06 septiembre 2011

De safari en la ciudad (segunda parte)

Aquí estoy de nuevou con grandes historias que contar.

Antes de narrar la fábula de hoy, quisiera rememorar lo que en el día de mi cumpleaños sucedió. ¿Os acordáis de la carta amenazante con las letras pegadas? Aún no he podido averiguar quién fue el graciozurro que la elaboró y la dejó en mi buzón. He tenido mis sospechas, hechas y derechas, pero ninguna revelación certera. No obstante se me hace más fácil la tarea si descarto a todos aquellos sumnongles que NO PUEDEN ACCEDER AL INTERIOR DE MI EDIFICIOX, lo cual deja la lista de sospechosos muuuy reducida… casi a cero.

Maselillo no es perverso y no gasta bromas de ese tipo, por eso lo descarto como el posible hacedor de fechorías. Pero, si él ha sido la única persona que ha entrado en el bloque en esta semana (al menos que yo sepa), entonces ¿quién puñetis puso la carta asustadora?, ¿un fantasma?, ¿el espíritu de un vecino difunto que me odia? No entender, no entender…

Bueno… retomemos el lío, que está calentito y no quiero que se enfríe.

Hoy anduve al mediodía cerca de la escuela; quería mirar cuándo empezaban las clases. Pegado con el poder de la cinta adhesiva en el vidrio de la entrada de El Diptongo de Coser y Cantar, un blanco folio anunciaba que el inicio del nuevo curso escolar iba a ser el día 12 de este mes. Joder, qué asco…

Justo cuando salimos del recinto escolaroso, cabizbajos y apáticos, miramos hacia una de las direcciones que existen en este universo: la derecha. Allí, plantada frente al seto que amuralla los dominios del instituto, se encontraba la floralmente pizpireta Rosamelia.

—Oh, hola, Rosamelia. ¿No deberías de estar muerta? —cuestioné con asombro al verla.
—¿Muerta?, ¿ME QUIERES VER MUERTA? —dijo sin poder contener lo abrumador de su alma.
—Perdóname. Lo preguntaba por aquello que me dijiste, ¿te acuerdas? —apuradis, intentamos arreglar la situación.
—¿Te refieres a la maldad oculta en la escuela que me acecha?
—Sí, eso.
—No, bizcochito. Aún no ha decidido atacarme —comunicó serena.
—Oh. Y sabe…
—Ahora respóndeme, con la mano en el corazón y sin mentirme… ¿de verdad deseas que me muera? —la flor rosácea me había interrumpido para preguntarme aquello que tanto le sofocaba la corola.
—¡No, en absolutus! Rosamelia, la escuela necesita tu belleza floral para adornar su fría y aburrida verja —le dije sintiéndome incómodә.
—Ay, bizcochito, eres un amor, amor, amor de corazón de vainilla ♥.
—Uy, que me sonrojo como el planeta Marte.
—Jujuju. Bizcochito, te repito, ten cuidado con ese mal de la escuela.
—¿Pero no podrías decirme algo más de ese mal? Es muy desconcertante y quiero saber qué es, si es muy fuerte, si lleva mucho tiempo aquí, etc.
—Cuántas preguntas, me siento como en un concurso de televisión. Ya te dije que yo solo siento la presencia; no sé nada más. Si lo deseas, puedes ir a preguntarle a mi querido jardinero conserje.
—Pfff… ¿Hay alguien que sepa algo más aparte de tu querido jardinero conserje? —solicité otra opción para evitar encontrarme con ese señor de apariencia siniestrax.

Nada más haber acabado la oración, presencié un desfile de enanismo achatado a mi izquierda. Eran los tres Zipulas corriendo por la calle frente a mi escuela sin percatarse de que mi cuerpo estaba allí. Al verlos, sentí el impulso de ir a capturar esos odiosos sumnongles.


