox. Mañana lo sorprenderé .

Hasta magnana.

22 octubre 2011

La fiesta de la fruta

Este es el día señalado. El día la pera y la manzana, el día del kiwi y la guayaba. Hoy, sábado, 22 de octubre, se celebró la fiesta de la fruta. Voy a relataros cómo fue con pelos, señales y letras:

Mi despertador entonó una melodía electrónica que me arrebató el sueño a las 08:00 de la mañanax. Era la música que anunciaba el inicio de un día especial. Luego pillé al desayuno en la cocina y me lo desayuné sin piedad. Después me aseé con destreza y me vestí con ropa de deporte. Por último abandoné mi hogar con todo lo necesario tras haberle dicho adiós a mi minino, que me miraba desconcertado.

Avancé por la ciudad cargando con mi inseparable mochila mochilona hasta llegar al parque más grande del distrito, el parque de Maraguarrada. Allí me esperaba el puntual Juan Jasón Marcelo. ¡Ups! Quería decir Yonson Marcelo.

A las 09:30 de la mañana llegó el Fiesta Bus, o mejor dicho, llegaron los tres Fiesta Buses. A diferencia del año pasado, esta vez había mucha más gente fiestera porque Patri había difundido mejor por las redes sociales la noticia sobre la celebración de la fiesta. Yonson y yo esquivamos varios sumnongles, nos montamos en un Fiesta Bus y disfrutamos de un apacible viaje hacia el norte de la comunidad.

—Este viaje se me hace muy largo y odio los viajes largos —dijo Yonson hastiado mirando por la ventana.
—¿Te estás mareando?
—Que no, que me tomé la dichosa pastilla antes de venir.
—Mira, en esta revista se muestra la verdad: El tomate es una FRUTA FRUTA y no una verdurah. Yo ya lo sabía —anuncié con alegría al leer un pequeño reportaje en una revista que estaba guardada detrás del asiento de delante.
—Mmmf... —Yonson mumfeaba aburrido y apoyó su cabeza en el vidrio de la ventana.
—¿Me estás escuchando?
—Ahora no quiero mirar revistas. Si lo hago me marearé de verdad.
—Oh, entiendodo... —comprendí que mi amigo no estaba cómodo y me mantuve un rato en silencio cabalístico—. Pues me alegra que hayas querido ir de nuevo a la fiesta. Patri me dijo que ésta va a ser mucho mejor. Además, en el foro de Macedonia de las Delicias ponía que hay actividongas nuevas y muy chulas.
—Espero que así sea porque el año pasado la fiesta fue una mierda infumable.
—Cierto es. Era más aburrida que la peli porno de Hola, Don Pepito. Hola, Don José.
—¿Hay una peli porno de eso? —cuestionó Yonson mirándome sorprendido.
—Sí, sale hasta la abuela y todox —comenté animadә.
—Qué frikada.

Cuando cruzamos varios pueblos olvidados por el tiempo, hablamos sobre la medio vacía fiesta de cumpleaños de Yonson, la que celebramos ayer en su casa. A mi amigo, el hecho de que la gente le de regalos y le cante canciones ridículas por ser un año más viejo no le mola muchoh.

Una vez nos bajamos del Fiesta Bus, Yonson y yo respiramos aire de campo y estiramos nuestras extremidades sin rompernos ningún hueso. Yonson estaba especialmente ansioso por moverse por el terreno. Yo me sentía feliz por mi excelente nivel de salud; ya no quedaba ni un atisbo de mi enfermedad fabricada.

El lugar donde la fiestuki frutera se iba a celebrar eran, los alrededores del mismo bosquecillo de siempre. Aunque este año el entorno había cambiado un poco. Patri había mandado a colocar varias cosas nunca vistas que llamaban mucho la atención. Mi amigo y yo y el resto de los sumnongles hablábamos sobre las novedosas instalaciones.

