31 agosto 2011

La media naranja marina

¡Ey, chicos, ya he vuelto! Sí, en effectus, ya he vuelto. Como lo oyes (o lees), ya he vuelto. ¡He vuelto de Galicia! Ahora preparaos, que mis dedos han tecleado las experiencias que viví en la esquina noroeste de nuestra península para que las leáis.

Mi aventura con la familia de Yonson comenzó el 17 de agosto. Antes de ir a la estación rellené mis maletas con el equipaje ese tan odioso que hay que llevar en cada viaje. Fue fácil y rápido, pues mis ropajes y otras pertenencias se colaron por el hueco de la cremallera de mi maleta tal y como lo hacen las mariposelas del jardín celeste.

Los tres, Yonson, Iris y YO, nos introdujimos al anochecer en el Trenhotel que iba directo a Ourenseh. En su interior dormimos como las ratas que descansan a salvo de los raticidas. Pero antes de haber conciliado el sueñecito, insistí a Yonson Marcelo en que me dejase jugar con su consolax. Me di cuenta de que cada vez que me arrimaba a su lado, su cara expresaba molestia. No parecía gustarle la idea de compartir doce días de placer atlántico-cantábrico con mi solitaria presencia. Por eso me deposité en el espacio vacío que había al lado de Iris, para cuchichear con ella sobre cosas del clima, del destino y del humor vítreo de los ojos. Hablamos y hablamos hasta que dormidos los tres nos quedamos.

Al día siguiente, después del viaje de aproximidiminti siete horas, aparecimos en Galicia. Allí, al mediodía, un señorcillo que conocía a Iris y la ADULABA sin parar, se ofreció a llevarnos a Rundovelo, el pueblo de la cociñeira. El camino no fue laaargooo pero tampoco fue cortito. Lo importante fue que disfrutamos viendo el paisaje verdoso.

Hubo un obstáculo inoportuno que obligó al auto a tomar un rumbo diferente para llegar al Rundovelo, pues una jabalina (no el palo que pincha y se lanza, sino la hembra del jabalí) se había puesto a parir en medio de la carretera. No estoy en contra de la natalidad ni de los cerditos monteses, pero eso fue un AUTÉNTICO INCONVENIENTE que nos fastidió a muchos.

El otro camino era más rural y tortuoso, aunque lo guay era que en él se manifestaban explosiones de felicidad y de travesuras que nos alegraron el desplazamiento en coche.


—¡Ai, muller, non fagas esas cousas que se che van ver as bragas! —gritó una viejezuela a otra que puso su mundo patas arriba.

Las plantitas, el puente, las montañas y aquella cosa esa que vi eran muy preciosas. Reconozco que ese pueblillo que atravesamos era muy bonito.

El final del trayecto estaba adornado con una casa antigua de piedra. En ella, tres sumnongles de fuertes lazos familiares salieron sin miedoh a la luz para recibirnos a Yonson, a su madre y a mí. La cociñeira estaba entre los otros dos, y, con su penetrante mirada de atolondrada satisfacción, nos ofreció una cosa redonda y comestible cuya superficie había recibido una nevada dulce.


Los ojos del trío familiar, especialmente los de los papis de la cociñeira, nos inspeccionaban discretamente para luego darnos una bienvenida muy campechana. La madre de la cociñeira arqueaba su mano como una zarpa con ganas de arrancar un cachito del pastel para llevárselo a su boca.

—¡Así que tu eres Yonson! Estás hecho todo un hombre —exclamó el padre de la cociñeira dando una palmada sonora en el hombro del muchacho.
—Sí, eso dicen —Yonson miraba distraído la tarta que sostenía la maestra culinaria.
—¿Has visto? Xisela ha dibujado tu retrato en la superficie de la tarta. Ha quedado genial.
—Mi hija es una artista. Cuando era pequeñina dibujaba calamares y osos pandas con vestidos de colores. Los hacía muy bien —dijo la madre con su acento tan musicale ♫.
—¡Rrrruuuuuuu! Mamá, tampoco es para tanto —replicó la sumnongle.
—He entendido a la cociñeira por primera vez… —murmuré entusiasmadә por escuchar el nombre real de la empleada de Iris y Yonson.
—Es muy… bonito, Xisela. Me alegra ver mi careto dibujado en una tarta —expresó Yonson confundido y algo avergonzadete.
—Iba a poner la cruz de Santiago pero la idea del retrato parecía más diver, ruuuuuuu.
—Yonson, venga, hazle una foto al pastel que ha hecho ella. Hay que inmortalizar esa obra de arte antes de que nos la comamos —Iris intervino. Estaba maravillada al ver el dibujín realizado en el azúcar glas.
—¿Y esta ricura quién es? —preguntó la madre refiriéndose a mí.
—Soy una amistad del Señor Yonson —me presenté brevemente.
—Es un cielo.
—Venga, venid todos a dentro que es hora de merendar —el padre nos invitó a encajarnos en los huecos de su hogar.

