26 septiembre 2011

Nuestra querida mandamás

Ey, pelos, ¿qué tal ese peine? ¿Qué tal usáis el empeine? Por favor, no me respondáis por carta a estas preguntas; no me apetece abrir ningún sobre.

Hoy ha sido el gran día, el día de la gran charla, ¡por fin lo he conseguido hablar con Urpia! Aunque me quedé muy poco satisfuchi con el diálogo que tuvimos, pero al menos algo sugestivo pude extraerle de sus conocimientos.

Ahora, no hagas ruido con las uñas y lee lo que ocurrió este día:

La jornada escolar empezó aburrida. Un Maselillo se aproximó con movimientos vulgares hacía mí cuando llegué a los dominios de la escuela. Entre legañas y bostezos, le relaté mi experiencia con las chonis y la bruja gitana, justo antes de comenzar la primera hora de clase (esa hora en donde todo el mundo echa de menos a su cama).

A segunda hora, la bombilla del entretenimiento se encendió. Los sumnongles allí presentes se animaron un poco con los monólogos de nuestra nueva profesora de lengua castellana. Ella se llama Encarna Longaniza, es muy buena impartiendo sus lecciones y siempre está henchida de felicidad, como las patatas cuando las acaricias con ternura por debajo. Casi todos los alumnos de la escuela la tratan como una mami postiza y muchos se ruborizan cada vez que la docente los halaga por los pasillos. Sin embargo, yo veo en ella una esencia que me repulsa hacia atrás y luego hacia la derecha, bajando las escaleras.


—¡Jóvenes! Hoy es un día maravilloso y los días maravillosos me dejan henchida de felicidad —comunicó la profesora de Lengua.
—Ay, profe, pues permítame decirle que está toa guapa —aduló la señorita Yazmina, acomodada en su silla como una foca remolona.
—Muchas gracias. Eres un encanto de muchacha y te adoro —la profesora sonrió de una manera enigmáticah mientras miraba a la boca de Yasmina—. Pero, por favor, tira el chicle a la basura, que es una falta de respeto.
—No es un chicle, es un piercing pinchao en la lengua. No se mastica ni .

Tras esta breve confusión mañanera de un lunes sin alma, la profesora Encarna procedió a explicar un tema muy sintáctico.

—Os veo radiantes a todos vosotros. Tal vez estéis tan lúcidos que ya no hará falta explicar cuáles son los predicados nominales y cuáles los verbales.
—Profe, aquí aparece el verbo ser en esta oración y dice el libro que esto es predicado verbal. ¿Tú sabes por qué? —cuestionó un alumno sudoroso y de cerebro dudoso.
—No me tutees, por favor.
—Disculpe, profesora —dijo arrepentido el nene.
—Si aparece un verbo copulativo y es predicado nominal se debe a que hay un complemento del nombre en lugar de un atributo —aclaró la profesora.

Yazmina Mininia y Rubén Calavero, que estaban sentados delante, habían optado por IGNORAR POR COMPLETO a la señora profesorescente del chaleco rojo. Nuestros ojos testigos grabaron lo ocurrido.

—Mira, dibuja muchos pelos duros en esta parte, pa ver como le queda —la Yazmi asesoraba artísticamente al garrulo de su amigo.
Paece un puto mono. Hostia, qué feo eh er joputa de miehda —Rubén estaba entretenido garabateando sobre las ilustraciones del libro de lengua de su amiga mientras soltaba diversos vocablos soeces.
—¡Acabo de oír unas palabras horrorosas! —exclamó la profesora torciendo su sonrisota—. Rubén, esas palabras que acabas de decir son un ultraje para mí, para la clase, para el país y para el mundo.
Peo, pofe
—Todos tus compañeros están horripilados, ¡avergonzados de ti! Has interrumpido mi lección con ese ataque verbal y ahora me va a costar remontarla. Si no pides perdón, es probable que cuando termine la clase, te conviertas en un mono, porque los seres incivilizados como tú no pueden ser humanos —Encarna estaba poseída por un turbio dramatismo. Parecía que iba a condenar al mushasho con la vara prohibida de Ares.
—Yo no estoy avergonzadə… Me la pela lo que diga el Rubén… —murmuré con maestría y sinceridad para que solo Maselillo me oyera.
Peo, yo solo he…
—¡Dios bendito! Si quieres hablar, vocaliza. Rubén, estás destruyendo la paz de esta aula. Hazme al menos el favor de hablar bien, que parece que no usas correctamente las letras.
—Yo uso bié toah lah letrah, pofesoa —Rubén estaba agobiado. Estaba soportando mucha tensión al ser el protagonista de la situación.
—No te creo. Demuéstrame que te sabes el abecedario si de verdad quieres que te creamos todos —la apacible profesora evolucionó a SEÑORA IMPONENTE.

