30 enero 2011

Necrofagia

Mira, me he pasado por el blog para relatar algo que me ha ocurrido hoy. No es nada divertido y feliz, es TODO LO CONTRARIO, pero no quiero hacer aspavientos de mi melancolie… no, no, no señor.

Ahora mismo estoy empapando sin querer las teclitas de mi teclado con mis lágrimas… bueno, ya no. Lo acabo de recubrir por precaución con un papel impermeable transparente para no romper mi amado portátil de las narices y las bocas.

Quiero olvidar por un rato mi congoja y mi frustración mediante la clásica terapia de hablar de otra cosa que no sea triste. Y eso haré… hasta el momento en el que explique lo que ocurrió.

Esta mañana dominguera cogí una fregonia y me puse a humedecer los suelitos de mi edificio sin vecinos. Como necesitaba algo de energía musical puse la radio, que estaba escondida en el cajón de la deshonra y la humillación, justo debajo del cajón de las cosas rotas. Esa radio atrapa ondas de emisoras que vuelan por el cielín, luego las engulle y finalmente las TRANSMITE a mis orejas de persona de barrio.

En una emisora no especificada se oyó el temasso del año: Cocaína. Es un single que está empezando a tener mucha popu~ (laridad). El locutor la anunció con mucho entusiasmo.

—Bien, amigos, sé que muchos de vosotros estáis medio congelados por las bajas temperaturas que hay en casi todo el país. Como soy bueno, os he traído un regalito que arrasa en Latinoamérica y que os llenará de calor si perreáis al son de la música. Se llama Cocaína y es la nueva canción de Yenni Black. Ahora… disfrutadla.

No fue una delicia para mis oídos oír esa canción. A continuación os dejo la prueba que demuestra lo HORRIBLE que es. Esta es la letra:

Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.
Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.
Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.
Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.
Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.
Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.
Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.
Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.
Cocaína, cocaína, cocaína, cocaína.

Pero cuando casi estaba se acabando se incorporó una nueva palabreja que rompió con la monotonía de la canción.

Cocaína, beibi, cocaína, beibi.
Cocaína, beibi, cocaína, beibi, beibi.
Cocaína, beibi, cocaína, beibi.
Cocaína, beibi, cocaína, beibi, beibi.
Cocaína, beibi, cocaína, beibi.
Cocaína, beibi, cocaína, beibi, beibi.
Cocaína, beibi, cocaína, beibi.
Cocaína, beibi, cocaína, beibi, beibi.

—¡No quiero oír más! No más reguetón en mi edificio.

Nos fuimos corriendo a mi habitación aturdidos, la casa casi se nos caía encima por culpa de esa música. Del estante extraje un CD sucio que se podía escuchar si lo introducías en la minicadena. Lo metí con cuidado y aplasté el botón PLAY. El CD es de este álbum. Míralo.


Es mi grupo preferido y es 12.556.817.166.954 veces mejor que la Yenni Black. Mi canción preferida es la 4, Una canción dedicada a ti. Me entristece saber que este grupo lleva ya dos años disuelto… Y todo por culpa de aquella pelea absurda del micrófono grasiento y el calambrazo que ocurrió en el escenario en su gira por Giralandia. Fue bochornoso ver al bajista y al teclista zurrarse mutuamente mientras salpicaban al público con su sudor. La dantesca escena enfureció a unos e hizo llorar a otros. La situación empeoró meses después cuando unas terceras personas se enteraron de que la banda había plagiado dos canciones de un grupo decadente de los años ochenta. Vaya marroneo, mi Mini-Claire.

—Aunque el grupo se haya autodestruido, sus canciones serán recordadas. A diferencia de las de Yenni; esas se pudrirán como ciruela olvidadax —me dije hacía mis adentros cuando la limpieza acabó—. Esas canciones con ritmo de atún solo sirven para fornicar en la discofiesta. Atún, beibi, atún con pan, beibi, cocaína… Le quito la cocaína y el beibi y le pongo mayonesa de la mejor calidad y tengo un bocadillo para comer ahora.

Mientras hablaba sobre esa música, se me vino a la cabeza el almuerzo perfecto para comer hoy… aparte de otras cosas.

—Atún con pan, bocadillos de atún y mayonesa. Mmmmmmm…, delicioso…, delici… —en un lugar de mi cerebro brotó una reminiscencia de un suceso que ocurrió en el mes de diciembre—. ¡¡MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!! —gritamos aterrorizados cuando nos dimos cuenta del despiste tan grave que tuvimos.

El mes pasado una criatura hambrienta nos pidió educadamente si le podíamos traer unos bocadillos de atún y mayonesa al lugar donde yacía inmóvil. Nosotros aceptamos ayudarla a alimentarse. Pero mi memoria se secó o algo ocurrió que, hasta el día de hoy, no me había acordado de prepararle y llevarle esos bocadillos. Me imaginé que era demasiado tarde. De todos modos, preparé los bocadillos, los envolví en papel de aluminio y los metí en mi mochila.

A las 14:05 salí de casa corriendo por las calles en dirección a las afueras de la ciudad. Estábamos terriblemente compungidos, casi nos tropezábamos con todas las esquinas.

Una vez allí, en las afueras, corrí hacia donde el Ente de Oort siempre estaba. Tardé dos minutos en plantarme ante el ente y, para mi sorpresa, lo vi tal y como me imaginaba que estaría.

MUERTO


Mi alma recibió una dolorosa puñalada a través de mis ojos. Sentí la amarga sensación de la culpabilidad y el horripilante pánico a la muerte. En su podrido cuerpo gusaneaban miles y miles de las famosas y temibles Maggots. Las Maggots, o larvas, habían creado gracias a las moscas una repugnante civilización en el organismo muerto del Ente de Oort. Habían devorado casi toda su carnita. Ahora se zampaban el ojo izquierdo de mirada inexpresiva que observaba la ciudad habitada por aquellos sumnongles que no le ayudaron en ningún momento (a excepción de la viejita que le abrigó en aquel día de nieva que te nieva).

—¡NOOOO! ¿POR QUÉ?, ¿POR QUÉ SE ME OLVIDÓ TRAERTE LOS BOCADILLOS? ¡LO SIENTO, ENTE DE OORT, LO SIENTOOO! —grité de rabia al firmamento. Estábamos muy enfadados con nosotros mismos—. Malditos gusanos… ¡Devoradme a mí!, ¡DEVORADME A MÍ! —pedí inútilmente a las larvas de mosca que con un pie aplastaba.

Cuando la angustia me poseyó por completo, cogí por el cuello la capa que cubría el apestoso cadáver del Ente que quiso bailar ballet. Luego, con un fugaz movimiento la levanté y la tiré… No debí haberlo hecho.

—¡DEVORADME A MÍÍÍÍÍ!

Solo el 10% de los gusanos estaban fuera de la capa, el resto se acumulaba en los órganos del tórax y en las piernas. Parecía una masa de arroz viviente que palpitaba como un solo ser.

—Joder, ¡QUÉ ASCO!

Con la mano en la boca a punto de vomitar me alejé del ente. Su esqueleto estaba parcialmente visible. La asquerosidad, combinada con los remordimientos, me impedían seguir estando cerca del ser sin vida. Nunca me había sentido tan mal… todo fue por mi culpa.

No estaba del todo seguris de que su muerte fuera por inanición pero era lo más probable. No había indicios de asesinato o de un accidente a simple vista.

—Lo siento mucho, Ente de Oort.

Me escapé a toda prisa de ese sitio con el corazón troceado. No quise evocar la imagen del cadáver, ni siquiera pensar si debí haberlo enterrado o no… Solo me limité a correr hacia mi casa. Por el camino me topé de nuevo con un señorito de color aguamarina y de silueta irregularmente dental. Se trataba de Odberto que se apoyaba VESTIDO en la puerta de su jardín.


—Oh, nos encontramos de nuevo —me dijo contento al verme.
—Sí —afirmé con seriedad.
—¿Te animas a tomarte algo conmigo en mi jardín? ¿Te apetece una taza de té? —me ofreció con amabilidad.
—¡Me apetece MORIR! —grité yo trituradis por la pena.
—Oh… Pe, pero… —Odberto se había enmudecido con mi contestación tan singular.
—¡YA BASTA! No quiero té, no quiero pompones de color rosa, no quiero gusanos, ¡NO QUIERO NADA! —Espeté con furia cuando me paré frente a la entrada—. ¡NO PUEDES SOBREVIVIR BEBIENDO SOLO TÉ!, ¡DEBES COMER BOCADILLOS DE ATÚN Y MAYONESA! ¡VAMOS, CÓMETELOS, CÓMETELOOOOS!

Saqué de mi mochila los tres bocadillos envueltos en papel de aluminio y se los tiré entre lágrimas y gritos al asombrado de Odberto que intentaba esquivarlos desde la entrada de su jardín. Solo uno le chocó en su enorme rostro pero no sufrió ningún daño.

Mi experiencia acabó cuando retorné a mi oscuro hogar. En este sitio meditaré por mis malos actos y mis despistes y también haré todos los minutos de silencio que haga falta. NADIE MORIRÁ DE HAMBRE POR MI CULPA NUNCA MÁS, LO PROMETEMOS.

Oh, Ente de Oort, qué triste estoy. Ojalá no hayas sufrido mucho en tu muerte…

Esta ha sido la vivencia que tanto me ha deprimido. ¿Esperabas algo más estúpido? Pues no, esta vez ha habido una muerte. No te lo esperabas, ¿no?

