26 septiembre 2011

Nuestra querida mandamás

Ey, pelos, ¿qué tal ese peine? ¿Qué tal usáis el empeine? Por favor, no me respondáis por carta a estas preguntas; no me apetece abrir ningún sobre.

Hoy ha sido el gran día, el día de la gran charla, ¡por fin lo he conseguido hablar con Urpia! Aunque me quedé muy poco satisfuchi con el diálogo que tuvimos, pero al menos algo sugestivo pude extraerle de sus conocimientos.

Ahora, no hagas ruido con las uñas y lee lo que ocurrió este día:

La jornada escolar empezó aburrida. Un Maselillo se aproximó con movimientos vulgares hacía mí cuando llegué a los dominios de la escuela. Entre legañas y bostezos, le relaté mi experiencia con las chonis y la bruja gitana, justo antes de comenzar la primera hora de clase (esa hora en donde todo el mundo echa de menos a su cama).

A segunda hora, la bombilla del entretenimiento se encendió. Los sumnongles allí presentes se animaron un poco con los monólogos de nuestra nueva profesora de lengua castellana. Ella se llama Encarna Longaniza, es muy buena impartiendo sus lecciones y siempre está henchida de felicidad, como las patatas cuando las acaricias con ternura por debajo. Casi todos los alumnos de la escuela la tratan como una mami postiza y muchos se ruborizan cada vez que la docente los halaga por los pasillos. Sin embargo, yo veo en ella una esencia que me repulsa hacia atrás y luego hacia la derecha, bajando las escaleras.


—¡Jóvenes! Hoy es un día maravilloso y los días maravillosos me dejan henchida de felicidad —comunicó la profesora de Lengua.
—Ay, profe, pues permítame decirle que está toa guapa —aduló la señorita Yazmina, acomodada en su silla como una foca remolona.
—Muchas gracias. Eres un encanto de muchacha y te adoro —la profesora sonrió de una manera enigmáticah mientras miraba a la boca de Yasmina—. Pero, por favor, tira el chicle a la basura, que es una falta de respeto.
—No es un chicle, es un piercing pinchao en la lengua. No se mastica ni .

Tras esta breve confusión mañanera de un lunes sin alma, la profesora Encarna procedió a explicar un tema muy sintáctico.

—Os veo radiantes a todos vosotros. Tal vez estéis tan lúcidos que ya no hará falta explicar cuáles son los predicados nominales y cuáles los verbales.
—Profe, aquí aparece el verbo ser en esta oración y dice el libro que esto es predicado verbal. ¿Tú sabes por qué? —cuestionó un alumno sudoroso y de cerebro dudoso.
—No me tutees, por favor.
—Disculpe, profesora —dijo arrepentido el nene.
—Si aparece un verbo copulativo y es predicado nominal se debe a que hay un complemento del nombre en lugar de un atributo —aclaró la profesora.

Yazmina Mininia y Rubén Calavero, que estaban sentados delante, habían optado por IGNORAR POR COMPLETO a la señora profesorescente del chaleco rojo. Nuestros ojos testigos grabaron lo ocurrido.

—Mira, dibuja muchos pelos duros en esta parte, pa ver como le queda —la Yazmi asesoraba artísticamente al garrulo de su amigo.
Paece un puto mono. Hostia, qué feo eh er joputa de miehda —Rubén estaba entretenido garabateando sobre las ilustraciones del libro de lengua de su amiga mientras soltaba diversos vocablos soeces.
—¡Acabo de oír unas palabras horrorosas! —exclamó la profesora torciendo su sonrisota—. Rubén, esas palabras que acabas de decir son un ultraje para mí, para la clase, para el país y para el mundo.
Peo, pofe
—Todos tus compañeros están horripilados, ¡avergonzados de ti! Has interrumpido mi lección con ese ataque verbal y ahora me va a costar remontarla. Si no pides perdón, es probable que cuando termine la clase, te conviertas en un mono, porque los seres incivilizados como tú no pueden ser humanos —Encarna estaba poseída por un turbio dramatismo. Parecía que iba a condenar al mushasho con la vara prohibida de Ares.
—Yo no estoy avergonzadə… Me la pela lo que diga el Rubén… —murmuré con maestría y sinceridad para que solo Maselillo me oyera.
Peo, yo solo he…
—¡Dios bendito! Si quieres hablar, vocaliza. Rubén, estás destruyendo la paz de esta aula. Hazme al menos el favor de hablar bien, que parece que no usas correctamente las letras.
—Yo uso bié toah lah letrah, pofesoa —Rubén estaba agobiado. Estaba soportando mucha tensión al ser el protagonista de la situación.
—No te creo. Demuéstrame que te sabes el abecedario si de verdad quieres que te creamos todos —la apacible profesora evolucionó a SEÑORA IMPONENTE.

Entre el silencio de la clase, Rubén balbuceaba sin preocuparse mucho por si hacía el ridículo con su escasa inteligencia. De entre los recovecos de su mente, iba extrayendo las adorables letritas del sagrado abecedario del Doctor ABC-XYZ. Poco a poco, emitía el nombre de cada letra… y tardaba mucho en hacerlo.

—La a…

—La be…

—La de…

—La… la fe

—La i normal

—La jota…

—La me

—La o con palito.

—La ñe

—La i gregoria

—La erquis

—Me aburro ♫ —para Yazmina esos once minutos escuchando a su amigo le resultaron muy pesados.
—Ya está bien. Rubén, es suficiente. Quiero que te estudies todo el abecedario para el próximo día —la profesora disimulaba su turbación tras su rostro sonriente y sobrecalentadou.
—¡No puedo creer nada de lo que oigo! —reveló al blanquito Ambrosio asombrado por la lentitud de su compañero recita-abecedarios.
—Profesora, nos queda poco tiempo y me gustaría aclarar mis dudas —Belén Jardiña solicitaba una resolución completa de sus petits problemas
—Uoh, el sujeto de esta oración mola mogollón —dijo Chéster que estaba flipadísimo.
—Silencio, jóvenes, no os desmadréis. Además tengo una información de última hora que tengo que anunciar: Aparte de mí, la persona MÁS FELIZ DE LA CLASE DE HOY es… ¡Little Aurora! —la profesora intentó controlar a sus alumnos exaltados.

La clase se quedó con cara de pelícano aturdido y Little Aurora estaba tan extrañada que era incapaz de distinguir un conejorro de una colifloria.

—Profesora, la Frussie no es la más feliz, está todo el día llorando por chorradas —corrigió la choni aburrida.
—Eso no es cierto, Yazmina, yo soy muy alegre ¡pero también muy sensible! —la nena estaba dolida por lo que dijo la otrah.
—Lo que tú digas, chata.
—Yazmina, te has pasado. Little Aurora es muy feliz pero se emociona con facilidad.
—Ay, Dios, no puedo más. ¡Ay, mi corazoncito!

Little Aurora se levantó de su silla para agitarse con suavidad, con movimientos muy cortos sobre su propio ejex. Mamá Vegas, viendo lo que ocurría, sacó con sus hábiles manos de Samba Queen, un caleidoscopio del estuche de Aurora.

—Corre, Aurora, antes de que te de el bajón. Mira dentro del caleidoscopio de la felicidad.


Little Aurora de verdad se deprime por cualquier bobada que le resulte ofensiva. Pero dispone de un caleidoscopio terapéutico con figuritas de colores que le levantan el ánimo en menos de lo que canta una soprano con prisas.

—Necesito vuestra colaboración, chicos, tenemos que cantar la canción del ánimo para que Aurora no se deprima —solicitó Mamá Vegas.
—Joder, qué coñazo. La próxima vez no le digo —dijo Yazmina, arrepentida de haberla llamado sensiblera.

Todos los sumnongles del aula afinaron sin ganas sus voces para ayudar a su compañera, excepto Hematio, que miraba como un búho quejica a las caras de sus compis. La profesora, pasmada por la inesperada reacción de su alumna, se unió también al coro para comenzar a cantar.

♫♪ Little Aurora llora sin fin
Toda la noche, todo el día
Pero no es más que bobería
¡Si de verdad tú estás feliz! ♪♫.

La sumnongle de cara empapada acabó sentándose en su silla algo más calmada. Pensó que no debía dar tanta importancia a los comentarios que hiciera la gente sobre su estado de ánimox.

—Qué lástima, quedan solo cuatro minutos para que acabe la clase. Ahora que está todo bajo control, puedo continuar con la explicación —comunicó Encarna con su voz aguda.
—Profesora, ¿puedo informarle sobre algo peculiar? —alcé mi mano con ganas de regalar datos.
—Claro, encanto.
—He oído por ahí que bajo control está mal dichox… Se debe decir controlado.
—Muy bien. Así de atenta quiero que esté tu mente durante todo el curso. No te despistes —Encarna expresaba dos sentimientos contradictorios en lo que decía. La sumnongle estaba contenta pero yo noté algo de irritación en ella, y no me refiero a pupitas en la piel…
—¿Eh?

La clase finalizó y los chicos despegaron sus nalgas de las cuadriculadas sillas. Maselillo y yo salimos casi los últimos porque el señorito de por Vida no encontraba su sacapuntas. Entre el barullo, la profesora se acercó a mí, tan sonriente como siempre, para decirme algo.

—¿Te ha gustado la clase?
—Estuvo normalita.
—Bien —la profesora, sin dejar de sonreír, emitió una tenue rabia con sus ojos—. ¿Sabes una cosa? Un alumno mío, hace unos años, dijo algo en un momento inoportuno y le pasó factura. Ahora está en la cárcel porque no tuvo cuidado con aquello que dijo. Tenlo en cuenta tú, cariño.
—Vale, profesora de lengua castellana y literatura.

Tras cerrar la puerteta del aula, la docente se marchó con sus piececitos minúsculos como si hubiera ganado una batalla invisible. Yo, desde mi ubicación súper cuqui, medité sobre lo ocurrido y deduje que a Encarna le había fastidiado que la corrigiera delante de todos mis compañeros.

Alumnos corrigiendo a profesores, ¿es un pecado escolar o es un paso más hacia la perfección educativa?

Al llegar el recreo, decidimos vistar a Urpia, nuestra directora. Maselillo y yo nos encaminamos hacia las escaleras para subir a la segunda planta, en donde se halla su despacho. Por el camino hacia el escondite de Urpia, encontramos a un espíritu ecoico de cabeza atontada e ilusiones utópicas. Se trataba de Quairo Latumba, la prima de Orlando Latumba.

—Quita, gorda vieja. ¡LEVÁNTATE DEL SILLÓN! —un niño morenico gritaba de angustia a la Quairo, que parecía muy ensimismada.
—Estás aplastando nuestros sándwiches de mayonesa, boba —un niño rubico se desesperaba por el otro lado sin conseguir su propósito.


—Tranquilizaos, niñopos Zipi-Zapéticos de primaria. ¿Qué ocurre aquí?
—La mema esta se ha sentado en nuestro sillón preferido y ha aplastado nuestros sándwiches —habló el rubio.
—Los escondemos aquí debajo para que el matón de nuestra clase no nos los tire al suelo —dijo el moreno.
—Oíd, compis, ¡hola, qué tal! Oíd, compis, yo estoy muy bien. Oíd, compis, hoy, el 26 de septiembre a las 11:45 a.m., estoy sentada en un sión. Oíd, compis, estoy leyendo el Informe DCC y está súper, súper, súper, súper, súper genial —la Quairo estaba excitadah y no lo podía negar, no, no, nox.
—¿Sión? Querrás decir sillón.
—¿Estás leyendo el nuevo número de la revista de la escuela? Ahí sale un reportaje fotográfico de la directora en bikini —dijo Maselillo con timidez.
—¡Quita ya, jodida loca! —pidió el mocosillo saltando como una rana traicionada.
—Oíd, compis, la directora Urpia sale súper, súper, súper, súper, súper, súper genial en las fotos. Oíd, compis, voy a colgar las fotos en mi habitación.
—Pero antes enséñame las fotos. Tengo mucha curiosidad, de esa de la que te pica en el pecho —deseaba ver el cuerpo níveo y maduro de la directora de ojos de obsidiana a pesar de que lo veo todos los días esculpido en el vestíbulo de nostra scuola.
—Ahora no tienes tiempo. ¿No te ibas a hablar con Urpia en su despacho?
—¡Prck! —a la Quairo casi le dio un ataque de euforia de los chungos.
—Cállate, Maselines. Has despertado a la bestia —reprimí al nene torpe por ser tan bocas.
—OYE, COMPI, ¿VAS A VER A URPIA?, ¿VAS A VERLA EN PERSONA? —preguntó desenfrenada y levantándose del sillón. Los mocosos aprovecharon la situación y cogieron sus sándwiches súper, súper, súper, súper, súper escachados.
—Eh… no, eso no es cierto. ¡Maselillo, detenla!, ¡no dejes que me siga!