Entre el silencio de la clase, Rubén balbuceaba sin preocuparse mucho por si hacía el ridículo con su escasa inteligencia. De entre los recovecos de su mente, iba extrayendo las adorables letritas del sagrado abecedario del Doctor ABC-XYZ. Poco a poco, emitía el nombre de cada letra… y tardaba mucho en hacerlo.

—La a…

—La be…

—La de…

—La… la fe

—La i normal

—La jota…

—La me

—La o con palito.

—La ñe

—La i gregoria

—La erquis

—Me aburro ♫ —para Yazmina esos once minutos escuchando a su amigo le resultaron muy pesados.
—Ya está bien. Rubén, es suficiente. Quiero que te estudies todo el abecedario para el próximo día —la profesora disimulaba su turbación tras su rostro sonriente y sobrecalentadou.
—¡No puedo creer nada de lo que oigo! —reveló al blanquito Ambrosio asombrado por la lentitud de su compañero recita-abecedarios.
—Profesora, nos queda poco tiempo y me gustaría aclarar mis dudas —Belén Jardiña solicitaba una resolución completa de sus petits problemas
—Uoh, el sujeto de esta oración mola mogollón —dijo Chéster que estaba flipadísimo.
—Silencio, jóvenes, no os desmadréis. Además tengo una información de última hora que tengo que anunciar: Aparte de mí, la persona MÁS FELIZ DE LA CLASE DE HOY es… ¡Little Aurora! —la profesora intentó controlar a sus alumnos exaltados.

La clase se quedó con cara de pelícano aturdido y Little Aurora estaba tan extrañada que era incapaz de distinguir un conejorro de una colifloria.

—Profesora, la Frussie no es la más feliz, está todo el día llorando por chorradas —corrigió la choni aburrida.
—Eso no es cierto, Yazmina, yo soy muy alegre ¡pero también muy sensible! —la nena estaba dolida por lo que dijo la otrah.
—Lo que tú digas, chata.
—Yazmina, te has pasado. Little Aurora es muy feliz pero se emociona con facilidad.
—Ay, Dios, no puedo más. ¡Ay, mi corazoncito!

Little Aurora se levantó de su silla para agitarse con suavidad, con movimientos muy cortos sobre su propio ejex. Mamá Vegas, viendo lo que ocurría, sacó con sus hábiles manos de Samba Queen, un caleidoscopio del estuche de Aurora.

—Corre, Aurora, antes de que te de el bajón. Mira dentro del caleidoscopio de la felicidad.


Little Aurora de verdad se deprime por cualquier bobada que le resulte ofensiva. Pero dispone de un caleidoscopio terapéutico con figuritas de colores que le levantan el ánimo en menos de lo que canta una soprano con prisas.

—Necesito vuestra colaboración, chicos, tenemos que cantar la canción del ánimo para que Aurora no se deprima —solicitó Mamá Vegas.
—Joder, qué coñazo. La próxima vez no le digo —dijo Yazmina, arrepentida de haberla llamado sensiblera.

Todos los sumnongles del aula afinaron sin ganas sus voces para ayudar a su compañera, excepto Hematio, que miraba como un búho quejica a las caras de sus compis. La profesora, pasmada por la inesperada reacción de su alumna, se unió también al coro para comenzar a cantar.

♫♪ Little Aurora llora sin fin
Toda la noche, todo el día
Pero no es más que bobería
¡Si de verdad tú estás feliz! ♪♫.

La sumnongle de cara empapada acabó sentándose en su silla algo más calmada. Pensó que no debía dar tanta importancia a los comentarios que hiciera la gente sobre su estado de ánimox.

—Qué lástima, quedan solo cuatro minutos para que acabe la clase. Ahora que está todo bajo control, puedo continuar con la explicación —comunicó Encarna con su voz aguda.
—Profesora, ¿puedo informarle sobre algo peculiar? —alcé mi mano con ganas de regalar datos.
—Claro, encanto.
—He oído por ahí que bajo control está mal dichox… Se debe decir controlado.
—Muy bien. Así de atenta quiero que esté tu mente durante todo el curso. No te despistes —Encarna expresaba dos sentimientos contradictorios en lo que decía. La sumnongle estaba contenta pero yo noté algo de irritación en ella, y no me refiero a pupitas en la piel…
—¿Eh?

