16 junio 2011

Todos menos yo

El deseado día del calendario escolar ha llegado al presente: Por fin han entregado las notas (no musicales) a los niños de mi escuela. En ellas se ve la cosecha del trabajo de todo un curso.

Esta mañana llegué un poco tarde al interior de la escuela. Estuve a punto de cometer una terrible falta de respetum, pero no fue así. Cuando llegué al aula, la profesora me entregó en la mano el papelito con las calificaciones obtenidas en el último trimestre. Por desgracia, no pude ver ni notables ni sobresalientes, pero afortunadamente tampoco pude ver ningún insuficiente. Aprobar es lo que cuentah.

Queridos alumnos: el curso ha acabado. Los que habéis suspendido, ya sabéis que los horarios de los exámenes de recuperación se encuentran en los tablones del vestíbulo —Chelo hizo sonar una palmada tras anunciar lo que hubo anunciado.

Quise hablar con los sumnongles de mi pandilla, pero, por haber llegado algo tarde, no pude ni siquiera verlos. La mitad de la clase ya se había ido. Solo quedaban los alumnos de relleno, que miraban sus notas con diferentes expresiones faciales.

Misión conseguida: Mis padres me van a regalar un móvil con carcasa bañada en oro por haber aprobado todas —dijo Arturo Eleutestes, el dandi de la clase con ropa vistosa que desprendía aroma a azahar recubierto de chocolate.
Estupendo, Arturo, me alegro por tus logros. Yo no sé si mis padres me darán algún regalillo —comentó dudosa la chica del sombrero de flores.

Caminito de Belén Jardiña, o más conocida como Belén Jardiña, siempre lleva su simbólico sombrero floripóndico consigo. Ella, que vio sus notas aprobadas, había decidido repartir postales publicitarias que cogió de alguna parte del recinto escolare. Con sus deditos pincigüeños, mareó y revolvió el tocho de tarjetitas que cargaba en su mano manuela.

Arturo Eleutestes es uno de los chicos más longevos de la clase. Siempre se peina con la raya a un lado y se pone gafotas redondas para impresionar. Le gusta andar como un gallo en celo entre las hembras de la escuela e impresionarlas con sus encantos verbales y sus artilugios caros de categoría superdeluxe, no aptos para pordioseros.

Los otros alumnos no parecieron darse cuenta de que iban a ser víctimas de los repartos propagandísticos de la rubita floral.


¡Compañeros!, abrid vuestras manos que os voy a dar las últimas postales publicitarias del curso —notificó animada.
Yo no quiero coger nada de publicidad de peluquerías o de clases de equitación.
No es nada de eso, Peronzo. Estas postales son de un centro de talasoterapia —explicó la nena.
Oh, pues dame —Peronzo alargó su mano verde y cogió la postal.

Peronzo Suárez es uno de los alumnos más verdosos de El Diptongo de Coser y Cantar. Siempre está por ahí… como las moscas.

Más tarde, llegaron los cinco alumnos que faltaban para recoger las fotocopias de sus notas. La profesora había salido ya del aula y en el pasillo dio a sus pupilos los últimos boletines de notas.

Nfod, ndu, mmm… mnuh —musitó Yamiley mirando no con mucho agrado su evaluación.
Ay, Orlando, la has vuelto a cagar. No me cuentes milongas nunca más —exclamó asqueadah la choni de moño colosal que veía sus fracasos impresos en el papel.
No, Romina. Te dije que si no aprobabas ahora, lo harías luego en la recuperación.
¿Ah, sí? —preguntó aliviada y abriendo sus ojos color verde esperanza.
Sí, sí, sí. Hace unos días tuve una premonición y vi que conseguirás pasar de curso de un modo u otro. Esta vez sé que ocurrirá porque el vaho en mi ventana nunca miente —aseguró negando con la cabeza.


Orlando Latumba es un tipo flacucho sin mentón que siempre lleva una corona con enormes pinchos romos. Dice poseer una habilidá especial: la de tener premoniciones a cada momento, aunque muy pocas de esas premoniciones se suelen cumplir, y, de las que se cumplen, casi ninguna es trascendental. Lo más importante que ha predicho hasta la fecha ha sido el accidente de la tutora Chelo con el bolígrafo y su nariz.

Romina Frotichas es una gandula maleducada, de piel morena y labios carnosos, que recurre a Orlando para escuchar los vaticinios sobre el futuro de su vida escolar. Malgasta el tiempo de clase en maquillarse, dormir, peinarse y hacer otras cosas inútiles. Es una petarda que solo sabe rellenar la silla con su culo de adolescente descarriadax.

Yamiley, o más bien Tetere Yamiley Puig, es la alumna más joven de la clase (pero no la más chiquitinga). Algunos seres la llaman Yamiley, otros la llaman Tetere y otros no la llaman de ninguna manera porque no quieren hablar con ella ni sobre ella. Su pelo castaño está recogido con dos coletas de ornitorrinko y su piel blancuzca es suave como el papel de una revista de ropa de bebé. Siempre está callada y tensa. Se acopla en aglomeraciones de estudiantes sin decir nada, excepto en esporádicas ocasiones en las que emite algún gruñido u otro sonido que no sirve para dialogar.

—Qué asco. Si repito otra vez me voy a quedar calva del aburrimiento —dijo Romina rascándose el pelo con sus uñas verdes.
—Si plantas gandulitis, obtendrás suspensos —recitó Belén bailando una coreografía minúscula.
—No me cuentes mierdas, Mariflores.
—Chicas, haya paz, que quiero hacer sesión de fotos afuera y no quiero caras de disgusto —intervino Arturo.
—Fotos en el colegio —murmuró la achatada Yamiley.
—Yo predije que hoy va a llover. Arturo. Compadre, se te va a mojar el aparato —le advirtió adoptando una expresión misteriosa.
—¿Mi aparato? Mi cámara es impermeable, colega, se la puedo dejar a los atunes para que se hagan fotos. Pero, obviamente, no lo haré.
—¿Puedo salir en las fotos? —preguntó el sossette de Peronzo.
—Me lo pensaré —contestó con voz poco convincente.
Debemos hacernos una foto con nuestra amada tutora. Hoy está radiante como un domingo soleao.
—Rápasela —solté yo, así sin MÁS.
¿Qué? —preguntaron atónitos sin entender nada-dadadá.
—Perdón…

Cuando el parloteo de los sumnongles comenzó a suavizarse, Tulma, la empollona vanidosa, apareció ante nosotros tras haber atravesado la maraña de pasillos.

—Oh, vaya, un combo de doce dieces, tal y como esperaba —Tulma sonreía gustosa—. ¿Pero qué veo aquí?, ¡he sacado un nueve en educación física! Eso me pasa por haber sido tan perezosa, jojojo.
—Eso te pasa por haber jugado mal con las dos pelotas del profesor. Ups, quiero decir por haberle hecho la pelota, eso que haces siempre —comenté a la sabihonda.
—Silencio, alimaña insufrible. Haz callar a tu envidia, que te mueres de rabia al comparar mis notazas con tus lamentables cincos y seises.
—A diferencia de ti, yo no voy adulando a los profes para subir mis notas dos o tres puntos más.
—No digas bobadas.

Nuestra discussione acabó pronto, como las aventuras en la montaña rusa de Isla Cilantro.

La profesora Chelo, que estuvo hablando con dos alumnos decepcionados con las calificaciones de su boletín de notas, se dirigió a los alumnos que aún seguían en el pasillo para entonar unas noticias muy musicales.

—¡Alumnos! Para los que queráis, podéis participar en los minicursos de verano que organiza la escuela. Hay dos cursos muy interesantes: uno de onicología, donde aprenderéis todo sobre las uñas, y otro sobre aplausos, para que aprendáis a aplaudir con propiedad. 
—Talvez me apunte —susurró Peronzo.
—Y otra cosa muy buena: Basilión va a repetir curso. Suena mal que esto lo diga una profesora, pero como siempre estaba montando follones… —comunicó con voz de escarabajo.
Eso es fantástico, muy fantástico. Ya no voy a recibir collejas —Orlando se alegró de verdad verdadera.
Chao, alumnos. Matriculaos y estudiad los que tengáis que recuperar en las pruebas extraordinarias. ¡Hasta el curso que viene! —se despidió con mucho amorcito ♥.
—¡Hasta el curso que viene, profesora! —respondimos todos.

Nuestra tutora agarró su bolso y agitó su mano en modo de despedidah.


Los alumnos, algunos felices, otros apesadumbrados, comenzaban a mover sus cuerpos en dirección a la salida del edificio con sus notas en las manos. Pero antes de que fueran autoexpulsados, Tulma nos pidió que nos DETUVIÉRAMOS COMO ESTATUAS.

Esperad, que tengo algo que daros —pidió anteponiéndose al grupo.
—¿Qué es, Tulma?
—Son las invitaciones de la fiesta de fin de curso que voy a organizar en mi ático. Vosotros sois los únicos que faltáis por recibirlas.
¡Tulma, qué bien te lo montas! Parecías una pringada, pero en realidad pienso que eres la puta ama —opinó la entusiasmada Romina.
—Claro, Romina —dijo sintiendo vergüenza ajenosa.
Tulma, ¿puedo repartir YO las invitaciones? —preguntó animada Belén.
—No —negó de manera cortante y sonriente—. Y cada uno deberá traer tres euros si quiere entrar. Os digo que será un evento sensacional e inolvidable.

Todos los alumnos recibieron las invitaciones, excepto yo, tal y como esperaba.

—Tulma, falto yo.
—Oh, lo siento. Mi casa tiene mosquiteros en todas las ventanas. No creo que una cucaracha como tú se pueda colar en la fiesta —dijo la cabrona.
—Pues te falta colocarle trampas para ratas, porque hay una muy grande llamada Tulma que pulula por allí.
—Pero la rata celebrará una fiesta con todos los compañeros de su clase, y la cucaracha se quedará sola en su casa —arremetió sin piedad.
—Mejor que esté sola a que esté muy mal acompañadax —expresé asqueadis.