Como seis vacas rubias, los visitantes y los anfitriones devoramos la tarta de Santiago que la gentil cociñeira nos preparó para que degustásemos algo de la gastronomía de su tierra. Estaba de rechu & pette.

Oh, se me olvidaba… El nombre completo de la cociñeira es Xisela Franqueira Pinal; su rechoncha madre se llama Buensabor Pinal y su canoso padre Deliorio Franqueira.

La casa de la familia de Xisela era como una fruta de pulpa suculenta con una corteza seca y avejentada; el interior era un palacio modérnico y repleto de comodidades, mientras que el exterior conservaba la característica fachada de una viejísima casa de campo. El confort era tan gozoso que a veces nos costaba salir de la morada de Xisela para ir de visita a ciertos lugarcillos de Galicia.

Disfrutamos de una semana intensa: Nos fuimos por allí y por allá, indagamos dentro de iglesias, ermitas y catedrales y anduvimos contemplando hórreos y yacimientos celtas. Vivimos cada uno de los días con intensidad. Para Yonson las excursiones por la costa fueron la leche condensada en el fondo de un vasito de café. Allí él encontró a alguien que cambió la tonalidad de su vida para siemprex.

Aprovechando que la atmósfera había parado de lagrimear sobre la tierra, Yonson y yo nos fuimos a explorar la zona en donde la arena y las piedras entran en contacto con el océano. Fue en el agua donde vimos a una sumnongle con un color de piel algo podrido. A pesar de sus características dérmicas, la joven acuática era tan hermosa como una galaxia licuada.


No sabíamos de qué rincón del mundo venía. Chapurreaba nuestro idioma y no conocía el idioma gallego. Llegamos a la conclusión que era una turista europea que quería pasar sus vacaciones zambulléndose en el líquido marino. Después de unas charlas con ella, congenió con nosotros y nos reveló su más pútrido secreto: en realidad estaba muerta. Pero era una muerta viviente… una zombi. La revelación hizo que la patata cardiaca de Yonson diera una inesperada vuelta. Aunque la chica rubia era una sin-vidah, se había convertido en el alma gemela de mi amiguico. Era lo que Yonson llevaba buscando: una chica que tuviese un aspecto tan marchito como el suyo.

Yonson suplicó a su mamá querida para que volviésemos a aquella playa al día siguiente de haberla visitado. Se había enamorado de la anónima del bikini morado y quería verla una vez más.

—Esa chica es muy guapa. Parece una modelo de calendario, pero no te conviene convertirla en tu esposa —opiné cuando nos íbamos en coche a casa de Xisela.
Nadie ha dicho nada de casarse, idiota. Quiero que salga del agua y que se venga con nosotros.
—Ella no quiere salir. Ya lo hemos intentado y no hubo éxito por ningún lado. Además, no tienes una pecera para turistas en tu casa y no puedes llenar de agua tu habitación porque se te enmohecerán los calzoncillos.
Deja de ponerle pegas a todo. Mañana solucionaremos esto —dictaminó esperanzado.

Y así fue… Aquel día retornamos a nuestro punto de encuentro como habíamos acordado con la fallecida. La benévola madre de Yonson aceptó ir de nuevo a la playa, aunque ella no sabía nada de los amoríos de su único hijo. Optamos por callarnos como tótems porque era posible que a Iris le disgustara la idea de tener una nuera zombi con olor a sopa de pez. La cociñeira, que siempre iba con ella, tampoco sabía nada.

Pero el reencuentro fue lamentable (snif). Yonson quiso confesar sus sentimientos a la zombi marina justo cuando ambos parecían palpitar enamorados uno del otro. Tristemente, en ese instante apareció un pulpo de las aguas para llevarse a la chica. Nosotros pudimos captar la escena desde una roca cercana.


Yonson estiraba su brazo inútilmente con la intención de alcanzar a su amada. Estaba desesperadoh y no paraba de gritar. Sin embargo, la chica parecía estar sedada pues no expresaba ni pánico ni agonía. Ella le explicó que tenía deudas con los cangrejos y que debía reunirse con ellos en las profundidades del mar, que era el sitio en donde debía estar. Antes de marcharse, una docena de esos crustáceos cayeron sobre el cuerpo de Yonson, pero este fue hábil y se pudo librar de ellos.

—¡Maldita sea, Yonson! Pudiste revivir el momento final de la peli La sirenita escamosa, pero has preferido incrustar tus rodillas en las rocas.
¡No! ¿Por qué?, ¿POR QUÉ? —gritó Yonson como una morsa cabreada que ha perdido sus colmillos.
—Yo también estoy tristeh. Para la próxima haremos pulpo a la gallega con ese cefalópodo sobatetas. Ah, y necesitaremos unas veinte toneladas de valentía para rescatar a tu nena —animé al sumnongle desoladou.