—Disculpa, Rosamelia, he de irm… —comentamos apurados a la flor que acto seguido nos interrumpió.
—Puedes preguntarle a la directora Urpia, o tal vez la efigie de la escuela sepa algo.
—¿Eh?, querrás decir esfinge, ¿no? ¿Te refieres a esas criaturas mitológicas egipcias con cuerpo de león y cabeza humana? —cuestioné con curiosidad, reteniendo mis ganas intensas de perseguir a los enanentes bizcos.
—No, bizcochito, he dicho efigie, y esas criaturas mitológicas egipcias son los cleopatros —me pseudo-corrigió con delicadeza de suavizante.
—Bueh… da igual. Dime, ¿qué es esa efigie?
—La efigie es el espíritu supremo que representa nuestra escuela. Algunos colegios e institutos tienen una.

Hace medio año, un sumnongle me reveló la existencia de un ser poderoso que era el proclamado líder de su antiguo instituto. Yo duda-dudaba de la existencia de un líder así en mi escuela, pero la rosa me ha confirmado que de verdad hay uno.

—Rosamelia, no sabía que hubiera una efigie en la escuela. Tienes que decirme cómo puedo encontrarla —le pedí, olvidando casi por completo a los Zipulas que ya se habían alejado mucho.
—Mi querido jardinero conserje me dijo que la efigie está a cargo de Urpia. Pero no podrás verla porque la directora tiene al espíritu encerrado lejos de los estudiantes.
—¿Por qué? —cuestionamos apasionados.
—Porque le da vergüenza ajena y porque hace años atacó a dos alumnos.
—¡Santo Pato! ¿No es entonces ese espíritu la maldad oculta de la que hablas?
—No, bizcochito. Estoy segura en un 95% —aseveró la flor guiñando su ojo.
—Cuando empiecen las clases, haré una expedición exhaustiva.
—Perfecto. Ahora, si me disculpas, he quedado con una abeja decente y caballerosa a esta hora. Tiene las patas muy peludas y es muy cortés. Si veo que es la adecuada, la dejaré polinizarme —dijo excitada.
—Oh… Suena muy romántico.

Después de despedirme me fui de aquel sitio con paso firme y poco ruidoso. Rosamelia es una flor que afortunadamente ha resistido a los inconvenientes del verano. Además es muy longeva y aún no se ha convertido en una especie de escaramujo, por lo que me viene bien ya que me es muy útil su capacidad detectamalicias.

Por culpa de tanta charla con la flor, perdí de vista a los Zipulas. Los tres corrieron como nenes zapachúticos hacia el sur. Estábamos seguros de que iban al parque de Maraguarrada. Yo acabé yendo a ese parque también; tenía ganas de capturarlos como si fueran cebollas con premios en su interior.

La persecución fue infructuosa. No pillé ni a Zipula Turquesa, ni a Zipula Carmesí ni a ese Zipula color aguacate por dentrox. El trío desapareció en la inmensidad de Maraguarrada sin dejar ni huella.

Debido a mi fracaso, me deprimí como un flagelo en una sopa y me dieron ganas de ir a casita. Luego, recordé que en mi casa no hay nada que me devuelva la sonrisa cuando vuelvo, ni siquiera hay una simple mascota que espere mi regreso. Ese tortuoso pensamiento me incitó a hacer lo que hice en julio: conseguir una mascota gratis (olé~).

Cambié el lugar que iba a inspeccionar, el parque de Maraguarrada, por el barrio homónimo adyacente, el barrio de Maraguarrada. Allí también habitan muchas bolas de pelos, plumas o escamas que vagan sin dueño por las calles sin recibir besitos ni abracitos. Nada más llegar, me topé con una peluda criatura que nunca antes había visto y de la que solo había oído hablar en una de esas charlas con los vecinos de las esquinas. Se trataba de la pomposa Hamshala Roe-Dorita.


La hámster taconeaba con sus zancos sobre el muro de un jardín. Quería sentirse como Galatea por su pasarela.

—Hola, pelusilla. Eres muy pequeña y estás a merced de los kitties. Si te vienes a mi casa, te daré amor, maquillaje y comida para ratas.

Me encorvé como un garfio pinchudo para observarlah mejor y para que mis palabras llegaran mejor a sus orejitas.

—Hamshala, te vas a caer. Te pedimos que dejes esta vida estúpida y que vengas al hogar que necesitas —solicité gentilmente.
¡Caramba! —gritó el pompón rosa.
—¿Sabes hablar? —pregunté con asombro.