Maselillo acató las órdenes algo confundido y atemorizado. Agarró los brazos de la muchacha fanática que se revolvía sin control mientras yo corría lejos para subir por las escaleras hacia la segunda planta. La Quairo adora a Urpia más que nada en el mundo y haría lo que fuera por tocarla. Es por eso que nunca se le debe revelar a la loca de nuestra clase el paradero del despacho de Urpia. A la directora no le gusta NADA, NADITA, NADA que la molesten.

Huí con éxito y la Quairo no siguió mis pasos. Maselillo hizo un buen trabajo, he de admitir. Llegamos exhaustos a la entrada del pasillo del despacho. Es very difícil llegar hasta allí pues el despacho es uno de los pocos lugares de El Diptongo de Coser y Cantar sin señalizar. Está bien escondidou.

La entrada al pasillo es muy estrecha. Mi cerebro y otras partes pensantes de mi cuerpo, si es que las hay, dedujeron que es así de estrecha para que los estudiantes gordos no puedan cruzarla, lo cual deja a casi la mitad de los alumnos sin poder acceder a esa zona con estalagmitas o PINCHOS ASESINOS repartidos por el suelo.


—Si me resbalo, me muero. No hay otras opciones —me dije a mi mismə para tener cuidadín al pasar entre los pinchos.

Llegué al puente levadizo, colocado sobre un foso lleno de agua fresquita y flanqueado por dos robustas columnas verdes iguales que las de la entrada. Recuerdo haberlo visto subido desde fuera del pasillo hace dos años. Es la primera vez que me planto delante de la entrada del despacho y la primera vez que veo el puente bajado.

Una vez dentro, percibí la presencia de la directora en la silenciosa claridad. Su despacho era amplio y redondo, y tiene aspecto de torre con tejado cónico desde el exterior, al estilo de los castillos de tu infancia. Está alejado del bullicio del interior del edificio y el balcón está orientado hacia el aparcamiento de la escuela. Su interior acoge al escudo de la escuela, justo el lugar donde Augusto III descansa, actuando como timbre del blasón. Frente al escudo, un lustroso escritorio sostenía el hardware que la directora manejaba para usar su ordenador.


—Buenos días, directora Urpia —dije con delicioso respeto y pavor.
—¿Qué?, ¿cómo has entrado? —preguntó algo sorprendida al ver mi cuerpo en la oscuridad del umbral.
—Pues por el puente. Estaba bajado y pasé sin prob…
—¡Qué despiste! Ya es la segunda vez que lo dejo así… —Urpia volvió a pegar su vista en el monitor—. Y no te han dado un permiso en consejería para entrar aquí, si no me equivoco.
—Oh, ¿había que pedir uno? Lo siento, no lo sabía… —dije enredando los dedos de mis pies con vergüenza.
—No pasa nada, no te castigaré por ello. Hoy estoy de muy buen humor… ¡Por fin he ganado una partida al solitario! Llevaba años intentándolo —estaba muy animada.
—Felicidades, directora. Es usted una artista de los naipes.
—Antes que nada, ¿estudias en esta escuela o eres uno de esos intrusos? —la directora cambió el tono a uno más serio.
—Estudio aquí. Mi tutora es Chelo Carabanchelo.
—Ah… Consuelo… —su tono se volvió ahora más misterioso.
—Sí, y quería hablar con usted si es posible —solicité con compostura gaseosa.
—Pues habla ya.
—Quería preguntarle por qué Basilión Tronchacocos, el alumno de color morado, aún sigue en esta escuela. Ha cometido muchas faltas graves, como agredir alumnos y matar mascotas.
—Que se apellide Tronchacocos no significa que se pase el día aplastando cabezas. Mi cuñada se apellida Matalobos y no ha matado a un lobo en su vida. ¿Entiendes o no?
—Entiendo, entiendo. Pero no es eso. Basilión ha agredido de verdad a muchos seres vivos y creo que debería expulsarlo de la escuela, tal y como hizo con las hermanas Nishastie el año pasado —expuse de nuevo mi argumento deseando oír una opinión positiva.
—Yo soy la directora y sé lo que hago. No necesito sugerencias —Urpia no se sentía muy agusto con el diálogo.
—Pero usted…
—¡Genial! Me ha llegado un correo con fotos de nuevas mascotas. El curso que viene nos traerán al orangután Efraín, que dicen que es muy cariñoso. Además se sabe la tabla del dos y da muchos besitos, cracracracra —la directora retornó a su entusiasmado estado de animou. Después bebió algo, que no sé qué era, de una preciosísima botella plateada.
—Maravillavilloso —aunque quería remontar el tema de Basilión, no pude evitar comentar sobre algo que vi al lado de una botella de la que Urpia tomó un sorbo—. Oh… ¿es esa Linia Murgan?


—¡Claro! La invité a la escuela en el año 2007. Ella es una gran amiga mía y se ofreció a enseñaros a todos a pintar dibujos de tortugas —recordó orgullosa mientras miraba la foto donde salía con la actriz.
—¡Ya me acuerdo! A mi tortuga le pintó el caparazón de rojo —un recuerdo añejo se posó en mi corazoncito de cristalnova. Linia Murgan ha sido la única persona famosa con la que he hablado, sin contar con Trisco Treisi.

La directora sonrió y volvió a dirigir sus ojos a la pantalla, como si yo hubiera dejado de existir. Para no romper la armonía, opté por hablar sobre otra cositah.

—Señora directora, ¿conoce usted a la efigie de la escuela?
—En esta escuela no hay nada de eso —la directora dejó de sonreír. Se notaba la hostia que tampoco quería hablar de eso.
—Me he enterado de que hay una efigie escondida que representa a la escuela. Seguro que sabe dónde está, pero por seguridad y por vergüenza no lo quiere decir.
—Estás metiendo las narices donde no te llaman, estudiante.
—Estoy de acuerdo, pero me han avisado de que la efigie puede ayuda… —sentí algo de miedito, además de la frustración de que mi búsqueda de información no iba a ser fructífera.
—¡SILENCIO! —gritó Urpia, disgustada—. Has abierto una herida de este centro que llevaba años cerrada. He intentado con todo mi poder ocultar la historia de nuestra efigie, pero no ha servido de nada… ¿QUÉ DEMONIOS HA SALIDO MAL? —la directora se alzó de su asiento, despertando al cuervo con sus gritos de enfadada.
—Nada, directora. Es lógico que quiera encerrar a un ser que ha atacado a dos alumnos de la escuela.
—Deja de hablar de ese ser, ese monstruo debe pasar al olvido. Aún estoy cabreada por lo que ocurrió con esos niñatos escurridizos, ¡ESE ACCIDENTE HA MANCHADO LA DIVERTIDA HISTORIA DE LA ESCUELA DE EL DIPTONGO DE COSER Y CANTAR!
—Seguro que no fue para tanto, ¿no? —intenté, por mi propio bien, suavizar su temperamento.
—¡SILENCIO! No quiero que hables de esa efigie JAMÁS. Ahora estoy luchando para que Augusto III se convierta en la nueva efigie, pero es imposible, ¡IMPOSIBLE! Las líneas del suelo de la escuela aún siguen siendo verdes, como las columnas y las macetas… Hasta que no muera la efigie no cambiarán su color a azul, el color representativo de Augusto III.
—¡Qué relación tan interesante tienen los colores de la escuela con la efigie!
—¡SILENCIO! —Urpia estaba apunto de estallar sangre hirviendo con grumos de histeria—. Vete de aquí ahora mismo. Apuesto lo que sea a que eres una persona infiltrada de la escuela enemiga, El Hiato de Pan Comido.
—¿Qué? ¡Yo soy de aquí! —grité para librarla de esa nefasta confusión.
—¿Te crees mejor porque en tu escuela hay unicornios? ¡NO DEBERÍAS! Esta es la escuela más divertida del país; está llena de mascotas, actividades y asignaturas geniales. Nunca habrá otra con un nivel de diversión tan alto como el de esta, ¡NUNCA!
—Estoy de acuerdo, pero…
—¡LÁRGATE DE AQUÍ! —espetó con la ira más tupida que en un despacho puede haber. Luego desenfundó su arma y me apuntó con ella.


—¡AAAAAAAAAAH! —chillé cual gaviota apaleada.

La directora disparó seis veces su revólver generador de sonidos de disparos mientras su cuervo graznaba y comenzaba a volar lentamente para atacarme. Yo pensé que iba a morir por un segundo, pero no fue así porque he escrito todo esto que estás leyendo. Salí del despacho y corrí sobre el puente, que se cerraba lentamente y que casi me dejaba atrapadis con la violenta Urpia y su cuervo. Salté desde lo alto del puente y caí al suelo con poco estilo. Estuve a TRES CENTÍMETROS de clavarme un pincho en el brazo.

Acabé saliendo del pasillo de los pinchos con el cuerpo aturdido y cubierto de sudorcillo. Avancé por los pasillos aun temiendo que el cuervo me pillara, a pesar de que se había quedado dentro del despacho. Maselillo se acercó rapidamente cuando me vio llegar por las profundidades del pasillo de la primera planta. Estaba yendo hacia el despacho para buscarme.

—Menos mal… menos mal que es solo un revólver de estruendos. No tiene balas que salgan disparadas, son… son solo cartuchos de fogueo que estallan —dije jadeante apoyándome en una columna—, y menos mal que no le hablé sobre la carretera… de mierda de Kiko. Se habría puesto más furiosa.

—¿Qué te ha pasado?, ¿qué ha ocurrido allí dentro? —cuestionó intrigado como un íntrigo salvaje.

Le relaté la historia a Maselillo de por Vida, que acabó anonadadísimo. Él, por su parte, me contó que la Quairo lo escupió en un ojo para librarse de sus braci-ataduras y que la pobre no encontró el despacho.

Acabó el día y mis ansias por saber quién es y dónde está la efigie de la escuela habían crecido hasta el punto máximus. Ese sumnongle puede revelarme grandes secretos del edificio y decirme qué es el mal que amenaza con garras punzantes a la escuela. Tengo tantas ganas de encontrarlo que me dan ataques de fliposidad.

Al salir del reino de Urpia y después de despedirme de Maselillo, corrí veloz por las excelentes baldosas del suelo hacia el arriate de la flor Rosamelia. Tenía que contarle todo lo ocurrido. Pero… desgraciadamente… ya no estaba allí. En su lugar, había otro sumnongle vegetal.


—¿Rosamelia? No eres tú, ¿verdad, bizcochito? —pregunté al ser de pétalos coloridos.

El cielo se había encapotado y el miedo otra vez se palpaba en el ambiente. Me acerqué más a aquella flor para averiguar si era una de esas anormalidades vegetales que hablan.

—Oye, tú, mala hierba… Háblame que no quiero quedar como si estuviera loc…
—¡¡¡WRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHRRRRRG!!!


—¡AAAAAAAAH, MI VITALIDAAAAAAAAAD! —volví a gritar de espanto. Mi garganta resentida sufrió por segunda vez—. ¿Qué hace este monstruo floral aquí? Este bicho puede matar con sus fauces a los abuelos o a los primos de alguna persona que conozco.

Salté hacia atrás mientras la flor mandril mordisqueaba el aire como una subnormal. Intentaba alcanzarme pero su tallo no daba más de sí. Yo me alejé hasta la valla de la carretera donde miraba con ojos de rana al espantoso sumnongle que habían plantado en el lugar de la desaparecida Rosamelia. Hubiera preferido una flor con la cara del orangután Efraín, desde luego sería mucho más cariñosín.

Otra moneda de desconcierto cae en la hucha de mis dudas. ¿Qué ha pasado con Rosamelia?, ¿está muerta de verdad?, ¿fue obra de la maldad de la escuela que la acechaba desde lo ignoto? No saber, no saber… Realmente me ha rajado el alma esta situación. Siento la penita pululando entre mis leucocitos… Rosamelia, ¿qué puñetas te ha ocurrido? Tendré que hablar con el jardinero conserje, aunque de miedito~.