Nos largamos de ese lugar dejando atrás a Tulma y a los otros compañeros de clase. Haber promocionado me generaba tanta felicidad que la desinvitación de la empollona no enturbiaba ni un ápice mi estado de ánimo. Al menos eso creo…

Salí del instituto/escuela/edificio del sufrimiento para volver a esconderme en casa. Después de matricularme, no volveré a ver el interior de la escuela hasta septiembre.

Maldita Tulma. Maldecimos su fiesta con el CUERNO NEGRO DEL DEMONIO DE LAS MAZMORRAS. 

13 junio 2011

Ondas de sonido en el almacén

Muy pocas veces al año ocurren cosas como las que han ocurrido hoy. Al final del curso escolar es cuando ese tipo de cosas proliferan como el proliferol en el fondo de una cajita de moho condensado. ¿Aún no sabes de qué estoy hablando? Pues para que te enteres, esos escasos sucesos que tienen lugar al final de la primavera son las llamadas charlas orientadoras.

Todos los alumnos de mi curso se aglomeraron en las profundidades del poco visitado salón de actos. Nosotros, los de mi clase & moi, también acudimos al mismo lugare. El salón de actos de El Diptongo de Coser y Cantar es muy amplio y luminoso; en él los sumnongles escolares pueden aplaudir y silbar y sentir la reverberación del sonido en sus pieles.

Todos los miembros de la Liga Antipedo, salvo yo, decidieron escabullirse de la conferencia para vaguear en las sombras del desolado patio del recreo. Ninguno de ellos me había informado sobre el plan de fugarse de la aburrida charla (creo que fue por haber estado tanto tiempo a solas en el baño). Maldita seah…

El azar y las fuerzas escolares determinaron que mi asiento fuera uno situado casi en el centro del salón de actos. Al sentarme en él, mientras esperaba a que llegaran más nenes, me entretuve mirando las agitaciones de la maleducada Yazmina. Yo pude captar su tontería tonterosa a unos metros de mi butaca.


¡TÍAS, TOY AQUÍ! ¡TÍAS! Joé… ¡AAAAAAAAH! —la señorita Mininia bramaba como una gorilaza eufórica más descontrolada de lo habitual—. ¡PUTAS, TOY AQUÍ!

Yazmina intentaba llamar la atención de sus amiguicas que acababan de ser autointroducidas en el salón.

AY, QUE M’AN PASAO LAS FOTOS DE LA FEA, A LA QUE EL NOVIO LA CORR… —haciendo movimientos con sus manos, la chica incitaba a sus coleguis a sentarse a su lado. Pero una profesora que dirigía la masa adolescente cortó sus gritos con unas palmaditas chipiditas en el hombro de la niñata.
Por favor, modere su lenguaje y baje la voz, que esto no es la selva.
Joé, profe, enróllese, que yo soy un cielito. Si está amargada no se ensañe conmigo —disgustada, la choni jugueteaba con su móvil cuando se sentó correctamente en su asiento.
¡Qué desfachatez! Abandone el salón de actos ahora mismo —exigió la profesora enfadada.
Usted no tie huevos pa sacarme de aquí. Yo la dije que soy un cielito —repitió Yazmina más chula que una búrbula.

La bronca de la indignada profesora parecía no cesar nunca, a diferencia de la paciencia de Yazmina que se desintegró en poco tiempo, pues no aguantaba bien los rapapolvos. Finalmente, la ordinaria Yazmina abandonó el salón de actos para continuar dando rienda suelta a su mala actitud fuera de la vista de los docentes. Las temperaturas altas enardecían su lado chungo.

Cuando todos los alumnos que faltaban se sentaron en sus butacas, la directora dio comienzo a la sesión de charlas orientadoras, organizadas especialmente para motivar a los jóvenes a elegir una carrera, u otros estudios, al acabar bachillerato.

Silencio, estudiantes, silencio —la directora, llamada por algunos la Cuerva, empuñaba un micrófono mientras pedía CERO RUIDO en el salón de actos.

Los alumnos parloteaban como las ratitas de colores del Club Ratonia. Sus lenguas y cuerdas vocales emitían miles de sonidos que actuaban como una barrera sonora que bloqueaba las palabras de la Cuerva.

Paraz este jaleo, ¡CERRAZ VUESTRAS BOCAS! —la directora sacó un revólver rojizo de su chaqueta color rubí y con él disparó al techo.
¡AAAAAAAAAAH! —tras el estruendo de los dos disparos, los jóvenes profirieron gritos de terror y multitud de palabrotas.
Ahora, ¡SILENCIO! —exclamó por el micrófono dejando luego una perfecta calma sin sonidos.

Urpia Obsicorvo, que así se llama la directora, tiene métodos no muy ortodoxos para aplicar el orden en su escuela. Llevaba el revólver generador de sonidos de disparos que era 100% eficaz y dejaba a cualquiera enmudecido por el susto con sus disparos inofensivos.

Bien, así me gusta. Juventuz, escuchaz atentamente a los visitantes que han llegado a la escuela para hablar de todo lo que han estudiado al finalizar sus estudios de secundaria —Urpia dejaba fluir su voz con un tenue eco que llegaba hasta las esquinetas más alejadas del salón—. Pero antes de escuchar a nuestros cinco oradores, deberéis cumplir ciertas normas: Primero, no quiero ruidos ni cuchicheos hasta que acaben todas las charlas. Segundo, no quiero ver luces ni aparatos electrónicos encendidos. Y tercero, nada de muecas ni siestas inoportunas.

La mayoría de los sumnongles cumplieron esas cuervinormas y escucharon las charlas de los dos primeros oradores. Ambas eran aburridas pero soportables. Urpia se había escondido en la oscuridad del escenario vigilando a los pupilos hasta que llegó el momento de presentar al tercer conferenciante.

Ya hemos escuchado las valiosísimas charlas sobre el chucrut y el vuelo yóguico que tanto os ha gustado —mencionó la directora adornando sus palabras—.  Y ahora os presento al siguiente invitado: Es un joven doblemente licenciado en Traducción e Interpretación, además de ser también intérprete jurado y un políglota que habla muchos idiomas. Con ustedes, ¡Michelele!
Hola, soy Michelele Redorado y tengo muchas cosas que contar.


El joven parecía algo intranquilo, pero Urpia se hallaba a su lado para absorberle todo su nerviosismo.

—Michelele ha estudiado mucho y muy duro durante toda su vida. Oh, ¿de dónde eres, Michelele? —cuestionó mirando con sus ojitos negros de boliche al sumnongle.
—Soy de Belén. Uy, quiero decir, del Centro —respondió un poco angustiadete.
—Aaaah, del Centro… ujum. Oh, tientes una lámpara encima de la cabeza —señaló Urpia a la cabeza del muchacho al percatarse del extraño «sombrero» que llevaba.
¿Qué? ¡Ah!, no me había dado cuenta. Es que estoy nervioso y a veces me pongo a hacer cosas sin sentido —el sumnongle se quitó la lámpara al instante y se enrojeció como el agua de una piscina a la que se le ha aplicado invertir colores en un programa de edición de imágenes.
Pues, Michelele, como siempre digo a mis estudiantes, para recuperar la calma hay que seguir unos pasos —Urpia miró al público y como una payasa de la tele nos indicó que hiciéramos esos dichosos pasos—: Primero, respiramos lentamente llenando nuestros pulmones. Segundo, soltamos lentamente todo el aire acumulado, y tercero, pensamos en un valle blancuzco, acogedor y alegre.

Michelele hizo lo mismo y por fin halló la paz que necesitaba. La directora se apartó de él para dejarlo a solas con el micrófono ante las miradas de cientos de adolescentes aburridos. El pudor en su organismo se desvaneció como el polvo en el culo de una figurita de porcelana al ser sacudida por un plumero. Michelele inició su charla bajo la luz del foco y con todo el ánimo del mundo planetario.

Bueno, os voy a contar mi historia académica…

En media hora, Michelele escupió todo el palabrerío que tenía retenido en su menteh. Muchos alumnos escucharon gustosos la espectacular charla. Otros, sin embargo, prefirieron mirarse la porquería de sus uñas.

—Gracias, Michelele, por haber compartido tus vivencias con la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar. Tus estudios seguro que servirán de referente para muchos alumnos que no tenían claro qué profesión ejercer cuando sean mayores —con una amplia sonrisa de agradecimiento, la directora se reunió de nuevox con el chico en el centro escénico.
De nada. Me alegra saber que he podido ser de gran ayuda —expresó con sinceridade.
—Fantástico. Michelele, es cierto que te vas a Corea del Sur a representar a nuestro país en el International Gossip Forum.
—Sí, es cierto. Me iré en agosto.
—Pues, como me has contado antes que necesitabas que alguna institución te subvencionase con algún atuendo especial, esta escuela se ha encargado de conseguirte el chambergo y la pajarita oficial de El Diptongo de Coser y Cantar, para que puedas lucirlos en el lejano oriente —adoptando una postura de enseñadora de cosas, la directora mostró a Michelele los accesorios que se ubicaban detrás de él.
—¡Qué bien! Muchísimas gracias, señora Obsicorvo, se lo agradezco de todo corazón —Michelele sonrió como una banana masajeada.
—Cracracracra —la directora soltó una risita de cuervo y luego volvió a dirigirse a su público estudiantil—. Estudiantes, os dejo la total libertad de preguntarle a Michelele cualquier cosa que se os ocurra, siempre y cuando esté relacionada con todo lo que os ha contado.
—Yo tengo una pregunta —dijo Grongo alzando su brazo rechonchete—. ¿Cómo se dice en coreano quiero comer patatas a la importancia con gallinejas?
Pues… —Michelele, dubitativo, no esperaba que le preguntaran ese tipo de cosas.
—Tú cállate, tolay, que lo mío es más importante. ¿Cómo se dice en suizo morenita con estilo ♥? —cuestionó una lady de barrio.
—Pero en suizo…
—¡Señor Michelele!, ¿cómo diría usted Amanda, yo te I love you en chino auténtico? —grito un corpulento sumnongle desde una misteriosa butacah.
—Ehm…
—Oye, Michelele, ¿te quieres casar conmigo o con mi hermana? —intervino una hembra muy acalorada.
—Joder, ¡quería preguntar yo! —la masa de estudiantes se convirtió en un gallinero loco donde no se respetaban los turnos para preguntar.
—¡SILENCIO! —la directora, más irritada que al principio, sacó nuevamente su arma (que no hace agujeros) y disparó tres veces hacia el techo provocando un intenso estruendo. Los alumnos respondieron con un chillido de susto e incluso hubo dos chicos gordos miedicas que huyeron horripilados derramando lágrimas de ansiedad.
Así me demostráis que es IMPOSIBLE que hagáis preguntas. Bueno, Michelele, ¿quieres decir algo antes de bajar del escenario?
Sí. Me gustaría, si es posible, poder cantar el estribillo de una canción coreana llamada Bom Lover que mola mucho —pidió tímidamente.
¡CLAROOO! Si es que una conferencia sin canciones de por medio es un rollazo inaguantable. Vamos, el micrófono es todo tuyo.