Añoraré su sonrisé

22 enero 2011

Tentaciones con alas de insecto

He pasado mucho tiempo sin escribir nada. Mis dedos no han colisionado contra las teclas para escribir desde hace casi dos semanas. Lo siento, no ha habido muchas cosas que contar.

Bueno, sí, algunas… El gordito sudoroso de mi clase ha sido condenado a hacer ejercicios en la gordizona. Algunos compañeros y yo lo animábamos para que se agitara más y más, porque su grasa no iba al son de la canción que los otros obesos cantaban. El pobre estaba muy atolondradoh…

Como hoy me he portado bien he decidido propulsarme hacia los adentros de las afueras de la ciudad. Todavía hay mucho que explorar en aquellos lugares tan exóticos. Entre esos lugares está el desfigurado barrio de Valdorrendo. Siempre quise inspeccionar esa zona, y de hecho lo hice… lo lamentable fue que me perdí en ese viejo suburbio en menos de un minutou.

—Socorro, socorro, me he perdido. ¿Alguien me puede decir cómo salgo de este barrio? —pregunté gentilmente en medio de una calle con la esperanza de que alguien me contestara.
—Joven, joven, avánzala con cuidado, sigue caminándola hacia el norte hasta que del barrio te hayas escapado —una voz de señora amable sonó desde la ventana de una casa.
—Gracias, gracias, por su ayuda señorosa —agradecí con voz alta a la mujer que se encontraba en un lugar no identificado.
—No te agotes y pisa fuerte. El destino te espera, es evidente —la voz de un viejo se oyó desde otro punto de la calle.
—Gracias nuevamente. Ahora tengo muchos consejos que me permitirán salir de esta sin problemas.
Pasita a pasita se hace la caminita. No lo dudes y no te pares ¡Apúrala! —espetó una anciana preocupada desde una remota ventana.
—No más consejos, por favor. Os lo suplico —abrumados, no quisimos oír más información orientadora.
—Corre, corre que os pilla… y un, dos, tres, ¡capturadín estaréis! —gritó un señor que quería atemorizarme.
—¡Ya basta! ¡No más consejos, no quiero más!

Entre llantos y pañuelos con mocos huí como GACELA de ese ensombrecido infierno periférico. Sentí el temor en mi sangre; esas voces me desorbitaban y me confundían. Casi no salía de esa calle. Sin embargo, tanto apuro me liberó de las zarzas de la malicia, y, en un abrir y cerrar de ojos, acabé en una calle más alegre en donde brillaba un tímido rayo de sol.

Me introduje luego, sin darme cuenta, en un callejón sin salida, de esos en donde algunos pervertidos guarrean con prostitutas y en donde te pueden birlar el móvil y las pulseras de oro. Cuando quise salir de allí un pequeño óbice taponó la salida impidiendo que accediera a la otra calle. Se trataba de un sumnongle oscuro y con pelo de color mermelada de frambuesa de plástico.


—¡Ah! A ti no te he visto nunca —dijo el amigable señorito.
—Es que nunca paseo por estos lugares —sorprendidos, miramos a la nube verdusca con olor a fosa común de calamares putrefactos.
—Lo sabía. Eh, ¿sabes que este es mi callejón?
—Nono.
—Pues lo es —asintió con petulancia el apestoso.
—Yo también he adquirido un callejón. Es mi área urbana preferida —repliqué yo sin sinceridad.
—Un área urbana no es nada si no se puede jugar en ella.
—En mi callejón yo juego al ratón catapum & queso.
—Fantástico. Por cierto, me llamo Hedorino —se presentó así mismo muy sonrientex.
—Te pega como anillo al cuerno, cochino… —dijimos con una voz tan tenue que no pudo ser oída.
—¿Eh?
—Nada.
—¿Te gusta coleccionar cartas? Yo acabo de conseguir la sota de bastos y el tres de oros —Hedorino, muy presumido, empezó a manosear sus nuevas cartas.
—Yo también las colecciono. Yo conseguí hoy la reina de espadas. Me la compré antes —mentimos para hacernos los interesantes.
—¿Cómo? ¡Eso es imposible, no existe! Déjame verla.
—Ah, no…, es que me da vergüencita.
—¡ENSÉÑAMELA! ¡Quiero ver esa jodida carta! Seguro que es otra carta retocada —del asombro pasó al enfado. Estaba ansioso por ver esa cartita que en realidad no tenía.
—Es que no puedo enseñártela porque…
—¿CÓMO? ¡DÉJAME VERLA YAAA! ¡SI NO ME LA DEJAS VER TE TRAGARÁS LA PAPILLA DE PESTE QUE DESPRENDO! —muy enojado y gritando, Hedorino estaba fuera de sí, anhelaba ver la inédita carta que le faltaba.
—¡No, por favore! Déjame salir de este callejón —la situación se había descontrolado a causa de la trola. Deseaba eludir a ese horroroso y oloroso sumnongle.
—¡ESO NUNCAAAA!
—¡Qué amargura!

Cuando se abalanzó sobre moi para registrar mis pertenencias en busca de la carta, yo tuve la oportunidad de esquivarlo. La fétida niebla que desprendía fue muy ventajosa pues anulaba toda visibilidad y con suerte conseguí escapar del callejón dejando al escandaloso de Hedorino cegado por sus propios gases. Huimos muy asustados calle arriba, calle abajo, al centro y pa dentro. El hedor de sudor reseco, pis y heces fecales prehistóricas había impregnado mi ropa. En una plaza recóndita y bien ventilada me puse a llorar del susto. El día no marchaba muy bien.

A las 14:30 me comí un súper deliciosy sándwich de comida para apaciguar mis penas y mi apetito. Cuando acabé me dirigí por una calle distinta a la que pasé para encontrar la salida de ese odioso y sombrío barrio. Sin darme cuenta, me topé con algo fuera de lo común: Era Fung Wong fuera de su hábitat natural y vestida como una fashion dolly. A su lado se hallaba un sumnongle con cara de mala persona. Ambos se encontraban en un viejo solar acompañados de unos mosquitos atontados de gran tamaño y de una extraña criatura que vomitaba sustancias anaranjadas.


—Uh… la mafia estos días se ve más ridícula que antes —comenté al verlos de cerca.
—Jijiji. ¿Mafia? Yo no soy mafia, jijiji —dijo con muy buen humor.
—¿No eres de los Yakuza, mi pequeño símbolo asiático? —pregunté con suavidad.
—¿Eso no es la mafia japonesa? ¡Yo soy china! —respondió asombrada.
—Perdónenos. En realidad ya lo sabíamos.

Fung resopló y se alisó el vestidito. Le daba mucha importancia a su imagen.

—¿Te puedo preguntar por qué vas así vestida?
—Claro —aceptó alegremente.
—¿Por qué vas así vestida?
—Quiero atraer clientes con este vestido tan llamativo~. En esta zona hay gente que le gusta ver vestidos como el que llevo puesto.
—¿Estás buscando a un cliente-marido? —cuestioné asombrado.
—No, jijiji. Estoy atrayendo a los clientes hacia mí para hacer publicidad de mi tienda, que está en esa esquina. Lo que quiero es que se vayan a comprar allí.
—Oh, pues yo pensaba que la parada de autobusu era tu hogar.
—Qué tontería, jijiji.

Sugió un nuevo silencio muy chiqui. El chico que estaba al lado de Fung Wong me miraba con extrañeza.

—Hola —saludé con armonía.
—Hola —saludó con desconfianza.
—Uy, tu pelo parece estar hecho de patas de tarántula —volvimos a hablar en voz baja para que el sonido de nuestra voz no fuera detectado.
—¿Eh?
—Nada.
—Pues a ti parece que un camello te ha cagado diarrea encima —el sumnongle del gorrito de mago me insultó ofendido tras haber oído lo que yo creía inaudible.
—Oh, p-pero qué obscenidad —dije nerviosamente.
—Te jodes.
—Haya paz. No quiero que os peleéis —Fung quería transmitirnos bienestar y cordialidad.
—Fue todo culpa mía, lo admito —reconocí que me había pasadoh.
—Oye, Victroyd, dentro de cinco minutos vuelves a rociar el antimosquito, que no quiero que apeste demasiado —Fung quiso cambiar de tema lo antes posible.
—OK.
—Tengo curiosidad, ¿por qué están esos mosquitos rarísimos en este solar?
—Porque el monstruito de allí atrás vomita samolejo —ella señaló al ente naranja y deforme y con rostro agonizante cuyo cuerpo alargado colgaba por detrás del muro. Era asquerosillo (demasiado asquerosillo).
—Salmorejo —corrigió Victroyd.
—Eso, salmorejo. Y los mosquitos se crían y se alimentan en él.
—Qué rico, me lo comería pero no tiene tropezones de huevo, ni de jamón, ni de pan.
—Qué asco…
—¿No se puede asesinar al monstruo naranjita? —pregunté intrigadis.
—Lo hemos intentado, pero si nos acercamos mucho a él gruñe de una manera terrorífica. Parece un oso —Fung sintió un ligero escalofrío travieso.
—Oh…
—Lo que hace Victroyd es rociar a los mosquitos con insecticida. Yo le he dado trabajo para que los extermine porque yo soy muy torpe matando bichos y necesito ocuparme de mi tienda. Si siguen los mosquitos aquí la gente se asustará y no entrará, por eso me disfrazo, para contrarrestar la repulsa que sienten las personas hacia los mosquitos con mi disfraz sensual —explicó Fung.
—Yo soy muy habilidoso matando bichos, aunque soy alérgico a los mosquitos. Pero necesito dinero para comprarme cosas por Internet —dijo Victroyd ilusionado mientras Fung se dirigía a su tienda.
—Esos mosquitos vuelan muy despacio, parecen muy fáciles de aplastar.
—No te creas, aunque ya falta poco para que no quede ni uno. Están medio drogados.
—Otra pregunta ¿Qué es esa caja que tienes ahí?
—Es un escenario de muñecas bailarinas.
—Suena tan divertido como un día en la playa ¿Puedo verlo?
—Tienes que pagar cinco euros si quieres ver el show de las muñecas —dijo seriamente.
—Tengo algo de pasta pero tiene pinta de no ser gran cosa.
—¡Ja! Claro. Se nota que no tienes ni idea. He ganado setenta euros desde que empecé a trabajar aquí para Fung con el show de las muñecas; es mi segundo trabajo. La gente se flipa cada vez que las ven menearse... —dejó bien claro que su show no era una porquería.
—Bueno, parece que no voy a malgastar mi pasta.
—Sácala —pidió Victroyd con una voz acuervada.
—Espérate.
—¡Sákala y dámmela!
—Toma, coñet —irritadə le di los euros al nene y acto seguido se oyó un ka-chin (es el sonido que a veces se oye cuando te dan dinero).

