17 octubre 2011

Un calorcito que a veces abrasa

Yo estoy aquí de nuevo, ¿y tú? Contesta en voz baja, si quieres…

¿Alguna vez has esperado algo con ansia, que, cuando llega por fin, te desilusiona porque no era lo que esperabas? Algo así me ha pasado a mí esta mañanax, lo cual no fue un buen comienzo para este lunes.

Justo después de salir de mi casita contemporánea, una persona, posiblemente un chico joven de nosecuantos dieciaños, me llamó a mi teléfono móvil. Nuesta llamada fue corta y extraña:

—¿Dígame? —inicié yo nuestro diálogo con una pregunta convencional.
—Hola, ¿está la señora Guzmán? —preguntó una serena voz masculina. Hablaba desde un lugar en donde se podía escuchar de fondo algunas voces juveniles charlando y riendo.
—No, se ha equivocado.
—Oh, lo siento.
—Tranquilo, no pasa nad…
—Espere, ¿le puedo hacer una pregunta? —interrumpió apresuradou.
—Emm, sí, pero puede que no te la responda.
—¿A usted le gusta Asmodai? —cuestionó interesado en escuchar mi respuesta.
—¿Qué es eso?
—Si Asmodai muriera, ¿usted lloraría?
—No, porque no sé quién es Asmodai, si es que es una persona, clarox… —respondí al oyente.
—Déjelo… —desistió con un tono de decepción en su voz un segundo antes de colgar.
—Pero, ¡oye! ¿Eres de la escuela?, ¿de El Diptongo de Coser y Cantar?

Mi pregunta nunca conoció respuesta porque el interlocutor colgó la llamada al mismo tiempo que yo pronunciaba la erre de Cantar. Me indigné porque está feo cortar una conversación así, de sopetón. Maldito sumnongle raro…, fijo que era un bromista de la escuela que ha cogido mi número de teléfono del tablón de anuncios para decirme gilipolleces. ¿Por qué no me llaman esos niños que han visto a los putos Zipulas en vez de estos panolis? Leches…

Durante el trayecto hacia la escuela empecé a pensar en otras cosas para olvidar ese evento telefónico tan confuso. El frescor matutino me incitó a pensar en cosas blandas y calientes.

Una vez en la escuela, me reuní con Maselillo y los demás compañeros de clase para soportar otro tedioso día escolar. Lo único interesantete que puedo destacar de esta jornada fue el intenso asombro de Ambrosio al contemplar desde el aula una bolsa de supermercado que volaba formando CÍRCULOS PERFECTOS DE GEÓMETRA TOTALMENTE INVISIBLES en el suelo del patio. Sus pulmoncitos comenzaron a hiperventilar mientras Ñangas gritaba desde el fondo de la clase con ganas de montar follones guarros y salvajes. Al final Chelo consiguió controlar la situación con su inteligencia profesoreril y nadie resultó herido o mojado.

A diferencia de los otros días, hoy decidimos no ir a casa tras finalizar las horas de clase. Esquivé la rutina diaria con una voltereta de Rodrigo con sabor a trigo, pues quise ir a comer a un bar restaurante en el barrio de Normalera, de esos en donde hay señores bebiendo cañas, comiendo tapas y viendo fútbol. Allí me zampé gustosamente unas tapas de diversos ingredientes y un plato de pechuga de pollo a la plancha con patatas fritas. Nada innovador ni exótico pero sí sabroso y saciante. Me fui tarareando la musiquilla de la máquina tragaperras que estaba cerca de mi mesa, tarará.

Con el estómago lleno y a gusto, me encaminé hacia la ruta de siempre para volver a mi hogar. Pero me encontré a Yonson Marcelo, vestido de una manera inusualex y justo al lado de un objeto de dos ruedas nunca visto por mis pupilas observa-cosas. Me acerqué a mi amigo antes de que se escurriera.

—¡Yonson Marcelo, cuánto tiempo! —saludé contentis.
—Ah, hola, ¿qué tal?
—La última vez que te vi fue cuando volvimos de Galicia. Fíjate tú si hace tiempo ya de eso.
—Tienes razón. Es que he estado ocupado con mis cosas y no he pensado en quedar estos días.
—No pasa nadada, yo tampoco he puesto de mi parte… —tras una breve pausa, solté un halago después de ver la vestimenta de Yonson—. Oye, estás súper sexy con esa chupa de motorista.
—Gracias. —dijo alegrado y confundido.
—Lo digo en seriox. ¿Te dedicas a saltar a la comba o estás haciendo dieta?, ¿estás chutándote vitamina X? No sé, te veo diferente —analicé a Yonson intentando descubrir qué era eso que lo hacía más atractivo a mis ojos.

Yonson estaba más abrumado que un esquizofrénico jugando al monopoly con un espectro verde esmeralda. Sujetaba su casco al mismo tiempo que me miraba sin saber qué decir. Tal vez yo exageraba: Estaba igual que siempre, solo que tenía esa colorida cazadora de cuerox.