—¿Qué te dije, Yonson? Patri ha planeado algo grandex. Este año no vamos a pelar frutas.
—Joder, ¿y esa grúa? —mi amigo contemplaba pasmado el megatrasto.
—Pronto sabremos su función. Vamos, tenemos que pagarle los seis euros al señor de la mano abierta —dije mientras hurgaba en las intimidades de mi monedero. El señor, que llevaba una gabardina púrpura, ponía un sello de un limón rojo en la muñeca derecha de todo aquel que pagaba la entrada.

La gente se movía de un lado a otro emocionada. Unos miraban los puestos de frutas con curiosidad y otros exploraban el área circundante del bosque sin tropezarse con los pedruscos. Así era cómo los pajaritos veían el panorama:


Sin esperarlo en absoluto, recibimos unas instrucciones sonoras, provenientes de un altavoz, que entraron por nuestros oídos entusiasmados. Nos indicaban que debíamos depositar nuestras pertenencias bultosas dentro de una carpa. No quería dejar a mi amada mochila lejos de mi supervisión pero NO TENÍAMOS OTRA OPCIÓN, MALDITA SEA. Sin embargo, iba a estar a buen recaudo porque un joven amante de las mochilas, maletas, macutos y bolsos iba a proteger nuestras posesiones con eficacia. Pero, ¿por qué teníamos que dejar en aquel sitio nuestras cosas?

—Presiento en mis mejillas que una bomba de diversión nos va a estallar en la careta. Esperamos que IMPAT☆ evite que la fiesta se desmorone.
—Shhhh... Parece que nos van a comunicar algo. A ver si nos dicen ya qué es lo que pasa —Yonson se percató de que el barullo disminuía.

La enorme grúa torre rotó sobre su eje y su pluma (la parte superior horizontal de la grúa) se colocó sobre nuestras cabezas. Un objeto macizo de un tono rosado colgaba del cable de la estructura y se aproximaba hacia donde se aglomeraba la masa humana. Era la Patri, súper feliz y con un arnés de seguridad.


—¿Cómo va todo, gente? Hace fresco, ¿no? Pues vais a entrar en calor porque la fiesta de este año tiene una actividad muy especial y no va de pelar frutas, precisamente. Es como una película de aventuras, con pruebas y peligros que tenéis que superar. Pa que nos entendamos, dentro de este pequeño hayedo hemos montado una yincana con diferentes partes, cada una de ellas con su dificultad. Lo que tenéis que hacer es atravesar el bosque e ir superando todas las pruebas que hay dentro e intentar llegar hasta el centro de todo, donde está la atalaya de Miraencima. Parece un camino corto, pero no lo es. La yincana forma parte de un laberinto hecho con paredes prefabricadas de color azul. No os queda otra que ir probando caminos hasta que encontréis el que os lleva directo hasta el centro del hayedo. Y todos los caminos tienen al menos dos pruebas para que las superéis —Patri informó desde lo alto a todos los allí presentes con su potente voz y sin caerse del chisme en donde estaba agarradah. Parecía que podía controlar el movimiento del cable con un joystick de color amarillo que movía con su mano izquierda.
—Me pregunto si Patri querrá asesinar a los perdedores con esa pistola púrpura —susurré a Yonson.
—El primero que llegue a la atalaya tendrá que entrar en ella y subir hasta lo más alto para coger la bandera que hay allí. Eso lo convertirá en el ganador de este juego. Y el ganador se llevará como premio unos 12 kilos de limones frescos por cortesía de los Limonero y un pack de cremas hidratantes, antiarrugas y rejuvenecedoras que son de lujo, lujo, y de una marca muy cara. Están valoradas en 350 euros y te dejan la piel como la de un melocotón, así, súper sana, brillante y de buen color. Ah, y también se llevará unos bolígrafos con olor a mango.

Yonson escuchaba con atención. Parecía que el premio le interesaba.