Victroyd, después de asesinar a dos mosquitos, abrió el telón y puso en marcha la musiquilla de organillo.

—Para mí esto es más fácil que partir un saltamontes en dos pero para cualquier otro humano esto es imposible de hacer —con una mueca malévola, Victroyd dio comienzo a su espectáculo mientras nosotros lo contemplábamos como búhos.


Pasaron cinco minutos mágicos y el show acabó. Las ocho muñecas bailaron rítmicamente de un ladus a otro ladus sin chocarse ni estallar. Había mucha sincronización, simetría, música y efectos especiales.

—Oh... OoOoOoh… ¡Aplausos, aplausos! Estuvo muy entretenidox y me encantan sus vestidos.
—Gracias —agradeció complacido.
—En efectivo. Oye, ¿estas muñecas se venden por ahí?
—En teoría sí. A mí me las dieron por ganar un concurso. Me confirmaron que son carísimas pero tengo mis sospechas.
—Lo que es sospechoso es cómo las mueves ¿Cuál es tu truquito? —cuestioné con interés.
—El poder de la escuela —contestó librando un aura de misterio.
—¿Qué? ¿Tu escuela tiene poder? ¿Cómo puedo conseguir el poder de mi escuela? —pregunté insistente.
—No creo que tú lo puedas conseguir de tu escuela, a no ser que seas del SUCSO o hayas estudiado en él.
—Pues no, mi escuela es El Diptongo de Coser y Cantar —expresé desanimadis…
—Tu escuela no tiene un santo como líder. El instituto en el que estudié fue fundado por una santa llamada Meta Sopenium, una antigua directora que adquirió ciertos poderes divinos y los usó para acabar con el pecado y la maldad de varias ciudades del mundo.
—Qué envidia… La directora de mi colegio no tiene poderes, es una rancia.
—Pues la fundadora de SUCSO hace años que murió, pero una mínima parte de su poder permanece dentro del santuario del instituto que la conmemora —comentó sintiendo algo de nostalgia.
—Yo quiero ver a la líder, QUIERO VERLA CON MI OJO —le pedí con todo mi corazón.

Victroyd se sacó una estampa del bolsillo con la imagen de Meta Sopenium. Su imagen me dejó sin palabras (por un rato).


—Es súper molona —estábamos pasmados al ver su aspecto tan kick ass.
—Se sale…
—De lo normal —continué yo.
—Además ella ha luchado contra personas inmorales y contra las filosofías más corruptas. Hace cincuenta años ella venció a la peligrosa Pépida la Cigarrera.
—Oh… Maravillé. Qué pena no haber estudiado en tu antigua escuela, habría conseguido alguna habilidad.
—Solo consiguen habilidades los mejores, en teoría. No por matricularte allí te vuelves Dios —especificó rompiéndome mis ilusiones.
—Mueh… ya no hay nada que hacer. Y yo que pensaba que los poderes para controlar muñecas venían de tu sombrero.
—¿De mi sombrero? No, esto es solo decorativo. Se lo robé a una ardilla hace unos años —comentó orgulloso de sus hazañas.
—Pues debía ser una ardilla cabezona.
—No. Lo que pasa es que el gorro se ajusta al tamaño de la cabeza. Y también cambia de color; cuando yo me lo puse se pasó de azul a rojo.
—Si me lo pongo yo ¿cambiará de color? —tanta cosa sobrenatural me entusiasmaba de veras —¿Me dejas probarlo a ver qué pasax?
—No, lo siento.
—Solo momentitus, SOLO MOMENTITELS.
—Que no, joder —dijo Victroyd muy severo.
—Ey, My Sweet Valentine♫.
—...
—¡Un segundo solo, antes de que me vaya! —no paraba de atosigarle para conseguir mi propósito.

Después de obstinarme tanto en pedírselo, vi cómo Victroyd transformó su hastío en una mueca tenebrosa que congeló mi espíritu nada más mirarla.


—¡Ay, qué cague! —el gesto era tan diabólico como la tétrica atmósfera que se había originado en torno a él.
—¿Esa carita otra vez? —preguntó Fung que había vuelto de la tienda para controlar el tema de la fumigación.
—Nunca había visto una cara así.
—La pone de vez en cuando. Puede que esta cara signifique que no le caes bien.
—Eso es como patada en el culo.
—Si quieres preguntarle qué opina de ti tienes que esperar a que vuelva a poner una cara normal —dijo Fung aburrida.

El tiempo fluyó como la saliva de coco entre los pechos de una modelo en Brasil de Brasiley. Victroyd se mantuvo inmóvil y con la misma cara durante cuarenta minutos. Cuando concluyó la espera, Victroyd no quería hablar conmigo, estaba muy ensimismado con sus rarezas.

Pasé de todop. No me despedí de él y me fui del solar en busca del camino a casa. Eran las cinco menos algo de la tarde cuando reanudé la marcha. Desgraciadamente no empecé bien pues no hice más que dar rodeos y vueltas extrañas sin poder salir de ese lugar. Pero en una callecita muy cucurusa, atisbé una masa de colores muy resentida. Me dirigí hacía a ella cautivadis por esos tonos tan llamativos.


—Oh, qué dolor, qué dolor… Esos ojos de comecocos que tanto idolatraba… me han hecho mucho daño —murmuró el joven pegado a la pared.
—Lalelilolú, me gustan los colores que tienes ¡TÚ! —le dije al desconocido.
—¿En serio? —preguntó sonrojándose de color fucsia.
—Sí. La piel violeta; las orejas, la nariz y los labios de color celeste, la esclerótica de los ojos de color verde…
—Muchas gracias, me siento halagado —dijo con timidez.
—Perdón, no volverá a ocurrir.
—Ahora si no te importa, me gustaría estar solo —me pidió cabizbajo
—Pues vete al sitio donde te sientas más a gusto —le sugerí con ternura de ternera.
—Pero si yo estaba aquí desde antes. Me refería a si puedes irte tú y dejarme solo.
—Esta bien, pero ¿qué tienes ahí? —señalé a un objeto que agarraba con su mano.
—Es una mariposa robot que me compré en Barcelona —contestó algo fastidiado por mi presencia.
—Vale.

Dejé solo al sumnongle entristecido que observaba a Victroyd desde su posición. Lo separaba de él unos treinta metros de odio y miseria. Yo me alejé lo suficiente como para no parar de oír sus cuchicheos.

—Ya no puedo ni mirarte, tiraste mis sentimientos al pozo y luego los escupiste. No soy para ti más que una corriente de aire. Y yo, tan seguro como de que me llamo Movidio, me vengaré de ese mal trato que me has dado —apenado y decepcionado suspiró y luego me miró.
—Oye, esas lágrimas que tienes son de papel. No estás llorando de verdad.
—¡Te pedí que me dejaras solo!

Movidio alzó su brazo y permitió que el artefacto mariposoide volara con el viento mientras lo controlaba con un mando radiocontrol. El insecto de juguete se dirigía hacia Victroyd portando un regalito que colgaba de un mosquetón de metal.


La mariposa entró en el campo visual de Victroyd, que seguía con su exterminio de mosquitos drogados con destreza para que no le picaran.

—Traigo un pedido para el señor Victroyd, un pedido comprado en la Tienda de Gimena On-line —la mariposa que volaba en círculos hablaba con una voz sintética sobre el cucurucho estrellado de la cabeza de Victroyd.
—¿Eh? Yo soy Victroyd. ¿Cómo sabe ese chisme que estoy aqui? Da igual, dame, ¡DAME! —eufórico, Victroyd intentaba de manera desesperada alcanzar el regalito volador dando saltos.

La mariposa se volvió MALA y con mucha precisión y rapidez, se deshizo del paquete para rajarle la mano al nene desesperado con su mosquetón ultra-afilado. Yo pude captar la escena desde lejos y al mismo tiempo ver cómo el cobarde de Movidio huía por la calle de los despechados.


Sucedió todo muy rápido. La venganza del malicioso Movidio se ejecutó perfectamente. Usó una mariposa robótica que él mismo manipuló para que le cortara la piel al muchachete con gorro de mago con el mosquetón que tenía incorporado. Se aprovechó de que sabía que Victroyd había comprado algo por Internet para simular que la mariposa era la repartidora de la entrega.