—Me… me he quedado en blanco… Pero gracias por el piropo.
—No pasa nadax. Y… ¿Cuándo me ibas a decir que tienes moto? Esas cosas siempre se dicen —indiqué a mi amigo con mis cejas alzadas como albatros.
—La tengo desde abril de este año, cuando me saqué el carnet de moto. La tenía guardada en el garaje de mi padre porque tenía el distribuidor estropeado y no podía cogerla hasta que la llevé al taller.
—Pues qué guay, ¿no? ¿Haces el caballito por la highway?
—No soy un loco de las motos. Yo conduzco con normalidad. 
—Mejor así. Ah, y tu madre y Xisela ¿qué tal están?
—Bien, bien, como siempre… Mi madre está cuidando más que nunca a Freddy, el ojo ese, porque está un poco debilucho estos días y se está quedando en mi casa a dormir.
—Pobrecillo, ¿qué le ha pasado? —preguntamos preocupados.
—Un poco de todo: El cambio de estación, movidas en su casa y otros problemas. El otro día un niño en el súper le cantó… quién es ese ojo que me mira de reojo y le deprimió un montón.
—Se ha pasado siete comunidades autónomas el niñato ese… —sentí lástima por la criatura y luego una admiración científica por ella—. Nunca he entendido cómo puede vivir un ser como él. Es decir, es un ojo, solo un ojo sin nada más. Pero he visto cosas más raras.
—Yo también me lo pregunto. Y la verdad sé muy poco de su vida. Sé que vino de Inglaterra a vivir aquí porque quería disfrutar del clima mediterráneo continentalizado que tenemos —informó Yonson.
—Guaus. Pues que tenga cuidado con la polución que se le va a irritar el globox.
—Ya.
—Mmmm, la tía de este dibujo me es familiar. ¿Es la zombi marina que vimos en Galicia?
—Sí… Es ella —Yonson esquivó la mirada y sonrió embelesado hacia su moto.
—¿Sigues enamorado de ella o qué? —pregunté al sumnongle pero este decidió no contestar a esa preguntita tan sentimental.
—Me la iba a tatuar pero las agujas me dan canguelo así que le pedí a una amiga que me hiciera esta pegatina. La verdad, le quedó de puta madre.
—¡Quedó fantasticachín! —Expresé al tocarla con mi mano apreciadora del arte—. ¿Entonces vas a ir a buscarla? Sabes que es un ser del agua, no te la puedes llevar en el bolsillo.
—¡Ya lo sé! Al menos quiero verla de nuevo. Iré allí cuando pueda para encontrarla y hablar con ella. ¡Destruiré montañas y castillos con mis meñiques si es necesario! —aseveró Yonson impetuoso.
—A lo mejor la pobre zombi ya está deshecha en el agua. Y con las gaviotas comiéndose sus restos… —murmuré como un colibrí.
—Siempre dices cosas en voz baja para que no las oiga, no lo entiendo.
—Perdona, Yonson. Es una manía que tengou.
—Bueno, me voy a La Pictocueva. Ya nos veremos en otra ocasión —Yonson se colocó su casco con ganas de marcharse.
—¿Vas a la tienda de cómics ahora? ¿Puedo ir contigo? —solicité animadə.
—No sé… No tengo casco para ti…
—Pero si no está muy lejos de aquí; es en este mismo barrio —me acerqué a mi amigo y me dispuse a suplicarle como una amapola antes de ser aplastadah—. Nunca he ido en moto y me hace ilusión de melón ir contigo en tu moto. Porfa… ¿O estás enfadado conmigox?
—No… en absoluto —afirmó Yonson, aunque no sonó muy convincente—. Venga, va. Te dejo. Pero agárrate bien y no hagas gilipolleces.
—¡Excitante, excitante!

Por fin llegó el momento de montar en moto. No es que fuera mi gran sueño de la vidah, pero sí es algo que casi todo el mundo ha hecho alguna vez. Y faltaba yo por hacerlo, you know.

Me subí a su moto verde de baja cilindrada sin romperme ningún hueso justo después de que Yonson recolocara la pata de cabra. Luego, Yonson arrancó el motor para comenzar el viaje. Durante el trayecto, abracé su torso por detrás para sentirme más seguris y no caer al asfalto como una mosca intoxicada. Tenía su espalda, su cuerpo entre mis brazos y eso me hizo sentir muy bien. Parecía brotar en mi interior un calor encantador que me reconfortaba por completo (uy, qué vergu…).

A veces pienso que Yonson siente un extraño riñiñí hacia a mí. Riñiñí es la sensación que padece un sumnongle cuando está con alguien que le cae bien pero que al mismo tiempo le hace sentir incómodo. Es una mezcla de sentimientos contrariox, agrado y desagrado. Si no me entiendes, sopla y cuenta hasta diez.

Oh, Yonson… ¿Por qué ha despertado esa tontería en mí? Sé que me aprecias, como persona amiga tuya que soy, y es por eso por lo que yo te aprecio también. Pero, ¿por qué me ha hecho sentir tan bien atrapar tu caja torácica con mis extremidades de adolescente? Maldita cazadora sexy…

—Aquí se acaba el voltio. No quiero que la poli te pille sin casco —Yonson sentía temor de que lo castigaran por una infracción—. Tira pa la tienda que yo voy a aparcar aquí.

Me bajé de su moto sin decir ni mumu, mas no hizo falta responder nada. Acaté sus órdenes y dejé a mi amigo aparcando su vehículo en un rincón. Alejándome progresivamente de Yonson, me percaté de que al estar en contacto con él notaba ese placentero calor en mi alma. Ahora en serio, ¿por qué me pasa esta mierdax? Estos sentimientos que afloran tan bruscamente de veras me desconciertan. Yonson es solo un amigo. Un amigo especial…

Bueno, para olvidarme de esta cursilada afectiva opté por contemplar La Pictocueva, la tienda de cómics más famosa del distrito. Está en el mismo barrio que mi escuela, un poco lejos de ella, al oeste. En ella convergen sumnongles de tribus urbanas diferentes para ojear, toquetear y a veces comprar cómics, mangas y novelas que hay allí. Es un santuario friki de esos.

