12 julio 2011

De safari en la ciudad

Tengo la cara caliente; necesito un sopla-sopla de esos para dejarla como la barriga de un pingüino.

En fin, sigamos.

Tal y como acordamos los miembros de la Liga Antipedo, cada uno de nosotros tiene que hacer una ronda de expedición un día a la semana por el parque de Maraguarrada. El azar, con su dedo aracnodactílico, me ha señalado hoy a mí para explorar el parque. Cogí mi mochila, me vestí con ropa veraniega y abrí la puerta de mi casa para salir a la calle. La operación pillar a los Zipulas haciendo cosas malas o sospechosas había empezado de nuevo.

Cuando salí de mi hogar, un pensamiento triste revoloteó sobre mi mente: En la calle siempre encuentro felicidad en cada esquinota; en cada plaza; en cada tienda; en cada metro cuadrado… En casa, la cosa es diferentex. Yo, en casa, sentirme aburridis y sin ninguna compañía divertida, de esas a las que les gusta buscar las cosquillas a la vida. Aún recuerdo las palabras de Pelafrú: «Necesitas encontrar un alma que te de alegría en este hogar tan lúgubre». Ojalá, Pelafrú, ojalá encontrar a un sumnongle que pueda vivir conmigo para que me anime el espíritu (porque a Maselillo no me lo puedo llevar a casa).

Pelafrú, vuelva a irradiarme con su grata presencia de color fucsia.


En el parque de Maraguarrada, pensé: «Ostras, el parque está lleno de animales sin dueño. ¡Son mascotas gratis! Me puedo llevar una a casa». Un sumnongle del reino animal sería la única criatura que, sin rechistar, se iría encantada a vivir conmigo si le doy cariño, comida y comodidad.

Con esa idea en la cabeza, nos desplazamos hacia el noroeste del parque. Por esa zona la gente suele sentarse a descansar. Casi nunca penetramos esa área porque ES MUY ABURRIDA; está plagada de abuelos remolones.

A simple vista, no vimos ninguna mascota que capturar y ningún Zipula que castigar. Pero sí vimos un banco en donde cuatro culos desconocidos se habían sentado. Un chiquilla vestida de malva que estaba al lado del banco me miró con sus ojos oscuros y me dijo algo A MÍ sin previo aviso:


Tras haber soltado ella esa aclaración inesperada, yo opiné algo que tuve que decir en voz alta:

—No parece tu madre.
Pues sí lo es —objetó la niña de las coletas.
—Pero es tu madre adoptivax, ¿no? La que te rescató de las ruinas del poblado de la selva —pregunté.
¿Eh?
Disculpe, pero yo soy su madre biológica —intervino su madre, en defensa de la verdad, sin levantarse del banco.
—Si usted lo dice…
Mira, aquí tienes la prueba —dijo la enana con ganas de mostrar que me equivocaba.

La niña había pedido a su madre que le diera un libro de familia casero que ella guardaba en su bolsillo.

—¿Ves? Este es nuestro árbol ginecológico oficial.
Genealógico, cariño —corrigió su apretujada madre.
Eso.
—A ver.

En aquella página figuraban los enlaces matrimoniales de su pasado y las caras de los progenitores de la niña, culpables de su nacimiento.


—Oh, Juanica, tu padre… ¿qué es? —cuestionamos intrigados.
Mi padre es mi padre —respondió seria.
—Parece un grifo, Juanica del ombligo estrellado.
¡No es un grifo! —gritó ofendidah~, paternalmente hablando.
Si vienes aquí a molestar, será mejor que te marches —pidió Inés con serenidad.
—Vale, me iré. Pero no porque usted me lo pide, sino porque hay algo que no aguanto. En ese banco hay cuatro personas sentadas, PERO HAY NUEVE PIERNAS.

Nos largamos haciendo uso de nuestras patitas, caminando de una manera rítmica y divertida. Esa niña y su madre seguro que guardaban muchos secretos familiares. En cambio los otros, la vieja enorme, el viejo desconfiado y el chico besugo, eran molto aburridongos. No quería saber nada de ellos ni de esa novena pierna misteriosa.

Luego, atravesé la arteria maraguarrádica para llegar a otra área del parque en donde los perros y las palomas conviven en una pseudo-concordia. No estábamos preparados para ver lo que allí vimos… Se trataba de un perro pelirrojo muy bicho que paseaba suelto por ahí. Era el sorprendente perro Rufus, que había traído el horror y el desconcierto a los nenes del parque.