El desenlace de la relación de Yonson fue siniestro. Aunque eso fue solo lo aparente, porque en realidad la zombi no corría ningún peligro en su mundo bajo el mar. Esa novia cadáver parecía ser amiga de los peces, las medusas, los pólipos y las estrellas amputadas de mar. Quizá algún día Yonson la vuelva a ver. Si se comprara unas branquias podría vivir con ella en su agüita de amor, ¿no?

Nuestros últimos días en Galicia fueron amenos para todos, excepto para Yonson, Don Corazón Partío. Su proto-novia no se quedó a su lado como el quería.

En la víspera de nuestro último día de aventuras lo pasamos dabuti. Accedimos a un área geográfica muy húmeda de cuyo nombre no me acuerdoh (joder…). En ese sitio, la cociñeira quiso sacar la SÚPER FOTO DEL VERANO, ese tipo de fotos súper chulas en las que se ve toda la peña sonriendo como morrongosos. Los cuatro salimos en esa foto, aunque Xisela no pudo colocarse al lado de Iris pues había plantado unos matagallegos en el suelo y la cociñeira no quería peligrar su vida. Pero de todos modos apareció en ella.


Los cuatro parecíamos los protas de una movie about waterfalls. Yonson jodió la foto con su postura rígida de tronco infeliz. Pero le comprendo… el pobre no estaba de humor.

Finalmente volvimos a nuestro lugar de origen. La cociñeira nos sorprendió con uno de sus truquitos científicos y nos llevó a casa en su coche de fabricación casera. Sus padres, Deliorio y Buensabor, se despidieron agitando sus manos al son del aire de campo. Los cuatro llegamos a nuestra ciudad en menos de lo que se dice superextraordinariamente superextraordinario 4000 veces seguidas.

Alalá, ¡qué vacaciones tan magníficas y húmedas! Hacía más de tres años que no me iba a ninguna parte. Me han sentado tan bien las mariscadas y ver los dibujitos de las vieiras por todos lados que ya no me preocupa volver a las clases el mes que viene. Lo malo fue que no disfruté del mar, pues creo que el placton, al rozar mi piel, hace que mi páncreas emita ultrasonidos detestables. Qué se le va a hacer… No me voy a traumatizare, ya que yo no vivo cerca del mare.

Esperad un momento. Ese ser humano de la foto… ¡NO SOY YO! Detestable impúber irreverente… Correteaba de un lado a otro sin parar. Recuerdo que su padre le hizo algo a esa bestia infantil chupacámaras para que parara de molestar. Le dio un azote que, según dicen las pulgas, alteró un poco el eje del planeta. Perdonad… estábamos tan distraídos mirando el bellísimo sombrero de Iris que no reparamos en la identidad del ser que estaba al lado de Yonson Marcelo. Ñuñuñú.

Eso ha sido todo. Desead mucha suerte a mi amiguito el afligido.

06 agosto 2011

Recolectando elixir de calcetín

El Sol sigue implacable con sus rayos metomentodos irrumpiendo, sin permiso ni aviso, en todas partes. El sofoco casero me hace expulsar más sudor que las Bublias de Babia, pero eso no fue impedimento para que pudiera chivarme a Doña Patri de lo que sucedió con el temible Bola Q el jueves. Desde mi pecé accedí a Macedonia de las Delicias, el foro de la Fiesta de la Fruta, para relatar mis aventuras en Fuencremosa. Aquí os dejo una captura extirpada de mi pantallah que hice ayer, cuando escribí el post.


No fue un bombazo como yo pensaba… A pesar de que había retocado la información para hacerla más suculenta, mi declaración sobre lo ocurrido no suscitó asombro u enfado. Todo el mundo había olvidado la intromisión de Bola Q, o simplemente no le daban mucha importancia. Jodé~.

Bueno, cambiemos de tema…

Esta tarde me fui por las calles de los alrededores de mi barrio en busca de algún lugar secreto que me proporcionase brisa gratuita. Pero antes de ponerme a salvo del ardor del suelo, avisté una figura familiar en una calle. Se trataba del repeinado de Arturo Eleutestes, que miraba a todas partes con cara de angustia de diez mil euros. No quisimos toparnos con él pero no lo pudimos evitar.

—Emm…, hola, holala.
Hola —el sumnongle no recibió con agrado nuestro saludo.
—Arturo, ¿qué ocurre? Se te ve con cara de angustiadou.
Ya.
—Puedes confesarte. Yo no contar a nadie —aseguré luciendo mi cara de querubín.
Lo sé. Tengo un problema. Intento deshacerme de algo, pero no lo consigo, y si sigo así voy a perder la cabeza —dijo el chico presumido VISIBLEMENTE desesperado.
—¿Qué es? ¿Te han dado algo de los chinos que es de muy mala calidad?
Déjate de tonterías y no me hagas perder mi valioso tiempo —dijo indignado—. Se trata de este emblema. Mira.