No sé muy bien por qué quiso hacerle ese daño pero nos hacemos una idea. ¿Tú te has hecho una o eres un pescado?

Nosotros nos fuimos de la escena del crimen. Victroyd gritaba dolorido y muy cabreado intentando derribar a la mariposa con piedrecitas. Fung Wong había llamado a la ambulancia para que asistiera al sangrerío dedoso que alli ocurría. Los vecinos de la zona se acercaron para ver que sucedía. Algunos de ellos gritaban y otros se autolesionaban sin venir a cuentox.

Este sábado ha sido muy movidito, sobre todo porque me costó mucho salir de el oscuro barrio de Valdorrendo. La gente allí suele estar mal de la cabeza, pero siempre hay alguien que te ayuda a escapar de esa zona para que puedas volver a casa. No volveré a pasar por ese sitio sin un mapa ¿queda claro?

Uff... pardiez.

11 enero 2011

Deja que la rata lo escupa todo

Este día empezó fuerte, más fuerte incluso que tragarse una bolsa de pimientos rellenos de cemento mientras se hace pesas encima de una caja rusa al ritmo de una canción de aeróbic prohibida.

Pero antes de relatar lo más jugoso, he de decir que los ambientadores huelen deliciosamente bien. Casi puedo sentir el aroma en mi garganta como si fuera un puré~. Maselillo se ha portado genial conmigo… ¡diez puntos para Maselillo! (no es muy excesivo, ¿no?).

Vamos directo al grano y reventémoslo. Lo que la gente quiere saber es la verdad oculta tras todo este embrollo montado por la Peke. Yo ya lo sé todo y me siento más especial por eso…

Hoy es martes, 11 de enerio, un día lleno de revelaciones y de peques arrepentidas. La clase, a las 8:00, hervía de curiosidad en los pasillos. Mis compis reflufleaban de un lado a otro esperando a nuestra tutora Chelo, que, aunque no nos iba a dar clase, tenía previsto acudir a esa ahora con sus alumnos para solucionar este caso tan grave. Évelin, nuestra delegada, estaba muy relajada, no se la veía con ningún síntoma de inquietud. Por otro lado, el sonrosado Grongo Chu-depastel, sudaba y sudaba sin parar muy nervioso.


—Évelin… n, no lo hagas, pom favor —dijo el señorito rollizo muy angustiado.
—Grongo, ya nos han pillado. Somos como dos ratas en un agujero sin salida —explicó vencida la Peke.
—Ufff, Évelin, me has defraudado mucho, pensé que eras más lista.
—¿Perdona? Soy más lista que tú, desde luego. Y me parece fatal que te pases por el borde de la barriga todo lo que he hecho por ti. He fastidiado mi reputación de responsable.
—No te quejes tanto, Évelin, por favor. Yo he cumplido con mi parte del trato y seguiré cumpliéndola.
—Grongo, me gustaría seguir con este rollo, pero el tema se nos ha ido de las manos. Llegó la hora de entregar las llaves —Évelin se mostraba impasible frente a lo que Grongo le decía.
—¡Oh, no! Espera un poco más. Si no… si no dámelas y me las trago. Las guardaré dentro de mí hasta que quiera ir al baño.
—Guaah, Grongo, eso es un súper ascazo. Soy demasiado pequeña para estos problemas tan grandes. Le voy a dar las llaves a la profe ¡quieras o no! —harta de todo, la Peke sacó las llaves de la discordia de su bolsillo preferido.
—No si puedo evitarlo, mumumumumumumu —aprovechándose de la baja estatura de la nena, el obeso sudoroso le ARREBATÓ las llaves de sus manos cuando su desesperación era incontrolablex.
—¡Vuelve aquí, gamberro sudoroso! —la Peke, enfadada, comenzó a perseguirlo por los pasillos.

La persecución acabó pronto. Chelo apareció tan temible como una esfinge de palitos de yogurt frente al alumno huidizo. Grongo estaba en desventaja, una zancada suya equivalía a un cuarto de una zancada de la profesora. Era lento corriendo y estaba atrapado. Las llaves iban a retornar a los delgados dedos la docente en solo unos segundos.

—Dame, Grongo, esto no te pertenece. Es propiedad de la escuela —ordenó Chelo.
—Señorita, ¡NO! —Grongo vio su vida ante sus ojos y el temor lo obligó a pegarle un mordisco come-quetecomo a la profesora.
—Grongo ¡NO ME MUERDAS! —asombradísima, Chelo se liberó de las fauces con un movimiento encantador muy de moda en estos días.
—Ay mi vida.

Al fin, las deseadas llaves se habían liberado del gordie. Los felices alumnos aplaudieron mucho pero sin llegar a abollarse las manos; el éxito de la profesora había generado un nuevo y memorable capítulo en la historia de las hazañas de la escuela.

—¡Maldita sea, Grongo! ¿Qué puñetas haces? Me ha dolido —Chelo se impresionó mucho por el ataque.
—Lo siento mumumumucho, seño, pero no quería darle las llaves.
—Sabía que había alguien más implicado en el asunto de las llaves. Grongo, empieza a desembuchar todo antes de que haga el parte de incidencias por tu mala conducta.
—¡Mumumumumu!
—Deja de ponérmelo más difícil —Chelo pidió solemnemente.
—Grongo, se lo diré todo a la tutora si no lo haces tú —intervino Évelin.
—Gracias, Évelin, pero he de corregir esta falta de madurez. Grongo, estás complicando mucho las cosas, así que llamaré a los señores fuertes para que te lleven a la Cámara de la Verdad.
—¿Qué? No, señorita. Si lo hace no diré nada —Grongo advirtió con nerviosismo.
—Si lo hago lo dirás todo.
—Maselillo, vamos a ir a la Cámara de la Verdad. Siento una tremenda excitación —dijimos muy animados.
—No sabía que existía ese sitio. Tiene que dar miedo —Maselillo, estaba asimilando con lentitud los chocantes eventos que ocurrían.

La clase se encaminó al centro de la primera planta, donde palpitaba la Cámara de la Verdad. Ese sitio era como un juzgado escolar, allí los niños mentirosos vomitaban la verdad sin problemas. Chelo, aún sabiendo que la Peke podía decirle todo lo que ella conocía sobre el asunto de las llaves, deseó que Grongo fuese el que revelara la información como pena por su insensatez. Quería saber todo lo ocurrido antes de abrir el maldito cajone de los cojone.

La cámara fue abierta así sin más. Los alumnos fascinados se introducían dentro y con sus piececitos caminaban por el lugar. Estaban muy asombrados.


—Qué bonito este sitio, señorita —Mamá Vegas se sentía como en un cuento de hadas.—Oh, a mí me da sueño —dijo un alumno.

Ninguno de los allí presentes había estado nunca en ese sitio tan circular, pero todos, o al menos la gran mayoría, sabían que existía. Hubo un rumor muy fuerte, que actualmente está extinguido, que mencionaba que el suelo y las paredes de la Cámara de la Verdad estaban hechos de mortadela y salami, lo cual no es cierto. Sobre el techo de la cámara yace la Cámara de la Mentira, una habitación también circular cuyas paredes están recubiertas de un tejido orgánico vivo con poros por donde emana gases que, al olerlos, inhibe la facultad de mentir casi al completo. La cámara superior es visible desde la inferior gracias a una ventana redonda por donde pasa la luz solar. Esa ventana se sitúa en un compartimiento cóncavo que está unido al techo. En él, y mirando por la ventana, el alumno o alumna juzgado no pierde contacto visual con el juez. En todo momento, el rostro de los mentirosos es visible gracias al cristal.

Los señores fuertes depositaron la gran masa infantil grongosa en el compartimiento de la cámara de la mentira. Un sistema de micrófonos y altavoces permitía el dialogo entre los seres de ambas cámaras. Grongo estaba listo para ser interrogado, o al menos eso parecía.


—Madre mía, tiene una cara horrible —comentó preocupado.
—No digas bobadas, Maselines. El chaval se siente a gusto en ese acuario de vapores…, lo que ocurre es que lo dejan amodorrado.

La profesora Chelo había abandonado la sala para ataviarse con el atuendo adecuado. La extirpación de la verdad se iba a realizar a la de YA.

—Bien, comencemos.
—Está súper guapa, profesora —dijo una gentil alumna.
—Gracias.

Chelo se había situado bajo la cápsula. Estábamos todos seguros de que iba a conseguir su propósito. Además, las figuras redondeadas estimulan a los jóvenes a decir la verdad y ese cuarto es tan redondo como el ciclo de la vidah.

—A ver, Grongo, ¿te encuentras bien?
—Creo que sí.
—Pues respóndeme a esto: ¿cuántas personas están involucradas en el caso de las llaves?
—Dos —el sopor de Grongo influía en su forma de hablar drásticamente.
—¿Quiénes?
—Yo y la Peke.
—Se dice la Peke y yo —se entrometió la impertinente de Tulma.
—Silencio, Tulma —cuando la alumna cerró el pico, la profesora continuó con la labor—. ¿Has sido tú quién ha ideado todo esto? —cuestionó relajada y con lentitud.
—Sí.
—Estupendo, primera fase completada.


—Profesora, el pobre Grongo está sudando mucho. Lo veo muy malito —comentó Mamá Vegas inquietada.
—No está malito, Mamá Vegas. No te preocupes —aseguró Chelo con voz dulce.
—Me resulta muy violento ver a Grongo en ese sitio.
—Entiendo. Sientes demasiada compasión por los demás, lo cual es bueno, pero hay momentos en la vida en los que se debe actuar con frialdad. Mamá Vegas, será mejor que esperes fuera.
—Sí, profesora… sususú —comprendió la sorprendida alumna.
—Si no acabamos pronto, el gordito se ahogará en su propio sudor… Qué patético —dijo con cara burlona.
—Tulma, eso no ocurrirá.