¡Icutadah! Guau, guau, guauuuh ♪ —ladró el perro en tono burlesco.

Los niños que jugaban en la zona gritaron de espantoh. Unos se cubrían la cara al estilo almeja cobardica para imaginarse que vivían en un mundo sin Rufus. Otros se escondían detrás de sus padres o de los setos para no ser detectados por el cánido de orejas puntiagudas. Rufus es inofensivo pero a los niños les da pánico que muestre sus habilidades alfabéticas con sus patas.

¡Mamá, lo está haciendo de nuevo! —gritó un chiqui sumnongle acojonado.
Calla y piensa en tu cumpleaños. Rufus no puede acceder a tus pensamientos —le aconsejó su madre agitándolo por sus hombros.
¡Icutadah! Guau, guau, guauuuh ♪ —Rufus ladró de nuevo mientras se iba caminando con sus patiletras a otra parte. Estaba muy pheliz.

A mí, Rufus, miedo no me da. Su dueño lo ha entrenado para que haga ese truco con sus extremidades con la intención de impresionar y no de asustar. Lo que no comprendo es de dónde saca tantas patas. Rufus es fascinante pero muy guasón, y, a veces, un poco insoportable. No me gustaría tener un perro así como mascota… prefiero otra cosa cososa.

Casi a la salida del parque, ocurrió otro acontecimiento, pero esta vez sin patas extra. Una blancura anular y plumosa sobrevoló el cielo del parque. Era el pájaro que muchos de nosotros, los vecinos de la zona y YOP, llamamos Rosqui.


A Rosqui le gusta volar por la zona, enroscándose en las farolas, las ramas y en cualquier palitroque que pille. Está relleno de libertad y de órganos y huesos.

Pensé que tal vez podría ser mi mascota, ya que no tiene dueño.

—¡Rosqui, ven! —grité al pájaro que volaba lejos del sonido que salía de mi boca—. Rosqui, ven. ¡Enróscate en mi cuello!

Al ver que el pájaro abandonó el parque SIN DECIRNOS NI PÍO, nos fuimos. No me iba bien lo de encontrar mascota… (snif)

Por último, cerca de las aceras que bordean el parque, me topé con un sumnongle poco interesante y de cabeza acacahuetada. Era Calbacho Combusto, el calvo que nos arregleteaba el cochezuelo. Llevaba consigo un animalillo peludo muy raro que dormía en sus brazos.

¡Vaya, cuánto tiempo! ¿Qué tal? —preguntó jovial, abriendo sus ojos circulares.
—Bien —contesté con una voz tan seca como una uva enterrada en el Sáhara.
¿Qué tal el coche?
—No volverá a funcionar jamás.
¿Cómo? Debisteis haberlo cuidado bien —me aconsejó el hombre.
—Y tú debiste haberlo arreglado bien… —murmuré con astucia para no ser oidә.
¿Qué?

Calbacho no me cae bien. Nuestro instinto de avispa nos decía que nos estafaba cuando nos arreglaba el automóvil en su taller. Nos cobraba más de lo que debía y no nos reparaba bien los tecnoproblemas. Es un chapuzas desvergonzado.

¡Briiiiiiiiiiiiiizzz! —chilló el bicho que tenía en sus brazos.
Ya, ya, ya. Piluko, cálmate —susurró al oído de la pequeña bestia.
—Qué mascota tan rara.

Calbacho meneaba con suavidé al macrobicho. Yo vi cómo lo hacía.


¿Podrías hacerme un favor? —preguntó avivado por la orugosa situación.
—Emmm…
Piluko tiene sed. Tengo que ir a comprar suero a la farmacia, pero no puedo entrar con él porque el olor a fármaco le hace vomitar. ¿Podrías cogerlo un segundo? La farmacia está en la acera de en frente —explicó señalando el establecimiento con la mirada.
—Bueno, vale —acepté desganadis.
Pero no le toques su barbilla, que da mucha mala suerte —me pidió antes de irse.
—Lo tendré en cuentah.

La oruga violácea pasó de sus brazos a los míos. Estaba más calmada. Luego, Calbacho corrió en busca del suero.

—Ay, Piluko, no grites más —le dije al bicho peludo—. No seas tan gritón.