La clase finalizó y los chicos despegaron sus nalgas de las cuadriculadas sillas. Maselillo y yo salimos casi los últimos porque el señorito de por Vida no encontraba su sacapuntas. Entre el barullo, la profesora se acercó a mí, tan sonriente como siempre, para decirme algo.

—¿Te ha gustado la clase?
—Estuvo normalita.
—Bien —la profesora, sin dejar de sonreír, emitió una tenue rabia con sus ojos—. ¿Sabes una cosa? Un alumno mío, hace unos años, dijo algo en un momento inoportuno y le pasó factura. Ahora está en la cárcel porque no tuvo cuidado con aquello que dijo. Tenlo en cuenta tú, cariño.
—Vale, profesora de lengua castellana y literatura.

Tras cerrar la puerteta del aula, la docente se marchó con sus piececitos minúsculos como si hubiera ganado una batalla invisible. Yo, desde mi ubicación súper cuqui, medité sobre lo ocurrido y deduje que a Encarna le había fastidiado que la corrigiera delante de todos mis compañeros.

Alumnos corrigiendo a profesores, ¿es un pecado escolar o es un paso más hacia la perfección educativa?

Al llegar el recreo, decidimos vistar a Urpia, nuestra directora. Maselillo y yo nos encaminamos hacia las escaleras para subir a la segunda planta, en donde se halla su despacho. Por el camino hacia el escondite de Urpia, encontramos a un espíritu ecoico de cabeza atontada e ilusiones utópicas. Se trataba de Quairo Latumba, la prima de Orlando Latumba.

—Quita, gorda vieja. ¡LEVÁNTATE DEL SILLÓN! —un niño morenico gritaba de angustia a la Quairo, que parecía muy ensimismada.
—Estás aplastando nuestros sándwiches de mayonesa, boba —un niño rubico se desesperaba por el otro lado sin conseguir su propósito.


—Tranquilizaos, niñopos Zipi-Zapéticos de primaria. ¿Qué ocurre aquí?
—La mema esta se ha sentado en nuestro sillón preferido y ha aplastado nuestros sándwiches —habló el rubio.
—Los escondemos aquí debajo para que el matón de nuestra clase no nos los tire al suelo —dijo el moreno.
—Oíd, compis, ¡hola, qué tal! Oíd, compis, yo estoy muy bien. Oíd, compis, hoy, el 26 de septiembre a las 11:45 a.m., estoy sentada en un sión. Oíd, compis, estoy leyendo el Informe DCC y está súper, súper, súper, súper, súper genial —la Quairo estaba excitadah y no lo podía negar, no, no, nox.
—¿Sión? Querrás decir sillón.
—¿Estás leyendo el nuevo número de la revista de la escuela? Ahí sale un reportaje fotográfico de la directora en bikini —dijo Maselillo con timidez.
—¡Quita ya, jodida loca! —pidió el mocosillo saltando como una rana traicionada.
—Oíd, compis, la directora Urpia sale súper, súper, súper, súper, súper, súper genial en las fotos. Oíd, compis, voy a colgar las fotos en mi habitación.
—Pero antes enséñame las fotos. Tengo mucha curiosidad, de esa de la que te pica en el pecho —deseaba ver el cuerpo níveo y maduro de la directora de ojos de obsidiana a pesar de que lo veo todos los días esculpido en el vestíbulo de nostra scuola.
—Ahora no tienes tiempo. ¿No te ibas a hablar con Urpia en su despacho?
—¡Prck! —a la Quairo casi le dio un ataque de euforia de los chungos.
—Cállate, Maselines. Has despertado a la bestia —reprimí al nene torpe por ser tan bocas.
—OYE, COMPI, ¿VAS A VER A URPIA?, ¿VAS A VERLA EN PERSONA? —preguntó desenfrenada y levantándose del sillón. Los mocosos aprovecharon la situación y cogieron sus sándwiches súper, súper, súper, súper, súper escachados.
—Eh… no, eso no es cierto. ¡Maselillo, detenla!, ¡no dejes que me siga!