—Ah, y una cosa más: Nada de saltar los muros del laberinto ni de darse de hostias, ni puñetazos, ni patadas ni nada que deje pupa ¿eh?. No quiero violencia ni malos perdedores.
—Joder, la Patri este año se ha lucido —dijo una muchacha zalamera y risueña.
—Pero, ¿qué pruebas son esas? No sé si estoy preparado —expresó un hombre maduro con semblante preocupado.
—El premio es un poco caca, pero participaré para pasarlo bien —confesó una señorita con un lunar en forma de sandwichera descatalogada.
—Yonson, ¿estás preparado? Yo no sé si lo estoy-totoy.
—Lo estoy. Tú quédate siempre a mi lado y no te pasará nada.
—Lo estaré ♥ —las palabras de Yonson me dibujaron una sonrisa en mi corazón con un rotulador relleno de felicidad.
—¿Qué pasa, gente?, ¿tenéis miedo? Las pruebas son facilonas y cualquiera puede superarlas. Vamos, todo el mundo en frente de la entrada del bosque. Si tenéis dudas, dentro del bosque estarán los guías para ayudaros —Patri se mecía como un gracioso péndulo de grandes senos mientras señalaba la entrada del boscaje—. Ahora, esperad a la señal de salida que dará mi invitado especial.

Una figura masculina, oscura y draculesca, emergió del hayedo y se detuvo justo delante de la entrada. Su aspecto suscitó muchos comentarios entre los sumnongles espectantes.

—Buenos días a todos. Aquí estamos un año más disfrutando de la fiesta de la fruta, la más sana y nutritiva de todas las fiestas y la preferida de los vegetarianos —dijo el sumnongle misterioso—. A continuación, daré la cuenta atrás para empezar el juego. Recordad, debéis superar las pruebas del laberinto del hayedo y llegar antes que nadie a la atalaya del centro. Bien, ¿preparados todos los jugadores?
—¡Sííííííííí! —gritaron casi todos al unísonox.
—Los que no queráis jugar iros hacia atrás.

Unos treinta cobardes se alejaron de la muchedumbre. Fueron solo sesenta y pico personas las dispuestas a jugar.

—Oye, no se te parece al presentador este... ¿cómo se llama? —preguntó Yonson extrañadou.
—Sí, se parece. ¿será él?
—No creo, este es verdosillo.
—¡Ahí voy! —gritó levantando la barbilla—. Tres, dos, uno…, ¡YA!


El sumnongle alzó sus brazos como si quisiese darle un abrazo a una enorme barriga imaginaria. De su capa salió una gran cantidad de confeti colorido que iba dirigido a los alterados participantes. Justo detrás de ese señor, estallaron bombas de humo de colores con textura de yogurt fantasmagórico.

—¡Aaaaaaaah! ¡Pica, pica! —gritó un chaval adoptando la pose de una mandrágora HORNEADA VIVA.
—¡Joder! ¡DEMONIOS Y HUEVOS, ESTO ESCUECEEEEEEEE! —vociferó otro apuntando con su lengua al cielo.
—¡Cuidado, EL CONFETI ES URTICANTE! —gritó Yonson agarrándome del brazo. Evitó que esos coloridos papelillos del mal contactaran con mi sensible piel de flanchubilún—. Corre, ¡corre!¡Vamos a dentro!
—Qué jaleo. ¡La Patri se ha vuelto loca!

Nos adentramos en el hayedo con alopecia otoñal a toda prisah. Yo miré hacia atrás para comprobar si nuestros doloridos contrincantes seguían quejándose del picor. Todos ellos dejaron de sentir esa desagradable sensación y se reincorporaron en la carrera.

—¡Este bosque es preciosho! Tal vez encontremos aquí el verdadero origen de la humanidad.
—Yo lo que quiero encontrar es la bandera, ¡date prisa!

Yonson y yo nos topamos con el primer obstáculo después de doblar ciertas esquinas irreverentes. Entre las hayas habían colocado una pista sinuosa de color azul. Sobre ella, aproximadamente unos cuarenta melones rodaban y rodaban sin parar. Glenda Sabrosón, la animadora de fiestas, caminaba encima de una pelota gigante con aspecto de melón y le daba latigazos a las frutas para mantenerlas en continuo movimiento. Era una situación muy caótica y melonuda.



—¡Pasad, pasad! ¡No seáis miedosos! —gritó la habilidosa Glenda, sin perder el valioso equilibriox que la mantenía con VIDA.
—¡Ay! Es una estupenda domadora de melones —confesé impresionadis.
—¡Este suelo resbala una pasada! Vamos.