Me fui a casa con una vorágine de sentimientos buenos y malos en mi cabeza. Por una parte, Urpia nos ha decepcionado: No nos explicó el porqué de su negativa por la expulsión de Basilión. Además se enajenó como una cabrah de verbenah. Ya no me la quiero encontrar por los pasillos de la escuela, NO SEÑOR. Luego, por otra parte está la desaparición o muerte de la rosa… como si con Poesía no tuviera suficiente.

Creo que la única experiencia gratificante que tuve hoy fue la del veterinario. Después de almorzar me llevé a Perseo recién bañado en una bolsa para que le hicieran un chequeo en la clínica de los animalitos. Allí me dijeron que su estado de salud felina es fabuloso, aunque le pillaron un bicho parasitoide escondido en su pelaje. Pero tranquis, ese bicho ha sido sentenciado a muerte con un instrumento de plásticox.

Ahora mismo me iré a la cama. Tengo que descansar para que mi mente pueda planear la manera de encontrar a la efigie. Ah… y he de intentar encontrar a esos cuatro niños que han visto a los Zipulas en el parque.

Eso es todo. Noches buenas para usted y para mí también, jolines.

25 septiembre 2011

Dime de dónde vienes

Mis dedos están muy activos últimamente. ¿Habéis notado que me ocurren más cosas interesantes que de costumbre? ¿Se deberá este fenómeno a la crisis, al chorizo o al calor que desprenden los adoquines? No saber, no saber…

Los domingos suelen ser días de bostezos y de ver la tele durante horas. Muchas veces mi cuerpo se deshace en el sofá a causa del aburrimiento dominguero… Pero hoy no ha sido así, no, no, nopo. La calle gritaba mi nombre y yo respondí a su llamada sin dudarlox. Necesitaba que la pisoteara un poco con mis rojas deportivas desgastadas de cordones relucientes.

Antes de zambullirme en el vacío que flotaba intangible entre los edificios de mi calle, decidí echar un ojo por la ventana. No lo tiré, porque tirar ojos es asqueroso; lo que hice fue usarlo para ver una cosa que hacía algo de ruido en el suelo color ceniza de cigarro mezclada con nieve de huevo. Era un animalejo que iba sobre ruedas junto a unos pelusines muy feos. Se trataba del plumoso Paxarito, el odioso pajarito que vive en los jardines de mi escuela.

—¡Paxarito, ¿qué haces patinando en mi territorio?! —grité al ave desde la ventana al estilo de la Julieta cabreada. Estábamos asombrados por haberlo pillado por esta zona de la ciudad.

El piador nato patinaba como Pedro por su celda. Se creía que mi calle era una pista de patinaje apta para bolas de plumas problemáticas. Y para colmo, estaba esa chusmilla rara y velluda junto a él. No tenían buena pintah.


—Pi-pío-pi-pi, pío-pío-pío. Pío-pío-pi-pío, pi-pi-pío, pi. Pío, pí, pío-pi, pío-pío-pi, pío-pío-pío. Pío-pío-pi-pío, pi-pi-pío, pi. Pi-pío, pío-pío-pi, pi-pi-pío, pi-pío, pío-pi, pío, pi-pío, pi-pío-pi —respondió fastidiado.
—No, no, no. Aquí follones de pajarracos no. Desconozco si la vas a liar con tus amigos peludos, pero sé que hagas lo que hagas tendrá consecuencias negativas sobre el resto de los seres que viven aquí.

Paxarito pasó olímpicamente de mí. Los peludos con patines y él se fugaron hacia el sur dibujando recorridos curvilíneos en el suelo con destreza y elegancia. He de reconocer que patina bien, el condenao… Y sus amigos también. Pero, ¿no es mejor para Paxarito volar? Qué sumnongle tan raro.

Al cabo de un rato, me vi fuera de mi portal, en el exterior, mirando hacia el norte. Hubo algo allí que me resultaba tan enigmático como los poderes ocultos de un imán de frigorífico. Decidí ir allí, al norte de mi calle, olvidando por completo aquella idea de ir tras Paxarito para insultarlo un par de veces más. Cuando me detuve frente a aquello que me distrajo, me puse a analizarlo con destreza de detective. Era una especie de puesto de mercadillo, bien colocao y muy colorío, con diversos banderines colgando a su alrededor. Sentada en la sombra había una vieja, acompañada de un hombre moreno, que atendía uno a uno a los componentes de un grupo de sumnongles que hacían una fila india frente al puesto. También había repartidos unos carteles con algunos mensajes que ni hacían reír ni acojonaban… simplemente informaban.


—¿Qué napias hace este lereleile aquí? —pregunté a la nada, tan sorda como siempre—. Oh, así que ella es Soledad Chungarile, la bruja de la plaza. Mi cabeza se pregunta si ella ha conseguido el permiso para instalar todo esto en mi calle… ¡Y tapar las ventanas de ese edificiou que tiene detrás!

Me fijé en que en el principio de la fila había cuatro señoritas malhabladas y de poca elegancia. Eran las barriobajeras chungas que en abril intentaron impedirme acceder a Raspacallos a través del atajo.

—Esta cola es mazo larga, pero no tan larga como una cosa que yo me sé —dijo Yesenia, la pelandusca pálida del bollo de pelo sobre su cabeza.
—Yo me sé que tú que no sabes por qué. Es como para eso, ¿no? —expresó Rocio, la ininteligible de la melena rizada.
—Juas, juas. Pues hay que ganá, tías, que yo siento que tengo la suerte en mi sangre… como el ritmito —confesó Carola, la vikinga morena ataviada con una camisa carmesí.
—Sí, jodé, que necesito pelas pa salir de marcha, que estoy de mi prima hasta aquí, ¡hasta aquí! —Lala, la rubia del grupo, señaló su frente como el punto máximo de aguante de su estrés familiar.
Jodé, tía, tu prima está más loca que una gallina envenená.
—Lo sé. Yo la quiero con todo mi corazoncito, pero es que con ella no se puede viví ni follá.
—¡Mirad eso de ahí! ¿Eso no es el aborto cuatro ojos que intentó colarse en Raspacallos?

Me había acercado al final de la cola para acoplarme en ella con sigilo para no ser oído por las nenas odiosas, pero mi cuerpo no pudo pasar desapercibidoh.

—Oh, pero si es el cuarteto de las 0-90-60-90 —lancé mi piropo mezclado con un insultillo.
—Ha reconocío que somos como modelos, ¡así se hace, aborto! —dijo entusiasmada Carola.
—¿Y eso de cero…? ¿Es porque tenemos cero celulitis? —preguntó Lala algo confundida.
—No, es porque tenéis cero de cociente intelectual.
—¿Qué dice? —cuestionó Rocío con el ceño fruncido.
—No sé, habla como una abuela en la biblioteca —opinó Yesenia.
—Hay que ojear más la enciclopedia. Algunas huelen a limón y dan más ganas de leerlas.
—Mira, aborto. Nos la pela la mierda que nos estás contando. Así que no nos rayes más, caraculo —sentenció Lala con cabreo en su lengua.
—Pero si voy de buen rollo, en realidad no quiero líos.
—Oye, que si te pasas de la raya llamamos a la líder de Raspacallos, que es nuestra amiga, para que te deje la cara como una chuleta.
—No gracias, prefiero que me haga un masaje en los piex.
—Eso te lo hará la puta de tu madre.
—¡Qué obscena!
—Siguiente —la voz de la vieja causó el avance de las personas que allí estaban.

Con tanto insulto, las cuatro chonis y yo no nos dimos cuenta de que la cola se había acortado un buen cacho. Quedaban dos sumnongles por delante de nosotros.

—¡Qué guay, tías! A lo mejó ganamos.
—¡Yo estoy vibrando de la emoción! —confesó la Rocío.
—Aún no me ha quedado claro que es lo que hay que hacer aquí. Veo que la gente le dice algo a la bruja y luego se va. También he visto que en los carteles dicen que tienes que decirle a la bruja de dónde vienes.
—Que sí, coño, que es eso lo que hay que hacer —afirmó Carola antes de darme la espalda.
—No estás al loro de lo que pasa, pareces gilipollas del culo.
—Cuando hay mucha imbecilidad en el ambiente, no me entero de nada nadita nada —no queríamos enfadar a la manada para no recibir palizas. Por eso decidí hablar de otra cosa antes de que reaccionaran mal—. Por cierto… ¿Qué son esos… rollos que lleváis cada una? —pregunté señalando a los rectángulos de papel de las chonis.
—Son cuatro pósteres guapos de lugares terroríficos que conseguimos en una tienda friki —dijo Lala meneando sus nalgas mientras algunos sumnongles excitados la miraban al otro lado de la cuerda roja de la fila.
—Se los vamos a enseñar a la bruja para que vea de dónde venimos —Yesenia desenrolló con presuntuosidad su ilustración impresa, tal y como hicieron las otras tres chicas.

Hubo una turbación benigna en el ambiente, pero duró menos que la presidencia de una lombriz en una nación del sotobosque. Las chonis se movían con entusiasmo en la cola, cada una con su póster correspondiente hasta que llegó el turno de de Yesenia. La poligonera posó con estilo delante del póster que dos de sus amigas habían desplegado para que se pudiese ver con todo su esplendor. Después dijo, con toda la seriedad del barrio, de dónde venía. Para mi sorpresa, no dijo que venía de ninguna esquina recóndita de Raspacallos.


—¿Pero qué lugar es ese? —preguntamos tras habernos colados por delante del chonipóster para ver el terrocanguélico paisaje.
Mu bien. Apunta tu nombre en el paper y tu teléfono aquí —Soledad le ofreció un bolígrafo y un folio a la joven—. Ahora la siguiente.

Rocío fue la segunda. Sus compis me empujaron a un lado y repitieron el mismo procedimiento con su póster para mostrar otro mundo de color y dolor.


—Uy… Menuda golfi. No solo la tutea sino que le confiesa que la pone cachonda y todo. Yo es que me caigo hacia un lado, exploto y me convierto en sal de frutas para zánganos —comenté muy bajitu (cierto es).

La choni de la gorra escribió lo que debía escribir y dejó paso a Lala, que estaba muy animada.


—Otra lisonjeando a la señora… Pero si en los carteles no dice que hay que hacerlo —no me pude callar lo que pensabah.

Carola se colocó frente a su póster infernal cuando la rubia terminó de apuntar sus datos-datos.


—No entiendo este concurso extrañurso… —murmuré—, pero parece que solo hay que decir de dónde vienes y ya.
—Vamonos, putas. Ahora tenemos que esperá —Carola se llevó a las otras tres lejos de la cola para cobijarse en una sombra fresquita y amable que un buen edificio derramaba sobre el caliente suelo de la calle.
—Ahora te toca a ti.

Era mi turno. La bruja gitana Soledad me miraba entretenida. No era muy mística ni imponente, era más bien una señora enana, morena y vieja del montón que tenía ganas de pasar el tiempo montando concursillos de fin de verano. Pero he oído que ha hecho cosas impresionantes como, por ejemplo, el encantamiento que echó sobre la escalera de un barrio de aquí cerca para que caigan mondarinas desde el escalón más alto si estornudas tres veces seguidas en menos de diez segundos en ella. También se comenta que puede convertir los truños de perro en bombones de licor ultra exquisitos. Realmente son unos trucos estupéndicos.

Su hijo, el que se sentaba con cara de bobo al lado de ella, no es muy popular. No lo conozco, no lo he visto nunca y no quiero saber si ha robado chicles del supermercado del Limbo de Pip-Pop-Pululunk.


—Ehm…
—Antes de decir na, págame un leuro como tol mundo.
—No sabía que había que pagar —mi despiste y las chonis habían impedido que me diera cuenta de ese hecho.
—¿De dónde crees que saco el dinerillo del premio? El parné no se fabrica con magia —explicó la bruja con su voz ronca.
—Vale —un nerviosismo de dos milímetros de ancho me dejó la mente en blanco lejía. Luego, Soledad agitó sus manos indicando que empezara ya a decir lo que tenía que decir—. Pues… ehmmm… Yo vengo de mi casa, que está en esta misma calle, un poco más hacia abajo… y he venido a decirle que usted es una persona espectacular, que todas las niñas quieren ser de mayor como usted, que este país sin usted no sería nada y que debería ser eternamente adorada por las generaciones venideras.

Mi última palabra trajo consigo un silencio y alguna que otra risilla que provenía de los sumnongles de la cola. La bruja anonadada, no entendió muy bien por qué había dicho todo eso.