Maselillo acató las órdenes algo confundido y atemorizado. Agarró los brazos de la muchacha fanática que se revolvía sin control mientras yo corría lejos para subir por las escaleras hacia la segunda planta. La Quairo adora a Urpia más que nada en el mundo y haría lo que fuera por tocarla. Es por eso que nunca se le debe revelar a la loca de nuestra clase el paradero del despacho de Urpia. A la directora no le gusta NADA, NADITA, NADA que la molesten.

Huí con éxito y la Quairo no siguió mis pasos. Maselillo hizo un buen trabajo, he de admitir. Llegamos exhaustos a la entrada del pasillo del despacho. Es very difícil llegar hasta allí pues el despacho es uno de los pocos lugares de El Diptongo de Coser y Cantar sin señalizar. Está bien escondidou.

La entrada al pasillo es muy estrecha. Mi cerebro y otras partes pensantes de mi cuerpo, si es que las hay, dedujeron que es así de estrecha para que los estudiantes gordos no puedan cruzarla, lo cual deja a casi la mitad de los alumnos sin poder acceder a esa zona con estalagmitas o PINCHOS ASESINOS repartidos por el suelo.


—Si me resbalo, me muero. No hay otras opciones —me dije a mi mismə para tener cuidadín al pasar entre los pinchos.

Llegué al puente levadizo, colocado sobre un foso lleno de agua fresquita y flanqueado por dos robustas columnas verdes iguales que las de la entrada. Recuerdo haberlo visto subido desde fuera del pasillo hace dos años. Es la primera vez que me planto delante de la entrada del despacho y la primera vez que veo el puente bajado.

Una vez dentro, percibí la presencia de la directora en la silenciosa claridad. Su despacho era amplio y redondo, y tiene aspecto de torre con tejado cónico desde el exterior, al estilo de los castillos de tu infancia. Está alejado del bullicio del interior del edificio y el balcón está orientado hacia el aparcamiento de la escuela. Su interior acoge al escudo de la escuela, justo el lugar donde Augusto III descansa, actuando como timbre del blasón. Frente al escudo, un lustroso escritorio sostenía el hardware que la directora manejaba para usar su ordenador.


—Buenos días, directora Urpia —dije con delicioso respeto y pavor.
—¿Qué?, ¿cómo has entrado? —preguntó algo sorprendida al ver mi cuerpo en la oscuridad del umbral.
—Pues por el puente. Estaba bajado y pasé sin prob…
—¡Qué despiste! Ya es la segunda vez que lo dejo así… —Urpia volvió a pegar su vista en el monitor—. Y no te han dado un permiso en consejería para entrar aquí, si no me equivoco.
—Oh, ¿había que pedir uno? Lo siento, no lo sabía… —dije enredando los dedos de mis pies con vergüenza.
—No pasa nada, no te castigaré por ello. Hoy estoy de muy buen humor… ¡Por fin he ganado una partida al solitario! Llevaba años intentándolo —estaba muy animada.
—Felicidades, directora. Es usted una artista de los naipes.
—Antes que nada, ¿estudias en esta escuela o eres uno de esos intrusos? —la directora cambió el tono a uno más serio.
—Estudio aquí. Mi tutora es Chelo Carabanchelo.
—Ah… Consuelo… —su tono se volvió ahora más misterioso.
—Sí, y quería hablar con usted si es posible —solicité con compostura gaseosa.
—Pues habla ya.
—Quería preguntarle por qué Basilión Tronchacocos, el alumno de color morado, aún sigue en esta escuela. Ha cometido muchas faltas graves, como agredir alumnos y matar mascotas.
—Que se apellide Tronchacocos no significa que se pase el día aplastando cabezas. Mi cuñada se apellida Matalobos y no ha matado a un lobo en su vida. ¿Entiendes o no?
—Entiendo, entiendo. Pero no es eso. Basilión ha agredido de verdad a muchos seres vivos y creo que debería expulsarlo de la escuela, tal y como hizo con las hermanas Nishastie el año pasado —expuse de nuevo mi argumento deseando oír una opinión positiva.
—Yo soy la directora y sé lo que hago. No necesito sugerencias —Urpia no se sentía muy agusto con el diálogo.
—Pero usted…
—¡Genial! Me ha llegado un correo con fotos de nuevas mascotas. El curso que viene nos traerán al orangután Efraín, que dicen que es muy cariñoso. Además se sabe la tabla del dos y da muchos besitos, cracracracra —la directora retornó a su entusiasmado estado de animou. Después bebió algo, que no sé qué era, de una preciosísima botella plateada.
—Maravillavilloso —aunque quería remontar el tema de Basilión, no pude evitar comentar sobre algo que vi al lado de una botella de la que Urpia tomó un sorbo—. Oh… ¿es esa Linia Murgan?