Al lado de esa tienda hay un establecimiento recientemente inaugurado que se llama SOIMOM (pero con la S al revés) en donde venden no sé qué cosas. Un grupo de cinco personas observaba desde la otra acera tal tienda. Dos sumnongles viejuscos dialogaban armoniosamente sobre la belleza del letrero. Aproveché que hablaban de ese tema para preguntarles algo referente al rótulo de la tienda.


—Precioso, ¡precioso! Qué bonito es MOMIOS, ¿verdad? —dijo entusiasmadah la señora con gafas.
—Está estupendo —comunicó el señor de nariz aguileña.
—Discúlpenme, tengo un pregunta en la boca y… —intervine yo porque sí con calma.
—Ah, sí, el Carrefús está por allí. Tú no te pierdas y llegarás —la señora me interrumpió fugazmente sin piedad.
—No, señora, no iba a preguntarle por eso. Me gustaría que me aclararan algo sobre el letrero.
—Uy, el letrero es precioso. No me digas tú que no lo es —la sumnongle soltó una amenaza camuflada con una sonrisa y con un gracioso movimiento de hombros. Ella no era la propietaria de esa tienda, pero no quería oír comentarios negativos sobre el cartelico.
—Es magnífico, pero creo que… la palabra está al revés. No sé si me entiendex —expliqué con suavidad de jabón de Marsella.
—¿Cómo que al revés? Está al derecho, como todas las palabras del mundo —rebatió la señora algo ultrajada.
—No sé yo… léanlo de nuevo.
—Momios… —leyeron al unísono.
—No, no, nopos. Ahí dice SOIMOM —corregí sin temor alguno.
—¿Y eso qué es?
—No sé. Creo que no tiene NADA DE SENTIDOX. La próxima vez, la persona que hizo el rótulo deberá de leer bien lo que ha escrito porque puede no estar bien escrito, o puede estar al revés, como ha ocu…
—Oye, joven, que hay cosas que al revés sí tienen sentido —el señor cortó mi monólogo para dárselas de sabiondo.
—¡Sí, sí! Como lo de le daba al abad el arroz—la señora se meneó como una pajarraca excitadah.
—El arroz le daba… —interrumpió el viejo de barriga cervecera con un amago de corrección.
—¡Dábale, dábale la zorra el arroz el abad! —la señora quiso con todas sus fuerzas de maruja decir aquella oración como creía que se decía.
—No, ¡DÁBALE, EL ABAD!
—Jopetas… ¿Puedo…?
—¡LA ZORRA! —Gritó la vieja, que había desmenuzado el palíndromo en la más absoluta frustración por no saber hacerlo bien.
—Bueno, me marcho, que no está el microondas para memeces…
—Espera, toma. Para que lo uses en esta tienda cuando quieras —con una mezcla de rabia y cariño, la señora me ofreció una medalla que en realidad era un vale de descuento en cosas absorbe-sangre.


—Qué detalle. Se lo agradezco —dijimos extrañados.

La señora y el señor ignoraron mis últimas palabras y siguieron dialogando. Para no hacerles el feo, me colgué la medalla en mi cuello pensando en qué hacer con ella.

Me aparté de esa gente tan espesa que era incapaz de reconocer que una palabra está volteada, como cuando se ve reflejada en un espejo. Qué cortitos son, JODER. Me recordadon a Hematio cuando escribía una palabra con su sangre.

Yonson me esperaba en la puerta de La Pictocueva. Él miró la medalla que llevaba colgando con cara de saboreador de caramelos de amoniaco para luego pronunciar un si es que… sin decir nada más. Después, ambos entramos a esa tienda tan esquinosa para explorar su interiore. Justo al lado de la entrada, se hallaba el mostrador en donde el peculiar y grumoso dependiente del negocio hacía su trabajo a gusto.


—¡Buenas tardes, Onco! —saludó amistosamente.
—Has vuelto, Juan Jasón —dijo Onco como si se le hubiera aliviado un dolor.
—¿Y ese nombre?
—Después te cuento… —comentó Yonson, que se había soliviantado un poco tras oír ese nombre.
—¿He dicho algo que no debí de haber dicho?
—No, no, descuida. Emmm, ¿qué tal?
—Tranquilo, en paz —su voz lenta sonaba suave y monótona.
—Eso está bien —Yonson se percataba de que la pastosidad de la conversación con el dependiente no le resultaba agradableh.
—Ya no me hablas por Messengers.
—He estado muy ocupado con mis estudios. Lo siento, Onco.
—Te comprendo… —Onco, giró su cabeza hacía otro lado con lentitud para perder su mirada en la rojiza pared—. Esta semana me he sentido tan vacío… Sin embargo me gusta experimentar esa desorientación. Me ayuda a contactar con lo negro. Juan Jasón, estamos atrapados en lo oscuro, la luz es una ilusión que se va apagando cada día un poco más.
—Sí, creo que sí —Yonson no disfrutaba oír esas confidencias lúgubres.
—Eso que dice usted es raro y muy deprimente. Pero he de admitir que usted es uno de los comerciantes más bonitos que he visto en mucho tiempo —confesé sin tapujos para aportar alegría luminosa al diálogo.
—La belleza no existe —se limitó a decir, inexpresivo como antes.
—Ya… Oye, se te sale un collar plateadou de la nariz y se te engancha en la oreja —con mi dedo índice dibujaba en el aire el trayecto que hacía el collar de Onco.
—Es un adorno —aclaró Yonson.
—Tenéis tanta vitalidad… Ah, ya ha llegado el nuevo tomo de The Flying Corpses.
—Joder, ya era hora.
—Está donde ya sabes.
—Sí. Gracias, Onco —sonriente, Yonson se alejó del mostrador y me indicó que lo siguiera.