Yonson Marcelo dio unos cuantos pasos inseguros sobre la pista, como los que da un cefalópodo que está aprendiendo a patinar sin la ayuda de su institutriz. Esquivó varios melones pero alguno que otro colisionó contra sus pantorrillas. Glenda tiene en la sangre el talento de un payaso acróbata, pero solo consiguió que Yonson se desplomara contra el suelo dos veces entre gritos desesperados.

—Espérame, ¡ESPÉRAMEEEE, MALDITA SEAX! —espeté desde el otro lado del campo de los melones locos.

Vi que Yonson cruzó la pista en poco tiempo. Yo quería hacer lo mismo... Por eso me armé de valor y de velocidad guepárdica para atravesar la pistah. Lo conseguí sin caerme ni una sola vez. Fui en línea recta como una flecha y evité el contacto con todo melón y con el látigo de Glenda, que se agitaba como una culebra cabreada.

Superamos la primera prueba con éxito. Glenda se frustró un poco al no poder pillarme, pero pudo cebarse a gusto con una parejita ridícula de sumnongles que fue derribada por un melón que salió propulsado de una rampa.

—Joder, qué divertidodo. ¡Esto es mejor que la mierda esa de Fancy Facies!

Nuestro próximo destino era otra prueba mucho más compleja. A simple vista, parecía aterradorah.

—¿Qué es todo esto y aquello? —pregunté boquiabiertә.
—¿Es eso... sangre? —cuestionó Yonson al atisbar manchas rojas.

Otro sumnongle con gabardina púrpura esperaba nuestra llegada a la nueva prueba. Parecía muy tranqui-tranquilo.


—Hola, chicos. Si queréis pasar, debéis de responder correctamente una preguntita cada uno. ¿De acuerdo?
—Pero... ¿es eso un toro... que salta?
—Es una vaquilla saltarina. No os asustéis, no se va a acercar aquí. La vaquilla le tiene miedo a las puertas de color celeste.
—Yonson, yo no tengo ni putas ganas de meterme ahí dentro —confesé.
—Vamos, di la pregunta, ¡que se nos adelantan! —Yonson, por otra parte, estaba ansioso por superar la nueva prueba.
—Está bien —el joven procedió a leer rápidamente la pregunta para Yonson—. ¿Qué es el tomate? Una verdura, una fruta o una legumbre.
—Fruta, ¡FRUTA! —Respondió Yonson. Con esto demostró que escuchó aquello que dije en el Fiesta Bus ♥.
—¡Correcto! Pasa y sigue tu aventura —el preguntador abrió la puerta y Yonson pasó por ella disparadoh.
—¡Yonson, no dejes que te revienten el cráneo!
—Bueno, ahora tú.
—Es que no quiero que ese mamífero cornudo me convierta en sobrasada —no podía ocultar mi terror.
—No temas, tú eres más veloz que ese animal —el sumnongle me sonrió y volvió a mirar a su listado de preguntas—. Venga, dime, ¿cuál de estos tres cítricos tiene una mayor concentración de vitamina C? La cidra, el gubinge o la combava.
—Ni puta ideax. ¿Qué frutas son esas? ¡Yo no tengo una wikifruta en mi cabeza!
—Di una, rápido, que se acerca más gente.
—Pues... Elijo el gubinge porque rima con faringe.
—¡Correcto! Vamos, ¡entra! —el preguntador me empujó con suavidad por la espalda para introducirme en ese dédalo taurino.
—¡Bieeeeen! ¿Eh? Pero...

Sin poder evitarlo, acabé dentro de ese mini-laberinto compacto. Yonson había subido una especie de torre rocódromo y desde lo alto me gritaba que fuera hasta él. Tenía tanto miedors de encontrarme la vaquilla de ojos radiactivos que agudicé mis oídos para oir sus brincos. Quería huir y permanecer inmóvil al mismo tiempo. Me sudaba el cerebro... No sabía qué hacer.