El entusiasmado Michelele, alumbrado por un foco púrpura, dejó que su voz amenizara a los jóvenes inquietos, a pesar de que nadie iba a entender la letra.

꽃들이 화려해요
꽃들은 냄새가 있어요
저는 고추장이랑 먹어요,
너무 맛있기 때문이에요 
♫.

Una ovación inundó el salón de actos justo después de oírse la última palabra cantada a cappella por Michelele. La directora le dio dos besos, uno en cada mejilla (sin mejillones) y lo despidió educadamente mientras el público seguía aplaudiendo sin parar.

Yo pude distinguir cómo el sumnongle abandonaba la sala, sonrojado, pero con una poderosa sonrisa de satisfacción en su cara. En una mano cargaba una bolsa, en cuyo interior había metido los atuendos que la escuela le concedió más la lámpara que llevaba puesta sin darse cuenta en la cabeza.

—Michelele, espera —pedí al nene que se alejaba por el pasillo.
—¿Sí?
—Quería hablar contigo; las charlas que dan ahora son caca de pulpo y me aburren.
—Ah —emitió sin saber qué contestar.

No quería aburrirme otra vez oyendo blableríos sosos, por eso me escapé del salón fingiendo tener ganas de ir al baño. Además, pronto iba a comenzar el recreo y no quería renunciar a él.

—Michelele, ¿tienes prisa? —pregunté educadamentosamente fuera del salón.
—No, no. ¿De qué quieres hablar?
—De nadah.
—Ah —dijo extrañado.
—¿De verdad sabes hablar tantos idiomas?
—Sí.
—¿Cómo lo consigues? —cuestionamos deseosos de conocer su método de aprendizaje.
—Estudiándolos con esfuerzo y usando reglas mnemotécnicas.
—¿Y has ido a todos esos países que has mencionado?
—Claro —afirmó contento.
—Nosotros estamos sorprendidos. Puedes enseñarme miles de cosas sobre los individuos de otras partes del globo y hablar todas sus lenguas.
—¿Quieres saber algo en concreto?
—Ahora no se me ocurre nada —nuestro diálogo se atascó por unos segundos hasta que mi cabeza sacó a la luz otra duda que quería resolver—. Ah, ¿qué es lo que van a hacer en el International Gossip Forum de Corea?
—Vamos a cuchichear en inglés sobre los problemas más significativos del planeta y cómo solventarlos mientras comemos kimchi.
—¿Kimchi? ¿Eso es un muñeco?
—No. Es un plato hecho con col china fermentada. Puede ser muy picante y es parecido al chucrut —explicó Michelele.
—Algún día lo comeré con la mano derezza. Y aparte de estudiar idiomas, ¿hay alguna otra cosa que te guste hacer? —volví a preguntar muy intrigadis.
—Sí, dibujar manga. Quiero hacer un manga de una historia mía, pero creo que me va a costar mucho —a Michelele le centelleaban sus ojitos llenos de sentimientos tras sus gaffetas.
—¿Y cuál es el nombre de ese manga?
Quítate, que no hay nadie. Trata de una pájara de las nieves que vive en una montaña. Ella se va por el mundo recolectando esferas y esquivando los golpes que Esmirgah, una señora malvada, le propina cada dos por tres con su piruleta gigante. Cuando la pájara consigue reunirlas todas, se las entrega a una duende llamada Nanacua para que con ellas evite el despertar de Zumatrix, la drag queen que traerá la fiesta maldita al planeta. Y luego… Oh, espera. —Michelele relataba animoso la sinopsis de su historia hasta que notó que un pequeño aparato empezó a pitar en su bolsillo. Parecía que ocurría algo importante~.

Michelele se alejó por la entrada del pasillo como si buscara algo. El sonido de su pequeño chisme le indicaba que algo no andaba bien. Yo esperé como una columna griega en un templo de Egina, pero no por mucho tiempo. No quise aguantar más de cinco minutos en el mismo sitio, así que me fui a pasear por la primera planta. En ella no ocurría nada interesante: los alumnos de cursos inferiores seguían en sus aulas ansiando que el recreo iniciara su pequeña pero preciada vida.

Por uno de los pasillos pude distinguir unas manchitas en el suelo de color mostaza, que olían a mostaza y… sabían a mostaza (mostaza dulce, jujujú). Al seguirlas me topé con una enormidad oronda comprimida en un cuerpecito ahuevado. La criatura estaba relajada en el suelo y sobre ella volaba un satélite pringoso. No conocía para nada a ese ser, pero me daba curiosidad saber quién era y por qué tenía una correa.


—¡Iiiiiiiiiiiiih! —emitió el señor de rostro complacido.
—¿Perdón?
—Nada, nada,… —dijo con una voz fañosa.
—¿Eres el padre de un alumno?, ¿o eres uno de esos odiosos intrusos que se cuelan en la escuela solo para comer en la cafetería?
—Verás, yo no soy nada de eso. Yo soy docente en una universidad —declaró presumiendo.
—Pues nunca he visto a ningún docente con una correa atada al cuello. ¿Por qué la llevas? —interrogamos desconcertados.
—Mmmm… Si te lo dijera, tendría que matarte. Estoy haciendo una misión especial.
—Ojó.
—Oye, ¿quieres pasar la PAU con buena nota y sin estudiar? Yo haré que la apruebes si me das a cambio una docena de tartas, ¿qué te parece? —propuso con tono incitador.
—¡AHÍ ESTÁS! Maldito balón con patas —Michelele apareció de repente y se dirigió a lo que tanto estaba buscando.
Estimado, baje esos humos, que no hay motivo para enfadarse, ¿verdad?
—¡Cállate! Te dije que me esperaras al lado de la maceta, pero no lo has hecho. Eres una mascota desobediente —reprendió al señor manchado.
Estimado, yo tenía unos asuntos muy importantes que… —dijo intentando excusarse.
¿Qué dices Bondiguil? Te has ido a la cafetería a comerte unos perritos calientes con mostaza. No hay nada más que ver los manchurrones que tienes… ¡Y estás más gordo que antes!
—¿Bondiguil es en realidad tu mascota? Yo quiero tener una mascota igual pero más delgadada.
No te lo aconsejo. Bondiguil solo me trae problemas, además ha ensuciado el satélite que orbita en torno a su cuerpo y que lo vigila todo el rato para que no se escape. Por eso me empezaba a pitar el odioso chisme, porque te has cargado la cámara del satélite, ¡y ahora ya no puedo localizarte! —Michelele dirigió sus últimas palabras a Bondiguil. Estaba muy enfadadus.
Solo fue un tentempié, yo iba a volver al mismo sitio en donde me dejó.
Ya, claro… Oh, ¿y qué veo? No has repartido las tarjetitas como te había pedido que hicieras, ¡y encima las has manchado!
Eso no es cierto, yo las he repartido todas, estimado —aseguró sin mucho convencimiento.
Pero si las tienes todas en la mano derecha —indicó hastiado.
¡Iiiiiiiih! —gritó cual ratita trillada.
Te dije que las repartieras a los estudiantes cuando entraran al salón de actos, pero no lo has hecho. ¿Ahora cómo pretendes que me publicite? Así no conseguiré alumnos para mis clases de coreano —Michelele acuchillaba verbalmente la irresponsabilidad del gordinflón—. Inútil, este mes solo comerás obleas.
¡Iiiiiiiiiiiiiih! Esos mocosos son odiosos. Yo intenté darles las tarjetitas, pero ellos lo único que hacían era reírse y reírse. Insolentes… si siguen así… ¡AQUÍ VOLARÁN LOS CENI…! —encrespado, Bondiguil se meneaba como el wabba-wabba.
¡PARAPUSPI-PARAPUMPI-TRUM! —exclamó muy fugaz.
—¿Qué es eso que has dicho, Michelele?
Es una palabra especial que anula la extraña habilidad de Bondiguil. Estuvo a punto de efectuarla.
—¡Yo quiero verla!
—¡No! Es muy peligrosa. Salen ceniceros volando de todas partes y pueden golpearte.
—Estimado, así, rápidamente, ¿podemos ir a comer unas carnitas guarrindongas?
—¡Ni de coña! —negó de manera cortante.

Yo me aparté un poco de Michelele y su mascota que fingía ser docente. Necesitaban un poco de intimidá para discutir sobre el asunto de las tarjetas no distribuidas y otras negligencias.

En el mismo pasillo de la primera planta, cuyo suelo es cuadriculado y encantador, yo percibí un cambio en la iluminación. Una de las ventanitas comenzó a brillar de un color azul océano pacífico al mediodía. Por fuera de ella, una forma humana femenina apareció con un semblante siniestro a contraluz y con algo que decir.