El dandi nos acercó a los ojos sin pudor un viejo emblema con la cara de una mujer muy repulsiva pintada en medio y una estilizada inscripción.


—¡Ohhh! —expresamos fascinadis—. ¿Qué es?, ¿un camafeo con la cara de tu tía la del pueblo?
¿¡Pero qué dices, imbécil!? Deja ya las bromas que el asunto es serio. Además, nadie en mi familia viene del pueblo. ¿Te crees que somos como las ovejas de una granja apestosa?
—¡Ups! Lo siento, señor metropolitano —me disculpé de mala gana al pijo.
Este es el emblema de la Bitichela, una reliquia de una escuela del siglo XIX que ya no existe. Mi abuelo me lo dejó en su herencia cuando murió el mes pasado. He intentado venderlo desde entonces porque sé que es valioso, pero nadie lo quiere, ni siquiera los coleccionistas de antigüedades. ¡Y ya no puedo más! —gritó estresadete.

Arturo estaba más desesperadox que un chihuahua en las rebajas. Quería librarse del maldito emblema metálico a toda costa y playa.

—Véndelo por el agujero de internet; por allí siempre hay alguien que busca reliquias.
Llevo más de dos semanas intentándolo y nada. No he tenido suerte ni al subastarlo. Al final va a ser verdad eso que dicen, que está maldito —Arturo hablaba con repugnancia.
—¿Maldito?, qué marronazo. Pero seguro que habrá algún friki por ahí que le interese tener ese… careto diabólico. Sigue buscandox, chaval —le sugerí.
—Hace apenas media hora quedé con un tío que estaba interesado en comprarlo, pero el capullo se rajó en el último momento… ¡Dijo que estuvo dispuesto a pagarme más de mil euros!
—Desilusionar así a la gente hace pupa en el corazón.
—Pues sí —Arturo me miró desanimado y luego sonrió de manera sospechosa—. Una cosa. Me he enterado en clase de que tienes una mesa con… narices y ojos en tu casa, ¿no es así?
—Así es.
—¿Te flipan las cosas raras, verdad? Venga, te vendo este emblema por solo… seiscientos euros.
—Ni de coña, guapo, ¡que me espanta a las alfombras!
—¡Espera!

El pijo aromatizado y desalentado intentó venderme ese esperpento desquerido pero no lo logró. Salí corriendo sin despedirme de él en dirección al este. Arturo me persiguió sin reparo pero desistió al cabo de unos segundos. Sorry…, mi monedero no quiere gastarse su dinero en cosas muy caras, horrendas y malditas, no, no, nop.

Sin planearlo, acabé adentrándome en un extraño lugar en donde logré perder de vista a mi compañero. Me escondí tras un arbustico en la parte sur de la plaza del Conde Costronor, un rincón muy interesante en donde unas extrañas prominencias purpúreas con aspecto de costra divina gigante han brotado del pavimento. El sitio no es muy grande y no está repleto de diversión, pero como tiene árboles decidimos refugiarnos a su sombra cual Draculín.

Cuando ya no hubo peligro, nos dispusimos a regresar a nuestro cubículo de paz llamado casa, pero un travieso e irritante conocido pasó por delante de nuestras narices y nos hizo cambiar de idea. Se trataba de Hijo de un Amor, el hijo descarriado de Remualda, que se encontraba caminando con una extraña expresión rumbo a una zona apartada de la plaza.

—¿Qué haces que no estás estirando tus porquerías? —preguntamos al gordito con la intención de que nos contestase, pero por más que le hablásemos no conseguíamos más que estar frente a espalda.

Como el niño parecía vagar en una especie de trance, decidimos seguirlo como vulgares espías para saber qué lo mantenía tan absorto. Al poco después de seguir sus pasos por la plaza, empezamos a escuchar un suave canto muy agudo. Luego distinguimos un destello azulado que provenía de un rincón oscurecido por la sombra de los árboles. Mi ojo investigador vio que muchos sumnongles pequeñines se dirigían hacia ese punto, por eso me autoañadí velozmente en el grupo de niños para captar la inusual escena.


—¿No se supone que todos estos niños deben estar en la playa chapoteando en el agua, intentando sobrevivir con sus hinchados manguitos y con las repelentes algas enredándose en sus pies? Buff, será la crisis, que no les deja saborear la sal marina —pensó mi cerebro granuja.