Caminamos un par de metros, sin bailar ni nada, hacia el centro de la tienda. Yonson no se sentía muy a gusto.

—Ese tío me deprime y me da un poco de repelús. Prefiero no estar con él —susurró.
—Normal. Y ahora dime, ¿de verdad te llamas Juan Jasón?
—Sí, pero solo los más allegados me llaman Yonson. Pensé que sabías cuál era mi verdadero y feo nombre —dijo con seriedad.
—No, si no recuerdo mal. Pero, oye, tu nombre no es feo —opiné mientras en mi interior me alegraba por ser, según él, uno de sus más allegados ♥.

No estuvimos mucho tiempo solos en esa zona rellena de cómics de superhéroes y figurillas de rol, pues un sumnongle se aproximó ruidosamente para abrir su boca y pronunciar unas palabras. Era orondo y algo grasiento, pero inofensivo como el papel higiénico.


—¡Juan Jasón, macho! Ulzumgor os saluda —el friki habló con bravura.
—Anda, tú por aquí como siempre —Yonson, sorprendido, estrechó la mano de Ulzumgor.
—Este es mi segundo hogar. ¿Has venido a comprar algo? —Ulzumgor le pegó dos palmaditas amistosas en su hombro.
—Sí, un cómic.
—Ñep. —intervine yo, ñepeando un poquitou.
—¡Hostia! Bicho raro detectado —el sumnongle se asombró al escuchar mi voz y al ver la medalla cupón que colgaba de mi cuello. Su pasmo de admiración se tornó en un desconcierto negativo cuando leyó lo escrito en el cupón y observó el dibujillo uterino de abajo—. ¿Higiene femenina? Estás un poco fatal, ajjajjajj.
—Eh… No te pases —Yonson dijo algo para apoyarme ya que no decía nada.
—Ah, ¿va contigo?
—Sí.
—No lo sabía. No es el tipo de gente con el que te suelo ver —el osado Ulzumgor me veía como si fuera una alimaña desconocida de un zoológico de mutantes.
—Hay mucha variedad de gente en mi vida —Yonson respiró hondo antes de preguntar algo—. Oye, ¿y ese dibujo que tienes en la carpeta?
—Ah, lo hice yo. Es un dibujo de mí mismo, es decir, yo, Ulzumgor. Lo hice para mi novia. Pobrecita, repitió segundo de la E.S.O. y no lo supera —el friki presumía de su obra orgullosete pero se entristeció un poqui al pensar en la desdicha de su pareja.
—Dibujas como el culo, caraculo… —musité como una pulga anciana.
—¿Cómo?
—Decía que en el dibujo sales tan sexy, tan sexy, que no se parece nada a… Papá Noel.
—¿Me estás vacilando? —preguntó alarmadox.
—Está bromeando. No hagas caso.
—Está bien.
—¿Y quién es tu novia? Nunca la he visto —Yonson no concebía la imagen de esa supuesta novia de Ulzumgor. Para él, el chico con acné era una persona difícil de emparejar con alguien.
—Es Arwynbel, la elfa oscura de catorce años. A lo mejor la conoces por su verdadero nombre: Miriam. Llevamos saliendo tres meses —comunicó ufano acariciándose su mantecosa frente y luego su oscuro cabello.
—¿Sí?
—Sí. La chavala estaba enamorada de mí en secreto desde hace medio año pero nunca se atrevió a decírmelo. Su hermana también estuvo loca por mí, pero como Arwynbel no quería que ella fuera mi novia, se lanzó y me confesó lo que sentía. Unas semanas después, en una sesión de Rol en vivo en el parque de Maraguarrada, cuando estuvo a punto de ser derrotada por un dragón de magma, yo la salvé y le dije que yo también estaba enamorado de ella. Luego, me acarició la cara con ternura y, eso, nos besamos en medio de la batalla y todos nos aplaudieron emocionados. Nos acostamos en el césped y el mago joputa nos hecho polvo de hierbas mágicas para hacerlo más romántico. Pero estuvo bien la cosa. La amo un montón —relató Ulzumgor sin percatarse de que mi cara una extraña mueca avergonzada.
—¿Hay dragones en Maraguarrada?
—Qué tierno… —expresó Yonson, poco convencido de sus palabras.
—No sé qué tengo que las vuelve locas. Soy un caballero de veinticinco años, neutral caótico, y creo que eso atrae mucho. ¿Y tú, Juan Jasón? ¿Cuánto llevas sin comerte un rosco, macho? —Ulzumgor sonrió triunfal.
—Yonson tiene un ligue en Galicia. Es un pibón descomunal: tiene un cuerpazo bien desarrolladito, ojazos y larga melena rubia. Es una veinteañera encantadora, divertida y simpática. No es una mocosa de catorce años que aún no es ni medio mujer. Ah, y es amiga de los cangrejojos —me adelanté a que Yonson abriera su boca para dejar claro al friki con nombre de trol de El Señorzuelo de los anillos que mi amigo no estaba en desventaja amorosa.
—¿Me estás vacilando otra vez? —preguntó ofendidox, sintiéndose víctima de una broma.
—En absoluto.
—En parte es verdad. Conocí a esa chica en estas vacaciones —dijo Yonson sonrojado.
—Entonces ¿a qué esperas? Hazla tuya que si no otro te la quita. Esto es como tirar los dados: a lo mejor sacas un número bajo y pierdes la batalla.
—Emm, supongo.
—Por cierto, antes bajó al sótano una chica vestida de blanco, muy guapa, con pajarita y sombrero. Me estuvo mirando cada dos por tres cuando estuvo aquí arriba. Me da a mí que es mi cromosoma Y, que las atrae, ¡las atrae! —Ulzumgor estaba convencido de tener un efectivo magnetismo masculino.
—Sí, será eso —comentó Yonson dudoso.
—Oye, te dejo que voy a quedar con mi chica a las seis —Ulzumgor se despidió dando otra palmada benigna en el hombro de Yonson.
—Vale. Cuídate —Yonson imitó esa acción y se dirigió luego hacia la estantería donde estaba el cómic que quería.
—Y tú cambia un poco que te vendrá bien —dijo Ulzumgor señalándome con el dedo sin que Yonson le oyera.
Muchos granos; digo, mucha grasa; digo, ¡muchas gracias por el consejo!