—¿Pero de dónde vienes?
—De mi casa, que está justo ahí. Desde aquí se puede ver la escalera del portal. Es el número 11 —señalé con mi dedo (que tiene una uña en la punta) hacia la entradita de mi hogar.
—Pero mi arma, ¡si eso está aquí al lao! —dijo impresioná.
—Ya…
—A ver… ¿tú no sabes que en este concurso lo que jimporta es el lugar de dónde vienes y no toda esa chorrá que me acabas de decir de que si soy adorada y de que si soy no se qué?
—Pero si las cuatro papirusas esas de antes le soltaron piropos y le pusieron de tía buenorra para arriba —respondí impresionadә.
—Lo sé, pero dijeron que venían de sitios horrorosos, que es lo más importante. A mí me interesa que vengas de un lugar mu peligroso, aunque ese lugar no exista —explicó compasiva.
—Pues eso no lo ponía en los carteles —dijimos mosqueados.
—Claro que no. Eso tol mundo lo sabe y lo lleva sabiendo desde hace años. Y lo dije hoy antes de empezá con el concurso.
—Jolines, qué mala suerte… Al menos podrías haberlo escrito en los carteles, so vaga —bajé progresivamente el volumen de mi voz para que no fuera oída.
—¿Qué?
—Que me gustan mucho sus cosas de la cabeza —declaré con sonrisa de empanadilla.
—Gracias. Así parezco más bruja —Soledad se tocó sus plumis halagada—. Mira, por treinta y cinco leuros te dejo otra oportunidad pa que me digas de qué lugar chungo vienes.
—Buff, no tengo tanta pasta encima. Quizás la próxima vez lo haga mejor.
—¿Y no quieres comprar un amigo pa tu gato?
—¿Cómo sabe que tengo gato?
—Porque tienes pelos anaranajaos de gato en los pantalones. Eso solo hay que verlo pa saberlo —la bruja movía sus manos como el vagón de una montaña rusa muy enredada—. Mira, yo tengo un perro solar y un loro que fuma que es mu gracioso, a lo mejó te gusta.
—Con mi gato y con las moscas que me visitan a veces me conformox.
—¿Y no quieres un hechizo para buscar a arguien? Tienes cara de que quieres encontrar a una persona —propuso con un tono tentador.
—Sí, ¡SÍ! Quiero encontrar al bebé Poesía, ese que desapareció el año pasado —la bruja parecía saber mucho de mí y de lo que quería hacer.
—Lo sabía. Yo soy muy bruja y puedo adiviná cosas.
—Sí, ya lo veo… Y estoy flipando. Pero… ¿por qué no ha decidido buscar a Poesía por su cuenta si usted puede adivinar su paradero? Si yo tuviera el poder, lo habría encontrado YA.
—Yo no puedo encontrarlo, pero puedo hacer que otros lo encuentren. Por ahora, tú eres la única persona que he visto en la ciudad capaz de encontrá al churumbel cabezón.
—¿Ah, sí? —mi cabeza estaba embriagada por la información tan suculenta que recibía.
—Claro. Agún día sabrás porqué.
—¿Entonces qué hechizo ha de hacer para que yo pueda encontrarlo?
—Tengo que consultarlo. Las personas, en ocasiones, brillan por su ausencia. Hay un hechizo que revela esos brillos hechos por las ausencias de las personas y pueden ser muy útiles pa encontrarlas —relató como una verdadera profesional de la magia de barrio.
—¡Genial! ¿Puede hacer el hechizo ahora, señora bruja?
—¡Que va! Eso es mucho curro. Yo lo empezaré a fabricá dentro de unos días y te lo venderé cuando lo termine. No te preocupes que nos volveremos a encontrá, quieras o no, cuando ya lo tenga preparao.
—Dios mío, ¡qué subidón! Mamá Bebé se sentirá muy feliz —estaba tan contentis que casi me combustionaba de la emoción. Haber hablado por primera vez con esa bruja ha sido lo mejor que he hecho en todo este año.
—Mama, que los bichos se mueven —dijo el hombrezote moreno que miraba a unos bichos raros de un tarro.
—¿Qué son esas cosas con ojos? —pregunté con ganas de conocer esas criaturas que llevaba mirando hace unos minutos.


—Son chumongles estallaos.
—¡Oh! ¿No querrá decir sumnongles estallados?
—No me corrijas, que es mu feo —Soledad adoptó un comportamiento algo antipático.
—Pero, usted conoce la palabra sumnongle. ¿Me podría decir qué significa realmente? ¿Me podría decir que son esos gusanos amorfos con ojos? —la revelación del nombre inició en mi una irrefrenable necesidad por saberlo todo sobre esos bichos y sobre esa palabra.
—Los chumongles somos tú, yo, el tato y tol mundo. Estos bichos son otro tipo de chumongles.
—Quiero saber más sobre ellos.
—Joder, llevo esperando aquí cinco minutos —el hombre que estaba detrás de mí en la cola se quejaba de mi extendida charla con la bruja.
—¡Hostia, que ya termino! —grité al pesado de la cola.
—No, no, no. Ya hemos acabao de puchelar. Ahora vete que tengo mucho curro, que aún me quea por visitá Fuencremosa. Ahí casi naide me quiere ver, pero presiento que unos van a querer a participar en mi concurso —la bruja no quería perder más el tiempo conmigo.
—Ya, pero…
—Nos volveremos a ver, no lo olvides.
—Mama, las payas de antes lo hicieron mu bien. Déjame darles el premio a ellas y llevármelas a un sitio pa celebrarlo —el joven barbúo miraba con lascivia a las cuatro desgracias de Raspacallos que aún charlaban en la sombra.
—Tú calla, Pinsapo, que has dejao preñá por segunda vez a la Chochi. Tú ya no puedes pensá en otras nunca más —la autoritaria madre quería corregir el comportamiento de su hijo.

Yo ya no pintaba nada en esa tertulia familiar. Debí renunciar a mis ganas de saber y saber porque ralentizaba el dime-te digo-apúntate-me marcho del concurso. Pero sé que mis dudas se disolverán cuando me vuelva a encontrar con la bruja gitana. Desconozco por qué todo el mundo sabe cuándo la bruja Soledad Chungarile está de paso por la ciudad. Ella no anuncia su llegada por ningún sitio ¿Desprenderá algún aroma o hedor que alerte de su presencia? Esa señora es muy rara y no sé si es de fiar.

Dejé atrás a esos transeúntes antipáticos que esperaban en la cola y a ese tarro lleno de los llamados sumnongles estallados. ¿Qué son realmente?, ¿qué es un sumnongle?, ¿por qué ella sabe el significado de esa palabra que no aparece en ninguna parte?, ¿por qué lo sabe Tulma también?, ¿POR QUÉ? Maldita sea, panacea…

Las cuatro bobas maleducadas paseaban por la zona descojonándose de Paxarito, al que llamaban pájaro con ruedas. He de admitir que presenciar esa escena fue muy divertidox.

Por la noche, un niñato gangoso de buen corazón y culo gordo me anunció cuando fui a bajar la basura que el ganador del concurso había sido un hombre que él conocía y que le había dicho a Soledad que venía del infierno del no sé qué del agujero negro de la dimensión del mal de no sé cuánto. Menuda mierda de concurso más raro… gana el que dice que viene del lugar más horrible y peligroso, exista o no… pero hay que admitir que el premio es bueno. Pedazo dineral se llevó ese individuo ¡Cuatrocientos euros! Ni más, ni menos. Bueno, eso es muy poco en realidad, ¿o no?

Ahora estoy en casa y con ganas de contarles a todo el mundo lo que aprendí hoy. Mañana pienso charlar un ratote con el Maselillo de mi vida y también hablar con la directora Urpia, sobre el asunto de Basilión, el macarra que todavía no ha sido expulsado. Puto mamón morado…

Ay, mis queridicillos. Os mando un beso y otro de parte de mi gato Perseo.

Muack & Miau.

24 septiembre 2011

De safari en la ciudad (tercera parte)

¿Qué tal, saco de pollos? Ahora estás en frente, más en frente que nunca, de mi nueva entradita. Lee las letras una por una y te enterarás de todo lo que he escrito. Eso sí, no toques la equis mayúscula porque PINCHA.

Hoy estoy muy feliz porque he conseguido lo que llevo días intentando conseguir. Dentro de unos segundos sabréis de qué se trata, pero si sois listos como un gandrimasú de cacería, habréis comprendido a qué me refiero antes de leer el siguiente párrafo. El título de esta entrada lo dice todo… es muy parlanchín.

Como las veces anteriores, hoy he recorrido el parque de Maraguarrada en busca del animalito solitario perfecto para que me haga compañía en casita. ¡Y esta vez tuve exitoto!

El parque de Maraguarrada es un remanso de paz por donde mis pies caminan sin temor. Es el lugar más pacífico de mi ciudad, a diferencia de Raspacallos, que es el barrio más rebosante de violencia, robo de bolsos y carteras e insultos gritados en la cara. Por otro lado, mi barrio, Villaflopio del Escaramujo es el más aburridoh. Es tranquilo como el consomé que reposa en el cuenco que amé, pero no tiene nada interesante que ver… Luego está Valdorrendo. Por él deambulan los sumnongles más locos de la city; algunos atacan, otros gritan y otros solo se menean como tintinoles.

A unos cuantos metros del centro del parque, nos paramos bien parados. Nuestra ruta a través de los parterres y arriates tenía zonas de STOP en donde nos quedábamos mirando a los sumnongles. Ante nosotros pudimos ver a una señora lila como el jigo, que miraba el florerío clavelero que se enrojecía bajo su rostro sonriente. Detrás de ella, un papi de los de carne y hueso y su retoño simpatizaban con las palomas.


—Papi, papi, las palomas son feas pero son muy diver —confesó el nene en cuclillas.
—Claro, hijo. Las palomas de este parque son las más nobles de la ciudad. Venga, coge unas cuantas. —Pidió el padre a su hijo mientras metía una paloma en su cesta.
—¿Por qué son nobles?
—Porque las puedes coger con facilidad y no te pican.
—¡Yupi! —el niño estaba entusiasmadou y elevó sus manos al cielo del mediodía.
—Vamos, coge unas cuantas y mételas en la cesta. Serán nuestras nuevas mascotas.
—¿Podemos darle una a la tía Manoli y otra al primo Tomás? —preguntó con chispitas en los ojos.
—Por supuesto, hijo —el cariñoso padre sobó el cuero cabelludo de su nene con un movimiento revuelve-hierbajos.
—Esas palomas no son nobles, son estúpidas. ¿No tienen ni una pizca de dignidad o qué? —susurré entre dientes—. Esas palomas necesitan ser oyentes de una charla aconsejadora de cuatro horas, de esas que yo doy y salen hacia fuera de mi boca. Menos mal que las palomas de mi barrio no son tan bobas y capturables… Me daría mucha vergüencita ajena si lo fueran.

Estábamos tan tensos mirando a las palomas que no reparamos en una presencia especial que espiaba los convexos glúteos del pompix del nene. Se trataba de Zipula Turquesa.

—¡ALERTA, ZIPULA! —espeté sin pudor al atisbar al enano estrábico.

Mi intención fue correr hacia él para apresarlo y molerlo a patadas y a amenazas de denuncias, pero no lo conseguí. Un torbellino de palomas asustadas, aturdidas por el espanto, revoloteó en torno a mí. Me confundieron tanto que olvidé hasta el número de teléfono de mi vecina la de abajo (que en paz descanseh). No pude seguir con mi carrera y el Zipula huyó parque adentro dejándome en ridículo delante de los sumnongles allí presentes.

Qué asco… Me sentí como Fracaso Master por no haber pillado al Zipula. Y además de eso, me entró una ráfaga de envidia cuando vi a ese padre conseguir mascotas gratis tan fácilmente. Aunque, pensándolo bien… las palomas no son tan chulas y no juegan con pelotas.

Lo siguiente que hice fue moverme hacia la zona oeste del parque. Allí me topé con algo que me distrajo ferozmente. Ese algo era un bicho que formó parte de mi infancia. Ahora tenía un aspecto muy repugnante…

—¡Pero a quién tenemos aquí! Es… eres… eres la Escarabaja Simpática. Eres… quiero decir que… quiero decir que eres una ASESINA NAUSEABUNDA —grité a la bicheja avergonzada que había parado de comer al intantex.

Pillé a la escarabaja con la boca llena de trozos de pulgón muerto. Casi me dieron arcadas cuando vi los fluidos de su víctima formando hilillos en su boca.