El interrogatorio continuó y Grongo seguía chorreando como una esponjita empapadax.

—¿Por qué has involucrado a Évelin?
—Porque era la única que controlaba las llaves y a la que más podía chantajear.
—Ahora explícanos todo. ¿Por qué querías quedarte con las llaves? ¿Por qué no querías que abriésemos el cajón? —Chelo hablaba con calma.
—Pues… porque quería ocultar algo que no podía guardar en casa ni en otro sitio. Son unas revistas de coches muy especiales que colecciono. Y, como sabía que mis primos iban a quedarse en mi casa el día 20 de diciembre, quería dejar las revistas a salvo en un sitio en donde ellos nunca iban a poder entrar: la escuela. Fue entonces cuando se me ocurrió que Évelin podía ayudarme. Como sabía que íbamos a hacer el sorteo del jamón y que se iba a abrir el cajón del armario con las llaves que ella tenía para coger el bombo del bingo, aproveché para que ella guardara las revistas ahí dentro. Luego le di otro bombo a ella para que no se quedara la clase sin jugar —explicó con parsimonia sin saltarse ningún detalle.
—Así que era eso… Pero hay varias cosas que no comprendo ¿Por qué iba a hacer Évelin todo eso? ¿Cómo la chantajeaste? —Chelo veía contenta como fluía la conversación deseando saber otras respuestas.
—Pues, como yo colecciono revistas de… cierto kiosco muy especial, me han dado por ser un buen cliente y amigo del quiosquero, una gran caja de viejos números de la revista Gatita V-Pop. Como la Peke las colecciona pero no desde hace mucho, le dije que le daría los números normales y los especiales atrasados si guardaba mis revistas en el cajón hasta que se fueran mis familiares de mi casa.
—Évelin, ¿de verdad te apasionan tanto esas revistas?
—Si, profe. Es que no compré ninguna del 2008 y 2009 y todas ellas te vienen con pósters y accesorios súper chulos. Ah, y si entregas a la editorial antes del 2 de Marzo, todos los códigos de barras de todas las revistas que se han vendido, incluidas las ediciones especiales entras en el sorteo de un viaje a Florida para participar en el rodaje de una peli en donde salen los actores que más me gustan. Y yo, pues… quiero ir… No podía decirle que no a Grongo porque quería las 25 revistas que me faltaban. Pero cuando la cosa empeoró, supe que era hora de cortar con todo —declaró sonrojada pero firme.
—Ya veo. Grongo, te has aprovechado de la condición de delegada de tu compañera Évelin, que es la única de la clase con acceso a las llaves.
—Lo sé.
—Pero no llego a entender porqué tuviste que escoger un lugar tan extraño como el cajón del armario de la clase. Y entiendo menos aún, que tengas que esconder unas revistas de coches.
—Señorita, lo siento, pero no tengo ningún otro sitio donde esconderlas. Quería dejarlas a salvo de mis primos porque ellos inspeccionan toda mi casa en busca de cualquier cosa. El año pasado las encontraron pero dejé que las vieran. Si no hubiera dejado que las viesen se habrían chivado a mis padres de que las tengo y no quiero que ellos se cabreen conmigo... Y yo no quise arriesgarme este año a sufrir lo mismo por culpa de mis primos del pueblo.
—¿Tus padres te castigan si ven que escondes revistas de coches?
—Mumumumumu sí. Y no me gustan los castigos. Mis primos se van de casa este miércoles, por eso quería que Évelin siguiera guardando las llaves del cajón para que nadie las cogiera. Pero nunca pensé que iba a insistir tanto para que le diera las llaves —Grongo hablaba angustiado pero sin exaltarse.
—Grongo, me parece absurdo que escondas revistas de coches en un cajón de la escuela. Pero si es así como piensas no puedo hacer nada para cambiarlo. ¿Tienes algo más que decir? —Chelo no detectaba la lógica en ciertos sucesos.
—Sí. El bombo del bingo que le di a Évelin estaba trucado. Lo manipulé para que me tocara a mí el jamón.
—Eso lo noté ligeramente cuando vi que empezaste a sudar como una catarata —con una sonrisa distorsionada, Chelo dio por finalizado el juicio.

La verdad había sido descubierta. Grongo propuso a Évelin, la encargada de las llaves, que guardara en el cajón del armario sus revistas de coches y que lo dejase cerrado con llave hasta que sus primos fisgones se fuesen de su casa. Además, le pidió a ella que mintiese constantemente de que se olvidaba de traer las llaves a la escuela. A cambio, Grongo le ofrecía a Évelin las revistas que ella colecciona.

La clase salió de la Cámara de la Verdad con la misma sensación con la que se sale de una montaña rusa endiablada. Entre cuchicheos y palabras misteriosas, mis compis, Maselillo y yo nos dirigimos al aula junto con la profesora y las llaves colgando de sus manos. Grongo se había ido al baño, después de que los señores fuertes lo sacaran de ahí, para asearse y refrescarse un poco. Los vapores le habían dejado muy atontado, parecía un sonámbulo escolar.

—Bien, vamos a abrir el cajón. Hay algo que no me cuadra del todo.
—Profesora… ¿es verdad que la cámara asegura que lo que dicen los alumnos juzgados es verdad en un 95%? —preguntó Évelin.
—Sí, eso me han dicho —dijo extrañada.
—Pues es cierto. Hay algo en lo que Grongo ha mentido.

Chelo supo a qué se refería la Peke. Los alumnos estaban muy intrigados después de oír a la Peke afirmar que hubo un 5% de todo lo que dijo Grongo que no era cierto. La profesora, en un CLUCU-CLEKE, abrió por fin la cerradura del cajón de las maravillas.

En su interior yacían materiales para trabajar en clase: tijeras, papeles, cinta adhesiva y cajas de grapas. Había algún que otro diccionario español-suahili y moléculas de polvo acurrucadas en las esquinas. Al lado del bombo del bingo, las pelotitas y los cartones, se hallaban las jodidas revistas. Chelo, las sacó y las tiró al suelo asqueada pero satisfecha.

—¡Lo sabía! Estas son las revistas de Grongo.
—¡¡¡OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOh!!! —la clase vociferó un tremendo OoOoOoOh de estupefacción.


Casi todos los alumnos manifestaron un brusco sentimiento de espanto. Parecía que habían visto un cadáver.

—¡OOOOOOH!, qué fuerte, qué… ¡OOOOOOOOOOH! —Ambrosio había recibido un impacto visual muy intenso.
—Ambrosio, respira hondo.
—¿Qué es esto? ¿Dónde está la cigüeña? ¡Mneeeeh, güeeeeeh—sollozó perturbada Little Aurora.
—Profe, ¿eso son… coches con tetas? —preguntó Bruno atemorizado.
—No, Bruno, esto es pornografía. Vaya… esto parece más una clase de preescolar que una de secundaria —objetó asombrada.


—Señorita, qué vicio tienen algunos, ¿usted opina lo mismo?
—Sí, Mamá Vegas, sí. Pero tampoco es para tanto.
—Qué asco, Dios. Ese regordete lo que quería era que nadie viera el porno que tenía guardado. Supe desde el principio que las revistas no eran de coches —Tulma expresó con repugnancia.
—Qué barullo con el pornito. ¿Acaso no sabéis que ponen pelis porno después del horóscopo de las 2:10? Esta noche ponen a Juana Pezonia y a Ayokunle Cohete en HD —anuncié a la clase aunque nadie me tomó en serio.
—Yo no he visto nada de eso… A esa hora estoy sobando.
—Qué aburrido, Maselillo. Si en el porno salen caballos, caracoles y un millón de cosas más.

La clase conmocionada retornó a la normalidad. La profesora había confiscado las revistas y sus alumnos no pararon de hablar del tema durante las horas siguientes. A Évelin la han destituido del cargo de delegada hasta el mes de febrero y a Grongo se le ha sancionado con dos semanas sin recreo. Además, Grongo no participará en el sorteo del jamón este año por haber hecho trampa.

Nos preguntamos con fuerza si esas dos almas seguirán hablando entre ellas después de lo ocurrido. La Peke y el gordito no intimaban casi nada. Creemos que la Peke se quedará sin más revistas y que Grongo se ha ganado el sambenito de salido.

Bueno, chiquis, os dejo. Estamos hartos del temita de las llaves. Ahora que ha terminado podré jugar en paz.

¿A que la Cámara de la Verdad es una preciosidad ♥?

10 enero 2011

Confabulaciones fatigantes

Por fin se han desintegrado las vacaciones de Navidad, ya no queda ni una. Hoy es lunes, el primer día lectivo del año. Los estudiantes empiezan a desincrustarse los trozos de turrón de la cara y a levantarse somnolientos de sus camastros o literas para regresar a las aulas otra vez. Es tiempo de iniciar un nuevo trimestrín.

Nosotros teníamos ganas de que llegase este día porque el aburrimiento casero era muy espesooooh. Y para colmo los camellos no me han dejado ningún regalito el día 6; pasaron de mí olimpiadamente. ¿Me habré portado muy mal? No lo creo… Tal vez sea porque la magia progenitora no ha intervenido este año y sin esa magia no hay regalos. Qué pena…, me habría conformado con una grapadora de último modelo.