—¡AAAAAAAH! ¡Fuera, FUERAAAA! —Gritó un sumnongle perseguido por el cuadrúpedo saltarín al otro lado de la pared. Podía oír sus pezuñas retumbar en el suelo.
—Yonson, jolines, ¡¿A DÓNDE POMELOS VOY?! —pregunté desesperadis.
—¡Sigue palante! ¡CORRE, MUÉVETE! —Yonson movía sus brazos indicándome a dónde debía ir.
—Ay, Patri... ¿POR QUÉ COÑO METES A ESTE BICHO AQUÍ?

Acto seguido recibí un tomatazo por parte de unos de los sumnongles con gabardina púrpura. Intuía que eran miembros del clan Quincollado, es decir, familiares de Patri. Esos sumnongles estaban en todas partes y tenían ganas de jugar a la tomatina con los pobres desgraciados que huían dentro del pequeño laberinto.

—Al menos ese pringue rojo de las paredes no es sangre...

Avancé por un pasillo recto y me detuve en seco cuando la vaquilla se cruzó perpendicularmente justo delante de mí. Tuve la suerte de que mi presencia fue ignorada por completo, pero el pavor tan intenso que sentía había obligado a mi vejiga a derramar una gotita de orinín de espantosín. Fue patético, pero nadie noto NADA.

Subí el pequeño rocódromo con torpeza antes de que otros sumnongles con ganas de sobrevivir lo hicieran antes que yo. Yonson me esperaba arriba, en la plataforma. Juntos bajamos por una rampa deslizaculos y acabamos de nuevo pisando la hojarasca. Nos encaminamos a la siguiente prueba.

—¡Tienes que darte más prisa! —Gritó Yonson, indignado.

Tras un breve momento de tensión forestal, nosotros divisamos una última prueba muy simple en donde había que esquivar unos plátanos gigantes que oscilaban colgados de izquerecha a derierda. Al vencer el obstáculo, Yonson saltó de alegría pues tenía la atalaya JUSTO DELANTE DE SUS NARICES.

—Sí, ¡SÍ! La bandera sigue allá arriba —anunció Yonson esperanzado—. ¡Creo que somos los primeros en llegar!
—Tengo el cuerpo medio echo polvox… ¡No soy un gamo, soy una jodida persona de ciudad!
—Cuidado. Está el niñato pelirrojo del año pasado —Yonson se refería a Gustavo, el primo lejano de Patri. Estaba en el suelo quitándose algo de una de sus deportivas.
—Eh, no se puede adelantar a la gente sin zapatos. A ver, no se puede, ¡NO SE PUEDE! —Gustavo gritó inútilmente al apresurado de Yonson y fue tras él después de calzarse el pie.

Parecía haber vía libre para llegar a la meta, pero algo malo estaba por caer, y nunca mejor dichox. La Patri había saltado sin ningún arnés desde la pequeña plataforma que colgaba de la grúa y había caído al suelo sin mucha elegancia. Se había interpuesto entre Yonson y la atalaya de Miraencima. Se la veía desafiante y con un aspecto mucho más frutal...

—¡Oye, tú! No te dejaré llegar a la meta así tan fácilmente. Tienes que esforzarte mucho más si quieres ganar —Comunicó Patri con fuego de limón en sus ojos
—¡Haré todo lo que sea posible! —manifestó el valeroso Yonson
—Patri. ¿Qué haces con esa arma?
—¡Trágate mi zumo, gallito!


Patri disparó su arma misteriosa. Esta estaba conectada mediante una especie de manguera a una bombona que ella llevaba en su espalda. Del arma salió un potente chorrete de un líquido sin identificar que dio de lleno en la jeta de Yonson.

—¡AAAAAH! ¡ESTÁ HELADA!
—Es un zumito rico con solo un grado de temperatura. ¡Disfrútalo! —dijo Patri sonriendo.

Más de una vez Patri castigó a Yonson con su pistola de zumo. Ella disfrutaba torturándolox, pero era parte del juego. Yonson casi no podía ver y se sentía muy incómodo. Así que decidió arremeter contra ella.

—¡PARA DE UNA PUTA VEEEEEEEEZ! —vociferó Yonson descontrolado.
—¡Cuidado, Patri! —Gustavo se había metido en medio.