Hubo una odiosa pausa sin respuesta al final. Volví a hablarle la hamstercilla que tan distraída estaba paseando feliz como una diva de Milán.

—Insolente. ¿Te has metido el lápiz de labios en los oídos o qué?
¡Caramba! —Hamshala parecía no enterarse de NADA.
—¡Urff! Te daré un consejo pequeñuti para que la pipa que tienes por cerebro lo pueda procesar: ¡Depílate! —vociferé ofendided.

Nos largamos de la callejuela en donde encontramos a Hamshala. No queríamos tratar más con ella.

Hamshala Roe-Doritah era la mascota de una niña que coleccionaba muñecas. Según dicen los susurros del vecindario, Hamshala fue criada por esa niña, quien la mimaba y trataba como un maniquí peludo al que ataviaba con los modelitos de talla puppet de su colección. Pero un día, la hámster comenzó a causar estragos, royendo y ensuciando cualquier vestido que tocasen sus patitas. No era consciente de lo que hacía, solo quería divertirse con la ropa a su manera, sin tener en cuenta lo descuidada que era. Cuando su dueña contempló su adorada colección de vestidos destruida, sin pensárselo ocho veces, expulsó al roedor de la casa de muñecas en donde vivía y lo mandó a vagar por los parterres de su barrio.

Actualmente Hamshala vive sola entre la vegetación. Siempre lleva consigo un coletero que usa como boa y unos zancos con pies de muñeca que le hacen sentirse como una modelo alargadah y esbeltah. Además aún atesora algo de maquillaje con el que se pinta diariamente el contorno de sus ojitos negros para hacerlos visualmente más grandes y radiantes. El color rosa de su pelaje, que le da un tacto algo pegajoso debido al tinte que hace tiempo se echó sobre su cuerpo, es algo que conservará para toda su vida de hámster.

Para ser una vulgar sumnongle de cachetes dilatables, Hamshala ha conseguido musha popularidad tras su destierro. Los sudorosos viejos del barrio la adoran y se sienten cautivados con sus andares. Muchos de ellos se aglomeran entre risas para lanzarle picatostes y golosinas que ella a veces mordisquea con gusto. Sin embargo, la vida del hámster tiene una cara oscura... Las celosas esposas de sus barrigudos fans intentan envenenarla con aceite de ballena. Varias veces en semana, dejan repartidos por el barrio unos recipientes con esa sustancia oleosa para que la pelusa andante, a la que ellas llaman despectivamente Gallina Mala, tome un sorbito de su contenido. Pero las viejas siempre acaban con sus planes jodidos porque a la hámster nunca le ha gustado beber aceite. Y para colmo, reciben a cambio un montón de defecaciones perrunas esparcidas por su barrio, pues algunos perros estúpidos beben el aceite y eso les ocasiona un aceleramiento del tránsito intestinal. Ay... ¿Qué sería de la pegajosa y atolondrada Hamshala si su dueña no la hubiera abandonado?

Más tarde, en una de las callejuelas del lugar, un perro de silueta distorsionada caminaba sin rumbo. Era otra mascota abandonada. Nadie sabía su nombre, pero yo, de cariño, lo bauticé Kekucho. Yo capté su momento de máxima felicidad.


Es un perro soso y sin gracia, no tiene habilidades interesantes y no ladra con energía. Aunque he de reconocer que es adorable, como el garabato dibujado por un bebé de nariz acuosa.

—Oye, perro, eres aburrido, pero si quieres puedes venirte a mi casa. Te daré cariño si tú me lo das a mí también —le propuse al can azul chapapote.
—Urff, urff.
—¿Entonces aceptas venirte?
—¡Urff! —ladró feliz.
—¡Qué alegría me das! Venga, vamos, que te preparo un soufflé con pasta de carné.

El perrito estaba animadete. Me seguía moviendo sus tres patitas. Todo iba bien hasta que empecé a oler un tufo que cada vez se volvía más intenso. Tuve que mirar hacia atrás para comprobar de dónde venía el hedor.


—Oh, Dios mío, ¡la has cagado! Eso que has hecho es intolerable —gritamos indignados
—¿Urff, urff? —bufó avergonzado.
—Me da igual que tengan los colores del arco iris. No sé cómo puedes fabricar tantas heces fecales. Que sepas que ahora no te vienes a mi casa por cochino.