Ahora voy a contar lo que sucedió hoy en nuestra escuela.

Esta mañana hacía frío y coger el transporte público era como montarse en una nevera con ruedas. Sin embargo, la humanidad comprimida dentro de un autobús siempre genera calor, y eso está muy bien. Cuando me bajé en la parada me dirigí luego a la escuela. Mi amigo Maselillo me esperaba allí y me dijo que tenía algo divertido que enseñarme.

—Hola, Maselillo. No te veo desde que nos dieron las notas.
—Oh, sí, es verdad. Aquel día me fui antes y no pude verte cuando salí de la escuela —dijo Maselillo cerrando sus ojitos de botón de betún.
 —Ya.
—Por cierto, ¿qué tal las notas? Yo suspendí dos como esperaba —un deje de disgusto se percibió en sus palabras.
—Pues yo tres: física y química, lengua y edu fisy.
—¿Edu fisy?
—Educación física, la asignatura de las pelotas, los hula hoops y el correteo con sudor excesivo —expliqué con aburrimiento.
—Ah, sí, sí. Esa la recuperas en un segundo —aseguró Maselillo animándome.
—Ya vere-veré.
—Emm, ¿cuándo me vas a dar el número de teléfono? Yo quería felicitarte por Navidad y por Nochevieja.
—Oh…. te lo daré. Es que se me olvida siempre porque tiene unos números rarísimos, imposibles de memorizar. Quiero intentar cambiar el número porque me parece muy grosero.
—Qué extraño —Maselillo se sorprendió por un instante pero luego cambió su expresión por una muy alegre—. Bueno, ya me lo darás. Vamos a dentro que te quiero enseñar una cosa.

Entramos en el aula. Estaba fresca como un puré de colonia y agua bendita. Los dos osos, Ñangas y Carpeto, habían vuelto a sus casitas-jaula después de una breve hibernación en el hotel de las mascotas de la escuela. Por otro lado, Bebesitu miraba por los orificios esperando a recibir su desayuno.

—No me has dicho que te han regalado los Reyes Magos.
—Nada. Creo que les daba miedo el FELPUDO.
—En serio, ¿no te han dado nada? —cuestionó anonadadus.
—Que no. No repreguntes.
—Ah, v, vale. Pues yo a ti sí te he traído algo —Maselillo estaba muy divertido y se puso a rebuscar cosas en su mochila—. Imagínate que soy un Rey Mago.

Maselillo tendió su mano, como solo él sabe hacer, y me ofreció la caja que escondía en una bolsa.

—Mis padres están muy contentos contigo porque has formado una amistad conmigo y porque me has ayudado a integrarme en la escuela. Por eso, como no podían agradecértelo por teléfono, compraron esto para ti —dilucidó sonrojado.
—Qué caja tan preciosa. Me pregunto qué infinidad de secretos guardará —dije con mucha intriga de la mágica.
—Ábrela y verás.

En el interior de la caja había un huevo de avestruz que, si lo mirabas de cerca y con los ojos muy abiertos, te dabas cuenta de que realmente era un ambientadore~. También había unos seis frasquitos de perfume.

—Ayyy, qué bonito es el conjunto de todo esto… —expresé extrañadis pero impresionadis (lo huro).
—¿Te gusta? Yo le dije que compraran esto, como siempre me hablabas de que necesitabas ambientadores para perfumar tu casa… Pero te tendría que haber regalado otra cosa.
—No está mal, Maselillo, no te preocupes. Muchas gracias —respondimos muy gratificados.
—De nada.
—Siento no haberte comprado nada.
—No importa —dijo muy modesto.
—Te voy a comprar en el recreo un bocata de esos que te rellenan bien la panza, mi amore.
—¡Oh, gracias! Es todo un detalle por tu parte —a Maselillo se le abrieron los ojos y el estómago. Creo que empezó a segregar jugos gástricos.
—Mmmmju, sip ♥.

Maselillo se puso a observar los frasquitos de las fragancias que había sacado de la caja. Sin razón aparente comenzó a sonreír cual buzón de media luna-lunera.


—Maselillo, nunca te he visto con esa sonrisa tan dental. ¿Qué te ocurre?, ¿estás imaginándote el bocata que te voy a comprar?
—No es eso. Es que me hace risa que te gusten este tipo de cosas, me parece gracioso.
—Ay, sí, jijiji. Qué mala, qué mala y qué pillina.
—¿Eh?
—Perdón. Quiero decir: ¿de qué olores son las fragancias? Es bueno saber para bueno oler —necesitábamos conocer la INFO, era muy importante.
—Mmmm, a ver… La de la tapa verde es de lechuguina del río, la de color malva es de besito de mariposa, la de color beige es de diplomacia de vainilla, la de turquesa es de escondite submarino y conchi, la de fucsia oscuro es de puñetazo de primavera y la naranja es de sorpresa de la India.
—Cuánta variedad, tengo musho donde elegir. El de puñetazo de primavera tiene que oler muy fuerte, me imagino.
—Posiblemente, pero todos huelen muy rico —aseguró sonriente.
—¡Sí! —afirmé para luego cambiar de tema—. Eh, no te hagas el loco, ¿qué te han traído los Reyes Magos?
—No mucho: algunas pelis y videojuegos, unos muebles para mi habitación y algo de ropa.
—¿Y a tus padres?
—¿Te interesa saber que les regalaron? —preguntó extrañado.
—Lo siento pero sí.
—Pues a mi padre solo le dieron ropa, un reloj y cosas para el trabajo. A mi madre le dieron también ropa, libros y la edición especial 3D en DVD de la película Volveré.
—Oh, eso impresiona de veras.
—Pues sí. Por la tarde pusimos la peli y a mi madre casi le dio un infarto por como se veía el 3D. Se creía que la cara de Penélope Cruces, que se veía gigante, iba a salir de la tele. Mi madre por poco se cae al suelo de la impresión —comentó como un narrador apasionado.
—Pobrecita, eso es demasiado arriesgadoso —nos compadecimos a la vez que nos asombrarnos.

Al terminar la primera hora de clase comenzamos con la hora de historia. Antes de empezar la lección oímos a la profesora dialogar en el pasillo con una voz impaciente. Se había encontrado con la polémica alumna, la más bajita y portátil de la clase: Évelin. Quisimos apaciguar nuestra curiosidad, así que escuchamos la conversación que la docente y la estudiante mantenían al lado de la entrada del aula. Toda la clase, incluidos Maselillo y yo, salimos del aula para contemplar la situación.


—Buenos días, Évelin —saludó con frigidez.
—Bu, buenos días, profesora Chelo —habló Évelin, temerosa.
—¿Tienes algo que decir?
—Feliz Navidad.
—No, Évelin, no es eso. No sé cómo te las has apañado para que los de consejería no contactaran con tus padres por teléfono. El asunto de las llaves se está alargando demasiado y la directora podrá tomar medidas drásticas si no las entregas inmediatamente —la profesora intimidaba con su voz seria.
—P, pero no las tengo aquí.
—Me lo imaginaba. ¿Me quieres decir porqué demonios las guardas tanto? ¿No quieres que abramos el armario? ¿Qué pretendes?
—Pues… pretendo… proteger a la clase de eso que está ahí detrás —nerviosa, la chica levantó el brazo y señaló con temor a algo que había detrás de la profesora.
—¿El qué? —preguntó sobresaltada.

Todos miramos como idiotas hacia donde la Peke apuntaba. Señaló justo detrás de la profesora, a una pared vacía y sin nada extraño. Nos dimos cuenta de que Évelin nos había mentido solo para poder salir corriendo. Chelo tardó unos tres segundos en reaccionar, los suficientes para que la Peke se perdiera por el laberíntico centro de la escuela. La profesora quiso ir tras ella pero no quería arriesgarse a ir por el camino equivocado y dejar que la Peke se fugara sin problemas de la escuela. Pero hubo una solución a ese dilema y Chelo la llevó a cabo al momento.

—Ambrosio, Bruno y vosotros dos, dirigíos juntos hacia el pasillo de la entrada —Chelo empezó a seleccionar a sus alumnos estratégicamente con rapidez.
—Sí, profesora —afirmaron con decisión.
—Mamá Vegas, Little Aurora y tú, id hacia las escaleras por el pasillo de los talleres.
—Eso haremos —respondieron serviciales.
—Tulma y vosotros cuatro encargaos de vigilar la entrada al patio.
—¡Está bien!
—Grongo… ¿Dónde está Grongo? En fin, no importa. Maselillo y tú buscad a Évelin por el primer piso.
—Sí, profesora —contestamos Maselillo y yo al unísono.
—Que el resto vigile el aula y las zonas cercanas a ella. La Peke no se va a escapar sin devolver las llaves.

En solo quince segundos la clase se disolvió por toda la escuela. Sabiendo que la Peke se introdujo por una de las zonas más enrevesadas, no había casi ninguna posibilidad de que se aproximara a la salida del edificio. Estaba muy atrapadah.

Maselillo y yo subimos rápidamente por las escaleras y buscamos por los pasillos. Los profesores de guardia nos preguntaron a qué se debía nuestro vagabundeo en horas de clase y nosotros les explicamos que era una misión importante organizada por nuestra tutora Chelo.

Tuvimos mucha suerte; tras solo cinco minutos hallamos a la Peke en el pasillo del laboratorio de química. Se había ocultado en un hueco en la pared que había tapado con una caja. Nosotros quitamos la caja y la Peke se descubrió.