—Hola, pequeño ser. Me llamo Zúlidre —se presentó con una voz mística.
—Hola, Zúlidre. Esta ventana no es un espejo mágico, no puedes aparecerte así como así. Los nenes necesitan ver el exterior, no maniquíes de colores —le notifiqué con rectitud.
—Pero yo he venido desde un lugar de la atmósfera para comunicarte algo, no para aparecerme así sin más como un fantasma.
—¿Y qué quieres decirme?
—Yo soy traductora, y puedo enseñarte todos los idiomas que sé. Todo el mundo dice que soy más eficiente que ese tal Michelele —vituperó la aparición de cachetes con colorete.
—¿Ah, sí? Me das yuyu, pero quizás decida algo sobre si ser tu aprendiz o no.
—Excelente… Vaya, siento una vibración. Es mi amiga Lunera. Su fiesta mensual no ha salido bien y ahora está muy enfadada. ¿Me dejas un poco de extracto de pasiflora para suavizar su mal humor? —pidió mostrando una expresión oscura pero afable.
—Emmm… no tengo…
—¿No tienes? Eso es como no tener corazón. Deberían de asesinarte por ello.
—¡Zúlidre! No vengas a molestar, por favor —dijo Michelele al ver a la supuesta traductora.
—Agh, Michelele… Yo me evaporo de este sitio. Adiós —se despidió repelida antes de que Michelele llegara a la ventana.
La chica misteriosa se esfumó como una pelusa en el ojo de un huracán. Michelele me confirmó que Zúlidre no estaba tan cualificada como él y que por ello intentaba robarle las oportunidades de triunfar como traductor o profesor de idiomas.

Luego la alarma sonó, y todos los sumnongles que no estaban en la conferencia salieron poco a poco de las aulas para disfrutar del inicio del recreo.

—Bueno, encantado de conocerte. He de irme ya que tengo cosas que hacer.
—Vale, Michelele. Dame una tarjetita con tu correo electrónico, aunque esté pringada, por si algún día me da por pedirte que me traduzcas ciertas cosas que escribo en internet.
—OK… —afirmó poniendo una mueca difícil de identificar.
—Estimado, anímese y vayamos a comer Ya sabe que hay que llenar los estómagos.
—De eso nada. Tú solo comerás obleas en lo que queda de mes —repitió contundente.
¡Iiiiiiih!
—Para de patalear, que pareces un crío consentido.
—¡Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiih! —Bondiguil parecía bailar el claqué del resquemor.
—¡No para, no para! —dije yo contemplando el jaleo a dos metros de distancia.
Si no nos vamos a comer ¡AQUÍ VOLARÁN LOS CENICEROS! —gritó rabiossoh mientras pellizcaba con mucha fuerza a Michelele en el brazo para impedir que frenara el fenómeno.
¡PARAPUSPI… AAAAAH! —chilló Michelele por el dolor.
—Oh, Buda…

Michelele no pudo recitar sus palabras anticeniceros para desactivar el ataque de Bondiguil por culpa de su grito de sufrimiento. Inevitablemente, del espacio circundante a nosotros, aparecieron de la nada cientos de ceniceros que volaban fugaces como balas y chocaban con todo lo que se interpusiera en su trayectoria. Michelele y yo nos agachamos para no ser víctimas de la supernova cenicerezca que había provocado Bondiguil. Pero hubo un alumno violáceo y distraído que se convirtió en una de las víctimas.


—¡AAAAAAH! —Basilión Tronchacocos había recibido el impacto de un cenicero en su sólida frente. No pudo evitar gritar de dolor.
—Ay, ¡estos ceniceros huelen mal! —Gleo, el niño tóxico, se protegía tras su carpeta con miedo a recibir leña.
—¡Bondiguil! Mira lo que has hecho. ¿No puedes cerrar la boca para no generar follones? —Michelele se levantaba del suelo con cuidadín mientras regañaba al sumnongle.
—Aaaaaah… —Basilión se pasaba la mano por su frente lastimada. Todos los ceniceros habían caído y ya no había nada más que esquivar. Luego alzó su cabeza con pinchos para averiguar quién fue el culpable lanzador de ceniceros—. ¡Gordo! ¿Fuiste tú el que tiró todos estos putos ceniceros? —gritó el chico amoratado que se hallaba a unos ocho metros de Bondiguil.
—¡Iiiiiiiiih! —chilló con esa inaguantableh voz aguda.
—¡Foca, te voy a quitar la tontería cuando te MATE!
—¡Bondiguil, huye! Ese chico es muy peligroso y te matará si te pilla. Además, lleva una navaja y rajará a todo aquel que te defienda —avisé al obeso de lo que le pasaría.
—Mmmm… Estimado, ¿qué hacemos? —preguntó estresado.
—En menudo lío te has metido. No queda otra que correr en busca de ayuda.

Michelele no quería arriesgar la vida de su mascota y mucho menos la suya. Por eso huyó conmigo hacia la planta baja mientras arrastrábamos al gordo para que se moviera más rápido. Yo les quise dirigir a la salida de la escuela, pero nos pillaba más cerca la puerta de atrás, por donde entran los alimentos para llevarlos al almacén. Ganamos algo de tiempo, pues el peligroso Basilión sorteaba con dificultad los ceniceros del suelo como si fueran minas.

Ya abajo, Michelele, Bondiguil y su satélite se metieron en el almacén de la cafetería porque el camino hacia la salida de atrás estaba cerrado, pues dos niñas muy malas habían puesto en él un listón de madera con un amenazante clavo incrustado y apuntando hacia arriba, listo para que algún incauto lo pisara. Lo peor era que el listón se camuflaba con el suelo y no se podía distinguir. Para que nadie se hiciera daño, algún bienhechor precintó la zona para evitar disgustos de color rojo sangre (aunque habría sido más lógico quitar el jodido listón).

—Eh, Michelele, ¡no te metas ahí! —le advertí desde la esquina en donde me había ocultado. El almacén no era un lugar seguro.


O seguía a Michelele o me quedaba a merced de las torturas del bestia de Basilión. Preferí seguir a Michelele.

Dentro del almacén, cuyas puertas casualmente se encontraban abiertas, Michelele y su mascota andaban en busca del interruptor de la luz sin llegar nunca a encontrarlo.

—Yo solo quería dar una charla y luego irme a mi casa. No quería estar escondiéndome de un niñato con navaja al que mi mascota golpeó con un cenicero por no haber sabido controlarse.
—¡Iiiiiiiiih!
—Cierra tu puta boca o si no te dejo fuera, que al fin y al cabo es a ti a quien quieren matar —Michelele estaba demasiado crispado.
—Silencio los dos. Intentaremos salir por el comedor en busca de un profesor que nos ayude. Pero rápido, Basilión puede entrar aquí en cualquier momentote.

En las tinieblas del almacén de comida, encontramos un rayo de luz que salía de una bombilla melancólica que parecía estar siempre encendida. Iluminaba una mesita con un lata de berberechos muy preciosé~.


Estimado, ¿me deja saborear un poco alguno de estos manjares? —Bondiguil no podía aguantar sin saborear las tentaciones culinarias de olores agrios y amargos que reposaban en los estantes. No parecía ser consciente de la peligrosa situación que estaba viviendo.
No, ¿es que solo piensas con la barriga? Prefiero que busques la puerta hacia el comedor, si es que de verdad quieres salir ileso.
—No comáis nada de aquí, esta parte de la despensa está llena de alimentos caducados —aconsejé a los visitantes.

Merodeando entre sacos y cajas sin la luz suficiente para ver por donde pisábamos, perdimos el tiempo sin encontrar la otra puerta. Mientras tanto, Bondiguil se deleitaba por los ojos con un muñeco de nieve elaborado con grasa pura. Bondiguil parecía salivar hasta por las pupilas mientras acariciaba la caja del alimento inundado en un líquido sospechoso.

No, Bondiguil, eso no se come. Quita tus apéndices digitales de ahí —ordenó a su mascota glotona.
Estimado, déjeme probar un trocito, que seguro que está muy bueno, ¿verdad?
Me sacas de quicio.
¡Quiero comer! ¡Iiiiiiiiiiiiiiiiih! ¡Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiih!
—No hagas ruido, albóndiga. Gritas más con la i que José Isaí.
¡QUIERO COMER! ¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIH! —su gula salvaje necesitaba ser saciada.
¡PARA! —gritó muy cabreado.
¡¡¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIHHHH!!!

Los grititos estridentes del frustrado Bondiguil eran cada vez más intensos y taladradores. Llegó hasta un punto en que causó un devastador chorro de ultrasonidos que dañaba los tímpanos. Un terrible percance sucedió por culpa de los intensos decibelios de su voz: había hecho estallar la lata de berberechos del centro del almacén.

¡AAAAAAAAAH! —chillamos todos.

Docenas de berberechos podridos salieron disparados de la lata que había explotado como una bomba. Bondiguil y yo estábamos protegidos por las cajas y otros prismas de cartón. En cambio, Michelele… él no pudo librarse de los apestosos grumos marinos. Parte de la masa de bivalvos cayó sobre su cuerpoh. Se ensució todo, pero al menos no sé cortó con los trozos de metal.


—¡Qué pestazo! —mencioné tapándome la nariz—. Uy, así con esas manchas y ese color de piel, me recuerdas a mi amigo Yonson Marcelo, chururú~.
—Estimado, ¿le traigo una toballa para que se limpie? —Bondiguil perdió el apetito tras oler uno de los hedores más asquerosos provocados por un organismo muerto.

Michelele estaba paralizado en la oscuridad. Cuando pasaron dos minutos, el traductor empezó a quitarse los grumos de mierda marina mientras refunfuñaba de la pesada rabia que sentía. Yo apreté mi narizuela para dejar fuera el manto oloroso que quería invadir mis pulmones.

No fui capaz de quedarme allí por más tiempo. A pesar del los ruidos que hubo en el almacén donde nos escondimos, no fuimos detectados por ningún oído u ojo cercano, ni siquiera Basilión pasó cerca.

Fue imposible despedirme de Michelele: olía tan mal que no quise estar ni a tres metros de él. Pero al menos pude ver desde una ventana cómo salía de la escuelita escoltado por la directora, que le había ayudado a desberberecharse. Bondiguil lo seguía detrás de él, junto a su inservible satélite, con un perrito caliente en la mano y sin haber sido golpeado, apuñalado o triturado por mi odiado compañero Tronchacocos.

Hoy ha sido un día movidito, incluso para el servicio de limpieza, que se tuvo que encargar de recoger ceniceros por los pasillos y de limpiar berberechos en el almacén. Nunca había conocido a un ser que pudiese crear, aparte de ceniceros a partir de la nada, tantos problemones… Tal vez debería de plantearse vender sus ceniceros.

Menos mal que mis ambientadores contrarrestan el tufillo a concha moribunda que emana mi ropa. Espero no perturbar mañana el ambiente inodoro de las aulas como hice hoy por culpa del ligero hedor que desprendía… Cuando me despierte me ducharé y me enjabonaré bien otra vez por si acasox.

Bueno, me voy a dormir. ¡Hasta la próxima, fétidos!

07 junio 2011

Reuniones importantes en el patio

Estoy empezando a sentir los gusanillos del veraneo que reptan por mi cuerpo hasta mi jugoso cerebro. Las clases se acaban y mi felicidad estival renace.

Como todos los días, me volví a encontrar a Maselillo en clase. Ambos estuvimos toda la primera hora cuchicheando como un cubo lleno de urracas miopes. Incluso en la segunda hora, seguimos con nuestra discreta charla sin que nuestra tutora nos llamara la atención. En realidad todo el mundo iba a su bola (o esphera), incluida la tutora. Además, ella nos ofreció unas dibujos fotocopiados para colorear con la magia de las ceras de colores sin olores. El único inconveniente de esa actividad artística era que los dibujos coloreables que nos había repartido eran de cebras y pingüinos. Los alumnos se sentían frustrados y algunos de ellos, como Little Aurora, suplicaron al círculo cromático divino e inexistente una solución rápida para colorear a esos animales en blanco y negro. Muy pocos lo consiguieron.

Nosotros encontramos más interesante ver lo que Don Supergordo maquinaba. Nos referimos al sonrosado y siempre obeso Grongo, que dejaba rebosar sus graciosas grasas por los bordes de su asientox.

—Grongo, es hora de adelgazar ¿no? —le sugerí con una voz infrasónica.
¿Uff, qué? —preguntó alarmadou.
—Hola, Grongo, te he dicho hola —mentí afirmándole que le había dicho hola.
¿Seguro?
—Tan seguro como que Maselillo siempre sonríe.
Yo no estoy todo el rato sonriendo —comentó bajando las comisuras de su sonrisa un poquitu.
—Vaya, qué decepción… Consideraba tu sonrisa el rasgo más característico de tu (vulgar) personalidad —volví a dirigirme al rubio gordo, que llamó mi atención con lo que estaba haciendo—. Oye, Grongo, ¿por qué estás sacando esas frutas de la mochila?
Porque no quiero que se me aplasten por el peso de mis revist… libros —respondió nervioso.
—Yo pensaba que tú solo zampabas caramelos, pasteles y las carnes rojas que coronan la pirámide alimenticia.
¿Qué dices? Yo como de todo. Soy un chico muy sano —confesó abriendo mucho sus ojos.
—Pues aquí huele a que estás haciendo dieta porque tienes sobrecarga de lípidos —expresamos convencidos de que Grongo se había puesto a régimen.
No, no, no, te equivocas.
No te pongas plasta, por favor. Deja que coma lo que quiera —me recomendó Maselillo colocando su manita en mi hombro—. Sin embargo es cierto que hasta hace unos días, siempre traías dos croissanes, cinco bollos de chocolate, dos bolsas de patatas fritas, gominolas y una botella de refresco, ¿no es así? —recitó el chaval con rectitud como la de Calatayud.
—Tienes bien memorizzato su menú —dije sorpredidә.
Es que de tanto verlo pues se me queda grabado —Maselillo sonrió tímidamente.
Pues sí, estoy haciendo dieta, ¿algún problema? —Grongo se puso a la defensiva.
—Ninguno, colega~.
Mis padres me han obligado a adelgazar.
—Necesitas bajar unas toneladas —hablé con una voz tan tenue y floja que no fue oída ni por los fantasmas de mi boca.
Pero no me hace falta; yo, en realidad, no tengo grasa. Mi madre dice que lo que tengo es una sustancia que mi cuerpo saca de la comida que como. Se me acumula como si fuera grasa y hace que parezca gordo, pero no es así. Y cuando cumpla dieciocho años, mi cuerpo absorberá esa sustancia y me quedaré delgado y musculoso. Pero, para que mi cuerpo haga todo eso cuando sea mayor de edad, tengo que comer frutas y yogures para que activen las hormonas de la absorción —explicó Grongo serio.
—Menudo relato de ciencia ficción te ha soltado tu mami. Ahora entender porqué suspendiste biología —con una risita de anchoa, concluimos nuestro comentario sobre la ridícula historia de Grongo.
¡Shhh! Estoy hablando. Luego, cuando sea muy fuerte, todas las chicas que me vean se enamorarán de mí. Y un día, dejaré a una embarazada y ella se convertirá en mi esposa, y me querrá mucho y me hará todos los pasteles que quiera.
—Por supuesto, Grongo. Te harás fuerte y todo eso… —tuve que soltar un sarcasmo SÍ O SÍ —. Aunque también puedes enfermar de artrosis, sufrir insuficiencia cardíaca y convertir tu sonrosada piel en un territorio lleno de estrías.
¡Cállate! Tú espera y verás cómo pierdo mis kilitos dentro de unos años. Oh, me falta sacar el limón.
—Grongo. ¿Por qué te han dado un limón para merendar?, ¿tu madre te odia? —cuestionamos cítricamente.
¡Que no! Sabe muy… rico —Grongo se giró para sacar la última pieza de su merienda que quería rescatar de su pesada maleta.
¿Por qué te dan un limón? Si yo fuera tu madre, te habría dado una mandarina, que son más buenas.
—Calla, Maselillo, que yo quiero ver cómo lo chupa —nosotros murmurábamos a espaldas de Gorngo, que no nos oía pues gemía incómodo retorciendo su cuerpo en la silla par acceder a su mochila que reposaba tras él.
¿Te has fijado? Las frutas parecen de mentira. Mira, tienen como una apertura.
—Es cierto. Vamos a investigaaarg —percibimos que las frutas parecían ser falsas. Con destreza y rapidez, confirmamos que las frutas no eran más que envases de plástico que ocultaban alimentos cárnicos y dulces. También había un yogur cuyo contenido no era precisamente lácteo (o sea, de las ubres de una vacca)

El chico revolvía su cavernosa mochila con el bamboleo de sus manitas. Estaba agobiado por no encontrar su cítrico amarillo. Cuando su cabeza volvió a estar por encima de todo su cuerpo, y su cuerpo volvió a recobrar la postura de una persona sentada, observó su mesa y notó que sus frutas habían sido violadas a sus gruesas espaldas. Grongo se quedó de piedra como el estatus de una estatua: habíamos descubierto los verdaderos alimentos de su merienda. Y para colmo, su limón, que era también de plástico, contenía caramelox en su interiore y accidentalmente se abrió mostrando sus golosas entrañas.


Ufff… Qué mal rollo —musitó inmóvil y sudando como un cerdo.
—Ay, Grongo, ¡has sido capaz de meter una salchicha dentro de un plátano de juguete! —elevé la voz debido al asombroh.
Mumumumu.
No grites… Oye, lo que hay dentro de ese yogur es… —dijo Maselillo curioso.
—Huele y parece chorizo cortado en trocitos.
¡Dejadme! La dieta de frutas y verduras es un asco. Por eso les pedí a mis padres que me dejaran los lunes para comer lo que quisiera.
—Hoy es martes…
Mumumumu…
—Grongo, estoy hasta el gongo, deja ya las mentiras. Tus padres fijo que ya no te dejan comer esas cosas, si no, no las estarías escondiendo en cápsulas frutales.
Mumumumu.
Tranquilo, Grongo, no le hagas caso. Yo te puedo ayudar con la dieta. Estoy aquí para lo que necesites —el sonriente Maselillo enviaba su mano hacia el hombro del gordinflón nervioso para darle palmaditas de ánimo.
—Un gordo ofreciéndose a ayudar a adelgazar a otro gordo. Esto es de lo que no hay.
¡MUMUMUMUMU! —Grongo se enfureció y descontroló sin levantarse de su silla.
—¡Cuidado Maselillo, que te muerde! —grité al incauto de Maselillo.

Maselillo y yo nos retiramos y volvimos a nuestros asientos sanos y salvos ¡Y SIN MORDISCOS EN NUESTRAS CARNES! El maldito Grongo, cuando se pone nervioso, muerde, muerde que no veas. ¿Por qué oculta la comida que le gusta dentro de su opípara merienda vegetal y saludable?, ¿sus padres controlan lo que lleva a clase? No me interesa saber… Ese niño seguirá zampando porquerías, saltándose las dietas y fugándose de la Gordizona. Ya le llegará la hora PATITIESA.

En la clase había tanto barullo que casi nadie había reparado en nuestra tensa escenita con Grongo y su falsa meriend~.

—Puñetero sumnongle zampabollos… usa su boca incluso para defenderse.
—Es que no parabas de meterte con él —sentenció Maselillo—. Por cierto, ¿cuándo me vas a explicar qué es sumnongle? —preguntó animadou luego.
—¿Por qué quieres saberlo? —me asombré yo al escuchar esa inesperada cuestión.
Porque tengo curiosidad, lo dices muy a menudo. Venga, ¿qué es sumnongle?
        —¿Qué es sumnongle? Dices mientras clavas en mi globo ocular
        tu ojito negro y pequeño.
        ¿Qué es sumnongle? ¿Y tú me lo preguntas?
        Sumnongle… eres tú —recité cual poeta de jardín.
¿Qué? —Maselillo arrugó su cara expresando extrañeza.
—¿Cómo puede ser? ¿Acabas de decir sumnongle? —una voz femenina y aguda resonó con tono sobresaltado.
—Sí, lo he dicho.

Tulma merodeaba entre las mesas y había escuchado con su oído de sabihonda nuestra conversación.


—¿De dónde has sacado esa palabra?
—De mi mente, me la he inventado yo.
—Jojojo, sí, claro, y también has descubierto el ununoctio, no te jode…
—¿Estás envidiosa de mi vocabulario inventado?
—Imbécil, ese vocablo no te lo has inventado tú —respondió agresiva.
—No lo he visto ni oído en ninguna otra parte —aseguré diciendo la verdad.
—Ya, claro...
—¿Y qué significa sumnongle? —intervino Maselillo más intrigado que antes.
—Que te lo explique la persona que lo inventó, que lo sabe mejor que nadie —dijo sarcástica refiriéndose a MÍ.
—Déjanos en paz, Tulma. Vete a saciar tus vicios con la calculadora en una esquina.
—Y vosotros evolucionad, primates, que no se puede ir promoviendo la gilipollez de esa manera tan indiscriminada —Tulma se largó despidiéndose con una sonrisa prepotente.
—Mira, ¡me ha insultado a mí también y sin decirle nada! —expresó ofendidete.