—¿No te da vergüenza? —pregunté indignadә a la insecta—. Antes eras una tía súper maja y eras el símbolo de las buenas costumbres para muchos niños. Todos tomaban como ejemplo tu modo de vida saludable. Pero ahora… Ahora eres una marrana sin escrúpulos que se zampa cualquier espécimen de áfido parásito, escondida en la maleza para que nadie pueda ver cuan miserable es su vida rastrera.

Busqué hace unas horas dentro de la caja que está debajo de la otra caja, esa de la que nunca te he hablado, para extraer de ella un biblio…, perdón, quise decir libro~. Es la prueba que tengo para demostrarte que la escarabaja antes era buena y ahora no lo es. No te asustes y no te muerdas la lenguosidad de tu boca.

Esta es la portada de los libros de los cuales ella era la protagonista. Este es el tomo que obliga a los gordos a comer hojas, pescadito de la mar salada y frutis, y en donde se pone a parir al pobre colesterol.


Por lo que veo, había dejado de protagonizar los libros educativos para dedicarse de lleno a comerse la carne de los pulgones del parque

—Qué fuerte me parece todox —dije agitando mi cabeza—. ¿Acaso intentabas pasar desapercibida? Ahora eres mucho más horrenda, pero te reconocería hasta con las pupilas tapadas. Incluso tienes la misma postura que tenías en la portada del libro 5, solo que volteada horizontalmente. Me has decepcionado mucho, ¡MUCHO, BICHA ASESINA!

La Escarabaja Simpática se sintió ofendida e irritada. Alzó el vuelo con sus alas venosas llevando consigo el fiambre del pulgón. Pero antes de esconderse lejos de mí, escupió todo lo que tenía en sus microfauces DENTRO DE MI BOCA. Me arrojó además, junto a su papilla masticada, el cadáver del pulgón justo en mi lengua. Fue muuuuuy asqueroso y tuve que expulsarlo todo a base de escupitajos porque me asqueaba el sabor a muerte. Es muy humillante que un insecto deje en ridículo a un mamífero como nosotros…

Dejamos atrás el escondite de la escarabaja. Desde luego era la no-candidata a mascota más odiada del día…

En otro rincón del parque hallamos una forma de vida perruna que se escondía detrás de las hojas. Era el perro Castrie, el perro mil leches castrado de Elsa Arrarra.


—Castrie, perrito, ¿qué es eso que has dejado ahí?, ¿es una carta de amor para una perrita del parque? —le pregunté al hacedor de guaus—. Quieres que te corrija las faltas de ortografía, ¿verdad?
—Blugruaf, blugruaf —ladró Castrie arrastrando la carta con el hocico hacia mí.
—Qué raro ladras, pequeño.

Entendí luego que la carta era para mí y por eso la cogí. La remitente era Elsa, la dueña del perro. En la carta me pedía que POR FAVOR fuera a visitarla a la alcantarilla. Y así lo hice, después de habérmelo pensado unas seis o siete veces.

Yo siempre he pensado que las alcantarillas están llenas de misterios y de templos donde sacrifican sombras líquidas con cuchillos embadurnados con sirope de fresa, pero realmente no son más que galerías apestosas y llenas de enfermedades, mierdah & pipi, ratas y sumnongles diminutos que casi todo el mundo odia. En la carta, Elsa me indicó que para evitar enfermarme por todos esos males tenía que vestirme con una ropa adecuada y con una mascarilla, que no es muy carnavalera que digamos. Me vestí con tales ropajes tras unos setos sin que ningún ojito pudiera verme.

No entendí por qué quería verme justo en ese lugar. Tuve algo de miedo pero tenía mucha curiosidad, pues en la cartita me comunicó que quería revelarme algo importante~.

Castrie me guió hacia la alcantarilla por donde podía bajar al mundo del joder, qué peste. Pero antes de bajar nos asombramos mucho al ver a un chico muy flipao con una bandera. Era Chéster en el Espacio y quisimos evitarlo a toda costa.


—¿Qué cojones hace ese con una bandera y vestido de militar? Ese niño me hace sudar hasta los huesos —dije en un tono infrasónico.

Mi cuerpo no se escurrió tan rápido por el conducto, lo que fue una gran putada para mí porque mi compañero me captó con su mirada y se acercó para a hablarme sin piedad. Afortunadamente, no me reconoció gracias al mono, el casco y la mascarilla que tenía puestos.

—Uooooh, qué mareo, ¡un poli de aventuras! —dijo Chéster con ímpetu.
—Uigh… —emití con hastío de espaldas al señorín.
—Buenas tardes, señor o señora agente. ¿A dónde va usted?
—Joven, ¿sabes que es delito molestar a… una unidad del reconocimiento del subsuelo de la Guardia Civil? —hablé con una voz extraña para no ser reconocidis.
—Oh, lo siento… Quería ir con usted ahí abajo —confesó desilusionado.
—No, hijo, no… Las cloacas no es un mundo apto para ti. Tú sigue haciendo aquello que estabas haciendo con la bandera esa —le pedí con dulzura.
—Estaba patrullando, señor o señora. Soy un miembro de la Liga Antipedo y quiero pillar a esos Zipelos que andan por aquí.
—Se dice Zipulas —corregí a Chéster y después me detuve en la escalera de mano para escucharle.
—Eso, eso. Discúlpeme por el error. ¡No sabía que, aparte de mi compi, hubiera alguien más que los hubiese visto! —dijo sorprendidoh.
—Bueno, los polis solo hemos oído hablar de ellos pero no hemos pillado a ninguno. Si tú capturas uno y lo llevas a comisaría te darán una medalla de oro al mérito captura-pederastas.
—¿UOH, SÍ? ¡ESO ME FLIPA QUE NO VEAS! —gritó más animado que nunca.
—Lo sé, lo sé. Oh… una pregunta: ¿cómo es tu compi? —quería saber qué decía de mí.
—¿La persona que me pidió que patrullara el parque una vez en semana?
—Sí.
—Es una persona rara pero es muy maja. Siempre anda con Maselillo, el chico gordito que siempre sonríe.
—¿Y consideras que esa persona es atractiva? —me sonrojé tras cuestionar.
—Uoh, la belleza está en el interior —opinó Chéster tras mi espalda con voz melosa.
—¡NO! Dime, del uno al diez ¿qué nota le pondrías al atractivo de esa persona?
—Pues… No sé, señor o señora… Tal vez un cinco —decidió tímidamente.
—¿UN CINCO? ¡PENSAR QUE TUS AMIGOS SON POCO ATRACTIVOS SE PAGA CON DOS AÑOS DE CÁRCEL, CHAVAL! —grité por haberme hecho sentir tan horrible.
—¡Discúlpeme, agente! Quería decir un diez.
—Eso está mejor, Chéster.
—¡Uoh!, ¿me conoce? —preguntó sorprendido y algo intimidado.
—Yo conozco a todo el mundo. Ahora cállate y no seas tan pesado.

Dejé a Chéster en la superficie con cara de absorto. Yo me sumergí bajo la epidermis urbana con un ligero enfado de cardo pisoteado. ¿Por qué me puso un cinco pelao ese desgraciado?, ¿será por mis gafas?, ¿será que soy realmente un adefesio? No saber, no saber… Pero le agradezco de todo coco de corazón que estuviera en el parque buscando Zipulas. Ahora creo que se esforzará más si va a recibir una medalla a cambio de atraparlos.

Dentro de las cloacas me intranquilicé un poco. Pero supe qué camino tomar cuando vi unas lámparas adheridas a los muros que señalaban la ruta hacia Elsa, la cotilla de la ciudad. Conseguí llegar a ella, concretamente al agujero en donde estaba perfectamente encajadita. Cuando me vio sonrió a lo Mona Lisa masajeada.


—Hola, Elsa. Ya me tienes aquí —saludé a la mujer incrustada.
—Lo sé. Te he estado esperando —Elsa sonrió mucho más y su cara se arrugó cual pasa.
—¿Qué quieres decirme, Elsa?
—Nada en especial. Solo quiero que charlemos sobre varias cosas que han sucedido y que seguro te interesarán —no podía disimular sus ganas de soltar un chisme.
—Entonces será la primera vez que tenga un diálogo contigo.
—¿Recuerdas que el año pasado encontré un pasadizo en una de las obras que hicieron en el suelo?
—Sí. Te colaste en el agujero con la destreza de una lombriz.
—Cierto es. Pues a nadie le pareció interesar mi hallazgo.
—A mí me interesó, te lo juro por lo más duro —declaré con sinceridad cloaquera.
—Si de verdad te interesó, ¿por qué no me preguntaste NADA sobre él?, ¿por qué no me pediste que te lo enseñara? —dijo sintiendo una tenue animadversión.
—Porque me caías un poco mal por lo chismosa que eras. Oh, perdón, si te he ofendido —expresamos un poco avergonzados.
—No te preocupes, solo me has jodido un poco, pero eso es agua pasada —Elsa se agitó en el agujero, muy limpito para ser de cloaca.
—Bububu. Dime, ¿qué tiene de especial ese pasadizo?
—Es un pasadizo con paredes empapeladas. No tiene puertas, está completamente aislado por muros de piedra y cemento. Parece el pasillo de una casa pero bajo tierra.
—Qué raro. ¿Sabes quién lo ha construido? —pregunté porque mi curiosidad aumentaba sin cesar.
—Sí. Los hipotéticos enanitos que tú dices que ves andando por Maraguarrada. Castrie me lo ha contado todo; es mi espía en la superficie y se entera de todo lo que ocurre.
—¡Oh, Dios! Menuda revelación. ¿Estás segura de eso? Yo los llevo buscando desde hace mucho tiempo y desde siempre he pensado que tienen un escondrijo por el parque —casi me dio un ataque de ansias por saberlo todo al oír la noticia.
—Pues lo tienen y es subterráneo. Nunca he visto a esos enanos pedófilos o pederastas, pero detecto vida, voces y gritos a través de las paredes subterráneas. Seguramente sean ellos, y ese pasadizo será algún pasillo que han cerrado y abandonado —relató satisfechah.
—¿Sabes cómo puedo entrar en su guarida?
—No, lo siento. No sé dónde está, pero sé que está bajo el parque. Nunca exploro las galerías de saneamiento, a pesar de que he hecho un pacto con los virus, bacterias, suciedad y alimañas para que no me infecten ni me ataquen. Simplemente no quiero oler tanto hedor.
—Ya decía yo… porque te veo muy desprotegida.
—Sí. Desde que me divorcié me divierto explorando el subsuelo. Pero no lo habría hecho si no hubiera realizado ese acuerdo con la porquería que por aquí se mueve. Yo les cuento los chismes de las palomas, gorriones y otros animalillos de la luz y ellos me dejan tranquila. Aunque hay una rata que me ha robado mi collar de perlas. Si la pillas, la matas y me devuelves el collar, ¿vale? —Elsa me guiñó su ojo sin parar de sonreír.
—Claro, claro. Pero sigo queriendo averiguar la ubicación del pedo-nido. Dame alguna pista de pistacho o algo para saber cómo puedo encontrarla, por favor.
—Castrie me ha dicho que hay cuatro niños que saben la ubicación. Creo que todos estudian en la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar y son de primaria. Pero no tengo ni la menor idea de quiénes son…
—Vaya… Pero creo que los podré encontrar, supongo… —dije un poco desanimadis cuando me di cuenta de que toda la info no me iba a ser ofrecida en bandeja de plata con incrustaciones de zafiros.
—Ánimo, lucecita del exterior. Eres capaz de encontrar a esos niños, no es difícil.
—Gracias.
—Esto ha sido todo lo que quería contar. Dile a tus amigos que te ayuden a buscar a esos niños, y, de paso, que te ayuden mucho más a encontrar a Poesía —dijo Elsa, con un tono esperanzador. Se notaba que gozaba al darle noticias importantes, malas o buenas, a la gente.
—Lo haré.

Salí de allí, me desvestí y le devolví el traje a Castrie, que estuvo esperando afuera porque no le gusta la oscuridad del alcantarillado. Había sudado mucho porque tuve dos capas de ropa puestas.

Elsa es una señora maleable como la melcocha. Ha saneado muchas galerías de las cloacas con poco esfuerzo y las ha iluminado con todo su amor usando lámparas con forma de coliflor. Si no fuera tan cotilla, disfrutaría estar con ella para que me cuente cómo manipula la suciedad y las terribles enfermedades para que no toquen ni una sola célula de su fofo cuerpo. Sería ideal ser como ella para no depender del mono y la mascarilla todo el rato.