Al llegar a la zona oscura pudimos ver con nitidez a cada uno de los mocosos con la misma jeta que el Flexigomitos Master. Varios niños conocidos de los alrededores se encontraban allí con expresión fascinada. Estaban quietos like estatuas y en sus ojos se dibujaban unos hipnóticos círculos de colores.

♫ Venid niños, venid todos a jugar.
Venid sin demora a este hermoso lugar.
Venid y mostradme vuestros piececitos.
Venid por el brillo de mi zapatito .

Una verdosa y suave figura alzaba su brazo en el borde del claro, dirigiendo a los niños como si fuera un rebaño de ovejitas con su melódica voz. Era de color verde pistacho, de ojos hipnóticos y sonrisa malévola. Se trataba de la mujer rana Valeria.


Hace años hubo un incidente incidentoso en el parque de Maraguarrada: se habían dado avisos de robo de calcetines de menores. A las pocas horas se descubrió que la delincuente había sido una extraña mujer con aspecto de rana, con una enfermiza obsesión por el sudor de los piececitos de los niñettes. Por suerte, la mujer rana sobapiés fue detenida, pero ya ha salido del calabozo.

Su aspecto de anfibio se debe a que Valeria, en el pasado, decidió operarse las fealdades de su cara para ser más guapeta. Pero la operación salió rana y por ello optó por remodelar su apariencia para asemejarse más a ese animal de charca, aprovechándose de las chapuzas quirúrgicas que le hicieron. Ha llegado incluso a teñir su piel para dejarla de un tono verdoso.

—Qué ricuras, qué cielitos. Es hora de quitarse los zapatitos —la mujer rana entusiasmada ordenaba con dulzura a los niños que se descalzaran—. ¡Y los calcetines! Vuestro sudor de pies es mi pomada, mi pócima ♥.
—¡Ey, tú! —gritamos BIEN FUERTE para que nos oyese.
—¿Quién osa gritarme?
—Yo oso (digoh… persona). ¡Deja ya en paz a estos niños, maldita huelepezuñas humanas!
—¡Qué impertinente! ¿Ves? Por eso no me gustáis los de tu edad. ¡Seguro que tienes los pies enormes y rasposos!  Lárgate de aquí y vete a molestar a otra parte, que estos niños están aquí porque les da la gana.
—Sí, seguro… ¿Y qué es entonces ese brillo hipnótico y esa canción tan estúpida? —espetamos con enojado enojo.
—¡Eso a ti no te importa! Lárgate de aquí con viento fresco, que los pies de los adolescentes me dan arcadas —Valeria, incomodada, me exigía marcharme. 
—De aquí no nos movemos hasta que no apartes tus asquerosos dedos con yemas siliconadas de los pies ajenos —gritamos con decisión a la verdosa.
—¡Ignorante! ¿No sabes que la transpiración de los preciosos pies de los niños es ideal para mi piel de rana? Cuando consiga exprimir diez litros de sudor de sus calcetines fabricaré un ungüento especial que evitará que mi piel se reseque cuando salga del estanque —confesó algo acalorada antes de hacer una breve pausa—. Si lo deseas… podemos negociar. Estos mocosos obedientes han tenido una sesión de atletismo bajo el sol y sus pies han chorreado una barbaridad. Yo te venderé un poco de la recolecta a un precio ranístico —para salir airosa de la situación, la pseudo-anfibia me propuso comprar un poco de su hediondo brebaje.
—No, gracias. Prefiero el jugo de los champiñones de las mañanas domingueras. ¡Así que para de hipnotizar al niñerío AHORA MISMO! —grité en defensa de sus marionetas pueriles.
—Pues tú lo has querido. ¡Niños, atacad!

Con un brillo cegador procedente de un zapato de cristal que tenía en su mano, la mujer rana mal operada dio la orden de ataque a la infantiarmada, que fue a por mí como si fuera un chicle de maracuyá en la puerta del colegio.

No teníamos tiempo, pero sabíamos lo que teníamos que hacer: cogí una sandalia del suelo y se la lance a la mujer rana con todas nuestras fuerzas meteóricas. La sandalia impactó contra el zapato manipulador de niños, que quedó hecho purpurina de fiesta.

—¡Nooooooooooooooo! ¿Qué has hecho? ¡Lo has estropeado todo!
—Así aprenderás a no hurgar entre los deditos ajenos —le reprochamos con orgullo.

Los niños, mientras tanto, recuperaron su autonomía, aunque sufrieron un curioso efecto secundario post-hipnótico: tuvieron muchas ganas de jugar con ranas. Al ver a la mujer anfibia gritona, fueron a atraparla para jugar. Valeria no pudo librarse de acabar bajo una masa de grasa infantil. La montaña de niñicos parecía una versión de El Guernica a todo color. Se lo tenía merecido.