Terminó la hora y luego la siguiente. Durante todo el tiempo que hubo entre el momento Tulma y el inicio del recreo, mi mente dudaba sobre la originalidad de la palabra sumnongle. Tulma se las da de sabelotodo y a veces presume de saber cosas que no conoce. Pero reconozco que mi mente es a veces como una torre de mantequilla en agosto: derretida y nada consistente, los datos se escurren o se distorsionan. Algún día Maselillo sabrá exactamente qué es un sumnongle y puede... que yo también. Y yo que pensaba que la palabra me la inventé yo…

En la media hora del recreo me puse a pensar en cosas NO RELACIONADAS con la merienda falsa de Grongo ni con los conocimientos de Tulma. Me puse a pensar sobre cómo pasar bien el verano, y se me ocurrió crear un grupo de búsqueda de Poesía. Y eso fue lo que hice, pues la charla que mantuve con la madre de ese bebé desaparecido conmovió mi almita de capuchino. ¡Tenemos que hallar a Poesía como sea!

Sé que suena rara esta idea pero es una de esas cosas bonitas y altruistas que te hacen feliz² (al cuadrado).

—Maselillo, he pensado hacer un grupo de música. Bueno, en realidad sería un grupo normal, no de música, y su función no sería cantar, sino buscar a Poesía, el bebé desaparecido.
¿A Poesía?, ¿el hijo de tu amiga?
—Exacto. Pues sería ideal que Mamá Vegas y Ambrosio se unieran al grupo. Mamá Vegas es muy compasiva y fijo que se anima y Ambrosio era el compañero con el que más hablaba antes de que vinieras tú y le podré convencer para que sea uno de los nuestros —expliqué entusiasta a Maselillo.
¿por qué quieres formar ese grupo? No estamos especializados como la policia —Maselillo volvió a mirarme turulato.
—Da igual, para encontrarlo se necesita suerte, no experiencia.
No sé yo… —expresó con inseguridade.
—Bueno, ¿te animas? —le pregunté muy sonriente.
Vale…
—Pero necesitamos a más gente. Cuatro nenes es muy poco.
Podemos pedirle a Chéster que se una.
—Agh, es un pesado. Pero como se flipa mucho, lo más probable es que se motive a entrar.
Te estás tomando muy en serio lo del grupo, ¿no? —a pesar de haber aceptado crearlo, Maselillo veía esa idea un tanto absurda.
—¿Tú no?
Pues…

Maselillo andaba confundido pero hice lo que le pedí: Reclutó a Mamá Vegas, Ambrosio y a Chéster en un lejano muro del patio. Habían acudido también a la reunión Little Aurora, que acompañaba a Mamá Vegas, y Bruno, que iba junto a Ambrosio. Bruno y la Frussie eran sosos como un puré de agua sin patos nadando en él, pero al menos podían participar.

—¡Qué romántica es esta sombra! Dan ganas de regocijarse y acariciar a un perrito mientras tomo un batido de chocolate —Mamá Vegas se arrimaba gustosa a la paré~.
Qué bien, no voy a morir de una insolación —mencionó Little Aurora al refugiarse del Sol Solete.
Maselillo, macho, ¿no tienes calor? Siempre te veo con jersey —Chéster sintió sofoco ajeno en el cuerpo del nene rellenito.
Eh, yo puedo aguantar. Mira, Ambrosio lleva manga larga también.
Pero yo soy muy fresquito de piel —comentó Ambrosio.
Me aburro, ¿para qué nos has llamado? —Bruno bostezaba desganado.
—Os he llamado para anunciaros algo. «Aunque en realidad, a ti no te he llamado, Bruno», pensé.
¡Guau, colegas, parecemos un equipo de superhéroes! —a Chéster se le avivaban las mejillas por su imaginación.
—Chéster, ahora no —pedimos hastiados.
Yo soy el que puede estirar sus brazos como chicles, Little Aurora puede llenarlo todo de agua, Mamá Vega…
—¡Nada de supermierdas ahora!
¿Por qué has dicho lo del agua?, ¿no lo dirás porque soy sensible? —la joven se vio víctima de una supuesta burla.
—¡Hostia, joder! ¡A callarse todos a la vez, pardiez! Os he reunido para proponerles una cosita molto suculenta. 

El alegre grupo captaba mi mirada y escuchaba mi voz. Mamá Vegas, Chéster, Little Aurora, Ambrosio, Maselillo y Bruno iban a recibir un ofrecimiento hermoso.


—Maselines ¿ya estás suplicando amore? ¡No te compraré ningún bocata hasta que dejes esa rara costumbre de las manitas mimosas!
—¿Qué dices? —dijo arqueando su ceja.
—Ups, perdón, que me voy con los cerdos de Úbeda. Lo que iba a decir es… que os pido que hagamos un grupo de búsqueda para encontrar a Poesía.

Tras un breve silencio de incredulidad, Mamá Vegas habló para disipar la mudez de los allí presentes.

—¿Un grupo de búsqueda? Yo participaría encantada pero, ¿la policía no se lleva encargando de eso desde el año pasado? —preguntó llevándose el dedo a la boca.
—Sí, pero una ayuda más no viene mal.
—No me mola mucho esto —Bruno se quejaba con cara de fastidio.
—¿Que no te mola? Imagínate que se fuga el hámster que tienes en tu cabeza. Seguro que reunirías a la mayor cantidad de personas posible para buscarlo —intenté hacerle ver al sumnongle con una comparación qué tipo de sentimiento debería de tener.
Oye, ¡no es un hámster, es mi pelo! —gritó mosqueadox.
—Perdóneme, lindo mozo.
—Pues a mí me flipa, seremos el equipo busca-Poesía. Yo relataré nuestras aventuras en un libro y luego nos haremos famosos —comentó mientras se embobaba con sus deseos imposibles.
—¡LA FAMA VUELVE LOCA A LA GENTE! No lo entiendo —espetó Ambrosio sin saber por qué.
—Seremos como los tripulantes de un barco que va al rescate del bebé de una sirena. Oh, ¡YO ME PIDO SER EL LÍDER! —Chéster se ofreció fervoroso a ocupar un cargo inadecuado para él.
—No, Chéster, no te me desmadres más que de costumbre. Tú no serás el líder, lo seré ¡YO! —dictaminé tajantemente.
—¿Y si Poesía está muerto? En la tele han dicho que es una posibilidad —mencionó asustada Little Aurora.
—No digas esas cosas ni en broma.
—Vamos a parecer siete pringaos buscando algo que no se puede buscar.
—Yo no propondría buscar cosas que nunca se volverán a encontrar. Si hago esto es porque tengo sospechas sobre ciertos individuos.
—¡Oh, bendita perla!, ¿quiénes son? —Ambrosio cuestionó intrigado como siempre.
—Hay dos enanos bizcos, que deambulan por el parque de Maraguarrada, que se hacen llamar Zipulas. Uno es rojo como una fresa y el otro es azul verdoso como el dentífrico de menta. Creo que la poli pasa de ellos porque nunca los han detenido ni nada —relaté haciendo movimientos misteriosos de narrador con las manos.
—¿Quieres que los espiemos?
—No sería mala idea. Ambos son pedófilos y están obsesionados con los niños.
—Los pedófilos dan miedo. A mí me ponen nerviosa.
—Tranqui, Frussie, esos son tan enanos que los puedes ahogar con una de tus lágrimas.
—¿Pero tenemos que esperar a que hagan algo sospechoso? —preguntó Maselillo.
—Claro, esa es la misión. Nosotros los espiaremos discretamente para averiguar qué hacen exactamente. Si tenemos suerte, puede que encontremos alguna pista que indique que son los secuestradores o, Diosa no lo quiera, asesinos de Poesía. Entonces, ¿queréis participar?
—Yo sí, sususú. Quiero encontrar a ese pobre bebé, sus padres tienen que sufrir horrore —habló la sumnongle llena de misericordia.
—Mamá Vegas, eres la primera incorporada al grupo —anuncié contentis.
—¡Y yo! Yo quería meterme antes que ningún otro.
—Lo sé. Maselillo, eres el segundo afiliado.
—¿Entonces va en serio? —Bruno nos miraba incrédulo.
—El Capitán Chéster se presenta. Se dispone a ofrecerse en cuerpo y alm…
—Chéster ya está dentro —interrumpí al fantasioso de Chéster.
—¡QUÉ RÁPIDO CRECE EL GRUPO! ¡Yo quiero unirme también! Bruno, venga, anímate.
—Señor Lunicéfalo (o Ambrosio) se incorpora.
—Yo también, no quiero que me dejen apartada —Little Aurora se unió para no sentirse discriminada~.
—Muy bien, otra más.
—Joder, vale, yo también —a duras penas, Bruno se incorporó tras tanta dubitación.
—Perfecto, ya somos siete.
—¡SIETE, EL NÚMERO DE LAS NOTAS MUSICALES Y DE LOS DÍAS DE LA SEMANA! —el blanquito no pudo contener sus palabras.
—Exacto. Bueno, ¡queda constituida la Liga Antipedo! —concluí yo alzando las manos al cielo (donde las nubes se inflan y desinflan).

Algunos miembros de la Liga aplaudieron, otros sonrieron y otros no se movieron casi nada. Quise lanzar al aire alguna paloma blanca para celebrar el nacimiento de la liga, pero no disponía de ninguna en ese momento. Les tuve que explicar con delicadeza que la Liga Antipedo iniciaría su actividad en verano y que cada miembro del grupo trabajaría vigilando a los enanos Zipula en el parque un día a la semana. Los días se elegirían aleatoriamente usando una ruleta de plástico barato.