—¡Claro! La invité a la escuela en el año 2007. Ella es una gran amiga mía y se ofreció a enseñaros a todos a pintar dibujos de tortugas —recordó orgullosa mientras miraba la foto donde salía con la actriz.
—¡Ya me acuerdo! A mi tortuga le pintó el caparazón de rojo —un recuerdo añejo se posó en mi corazoncito de cristalnova. Linia Murgan ha sido la única persona famosa con la que he hablado, sin contar con Trisco Treisi.

La directora sonrió y volvió a dirigir sus ojos a la pantalla, como si yo hubiera dejado de existir. Para no romper la armonía, opté por hablar sobre otra cositah.

—Señora directora, ¿conoce usted a la efigie de la escuela?
—En esta escuela no hay nada de eso —la directora dejó de sonreír. Se notaba la hostia que tampoco quería hablar de eso.
—Me he enterado de que hay una efigie escondida que representa a la escuela. Seguro que sabe dónde está, pero por seguridad y por vergüenza no lo quiere decir.
—Estás metiendo las narices donde no te llaman, estudiante.
—Estoy de acuerdo, pero me han avisado de que la efigie puede ayuda… —sentí algo de miedito, además de la frustración de que mi búsqueda de información no iba a ser fructífera.
—¡SILENCIO! —gritó Urpia, disgustada—. Has abierto una herida de este centro que llevaba años cerrada. He intentado con todo mi poder ocultar la historia de nuestra efigie, pero no ha servido de nada… ¿QUÉ DEMONIOS HA SALIDO MAL? —la directora se alzó de su asiento, despertando al cuervo con sus gritos de enfadada.
—Nada, directora. Es lógico que quiera encerrar a un ser que ha atacado a dos alumnos de la escuela.
—Deja de hablar de ese ser, ese monstruo debe pasar al olvido. Aún estoy cabreada por lo que ocurrió con esos niñatos escurridizos, ¡ESE ACCIDENTE HA MANCHADO LA DIVERTIDA HISTORIA DE LA ESCUELA DE EL DIPTONGO DE COSER Y CANTAR!
—Seguro que no fue para tanto, ¿no? —intenté, por mi propio bien, suavizar su temperamento.
—¡SILENCIO! No quiero que hables de esa efigie JAMÁS. Ahora estoy luchando para que Augusto III se convierta en la nueva efigie, pero es imposible, ¡IMPOSIBLE! Las líneas del suelo de la escuela aún siguen siendo verdes, como las columnas y las macetas… Hasta que no muera la efigie no cambiarán su color a azul, el color representativo de Augusto III.
—¡Qué relación tan interesante tienen los colores de la escuela con la efigie!
—¡SILENCIO! —Urpia estaba apunto de estallar sangre hirviendo con grumos de histeria—. Vete de aquí ahora mismo. Apuesto lo que sea a que eres una persona infiltrada de la escuela enemiga, El Hiato de Pan Comido.
—¿Qué? ¡Yo soy de aquí! —grité para librarla de esa nefasta confusión.
—¿Te crees mejor porque en tu escuela hay unicornios? ¡NO DEBERÍAS! Esta es la escuela más divertida del país; está llena de mascotas, actividades y asignaturas geniales. Nunca habrá otra con un nivel de diversión tan alto como el de esta, ¡NUNCA!
—Estoy de acuerdo, pero…
—¡LÁRGATE DE AQUÍ! —espetó con la ira más tupida que en un despacho puede haber. Luego desenfundó su arma y me apuntó con ella.


—¡AAAAAAAAAAH! —chillé cual gaviota apaleada.

La directora disparó seis veces su revólver generador de sonidos de disparos mientras su cuervo graznaba y comenzaba a volar lentamente para atacarme. Yo pensé que iba a morir por un segundo, pero no fue así porque he escrito todo esto que estás leyendo. Salí del despacho y corrí sobre el puente, que se cerraba lentamente y que casi me dejaba atrapadis con la violenta Urpia y su cuervo. Salté desde lo alto del puente y caí al suelo con poco estilo. Estuve a TRES CENTÍMETROS de clavarme un pincho en el brazo.