Pude sentir la suavidad de sus pelitos en mi piel. Piluko era muy feo, pero al mismo tiempo muy adorable. Su carita humanoide daba una grimilla muy tierna. Nos sentimos satisfechos al sentir el alma de una mascota en contacto con la nuestra. Era eso lo que realmente ansiábamos, y por un momento, lo habíamos conseguido.

—Piluko, tu dueño es un capullo —le dije con toda sinceridade.
Briiizzz.
—¿Verdad que el cariño que te doy yo es mejor?, ¿verdad que me prefieres a mí?
Briiiizzzzz —respondió adormilado sin entender lo que decía

Piluko parecía estar sedado cual loco de manicomio que tira tacitas de té por la ventana. Contemplé su carita somnolienta y confusa. Sus ojos negros deseaban mi amour.


—Oye, ¿quieres fugarte conmigo? —cuestionamos a la mascota.
—¿Briiiizzz?
—¡Sí! Piluko, tú y yo, dueñə y mascota. Vámonos a un país remoto donde podamos ser felices y donde puedan peinarte y perfumarte lejos de ese calvo mentiroso —propuse al bicho.
¿Briiiizzzz? —brizeaba sin comprender mis palabras.
—Claro, Piluko. Allí habrá suero para ti y de todos los sabores —quería llenarle la cabeza de ilusiones para que se enamorara de mí y de las cosas que haríamos en un futuro mágico.
¡Briiiizz!
—Qué lindo. Deja que te acaricie la barbilla, que yo no soy supersticiosy.
Briiiz, briiiz.
—Uuuh… ¡Qué zuabeeeh~! —exclamé de placer cuando le acaricié la sedosa piel de su barbilla rosácea.
Brrrrr… —Piluko ronroneó de una manera anormal.

En un fugaz movimiento, Piluko dirigió su boca a mi dedo índice derecho. Me clavó sus azulados dientecitos afilados con saña. Emití un terrible alarido de agonía pura que hizo vibrar los picos de las palomas y los cucuruchos de los niñatos del parque.

Apretando la nariz a Piluko, conseguí sacar mi dedo de su dentadura. Lo hice todo muy veloz; necesitaba detener ese increíble dolor sangriento. En menos de cinco segundines, acumulé un torrente de ira que desembocó por mis brazos descontroladamente. Agarré de los pelos a Piluko y lo tiré contra el suelo dejándolo atontado y con su cara manchada de rojo (por mi sangre, claro).

Jodido Piluko… Pensé que se estaba llevando bien conmigo, pero no era así.

Yo me oculté tras un seto. Calbacho acababa de salir de la farmacia. Casi nos pilla.


El sumnongle se había horrorizado al ver a su bebé oruga estrellado contra el suelo profiriendo gritos estridentes. Fue a recogerlo tan rápido como pudieron sus patas de mecánico. Ese hombre no volverá a confiar en mí nunca más.

Mala suerte, dice… ¡Ni mala suerte ni hostias! ¡Ese bicho no se toca porque muerde!

Acabé el día en urgencias. Allí tardaron casi dos horas en atender mi dedo sangrante, lleno de puntitos rojos formados por las acuchilladas dentales de Piluko. Los médicos que me iban a tratar la herida estaban jugando al escondite. Creo que lo entiendo porque la gente necesita divertirse, ¿o no es así? En fin, ahora mi dedo parece una momia y para colmo me dueleeeeeeeee.

Ojalá no encontrarme con Calbacho nunca más. La culpa de todo esto es suya, por malinformarme, y de su oruga, por malherirme. Sé que yo debí haber dejado a Piluko en el suelo con delicadeza tras el mordisco, en vez de empotrarlo contra él, pero tenía un enfado inconmensurable que no podía domar. Bueh…, al menos el bicho está bien. Sin embargo, ¡YO, ESTA NOCHE, NO CREO QUE DUERMA POR CULPA DEL DEDO MORDISQUEADO!

03 julio 2011

La fiesta prohibida

¿Sientes ya el calor estival?, ¿sientes las cataratas de sudor fluyendo libres por tu epidermis? No me respondas a eso, guárdate las respuestas y dúchate si estás sudadete.

¡Qué calor! Es imposible esconderse en casa cuando no sopla ningún aire acondicionado. El ventilador que tengo ha muerto y lo único que refrigera aquí es mi frigorífico, pero no quepo dentro de él~.