Yo dediqué unas horitas en casa para crear el símbolo oficial de la Liga Antipedo. Es un logo, o más bien un isologo, muy bonito y enmarcable que representa bien la causa de nuestro grupo recién nacido. ¿Os gusta?, ¿sí o no?

El recreo finalizó y los miembros del grupo retornaron a las aburridas aulas. Pensaba que iban a estar más entusiasmados por trabajar en la liga, pero, en fin, lo que importa es que al menos se han apuntado. No sé si conseguiremos algo pero al menos vigilaremos a esa pareja de enanos potencialmente peligrosa. Me vuelvo a preguntar porqué los policías no los han detenido como sospechosos del secuestro de Poe.

A última hora, el docente generoso que nos daba clase nos liberó unos diez minutingos antes. Los alumnos salieron disparados como escupitajos hacia la salida, querían respirar bajo el caluroso sol de la libertad. Yo, sin embargo, me distraje en un pasillo al ver a una señora de tetamen poderoso y cabellos dorados cual cerveza alemana. No era ni más ni menos que Milchiga Saftigetitten. Estaba parlando por teléfono.

Einverstanden, mein Liebling. In einem Minuten werde ich hier —la megapechugona parecía hablar con alguien que conocía muy bien—. Guck nicht dieses Video! —de repente subió el volumen de su voz algo inquietada—. Danke, ich liebe dich, auf wiedersehen.

Finalmente se despidió con dulzura e hizo clic en la tecla perfecta para que la llamada telefónica se muriera colgada.

—Hola, Fräulein Saftigetitten —saludé con educación cuando pasé delante de ella con lo poco que sabía de alemán.
¿Cómo sabes eso? ¡Es mi nombge agtístico! —preguntó alarmadah.

Milchiga me miró con cara de espanto. Parecía que me había pillado hurgándome la nariz con la pata de un cervatillo.


—Ah… ¿Sí? ¿Ese no es tu verdadero apellido?
¡No! Mi vegdadego apellido es Sonnenblumer. Soy Milchiga Sonnenblumer.
—Oh.
¿El niño gogdo desir algo sobge mí a ti? Ese niño gogdísimo, gubio y sudogoso —a Milchiga se la veía intranquila.
—¿Grongo Chu-depastel, el que se parece a un turista jubilado de tu país? Ese no me ha dicho nada.
¿Entonces cómo conoces lo de Saftigetitten? —me preguntó nuevamente al enterarse de que el gordo de mi clase no me había comentado nada sobre ella.
—Pues… por tus películas.
¿Tú también has visto mis películas pogno?
—Solo una —dije tímidamente.
Pego, ¿me vas a chantajeag? —preguntó intimidada.
—No, desde luego que no. ¿Grongo lo ha intentado hacer?
¡Sí! Me amenazó con decigle a directoga que yo trabajaba como actgíz pogno si yo no le dejaba tocar mis pechugas completamente desnudas —relató asqueada.
—Gordo guarro y enfermo. Yo me ocuparé de que no se chive a nadie —yo sentí aún más asquete.
¿En seguio? Seguía un alivio paga mí. Yo no me avergüenzo de haber jecho pogno, pero no quiego que la gente de aquí conozca mi antiguo oficio pogque me puedo veg en pgoblemas. ¿Alguien más conoceg películas mías?
—No lo creo. Solo Grongo y yo.
Me lo imaginaba. Solo hice tres en pasado pego luego descubgí que no ega lo mío. No pagaban de sobar mis… glándulas mamaguias y de… bueno, ya sabes.
—Ya, era una peli muy agitada, sudorosa e intensa. Hacíais de todo.
Hihihi ♥ —Milchiga rió sin pudor.
—¿Te gusta más trabajar en el Diptongo de Coser y Cantar amamantando a Bebesitu? —con curiosidad esperé a oír su opinión.
No mucho, pego me pagan mucho más y además soy una de las pocas mujegues de Eugopa que pgoducen leche sin estag embagazada.
—¡Qué chulo! Bebesitu es muy afortunado.
Sí, pogque él solo puede bebeg leche mamaguia. Bebesitu necesita los especiales nutgientes de mi leche, que muy pocas mujegues tienen. Tengo que amamantag a ese pgecioso bebé hasta que crezca —explicó mientras vibraba un aura maternal en su cuerpo.
—¿Y te pagan bien? —quise saber…
Sí, y más que haciendo pogno. Mi maguido está encantado de que tgabaje en esto.
—Me alegra oír eso, lerelelé. Oh, ¿qué libro es ese? —pregunté al ver el ejemplar colorido que portaba en su mano. 


Es un libgo de autoayuda. Es beneficioso pogque te da consejos paga sopogtag mejog el peso de los pechos. Aunque no lo cgeas, producen dologues de espalda.

Milchiga era una mujer deseada por sus pechos y una artista del sekso tetoso. Pero reconocía que esas dos enormes y jugosas mamas eran dos pesos muy pesados que debía cargar toda su vida a la vez que aguantaba sus dolencias óseas.

—Lo malo del libro es que tienes que cargar también con las tetas de la señorita de la portada.
Sí, el diseño es cuguioso pero igónico.
—¿Y te ha ayudado mucho?
¡Sí, sí! Pego creo que algún día me hagué una gueducción —informó segura de lo que decía.
—Lo que sea por el bienestar de su columna.
Danke, caguiño. Oh, es hora de magchagme, mi autobús estagá al llegag —Milchiga recogía su bolso y metía su libro en él
—¿Algún día le podría pedir un autógrafo? —Le pedí con ansias de recibir uno.
Clago, pego si no decig a nadie que yo ega actgiz pogno, que me ha costado mucho camuflag mi pasado.
—Claro, Milchiga, confíe en mí. Yo soy su fan ♥ —aseguré demostrando veracidad y confianza en lo que decía.
Huhuhu… Qué adogable. ¡Adiós! —Milchiga corrió por el pasillo después de lanzarme un besito germano que rebotó y cayó en mi cachete.
—¡Adiós!

Nunca había hablado con la famosa Milchiga Saftigetitten. Nos sentimos orgullosos de haber conocido una antigua estrella del porno alemán. Quizás me haga una foto con ella.

Damos y caballetes, no tengo nada más que decir. Este ha sido todo por hoy. Celebrad en vuestros hogares u oquedades el nacimiento de nuestra caritativa Liga Antipedo (¡Wuuuuh!).

01 junio 2011

La melancolía de una madre

¡Le miércoles es un día de celebración! ¿No lo sabías?, pues calla y escucha.

Una enfermedad ha invadido mi organismo y lo ha dejado en un estado lamentable. Si pensáis que tengo rinocerontiasis, mal rollo tse-tse o dedos doloríos significa que estáis equivocados. Lo que tengo es una gripe vulgar que no sirve para nada. Pero estoy bien y además puedo moverme. Hoy fui al médico por la mañana para que me recetaran la pastilla que combate contra el ejército patógeno que tortura mis entrañas. Por lo tanto no he ido a clase pero tampoco me he quedado en casa amodorradis en el sofá. Si conservo la fuerza para moverme prefiero rastrear los barrios de mi ciudad antes que… ir a clase.

Bueno, bueno… No sé si he hecho novillos o no, pero si sé que los que están malitos no van a la escuela y que no necesariamente deben reposar en casa. Yo soy un ser fuerte y lleno de VITAMINA EXPLORADORA.

Paseando cerca del centro de salud, me topé con un intestino enorme y movedizo que reptaba por las aceras de las calles con mucho ruido. En realidad era la famosa cola del INEM, una representación real y decadente de cómo está el mundo laboral ahorax. Entre los sumnongles de la cola, se erguía una triste figura de rostro pachucho, se trataba de Mamá Bebé.


—Mamá Bebé, o Mabi para los amigos —dije con júbilo floral.
—¿Quieres algo? —preguntó desanimada al presenciar mi llegada.
—No, nada. ¿Cómo estás?
—No muy bien. Si no te importa, ¿puedes dejarme sola? —pidió afligida.
—Oh, valele.

Dejé sola a la señorina para que pudiera respirar el olor a humanidad con su apenada naricita. Me apenó oír eso que me dijo y no pude evitar sentirme como si fuera una alimaña insolente y sinvergüenza que va molestando a los penitentes de la vida. Pero no quise marcharme lejos, hacía meses que no la veía y de verdad necesitaba hablar con ellax.

Esperé menos de una hora y Mamá Bebé salió sana y salva de la oficina del paro.

—¡Mamá Bebé, Mamá Bebé! Te he estado esperando like a doggy en la acera —anuncié mientras la invitaba a sentarse conmigo en un banco de la calle.
—¿Por qué me esperabas? —cuestionó extrañada.
—Hace tiempo que no hablo contigo.
—Si me vas a hablar de idioteces, me marcho.
—No, no, nada de eso. ¿Qué hacías en la cola del INEM? —preguntamos curiosos.
—Esperar a poder renovar el paro.
—¿Te han echado del trabajo?
—No exactamente, pero sí —respondió sin energía y apagadah.
—Lo siento mucho.
— No pasa nada.
—Oye, sentimos de todo corazonzuelo habernos portado mal contigou —expresé con mi piel sonrojada.
—¿Cómo? —volvió a preguntar asombrada.
—Sí, reconocemos que cuando fuimos a ver a la Virgen de la Lupa no parábamos de preguntar cosas gilipollezcas. Lo siento de veras —expliqué cordialmente.
—Qué detalle por tu parte. Me resulta muy inesperado todo esto pero te perdono.
—¡Estupendo! Además quiero darte una cosa. Un amuleto de la suerte. Eh… sinceramente no es un amuleto de la suerte, pero un pajarito muy feo me enseñó que los tréboles de cuatro hojas lo son. Aunque esto no sea un trébol de verdad, tiene forma de uno —expliqué mientras sacaba de mi bolsillo el amuleto coloridoso.


—Gracias, muchas gracias. No sé que decir... —Maravillada, pero algo incómoda por los acontecimientos, Mamá Bebé cogió gratificada el colgante (que yo llevaba colgando inútilmente en mi monedero).
—De nada. ¿Tienes cosas que contar? Como qué pasó en tu trabajo o… si se sabe algo de Poesía.
—De Poesía no se sabe nada… La policía aún no ha cerrado el caso y lo poco que se sabe no sirve para nada —Mamá Bebé volvió teñir su rostro de pena, penita, pena.
—Qué triste…
—Y en mi trabajo, pues…  el salón de celebraciones donde trabajaba ha quebrado.
—¡Oh! ¿El salón Mec-Mec, deja de llorar y SONRÍE? —Elevé mi voz al oír la inesperada noticia.
—Ese mismo.
—¿Y qué era lo que hacías allí? No me acuerdodo.
—Me encargaba de animar los cumpleaños de los niños más lloricas. Me disfrazaba de Diana la Lombriz y les llevaba la tarta a la mesa y luego disparaba serpentinas por los ojos. Tenía que elegir los colores apropiados y lanzarlos a la velocidad adecuada para que los niños no se deprimieran —Mamá Bebé relataba nostálgica las cosas de su pasado laboral—. Cuando me quedé embarazada de Poesía, temía que me despidieran pero no fue así; me cambiaron de disfraz, cuando vieron que estaba más gorda, por el de Wompy la Hipopótama, que disparaba malvaviscos por el ombligo.
—Tenía que ser fascinante celebrar un cumple allí.
—Lo era. Pero luego me di de baja por maternidad y semanas después el negocio acabó. Estuve trabajando en él un poco más de dos años.
—Vaya… ¿Y qué tal el skinhead, digo, Papá Bebé? —pregunté bajito para que cierta palabra no la mosqueara.
—Él está bien. Ahora él es el que se encarga de llevar el dinero a casa.
—Pues dale un saludo de mi parte. Yo me voy ya —mi despedida fue inminente, lo cual sorprendió a Mamá Bebé.
—Oh, entonces hasta la próxima —Mamá Bebé agitó su mano y algo aliviada tras nuestra conversación. Creo que necesitaba oír mis disculpas desde hace tiempo.

Me levanté del banco y me alejé como un platelminto huidizo, hasta que me detuvo la necesidad de decirle una última cosa a la entristecida Mamá Bebé.

—Mamá Bebé, sé que no te gusta que hablen de Poesía porque piensas que tal vez no lo volverás a ver. Pero yo me entregaré en cuerpo y alma y me esforzaré con sudor y sangre para encontrar a tu bebe extraviadoh —aseguré a Mamá Bebé con mi sonrisitah galáctica.
—Gracias… Si lo dices en serio, te lo agradeceré eternamente —una diminuta ola de esperanza, verde como tu lechuga preferida, llenó un rinconcito de su espíritu desolado.

Retomé el trayecto de abandono del lugar para irme a otro sitio. Sacudí mi mano de izquicha a dererda para despedirme de Mamá Bebé, que seguía sentada en el banco con una expresión difícil de definir.

Mamá Bebé, cuando tenía diecisiete años, se llevaba muy bien conmigo. La llegué a considerar incluso como una HERMANA MAYOR. Lo triste fue que ella se distanció de mí y que su mariposeo con los estupefacientes deterioraron su personalidad y su humor. Acabamos por dejar de vernos casi todos los fines de semana en el rellano de la escalera construida cerca de nuestras casas.

El paseo matutino me estaba agotando musho. Me planteé caminar por Valdorrendo, pero había que estar muy MAJARETA para meterse en ese sobaco urbano plagado de sumnongles desequilibrados. Volver a casa era lo mejor que podía hacer y así lo hice. Quise atravesar primero el parque de Maraguarrada para sentirme en contacto con la naturaleza. Antes de cruzar el parque, atisbé un acongojado orbe arrimado al borde la carretera, completamente desamparado. Nunca imaginé que volvería a tener esa forma…

—Remualda, no…
—Sí, lo siento… —sollozó la señora.
—Oh…


—¿Qué ha pasado? —pregunté con compasión.
—Estoy misia, el trabajo no me da para mucho y necesito guita cuanto antes —Remualda se lamentaba entre la porquería del asfalto.
—¿Quiere decir que necesita dinero?
—Sí. Y no solo eso, Hijo de un Amor se porta muy mal con los otros chibolos de su clase y saca muy bajas calificaciones en la escuela.
—¿Y sabía que el otro día montó un follón en mi calle con sus flexigomitos y que se puso a fustigar con violencia a todos los niños que andaban por ahí? —preguntamos para averiguar si ya estaba informada.
—Ya me lo han comentado… Me dejó el corazón roto. No sé qué hacer con él y ya lo he intentado todo… —explicó con lágrimas en los ojos.
—Cambiará por su cuenta, más le vale —cercioramos con seriedad.
—Ay, Dios… ¡Me quedé para recoger con cucharita, moqueando sin parar!
—No diga eso, Remualda. Todo irá a mejor.
—Mi marido es un alcohólico, mi hijito un delincuente, mi trabajo una basura y además alguien ha malversado los fondos de la ONG que ayuda al pueblo de mi mamita en el Perú. Todo es un desastre… —Remualda sollozaba hundida en su miseria.
—Yo le deseo mucha suerte para que pueda hallar la estabilidad de la balanza de su vida en Europa.
—Gracias. ¿Me puede hacer un favor? —pidió con voz temblorosa.
—Dígame, bolita.
—¿Puede colocarme en ese muro? No quiero que ningún carro estacione sobre mí.
—Claro —contesté levantando con cuidadín a Remualda del suelo.
—Te lo agradezco. Me quedaré aquí hasta que se pase el estado bola de mi cuerpo.
—Como debe ser. Yo me marcho, que mi cuerpo está malito y necesita reposo URGENTE —la gripe hacía de las suyas dentro de moi.
—Vale. Le agradezco mucho su apoyo —agradecida, Remualda esperaba a recuperar su forma original tras su bajón depresivo.
—De nada, Remuesferalda —guiñé el ojo y me fui.
—¿Qué?

Nuestro siguiente nivel era el parque. Nos habíamos topado con las melancólicas Mamá Bebé y Remualda, y aún quedaba alguien más conocido en aparecer por el territorio adyacente a nuestro barrio Villaflopio del Escaramujo.

En el núcleo del vergel urbano, divisamos un ente llamativo y solitario, con un diseño corporal muy poco común. Su cabezota era tan grande como su cuerpo y sus ojos con estrabismo eran como dos caramelos de tofe.


—¡Eh, tú, enano! ¿Hoy has decidido disfrazarte de monigote color tomate? —grité con rabia.
—¿Qué? —preguntó el señor bajito echando humo de puro por su boca.
—¿Te has desincrustado por fin tu traje color charco de playa caribeña donde todos se lavan la roña de los pies? —analicé el nuevo aspecto del señor y lo describía de manera burlesca—. Y encima te has dejado crecer un cepillo debajo del pomelo que tienes por nariz.
—Oye, joven, te estás confundiendo. Yo soy Zipula Carmesí.
—¿Cómo? ¿Entonces no ser usted el enano que me preguntó en dónde se perdió el adorable Poesía? —cuestionamos confundidos.
—¿Ese enano tenía pecas y una sonrisa estúpida?
—Sí.
—Pues ese es mi camarada Zipula Turquesa
—declaró el señor rojizo muy sereno.
—¿Se llama así? Suena a nombre científico de un insecto venenoso.
—¿Tienes más insultos que decir, joven? —su socarronería era algo irritante.
—No… Bueno, sí. Apuesto mi bazo a que tú eres un pedófilo lamentable como Zipula Turquesa, solo que tú tienes cara de ser antipático. ¿Y esa ropa? Vistes igual que él y tienes el mismo símbolo del chupete. No hay duda de que ambos formáis una especie de dúo espía-niños que va a los parques a restregar sus asquerosos órganos copuladores en la superficie de los toboganes, embadurnada de sudor de infante, para conseguir esa morbosa excitación que es lo único que aporta felicidad a vuestra patética existencia.
—Eres demasiao valiente para decir eso, solo porque tiene más altura que nosotros. Pero no nos menosprecies, que no tienes ni la más puñetera idea de quiénes somos —dijo sin perder la calma mientras exhalaba hedor a puro por su boca.
—Pedófilos sois, no hay más que ver cómo espía tu amigo entre los arbustos los culos de los nenes que oscilan en los columpios. Incluso se le cae la baba —revelé lo que sabía con firmeza.
—Eso tendrás que demostrarlo. Eres la única persona que es testigo de lo que hace Zipula Turquesa. ¿Te creerán los padres de esos niños? Inténtalo y me dices —me propuso el estoico de Zipula Carmesí.
—Por ahora me preocupa más encontrar a Poesía. Ahora que veo que hay dos enanitos pedófilos, empiezo a tener sospechas de que estáis INVOLUCRADOS en su secuestro.
—Jojojo, vete a denunciarnos a la policía. A lo mejor te dan un caramelo por haber encontrao a dos sospechosos tan pequeños e inofesnivos como un niño —rió con una detestable voz ronca y rasposa.
—Investigaré bien antes de ir a la poli. No os quitaré mis ojos tenebrosos de encima.
—¿Por qué no te vas a jugar a la consola? No pierdas el tiempo, joven, no descubrirás nada, nunca sabrás quién tiene a Poesía y ni siquiera sabrás si está vivo.
—Cállate, boñiga de fresa. Seáis o no los secuestradores de Poesía, acabaréis en la cárcel por ser sexualmente adictos a los niñettes —concluí la conversación con una actitud desafiante.

Me fugué del parque de Maraguarrada dejando una nube de polvorones (sin -rones) en el aire. El enano de color carmesí ha generado un intríngulis nuevo en el caso Poesía. ¿Quiénes son realmente esos enanos Zipula?, ¿nadie se da cuenta de que son un asqueroso par de pedófilos?, ¿por qué están tan tranquilos?, ¿están involucrados en la desaparición del bebé? No me entero de NADA y ese enano me da escalofríos. No soy tan valiente como él dice, pero si lo suficiente como para enfrentarme a él si hace falta.

No sé si avisar a Mamá Bebé de lo ocurrido. Quizá esos homúnculos no son más que fantoches que disgustan a la gente, pero… si tienen a Poesía, hay que actuar antes de que hagan algo horrible. Qué desesperación ¿Qué hago?

Por ahora me voy a descansarrrrr, lo necesitou.