Acabé saliendo del pasillo de los pinchos con el cuerpo aturdido y cubierto de sudorcillo. Avancé por los pasillos aun temiendo que el cuervo me pillara, a pesar de que se había quedado dentro del despacho. Maselillo se acercó rapidamente cuando me vio llegar por las profundidades del pasillo de la primera planta. Estaba yendo hacia el despacho para buscarme.

—Menos mal… menos mal que es solo un revólver de estruendos. No tiene balas que salgan disparadas, son… son solo cartuchos de fogueo que estallan —dije jadeante apoyándome en una columna—, y menos mal que no le hablé sobre la carretera… de mierda de Kiko. Se habría puesto más furiosa.

—¿Qué te ha pasado?, ¿qué ha ocurrido allí dentro? —cuestionó intrigado como un íntrigo salvaje.

Le relaté la historia a Maselillo de por Vida, que acabó anonadadísimo. Él, por su parte, me contó que la Quairo lo escupió en un ojo para librarse de sus braci-ataduras y que la pobre no encontró el despacho.

Acabó el día y mis ansias por saber quién es y dónde está la efigie de la escuela habían crecido hasta el punto máximus. Ese sumnongle puede revelarme grandes secretos del edificio y decirme qué es el mal que amenaza con garras punzantes a la escuela. Tengo tantas ganas de encontrarlo que me dan ataques de fliposidad.

Al salir del reino de Urpia y después de despedirme de Maselillo, corrí veloz por las excelentes baldosas del suelo hacia el arriate de la flor Rosamelia. Tenía que contarle todo lo ocurrido. Pero… desgraciadamente… ya no estaba allí. En su lugar, había otro sumnongle vegetal.


—¿Rosamelia? No eres tú, ¿verdad, bizcochito? —pregunté al ser de pétalos coloridos.

El cielo se había encapotado y el miedo otra vez se palpaba en el ambiente. Me acerqué más a aquella flor para averiguar si era una de esas anormalidades vegetales que hablan.

—Oye, tú, mala hierba… Háblame que no quiero quedar como si estuviera loc…
—¡¡¡WRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHRRRRRG!!!


—¡AAAAAAAAH, MI VITALIDAAAAAAAAAD! —volví a gritar de espanto. Mi garganta resentida sufrió por segunda vez—. ¿Qué hace este monstruo floral aquí? Este bicho puede matar con sus fauces a los abuelos o a los primos de alguna persona que conozco.

Salté hacia atrás mientras la flor mandril mordisqueaba el aire como una subnormal. Intentaba alcanzarme pero su tallo no daba más de sí. Yo me alejé hasta la valla de la carretera donde miraba con ojos de rana al espantoso sumnongle que habían plantado en el lugar de la desaparecida Rosamelia. Hubiera preferido una flor con la cara del orangután Efraín, desde luego sería mucho más cariñosín.

Otra moneda de desconcierto cae en la hucha de mis dudas. ¿Qué ha pasado con Rosamelia?, ¿está muerta de verdad?, ¿fue obra de la maldad de la escuela que la acechaba desde lo ignoto? No saber, no saber… Realmente me ha rajado el alma esta situación. Siento la penita pululando entre mis leucocitos… Rosamelia, ¿qué puñetas te ha ocurrido? Tendré que hablar con el jardinero conserje, aunque de miedito~.

Me fui a casa con una vorágine de sentimientos buenos y malos en mi cabeza. Por una parte, Urpia nos ha decepcionado: No nos explicó el porqué de su negativa por la expulsión de Basilión. Además se enajenó como una cabrah de verbenah. Ya no me la quiero encontrar por los pasillos de la escuela, NO SEÑOR. Luego, por otra parte está la desaparición o muerte de la rosa… como si con Poesía no tuviera suficiente.

Creo que la única experiencia gratificante que tuve hoy fue la del veterinario. Después de almorzar me llevé a Perseo recién bañado en una bolsa para que le hicieran un chequeo en la clínica de los animalitos. Allí me dijeron que su estado de salud felina es fabuloso, aunque le pillaron un bicho parasitoide escondido en su pelaje. Pero tranquis, ese bicho ha sido sentenciado a muerte con un instrumento de plásticox.

Ahora mismo me iré a la cama. Tengo que descansar para que mi mente pueda planear la manera de encontrar a la efigie. Ah… y he de intentar encontrar a esos cuatro niños que han visto a los Zipulas en el parque.

Eso es todo. Noches buenas para usted y para mí también, jolines.

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