A veces en el parque sopla algún vientillo fresquitox. Este mediodía, después de almorzar usando el tenedor que pincha, me fui al parque de Maraguarrada a la captura de alguna corriente de aire.

En el parque de Maraguarrada, los niños más escandalosos suplicaban a sus padres, entre mocos, lágrimas y sudor, que les compraran helados de colores llamativos para refrescar sus acalorados organismos. Las marujas, que paseaban en grupos, casi se dislocaban sus muñecas al agitar sus abanicos con furia, para crear pequeños huracanes que bajaban la temperatura de sus brillantes rostros. Los viejos, tras beberse unas cañas en el bar, se amodorraban en los bancos del parque, dejando sus panzas relajarse y expandirse entre sus piernas mientras sus pieles se tornaban rojas como aquellos graciosos tomates de ese anuncio de televisión que casi nadie conoce.

Pero hubo sumnongles en el parque que destruyeron la Armonia v. 01. del sábado. Mi sentido de alerta se activó al descubrir que los Zipulas deambulaban entre los frondosos parterres. Lo raro era que el Zipula Carmesí había cambiado de aspecto: ahora parecía ir vestido como un limón sin madurar. Nosotros nos mantuvimos alejados para no ser detectados por sus estrábicos ojóculos.


No estaba en lo cierto… el Zipula verdoso tenía la piel mucho más oscura que Zipula Carmesí. Qué horror, ¡nuevo Zipula ha sido hallado!, ¡NUEVO ZIPULA ENCONTRADOH! Eso quiere decir que son tres Zipulas los que merodean por la jungla metropolitana de Marguarrada. ¡Demonios! Yo pensaba que solo había dos miserables pedófilos con cabeza en forma de castaña invertida… pero no es así.

Estamos sobrecogidous. Ver Zipulas por ahí es tan desapacible como ver cadáveres destripados volando por el cielo del atardecer. Mamma mía…

Ni Zipula Turquesa ni el nuevo Zipula percibieron mi cuerpo ni los sonidos que emitió. Huimos de la zona central del parque hasta llegar a la frontera. Justo allí, nos topamos con una señorita menuda con mucha extravagancitud ★. Para un puritano, sus grotescos peinados son como una violenta puñalada de procacidad. La señorita era ni más ni menos que Trisco Treisi.