Mi querido amigo quiso arrebatarle la pistola, pero Patri no era una blandengue a la que se le podía despojar de sus armas tan a la ligera. El forcejeo fue aparatoso y Yonson solo consiguió darle un golpe SIN QUERER a Patricia Limonero. Esta acabó desplomada en el suelo, inconsciente, como una bailarina derrotada.

—Dios… Lo siento mucho —Yonson se sintió muy culpable y corrió a socorrerla. Descubrió que aún tenía pulso y eso lo tranquilizó un poco.
—¿Has matado a Patri?
—¿Por qué has pegado a Patri? Eres un salvaje. A ver, ¡VAS A IR A LA CÁRCEL! —Gustavo gritaba furioso. Fue hacia donde estaba su prima lejana para asistirla.
—Yonson, Patri está bien, tú corre a la jodida atalaya. ¡Corre, que te adelantan!
—¡Vale, vale! —Yonson abandonó el lugar con una mueca de espanto.
—A ver, tú de aquí no te vas. ¡Oye, vuelve aquí! —Gustavo obligó a Yonson a quedarse en su sitio pero no lo consiguió. Fue tras él para intentar detenerlo.

Me quedé a solas con Patri la abatida. No quería que los castañujos del bosque, si es que existen, la devoraran viva. Me fijé al momento que una decena de participantes había llegado al centro del hayedo. Yonson ya no estaba solo y su posibilidad de ganar disminuía. Pero tuve una idea: la pistola de Patri podía servirme para ayudar a mi amigo.


Me hice con ella y disparé a varios de los sumnongles que llegaban al centro del hayedo. Muchos se quejaron de mi ataque líquido y me insultaron, pero al menos no adelantaron a mi amigo. Patri no dijo nada de que estaba prohibido mojar a los contrincantes con su pistola. Además, yo ya había desistido. Prefería que Yonson se llevara el premio porque estaba mucho más motivado que yop.

—¿Cómo llego a la atalaya? ¡No hay ningún puente! —mi amigo dio una vuelta completa en torno a la atalaya, que estaba construida en un pequeño peñón que sobresalía en el centro de una charca.

Antes de recibir ninguna respuesta, Yonson se zambulló sin miedo en el agua sin quitarse la ropa y nadó hacia el peñón. Gustavo y un amigo suyo de su edad, que llegó unos minutos después, decidieron hacer lo mismo que Yonson para frenarle los pies (aunque estaba visto que no lo conseguirían).

—Ay, qué fría y asquerosa —Gustavo se metió poco a poco en el agua—. ¡Ahora vas a ver! ¿Qué? ¡AAAAAAAAH!

Una enorme cabeza de cocodrilo emergió de la profundidad de la charca y se comió al nene pelirrojo. Yo lo vi todo, y los sumnongles que no se atrevieron a meterse en el agua también.


El amigo de Gustavo huyó como una pelusa soplada por una ventisca y uno de los espectadores se desmayó del susto. ¿Había muerto el niño repelente? Pues nono, porque en menos de lo que se dice «en menos de lo que se dice», Gustavo fue defecado por el artefacto cocodrilesco. Salió ileso de esa pseudodigestión, aunque estaba muy asustado y mojado.

Yonson, sin embargo, seguía con lo suyo, sin mirar atrás. Escaló algo cansado la roca, completamente empapado y entró en la atalaya. Ningún otro sumnongle había conseguido llegar hasta el peñón. Después, subió la escalera del interior y llegó a la azotea. Allí cogió el mástil del gallardete y empezó a reír cargado de alegría. Yo contemplé la escena del victorioso Yonson desde abajo.


—¡GANÉ, GANÉ! —gritó Yonson.
—¡Muy bien! ¡Ya tenemos ganador! —anunció un miembro del clan. Algunos de los participantes que no se atrevieron a mojar sus calcetines aplaudieron al héroe del limón.
—¡Genial, Yonson! Ahora podrás invitarme a tomar limonadas durante un mes —dije a Yonson, que no se enteró musho de lo que dije. Estaba súper entusiasmado con su triunfo.