El frikazo expresó un mudo pero poderoso odio hacia mí cuando me miró durante dos segundos respirando fuerte. Se fue de la tienda sin decir nada más. Yo le dediqué un alzamiento de cejas al estilo pirenaico para que supiera que no estábamos intimidadox.

Yonson buscó su ansiado cómic en la primera planta y se lo llevó con maestría recolectora. Después nos encaminamos hacia el sótano de la tienda para echar un ojo esférico al género subterráneo. Me dijo que el friki de antes, el Ulzumgor ese, era un antiguo compañero de clase suyo que conoció en el instituto con el que jugaba al Rol y a las cartas Magique. Su nombre real es Ildefonso, y, según Yonson, es un plasta y un poco fantoche.

Tras bajar la escalera escalérica, Yonson se giró para informarme de que la sumnongle con pajarita y sombrero era una chica que él ya conocía. La chica en cuestión era una otaku pizpireta de voz aguda, de estas que leen y ven cosas made in Japan. Yonson cambió de idea y decidió irse por donde bajó, por lo que volteó de nuevo su cuerpo como una peonza asustada para huir del campo de visión de la señorita del sombrero. Sentía que algo no muy agradable le iba a ocurrir si ella lo veía, pero no pudo satisfacer su necesidad de evasión.

—¡Konnichiwa, Juan Jasón-kun ❤! —gritó exultante la muchacha~ entre saltitos antes de abrazar a Yonson.
—Hola, Kurisa-chan. ¿Qué tal? —preguntó asombrado.
—Estoy súper feliz. Por fin te veo, oni-chan~. E-estás s-sú-súper sexy con esa cazadora, Juan Jasón-kun —confesó tartamudeando y tapándose parcialmente la boca con sus puños.
—Muchas gracias. Tiene buena aceptación entre el público. A mí me gustan tus guantes de patas de gato.
—¡Los guantes de neko son súper kawaiiiiiiiii, nyan~! Me los compré la semana pasada —gritó Kurisa-chan, muy vivaracha.
—La nena está contentax. Lo noto en sus grititos —dije sin que mi voz fuera oída.

Kurisa-chan se colocó uno de sus guantes peludos para mostrar a los espectadores que la contemplaban que encajaba a la perfección en su mano de humana. Ella, sin darse cuentax, recibió una visita inesperada por la izquierda de su retaguardia. Era un chaval patético con un gorro violeta y con un mensaje en sus manos.


—Oye, Kurisa-chan, ¿ese ser con un cartel en las manos es tu mascota? —cuestioné a la chica indicándole con mi mirada que la persona que estaba a su lado era a la que me refería.
—¿Qué ser? Uh, ya te veo. Konnichiwaaaa. Espera que te doy un abracitooo, nyan —Kurisa-chan volvió a efectuar el mismo proceso de abrazar humanos con una exagerada e incomprensible felicidad.
—Es su pet. Un pet que escribe mal.
—No es mi pet. No lo conozco pero es muy cariñoso y muy kawaiii, desu —dijo mientras acariciaba la cabeza al niño sonriente.

El chaval del gorro se plantó COMO SI NADA ante Juan Jasón (Yonson para mí) y yo. Demandaba en silencio, sin cambiar de expresión, tener contacto físico fácil mediante abrazos con nosotros.

