28 febrero 2011

Un pequeño homenaje

Antes que nada quisiera pedir disculpas por estar casi un mes completo sin actualizar el blog; mi mente no ha funcionado muy bien desde la muerte del Ente de Oort y no he tenido fuerzas suficientes para hacer colisionar mis deditos contra las teclas de mi portátil con la presión necesaria para que las letras se impulsen y se peguen en la pantalla. Lo sentimos.

Pero hemos comprendido que ya es hora de dejar atrás la amarguria; debo recuperarme del dolor y la congoja que campan a sus anchas en mi corazón como gusanitos en una manzana podrida. El Ente de Oort lo habría querido así…

Así que, sin más remordimientos, hoy aparté por fin el paquete de pañuelitos de Mocosita S.A. de mi lado y me dirigí hacia el baño para cambiar la imagen de plañidera desaliñada con la magia del lavabo y sus amigos jabonosos. Con mi nuevo aspecto y con el desayuno digiriéndose en mis entrañas me encaminé, como hago todas las mañanas, hacia la escuela.

A duras penas podía sonreír hace unas semanas pero hoy he conseguido mejorar mi ánimus, ¡y sin haberme tomado esas psicopastillas asquerosas que detesto! Lo mejor es que los sucesos que inevitablemente ocurrieron esta mañana actuaron como un ansiolítico para mis alteradas emociones.

Cuando empezó la clase de la asignatura de historia, a segunda hora del día, mis ojos fueron testigos de una escena muy tierna y bebosa. Pillé a Maselillo tirado en el suelo mirando con un regusto de felicidad a Bebesitu, el infrabebé de nuestra aula.


Mi amigo estaba agitando un sonajero violeta frente al bebé para estimular sus no se qué de su cerebro infantil. Bebesitu parecía muy divertido con el sonidito risirroso de su sonajero preferidox.

—Maselillo, ¿te entretiene jugar con el bebé?
—Sí, Bebesitu es una monada —contestó con una gran sonrisa.
—¡Gua, ah, mmmgaah! —dijo el bebé succionaleche, que, desde que lo alimentó Milchiga, estaba muy animado.
—Ten cuidadou y no acerques mucho tu nariz de pelota al agujero. A Bebesitu le gustan mucho los cuerpos esféricos cárnicos —advertí mientras alzaba mis cejas—. Creo que tiene ganas de estrujártela.
—Qué juguetón, jajaja —rió Maselillo sin importarle casi nadah mi aviso—. Yo siempre quise tener un hermano pequeño con el que jugar, pero soy hijo único…
—Los hermanos son muy guays.
Unguah, tammmta, mmm… ¡TAH!
—Aún sigo sin entender cómo es que hay un bebé aquí debajo. ¿Nadie ha intentado sacarlo?
—Creo que sí, pero no ha habido suerte. Sin embargo Bebesitu sabe que ese es su lugar. Él está feliz ahí… metido en su agujeruelo —expliqué al mismo tiempo que perdía de vista a Bebesitu, que se escondía en algún rincón de ese espacio oscuro del subsuelo.

Nuestra tutora Chelo terminó de limpiar los borradores en la ventana y luego dejó que naciese una nueva lección de historia en nuestra acogedora aula. Maselillo, el resto de los alumnos y yo nos sentamos en nuestras sillas para atender a las palabras de la docente. Hoy nos habló de cruzadas y masacres.

Al acabar la hora, entre el barullo de los pasillos, Maselillo me preguntó una cosa que llevaba minutos rebotando dentro de su cabeza. Era algo que iba a ocurrir tardie o tempranio.

—Sabes, me he dado cuenta de que hoy estás más alegre que ayer —dijo Maselillo poniendo su manita sobre mi hombrox—. Has estado todo este mes de febrero así como depre…
—Ya. Era inevitable que estuviera así.
—¿Cuándo me vas a contar qué te pasa?
—Es muy complicado de explicar —contestamos algo apesadumbrados—, pero creo que voy a confesarte ya lo que me ha pasado. Así me desahogo un poco.
—Sabes que yo no le diré nada a nadie.
—Lo sé… —respiré hondo para oxigenarme bien por dentro antes de desembuchar—. Verás… se ha muerto mi abuela la calva…
—Vaya…, pobrecilla. Lo siento —dijo perplejo el sumnongle.
—O tal vez era mi abuelo el calvo, no lo sé… Nunca supe lo que era realmente, porque ni siquiera era humano.
—Eh… ¿qué? —Maselillo no comprendía de qué estaba hablando.
—Escucha, Maselines. El ser que ha muerto no era en realidad un familiar mío o una mascota. Creo que era algo de afuera. Y no me refiero a un turista, precisamente…
—¿Eh?
—Que me da que era un ser de afuera, de más allá de la Luna. Y el pobre ser ha muerto por mi culpa, jolines…

Necesité unos cinco minutos para exponerle bien todos los detalles de la historia a mi amigo. Maselillo no podía impedir estar absorto por todo lo que le decía. Si él hubiese tenido una pamela de porcelana en la cabeza se le habría caído al suelo del pasmo, pero en ese momento no tenía nada cubriendo su característico pelo rizado y denso.

Le dejé bien claro que yo no soy de esas personas que asesinan a seres sentaditos por diversión. Le aclaré que todo fue un error herroroso y que me sentía fatal por ello. Aunque Maselillo me comprendió al final, demostró algo de incredulidad respecto al origen extraterrestre del ente sonriente. Durante el resto de la jornada escolar, mi amigo y yo no hablamos de otra cosa más que del tema de la muerte del ente, de la nube de Oort, de bocadillos, de mutaciones genéticas y de ballet. No pudimos sacar una conclusión clara y certera sobre todo este asunto alienigenoide pero al menos lo pasamos bien.

Cuando regresé a casa, el lugar donde vivo yo, la curiosidad me invitó a echar un ojo travieso al área vecinosa, la casa del entretenimiento de la planta baja. Como puedo abrir la puerta del área sin problemas, me quedé un ratito de ratón contemplando el interior del salón, iluminado por la luz del medioday.


—Hace menos de un año, aquí murieron ocho de mis vecinos por culpa de ese reloj —dije en voz baja en el portal—. Está todo lleno de polvo y no hay ventilación pero aún huele un poco al ambientador de hortensia rabiosa que puse hace dos meses.

Sigo recordando cómo aquel 10 de septiembre ocurrió lo que ocurrió. La poli y las ambulancias llegaron a mi edificio con sus ninoninos ♫ correspondientes al atardecer. No sé quién los avisó pero no me importa muchu. Antes de llegar la noche, el área vecinosa se quedó bien cerrada y sin necrovecinos aplastados dentro. Ese lugar antaño fue un santuario lleno de vida y de viejas doloridas intentando coger bolas de bingo de debajo de los muebles viejos que los vecinos han ido colocando ahí. Hogaño es un templo de la muerte, sucio e inerte, en donde no se oye ni siquiera un tic tac (aunque he visto que hay arañoñas haciendo teleféricos por los rincones).

Después de estar un rato dentro de ese sitio desvecinado, subí a casa porque ya tocaba. Pero antes de almorzar tuve ganas de ver de nuevo esa pieza de artesanía que hice yop hace una semana con plastilina, esa masa dúctil de colorines que todos los nenes quieren saborear pero que no se puede comer. He aquí mi figurita homenaje de Ente de Oort.


«Qué bonita me ha quedadoh y qué bien que no se le haya caído la cabeza», pensé después de haberla dejado en la mesa de mi salón comedor con suma delicadeza. Me preocupa mucho que se le caiga el cabezón, pero se ve que el alambre chuchurrío que le puse para reforzarla ha aguantado dignamente.

Cuando acabé de moldear la figura hace días vi que se me olvidó añadirle algunos rasgos. Quise hacerle una oreja a mi muñeco de plastilina, pero cuando me di cuenta de que le faltaba ya tenía las manos en otra masa…

Creo que hacer algo blando y colorido para recordar a alguien tras su muerte es mejor que llevar un crespón al lado del pezón durante toda la vidax. Por precaución, voy a guardar mi figura en una cajita de bombones vacía para que no se llene de mierdah. Sé que esa escultura no es gran cosa pero es mi arte y QUIERO PRESERVARLO.

Hoy, no sé por qué, ha sido un día para recordar a los difuntos. No está mal pensar en ellos de vez en cuando, ¿no?

Uy, qué tarde es ya, ¡y aún no hemos cenado! ¡Adieous!