—Hola, Peke… Pequeñina. Vamos, sal, no tengas miedo. No te haremos daño, somos muy buenos —intentamos no asustarla hablando con cariñito.
—No me hables como si fuera una mocosa de cinco años —replicó enfadada.
—Pues sal ya, entonces.
—Vale, ya me habéis pillado, no tengo escapatoria —reconoció Évelin.
—Pero Évelin, ¿por qué has hecho todo esto?, ¿por qué no devuelves las llaves? ¿No quieres que la gente coja cosas de ese cajón? —Maselillo tenía muchas dudas que resolver.
—No es eso. No puedo explicarlo.
—Tienes que explicarlo sí o sí, porque si no acabarás desterrada de la escuela.
—Deja de decirme cosas que ya sé, jolines. Estoy en un aprieto y todo esto ha salido mal… Ay, ¿por qué me habré metido en este lío? —el estrés la tenía secuestradah.

Évelin salió del hueco en donde todas las peques se han escondido alguna vez. Ella estaba indecisa y apesadumbrada pero recapacitó enseguida y se encaminó a donde estaba Chelo.

—Profesora, aquí estoy.
—Évelin, esta actitud merece un castigo. Me has decepcionado mucho. Llamaré a tus padres para que conozcan el mal comportamiento que has tenido —la profesora estaba harta de todo el follón, pero hablaba con serenidad.
—¡No, señorita, no, se lo ruego! Ya he aprendido la lección, mañana traeré las llaves sin falta ¡SE LO PROMETO!
—Lo siento, Évelin pe…
—¡Le entrego mi móvil y mi cámara de fotos! Los saco ahora mismo de mi mochila. Usted se los quedará si mañana no devuelvo las llaves… Cumpliré con mi palabra y diré el porqué de todo esto —Évelin se puso de rodillas desesperada.
—¡MUMUMUMUMUMUMUMU! —irrumpió una estúpida voz en la conversación.
—¡SILENCIO! —gritó alterada la profesora antes de recuperar la compostura—. Bien, Évelin, me quedaré con ellos hasta mañana. Depende de ti si los quieres recuperar y conservar tu lugar en la escuela.
—Lo sé, profe, confíe en mí. Este problema ha llegado a su fin —Évelin se expresaba con sinceridad.
—Por tu bien espero que sea así.

La clase y nosotros nos quedamos con caras de fantasma kokkusakka, pues cosas así no suceden a diario. Ahora todos esperan expectantes a lo que ocurrirá mañana. Yo también ansío descubrir la verdad que se esconde en la mente adolescente-pop de nuestra pequeña Évelin.

01 enero 2011

La danza de los primeros segundos del año

Cuando el calendario gregoriano sube de nivel la gente se propone mejorar cosas en su vida. La Pelafrú me ha enseñado a ver la realidad de otra manera y yo no puedo empezar el año 2011 con malas patas. Tengo mucho por hacer y quiero hacerlo bien.

¿Sabéis qué?, el día 30 de diciembre me llamó por telefunny la madre de Yonson Marcelo (es muy gracioso llamar al teléfono así, ¿verdad?). Iris me invitó a la fiesta de Nochevieja que se celebró en su casa. Nunca imaginé que algo así ocurriría, pues yo, en un principio, veía venir desde muy lejos que la deprimente soledad se iba a tomar unas uvas ficticias conmigo en la última noche del año. Pero afortunadamente hubo sumnongles de carne y hueso que me acompañaron y uvas de pulpa y pipa que masticar.

Según dijo Iris, fue idea de Yonson lo de invitarme a su casita, pero no sé si eso era verdad. Sin embargo sé que le caigo bien al joven Yonson, aunque a veces parezca que no.

En el día de Nochevieja vestí mi cuerpo con las ropas más formales que pude capturar en el mundo del armario, para que adquiriera un aspecto refinado como el de una figurita de terciopelo gótico. Me llevé, como siempre, mi mochila con varios objetos indejables en su interior. Cuando llegué al hogar de Yonson, su madre me abrió la puerta y yo entré esquivando objetos por el camino hasta llegar al final del luminoso pasillo, donde el señorito de la casa se escondía.

—Feliz Noche de la tercera edad.
—Qué ingenioso ha sonado —contestó Yonson sarcásticamente—. ¿Cómo lo llevas?
—Estupendis, pendis —respondí mientras me fijaba en su chaqueta—. Oh, Yon, te has vuelto a manchar de pintura ¿Cuándo vas a terminar de pintar la Capilla Sixtina?
—Lo sé, joder. No me di cuenta.
—Ay, qué torpe… ¿me la enseñarás?
—¿El qué?
—La Capilla Sixtina que me estás ocultando.
—No te flipes, no hay ninguna capilla de los cojones —respondió hastiado.
—Ok. Oye, estás muy guapo, pero te hace falta un detalle.

Comencé a buscar algún artefacto divertido para adornar el atuendo del sumnongle. Atisbé los elementos de los alrededores y no había ni melocotones ni abanicos de plumas para darle más gracia a Yonson, pero sí encontré algo que se podía colocar en su cabeza. De hecho, se lo coloqué después de haberle pedido que cerrara los ojos.


—¿Qué me has puesto?, ¿un gorrito? —preguntó extrañado.
—Sí, todo el mundo se pone uno. Yo me pondré uno igual para que no me discriminen.
—Son horribles. Los compró la cociñeira y no me gustan…
—Ahora que lo pienso, sí, son horribles. Es más, te sonará como una payasada pero parece que tienes un payaso cónico succionándote los sesos. Lo siento pero es que da mucho de que hablar~.
—Bah. Me lo quito y se acabó el problema. No me lo vuelvas a poner y métete las manos en el bolsillo que la emoción te descontrola —Yonson estaba algo tenso, no se le veía receptivo a las bromitas.
—¡Eish!, tranquilízate, chaval —repliqué ligeramente alarmadis.

A las 20:15 ya estaba todo listo. Yonson se puso de mejor humor cuando no hubo nada más que preparar. Después de una breve inspección a las cositas de la habitación de Yonson, él y yo nos dirigimos a la cocina a ver a la cociñeira. Nos detuvimos en frente de la puerta; estaba cerrada.

—No podemos entrar.
—¿Por qué?
—¿Has visto el cartel? Dice: Coidado, cociñeira traballando. Non entrar y significa cuidado, cocinera trabajando. No entrar en gallego.
—Me lo suponía. Ostras, yo la quería saludar.
—Espera un poco, creo que ya está acabando.
—Está bien.
—Oye, ¿qué tal las notas del primer trimestre? —preguntó para iniciar una nueva conversación.
—Suspendí tres —respondí algo afligidә.
—¿Sí? Bueno, ya las recuperarás.
—¿Y tú qué tal?
—Bueeh, ahí, ahí. La cosa va regular-bien, pero ha habido muchos follones con algunos profesores hijos de puta —expresó con un suave tono rabioso.
—¿Ah, sí? Pues en los últimos días de clase hubo un problemone con una chica de mi clase que se había quedado con una llave de la escuela. Aún no la ha devuelto y mi tutora y los de consejería le han echado la bronca. Creo que incluso la han llamado a casa.
—Qué idiota. ¿Para qué quiere la llave? —preguntó asombrado.
—No hay idea…

Unos segundos después, en el más profundo silencio pasillero, se oyó a alguien hablar dentro de la cocina.

—Adeus, papá. Dalle un bico a mamá da miña parte. Feliz Noitevella.
—¿Esa era la cociñeira? ¿Con quién estaba hablando?
—Con su familia. Estaba hablando por teléfono —explicó Yonson. Luego nos quedamos unos segundos sin decir nadda.
—No aguanto más. Quiero ver lo que hace la cociñeira, tengo una tremenda curiosidad.
—No abras la puerta. Cuando la cociñeira cocina es peligroso —advirtió apresuradamente, pero sin llegar a tiempo a cerrar la puerta que yo ya había abierto.

En el interior de la cocina estaba ella, haciendo mil barbaridades con cachivaches sobrenaturales. Lo que ocurría dentro era un show culinario que impresionaba nada más verlo.


La cociñeira estaba concentrada en su trabajo, lo hacía muy bien. Cuando se percató de que la cocina había sido abierta, gritó para que la cerráramos de inmediato.

—¡Rrrrrrrrruuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!
—Lo siento, cociñeira. Te cierro la puerta —se disculpó Yonson (por mí) y selló la entrada de la dimensión cocinística y tecnológica.
—Ooooh, ¿has visto? Hay un montón de chismes y manos cortando, revolviendo y cogiendo cosas. Parecía una película de terror sobre robots.
—La cociñeira ha modificado nuestra cocina con sus artilugios. Por eso es peligroso entrar cuando ella trabaja; hay miles de cosas que se lanzan por los aires y manos robóticas con cuchillos. Espero que hayas entendido que no se puede abrir la puerta de la cocina en esta situación —argumentó Yonson con mucha seriedad.
—Lo sentimos… Pero ahora estoy en shock ¿De dónde ha sacado ella todo eso?
—De su taller. Ella antes trabajaba en la NASA, pero ahora trabaja aquí, en mi casa.
—¿En la NASA? ¿Ese lugar donde violan fetos de marcianos secuestrados? N, no me lo creo…
—Allí no violan a ningún marciano. La cociñeira trabajó allí hace unos años y se fue.
—Pero ¿por qué se fue? ¿Hirió a alguien con uno de sus inventos? —queríamos saber más y más.
—Que va… Se fue por su cuenta. La NASA le suplica que vuelva porque ella es un verdadero prodigio. Pero no quiso someterse a tanta presión y decidió venir aquí y vivir una vida más sencilla entre nosotros —Marcelo se cruzó de brazos mientras narraba los hechos.
—Qué fuerte me parece todo esto… Yo no me iría nunca de la NASA.
—Pues ella lo ha hecho. No le apetecía sentirse como la mastermind suprema. Quería trabajar aquí con mi madre, a la que conoció en Estados Unidos y a la que considera su mejor amiga.
—Vaya, no sabía nada de su historia.
—Ahora sí —Yonson se tomó una pausa y evocó en su mente la imagen de la cociñeira de la que tanto había hablado—. Joder, la cociñeira está buenorra. ¿Has visto qué sexy estaba con su vestido?
—Ummm, sí. Uhuuuh~, Yonson… quién diría que te ibas a sentir cautivado por el aspecto de doña Cocinitas.
—Ahg, cállate. No se lo digas a nadie.
—Punto en cremallera y pío.
—¿Eh?