—Aquí tienes tu abrazo —Yonson se encorvó y sin mucho interés abrazó al sumnongle. Parecía que el inexistente duende de la paternidad le había forzado a hacer eso.
—Yo no puedo dar abrazos porque se me estallan las costillas, nene. Soy como un xilofonuco de cristalé —mentí para ahorrarme el estrujar su cuerpo.
—¿Entonces nu le puedes dar a-abrazos a nadie? —preguntó titubeante usando una voz de bebé.
—Solo puedo dar abrazos por la noche, cuando se me desbarajustan las hormonas.
—Eres muy perveeeer, jujujuru —Kurisa-chan dio un salto de codorniz y luego dejó que sus vasos sanguíneos llenaran de sangre su cara de nuevo para sonrojarse otra vez antes de decir otra tontería—. ¡Yo quiero que Juan Jasón sea más perver para que sea mi chico yaoi!
—¿Qué? —preguntó Yonson desconcertado.
—¿Eso es el género manga de chicos gays?
Sip, ¡y me encanta!
—Yo el porno gay real lo veo más excitante…
—¡Oh! Ya sabemos quién es la persona más salidorra aquí, jujujuru ♥ —dijo riéndose algo escandalizadah mientras me señalaba con el dedito.
—¿Qué? A ver, he visto algo de eso, pero no en plan lujuria… lujuriosa. Es como un pasatiempo. No pienses mal de mimi… —dije queriendo transformar la impresión libidinosa que tenía de mí.
—¿Quién es Mimi-chan?
—A ver, Kurisa-chan, que quede claro que yo no quiero hacer boberías cariñosas con otros tíos para que luego nos hagas fotos como has hecho con algunos. No quiero dar la nota, que ya soy mayorcito.
—Juuu, onegai, Juan Jasón-kun. Yo quiero que al menos vayas cosplayado al próximo Salón del Manga.
—No, no, no me apetece —a Yonson parecía no gustarle que Kurisa-chan le sacara fotos disfrazado.
—Juuu, pero si tienes un tipazo… Seguro que deslumbras a todas mis amigas, porque la mayoría de los cosplayers serán gordos como siempre. Y no me gusta que los gordos vayan de mis personajes preferidos —Kurisa-chan frunció su rostro cuando acabó la oración.
—Controla esa gordofobia, chata.
—Mira quién fue a hablar… —soltó Yonson con una expresión socarrona.
—Yo solo odio a la gente gorda mala. Si odiase a todos los gordos, no tendría amigos en mi clase —elucidé yo.
—Yo tam-tampoco odio a los gordos. Pero es que en Japón todos los cosplayers son sexys y delgados y las gothic lolitas también. Aquí casi todos tienen sobrepeso y NO ME GUSTA que demos mala imagen. Eto… sin embargo yo los quiero, porque los otakus nos apoyamos entre todos, nyan~ —Kurisa-chan quería quitarse el sambenito de despreciadora de gente gorda. Sin embargo, el sobrepeso seguía sin encajar con su canon de belleza ideal otaku (y el Ildefonso va y dice que lo miraba enamorada…¡ja!).
—Ya veo… Se nota que te gusta mucho lo japonés —comenté al mismo tiempo que me fijaba en una chica delgada con una melena castaña que estaba detrás de nosotros probándose gorros con orejas de gato. Su comportamiento era sospechoso y desgraciadamente no le pude ver la cara para comprobar si la conocía.
—¡Me encanta! La gente cree que soy japonesa. Y yo me siento japonesa. Watasi… Wa-watashi wa nihonjon…desu~ —Kurisa-chan pretendió pronunciar a la perfección una frase en japonés, pero creo que no lo consiguió.
—La verdad es que sí, tienes cara de destripadora de pescados de Osaka… —dije con cierta ironía.
—¿Y a ti te gusta el anime?
—Sí. He visto algunos. Lo último que vi fue Cúrate, bonita~, concretamente la temporada Heart attack, la que va sobre infartos.
—Uoh, ¡tiene que estar genial! Tengo que verla, ¡tengo que verla! —exclamó eufórica.

La conversación con la otaku finalizó cuando la joven de melena castaña se aproximó hacia nosotros. Parecía estar espiándonos y tenía además la cara casi completamente cubierta con un pañuelo negro, lo cual la convertía en una candidata a la villana del día. Sin embargo se la veía de buen humor y no portaba navajas ni armas cortachichas.

—Hola, guapa. Hablas mazo bien el chino —saludó la intrusa sin suavidad.
—Es japonés. Pero arigatou~ de todos modos —aclaró Kurisa-chan algo perpleja mientras intentaba reconocer a la chica de algún modo—. Eh…, ¿tú vas a las quedadas frikis y otakus, no es así?
—Sí, yo siempre voy. Soy la Onichi.
—Encantada, Onichi. Yo soy Kurisa-chan.
—¿Me prestas tus guantes un momento? Son muy bonitos —la Onichi solo quería esos guantes.
—V-vale —afirmó algo reticente.

La joven de rostro oculto miraba los guantes y los trataba con amor de gatita, acariciándolos con lentitud. Por otra lado, un joven de pelo ensortijado le hacía un favor al niño del gorro pide-abrazos: había activado el cañón láser de una figura color turquesa de un superhéroe cuasirobótico y musculoso (con una apariencia un tanto zipulesca). Lo hizo porque el niño no llegaba al botón del cañón, a pesar incluso de que las figuras expuestas sobre la estantería de los mangas NO SE PODÍAN TOCAR NI CON LAS PESTAÑAS. Luego, la figura del superhéroe empezó a mover su brazo derecho, haciendo un amago de disparos por doquier con su nada fulminante rayo rojo. El niño cabezón se entusiasmaba al ver al muñeco en movimiento.

La misteriosa Onichi se tiró al piso tono aguacate con las zarpas de la Kurisa-chan. Se quedó prendada del puntito luminoso rojo que el láser de la figura motorizada dibujaba en el sueloh. Ansiaba atrapar el red dot tal y como lo hace un estúpido felino de vídeo de Internet.

—Miau, miauau… —la pseudo-gatita no podía capturar ese punto veloz que se movía de un lado para otro sin parar.
—¿Qué le ha dado a esta? —preguntó Yonson, sin entender en absoluto el comportamiento gatuno de la sumnongle misteriosa.


—Uoh, qué mareo. Oye, cuidado con mis guantes.
—Miau, miauau, miaucito —maulló excitada.
—¡Me los vas a ensuciaaaaaaar!
—Miaucito, ¡Miaucito! —la desconocida estaba súper motivadah. Causaba daños colaterales sin darse cuenta, tales como desprendimientos de algunos tomos de manga.
—¡ONICHI, YA! —pidió súbitamente y angustiada.

El niño del cartelito de los habrazos se piró lo más rápido que pudo por las escaleras. Tenía miedo de la señorita descontroladax, que, tras fallar una vez más en capturar la luz, se puso de pie y se quitó los guantes de gato antes de gritar ciertas cosas muy feas.