Me largué marcando un nuevo rumbo hacia el sur del barrio. No quería quedarme más tiempo con el cagón de Kekucho. Nunca me han gustado las cacas… no las comprendo, no las entiendo, no sirven para nada. Bueno, al menos ya he averiguado quién se bebe el aceite de ballena. Pobre perro idiota.

La búsqueda de la mascota ideal no estaba yendo muy requetebién. A decir verdad, me iba fatal. Primero me encuentro con la hámster pringosa que no me hace caso y luego con el perro del intestino flojo. ¿Qué me deparará el futuro?

El cielo se cubrió de nubes cremosas que olían a vapor de agua atmosférico. El Sol dejaba pasar su radiante fulgor por el manto nuboso y yo pude apreciar cómo se iluminaba un olvidado solar repleto de cañas. Supuse que ese era el lugar donde habita un temido generador de problemas y mordiscos. Yo me adentré para leer lo que decían los carteles.


¡Cuidado! Aquí vive el Picafuso —leí en voz baja, como hacen las ardillas.

Tal y como mi esponja cerebral pensaba, ese era el hogar del Picafuso Zampamoscas. Los vecinos del verdosso barrio de Maraguarrada hacían circular historias, advertencias y rumores sobre ese misterioso ser. Decían que era muy peligroso y que de vez en cuando comía carne humana. Por eso habían colocado esos carteles, para ahuyentar a los incautos que se adentran en ese cañaveral de la perdición. Pero yo me creía más lo de que había cambiado su hábito alimenticio, pues, según dicen los más ornitofílicos, el Picafuso ahora solo se alimenta de osobuco. Otra cosa, si se le llama Zampamoscas, será por algo ¿no, mi caramelí?

Sin miedo entre los glóbulos rojos, me planté frente al nido del Picafuso. Quería proponerle que se fuera a vivir conmigo.

—¿Dónde estará esa alimaña a la que todo el mundo acojona? Ojalá que vuelva prontox —me pregunté hacia mi propia persona.

Dentro de la casita del sumnongle no había más que plumas, polvo y… algo de sangre. Pero no me dio miedo… de él dirán que come humanos, pero yo no creo que un pajarraco pueda hacer algo así. Esperé unos dos minutos sin notar ni un ápice de actividad en ese ambiente desolado hasta que algo de aire se agitó detrás de mi espalda. Tuve que averiguar qué era.

—Oh…


—¡Gruah! —graznó el pájaro violentamente.
—Picafuso Zampamoscas, pájaro con pico y boca, ¿quieres venirte a…? —pregunté con exquisita educación.
—¡GRUAH!
—Uy, no te enfades. Si quieres te invito a un osobuco deli… —sentía nervios y quería apaciguar la tensión.
—¡GRUAAAAH, GRUAAAAAAAAAAH! —gritó el pajarraco volando hacia mí muy cabreado.
—Vale, por favor. ¡No me hagas daño!
—¡GRUAAAAAAAAAAAAAAH!

Hubo una batalla entre nosotros. El aleteo constante de sus alas y sus ensordecedores graznidos dejó mi cuerpo bobo y vulnerablex. Finalmente, su agilidad ganó a mi torpeza. Recibí un mordisco en el hombro izquierdo y un picotazo memorable en la frente. Ahora estamos de acuerdo con los temedores del Picafuso… SI ES QUE HAY QUE DEJARLO TRANQUILO, QUE ASÍ NO ATACA.

Afortunadamente, no dejé escapar ni una gota de sangre del organismo, pero el dolor y el pánico que siento no paran de castigarme. La próxima vez no propondré a una bestia de doble boca que sea mi mascoti.

No sé porqué me sale mal todo… Nunca consigo encontrar una mascota normal y siempre me llevo sustos o ataques físicos al final de mis aventuras. A veces me atacan orugas, otras veces me atacan bolas que se cuelan en fiestas ¡y ahora esto! Esta situación se desborda y no puedo hacer nada para frenarlo… Me siento mal y TENGO GANAS DE LLORAR.

Adiós.

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