Media hora más tarde, la casa de Yonson Marcelo comenzaba a llenarse de familiares. Ninguno de ellos me conocía, lo que me hacía sentir como una persona acoplada que se dejó caer descaradamente por allí. Sin embargo, todos los miembros de la familia materna de Yonson, simpatizaban sin problemas conmigo. A dos horas de que muriera el año 2010, los tíos, primos y los abuelos de Yonson Marcelo, entre otras gentes, se sentaron en la mesa del comedor. Nosotros hicimos lo mismo y veíamos cómo colaboraban entre todos para colocar las comiditas en la superficie del mueble de cuatro patas.


—Hay muchas cosas que huelen BIEN.
—Sí, desde luego. En mi familia cocinan muy bien —dijo Yonson, que se había sentado a mi lado derecho.
—Quiero ver el plato estrella de la cociñeira.
—Tú espera. Mientras podremos probar un poco de midnight cangrejo y cerezas camufladas.
—¿Y eso de ahí qué es? —cuestioné asombrado.
—Son albóndigas peludas, las hizo mi tía Nolari Cariñesa, la hermana mayor de mi madre. Es la que lleva el floripondio amarillo en la cabeza.
—Parece que es un primor. Voy a coger una albóndiga.

Cuando mi mano sobrevoló a unos centímetros de la bandeja de las albóndigas se oyó un tremebundo golpe, algo así como un ¡SLAP!

—Tché, no se come nada hasta que no estén todos sentados —comentó la tía Nolari después de haberme pegado en la mano para evitar que me alimentase.
—Ay, joder, cómo duele. Ay… ¡la verruga mala!
—Oh, cariño ¿te he dado en la verruga de la mano? Lo siento, no la había visto —se disculpó arrepentida.
—En realidad no tengo verruga, pero dueleeeeh —mentí quejándome like an idiot.
—No exageres tanto… —intervino Yonson.

En poco tiempo la cociñeira, Iris y los demás se sentaron junto al resto para disfrutar de la gran variedad de exquisiteces que se podían comer. En un determinado momento, a Yonson le sonó el móvil. Lo estaban llamandox…

—¿Qué?, ¿te gusta la comida? —preguntó Iris amigable.
—Sí, está para comérsela —afirmé sonriente.
—¿Oíste? —dijo el abuelo de Yonson, Palanco Cariñesa, que estaba sentado a mi izquierda. Había hablado muy poco durante la cena, tal vez porque su demencia senil no le deja decir nada coherente.
—¿Sí?
—Está hablando con el mentiroso —susurró con cara de pícaro refiriéndose a Yonson, que hablaba por su móvil.
—¿En serio? ¿Quién es el mentiroso?
—¿Eh?
—Era un amigo mío, que me estaba felicitando —Yonson comentó para disipar la incertidumbre.
—Yonson ¿tu amigo es un mentiroso?
—No. ¿Por qué demonios dices eso?
—Es que la vejez me confunde.
—Si lo dices por mi abuelo, no le hagas caso.

Cuando la cena casi había acabado, el abuelo de Yonson se dirigió hacia mí nuevamente para proponerme algo en voz baja.

—Oye, viejita, ¿quieres venir conmigo al cuarto? Tenemos muchos discos que escuchar.
—Eh, yo no soy una vieja.

Ocurrieron cosas sospechosas en el transcurso de la última ingesta de alimentos del año. Además había rumores de que el primo de Marcelo, el de la cara amarilla y feliz, me estaba mirando fijamente. Después estuve todo el rato esquivando al viejecillo que deambulaba sin rumbo como una bola de pinball en un tablero lleno de gente bailando con uvas en la mano. Faltaban cinco minutos para la cuenta atrás.

—Yonson, ¿tienes pensado salir por ahí de marcha?
—No, que va. Ya hay una fiesta en casa. Ya verás que la fiesta llegará al climax dentro de poco y te darás cuenta de que es de idiotas salir a la calle, donde hay miles de borrachos pesados. Es mejor quedarse aquí —explicó Yonson alegre.
—Estamos superintrigados.
—Silencio, ya empiezan los cuartos —la tía Nolari, enardecida, pidió que cesaran los ruidos.
—Oooh —dijo uno.
—Uuuuh —dijo otra.
—Lalalá —dije yo (que fue la última cosa que dije en el año).

Hubo una breve tensión y de repente toda la familia, hasta los niños más revoltosos, miraron a la pantalla del televisor de plasma con sus bocazas abiertas listas para engullir.

—12 —espetaron los presentadores del último programa del año.
—11.
—10.
—9.
—8.
—¡Glups!
—7.
—6.
—¡Mamá!
—5.
—4.
—¡Tché!
—3.
—¡No quiero morir!
—2.
¡SLAP!
—1.
—¡Mwaaaaaaaang!
—¡FELIZ AÑO NUEVO!

Un surtido de gritos, risas, pipas de uva, besos y abrazos inundó la sala. No pude esquivar las muestras de cariño de esa gente que chocaba entusiasmada entre sí llena de serpentinas, confeti y con copas de cava en la mano. Luego me di cuenta de que la cociñeira había desaparecido misteriosamente. No había rastro de ella y la gente comenzaba a silenciarse después de tanto escándalo… parecía que esperaban que algo asombroso ocurriera.

De pronto se apagaron todas las luces de la casa y una música trance muy espacial y especial comenzó a sonar. Del techo descendió con lentitud un televisor pequeño colgado de un cable. Emitía una luz blanca muy enigmática. Después, la gente rodeó el televisor observando la pantalla mientras la música evolucionaba a una con un ritmo más intenso. En la pantalla surgió un rostro: el de la cociñeira. Ella se había escondido en un lugar secreto de la casa para organizar tal espectáculo. Al final, el evento misterioso acabó con el salón iluminado nuevamente, pero esta vez con varios focos de colores y efectos lumínicus muy oníricus. Una niebla fría cubría el suelo mientras que del techo unas luces dibujaban el número 2011 al son de la canción que la cociñeira cantaba desde el televisor. Tenía una voz digitalmente robotizada… era muy marchosa.

—¿Has visto? A esto me refería yo.
—¡Diosa mía, menuda fiesta! Es increíble… Además el salón parece muchísimo más grande ahora—no podíamos estar más anonadados.
—Jejeje. Esto es lo que la cociñeira ha aprendido en la NASA. Es genial y sabe montar estas funciones tan chulas como nadie más sabe hacer. ¡Ella es muy pro! —gritó Yonson muy animado.

Yonson se fue a bailar a la pista junto a sus primos y tíos. Su madre, que muy guapa estaba, se deshizo el moño para sentir el éxtasis de la música con más soltura.


Qué maravilla…

Desgraciadamente el señor Palanco me captó de nuevo para marearme con otra memez.

—Mira, me han puesto un testículo de sapo en la bolsita de las uvas.
—No es un testículo.
—¿Qué?
—Aaaah…
—¿Qué?
—No es un testículo, es una uva. Cómase las diez que le quedan —le pedimos aburridos.
—No me pienso comer los huevos de un animal. Los hijos de puta de los Garcita me la han vuelto a jugar —el señor se volvía algo cascarrabias.
—Pues no te los comas y punto.

Una vez la fiesta acabó, la mayoría de los agotados invitados se despidió entre risas, entre las 2:00 y las 4:00 de la mañana del primer día del año. Yo me tenía que ir a casa: era demasiado tardex y queríamos dormir.

—No digas bobadas, quédate en casa esta noche —me propuso gentilmente Iris.
—Bueno, vale. Me quedaré con Yonson.
—¿Conmigo?
—Sí, y así nos contamos nuestros secretos más guarrujos.
—No será posible. En mi cuarto está el abuelo, en la habitación de invitados están dos de los primos y en el de la cociñeira no cabe nadie más. Mi madre no se ha dado cuenta pero no hay más hueco.
—El abuelo está con la abuela en el cuarto de invitados. Tú te puedes quedar en el de Yonson —me indicó Iris.
—Ah, vale.
—¿No quieres que me quede? —preguntamos a Yonson, que se le veía distraído.
—No es eso, es que pensé que no había espacio.

La primera mañana del año la pasé en casa de Yonson Marcelo. Era la primera vez que me quedaba a dormir en casa de un sumnongle no-familiar. La fiesta estuvo estupenda pero la mañana siguiente fue muy somnolienta…

Creo que estas vacaciones han gastado toda su magia en Nochevieja. El siguiente turno es para el Día de Reyes. ¿Me traerán regalos esos camellos pordioseros?