—¡GORDA, PUTA, FEOS, SOIS PATÉTICOS! —gritó la lokah mientras nos tiraba un guante y luego el otro.
—¿Qué dices? ¡Juan Jasón-kun, dile algo! —Kurisa-chan se sentía amedrentada y no sabía cómo enfrentarse a ese ataque.
—¡FRIKIS DE MIERDA, PRINGAOS, GUARROS AJQUEROSOOOOS ♫! ¡Me largo de esta mierda de sitio! —la supuestamente llamada Onichi se quitó el gorro de encima con asco y lo tiró al suelo. Acto seguido se largó por la escalera soltando alguna que otra risita zafia. De friki no tenía nada, es más, parecía una choni insurrecta de pura raza.
—¿Qué cojones ha sido esto?

Kurisa-chan recogió sus guantes y los sacudió algo disgustada. Yonson estaba desconcertado, al igual que las otras personas que estaban en ese lugar.

Nosotros nos despedimos de Kurisa-chan, que quiso seguir ojeando yaois en soledad con sus guantes colgando de una de sus muñecas. Yonson me reveló que el nombre real de esa chica era Crisantemilda, y que la conoció hace dos años en el Salón del Manga, después de bailar el Karuselldansen delante de todo el mundo. Ella es una chica adoradah por su infantilismo fingido y su porte aquijabarizado que tanto embelesa a los varones del salón. Lo más sorprendente es que la nena, ahí donde la ves, tiene veinticinco añetes. Es un angelito inmaduro con voz de pito. Por cierto, no sé por qué pero ella me recordó a alguien (tsu).

Yonson compró su cómic y se despidió del afligido y oscuro Onco, que se levantó su sombrero para despedirse de su apreciado clientete.

—Vaya, Yonson, en la Pictocueva pulula gente interesante. Unos son más tranquilos que otros, pero por lo general son unos frikis mansos. Sin contar, claro está, con la tía rara que se puso con el puntito del láser a…

¡PAF! Una estruendosa bofetada impidió que siguiera hablando.

—¡¡AAAAAAHHH!! ¡¡MUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!! —un llanto agudo abarrotó la calle.
—¿Otro suceso inevitable?
—¿Qué pasa ahora?

Yonson Marcelo y yo examinábamos el entorno para hallar al artífice de ese tortazo y al propietario de ese lloro. Mi amigo notó un tumulto en la calle donde está el escaparate de La Pictocueva. Fue corriendo hacia el jaleo y yo hice lo mismox. Justo en el muro que está al lado de MOMIOS, encontramos al Pocuyó púrpura, el niño abrazos, tirado en el suelo, llorando, y con una de sus mejillas pecosas enrojecida.

—¿Estás bien? —preguntó Yonson preocupadou al nene, que agarró su gorro y dejó atrás su cartel de cartón partido en dos sin hacer caso a nadie.
—Jolines... —yo miré de reojo al monstruo pendenciero que se había sentado en el muro. El criminal en cuestión no era otro que Basilión Tronchacocos. Era la única persona que estaba justo al lado del sumnongle pequeñín y la única capaz de hacer maldades sin ningún remordimiento.


—Yonson, a este tío no le molestes. Hazme caso y no la cagues —advertí agarrándole el brazo.
—Oye, tú. ¿Le has pegado una bofetada a ese niño? —preguntó desafiante.
—¿Quieres dos hostias también?

Mi amiguete no sabía qué hacer para no iniciar una desagradable pelea. El pobre estaba desosegado, a diferencia de Basilión, que estaba relajadox, seguro de sí mismo y preparado para causar dolor.

—Hola, niños. ¿Qué tal estáis? —una voz maternal sonó desde la carretera.
—Ah, hola, mamá. Y hola, Xisela —Yonson no supo si la aparición de esas dos mujeres de su vida era realmente oportuna.
—¡Rrrrruuuuuuuuuuuu! —saludó la cociñeira.


—Iris, me encantas. Eres muy oportuna —comuniqué aliviadis.
—¿Oportuna?, ¿por qué, qué pasa? —preguntó curiosa la afable madre de Yonson.
—Señora, venga pacá que le echo un polvo detrás del muro —dijo Basilión restregándose la entrepierna sin cambiar de expresión.
—¿Qué ha dicho ese? —cuestionó frunciendo el ceño.
—Cuidado con lo que dices de mi madre, puto berenjena de mierda —se atrevió a decir Yonson.
—¡Yo a tu madre y a la rubia esa me las follo delante de tu cara, gilipollas, cadáver con patas!
—Sí, claro… Tú sigue… —mi amigo se ponía más nervioso por momentos.
—Oye, niñato. Tú a mi hijo no le hables así. ¡Bájate esos humos o te pongo los huevos de corbata! —espetó Iris desde la ventana activando su instinto protector.
—Subid al coche, rrruuuuuuu… —recomendó Xisela haciendo un gesto con la mano.
—Yonson, venga, sube al coche. No seas tozudo y sube, que ese niñato tiene una navaja —no podía permitir una batalla cuerpo a cuerpo, así que cogí a Yonson de la mano y lo llevé conmigo. Entretanto, ansiaba que Basilión se abriera la cabeza como Humpty Dumptis.
—Cállate, guarra. ¡Cómeme la polla, que al mierda de tu hijo lo mato ocho veces y a ti después! —gritó moviendo su brazo derecho.
—Si te… —Iris estaba que echaba humo, pero no le dejé concluir lo que decía.
—Basilión Tronchacocos, ¡hazle un puto favor al mundo y pégate un tiro!, ¡SUÍCIDATE! ¡Tu existencia aquí solo joroba a toda esta gente que no tiene necesidad de aguantar tus PUTOS TRASTORNOS DE ASESINO PSICÓPATA! ¡DEJA QUE TE ATROPELLE UNA BALLENA CON RUEDAX, JODIDA ABERRACIÓN DEMENTE Y COLÉRICA CON CARA DE PIRAÑA ASFIXIADAAAAA! —una ira abrasadora como un volcán en erupción despertaba todo el voluminoso y puro odio de mi interior. Mis gritos atrajeron a curiosos que se asomaban a sus ventanas.
—¡TE VOY A RAJAR EL PUTO CUELLO, SUBNORMAL!