—Trisco, ¿qué coño es eso? —pregunté mirando su tocado vaginístico.
Pues eso, lo que acabas de decir —contestó inexpresivah.
—¿No crees que es demasiado atrevido?
¡Que va! Tenía pensado añadirle un crucifijo invertido colgando de la mano, pero paso de cargar tanto peso, que luego me duele el cuello.
—Me recuerdas a Amy Wildhouse pero en versión daliniana —indiqué a la señorita.
Ajam… —dijo en tono indiferente justo antes de llevarse el cigarrillo a sus labios.
—Te vuelvo a aconsejar que cambies de estilo porque…
Y una mierda. Yo me paso por el forro tus consejos. Lo que llevo en la cabeza es arte, y muy difícil de fabricar, por cierto. Si supieras cuánto me ha costado explicarle al chino atolondrado de la tienda que quería que me diese la jodida mano del maniquí que iba a tirar a la basura… Y encima, con este bochorno, estar dos horas aguantando el secador me deja la tensión por los suelos. Pero es lo que tengo que hacer para llamar la atención de esos periodistas panolis, que, últimamente, hacen reportajes de los sucesos más manidos e insulsos de la ciudad, como los repugnantes botellones de esos mentecatos de instituto. Si es que la cutrería mediática no tiene límites —Trisco relataba sus tribulaciones asqueada. Parecía que necesitaba desahogarse.
—Sí, son muy cutris-cutris.
Ya. Adiós —finalizó muy tajante.
—Trisco, espera, no seas tan trosca, digo tosca —reclamé con la lengua trabada.
¿Qué?, ¿de qué puñetas te quieres quejar ahora?
—De nada. Solo quería que le contaras a mis neuronas cómo era tu pasado artístico.
¿Acaso no sabes nada de mí? ¿Tú de que generación eres? —cuestionó extrañada.
—De la de los noventa, como los Spice Boys y las Backstreet Girls —explicamos haciendo elegantes ademanes.
Pues yo empecé y triunfé en los ochenta. Mi debut fue en la tele y a lo grande, pero no en un lamentable canal autonómico, que en mi época no había. Tenía catorce años cuando los focos alumbraron por primera vez mi carita angelical en un escenario. Mi voz sonaba cristalina pero intensa y a la gente le encantaba. Lancé un disco en solitario de canciones infantiles que fue un exitazo memorable. Los productores de los programas imploraban que asistiera a sus platós para cantar al menos durante diez segundos… —a Trisco le brillaba su ojo sano con un resplandor nostálgico—. Cuando cumplí los dieciséis, mi cuerpo dejó de ser el de un niña; ya se me habían desarrollado del todo los senos. Los chavales de la época estaban obsesionados conmigo y se masturbaban pensando en mí. Oh… Si hubieran recolectado todos esos fluidos, habría nacido el océano Espermático de Trisco. Sé que es una guarrada como una catedral, pero habría sido la prueba de devoción por mí más grande del planeta.
—Eras un ídolo muy idolatrado, ¿no?
Claro, joder, es lo que te estoy contando —Trisco recuperó su voz de narradora para seguir hurgando en su pasado—. Luego, pasaron los años, y mi personaje de niña inocentona se disolvió por completo. Comencé a vivir la vida de una manera más perjudicial: narcóticos, juergas nocturnas, novios nefastos, malos consejos de mi manager… lo peor que me pudo pasar. Mis fans me iban dejando de lado progresivamente hasta convertirme en un juguete roto de la televisión. Tuve oportunidades para resurgir de entre mis pastillas y mis botes de laca, pero esa camandulera, la cantante de La cantarina y los 3 abrió su boca en el peor momento y me quitó el relevo para convertirse en la nueva diva juvenil. Zorra asquerosa… ¡Yo pude haber seguido en la gloria, ganando pasta sin control!
—Trisco, no grites, que los viejos se asustan.
No me cortes el rollo.
—Pero estamos muy impresionados con tu historia, Trisco. Es una lástima no haber podido ir a un concierto tuyo.
Sí, te has perdido la carnaza suculenta. El panorama musical de ahora es una boñiga con canciones para gilipollas de medio cerebro. Mira, ¡MIRA! Este es mi casete, una olvidada joya de los ochenta. Mira que hermosura de foto, dan ganas de estrujarme los cachetes —ilusionada, Trisco decidió mostrarme su tesoro: la versión en casete de su único álbum publicado.
—A ver, a ver.

Trisco, después de remover objetos de su bolso, sacó su cinta musical. Estábamos ansiosos por ver un indicio de su vida espectacular.


—Oh, ¡no me acordaba de lo chula que era! Sales preciosa, como las enaguas de una rosa.
Gracias. La foto de la carátula me la hicieron cuando me anuncié por primera vez como Trisco Treisi, en vez de usar mi nombre original, Triscomena Trepóncigo —explicó mientras se toqueteaba su monstruoso moño.
—Triscomena, me encanta conocer cosas nuevas sobre ti —dijimos emocionados.

Disfrutamos de tres minutos más de charla con la ojo-inmóvil de Trisco. Nunca pensé que podía entablar una amena conversación con ella (como siempre se cabrea cuando le aconsejo algo…). Me siento feliz de haber recibido información de primera mano de la vida de la variopinta Trisco Treisi. Antes solo conocía lo típico que todo el mundo sabía, pero gracias a que a Trisco le encanta hablar de su pasado, ahora tengo mucha más información sobre ella. Qué pena que solo haya sacado un disco de canciones infantiles.

Más tarde, cuando la bola solar se ocultaba tras los edificios para que la noche no la pillase, Maselillo hizo acto de presencia como tenía previsto. Él y yo habíamos quedado para dar un paseo entre las calles impregnadas del ambiente de julio. Quería contarle los noticiones.

—Maselillo, ¿sabes qué? He visto a un Zipula nuevo.
Oh… ¿qué es un Zipula? —preguntó interesadete.
—¡Maselines!, ¿ya no te acuerdas? Te lo comenté en el patio antes de que acabara el curso. ¿Tienes sándwiches en los oídos o es que no te caben las palabras que empiezan por la letra zeta? —expresé con algo de disgusto en mi interior.
No, no es eso. Es que aún no me acostumbro a tus palabras raras.
—La palabra Zipula no me la inventé yop. Fueron aquellos enanos bizcos pedófilos los que la inventaron. Creo…

Maselillo parecía aturdido por el calor. Tuve que hacerle esa importante aclaración para que en su cabeza no anidase la confusión.

—Prometo, Maselillo, que mataré a esos tres enanos: al verdoso, al carmesí y al turquesa. Nadie acosa a los niños de mi territorio, nadie esnifa sus aromas de colonia y leche de biberón sin mi permiso, y mucho menos, si uno de esos niños es Poesía—. Juré sintiendo la valentía corriendo por mi sistema linfático.
No te metas en problemas, que no sabes nada de esos tres enanos —me advirtió el sumnongle pasmado.
—¡Silencia tu lengua desmotivadora!

Surgió una nueva discusión de dos minutos de vida que nos hizo perder el tiempo. Después de un rato caminando por allí y por allá, Maselillo me preguntó una cosa que se escondía en el dédalo de su cerebro adolescente.

¿Al final vas a la fiesta de Tulma?
—Ya te dije que no iré; la raquítica solo quiere verme sufrir —respondimos aburridos.
Tulma es una rencorosa y muy vanidosa, pero no le gusta molestarte así porque sí.
—Me da igual, no voy y punto.
Qué pena. Yo quería que fueras conmigo —dijo Maselillo sonriendo de manera invertida, como la gente triste hace.
—¿Cómo?, ¿al final sí vas a ir? —pregunté sobresaltadә.
Sí, ¿te parece raro que vaya?
—Tulma es nuestra enemigax. Ir a su casa es como caer en la tela de una araña.
No exageres. Ella no nos ha hecho nada malo. Solo has tenido algunos roces con ella y punto —explicó sereno—. Venga, anímate y vente conmigo.
—Es que… a mí no me ha invitado —dije con voz tímida.
¡Oh! No me lo habías dicho —expresó sorprendidou.
—Es que me da vergüenza ser la única alma de la clase, sin contar con las mascotas, el bebé y la profe, en quedarse fuera.
Lo siento mucho. Entonces, ¿qué vas a hacer?
—No lo sé —contesté sin fuerzas.
Yo ya estoy preparado para ir a la fiesta. ¿Vamos aunque sea solo a la calle de Tulma para ver como está el ambiente?
—Valeh.

Tulma vive en el punto más al norte del barrio de Villaflopio del Escaramujo. Llegamos a las 21:30, la hora a la que empezaba la fiestuki. Maselillo y yo espiamos desde una esquina la calle de la empollona de la clase. Su casa, un ático de amplios ventanales, irradiaba una potente luz hogareña.


—La stick girl se esconde en ese edificio.
Desde aquí no veo a nadie. Quizá no hayan llegado todavía —opinó Maselillo, usando sus miniojos con toda la potencia que le permitían.
—Tulma los habrá escondido en el baño para hacerles pasar un rato muy divertido con el hilo dental —supuse hablando en un tono escalofriante.
¿Eh?

Ambos nos acercamos un poco más, sin miedo a nada. Los compis de la clase, tanto los que han promocionado como los que van a repetir tras suspender los exámenes de recuperación, parecían estar ya dentro. Algunas risas y gritos delataban sus presencias en lo alto del edificio. Unos minutos más tarde, apareció un espectro de color azul verdoso, que a diferencia de Zipula Turquesa, era muy compasivo y cariñoso. Se trataba de Mamá Vegas, vestida como una Night Lady en todo su esplendor tropical.

—Chicos, ¿qué hacéis aquí que no estáis en la fiesta? —preguntó Mamá Vegas asombrada.
—Emmm… Estábamos tomando el aire de la calle.
—Vamos, subid, hay chupitos de mil y una bebidas, sususú.
—Hay un problema… —intervino Maselillo.
—Tulma no me invitó a su fiesta. No le caigo bien —dije yo, desinflando mis pulmones.
—¿Cómo?, ¿por qué no me lo has dicho antes?, habría hecho algo para que no te quedaras fuera.
—Da igual. Yo jugaré aquí pisoteando las alcantarillas para asustar a los espíritus de las cloacas.
—Ahora me siento mal. No me gusta que marginen a nadie —expresó afligida.
¿Pero no se puede convencer a Tulma para que venga a la fiesta? —propuso el sumnongle llenando nuestros corazones de esperanza gaseosa.


La tierna y piadosa de Mamá Vegas se tomó muy apecho mi situación. Estaba dolida por el mal ajeno. Le explicó a Maselillo que era imposible llevar a cabo esa tarea.

—No, Maselillo. Tulma es muy obstinada y no cambiaría su opinión por nada. Además, está algo nerviosa, porque casi le destrozan el jarrón africano de sus padres.
—Tiene razón, Maselillo. Conocemos a Tulma mejor que tú; ella NUNCA da su flacucho brazo a torcer. Se quiere vengar por no haberle dado mis apuntes cuando me los pidió —expliqué al rechonchín pelirizado.
—Maldita sea —refunfuñó Maselillo.
—Bueno, chicos, yo subo ahora y se lo comento. Vosotros esperad a mi señal, aunque seguro que no servirá de nada.
—Mamá Vegas, ¿Grongo está en la fiesta? —preguntamos ocultando una ligera malicia inofensiva.
—¿Grongo Chu-depastel?, ¿no sabías que a Tulma le da asquito el pobre chaval? Si es que cuando lo ve sudar se… —Mamá Vegas, que hablaba gesticulando muy apasionada, fue BRUTALMENTE interrumpida por Tulma.
—Mamá Vegas, necesitamos que subas de inmediato. Requerimos tu ayuda —dijo la empollona ausente a través del portero automático.
—Oh… sí, Tulma. Ahora subo —afirmó temerosa.
—¿Nos habrá oído?
—Ni lo sé ni me importa, cluclupín.
—Maselillo, sube. Te estamos esperando —pidió Tulma, usando una voz suave y amigableh.
—¿Eh? Cla, claro, Tulma. Subo enseguida —Maselillo respondió intimidado. Abrió la puerta del edificio para introducirse en él.
—¿Me vas a dejar en plena soledad?
—Lo siento, pero no puede hacerle el feo a Tulma. Yo también intentaré convencerla.
—¡No me hagas el feo a mí! —grité decepcionadis.

Mamá Vegas y Maselillo subieron a la fiesta. Parecían obedecer a Tulma con miedo a ser castigados. Nunca los había visto tan sumisos.

Yo, desde abajo, miraba hacia la ventana de la casa de Tulma. Tras el vidrio, la sumnongle nos había estado observando. No sé si llegó a oírnos o no, pero no parecía estar enfadada con los comentarios que soltamos sobre ella. Tulma me dirigía miradas envueltas en soberbia, rellenas con mensajes subliminales, mensajes como «nosotros nos divertimos en la fiesta, tú no». Maldita Tulma, ataviada al estilo Michael Jacksome en Misión: la búsqueda de la Isla Perdida. Estamos hartos de ella y de sus contrapicados.


Tú sigue mirando, sigue mirando… HASTA QUE TE QUEDES CIEGA.

Bleh… Al menos la cosa ya no es «todos menos yo», ahora es «todos menos Grongo y yo».

Me ha decepcionado hacia dentro que Maselines quisiera ir a la fiesta en vez de estar conmigo. ¡Pero si esa fiesta es como ir a clase pero por la noche y con bebidas alcohólicas! No pude soportar el cabreo y me largué por donde vine.

—Espera, ¡espera! —gritó Maselillo a lo lejos.
—¿Maselillo?
—Sí, no te vayas.
—Maselillo, aquí no hay abrazos blanditos para ti. Vete a pasártelo bien con Tulma y sus obedientes marionetas —dije mostrando mi descontento.
—No. He decidido no ir porque prefiero estar contigo. Tulma no quería dejarte entrar. Odio que dejen solos a mis amigos —manifestó con sinceridad.
—Maselillo… me impresionas de vuelta y media.
—Jejeje. La fiesta no era gran cosa… no te has perdido nada fascinante —aseguró Maselillo.
—Gracias, Maselillo, por retornar a tu órbita de siempre como un satélite extraviado que ha encontrado a su planeta —expresé con el corazoncín gratificado mientras lo abrazaba.

A última hora, Maselillo volvió a mí. Eso me dibujó una sonrisa nocturna en mi cara deprimida y desterrada.

Antes de retornar a nuestros hogares, anduvimos por el parque de Marguarrada (sin Zipulas por ahí) mientras parloteábamos como gibones borrachos. No lo pasamos muy bien pero tampoco lo íbamos a pasar mejor en casa de la sabelotodo. Ese fue el colofón para un día tan diverjodido.

Ahora a disfrutar en casa del domingo que ya es hora.