Unos sumnongles me miraron cuando salí de la alcantarilla pero, por suerte, ninguno era Chéster. Eso me permitió andar con calma por el verdimundo de Maraguarrda. Mi ilusión por encontrar el nido de los Zipulas era tan grande que casi olvidé mis ganas de conseguir mascota. Pero no fue así.

En el barrio de Maraguarrada hay una zona muy gatuna por donde los ratones no pasan ni para saludar. No me suele gustar pasear por allí porque hay un trío de gatos que son tan agradables como un pisotón en el esternón. Me han dicho que han intentado hasta descuartizar a Hamshala, la hámster pintada de rosa chicle.

Por el jardín de una casa muy bonita oí un sonido encantador. Era el maullido de un gatitu muy ricu que me llegó al alma. Su maullar era diferente a cualquier otro, era un maullar con mensaje, con significado. La mayoría de los gatos solo maúllan tonterías y cosas estúpidas, pero este… este no. Intenté buscar al emisor del maullido entre los arbustos del jardín. Como era una tarea difícil, nos vimos obligados a entrar dentro del jardín de esa casa para hallar al gato. Notaba que me llamaba, que me pedía ayuda con mucha ternura.

Desgraciadamente, el trío de gatos del que os hablé decidió taponarme la entrada. Eran los llamados Micifuces Gentiles, los odiosos mininos que solo comen ratones depilados. Maullaban y se rozaban mutuamente sin parar.


—Miaumisú —maulló el gato negro.
—Miaumifú —maulló el gato siamés.
—Miaumichú —maulló el gato blanco.
—Quitaos de aquí, me estorbáis.
—Miaumisú —maulló el gato negro en clave de hijoputa.
—Miaumifú —maulló el gato siamés en clave de cabrón.
—Miaumichú —maulló el gato blanco en clave de tocapelotas.
—¡Largo de aquí, coño!

Los aparté con una suave patada y ellos, asustados, huyeron hacia el porche de la casa, su hogar. Los Micifuces Gentiles se hacen pasar por cariñosos cuando juguetean y se frotan entre las patas de la gente, pero en realidad lo hacen para molestar. Les gusta obstruir caminos y hacer perder el tiempo a la gente con su táctica de somos adorables, ¡acarícianos durante un rato, miau! Por su culpa, algunos sumnongles han sido despedidos de sus trabajos por haber llegado tantas veces tarde. Lo más gracioso es que, los Micifuces Gentiles, aunque siempre están juntos, se odian a muerte. Nadie conoce la causa por la que van en grupo.

Tuve vía libre para acceder al escondite del gato de los maullidos lindos. Solo me llevó unos veinte segundos encontrarlo. Como la dueña de la casa no estaba en ella, pude andar por su jardín sin temor.

—Oh, gatito. Qué mono eres —expresé tras remover los hierbajos que lo mantenían oculto.

Ante mí pude ver una de las criaturas más adorables de la ciudad: Un gatito atigrado, con aroma a malas hierbas, trastornado por las putadas de la vida callejera.


—Miau, miau.
—Qué suerte, no tienes dueño. Puedes ser mi nueva mascota —dije muy feliz.
—¿Miau, miauuu? —maulló confundido.
—No te preocupes, te trataré como el Príncipe de los Fufos. Si te vienes conmigo no tendrás que soportar a esos micifuces de mierda, que seguro que te tenían marginado y acosado.
—Miaaaaaau… —afirmó temerosoh.
—Pero antes te tendré que poner un nombre, porque no tienes, ¿verdad?
—Miau —volvió a afirmar.
—He de bautizarte con un nombre muy originale —me senté en el césped para iniciar la creación de un nombre—. ¡Ya está! Te voy a llamar Gati.
—¿Miau?
—No me dirás que prefieres Kitty, ¿verdad?, ¿O quieres que te llame Café de Zanahoria?
—Miaaaaaau, miau, miau —maulló suplicándome otras opciones.
—¡Lo tengo! Como tienes pinta de luchador fuerte que trabaja duro para sobrevivir día a día, te llamaré… ¡Perseverante! —declaré triunfante.
—¿Miau?
—¿Qué?, ¿te quejas del nombre? Entonces te llamaré Perseo de cariño. Y no te quejes más que te voy a dar casa, comida y comodidades gratis.

El gato parecía estar animado con la propuesta pero no muy convencido. Había algo en mí que le intimidaba. Como vi que opuso algo de resistencia para no ser cogido, yo lo dormí con un pañuelito que llevaba en mi pantalón y que casualmente olía a cloroformo. Es de los aromas que menos me gustan porque me dejan sopah.

Me llevé al gato conmigo a mi casa. La gente de la calle me miraba a mí y al felino dormido que llevaba en brazos porque no era algo muy usual. Creo que algunos pensaban que era mi hijo o mi pareja sentimental.

Ahora es de noche y estoy en casa disfrutando POR FIN de la compañía de un animal: mi gato. Le he ofrecido comida, juguetes y una cama para que se sienta a gusto, y aún así se le ve con miedo. Confío en que el tiempo hará que se adapte y me ame como una buena mascota hace. Habría preferido un perro, pero Perseverante, o Perseo, era el único mamífero disponible en la calle en ese momento ¡Y LA SOLEDAD CASERA ME ESTABA LLEVANDO A LA DESESPERACIÓN!

Tengo ganas de que sea lunes para poder encontrar a los nenes que conocen la guarida de los Zipulas y contarle a todos que estoy súper feliz porque tengo una mascota. Solo espero que Basilión no se acuerde de que yo fui la persona que tiró la piedra ayer… Ufff, deseadme suerte, pero deseádmela YA.

Hasta la próxima entrada. Perseo, desde detrás del sofá, también se despide.

Miau .

23 septiembre 2011

El meteorito que salvó a la doncella plumosa

Saludos, aburridos espíritus del alba y del anochecer. He venido para vaciar el cubo de las experiencias en mi blog, para que las podáis leer al mismo tiempo que agitáis vuestras piernas, que se enredan juguetonas debajo de vuestros escritorios. Si no tenéis escritorio o no estáis sentados frente a uno, entonces me habréis chafado mi introducción. Jolines, maldita sea, Jesús en patinete, amén…

Esta mañana tuvimos la ocasión ideal para preguntarle algunas cosillas sobre la escuela a la única sumnongle vegetal que conocemos. Esa sumnongle es la rosa cotilla que tan plantada está en el arriate situado frente a los setos cercanos a la entrada de la escuela. Sin embargo no pudimos hablar con ella… Nos fijamos en que estaba multi-acompañada y, como somos muy educados muy de vez en cuando, no quisimos interrumpir la excitante conversación que Rosamelia mantenía con un trío de abejas zumbonas. Me perturbabax un poco ver cómo de fascinada estaba la rosa. Pude captar su rostro embelesado a unos cinco metros con forma de conejo (nota: los metros, decímetros y centímetros pueden tener la forma del animal que tú quieras. Solo tienes que imaginártelo~).


—Sí, venid a mí. Oh, roble mío, qué patas tan peludas —mencionó la rosa amorosa—. Estoy muy excitada. Venga, abejitas, zumbadme los pompones, meneadme el polen, rellenadme el gineceo. Venga, vamos, ¡VAMOS, MIS BIZCOCHITOS VOLADORES!

Me dio algo de vergüenza ajena ver a Rosamelia entusiasmada de ese modo. Polinizada quería estar y más no podía esperar… No obstante, gracias a ese ajetreo sexual, la rosa liberó un aroma deleitoso que eliminó el olor a flatulencia de automóvil y a sudor post-desayunero de los nenes que por allí pasaban.

Dentro de la escuela me encontré, sin haberlo planeado ni nada, con una persona maselillosa. Le relaté la secuencia de la rosa con todo detalle.

—¿Y al final polinizaron a la rosa? —preguntó extrañado el señorito Maselillo.
—Ni idea. Quise acercarme pero me daba corte, y no lo digo por las espinas de su tallo, sino por la tensión sexual que había en el ambiente.
—Madre mía.

Como concluimos el tema de Rosamelia muy rápido, decidí sacar a la luz (por mi boca, claro está) las misiones que teníamos que cumplir este año los miembros de la Liga Antipedo.

—Escucha, Maselillo, estas son las misiones que debemos cumplir en este nuevo curso escolar: encontrar a la efigie, averiguar qué es ese mal invisible que esconde la escuela, casar a alguien con Dalipsa para que nos revele el paradero de los lugares ocultos del edificio y encontrar a Poesía —enuncié con voz de docente remilgadete.
—Está muy bien eso… pero son cosas un poco difíciles de hacer, ¿no crees? —preguntó algo ofuscado mi amigo—. Y, por cierto, ¿quién es Dalipsa?
—Maselines, ¿ya no te acuerdas? Es la niña contorsionista, la que dice blasfemias —le explicamos ligeramente disgustados.
—Ah, sí, la niña rara que quería ser tu novia, jajaja —Maselillo rió con timidez al recordar.
—¿Qué has dicho antes de la esfingie? —preguntó la curiozza Yazmina, que al parecer había escuchado toda nuestra conversación.
—Yazmina, está mal escuchar conversaciones en las que tú no participas. Y se dice efigie —le corregí mientras agitaba mi dedo índice.
—Eso, eso, efigie. Suena igual que el perro egipcio con cara de mujer barbúa.
—¿Eh?
—¿Has dicho que la querías buscar? —cuestionó dejando ver su guisantín cuando hablaba tan aburridamente.
—Pues sí —le confirmé confundidә.
—OK. Si la encuentras y te regala pasta, a mí me das un poco, churri —dijo antes de guiñar un ojo sin esperar una contestación

Yazmina nos dejó solos para mezclarse con la peña de clase. Maselillo estaba tan extrañado como yo.

—¿Sabrá algo de esa efigie? —preguntó el sumnongle.
—No creo. Ella es de las que hablan sin tener idea de lo que dicen y de las que les importa un comino los misterios de la escuela. Es una aburrida de la vidah.

A segunda hora tuvimos clase con el profesor Eulogio Berzomudo, el que no había asistido a clase desde el comienzo del curso por motivos desconocidos. Él es nuestro profesor de biología religiosa, una nueva asignatura que es la combinación de biología con religión. Es una mezcla un tanto contradictoria, pero tuvo que hacerse para dejar hueco a otra nueva asignatura, la de taller de peluquería de caniches.

Dentro del aula de biología religiosa los alumnos se autodepositaron en las desoladas sillitas para atender al profesor que estaba quieto frente a la pizarra. Eulogio es un sumnongle apocado, inseguro y tarta-ta-ta-tamudo. Tiene cara de haber presenciado la muerte de su desabrida familia y su peculiar boca es idéntica a un hocico muy perruno.

—Hola, alumnos. Siento… siento no, no haber podido asistir los días ante-anteriores —Eulogio comenzó a examinar su maletín para extraer una lista. Mientras, mi boca quiso hablar con Hematio, el sumnongle de la sangre, que se había sentado en primera fila.

—Hola, Hematio.
—No, se dice buenos días, compañero Hematio.
—Eso no es verdada. Pero bueno, contigo nunca voy a tener razón en nada… —desistí hablando tan bajo como el rocío encima de una seta desterrada.
—¿Qué has dicho? —preguntó receloso.
—Quería decirte unos cuantos palíndromos simétricos, de esos que se ven igual al derecho y al revés, para que los puedas escribir con sangre en las ventanas y que la gente los pueda leer bien por ambos lados.

Hematio se quedó mudo mudongo, como si su lengua se hubiera convertido en caviar de trucha. Solo me dedicó una mirada retorcida que yo interpreté como una muestra de que no tenía ni la más pajotera idea de qué le estaba hablando.

—Escucha mis palíndromos simétricos, que se me han ocurrido mientras hacía pis esta mañana —respiré hondo para no recargarme de nerviosismo al ver los mortecinos ojos del señorito sangre—. Escucha bien y apúntalos: AMA, AMAMA, ATAOATA, TUTMUMTUT, AHOAHAOHA, AWAUMUAWA, AYAHAMMAUAMMAHAYA, UXUYAYUXU, IVIOMOIVI.
—¿Cómo?
—AHAMAHA, ¡AHAAHAAHIHAAHAAHA!

Le había puesto tanta emoción a mi voz que Maselillo no pudo evitar abrir su orificio bucal por culpa del asombrus. Por otro lado, Hematio, sin parar de mirarme, no se inmutó en absoluto. Parecía que Hematio había pensado que mis incomprensibles palabras eran como unos terribles insultos en un idioma inventado.
—Cállate y no lo mires más, que tal vez esté cabreado —susurró Maselillo a mi oído.
—Silencio, chicos, os lo suplico. Me-me presento: Soy Eulogio Berzomudo —interrumpió el profesor.