Basilión, iracundo, bajó del muro con ganas de matar. La masificada e incandescente rabia se percibía a través de su expresión de demonio sanguinario. Yo tengo por costumbre salvar mi vida cuando alguien se dirige hacia mí para matarme, por eso me metí en el coche por el lado derecho para protegerme del peligro. Hundí el seguro de la puertah para garantizarme un poco más de seguridad. De verdad… no debí haberle dicho nada.

—¡Tú eres de El Diptongo, ¿verdad?! —Basilión fijó su objetivo en mí y fue hacia el coche. Lo siguiente que hizo fue darle fuertes puñetazos al techo del coche—. Me he quedao con tu cara, ¡CON TU MALDITA CARA!
—¡Iris, pisa el acelerador!
—Tranqui, no dejaremos que te haga nada —aseguró Iris. La pobre estaba harta de ver cómo Basilión torturaba su precioso coche amarillo a hostiazos. En pocos segundos salió cagando leches.
—Pero ¿y mi moto? La tengo aparcada allí.
—Yonson, espera a que el niñato este deje de seguirnos.
—Ruuuuuu —la cociñeira sacó una especie de linterna de la guantera, la accionó por la ventanilla de su puerta y ofuscó la visión de Basilión con una luz tan potente como la de un quásar. El macarra se rezagó varios metros atrás con los ojos inservibles por un tiempo y paró de seguirnos.
—¡Qué guay, Xisela! —dije maravilladə.
—¿Alguien me puede decir quién es ese delincuente? —Iris seguía su rumbo mirando de vez en cuando el retrovisor. Había dejado a Basilión ya muy atrás y ya no lo veíamos.
—Es la primera vez que veo a ese colgao.
—Es un chico pendenciero de mi escuelita. Estuvo en mi clase el curso pasado pero repitió. Es lo peor porque pega hostias a varios estudiantes y asesinó a una de las tres mascotas de mi clase, cuya especie no sé cuál era.
—Está fatal.
—Joder… —Yonson aún no salía de su asombro.
—¿Y cómo es que sigue por las calles tan libremente?
—No saber, no saber… —mis piernas temblaban un poquitou por ese asalto.
—Me gusta tu medalla —declaró Xisela después de un breve momento de silencio y reflexión total.
—¡Es súper guapa! Y si quieres te la doy porque ME CAES MUY BIEN —expresé radiante quitándome la medalla del cuello queriendo liberar la tensión interna.
—¡Fantástico, rrrruuuuuuuuuh! Gracias —la cociñeira acarició el dibujo del útero del cupón como si fuera la foto de un familiar muerto muy querido—. É moi bonitiña.

Tras siete minutos de conducción algo apresurada, los cuatro fuimos a merendar a una agradable cafetería a salvo del sumnongle morado. Media hora más tarde, Iris llevó a su hijo Yonson al sitio donde su moto estaba aparcada para recuperarla. No hubo problemones porque Basilión ya no estaba allí. Luego, cuando me llevaron a mi casa, Iris dijo que llamaría a la policía, que no permitía que viviera con miedo en ningún momento y mucho menos bajo la posibilidad de sufrir algún ataque mortal. La quiero mucho, es como una mamá valiente.

No sé si la poli hará algo o no pero debería de castigar a ese agresor. Yo por ahora tengo mucho miedo en el cuerpox. Mi gato me consuela con su presencia, sin embargo no es suficiente. Sé que Iris, Yonson y Xisela han ofrecido todo su apoyo para ayudarme a superar este trauma basiliónico pero la angustia no se me quita tan fácilmente como un gorrito de fiesta.

«Me he quedao con tu cara, ¡CON TU MALDITA CARA!»

¿Soy yo su nuevo Blas Guijo?, ¿soy su nueva víctima, su nuevo objetivo?, ¿de verdad se acordará de mi cara y de todo lo que le dije? Esperamos que no… QUE NO, POR FAVOR, QUE NO. Entretanto, para paliar el terror de mi corazoncito asustado, he decidido tomar una infusión tranquilizante esta noche, mientras escribía esta entrada a la velocidad del rayo. Que sepas que cuando vuelva a la escuela, llevaré un pañuelo y unas gafas de sol (si es posible, graduadas) a lo Audrey Hepblum para NO SER RECONOCIDIS. Me importa una gónada lo que piensen mis compañeros: Yo no quiero morir.

Ay, Yonson…, me encanta salir contigo; acabamos en mundos alternativos y diferentes. Si no fuera por el puto Basilión este día habría sido perfecto. Para relajarme y pensar en lo bonito del día de hoy, he puesto el ambientador con la fragancia de jengibre enamorado que me compré hace nueve días.

Por último, he de decir que Yonson ha aceptado ir a la Fiesta de la Fruta este año. Me da igual si es una mierdax de flamenco… Necesito alejarme de la ciudad aunque sea solo un día.

Fin de Chipirrín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario