14 noviembre 2011

Cumpleaños de un ausente

Para bien o para mal, el 14 de noviembre es un día especial. Tal día como hoy, hace dos años nació Poesía, el bebé que nadie sabe dónde está.

Estar en casa un lunes sombrío por la tarde haciendo los asquerosos deberes que marcan en la escuela puede ser una experiencia muy aburridis. Además, si me pongo a pensar en qué tipo de día es este, la concentración que uso para mis deberes empieza a alejarse de mi cabeza poco a poco en su triciclo, lo cual hace que todo sea aún más fastidioso.

Yo me aburría, yo me frustraba y mi gato Perseo me miraba y no me facilitaba el trabajox. Me empecé a sentir tan incómodə, que dejé las actividades de mi escritorio en pausa para salir a la calle a hacer respiraciones fuertes y tranquilizadoras. El día no tenía buena pinta por culpa de la nubosidad, pero me importaba cerito~.

Fui sin ningún destino fijado caminando por Villaflopio del Escaramujo. Me dejé llevar por mis pies para que me transportaran a un rincón muy urbano en donde sentarme a meditar. Sin embargo, no sé si fue por las corrientes empujonas o por una fuerza interior, acabé en la calle de la casa de Noe, justo al oeste del barrio. Es probable que mi subconsciente me incitara a visitarla para hacerle algo de company, porque la pobrecilla lo está pasando fatal.

Frente a la puerta de su edificio me planté algo inseguris y con mi dedo selector pulsé el botón de su casa en el portero electrónico. Hice tres zumbiditos insistentes, separados por quince segundos de espera, pero nadie descolgó el telefonillo. Me mosqueé un poco porque no sabía si eso era una señal de que algo malo había ocurrido. ¿De verdad no había nadie en casa? Tal vez… Pero si realmente hubiera alguien ¿Quizás no quería dejarme entrar? ¿Es de mala educación hacer visitas hoy? ¿Están Noelia y su novio heridos de gravedad en el baño sin poder moverse? ME AGOBIA PENSAR EN LAS POSIBILIDADES.

Sin saber qué hacer en esa calle gris y fría durante tres minutos, me propuse volver a casita. Sentí algo de desasosiego porque ni siquiera podía llamarla por el móvil, pues no tenía nada de saldo… ¡wagh! Pero esa extraña sensación desagradablex se disipó en un flisk justo cuando vi a una joven tristona con un gorro de lana morado acercarse por la acera de enfrente. ¡Era Noelia! La ya-no-Mamá-Bebé caminaba distraída como un espectro de biblioteca hacia a su casa. Tras cruzar la calle, la sorprendí con un saludín para que se percatase de mi presencia.

—¡Noelia, Noelia! Hola, ¡estoy en frente de ti! —dije sacudiendo mis brazos para hacerme más visible.
—Ho, hola… ¿Qué tal? ¿Qué haces aquí? —preguntó asombradax.
—Quería verte. Estuve llamando por el portero a tu casa, pero no estabas. ¿Cómo estás?
—Ah, bueno… pues… no sé qué decir.

Noelia me miraba como perpleja y hastiada a la vez. Estaba nerviosita y eso se notaba mogollón. La pobre…


—Ouh… ¿Estás bien?
—No. Yo no estoy bien… ¿Qué quieres que te diga? Yo nunca estoy bien.
—Noelia, que sepas que deseamos con toda la magia del corazón que estés bien y que vuelvas a ser feliz —confesé sonriendo poniendo mi mano en el pechoto.
—Ya —expresó con voz cansada—. ¿Has venido a decirme algo o qué?
—He venido a visitarte. Quería hacerte compañía.
—Ah, muchas gracias, pero la verdad es que no tengo ganas de recibir visitas.
—Entendemox —dije algo preocupadə—. ¿Pero no ha venido absolutamente nadie a verte hoy?
—Mmm sí. Esta mañana vino mi amiga Nerea después de vacunar a su perra junto con mi otra amiga, Anuski la de las peladillas —relató mientras miraba inexpresiva varios cachitos de la calle.
—¿Y por qué a ellas las dejaste entrar en tu casa y a mí nuuu? Nunca he ido a tu casa.
—Vinieron a traerme unas cosas. Yo sinceramente no quería que viniese a visitarme nadie, pero no las iba a dejar fuera sin entrar.
—Oh, y yo pue…
—¿Pero por qué viene la gente a mi casa hoy? ¿Es porque es el cumple de mi niño? ¡Pues aquí no hay nada que celebrar! No quiero recordar que hoy no puedo ver a Poesía con sus dos años recién cumplidos.

Noelia empezó a sollozar enfadada al mismo tiempo que buscaba las llaves en su bolsillo. Yo me separé unos centímetros de ella y me quedé inmóvil para no agravar su amargura con mi forma de ser. Justo cuando cogió la llave correcta del llavero (en el cual colgaba el amuleto de la suerte que le regalé hace meses ♥), respiró profundamente para no venirse abajo en medio de la calle y caminó unos cuantos pasos hacia el portal de su edificio.

Tuve miedo de decir o hacer algo más, así que me convertí en un monolito humano inerte que miraba con aflicción a la sumnongle. También pude ver como otra sumnongle había salido de detrás de un coche aparcado para colocarse cerca de Noelia. Era un póngido de ciudad muy peludo, grande, viejo y malhumorado.

—Buenas tardes, Noelia. Contigo quería hablar yo.
—Hola, Fide—saludó desganada e incomodada.
—De Fide, nada. ¡A mí me llamas Fidedigna que tú y yo no tenemos esas confianzas! —explicó con acritud.
—Perdone, pero yo ahora no tengo tiempo para hablar de nada.
—Como siempre, la misma cantinela.

Sin quererlo ni absorberlo, Noelia tuvo que aguantar la increpación de esa señora llamada Fidedigna Rollujo, su vecina de abajo. Su inoportuna aparición angustiaba a la pobre Noe hasta tal punto que le daba dolores cabezunos.


—¿Cuándo me vais a pagar el toldo? Que aún lo tengo ahí quemado, desde hace ya casi un año
—preguntó señalando fugazmente el toldo gris parcialmente chamuscado del segundo piso.
—Lo sé. Es que…
—Y las últimas veces que he ido a tu casa a pedirte que me pagues uno nuevo, haces como que no estás. ¡Pero yo sé que estás hay dentro, que oigo cómo bajas el volumen de la tele! —interrumpió muy enfadadah.
—Fidedigna, yo le prometo que yo se lo pagaré cuando pueda, pero ahora NO PUEDO —declaró Noelia vehemente.
—Sí, llevas sin poder mucho tiempo. A mí no me torees de esta forma, bonita, que mi marido tiene negocios en la calle, que lo sepas.
—¡Y a mí eso qué puñetas me importax! —dije yop.
—¿Eh? ¡No estoy hablando contigo, hablo con ella! —Replicó sorprendida e indignada.

Entre gotitas de llovizna, Noelia me tocó el hombro y luego hizo un gesto raro con su mano frente a su cara de expresión inquieta. Creo que quería que no interviniera más en la conversación, pero sentía la tentación de hacerlo.

—Mire. Que le digo que cuando pueda se lo pagaré. Yo cumplo con mi palabra.
—Yo no me puedo fiar de lo que dices tú, y menos de lo que dice tu pareja, ¡La gente como tú empezáis quemando toldos para acabar luego quemando AYUNTAMIENTOS!
—Fidedigna, pues a mí me parece muy mal que usted se haya ido desnuda a cazar un oso a los Pirinecos para luego hacerse un abrigo con su piel, y todo para tener algo de qué alardear en la cena de Navidad con su familia —expresé con irritación a la señorona del lacito negro.
—¿Tú qué tonterías estás diciendo? ¿Tú quién eres? ¡Deja de meterte en la conversación!
—Bueno, adiós —Noelia estaba tan HARTA de lo que pasaba que abrió la puerta para irse a su casa.
—¡No! Tú espera ahí, ¡mala madre! Que eres una irresponsable, una delincuente, una drogadicta y una sinvergüenza, que seguro que tu hijo está mejor sin ti y sin su padre. Que sois lo peor. ¡PÁGAME EL TOLDOOO! —gritó cabreada sacudiendo todas las cosas que colgaban de su cuerpo.

Noelia tenía pinta de estallar en lágrimas, de volverse tarumba y de querer desintegrar a su vecina indeseable. Yo, para evitar un posible desastre, aproveché que estaba al lado de la vieja pesada y saqué con destreza manual algo que sobresalía de su bolsa de la compra para distraerla.

—Fidedigna, ¡que su queso se va rodandou! —anuncié justo después de haberlo lanzado como una bola láctea por la acera.
—¡Ay, mi queso servilleta! ¡CANALLA, SINVERGÜENZAAA!

La voluminosa señora cubierta de pelo ajeno fue corriendo lo más veloz que pudo a rescatar a su alimento, que había caído detrás de un coche aparcado. Este no llegó muy lejos porque lo tiré con suavidad, además era un queso inocente y no se merecía ser catapultado con rudeza.

La llovizna se transformó en una fuerte lluvia y Noelia se metió en el portal rápidamente. Yo no sabía si huir como ratas in danger de ahí o esperar a ver si Noelia me dejaba entrar en su bloque. Al instante me indicó que hiciera lo mismo que ella y ambos subimos por las escaleras dejando a la bruja huesuda con su lío caseoso en la calle.

Al llegar a la tercera planta, entramos en su casa y cerramos rápido la puerta. El piso de Noelia era más o menos del mismo tamaño que el mío. Era un poco sombrío y el salón estaba algo desordenado, pero a pesar de eso me hacía algo de ilusionne estar en su hogar. Sin embargo, la pesadumbre que se notaba en el ambiente hacía brotar en mi algo de incomodidad, melancolía y confusión (uff…)

—Tengo que pagarle el toldo nuevo cuanto antes a Fide…
—murmuró tocándose la frente.
—Gracias, Noe, por permitirme acceder al interior de tu casa.
—De nada.
—Pero… Si quieres me marcho, ¿no? Necesitas estar sola —dije con voz melosa.
—¿Cómo vas a irte sin paraguas con la lluvia que está cayendo? Mejor te quedas hasta que amaine.
—Guay, ¡gracias, Noe! Así no me acatarro.
—De nada. Y espero que no vuelvas a tirarle la comida a la señora esa, que no quiero más problemas —comunicó con seriedad, abriendo bien sus ojos.
—Lo prometemos —hice unos símbolos dactilares primitivos para demostrar que la promesa estaba oficialmente activada.