Con dificultad, Valeria consiguío zafarse de la mole de niños aturdidos, justo antes de que llegaran varios adultos escandalizados. Huyó escarmentada lo más rápido que pudo con sus cachivaches por las calles de la ciudad. Espero que que no vuelva jamás para que los niños puedan corretear por el césped a salvo de sus abusos zapatéticos.

Lo más probable es que esa mujer rana, tan cutre y negligente, esté ahora en un estanque respirando el aroma a berros. Realmente no supone una amenaza libidinosa para los niños, como sí lo son los Zipulas, así que no figurará en mi lista de depredadores sexuales. Ella solo quiere sudor de pies…

Buh… Sigue haciendo calor.

04 agosto 2011

Persecuciones matutinas peligrosas

El verano es caliente,
El verano da calor.
Yo impregno mis harapos
Con mil mares de sudor.
Recemos a la virgen
Para que nos dé frescor.
O si no, me voy a la playa arenosa y mojada, con agua salada. Sé que está muy lejos, pero la brisa marina es un alivio, como una toallita húmeda para un sumnongle con el bullarengue irritado.

¡Eh!, basta de tonterías a la de cinco: uno, dos, tres, cuatro y cinco. ¿Has recuperado la compostura?

La excursión de hoy se desarrolló tempranote, entre el reaparecer de los primeros pelitos dorados y luminosos del sol hasta el primer mordisco del almuerzo bajo en calorías. Sí, hoy volvimos a andar por las calles antes de almorzar.

En mi odisea, mis sentidos encontraron un montón de cositas inesperadas. Algunas eran memorables y otras eran para echarlas a la papelera del olvido. Como por ejemplo, los sumnongles que vi en la parada de autobús (o autobuncho, autobusaco, bocadillo con ruedas, etc); ninguno de ellos transmitía felicidade.


Rabia, preocupación, tristeza… Los penitentes de las discotecas del inframundo tienen mejor cara. Yo, para integrarme, puse una expresión de envidia de serpiente. Fuimos aceptados en silencio por los desconocidos.

Esos tres individuos me resultan muy familiares. ¿Los habré visto en otro sitio? (guiño).

Más adelante, una quinta persona se encajó en nuestra constelación de humanos que esperaban el transporte públicoh. Sobre su nariz, había cuatro diminutas formas de vida muy mirables.

—Oye, señor, lo que usted carga con orgullo en su nariz, ¿qué es? —cuestionamos al recién llegado.
Son mis amigúnculos —mencionó sin apartar la mirada de sus criaturas.

Nosotros nos acercamos para ver a los intrigantes amigúnculos que se agarraban a su pirámide nasal. No pudimos evitar expulsar un pequeño comentario explicativo:


Sí, lo son. Y siempre lo serán.
—Son para coleczionaaaaarg~♫.
No, no. Estos amigúnculos no forman parte de ninguna colección —aclaró el hombre narizotas.
—Ah… Disculpe, le está germinando un grano como un zafiro en una mejilla, ¿no es así? Debería instalarse una tirita resecagranos de esas —aconsejé al ver su tumorcillo inocuo de color ojo cósmico.
Lo sé, me he dado cuenta. Por eso llevo a los amigúnculos en mi nariz, para que no se fijen en mi grano. La próxima vez córtate un poco cuando hables —dijo algo incomodado.
—Perdone a mi lengua gamberra.

Esperamos a que los autobuses de líneas enemigas recogieran al gentío hastiado de la parada, además de al narigudo portador de little people. Nuestro deseado vehículo público atracó en nuestra parada minutos después de que se quedara vacía. Deseábamos viajar a lugares desconocidos de la ciudada.

En las tripas del autobús, presencié una escena despreciable, apta para ser señaladas con el dedo indicador y gritar ¡ya basta! Se trataba de Vuldrim, el duende de las cosquillas, torturando a un pobre desgracidou.


¡Tiki, tiki, tiki!
¡Juas, juas juas! —la víctima sin manos no podía defenderse. Solo podía reír y reír.
—Esto es vergonzoso.
¡TIKI, TIKI, TIKI! —Vuldrim jugueteaba maliciosamente con sus dedos en la barriguita del sumnongle.
¡JUAS, JUAS, JUAS!
—¡Para ya, por favor! —gritamos asqueados.

Nuestra voz alteró la actitud del guisantón cosquillero: detuvo sus dedos y se volteó para mirar con enfado hacia el frente, dejando al caballero de boca amplia descansar en paz.

Vuldrim siempre viste con una bolsa azul de plástico. La usa para esconderse dentro de ella y sorprender a los incautos que, con curiosidad, husmean en su interior. Cuando una personilla o algún animal entrometido se acerca a la bolsa azul de Vuldrim para averiguá qué hay dentro, el travieso duende saca sus finos brazos por el orificio para atrapar a su presa y hacerle cosquillas hasta que suelte la baba loca. Pero Vuldrim, como es muy débil, siempre acaba escarmentado.