Patri comenzaba a moverse de su letargo accidental. Volvió al mundo de los conscientes. Estaba desconcertada y mientras se toqueteaba su destrozado gorro de frutas.

—Uh, ¿qué pasa?, ¿qué me ha pasao? —cuestionó confundidah.
—No lo sé, Patri, pero mi amigo ha ganado tu concurso —expliqué sin querer mencionarle lo del puñetazo accidental.
—¿Sí? Pues no me enteré de na. Lo último que recuerdo fue que... fue que lo mojé con mi pistola... creo.
—Seguramente. Creo que estás aturdida por haber estado oscilando por un buen rato. ¿A quién se le ocurre ir colgando de una grúa? —me arrodillé a su lado y le entregué algunas de las frutas caídas de su gorro.
—A mí. Son las cosas que hago pa impresioná.

Gustavo anduvo con torpeza por la tierra y entre sollozos comenzó a maldecir a Patri por haber colocado ese cocodrilo en su tortuoso juego de cruzar el bosque. Patri le ofreció algo de consuelo y confesó que se había pasado un poco al poner ese reptil gigante. Le prometió a su primo que le iba a dar un suculento pastel de aguacate, pero a Gustavo parecía no atraerle mucho el ingrediente principal de ese postre.

Yo me alejé de Patri y Gustavo. Rodeé la charca mirando hacia lo alto de la atalaya. Quería saber por qué Yonson tardaba tanto en bajar. Si no me equivocaba, el sumnongle estaba descansando sentado en una almena y sujetando la bandera con una mano.

—¡Yonson, baja ya!

Nada más acabar la oración recibí una pedrada en la cabeza.

—¡Ah, joder! ¿Quién ha sido? —giré la cabeza hacia atrás y no vi a nadie. Luego miré en otras direcciones cardinales en busca de un lanzador de piedras. Sospeché de algunos sumnongles que se aglomeraban cerca de la charca—. ¡AH! ¿QUIÉN PERSONA QUÉ PASA AQUÍ ES? —pregunté a tope de enfado, porque una segunda piedrecilla maligna volvió a colisionar contra mi cuerpo. Me quedó claro que quien tiraba piedras estaba escondido tras los árboles—. Da la cara, ¡cobarde! —me adentré unos dos metros entre las hayas—. ¿Quién eres? ¿Por qué me tiras piedrax? Un momento... Eres... ¿Eres Bola Q?

Un duende invisible me inyectó miedo en mi organismo. Pensé por un momento que Bola Q había vuelto a las andadas (o a las rodadas) colándose de nuevo en la fiesta. Luego recordé que Bola Q no tiene brazos, así que no puede lanzarme NADA.

—He oído tu paso. ¡SÉ QUE SIGUES AHÍ!

Detecté algo de movimiento. Mis ojos analizaron la escena hasta que encontraron algo fuera de lo normal... Esa extraña mano que saluda.


El año pasado vi a esa misma mano, o a otra MUY SIMILAR, dentro de mi edificio desvecinado. Las manos suelen estas adheridas a un ser humano, por lo tanto, debía de haber una persona detrás de ese árbol. Quise averiguar quién demonios era y por qué estaba ahí. Quise saber por qué me había tirado piedras y si tenía algún asunto pendiente conmigou. Pero, el valor me volvió a fallar...

He sido capaz de perseguir a Bola Q, de enfrentarme al Picafuso Zampamoscas y de insultar a Basilión Tronchacocos, pero, no sé, esta vez siento muy malas vibraciones... No quiero que hagan daño a mis células cosas raras que no sé cómo son…

—¿Qué haces ahí? ¡Ven! —Yonson había salido de la atalaya. Estaba cruzando de nuevo la charca con la bandera en la mano.
—¡Voy! —hice un gesto con la mano para indicarle a Yonson que esperara.

Volvi a mirar al bosque y noté que la mano ya no estaba visible. Sucedió como en las pelis de miedo, qué casualidad… Ese hecho me estremeció un poqui más.

Me reuní con Yonson sin parar de pensar en lo sucedido. ¿Debí de haber mirado detrás del árbol? ¿Esa persona está relacionada con alguno de mis difuntos vecinos? ¿Esa persona va a por mí? ¿Es realmente una persona? No saber, no saber.

Yonson, Patri, el resto de la peña y yo abandonamos en manada el centro del bosque. Muchos se reían de las experiencias vividas, otros se quejaban y algunos se desilusionaban. Pero, por lo general, todos se lo pasaron chachi piruleta.

—Joder, me lo he pasado mejor que en mi cumpleaños. Aunque estoy muerto de frío —Yonson escurría sus trapos corporales por el camino sin poder borrar su sonrisa.
—¿Y me vas a decir para qué quieres tú esas cremas? Tú no eres de los que se untan la cara como una tostada mañanera… —pregunté con curiosidad al mismo tiempo que jugaba con la banderita de la atalaya como una majorette.
—Pues… para usarlas. Pero reservaré la mayoría para dárselas a mi chica del mar.
—¿Chica del mar? ¿Tienes una novia sirenita? —preguntó la Patri, que se entrometió en la conversación. Parecía que se había olvidado de que fue víctima de un puñetazo puñetero.
—Emm… No es mi novia, pero me gustaría que lo fuera. Yo sé que ella me quiere y yo la quiero a ella. Estoy yendo al gimnasio solo por ella —reveló Yonson con timidez a Patri—. Ah, y de veras siento mucho lo que te hice antes…
—Que no te preocupes… Fue un accidente.
—Yonson, ¿no te das cuenta de que ella se habrá convertido ya en caldo de plancton? La pobre ya estaba un poco podridah —expresé sin tapujos. Creo que en ese momento sentí algo de celos de serpiente.
—No digas esas cosas. Sé que ella sigue allí y sé que me está esperando —Yonson respondió ofendidete. Parecía que le había retorcido sus esperanzas.

Tuvimos una pequeña discusión que Patri luego moderó con habilidades de presentadora de televisión. No fue gran cosa, pero mis repentinos celos me amargaron un poco la tardex. ¿Por qué siento ese afecto más poderoso por él? Sé que no vale la pena… Yo no soy esa zombi de mar… Yonson no cruzaría una yincana llena de peligros para conseguirme un regalito. He de asumirlo, pero me va a costar.

El resto del día estuvo bien. Disfrutamos de un almuerzo muy vegetal, con frutas exóticas y de formas provocativas. Ensaladas y macedonias llenaron los estómagos de todos los allí presentes.
Después, unos cuantos espectáculos y algo de karaoke libre le dieron ese toque musical que faltaba a la fiesta. Yonson y Glenda bailaron una extraña danza sobre el escenario que animó a la gente a bailar y a cantar. Yo bailé una pequeña coreografía futurista que encandiló a una chica gordita amante incondicional de los pisapapeles de oficina.

Una vez finalizada la fiesta, todos nos montamos de nuevo en los Fiesta Buses. Yonson cargó con su cuantioso premio y con una toalla que llevaba encima que un familiar de Patri le prestó, aunque su ropa ya estaba casi completamente seca.

Ahora estoy en casa, como no, disfrutando de un merecido descanso. Me preguntaba cómo demonios consiguió Patri el dinero para montar toda esa fiesta. El cocodrilo, la vaquilla, el laberinto, todo eso cuesta lo suyo. Sé que la jodía es medio rica, pero he oído que el ayuntamiento del municipio en donde está ese hayedo financió parte de la fiesta. Lo que es seguro es que la fiesta se ha vuelto más popu que antes y Patri la hará año tras año. Aunque lo de hacerla en ese bosque, que fue en su momento un coto de caza, no es lo recomendable… Ella explicó que la próxima la montaría en un lugar donde no se moleste a la naturaleza. Y espero que no lleve vaquillas; no estoy de acuerdo con que las metan en juergas humanas sin su consentimiento.

Bueno, ojitos que leen, es hora de despedirse. Quizás vuelva la semana que viene a la escuela, pero no es seguro. Basilión sigue dándome miedo… ¡Ah! Y esa mano del bosque también.

¡Quiero vivir en paz y en armonía otra vez, joder!

-Bye-