Noelia sonrió casi sin ganas y se quitó su gorro para tirarlo en su sofá. Me preguntó si quería merendar o tomarme un café y yo me decanté por beberme solo un vaso de agua. Hablamos en la mesa de la cocina de varias cosicas mientras ella tomaba un café: de la vecina chunga, del dinero, del pasado, de infusiones, de pastillas y otros temas. A veces el silencio de la casa era algo cargante, pero me alegraba ver que Noelia estaba más tranquila que antes. Además, creo que le hizo gracia lo del quesito rodante pero no lo quiso admitir por si eso me alentaba a repetir algo parecido.

Luego abandonamos la cocina para dirigirnos al cuarto de Poesía; Noelia tenía ganas de enseñármelo. Era un lugar muy recuco y adorable, repleto de esencia de bebé.

—Me da la sensación de que cuando estoy aquí, rodeada de sus juguetes y sus cosas, noto como a Poesía más… cerca —confesó Noelia con una ligera esperanza mística.
—Normal, yo también lo noto —dijimos al mirar los alrededores verdoso-azulados—. Esta habitación es muy «poética», no sé si me entiendes…
—Entiendo… 

Al acercarse a la cuna, Noelia cogió un peluche animaloide y lo abrazó con fuerza. No pudo evitar sentirse triste. Poesía realmente no estaba en ese cuarto.


—Este es el muñequito que más le gusta a Poesía
—dijo con tono de tanatorio.
—Qué monada. ¿Es un perrito?
—No sé.
—Oye, habéis quitado la pegatina de la ventanax, ¿verdad?
—Sí… porque oscurecía un poco la habitación —después de revelar la razón del despegatineo de la ventana, Noelia comenzó a llorar—. Me siento muy mal.
—Oh, Noe…

Noelia hundió su cara con acné en el peluche que estrujaba con sus brazos. No sabía si lo hacía porque funcionaba como una esponja que secaba sus lagrimones o si por el contrario lo hacía porque le reconfortaba. En ese momento me volví a paralizar por no saber qué hacer, pero, de todos modos, acabé por acercarme a la sumnongle para ponerle mi mano en su espalda para transmitirle consuelo.

—Me da mucha pena que estés pasando por esto… es tan injustox.

Noelia no contestó.

—Emmm… ¿quieres que me marche ya? Tal vez así estarás mejor. —pregunté tímidamente a pesar de que aún llovía a palanganas.
—Que no, que no —gruñó por lo bajini con la voz quebrada. Casi no despegaba la cabeza del peluche.

Justo después de un silencio deprimente sin moverme de su lado, me dio por probar suerte y la abracé. Como no me empujó ni hizo ningún sonido de molestia, di por sentado que no le incomodaba. Fue un abrazo matriósquico: yo la abrazaba a ella por un lado y ella abrazaba a su peluche. Nos quedamos así más de medio minuto junto a la cuna de Poesía, para aliviar las penas con compresión corporal.

Después abandonamos la habitación de Poe y apagamos su luz. Nos sentamos en el sofá del salón, lleno de ropa sin planchar, para hablar un poquis. Noelia volvió a encontrarse mejor, o al menos eso parecía.

—La verdad… pensaba que con el paso de los meses iba a cambiar, a acostumbrarme a que Poesía ha desaparecido, pero no ha sido así —Noe se autoabrazó y perdió su mirada en el vacío, acongojada—. Ahora me da más miedo ver la tele, coger el teléfono, o incluso hablar con la gente, porque tengo el mal presentimiento de que voy a recibir una noticia horrible sobre mi hijo. Es tan chungo…
—Lo comprendemos. Pero también puedes recibir buenas noticias.
—Lo sé… pero no puedo evitarlo. Será que estoy tan harta de que las cosas me salgan mal. Yo ya no pido ni que la gente que me importa me apoye. Yo solo pido un milagro: quiero a mi hijo de vuelta sano y salvo.
—Yo también lo pido, de veras lo deseo todos los días —revelamos entusiasmados—. De hecho, fui el viernes pasado a buscar pistas en el parque de Maraguarrada. Subí a la torre Brutalia para ver mejor el parque y todo. Y mis amigos de clase también me ayudan con la búsqueda… a veces…
—¿En serio? ¿Has seguido buscando? —preguntó aparentemente sorprendida.
—Sí, sí, sí ♫. Como te dije en la noche de Halloween, esto me lo tomo muy en serio, te lo asegurou. Aunque prefiero no decirte nada más hasta que no tenga información útil de verdad
—Vale… —Noelia mostró una sonrisa difícil de calificar que duró muy poco. Después suspiró alicaída y se toqueteó el flequillo—. Escucha, no te lo tomes a mal, pero a veces creo que no tienes ni idea de lo que estás haciendo, y que nunca vas a encontrar a mi hijo.
—Oh…
—Pero… sin embargo… hay una parte en mí que se ilusiona cada vez que me dices que de verdad lo estás buscando. Y llego a pensar, aunque parezca absurdo, que realmente tienes el poder de encontrarlo. Me gusta pensar en eso.
—Yo también pienso que tengo ese poder.
—Creo que eres la persona más optimista. ¡Y la que más busca desde luego!
—Qué chachi. ¡Soy detectiveee!
—¿Sabes? Hay algo que también me reconforta muchísimo, y es ver los vídeos de Poe que tengo en el móvil —dicho esto, Noelia cogió su teléfono móvil y empezó a buscar en sus archivos.
—Ah, ¿sí? ¡Quiero verlos! Que yo solo he visto a Poe en movimiento una vez —me arrimé para observar la pantalla. Tenía cuatro vídeos en total—. A ver, pon este.
—No, este no que aquí le estamos cambiando el pañal —informó sonriendo con pudor.
—¡Puaj!

De uno de los vídeos que enseñó, yo pude capturar un fotograma entrañable en donde el pequeño Poe estaba fascinado con un muñeco extraño pero apto para bebés al 100% en el sofá.


—Poesía es muy mono… ¡Y muy juguetón!
—Antes le daba miedo ese peluche pero ya se han hecho amigos. Y cuando juega con él siempre lo llena de babas, jijiji —rió con sus ojos vidriosos.

Disfrutamos del pequeño videoshow de Poesía juntos en el sofá. Al rato pude oír unos pasos de alguien subiendo la escalera al otro lado de la puerta y luego un tintineo de llaves. Se trataba de Papá Bebé, que había acabado de llegar a su casa y estaba abriendo la puerta.

—Hola, cariño.
—Oh, hola. ¿Tenemos visita? —preguntó refiriéndose a mí, OBVIAMENTE.
—Eh… sí. Vino hace un rato.
—Holali.
—Hola… cuánto tiempo —Papá Bebé se adentró un poco más en el salón, desconcertadoh—. ¿Pero pasa algo o qué? ¿Ha ocurrido algo?
—¿Pasar? No pasa nada. Le estaba enseñando vídeos de Poesía —explicó Noe sin levantarse, sin entender el porqué de esa pregunta—. Has vuelto más pronto.
—Sí, bueno… —el sumnongle, que colgaba su paraguas en un perchero, no parecía conforme con mi visita—. Y tú qué tal, ¿cómo va todo?
—Pues entre bien y mal, pasando por la regulera, más o menos —expliqué con solturax—. Y haciendo lo que puedo para averiguar el paradero de Poesía.
—Está buscando pistas en el parque de Maraguarrada —informó Noe dibujando el contorno de un parque invisible con sus manos en el aire.
—¿Eso es cierto?
—Sí.
—Tú qué, ¿has estudiado criminología? —preguntó con sarcasmo.
—Nop. Yo solo estudio cuarto de la ESO.
—Deja que lo busque, Diego. Su ayuda siempre viene bien —intervino para intentar aumentar la indulgencia de su novio.
—¿Cómo? Buscar a Poesía no es como buscar una cosa tirada en el suelo. A Poesía se lo han llevado, no está esperándote al aire libre, en el parque, para que lo encuentres.
—Diego, ¡no digas eso, por favor! —Noe se levantó del sofá y su voz volvió a quebrarse.
—¡Digo lo que pienso, Noe! No seas estúpida —Diego se alteraba muy disgustado.
—¿Cómo?
—¿Tú de verdad crees esas gilipolleces de adolescentes? ¿Para qué dejas que entre a casa?, ¿para escuchar sus tonterías e ilusionarte como una boba como cuando hablasteis por última vez en la noche de Halloween?

Papá Bebé, cuyo nombre real es Diego Grienal, que, según parece, había vuelto a usarlo, se situó delante de mí, con cara de mala leche, para soltarme un rapapolvón. Yo intenté inquietarme lo menos posible.


—Ya te vale, ¿eh? Que, si la policía no ha encontrado nada, menos vas a encontrar tú. Deja de decir que buscas pistas y mierdas. No tienes ni pajotera idea de encontrar a un bebé. Así que no vayas a contarle a Noe tus chorradas de detective de pacotilla, que le vas a dar esperanzas a lo tonto y la harás sufrir mucho más de lo que sufre ahora.
—¿Estás diciendo que ya no puedo tener esperanza de volver a ver Poesía vivo? —intervino Noe, escandalizada.
—Cariño, sí. Pero ha pasado mucho tiempo. Y no hay indicios de nada. ¡Nadie sabe nada!
—¡Pero el caso sigue abierto!
—¿Y qué? ¿No te das cuenta de que no estás viviendo bien? Tenemos que aceptar que Poesía se ha ido para siempre. ¡Que estas historias de desaparecidos siempre acaban mal, Noe! ¡La esperanza solo sirve para sufrir más y más! —Diego soltaba lo que pensaba gesticulando con fuerza.
—Pero… ¡tú eres su padre! ¿CÓMO DICES ESO? ¿YA NO CREES QUE VOLVERÁS A VERLO? ¿TE IMPORTA UNA MIERDA TU HIJO O QUÉ? —Noe estaba ultradecepcionada.
—Por favor, ¡hágase la paz!

Estaba contemplando uno de los dramas familiares MÁS ESTRESANTES DE TODA MI VIDA. Y para colmo Fidedigna subió al tercer piso, igual de cabreada que antes, a anunciar su ultimátum en el peor momento posible. Éramos pocos y volvió la abuela…

—¡Noelia! ¡Noelia, abre! Ya no te doy más tiempo. ¡O me pagas el nuevo toldo o te denuncio! —La señora hacía ruido con timbrazos y golpetazos en la puerta.
—Ay, no, ¡joder!
—¿Otra vez Fidedigna? —Preguntó Diego.
—Sí, nos la encontramos antes abajo. Quiere que le paguéis ya.
—¡Noelia, Diego!, ¡abridme ya! ¡Quiero mi toldo nuevo de poliéster antes de que acabe el mes!
—¡Señora, váyase a su puta casa y tráguese una pipa medicinal que si no le va dar un soponcio! —dije pegándome a la puerta y mirando por la mirilla.
—¿Qué haces?, ¡CÁLLATE! —dijo Diego gritándome en la cara.
—¡NO LE GRITES! —exigió Noelia a su novio, defendiéndome.
—¿Tú otra vez? ¡granuja de mierda! ¡Que me he tenido que agachar por tu culpa a coger mi queso!, ¡SINVERGÜENZA!
—Y ahora está la loca esa aporreando la puerta. Esto ha sido culpa vuestra ¿verdad? La habéis cabreado.
—¡PÁ-GA-ME! —Fidedigna aporreaba la puerta por cada sílaba que pronunciaba.
—¡¡¡POR FAVOR, YAAAAAAAA!!!

Noelia se desmoronaba literalmente con gritos de estrés como una torre de jengah mal construida. Me daba tal mal rollo verla así de agonizante en el suelo que fui a agarrarla por los hombros para intentar recomponerla. Diego me pidió alertado que la soltara y así lo hice. Me levanté y con una idea en mente para poder ayudar a mi amiga y por eso fui disparadə hacia la cocina a por una solución exprés. ¿Podrían ser ansiolíticos, una infusión de valeriana o un abanico? Nada de eso. La solución flotaba en el cielo y se llamaba Pelafrú, la hierofanía del amor.

—¡Pelafrú! Necesitamos tu ayuda ¡PELAFRÚÚÚ!
—¿Qué haces? ¡No grites! —el enfadado sumnongle agarró el cuello de mi jersey por detrás para alejarme de la ventana, pero yo volví a ella cuando este regresó al salón.
—¡UAAAAAAH, AAAAAAAH! ¡DIOS, POR FAVOR, AYÚDAME! APIÁDATE DE MIIII! —Noe vociferaba empapada de agua de ojos.
—¡PAGADME YAAAA, ENERGÚMENOOOOS!
—¡Que no tenemos dinero, señora! —Diego arremetió contra la puerta para achantar a la vieja.
—¡PELAFRÚÚÚÚ!

Los sumnongles allí presentes se quejaban de los gritos con más gritos. Noelia no podía soportar más a su mundo; parecía que todo estaba en su contra. Sin su bebé, sin el apoyo de su pareja, sin la comprensión de los demás, sin dinero… todo se apilaba sobre ella como ladrillos de dolor y frustración. Es por eso que más que nunca necesitaba a la Pelafrú. ¡Con el amor brotan los buenos sentimientos!

—¡Ven, Pelafrú! ¡PELAFRÚÚÚ! —espeté al mismo tiempo que veía a varios vecinos de la calle y a transeúntes mirar hacia mí, sorprendidos.
—¿PePela qué? ¡YA ESTÁ BIEN!

Retorné sin suerte al salón junto a Diego, que me agarraba del brazo. El tremendo calvario que se vivía en ese piso parecía no tener fin. Pero afortunadamente, cuando la esperanza se había quedado sequita, apareció una potente luz fucsia que provenía de las ventanas. Una explosión de luz amorosa y radiante que inundó toda la casa. Era ella… ¡había venido a socorrernos!


—¡Radiante y efectiva, así es Pelafrú! ¡Muchísimas gracias!

La luz fucsia tranquilizó a los protagonistas de esa alborotada escena y llegó a todos lados: desde la cima de las estanterías hasta las profundidades del fregadero. Noelia y Diego se quedaron absortos por un momento. Yo me deleitaba viendo el centelleo de los corazones.

—¿Qué pasa?
—No sé… Noto el aire como… diferente —Noe se puso de pie y secó su rostro.
—Corazoneeeeeeeees .

La luz fucsia se iba apagando poco a poco, pero la calma ya se había establecidox. Pelafrú, tan rápido como había venido, se fue. Noe y Diego se acercaron y se miraron avergonzados. Por otra parte, Fidedigna se quedó por fin quietita, afuera, en el rellano.

—Perdónenme por los golpes que he dado y lo que dije antes en la calle. Me he comportado como una loca. Noelia, ya me pagarás cuando tengas dinero, ¿vale? Adiós —comunicó Fide antes de bajar la escalera.
—Adiós, Fide, pelúa. Agradecemos su comprensión.
—Perdona, cariño, me he puesto muy bravo —confesó avergonzado a su novia.
—No pasa nada, mi amor. Si en parte te entiendo.
—Oye, que me parece bien que sigas teniendo fe en que Poesía volverá a casa. Pero es que te quiero tanto que no aguanto verte sufrir.
—Lo sé, mi amor, lo sé. No pasa nada. Y siento mucho lo que dije antes… Sé que de verdad te importa mucho nuestro hijo —declaró mirándolo con una sonrisa.
—Lo quiero mucho. Y seguiremos teniendo esperanza, ¿vale?
—Sí. Siempre.

Noelia y Diego, ahora más relajados, se dieron un beso de bellota y se abrazaron con firmeza al lado del televisor. Yo, también más relajadis, me limpié las gafas y anuncié que tenía que volver a casa.

—Chicos… creo que me marcho ya. Ya es de noche y tengo que terminar los deberes.
—Oh. Pero quédate a cenar, al menos. Hoy haremos pasta —dijo Noe.
Grazie mille, pero no —denegué su propuesta con amabilidad de doncella.
—Y perdona por lo que te dije antes. Fueron los nervios del momento.
No problem.
—Déjanos al menos llevarte en coche, que creo que sigue lloviendo.
—Que no, que no, que apenas chispea. Gracias de todos modos. Ya nos veremos. ¡Adiós, parejita! —dije sonriendo como una parábola cuencuda.
—¡Adiós y muchas gracias por todo! —expresó Noe agradecida y enternecida mientras Diego se despedía con la mano.

Noelia y Diego se abrazaban y besaban apasionadamente como si hubiesen redescubierto su amor. Ella movía sus brazos en la espalda de su novio como dos limpiaparabrisas y él le besuqueaba mientras la mejilla. Justo antes de que saliese yo por la puerta, me fijé en que se habían acercado un poco a su dormitorio. Daba la impresión de que, aprovechando esa fogosidad inminente que llevaban encima, iban a fabricar un nuevo bebé (¿Poesía 2, tal vez?).

Como yo ya no pintaba nada en ese grimoso túnel del amor post-bronca, salí de allí rumbo a mi hogar. Ya era de noche y las calles estaban muy mojadas, pero me daba iguals. Al caminar pensaba que, aunque tuvimos una tarde noche movidita y llena de escándalo y gente muy alterada, a fin de cuentas, le vino bien mi visita a Noe. Y la participación de Pelafrú fue súper conveniente; creo que ella misma ya sabía que en esa casa había que acrecentar el amor con su poder rosado, para que esos dos dejasen de sufrir un cacho. Solo espero que el efecto amoroso del poder de Pelafrú dure lo máximo posible…

He tomado la decisión de no hablar más sobre mi investigación buscabebés a Noe y a su novio, porque ya he averiguado que hacerlo se puede liar la situación que no veas. Uff… También hay que cargarles las baterías a esa Virgen de la Lupa porque la inepta aún no ha encontrado a NINGÚN BEBÉ. Qué feo no concederle ese favor milagroso a una de sus admiradoras más devotas.

Ahora que lo pienso… ¡hoy hace justo un año menos un día que fuimos a ver a la virgen a su iglesia del monte! Qué rápido se escurre el tiempo por los relujos y calendorrios.

Santo fieltro… No me ha dado tiempo de terminar los deberes con tanto drama y tanta escritura. Pero no me echéis la bronca, mañana los podré acabar en la biblio en la hora del recreo. Es que, si tengo que elegir, prefiero darle prioridad a escribir mi entradax, que si no se me difuminan los detalles en mi memorie y yo no quiero eso.

Por ciert~… si no ocurre nada interesante mañana, pasado o el otro, lo próximo que escriba en mi blog será una entrada sobre el concurso de muecas, ¡que ya falta muy poco y pienso ir!

Hasta la proxiiiii.

11 noviembre 2011

El mirador del parque

Hola, pequeños curiosines. Sí, aquí estoy yo otra vez con cosas nuevas que contar.

Hoy es viernes, y los viernes son el inicio de un pequeño periodo semanal de descanso y diversión, al menos para la gente escuelera como yop. Si te dejas llevar por el influjo viernoso, tu cuerpo sucumbe a la ociosidad y pasa las horas de la tarde sin hacer nada productivo. Pero hoy yo fui capaz de espabilarme y llevar a cabo algo importante. Esta vez el sofá no me ha podido abducir, ¡fwuimmmm!

Durante el almuerzo recordé mis infructíferas expediciones por el parque de Maraguarrada para encontrar la madriguera de los Zipulas o al missing baby Poesía. Tanto fracaso me ha desmotivado a continuar mi búsqueda, pero, aun así, quise proseguir con la misión de La liga Antipedo una vez más porque tuve una idea repentina que me podría facilitar el trabajojo. La idea era entrar en el edificio llamado Torre Brutalia, subir a la última planta y desde allí echar una buena observada al parque de Maraguarrada para intentar descubrir ese lugar que me describieron los chavales acosados de mi escuela.

—Qué planazo se me acaba de ocurrir. ¡Ya se me podría haber ocurrido antes! —dije a mi gato Perseo mientras llevaba mi plato enguarrado de salsa hacia el frega-frega de la cocinax.
—Miaau —maulló poniéndose panza arriba en el suelo.

Esta nueva idea, concebida por mí al 100%, me había ilusionadə de nuevo. Justo cuando pienso que voy a tirar la toalla ocurre algo que me estimula con ferocidad y me rellena de entusiasmo. La toalla seguirá estando en el toallero de la esperanza y yo seguiré buscando a Poesía. Lo prometo.

Antes de salir de mi casa examiné los pros y los contras de mi nueva aventura mientras me comía el último pequeño suizo que quedaba en mi nevera. Necesitaba darle un alimento dulce a mi cuerpo porque sí.

Una vez fuera nos encaminamos hacia el sur del parque de Maraguarrada, donde se yergue la Torre Brutalia. A pocos metros de distancia de nuestro destino, pudimos vislumbrar en la plaza frente al edificio varias formas de colores hinchadas que se meneaban con violencia. Se trataban de varios castillos inflados (o palacios de sudor de nene) que ofrecían diversión a un puñado de sumnongles infantiles. Los niños se comportaban como simios enajenados por la sobreexcitación que les producía los colores primarios de esos pseudoedificios rellenos de aire que parecían que estaban A PUNTO DE ESTALLAR.

Intentando no distraerme demasiadou en ese efímero reino multicolor de locura y mal olor, miré sin miedo al edificio más alto del distrito que se imponía bien erecto y rojizo ante mí.


La Torre Brutalia es un edificio que se cree rascacielos, pero no lo es… Es un edificio de viviendas de veintipico plantas, con garajes subterráneos y varios negocios y oficinas en las plantas bajas. Fue construido en los años setenta, cuando yo era súper inexistente.

Me planté ante la entrada del edificio, mi primer obstáculo, intentando averiguar cuál sería la manera más fácil de entrar en él. La puerta estaba muy cerradax y yo no tenía llave, joder… Luego, al cabo de un minuto, surgió un corpulento señor de entre los castillos hinchables. Tenía un aspecto refinadete, alegre y al mismo tiempo serio, como el del cenotafio de un pavo del paraíso. Se interpuso entre la puerta y yo para conectar su mirada con la mía.


—Hola, buenas. ¿Te gusta esta pequeña fiesta?
—Creo que sí. Pero me gustaría más si me dejaran saltar a mí también dentro de los castillos.
—Oh, juojojó. Es una fiesta especial que hemos preparado los vecinos para los más pequeños —explicó amablemente—, pero tú no has venido aquí para brincar, ¿no? Me he fijado en que mirabas la entrada de mi edificio. ¿Tenías pensado entrar en él?
—Ummm… Pues sí, quiero entrar.
—Tú no vives aquí, ¿verdad? Lo sé yo bien, que me conozco a todos los vecinos.
—Emm… no. Pero he venido de visita porque hoy toca visitar.
—¿Y a quién vas a visitar? —preguntó insistente, ladeando un poco su cabeza.
—Pues… a mi abuelo —mentí con desganah.
—¿Y cómo se llama?
—Mmmm… Luisillode por Vida.
—Ajá. ¿Y en qué piso vive ese… Luisillo?
—En el… séptimo A, jolines —respondimos muy hastiados sin ganas de pensar.
—Discúlpame. Siento haber sido tan preguntón —el señor gesticuló de forma grácil para amenizar la conversación mientras mostraba una sonrisa nerviosa—. Es todo muy sospechoso porque en el séptimo A no vive ningún Luisillo, pero, vaya…, no te preocupes por nada, juojojó.
—Geniale, entonces.
—Por cierto, me llamo Crispín Tramuzo. Dime tu nombre y así nos conocemos un poco más.
—No, Crispín, confórmate con la información que ya te he dado: ADIÓS —concluí tajantemente y dejé a Crispín con una indigestión cerebral que lo dejó fulminado por dentro~.

Me aproveché de una acción fortuita para librarme de ese pelmazo mofletudo y meterme con la agilidad de una anguila en el edificio. Gracias a que una señora de la suerte salió por la entrada yo me encontré sin tardar en medio del portal.

«Maldito Crispín. Ese señoruzo repelente ha metido muy a dentro sus narices. NO MÁS INTERROGATORIOS POR HOY» pensé indignadis en el solitario portal.

Anduve hacia a los ascensores que se hallaban uno junto al otro al final del ancho pasillo. Necesitaba ascender… ascender hacia el ático. Sin embargo, quise hacer una miniexcursión de culebra por los rincones del portal para disfrutar por primera vez de su belleza color bermejo. Brotó en mí cierta envidia cada vez que de manera inconsciente comparaba el amplio portal de la Torre Brutalia con el estrecho y sombrío portal de mi bloque.

Aquel sentimiento de la envidia fue sustituido por el del miedo en casi tan solo un segundo justo cuando escuché abrirse la puerta de la entrada y luego unos pasos apresurados. Alguien se acercaba, ¡parecía que iba a por mí!

—¿Aún sigues aquí?, ¿no tenías que ir a ver a tu abuelo? —preguntó Crispín con tono de policía.
—Déjame en paz, Crispín. ¡Quiero ir a mi bola! —repliqué por el exceso de agobio que sentía.

El sumnongle corpulento no toleró mi actitud lo más mínimo y, con la maestría de un adulto castigador, me agarró del brazo y me propulsó con mucha fuerza hasta estamparme contra una pared, justo al lado de un filodrendo de plástico. Crispín podía maniobrar mi cuerpo fácilmente, como si fuera el cadáver de un maniquí.

—¡Aaahh!
—Cállate, imbécil —dijo en voz baja—, que sé que no has venido a visitar a nadie.
—Que sí, ¡si se lo he dicho! Vengo a ver a mi abuelo.
—Vamos, no me jodas. Deja de mentir, que tú has entrado aquí sin que nadie te invitase, como si esto fuese tu casa —explicó Crispín muy convencido—. No sé qué te traes entre manos metiéndote en mi edificio como si nada, pero que sepas que no dejo que los intrusos se vayan de rositas.
—¡Yo no he venido aquí para hacer nada malo! Este edificio me la refanfunfli una pasadah —confesé inútilmente con la voz quebrada sin entender a qué se refería.

Crispín pegó mi espalda a la pared con un nuevo empujón para demostrar que controlaba la situación. Yo estaba estupefactə y el temor no me dejaba reaccionar. Además, Crispín olía demasiado a perfume, de esos que pueden camuflar el hedor del culo de un hipopótamo con solo unas gotas, y eso, claro está, me aturdía mucho más.

Con un rostro perverso de satisfacción, Crispín clavó su mirada de percebe en mis ojos llorosos al mismo tiempo que alzaba su mano como si fuera un instrumento de tortura listo para ser usado.


—Cómo odio a los de tu generación. La televisión y los videojuegos os han derretido el cerebro.
—¿Mi generación?, ¿los de 1996?
—Los niñatos en general, sí. Todos sois delincuentes en potencia. No sabéis lo que es LA EDUCACIÓN ni la PROPIEDAD AJENA —dijo con su voz cargada de cabreo, pero sin gritar.
—Yo soy buena gente, lo jurox. Déjeme ir —pedí mostrando mi docilidad de víctima.
—Si quieres irte primero demuéstrame que sabes multiplicar.
—¿Qué?
—Multiplica las cifras correctamente y te dejaré ir. Si fallas te pellizco.
—Pero…
—Venga, ¿cuánto es 52 por 756?
—N-no me sé la tabla del 52. Necesito tiempo para pensaaaar.
—Esa no es la respuesta —dijo Crispín mientras me pellizcaba el costado.

Crispín estaba deseoso de seguir pellizcando las reservas de grasita que tengo bajo la piel cada vez que fallaba en calcular el resultado por culpa de mis nervios. Después de varias multiplicaciones fallidas, pellizcos varios y algunos golpeteos de autodefensa que no sirvieron para derribar a ese hombre grueso, deseé tener la misma agilidad mental que Tulma, para poder resolver operaciones tan veloz como ella.

—¡Auau! —gemí por el dolor post-pellizco que sentía en mi brazo izquierdo.
—¿15 por 820? —Volvió a preguntar con su repugnante sonrisa.
—Pues, eh… Déjame ir a casa a buscar la calculadora.
—No, no, no. Responde correctamente y te dejaré ir.
—Me das mucho asco, Crispín —declaré con mis ojitos llenos de LÁGRIMAS DE RABIA.
—Cállate y contesta —Crispín dirigía esta vez su mano hacia la carne de debajo de mis nalgas.

La tortura matemática se pausó de inmediato cuando una persona entró en el portal. Se trataba de una viejecilla indefensa que se disponía a subir al ascensor. Su presencia fue muy oportuna porque me sirvió para librarme de una vez por todas del asqueroso de Crispín. Con un escupitajo fugaz cegué por varios segundos al guarroncio ese y con un giro de ninfa me zafé hasta llegar a la sumnongle arrugada.

—¿Abuela?, ¡abuela! —grité fingiendo tener consanguinidad con doña recién llegada y ocultando mi nerviosismo.
—¿Eh? ¿Qué?
—Soy yo, Leli. He venido a visitarte. ¿Ya no te acuerdas de tus nietos y nietas?
—¿Leli? —La pobre estaba algo aleladah.

Crispín se alejó a toda prisa y con la cara húmeda del rincón de al lado del filodrendo. Recompuso su falso porte de señor decente y salió del edificio sin mirar atrás, como si nada hubiera pasadox. Yo me quedé a solas con la viejita que parecía que acababa de vender fresas en la plaza de un pueblo.

—¿Leli? Pero tú no me suenas de nada —la dulce anciana me miraba confundida—. Y no, no conozco a nadie que se llame Leli.
—¿Ah, no?
—No. ¿Leli viene de Araceli o de… Aurelio?
—Ni ideap. Tal vez venga de Alhelí de Nueva Delhi.
—Pues lo siento mucho, cariñito, pero… yo no soy tu abuela —aseveró la señora como sintiendo un poquito de lástima por mí.
—Oh, vaya… Malditas gafas de acetato, no me permiten enfocar biennn… —dije para justificar mi ficticia confusión.
—Yo soy Celestéfora Ruiz. Pero no soy tu abuela.
—Ya, ya…

Celestéfora, mi falsa abuela salvavidas, tenía pinta de ser ese tipo de viejas medio generosas que si las deleitas con tu graciosa juventud te obsequian con un billete de 10 euros o con un puñadito de pesetas mugrosas de su monedero marrón de cocodrilo muerto.

Ya dentro del recién llegado ascensor, Celestéfora y yo pulsamos los simpáticos botoncillos que marcaban los pisos a los que queríamos ir. Después de sacar el llavero de su bolsillo, la anciana me miró algo intrigadah.


—Mmm… ¿pasa algox?
—¡QUE DIOS BENDIGA ESTE VIAJE EN ASCENSOR! —gritó Celestéfora animada, alzando sus brazos. Parecía que la había iluminado un ángel con un relámpago de amor glasé.
—Oh, ¡elevado sea lo que nos alaba! —continué yo con los elogios—.  O, mejor dicho: ¡alabado sea lo que nos eleva!
—Amén…

Sin despegar su mirada extraña de mi cara, Celestéfora se dispuso a salir del ascensor; ya se había parado en la decimosexta planta. Sin embargo, por culpa de un accidente dedoso y de su estúpida distracción, Celestéfora quedó inmovilizada porque el llavero con las llaves de su casa cayó por el hueco del ascensor.

—¡Uy, uy!
—Vaya, ups.

Sorprendidos por lo ocurrido, escuchamos atentamente el clank de las llaves suicidas al impactar contra el suelo, muy debajo de nuestros pies.

—Pero, ¡santo cielo! Dios de mi corazón, ¿cómo pudo pasar esto? —preguntó atónita.
—Desgracias de ascensor. A veces pasan, buu.
—No, no, no. ¿Y ahora cómo entro en mi casa? ¡Mi marido está fuera, vuelve por la tarde! ¡JODER! —exclamó la señora, enojándose.
—Pues…
—Maldita sea, hostia puta, ¡joder! ¡ME CAGO EN TODOS LOS MUERTOS DEL CEMENTERIO!
—Eh, a ver… —intenté intervenir antes de que todo se volviera más chungo.
—¡Y ahora qué cojones hago yo para coger las jodidas llaves! ¿Tengo que hablar con el conserje, ese hijo de la gran puta? ¿ese mamonazo de mierda que me tiene frita con sus gilipolleces? ¡NO QUIERO, NOOO!, ¡¡AAAAAAHHH!!

La pérdida de las llaves puso a Celestéfora hasta el tope de furia. La desproporcionada cólera producida por la frustración la hacía parecer una piraña mefistofélica que daba mucho cague.


—¡¡¡GRWAAAAAAAAAAHHHHHGGG!!!, ¡¡¡AAAAAAAAHHHHGGGG!!! 

La vieja, muy enfadada, salió del ascensor de las tragedias gritando y no nos dijo nada más (y tampoco nos devoró las tripas). Cuando se cerraron las puertas de la caja elevadora aún se podían oír sus alaridos, y también a algún que otro vecino abriendo su puerta para averiguar el porqué del escándalo en el rellano de la planta 16.

—Me tengo que hacer un póster con el careto enfadado de Celestéfora —susurré mirando mi absorto reflejo en el ascensor—. Vaya con la babushka y sus dramas con los vecinos… Casi se muere de un matarile-rile-rón ♫.

Después del sube que te sube llegué por fin a la planta que más deseaba: la planta 20. Era el momento de inspeccionar el parque desde lo más alto, con mi visión de detective amateur. No obstante, otro jodido obstáculo me entorpecía una vez más mi misión: UNA COSA AMARILLA COLGADA FRENTE A LA VENTANA.


Le dediqué una mirada de odio y otra de insubordinación al cartelito ventanero con ojos. No comprendía muy bien el propósito de esa señal y por esa razón decidí abrir esa ventana corredera (¡ole yo!). Al hacerlo se colaron los ruidos de la fiesta de abajo y un poco de viento en el rellano.

«No la he pasado canutas para llegar al ático para nadah, guapetón» dije en forma de pensamiento al cartel.

Saqué de mi mochila unos prismáticos que tenía guardados en un escondrijo de mi hogar. Encajé mis dos globos oculares en las gomas de las lentes y con cuidado me asomé por la ventana, sin rozar la cinta del cartel, para observar las misteriosas verdosidades de Maraguarrada’s urban jungle.

En un abrir y cerrar de píloro, hallé algo que llamó mi atención al máximo casi en el centro del parque: un grupo de árboles dispuestos en forma circular y de un color… ¿rosado?


—Eso no es rosa, ¡es lavanda! —dijimos enfadados—. Es como un lavanda desteñido… y si ese tono no es lavanda desteñido entonces alguien tiene que irse al oculista más cercanox.

A excepción del color de esos cipreses, ese lugar compartía las mismas características con aquel sitio que nombraban Asimetrio y Estela. Bueno, al menos eso quería creer…

Volví a meter mi torso en el interiore del edificio, pero esta vez con menos cuidadín. Sin quererlo en absoluto, mi cráneo golpeó con delicadeza la señal, y esta cayó al suelo haciendo un sonido similar a ¡SPLAT! Ese cartelito estaba atado de muy malas maneras…
Acto seguido, la puerta de una de las casas se abrió…

—¿Quién ha tirado el cartel?

Un ser majestuosamente escalofriante apareció flotando, ataviado con una especie de toga morada, en el umbral de la puerta. Era un sumnongle raro cuyo aspecto no conseguía del todo comprender… Su enorme cabezota parecía un pisapapeles viviente colocado encima de un papel de magdalena gigante. Estaba sorprendido y enfadado.


—¿Fuiste tú quién tiró la señal?
—¿Qué eres? —preguntamos con curiosidad.
—¿Cómo que «qué eres»? ¡Dirás «quién soy»! —corrigió indignado—. Soy Vitrorbe y te he preguntado si has tirado tú el cartel de la ventana.
—Pues… verá. Yo no lo he tirado. El cartel ha decidido por su cuenta caerse por sí solo.
—¿Te burlas de mí? Seguro que lo has tirado tú —replicó desafiante.

Mi nariz pudo oler cómo el tufo de movida chunga empezaba a apestar en la discusión con Vitrorbe. Después de lo vivido con el retorcido Crispín frente a los buzones en la planta baja, opté por esquivar futuros conflictos con los vecinos de ese puñetero edificio. Pero, por otra parte, no podía tolerar que me tratasen como una hez. En definitiva, acabé por moderar mi forma de hablar, pero no por ello iba a dejarme agraviar (jum…).

—De acuerdo, yo admitir: lo tiré yo sin querer —confesé haciendo una leve reverencia para no ofender a la canica celestial—. Es que quería abrir la ventana para que entrase oxígeno porque me estaba asfixiando. Perdong…
—Aquí hay oxígeno de sobra. ¡Debiste haber respetado la señal! No hacerlo es una falta de respeto.
—¿Falta de respeto? —pregunté con la mente blanqueada por un segundo.
—¡Sí!
—¿Y por qué está ahí? Es un cartel fácilmente caíble que solo dice que se puede caer si se abre la ventana. Entonces si no quieren que se caiga… ¿POR QUÉ LO DEJAN AHÍ COLGADO?
—Lo he colgado ahí para indicar que se puede caer si se abre la ventana… eso es todo —declaró con cierto nerviosismo y sin esclarecer NADA.
—Entonces parece que el verdadero problema es que alguien abra la ventana.
—Hmmm… Es que, si las ventanas están cerradas, es más seguro para mí —explicó altivo, revelando el auténtico cometido del cartel—. Además, el ático es mi territorio y yo hago lo que quiera en él.
—Pero en este piso vive más gente, ¿no? Y esa ventana es de uso común.
—Eso me da igual. Yo soy Vitrorbe, el señor del vidrio, y yo tengo el control sobre todo objeto hecho de vidrio. Si la Torre Brutalia estuviese hecha completamente de vidrio, YO sería su amo absoluto.
—Pero está hecha de ladrillo, así que no tiene poder sobre nada. No se llene la pecera de fantasías —advertimos al señor iluso.
—¿Sientes envidia por lo que soy capaz de hacer? Ya quisieras tú, joven, poder controlar todo un edificio como podría hacerlo yo —Vitrorbe se llenaba sus oquedades de chulería.
—Pues, no es por fardar, pero yo soy el único ser humano que vive actualmente en mi edificio. Un edificio de viviendas de 7 plantas en perfecto estado. TODO PARA MÍ Y SIN RESTRICCIONES.
—¿Es… es eso cierto?
—Sí, ciertamente.
—¿Vives tú y solamente tú en ese edificio? —Vitrobe preguntó perplejo—, ¿cómo es eso posible? 
—Una serie de sucesos inevitables ha hecho todo eso posiblex —revelé sin reserva. Al hacerlo sentí una nostalgia sombría dentro de mí.

Sin haberlo planeado llegamos a una tregua en donde una calma de spa comenzó a fluir entre nosotros. A pesar de la discusión de besugos que tuvimos, no llegamos a las manos ni a la bola. El sumnongle no me agredió con sus manazas flotantes y yo no tiré su cabeza para que acabara echa trocitos, y, posteriormente, en un contenedor verde. Vitrorbe no es más que una bola asustadora, poco golpeadora.

Una blableo civilizado surgió entre nosotros. Le dije que la clave para convertir un edificio tipo colmena de vecinos en una supercasa para él solo era que todos los vecinos murieran en algún accidente, pero los accidentes no son cosas que se puedan programar. Además, Vitrorbe no estaba por la labor de asesinar a ningún habitante del edificio porque eso es algo muy cruel y problemáticus. Lo que sí hizo fue limitarse a quejarse en el umbral de su puerta, conmigo presente.

—Me has dejado estupefacto; has conseguido algo que yo siempre quise y que creía imposible conseguir. Yo siempre he soñado con vivir en lo alto de un rascacielos, un rascacielos solo para mí… sin vecinos —explicó el afligido sumnongle—. Como nunca salgo de casa me gustaría que al menos mi hogar fuese muy amplio. Hace años que el estar en el exterior me angustia. Y yo en casa, muy lejos del nivel de la calle, me siento seguro.
—El lugar donde vivimos no siempre es como deseamos… A veces no nos queda otra que conformarnos con vivir en una grieta fea o en una bolsa —comenté con sutileza—. En realidad, mi edificio no es gran cosa…
—Entiendo… —Dijo Vitrobe pensativo—. Si tuviésemos una relación cordial, ahora mismo te invitaría a tomar un chupito de limpiacristales en mi casa.
—¿Limpiacristales? ¡Qué amable! Pero yo prefiero beber otros líquidos, de esos que te encuentras en la nevera.
—Es verdad… No tienes edad para tomar chupitos.
—No es eso… Es que el limpiacristales me envenenaaarg.

No alargamos la conversación mucho más porque teníamos otras cosas que hacer. Vitrorbe se metió en su casa, ensimismado, después de haber colocado de nuevo la señal en la ventana. Yo, por mi parte, me fui del edificio para buscar el círculo de cipreses en el parque que vi desde lo alto.

Al llegar a aquella sección repleta de árboles perennes frondosos, redescubrí ese misterioso mural circular de setos que ya había visto hace tiempo. Exploré los parterres circundantes sin que los transeúntes entrometidos que pululaban por allí me vieran; quería encontrar algún hueco entre los setos para colarme cual rata de las malas hierbas en ese rincón hermético.

Para mi sorpresa, encontré un huequecillo singular entre dos setos por el que pude autointroducirme. Daba la impresión de que alguien había hecho esa apertura hace tiempo. Gatear por ahí fue incómodo, sucio y angosto, pero eso importaba más bien poco. A duras penas pude salir por el otro lado, pero valió la pena, o al menos eso creía…


El lugar era ese… varios cipreses de color lila grisáceo formaban un círculo en torno a una pequeña plazoleta redonda con varios bancos y farolas. De entre las baldosas que formaban un diseño circular brotaban pequeñas plantas intrusas. Lo frustrante era que no había una estatua en el centro y que los árboles no eran rosas, tal y como mencionaron los nenes… Pero, en fin, tenía que ser ese sitio. ¡TIENE QUE SER ESE SITIO Y PUNTO!

Estaba atardeciendo y la falta progresiva de luz lo hacía todo muy perturbador. Me las piré de esa plazoleta después de haber buscado sin éxito la entrada de alguna gruta o pasaje subterráneo. No quería estar allí más tiempo… al menos por hoy…

De vuelta a mi querida casita con gatito incluido, empecé a rememorar los encontronazos con los sumnongles que conocí hoy en la Torre Brutalia. Sin lugar a duddies, lo que ocurrió con Crispín, ese distinguido y maníaco cabronazo que casi me tritura a pellizcos, fue lo peor de todo. Aún tengo la angustia rebotando dentro de mí por su culpa, pero sé que lo superaré en poco tiempo. Luego está Celestéfora, una anciana vetusta, pequeña y muy beata que a lo mejor te mastica la yugular si la cabreas. Y, por último, está Vitrorbe: él es como un títere huraño y malhumorado que tiene pinta de malo cuando en el fondo no lo es. Su cara brillante me da un poco de sustitos, pero admito que tiene una piel preciosa, como la de una perla deseadah.

La verdad que este viernes ha sido un día provechoso. Subir allá arriba me ha servido para encontrar aquel lugar misterioso de los cipreses. Ver el parque desde lo alto era mejor que ver imágenes satelitales de mala calidad en Internet. Además, hacía tiempo que no subía en ascensor, ya que desde que no hay vecinos en mi bloque subo siempre por las escaleras. Tenía ganas de montarme en uno.

No obstante, no voy a gritar la palabra VICTORIA de buenas a primeras; aún tengo que inspeccionar más ese lugar, o quizás obtener más información. Bueno, no quiero seguir pensando más en el tema de los Zipulas porque si no, ¡no duermo! Ya es tarde y necesito relajarme…

Ah, una última cosa: ¿crees que hoy, el 11 del 11 del 2011 es un día especial?, ¿crees que debí haber comprado un cupón de los no-te-veo? Ganar mucho dinero es guay.

En fin, lectores, ya no hay más letras que leer. ¡Buonas noches y a dormir!

05 noviembre 2011

Rebeldes en casa

El calendario y yo acordamos que hoy será un día para estar en casa. No habrá paseos por calles, barrancos ni rotondas. Lo sientox.

He elegido este día para descansar en el salón y también para repasar los apuntes que fotocopié ayer. También he decidido analizar la información que me han dado los nenes profanados por los Zipulas. Es poca pero fundamental para mi misión.

Asimetrio, el niño R de la máquina amarilla, dijo que la entrada a la gruta está en un lugar circulón rodeado de árboles. Por otro lado, Estela, la chica MP3, mencionó que la entrada se encuentra en un sitio circundado por setos frondosos, con una estatua y árboles rosas. Algunos detalles descriptivos coinciden sin pudor, pero temo que no se trate del mismo sitio. Si pudi-pudi pudiera seguir preguntándole cosas a Asimetrio y Estela sobre el escondite de los Zipulas LO HARÍA. Sin embargo no es posible ni recomendablep…

Hace tres días visitamos el parque de Maraguarrada para inspeccionarlo con cautela en busca de la guarida de los Zipulas. También fuimos la semana pasada y en ambas expediciones no encontramos ninguna zona rodeada por setos con una estatua, ni ningún árbol de color rosa. Qué porquería, solo vi las plantuchas de siempre y ese pelo verde del suelo que se llama hierba. Es frustranteeeee.

Por cierto, hablando de pelos y cosas frustrantes, tengo un nuevo problema en casa (joder). No me mosquea mucho porque no es muy chungus, pero es muy raro y no tropiezo con una solución. He aquí el problema:


A mí teléfono fijo le ha salido pelo porque sí. ¿A que es para reírse? O mejor dicho, ¿serías capaz de reírte de esta desgracia?

Como es algo irreverente que un teléfono haga eso, quise buscar las tijeras de la corte para cortar sus pelitos castaños, pero me daba miedo hacerle daño al pobre chisme. Aparentemente sus pelos son inofensivos, pero no quiero ni en broma tener que comprar champún para teléfonos, que no sé dónde lo venden. Y espero que no le pase esto a los otros aparatos de mi hogar.

Aparte del problema capilar del teléfono tengo otro dilema casero. Mi gato Perseo se ha meado fuera de su retrete arenoso. Estoy disgustadis por su rebeldía pero le he dejado bien clarox en donde debe vaciar su vejiga.

—Pórtate bien. No quiero que vuelvas a orinar en el cojín —le dije con severidad en el pasillo.
—Miaaau —respondió el gato con un tono raro.

Después de almorzar me fui a mi cuarto a ordenar y repasar los apuntes que ayer fotocopié. Mi gato, que no tenía deberes que hacer, se puso a olisquear el papeleo y los utensilios que sacaba de mi mochila y ponía en el suelo. Reaccionó de una MANERA MUY FEA cuando se acercó al montón de cosas recién sacadas.

—Perseo, ¿qué demonios te pasa?
—¡Muaaaaaaaaaaau!, hsssssssssssssss —bufó Perseo después de maullar enfadado.

Le acerqué uno a uno los objetos del montón para comprobar si uno de ellos le asustaba. Descubrí al segundo que el tocho de apuntes era lo que le incomodaba intensamente.

—¡MUAAAUAAAAAAAAAAAUUUU! —maulló cabreado antes de irse de la habitación.
—¿Tienes papirofobia o qué? —preguntamos anonadados —. ¿Acaso huelen al bocadillo de sobrasada que se estaba comiendo Remedios?

Mi nariz hizo de detective sabueso y corroboró que los folios olían solo a papel aburrido. Como no había nada sospechoso en ellos, no pude revelar aquello que disgustaba a mi Miau Maker.

Minutos más tarde, cuando clasifiqué los folios por asignaturas, mi gato volvió a mi habitación algo insegurio. Miró mis apuntes en el suelo y otras tonterías escolares desde lejos para ver si había algo que le asustara y parecía que no. Pero cuando alcé mis apuntes de biología religiosa, que estaban al otro lado de mis piernas, Perseo activó su rabieta gatuna.

—¡Miaaau!
—¿Así que es esto lo que te molesta?, ¿no te gusta la asignatura de biología religiosa?


—¡Miaaauauu! —maulló sintiéndose amenazado.

Experimenté un poco con mi gato y los papeles y llegué a la conclusión de que Perseo le tiene un miedo asqueroso a los apuntes de la estúpida asignatura de biología religiosa. No entender por qué… ¡si están impresos en el mismo papel y con la misma tinta que los otros!

Nadie me aclaró por ningún lado el motivo de la animadversión de mi gato musical a esos apuntes. No obstante, podré sacar partido a este truco para enseñar a mi gato a hacer sus olorosas cositas amarillas en su sitio. Menuda catsualidad; encontré en menos de veinticuatro horas una solución a este nuevo conflicto, ¡qué feliz! Espero que mi gato no me odie…

Por comodidad, quise grapar los apuntes de un mismo tema para que estuvieran siempre juntitos, pero mi grapadora no tenía munición. Estuve buscando grapas en algunas cajas de mi habitación pero no tuve suerteh. Sin embargo, encontré en una de ellas varios objetos interesantes, tales como broches, dados y pegatinas, que me hicieron chispirichín en la memoria.


Uno de ellos es el colmillo que encontré de Perluja, la mascota asesinada de mi clase, que convertí en un colgante hace ya tiempo. Es una de mis pequeñas artesanías y algún día lo llevaré colgado, cuando tenga ganas. Creo que no es una falta grave de respeto usar un trozo de su cuerpo como decoración. Yo he hecho este colgante para recordarla, pues la echo de menos de vez en cuando. D.E.P., Perluja (Descansa En Putrefacción).

Luego está esa jodida caja de antidepresivos medio vacía. Los empecé a tomar en septiembre del año pasado pero dejé de hacerlo porque sabían como a aceitunas mohosas y porque me estaban desconfigurando el cerebro. Me cambiaban de humor cada dos por tres y me causaban más tristezas que alegrías. También me daban taquicardias, calambres, deshidratación bucal y alguna que otra jaqueca. La próxima vez los compraré en una farmacia y no en aquella tienda decadente, aunque esta caja no la tiro porque me parece muy bonita.

Uuh, una última cosa antes de irme. En esta semana he colocado más carteles chillones con mi número de teléfono en la escuela, ya que el primero que puse ha desaparecido. Esta vez los he colocado más abajo en el tablón, a la altura de los ojos de un sumnongle de primaria. Tengo la esperanza de que contacte conmigo al menos uno de los dos niños que quedan que han visto a los viles Zipulas.

¡Llamadme, chiquis, por favor! (Ring, ring, ¿dígame? ) Lo digo en serio…

04 noviembre 2011

La ruta audiovisual

Eh, tú, ¿me estabas esperando? Pues ya estoy aquí.

Tengo que confesar que no he podido retener mis ganas de narrar los sucesos de este día peculiar… lo cual NO ES BUENO porque tengo mucho trabajo de clase atrasado que hacer y cosas aburridongas que estudiar. Estoy pagando caro los días sin meter mi cuerpo en la escuela…

Pero no pasa nada, coquelicot… conseguiré ponerme al día, porque si no lo hago REPETIRÉ CURSO OTRA VEZ (uff, qué pereza me daría si eso ocurriera…). Ahora que he liberado tensiones contaré la historia de hoy:

Las tres primeras horas de clase de este viernes fueron más aburridas que el funeral de un potaje. Me distraía mucho pensando en cosas de mi vida reciente, tales como el vestido de Halloween que tuve que llevar a la tintorería, la música que toca mi virtuoso gato en su teclado electrónico o las amenazas de muerte. Tuve que esforzarme para escuchar y entender el blablableo del profe de turno y para hacer que mi mano escribiese con el bolígrafo ázulo todo aquello que entraba por mi oído.

Al comenzar la hora del recreo, los nenes de mi clase salieron al pasillo desordenadamente. De camino a la planta baja decidí pedirle a Maselillo unos apuntes de clase que necesitaba para fotocopiarlos. Pronto empezarán los malditos exámenes y tengo que tener todos los datos necesarios para aprobar y ser feliz.

—Yo me voy a la sala de estudios, que quiero terminar unos ejercicios. ¿Te vienes después de hacer las fotocopias?
—Mmm… Prefiero tomar un poco el aire, que el oxígeno está muy sabroso.
—Vale —dijo Maselillo dándome una palmadita en el hombro a modo de arrivederci.

Me dirigí a la sala donde está la ventanilla de la secretaría de la escuela. Me coloqué educadamente en frente del mostrador ya que no había nadie haciendo colas burocráticas en el recreo.

«La letra de Maselillo es muy redondita. Me recuerda a su nariz», pensé mientras ojeaba los textos escritos a mano de mi amigox. Estaba esperando a que apareciese ella, la adorable y alegre Remedios.

—Uy, lo siento. Pensé que no había nadie.
—No pasa nadah, Reme —dije sonriendo mientras me aseguraba de que mi cuerpo no se estaba quedando transparente.
—Lo siento de corazón. Tenía un hambre de dinosaurio y no podía esperar más a comerme mi bocata de sobrasada —confesó avergonzada tras cerrar la puerta por donde entró y se colocó frente a la ventanilla—. Dime, cariño, ¿qué quieres?


Remedios Soseganes es una de las secretarias de nuestra escuela. Es como una mamá escolar muy amigable y siempre está de buen humor. Le gusta hablar con los alumnos que se posan delante de su ventanilla y tararear melodías olvidadas. Contar detalles medio íntimos de su vida remediada no es problema para ella, por eso ha revelado cosas como que antes trabajaba de depiladora de kiwis en una frutería, que tiene seis hijos y que le gustan los masajes calientes en el cuellox.

—Vamos a ver… Necesito que me fotocopies todos estos apuntes, por delante y por detrás.
—De acuerdo —Antes de coger las hojas, Remedios envolvió y guardó su bocata a medio comer con suma delicadeza, como si fuera un cachorrito recién parido.

Remedios se fue hacia el fondo con los apuntes en la mano, donde aún la podíamos ver. Se confundió un par de veces al programar la fotocopiadora pero finalmente consiguió dominarla con unos cuantos botoneos electrónicos de pi-pi-piiii-pi-pop ♫.

—¿Quieres también que te fotocopie dibujos para colorear de ositos enamorados?
—Oh, nonó, nunú. Ya tengo dibujos en una carpeta de mi casa —informé rápidamente.
—Son preciosos, preciosos… —confesó algo ensimismadah.

Al entregarme los apuntes clónicos calentitos, a Reme se le cayó SIN QUERER un envoltorio de caramelo de la repisa al suelo. Se apresuró a recogerlo y a tirarlo junto a los otros a la basura.

—Tengo la papelera llena de envoltorios de caramelo. ¡La gente va a pensar que soy una golosa! —comentó la sonrojada secretaria.
—Es preferible que piense eso a que piense que eres una amargadax.
—Mmm… Creo que sí... —respondió confundida a mi comentario—. Si no me pusieran esa cestita llena de caramelos que nadie quiere a mi alcance, yo no me los estaría zampando cada dos por tres.
—Perdona, Reme. La curiosidad me invade. ¿A dónde llevan esas tres puertas que hay detrás de ti? —cuestioné súper interesadə.
—¿Las puertitas de colores? Mira, la puerta A es la puerta por donde se entra y se sale de aquí, y la puerta B lleva al baño ¡Por eso lleva la B de baño! —indicó sonriente.
—¿Y la puerta C?
—La puerta C lleva al archivo.
—Y por casualidad… ¿Hay alguna planta ahí dentro que dé frutos?
—¿Una planta? Mmm… sí. Pero es de plástico. No hace nada, la pobre... —Remedios estaba intrigada por mis preguntas—. ¿Tienes ganas de montar tu propio huerto?
—No… solo estoy jugando a los detectives.
—Oh… pásatelo chachi.

Pagué con un poco de calderilla revoltosa que tenía en uno de mis bolsillos el precio de las fotocopias. Remedios me dedicó una sonrisa de granjera simpática y se dispuso a seguir devorando su bocadillo. Luego, una conocida sumnongle muy floral apareció por allí justo cuando me iba a marchar. Era Belén Jardiña.


—Oh, hola.
—Hola, Belén del Tulipén.
—Qué, ¿duplicando datos? —preguntó con voz chuli-culta.
—Sí. Ya están todos duplicados —indiqué agitando los papeles como las alas de una mariposa en peligro—. Por cierto, me gusta mucho el vestido que llevas hoy y ese sombrero rojo que nunca he vistox.
—¡Gracias! A mí también me gusta mucho —confesó contenta—. El otoño es la estación del año que va más a juego con toda mi ropa. Por eso y por sus temperaturas suaves la adoro… ¡Y a la primavera también, que no falte decirlo! 
—Disfruta al máximo de las delicias equinocciales, Belén, antes de que el calentamiento global las arruine por completo para siempre.
—Así lo hago y así lo haré.
—¡Fantasticuqui!

Belén y yo nos despedimos con una pseudoreverencia postmodernista. Sin embargo, no pude abandonar el área de la secretaría porque Belén me obligó a volver a donde estaba ella.

—¡Espera, espera! Tienes que ver algo.
—¿Qué ocurre?, ¿quién se ha desnudado?
—Nadie —Belén me miró sorprendida—. ¿No te has fijado? Tenemos una fotocopiadora digital nueva en secretaría. Es una fotocopiadora DADF que acepta pendrives con documentos de texto. Recién salida de fábrica.
—Qué prodigiosa…
—Ni que lo digas. Tienes que ver lo rápida que es. ¡Es capaz de fotocopiar diez páginas por segundo! —la sumnongle súper entusiasmadax se acercó al mostrador para hablar con Remedios.
—Muggh…—me quejé yo por lo bajo. No parecía algo fascinante.
—Hola, Remedios. Necesito que me fotocopies este tocho. No son apuntes míos, sino de una amiga, jijiji. —reveló con cierta timidez.
—Oh, de acuerdo —dijo la secretaria con ternura.
—Pero, por favor, usa la nueva fotocopiadora, me hace ilusión.

Remedios, algo insegura, obedeció sin objetar nada a la ilusionada chiquilla del sombrero. Se le notaba mogollón que la fotocopiadora recién llegada la intimidaba un poquis. Remedios es una personita despistada y un poco torpe, por eso un obstáculo tecnológico de ese calibre hace que le tiemblen los dedoooos. A pesar de que al final tuvo el valor de programar la acción, algo, no sé qué, SALIÓ MAL.

—¿Qué sucede…? —Belén escuchó el murmullo maquinoso de la fotocopiadora y no le pareció normal.
—Ay, pero… ¿Por qué se oye así? ¿Me la he cargado? —Remedios se alejó de la fotocopiadora como si de una bomba se tratara.

El armatoste grisáceo estaba furioso. Empezó a expeler docenas de hojas fotocopiadas con una velocidad pasmosa. Los folios cayeron como palomas moribundas tanto por dentro como por fuera de la secretaría. Belén estaba absorta por el papiroespectáculo.


—Esto me pasa por tener nubes dentro de la cabeza... ¡Por qué no puedo usar solo la vieja fotocopiadora!
—Un milagro de la tecnología, sin duda... ¡Mirad, mirad cómo se reproducen las palabras! , ¡mirad cómo se difunde la información! Esto es el poder, ¡ESTO ES LA IMPRESIÓN!

Belén estaba increíblemente extasiadah por la escena loca del papeleo aéreo. Se quitó la mochila y el sombrero para disfrutar con más soltura el desastre. Estaba fuera de sí.

¿Cómo lo paro? ¡Ayudaaa! —gritó Reme asustada.
—¡Cierra la ventana! —aconsejó una voz de una persona expectante.
—¡Haz algo ya! —dijo otra voz.
—Ooh… Papeles, papeles, papeles —Belén entró en un trance xerográfico de esos.
—¡Pídele perdón o pulsa un botón! —sugirió otra voz.
—¡Tapónala, atráncala!
—Revienta la fotocopiadora, ¡mátala!, ¡corre!
—¡Desenchufa el trastooo! —intervine en medio del barullo.

Cuando Remedios desenchufó a la bestia, después de unos complicados segundos buscando el cable, todo volvió más o menos a la normalidada. El atentado contra la humanidad y el orden escolar llegó a su fin.

—¡¿Se puede saber qué cojones ha pasado aquí?!

Urpia, la directora, se acercó al lugar de donde provenía el escándalo para ver qué pasaba. Se la veía enfadada.


—Lo siento muchísimo, Urpia. ¡Fue culpa mía! Aún no me he acostumbrado a los controles de la…
—Yo que quería desconectar un poco e ir a tomarme un café en la sala de profesores, voy y me encuentro con esto, ¡ESTO! —la Cuerva interrumpió colérica.
—Urpia, ahora mismo lo recojo todo. No te preocupes —dijo Remedios con voz trémula.
—Remedios, eres una incompetente, no haces bien tu trabajo y siempre estás empanada. ¿Sabes qué?, ¡ESTÁS DESPEDIDA!
—¡Por favor, Urpia, no! No me despidas otra vez. Llevo trabajando desde el año 2002 aquí, y mi prima Petunia desde mucho antes. Esta secretaría es mi vida y yo ya…
—Ah, ¿que ya te había despedido antes? ¡Pero qué tomadura de pelo! Fíjate lo que te digo, ¡NO QUIERO VOLVER A VERTE NUNCA EN ESTA ESCUELA! —sentenció la rabiosa directora— Con dos personas trabajando en secretaría es más que suficiente, maldita sea.
 —Entiendo… —respondió Remedios entre sollozos.
—Y tú, niña. ¿Qué haces tirada en el suelo con esa mueca ridícula? Eso no es propio de una señorita. ¡Recupera la compostura!
—Sí, señora directora —Belén se irguió con rapidez y su semblante súper chulo de payaso drogado se desvaneció—. Está usted muy sexy hoy, señora directora.
—Un momento, tú eres la niñata ruletera, ¿no es así? ¡Pues olvídate de volver a girarla!
—Vale…
—Este lugar queda declarado zona catastrófica. Venga, no quiero ver ningún papel tirado —Urpia dio cuatro palmadas antipáticas para espabilar a los estudiantes y luego miró al suelo y apartó con rabia un inocente folio con su pie—. ¿Qué es esto?, ¿son apuntes fotocopiados? Inadmisible…
¡Esto es confeti din-A4 para espantar a los albatros ♪! 

Un trocito de tonada brotó por mi boca. Canté una mini canción inventada para animar el ambiente, pero a Urpia no le gustó ni una pluma.

—¡Silencio! —Urpia se acercó un poco hacia a mí y examinó mi cara con su ceño fruncidou—. Un momento, ¿tú estudias aquí?
—¿Yo? Claro que sí.
—Tú me has dado muchos problemas en el pasado, ¿no es así?
—Emm… creo que no.
—Ten cuidado, te lo pido. Ten cuidado con las tonterías que haces, que yo no tengo paciencia —advirtió severa.

Urpia me dejó sin habla y se fugó como una Emperatriz de los Disgustos sin decir adiós. Cuando me quise dar cuenta, vi que el suelo ya no tenía folio alguno y me percaté de que Belén se había ido corriendo avergonzada con sus apuntes después de haber interactuado por última vez con Remedios. Los alumnos curiosos que habían ayudado en la recogida de folios se habían puesto a murmurar a mis espaldas. Otros, sin embargo, se reían o abrían sus bocas a causa del asombrox.