Esperamos que ese sumnongle manco pueda superar su oprobio (desde aquí le catapultamos ÁNIMOS y ÁNIMOS DOBLES para que olvide lo ocurrido con el duende).

Para no sentir el zarandeo del viaje, me fui a sentar a un asiento del fondo. Pero hubo algo que me puso en pause▐ ▌, el singular sumnongle que se infiltró en la fiesta de la fruta el año pasado y SIN PAGAR LOS SEIS EUROS. Allí estaba, como si nada, medio escondido y con una boina con aspecto de moco de trol.


Yo, desde donde mi culo se había sentado, murmuraba palabras de menosprecio dirigidas a esa criatura redonda. Estaba esperando el momento perfecto para asaltarle y decirle unas cuantas verdades de verdad.

—Verrugo asqueroso… Colándose en las fiestas sin permiso y zampando la comida de los demás.
Yo que tú dejaría a Bola Q tranquilo —nos exhortó un sumnongle purpurrojizo en voz ultra bajísima.
—¿Se llama Bola Q? —cuestioné retóricamente.
Sí.
—Pues no me voy a ir de aquí sin soltarle un buen sermón por no haber pagado los seis euros de un evento importante.
Él es así. Se cuela también en el autobús sin pagar. Pero nadie le dice nada… es difícil hacerle razonar. Es muy duro de sesera —el señor nos quería torcer nuestros popósitos.
—Me da igual. Yo lo vigilaré hasta tener la oportunidad de agitarle el dedo delante de su careto mientras frunzo el ceño.

No escuchamos el consejo del sumnongle, pues quisimos darle a la bola su merecidox. Aplazamos la excursión matutina para dedicarnos por completo a castigar a Bola Q.

Cuando el transporte atravesó el barrio de Fuencremosa, una zona muy pija al sur, Bola Q desembarcó sin avisar. Tanto tiempo vigilándolo en el bus y al final no conseguimos decirle nada. Por eso me bajé yo también para perseguirlo por las calles.

—Hay que reconocer que es muy habilidoso: rueda que te rueda y no se le cae la boina —dijimos a las moléculas de oxígeno que flotaban cerca de mis labios—. Oh, mierdurra, ¡me ha visto!

Bola Q no era consciente de que lo estaba persiguiendo, hasta que se giró sobre su propio eje y descubrió mi cuerpo, sostenido sobre mis piernas, en medio de una calle hecha para pasear.


Seguimos avanzando y el boliche seguía rodando. Llegamos a un callejone muy estrechuco por donde las ballenas y los diplodocus con collares no pueden entrar. En él, Bola Q había construido un hogar ilegal formado por basuras exquisitas de diversos ecosistemas de la ciudad. Bola Q estaba ya en su casa, pero se sentía intimidado por mi presencia. Estaba acorraladísimo.


—¡Y colorín colorado, te pillé! No fue muy astuto por tu parte dejar que te siguiera hasta tu casa, Bola Q —dije adoptando mi faceta intimidadora—. Vaya, se te ha caídu la buina, juh.
Dé-je-me en paz… se lo su-pli-co —Bola Q hizo sonar su voz, tan tenue como el gemido de una mariposa guarra.
—De eso nada, bolada. Tú le debes a la rubia rechoncha unos seis euros.
Dé-je-me en paz… yo so-lo que-rí-a co-mer.
—¡Cállate! Puñetera esfera, saca tu mugriento dinero de donde sea y en menos de diez segundos —exigí cabreadis.
Mi di-ne-ro ya no e-xis-te. Dé-je-me en paz, se lo im-plo-ro —pidió mostrando un apaciguado nerviosismo.
Dé-je-me en paz, dé-je-me en paz… —yo imitaba la patética forma de hablar del sumnongle—. He dicho que lo quiero en menos de diez segundos, o si no te castigaré.
Dé-je-me en paz, dé-je-me so-lo —parecía que se iba a echar a llorar.
—¡Estoy hartә! No me calientes la caldera que no está la sartén para freir huevos, hijo puta.
Dé…
—¡CÁLLATE! —vociferé interrupiéndole.
La voz sucia ha corrido el velo oscuro. Ahora entrarás al Templo de las Aberraciones para que el mordisco definitivo acabe con tu felicidad —sus últimas palabras retumbaron en el callejón como la maldición de un hechicero.
—¿Eh?

Lo que ocurrió a continuación nos hizo vibrar de pánico. Bola Q abrió sus antes-casi-inexistentes fauces al mismo tiempo que el aire se congelaba gradualmente. Los ojos del sumnongle brillaron con un infernal color rojo y de su faringe brotaron tentáculos con pinzas de langosta satánica. Sus punzantes dientes estaban preparados para arrancar carne.