Mi mirada humana captó el momento en el que el afligido profesor pronunció su insípido nombre delante de todos los alumnos. Hematio, mientras tanto, seguía acuchillándome con sus ojos como si yo hubiera cometido un crimen de carmín.


—Soy vuestro profesor de biología religiosa. Como ya sabéis, est-este año la asignatura de religión no será optativa y además se combinará con…
—¡YO NO CREO EN DIOS! —gritó Hematio levantándose de su asiento.
—Dios mío… Esto no me había ocurrido nun-nunca. Si no te sientes conforme con mi clase… pues… eh…
—Es una estupidez de asignatura, un disparate sin lugar a dudas. Yo me marcho de aquí, no sin antes dejar mi sello de indignación —Hematio Truncadonte se marchó indignado del aula al estilo buitre desenjaulado tras haber dejado tres gotas de su sangre en el pupitre y unos cuantos triángulos rojos por el camino.

El profesor miedica se sentía tan vulnerable al mal humor y a las críticas de sus alumnos que sus movimientos nerviosos se agravaron. Eulogio decidió hablar del temario del primer trimestre para hacer olvidar de las mentes de los sumnongles la escenita grotesca del monstruito sangrante.

—El primer tema que vamos a dar es la cre-creación de nuestro planeta. Es el tema más geológico de todo el curso. También abarca todo el génesis, el primer libro de la Biblia. Os enseñaré cómo Dios creó nuestro mundo en solo siete días… Disculpadme, quería decir siete millones de años, que pasaron tan rápidos que parecieron siete días —Eulogio inició el proceso de sudoración debido a la angustia que sentía cuando se equivocaba—. Y más adelante os hablaré de cómo los animales poblaron la tierra y el mar, justo después de que naciera el Sol… Aunque el Sol en realidad nació antes que la Tierra, pero apareció después porque cruzó un túnel espacio-temporal… ¿O era un vórtice? Oh, y los animales esos aparecieron antes, digo después de los dinosaurios, pero los dinosaurios formaban parte d-de otra dimensión, de donde salieron también una pareja de australopitecos, que se murieron y se reencarnaron en Adán y Eva… Ah, no, no. Solo había uno y de él sacaron una costilla y se convirtió en mujer, pero tuvieron que extraer tejido vivo del mono, o era de…, esperad… Ffffff…, señor, sáqueme de este embrollo.

No hubo manera de que se calmara; a Eulogio se le enredó el cerebro al explicar su contradictorio temario y se dejó a si mismo al borde del lloriqueo penoso. Algunos aseguraron ver lágrimas cayendo como bolitas toboganeras de sus tristes ojos.

—Me aburro ♫.
—Esta clase es una memez. Combinar biología con religión es como intentar unir dos imanes con el mismo polo: completamente imposible. Sin embargo, la considero divertida y fácil de aprobar, solo hace falta que este profesor tan inepto tenga claro lo que nos quiere enseñar —opinó en voz alta la procaz Tulma sin importarle un buñuelo que el profesor le oyera.
—Tulma, no seas tan desaprensiva. El pobre profesor está nervioso porque creo que no está acostumbrado a dar dos asignaturas mezcladas —dijo Mamá Vegas, actuando con el poder de una mamaíta reconfortante.
—Por favor, no seáis malos conmigo, ffffff… —pidió el timorato profesor, que se secaba el hocico con un divertido pañuelín sin poder detener sus temblores.
—No se preocupe, profesor, yo le apoyaré en todo momento —la sumnongle de las trenzas se embarcó en un viaje hacia la pizarra para consolar al profesorcillo—. ¿Ve? Un abrazo siempre viene bien.
—Gracias, alumna… —dijo Eulogio con suavidad de suavizante entre los brazos de Mamá Vegas.
—Déjeme que le acaricie su hocico; seguro que así se sentirá mejor.

Mamá Vegas acarició el morro de nuestro docente. Eulogio, muy manso, sintió irrefrenables ganas de hacer un ruidito que se componía de clones de la letra F (ffffffff).

—¿Es suave? —preguntó curiosa Belén Jardiña.
—¡Quiero tocarlo! —gritó Romina Frotichas.

En un solo segundo, casi todas las hembras de la clase y algún que otro alumno macho se acumularon en torno al profe para acariciar su hocico súper-guau. Es inusual que un profesor tenga hocico, por eso la gente se siente fascinada al ver a uno con uno.

—¡Qué gilipollez! Todas las tías tocándole el hocico al profe. Qué ñoñería… —refunfuñó Bruno, que reprimía sus ganas intensas de acariciarle el morro a Eulogio.
—¿Qué dices, Bruno bruto? Me da que tienes envidia porque Eulogio tiene un harén sobón a su alrededor y tú no —comenté dibujando trazos en el aire con los dedos—. ¿O lo que quieres es tocarlo tú también?
—Bah…
—Mamá Vegas, ¿está rico cuando le tocas el hocico? —cuestionó Yazmina, que era de las pocas que aún no se había levantado a acariciarlo.
—¡Claro! Te recordará a un perrito, susususú.
—¿Pero cómo es la ternura?
—¿La ternura? —Mamá Vegas preguntó sin entender sus palabras.
—Sí, la cosa esa que te indica si algo pica o si está como suave y liso pero sin rasposidad —explicó desganada la choni para que su compañera la comprendiera.
—Oh, ¿te refieres a la textura?
—Sí, eso.
—Pues es como sedosa —describió amablemente.
—Creo que lo voy a tocar. Pero antes me tengo que levantar de la silla.

Perdimos casi media hora por culpa de la escena sobahocicos, y al profesor no pareció importarle. Tulma no paró de dirigir miradas de asco a sus compañeros y a Eulogio. Little Aurora lloró cual sauce porque no consiguió llevar su mano hacia el hocico. Mis manos, sin embargo, consiguieron rozar el peludito morro del profe. Lo siento, PERO TUVE QUE TOCARLO.

La clase terminó porque sí. El profesor nos pidió que compráramos la Biblia de las especies, el libro que íbamos a usar este curso en su clase. Os digo que la clase de biología religiosa no me ha gustado NADA. Nos preguntamos si podremos escaquearnos de la próxima clase si decimos que no creemos en Dios.

En la hora del recreo, mi cuerpo recibió el impulso de ir a visitar a un sumnongle marino muy especial. Tuve ganas de cambiar la rutina por un día.

—Maselillo, ¿te animas a ver a Silver Caribe? Hoy no me apetece estar en el patio soportando a los niñatos de primaria.
—De acuerdo —afirmó feliz—. A ver si podemos verlo mucho más cerca esta vez sin que nadie nos moleste.

Descendimos a la planta baja para poder acceder al patio trasero de la escuela. En él, lucía de mil colores un precioso vergel que albergaba en su tierra fresca diversas especies de plantas. También había dos piscinas que relucían bajo el sol. En la piscina de Silver Caribe pudimos contemplar al mismísimo delfín haciendo piruetas pirucóticas en el aire.


Silver atravesaba los aros suspendidos en el aire con cuerdas invisibles con gran destreza. Casi parecía que volaba.

Nuestro adorado delfín es el archienemigo de Ñangas. Ambos se detestan mutuamente pues los dos mamíferos luchan sin parar por ser la mascota más molona de la escuela. Hoy en día los dos tienen el mismo nivel de popularidad. Pero Silver, además de ser un ídolo carismático, es un nadador de oro (o de plata, valga la redundancia) y un profesor de natación estupendo. Ayuda a los alumnos de secundaria a desenvolverse bien en el agua en las clases especiales de natación.

Pero a Silver no solo le rodean historias de fama y gloria… En algunos concursos de mascotas marinas en los que ha participado, ha recibido cartas de ciertos fans decepcionados acusándolo de ser un delfín engreído y mimoso. Al jurado de los concursos no le suelen gustar los delfines mimosos… no, no, no señor. Por otro lado, ciertos pupilos han confesado que el delfín mordisquea las nalgas a aquellos niños que le agarran la aleta caudal. Sin duda, no es muy angelito que digamos.

—Me encanta Silver, es como una bala de plata que salpica y moja cuanto quiere —dijo maravillado Maselillo.
—Es un primor de cetáceo —comenté justo cuando atisbé al entrenador de Silver en la piscina—. Mira, allí está Iker Marrazo. Nunca lo has visto.

Iker Marrazo, alias Tiburón, es un sumnongle a una nariz pegado. Este treintañero ex-parado dedicaba casi todo su tiempo a ir al gimnasio hasta que un día nuestra directora Urpia lo metió en remojo en su piscina para que hiciera algo especial en ella: adiestrar a Silver Caribe. Los rumores de los pasillos dicen que Urpia es un familiar lejano de Iker y que lo conocía años antes de que viniera a trabajar a el Diptongo de Coser y Cantar.

—Tronco, ese salto ha estado dabuti. Aquí tienes una chuche de pescaíto —Iker le ofreció una delicia como premio a su delfín plateado.
—Jijiiijiii —rió alegre Silver.


—Maselillo, vamos a preguntarle si podemos bañarnos desnudos todos juntos en la pisci.
—¿Cómo? —preguntó escandalizadox.
—Mira, Silver, ¿son esos tus coleguis? —preguntó el neoprenado sumnongle al vernos acercarnos.
—Jijiiijiiii —rió Silver en tono de burla, como si fuéramos demasiado miserables para ser sus amigos.
—Hola, Iker, somos Maselillo y compañía. No somos amigos de Silver, pero nos mola mucho ver cómo hace esos saltos en el aire.
—Maselillo soy yo —intentó aclarar el nene pero su voz no llegó a los oídos de Iker.
—Uaoh, troncos, venid a la piscina de los campeones, pa que os mojéis los cabezones —dijo el simpático Iker con su característica voz grave y ronca.
—¡Qué bien, Maselillo! esta es tu ocasión idónea para enseñar tu tanga de mimbre.
—Yo no tengo eso. No digas mentiras —comentó algo sonrojadoh por la mentirijilla que yo escupí.
—¡Jiiiiiiiiijiiiiiiii! —gritó Silver irritado. Cuando vio el pie de Maselillo pisar el borde de la piscina, el delfín se enfureció tanto que tragó agua para escupirla y así mojarle al joven sus pantalones con un potente chorro DE GÉISER LOCO.
—¡Aaaah! Me ha mojado —gritó Maselillo absorto y humedecido.
—Silver, tío, enróllate un poco y no des tanto por culo —dijo Iker decepcionado por el comportamiento de su delfinete. Pero Silver no se arrepintió de su mal acto, y encima mostró su rostro cabreado a su monitor para que se diera cuenta de que nuestra presencia en la piscina era una molestia para él.
—Menudo empape.
—Lo siento, chicos, pero Silver no quiere vuestra visita hoy. Vuestro rollo no fluye por la misma piscina que la de él. Va por otro sitio, ¿entendéis? Va como por otro río y no es compatible con el de Silver. —intentó explicar usando su cutre teoría de la enemistad.
—Eh… Sí. Entonces nos vamos, que no queremos que a la anchoa esta se le estalle la vena de la rabia —expresé mirando de reojo al delfín puñetero.

Nos largamos con paso decidido de la piscina. No queríamos estar más tiempo con el antipático cetáceo y su monitor narigudo. Iker es amigo de tol mundo pero Silver no~.

—Ay, Maselillo, estás muy empapado. La gente va a pensar que no eres capaz de controlar tus esfínteres. Ya sabes que la incontinencia urinaria no es nada sexy.
—No hay problema, me amarro el jersey a la cintura y tapo lo mojado —dijo el sonriente Maselillo mientras solucionaba su problema.
—Maselillo, ¡además de llevar jersey llevas también una camiseta de manga larga CON EL CALOR QUE HACE! —mi estupefacción no tenía límites. Maselillo me dedicó una sonrisa simplona como respuesta a mi comentario.

Minutos después, acabamos en la superficie áspera del patio. No quisimos estar con el grupito, pues ellos se hallaban bajo el sol calientacocorotas. En cambio, decidimos seguir a un sumnongle lila que portaba una misteriosa caja. No era otro que Basilión. Se había infiltrado en la zona de los peques sin ser visto. Era obvio que iba a hacer alguna gamberrada. Gamberro + maleta sospechosa = broma pesada o cosa very chunga.