Remedios estaba ordenando el interior de la secretaría junto a los otros dos secretarios recién llegados. Yo me propuse darle un pedazo de consuelo.

—Qué penita, Reme… De verdad, no queremos que seas expulsada como la inmundicia. ¡Urpia es una pedúncula aviesa muy injusta!
—Gracias, corazón, por no querer que me vaya —Remedios, se secó las lágrimas y sonrió un poquito—. Pero, no te preocupes, no me voy a ir.
—¿Ah, no?
—Como lo oyes: No me voy. Urpia me ha despedido ya cinco veces, pero luego se olvida de que me ha despedido y por eso puedo seguir trabajando aquí como si nada —explicó en voz baja.
—Qué bien, ¿no?
—Sí… Es que necesito el trabajo para sobrevivir. Yo seguiré viniendo.
—Dí que sí, Reme, que este es tu oficio. Tú tranquilízate, trabaja lo mejor que puedas e intenta no despistarte mucho —aconsejé animadamente—. Así todo debería de salir perfecto.
—Claro… —la secretaria alegró su rostro y luego recordó algo especial—. Mi abuela decía que el ser humano es incapaz de hacer algo completamente perfecto, excepto una cosa.
—¿Qué cosa?
—El pan.
—Ooh… ¡qué rico! —exclamé algo confundidis.

Me despedí de Remedios para irme directə al patio, a disfrutar de lo que quedaba de recreo, pero como descubrí que tenía dos llamadas perdidas del mismo número en mí móvil comunicón, detuve mi rumbo al momento. Necesitaba saber quién quería hablar conmigo. Justo cuando iba a llamar a ese número, dicho número me estaba llamando a mí POR TERCERA VEZ.

—¿Dígame? —pregunté expentante al descolgar.
—Hola ♪. Hola ♪.

Una voz aguda, cantarina y reverberante me saludó dos veces. Parecía ir al ritmo de una extraña música que se oía de fondo.

—Hola. ¿Quién eres?, ¿Llamas por lo de los Zipulas?
—Sí, quiero hablarte de eso ♪.
—Oh, y dón…
—Sí, quiero hablarte de eso ♪ —repitió melodiosamente.
—Mmmm… ¿No será una broma? —pregunté con cierto mosqueo.
—No ♪. No ♪.
—Pero, ¿estás aquí, en la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar?, ¿o estás dándolo todo en la baby-discoteca?
—Estoy en la segunda planta de la escuela, frente al aula 286. ¿Puedes venir ♪?
—Sí, sí.
—Ven rápido, por favor ♪. Ven rápido, por favor ♪ —insistió sin perder la música de sus palabras.
—OK —afirmé justo cuando la niña rareta colgó la llamada.

Así es, lectorcita curiosa, lo que piensas es cierto (creo). ¡Ella es una de los cuatro niños que han visto a los Zipulas! Su llamada me hizo feliz de abajo hacia arriba y sin rebosar. Por fin ha llegado otro momento clave para nuestra investigación. 


Su forma de hablar es muy rara, pero tal vez podría revelar algo importantek.

Al alcanzar la segunda planta me metí de lleno por los sinuosos pasillos en busca de esa aula. Me coloqué el dichoso pañuelo salvavidas por si las moscas basilionas (todavía sigo teniendo miedo a ese malandrín, muououh…). Lo guardo siempre en la mochila.

Pronto sentí que estaba muy lejos de los ruidos felices del recreo, además no había nadie en el pasillo. Pero el silencio empezó a tornarse en algo melodioso. Se oía una música electro-techno-rara, con una marcada percusión, que parecía venir de donde el aula 286 está.

—¿Será cierto el rumor del karaoke oculto en la escuela? —me dije para suavizar un poco la tensión.

Grabé esa música tan inusual porque era algo pegadiza. Puedes escucharla, si lo deseas, aquí mismus:

♫🎵

Continué caminando hacia mi destino. Me percaté de que, aparte de la música que se oía más fuerte a medida que me acercaba al aula, unas luces de colores misteriosas se reflejaban en las paredes. ¿De verdad hay una discoteca en la escuela?

Al doblar cierta esquina, pude contemplar el panorama disco-rave for kids de donde provenía el temazo musical y la iluminación loca. Frente al aula estaba solo ella, la niña que me llamó. Sentí algo de miedito.


Disfruté del extraño espectáculo durante unos segundos. Me di cuenta de que las luces venían de las propias ventanas y de los fluorescentes del techo, lo cual es muy raruco. No quería perder más tiempo porque el recreo dura menos que la sequedad en la sudorosa gordizona.

—Hola, niña. ¿Fuiste tú la que me llamó antes por teléfono para quedar aquí? —cuestioné delante de ella.
—Sí, fui yo ♪. Sí, fui yo ♪ —dijo cantando armoniosamente con una voz robótica, siguiendo el ritmo de la música de fondo.
—¡Qué ritmo tienes, chata!
—Soy Estela Remix, la chica MP3 ♪.

Algunos sumnongles mocosos de primaria han hecho correr rumores sobre una niña que puede hacer sonar canciones desde las entrañas de su cuerpo como si fuera una radio. Sin duda alguna, esa niña era Estela Remix. Con unos extraños cachivaches implementados en sus hombros y pecho, Estela puede generar música y reproducir grandes éxitos de la pasada década.

—Estela, eres maravillosa. Seguro que tienes una historia muy interesante que contar.
—No hay nadie como yo ♪. Cantante estereofónica, vibrante y melódica, de luz multicolor ♪.
—Eres como una gramolaaaa ♪. ¡Eso mola! —dije cantando dos o tres sílabas para adaptarme mejor al diálogo.

Yo no pude frenar mis impulsos bailongos al escuchar a Estela y a su música. Por otra parte, Estela estaba más tiesa que una lápida. Tras realizar unos cuantos movimientos de pájaro del paraíso, pregunté por fin a la inexpresiva sumnongle lo que quería preguntar.

—Entonces… ¿has visto a los Zipulas?, ¿sabes dónde están?
—Sí, eso fue hace años ♪ —la nena seguía cantando pero su rostro mostraba cierta intranquilidad.
—¿Pero en dónde están?, ¿dónde los viste?
—Estaba en el parque de Maraguarrada ♪. Saltaba a la comba sin miedo nada ♪. Pero un enano vino a molestarme ♪. Meterme mano, a su gruta llevarme ♪.
—¿Dónde está esa gruta?, ¿dónde está esa gruta? —pregunté desesperadis.
—La estatua guarda la entrada a la gruta ♪. En una zona con árboles rosas ♪. La zona en sí está muy bien oculta ♪. Los setos forman murallas frondosas ♪.
—Eh, uh, ah, ih, oh… —entoné vocales dudosas porque no comprendía muchou lo que decía la chica MP3—. Entonces… ¿cómo llego a la guarida de los Zipulas?
—Necesitas un mapa o un guía ♪. Buscarlo sin ayuda es una tontería ♪.
—Entonces guíame tú hasta la guarida de los Zipulas.

Estela Remix se quedó en silencio y con los ojos bien abiertos. Pareció bloquearse como un ordenador traumatizado. La música alegre empezaba a desvanecerse y las luces a brillar todas a la vez.


—No me pidas volver a ese lugar, porfi. No quiero ir a esa plaza circular, ¡No quiero ver a esos guarros jamás!
—¡Pero necesito tu ayuda! Tenemos que evitar que los Zipulas vuelvan a manosear culitos y genitales infantiles.
—¿Y si me vuelven a hacer cosas? Ellos me dejaron la cabeza como mareada, luego me hicieron cosquillas asquerosas debajo de la falda y después quisieron frotarse con mi cuerpo. ¡Son enanos pero sus cabezas pesan mucho! —gritó Estela estresada y sin cantar—. Yo lo pasé mal, mal, fatal; gritaba y gritaba y al enano rojo le pegué una patada en la nariz para que me dejara en paz. ¡Después los cuatro enanos quisieron atarme con la cuerda de la comba pero no lo consiguieron!
—¡Qué horror! —exclamé como un espíritu condenado en el infierno.
—Me dio mucho miedo. Estaba tan asustada en ese sitio subterráneo que… apreté mi MP3 con todas mis fuerzas mientras sonaba Chopping onions is fun! y grité SOCORRO lo más alto que pude. Golpeé con la mano a una bombilla sin querer y la rompí. Luego… algo raro pasó… ¡me di un calambrazo y me fusioné con mi MP3! Gracias a eso pude aturdir a los Zipulas con sonidos y luces, escapar por la entrada y volver a donde estaban mis amigas —relató menos agobiada que antes.
—¡Eso es un milagro! Ojalá poder fusionarme con algo díver.
—Si puedo hacer luces de colores es gracias a eso. Si puedo hacer música es gracias a eso. ¡Soy Estela Remix, la chica MP3! —gritó como una tímida superheroína radiactiva
—Ahora que te veo más valiente y segura, ¿por qué no me acompañas hasta la entrada de la guarida solo una vez? Venga, por favorio —supliqué a Estela con mis manos enredadas—. Si vienes conmigo no te pasará nada nadita.
—¡Te he dicho que no quiero ír! ¡No pienso ir a ese sitio nunca más, NUNCAAA!

Tal y como hizo aquella vez con los putos Zipulas, Estela realizó un truco luminoso cegaojos y emitió unos cuantos sonidos para confundirme y luego huir por los pasillos como una coneja amenazada. Estaba claro que esa muchacha no me iba a llevar hasta ese sitio circular y oculto. Ella no quiere retornar a ese lugar traumático; lo aborrece demasiado y yo he decidido comprenderlo.

Me quedé asolas con mi propia soledad en ese lugar, donde ya no se oía música ni brillaban luces de colores. No tenía nada más que hacer allí, así que fui en busca de Maselillo para contarle todo lo ocurrido con Estela.

Pasaron las horas en la escuela y seguí sin ver a Estela, pero mi intuición juvenil me dijo que ella estaría bien con sus compis de clase. Jolines… Ya solo quedan dos de los niños que me pueden ayudar a encontrar ese lugar misterioso del parque de Maraguarrada, donde se concentra ese zipuleo repugnante.

Ay, los días no me están poniendo las cosas en almeja de plata. La vida es muy maleducada, se enmaraña por si sola delante de mis narices y yo no puedo remediarlox. No obstante, creo que hay solución para casi todo lo que tengo encima. Ahora toca descansar durante este finde en casita, ponerme al día con las cosas de clase y rascar a mi gato con el rastrillo de madera.

Se acabó la entrada, mi gentil Usted. Ahora, déjeme dormir .