Huimos despavoridos de Bola Q, que afortunadamente se quedó en su sitio causando traumas y sustos explotacorazones a todo aquel que lo viera. Había entrado en un trance que estuvo a punto de no dejarme escapar.

—¡SOCORRO, AUXILIADME! —gritamos para ser oídos por todas los habitantes de Fuencremosa—. ¡Adriano, Eusebierdo, Palomina, Cascabelinda, Nikoleta, Mohamed!

Nombramos entre gritos y de manera aleatoria un surtido de nombres, con la esperanza de que alguien respondiera al oír el suyo para que fuera a ayudarme. Desgrashiadamente nadie vino, pero comprendí luego que no hacía falta que nadie nos socorriera… Bola Q no me siguió y la temperatura del aire volvió a ser normal.

Cuando huí unos cuantos metros hacia allá, una personificación de la maternidad se apareció ante mí en el momento más oportuno. Se trataba de Iris Cariñesa, la madre de mi amigo Yonson. Detrás de ella iba su misterioso acompañante.


¡Cariño, cuánto tiempo! —saludó armoniosa.
—Hola, Iris —saludé yo justo antes de darnos un par de besos en los cachetes~.
¿Qué tal? Veo que tienes angustia. ¿Te ha pasado algo?
—Sí, pero ya no hay que preocuparse, no, nonito —declaré. Luego mis ojos captaron al viejo fuzzy que me saludaba con su brazo juguetón—. ¿Ese hombre es su nueva pareja? Parece muy divertido.
¿Quién? —preguntó extrañada.
Jijiji.
Ah —Iris se asombró al ver al sigiloso mendigo que se había incorporado muy cerca de ella.
¡Hola, hola! ¡Perejil al perejil! —el viejo parecía muy animado.
¿Perdón?
Dame un euro, dame un euro —pidió haciendo la supinación con su manos.
No tengo.
Sí tienes. Dámelo.
Le he dicho que no —repitió inexpresivah.
¡Puta, PUTA! Mentirosa y rácana, como las hierbas —espetó el vagabundo agitándose como un pulpo epiléptico antes de salir corriendo hacia el norte.
¡Cerdo! Vete a la mierda.
—Iris, lo siento… La ha acusado de ser una meretriz delante de mí. Tiene que sentirse muy humilladax —expresé condoliéndome. 
Bobadas, esas cosas no me humillan. Ese era Nepomuceno, Nepo para los amigos. Nunca le doy dinero porque seguro que se lo gasta en drogas. Además está muy chiflado, pero a mí no me da miedo —explicó Iris tras ese momento de tensión.
—Es usted una mujer fuerte.
Desde luego —surgió un pequeño vacío en la conversación que Iris cortó usando una pregunta—. Bueno, ¿te has ido o irás a algún lugar de vacaciones este verano?
—No. La ruleta de la vida ha decidido que me quede en casa.
Oh… qué pena. Oye, ¿por qué no te vienes con nosotros de vacaciones? —propuso en tono animoso.
—¿Eh?, ¿puedo?
¡Claro! La cociñeira nos ha invitado a ir a su casa, que está en Galicia, para conocer a sus padres. El 17 de agosto nos vamos los tres para allá. Además, seguro que a Yonson le encantará, pues todos sus amigos lo han dejado de lado: unos se han ido ya, otros prefieren estar con sus novias, otros están trabajando…
—¡Iris, muchas gracias! Mi órgano de la felicidad palpita de emoción. Sí, quiero ir con vosotros —acepté sin pensármelo menos de una vez.
¡Muy bien! Tú preocúpate solo de llevar tu equipaje. Lo demás está en mis manos.
—No puedo sostener tanta alegría. Necesito ir a casa y organizarlo todo.
Vale. Yo acabo de salir de casa de mi hermana Nolari. Te puedo llevar en mi coche.
—Gracias, Iris, es usted como una madre para mí ♥.
De nada, corazón. Eres un cielo ♥ —Iris se sonrojó al oír mi confesión materno-amistosa.

De vuelta a casa, Iris me explicó todos los detalles del viaje. Si duda será fascinante. Dulce euforia que recorre mi cuerpo, ¡finalmente me voy de vacaciones! No pensé que me fueran a invitar a algún sitio… That’s so estupendy! Por fin saldré de la ciudad. Lo malo es que es posible que a Yonson no le haga mucha gracia que vaya con él.

Este planazo me alejará de mi monótona rutina; ¡no puede ser más genial! Necesito olvidarme de todo por un tiempo: del peligroso Bola Q, de las fiestas a las que no me han invitado y de las orugas que me han mordido (que por cierto, el dedo aún me sigue doliendo un pocou). ¡Quiero unas vacaciones tranquilas y sin mordiscos!