Seguimos a Basilión hasta el minipatio. Los niños de esa zona se alejaron del macarra como si fuera una bomba fétida y se arremolinaron a los columpios. Vimos a Basilión intentando subir el muro que separa el minipatio de la piscina de Silver. Fuimos testigos también de cómo capturó con destreza a un ave que se posó distraída en dicho muro. Era nada más y nada menos que la desdichada Uzuri, la grulla coronada de la escuela. Basilión la trataba muy mal

—Basilión, has ido demasiado lejos. ¡Deja en paz a Uzuri! —grité con valentía al niño malo que ya había subido el muro.
—Vete a la mierda, imbécil —respondió con rabia. Estaba muy tenso y se notaba por cómo agarraba el delicado cuello del pájaro del Serengueti.
—¡La va a matar!


—Déjala en paz, asesino de mascotas. O si no llamo a los profesores.
—Muérete, montón de mierda. Voy a tirar sodio a la piscina para crear un tufo tóxico que mate a ese delfín maricón. Luego voy a meter a este pato de colores dentro de la barriga del delfín. Después mearé los cadáveres y por último me follaré a vuestras putas madres y ¡OS MATARÉ! —la furia en su cuerpo hervía como el caldo de Vulcano—. ¿Quién cojones ha puesto esta mierda de cactus debajo del muro?

Basilión tenía dificultades para saltar al otro lado. Llevar a Uzuri muriéndose poco a poco en una mano y cargar la caja de los productos químicos que robó del laboratorio con la otra le complicaban aún más la tarea.

—Maselillo —susurramos angustiados—, tenemos que matar ahora mismo a Basilión.
—¿Cómo?
—Si no quieres que muera Uzuri, tírale esa piedra de ahí y mátalo de una vez por todas —señalé a un pedrusco que estaba entre las plantas del parterre.
—Pero… pe… —Maselillo estaba tan nervioso que no sabía qué hacer.
—Vale, lo haré yo…

El sumnongle aún seguía refunfuñando mientras intentaba buscar el lugar perfecto para saltar sin romperse un hueso. Uzuri se movía cada vez menos y Basilión se lo agradecía en silencio.

—¡Toma, bestia inmunda!

Mi piedra colisionó con su asqueroso cráneo con gorra. Nunca pensé que fuera a acertar a la primera. Le dio cuando giró su cabeza para intentar mirarnos y no la pudo esquivar. Basilión cayó en el acto al otro lado del muro con Uzuri aún sufriendo en su mano.

Maldijimos a aquellos dos profesores ausentes que debieron estar cuidando a los niños en el minipatio. Unos conocidos nos revelaron que ambos estuvieron galanteando a Milchiga dentro del conducto infantil, el túnel que une el patio de los niños pequeños con la escuela.

Cuando volvimos al jardín de la piscina de Silver, pudimos contemplar a Basilión derrotado en el suelo con una herida sangrante en su cabeza espinosa. Estaba inconsciente. A su lado yacía la liberada Uzuri, que parecía estar muerta.

—Maselillo, hay que hacerle el boca a pico —dije muy seriamente.
—Eh… Pe, pero… —titubeó como un titubelo.
—Siempre poniendo pegas. Ya lo haré YO.

Y así lo hice. Inflé al pájaro con mi boca pegada a su pico. No fue nada romántico, pero sí muy plumoso. Sin tardar, Uzuri volvió al mundo de los conscientes con los ojos llorosos.


—Qué raro… Este ha sido mi primer beso-pico, o simplemente pico —revelé tras finalizar esa rara experiencia.
—No tengo palabras… —dijo Maselillo, que poco después empezó a reírse—. Mira, si ahora la has dejado enamorada.
—¿Gruiiiiiii? —emitió la pájara.
—Ya… Uzuri, ya pasó todo. Siento haber profanado tu pico, pero es que estabas a punto de morir —hablé con timidez.

Uzuri estaba relajada y segura. Sus ojos volvieron a ser azules, como el cielo del mediodía en Ngorongoro.

Dejamos a Basilión en su misma posición con su cabeza ensangrentada. De un momento a otro iban a venir los profesores a averiguar qué ocurría en el recreo. Como en ese momento no estaban ni Iker ni Silver no hubo testigos del pseudoasesinato.

Maselillo y yo huimos antes de que Basilión se despertase. Uzuri se escondió entre las plantas del jardín en donde vivía (ella es vecina de Silver). Yo me llevé un recuerdo de aquel suceso: uno de esos pinchos que tiene Basilión en la cabeza. Cuando la piedra chocó con su frente, uno de esos pinchos fue arrancado provocándole un hemorragia. Ahora ya tengo un trozo de él, como también tengo un trozo de su víctima Perluja, la mascota que asesinó el año pasado al principio de curso.

—Basilión es idiota. Ni el yodo ni el sodio hacen nubes tóxicas cuando entran en contacto con el agua. Casi estuvo a punto de liarla parda, pero sin tufos venenosos de por medio.
—Oye, ¿hablabas en serio cuando dijiste que querías matarlo? —preguntó apurado.
—Por una parte sí. Pero no queríamos que ese fuera el momento para convertirnos en unos asesinos, Maselines. Quizá más adelante, cuando peligre nuestras vidas —expliqué con serenidad—. Yo no quiero ir a la cárcel, así que no le digas a nadie que le tiré una piedra.
—¿Y si él te delata?
—Lo dudo porque no llegó a ver quién se la tiró. Además tiene mala memoria, y ahora me imagino que será peor que antes por el golpe.

El recreo acabó y nosotros salimos airosos de aquella dramática situación. A veces pienso que Uzuri está mejor en su antiguo hogar… Aquí, en la escuela, no siempre puede pasear en paz y en armonía porque algunos alumnos la acosan enviándole notas de amor y piropeándola a cada momento. Es por ello que Uzuri necesita buscar la tranquilidad en el jardín de la piscina, que le recuerda un poco al hogar en donde ella vivía antes de que Urpia la capturase con la legendaria técnica del 1, 2, 3, ¡te pillé, muchachilla! cuando estuvo de viaje en África.

El resto del día fue muy poco apasionante. Solo al salir de clase tuvo lugar una sorpresa. Unos extraños sumnongles se acumularon frente a la escalera de la entrada y me fui imposible no hablar con ellos.

—Esos seres llaman mucho la atención. Voy a mirarlos más de cerquis —le dije a Maselillo.
—No los molestes, ¿vale?
—No creo lo que veo, o ¿no veo lo que creo? —el pasmo se cebó con mis incrédulos ojos.

Cuatro mujeroides idénticas, vestidas de violeta, entonaron una canción con una melodiosa voz artificial.

♫♪ Bella es su tez; su pelo, maravilla
Su forma angelical huele a vainilla
Ella, Salomé, es la que encandila ♪♫.

—La canción es repipi y engolada; parece que habla de una princesa remilgada y fácilmente torturable —critiqué la letra sin miramientos frente a la chica que apareció de entre las cuatro mujeres extrañas un segundo después de que acabara la canción.
—¿De verdad es eso lo que crees? —preguntó Salomé con una voz lenta y suave.
—Pues sí. Pero reconozco que está bien cantada.
—Estupendo. ¿Sabías que la canción me presenta a mí?
—Me lo imaginaba, porque saliste de en medio de esas cuatro —dije señalándolas.
—No hay nada como una buena presentación para dar una buena impresión. Por cierto, me llamo Salomé Lomán.

Salomé Lomán es una joven un poco más mayor que Maselillo y yo. Es sosa pero hermosa como un atardecer pintado en un plato de porcelana. Iba acompañada por una comitiva de cuatro mujeres clónicas de piel turquesa y de un niño bajito cuyo rostro era difícil de ver.


—Hola, yo soy Maselillo —intervino forzosamente Maselillo al presentarse para formar parte de la conversación.
—Hola, Panecillo —saludó con cortesía pronunciando mal el nombre de mi amigo. Salomé volvió a hablarme sin dejar tiempo a Maselillo para corregirla—. Antes te oí decir, mientras mirabas a mis escortdolls, que algo te asombraba.
—Ah, pues… que las escortdolls esas no son mujeres muy normales; parecen artificiales —confesé a la nena de la boquita de cereza y cejas puntillistas.
—¿Qué es normal y qué no lo es en este mundo tan variopinto? —Salomé conversaba sin cambiar su pose—. Oh, Pascual, toma nota de todo lo que acabo de decir.
—¿Y también de lo que ha dicho esta persona con la que estás hablando? —preguntó el niño de cara borrosa.
—Claro. Tú apunta todo lo que quiero para que mi biografía esté completa.
—Qué coñazo…
—Pascual, hermanito, si te quejas, no te enfoco la cara —advirtió haciendo un elegante ademán.
—Está bien… —dijo desganado el blurry kid.
—Estupendo. Bien, retomemos el tema —Salomé respiró hondo antes hablar—. Las escortdolls no son realmente humanas: son humanoides. Como ves, estas escortdolls tienen piernas y caminan casi tan bien como una persona pero apenas son conscientes de su propia existencia. Quise traerlas hoy a clase por primera vez y despertar la curiosidad a la gente.
—Qué interesante. Cuéntanos más cosas.
—¿Qué más puedo contar…? Mis escortdolls sirven para hacerme compañía, para memorizar y decir frases y para cantar canciones cortas. No son muy listas pero son muy útiles. Me alegra ser la única persona en el mundo con escortdolls.
—¿Y de qué agujero las has sacado, si se puede sabers? —pregunté frunciendo el ceño.
—Su origen es un historia un poco oscura. Digamos que mis escortdolls son algo así como… muñecas poseídas. La compañía de robótica de mi tío trabajó en un proyecto para crear unos maniquíes robotizados llamados Genova Lotus. Pero antes de poder finalizar el primer arquetipo perfeccionado ocurrió algo muy horrible y los maniquíes cobraron vida. Pero esa parte me la reservo para mi biografía, así que ya te enterarás cuando la leas.
—Vaya… —dijo Maselillo fascinadox al oír el relato.
—¿Qué? ¡No me digas que me vas a dejar con la intriga! Eso no se hace —comenté desilusionadis.
—Lo siento, pero así es el plan —la sumnongle pija miró de nuevo a sus cuatro compañeras y no pudo evitar presumir de ellas—. Yo, que soy una chica adinerada y puedo permitirme comprar lo que quiera, cuando me enteré de lo de las Genova Lotus poseídas, pagué lo que no está escrito para que fueran mías. Estoy muy contenta por tenerlas.
—Me alegro por ti, Salamí.
—¿Perdón?
—Oh, nada… que me gustan tus ojos; son muy coloridos —disimulé halagándola.
—Muy amable. Me los he pintado con unos rotuladores especiales para las escleróticas —explicó complacida.
—Eso está genial —surgió un silencio de seis segundox. Luego, tomé otra vez la palabra—. Creo que es hora de irme a comer. Ha sido un placer conocerte, señorita de las mil gracias.
—Lo mismo digo. Y gracias por el título. Nosotros también nos vamos ya… Veo que mi amiga me espera —anunció Salomé al reconocer a una persona entre la lejana muchedumbre.
—Salomé, estoy cansado de anotar todo lo que dices… —se quejó su hermano.
—Puedes parar ahora. Tómate un descanso y un helado. Adiós… y adiós a ti también, Panecillo.

Maselillo agitó su mano rechonchita para despedirla. Después, las cuatro Genova Lotus de cinturas de avispa repitieron la misma canción de presentación.

♫♪ Bella es su tez; su pelo, maravilla
Su forma angelical huele a vainilla
Ella, Salomé, es la que encandila ♪♫.

—Chicas, por favor, cambiad lo de huele a vainilla; me hace sentir como un ambientador —pidió la disconforme Salomé, que se fundía en la distancia junto a su séquito. Mientras, muchos estudiantes la miraban a ella y a sus acompañantes con cara de asombro.
—Qué guapa es, ¿no? —expresó Maselillo con pudor—. Lástima que no tuviera valor para hablar con ella.
—¿Estás enamorado, Maselillo? —pregunté sorprendidә—, ¡pero si la acabas de conocer y te llama Panecillo!
—No pasa nada. Si algún día la conozco más a fondo, le diré cómo me llamo realmente.
—Oooh.

La revelación de los sentimientos que Maselillo sentía por la pija forrada era completamente inesperadah. Me ha dado un vuelco a la realidad, pero no os preocupéis, estoy bien. Aunque el suspense que siento por saber el origen de las escortdolls me ha dejado la mente descuagrifulada.

Esto ha sido todo por hoy. ¿O acaso queréis que os cuente cómo me lave los dientes? Conforme pase el tiempo, os contaré más cosas de mi día a día.

Hasta la proximeta.