19 mayo 2011

Puer malus

Esta vez toca hablar de experiencias escolares, sí señoro.

No suelo alegrarme por los males ajenos ni de cualquier otra desgracia, pero admito que lo que ocurrió a segunda hora fue muy divertido. Os lo contaré todo, letra per letra, para que os enteréis bien, bien.

Las clases se vuelven más animadas cuando empiezan a las nueve, una hora perfecta, sin duda. Los alumnos estuvieron hoy calentándose una hora más en sus camas sabanosas gracias a que el profesor que, por motivos de salud, no hizo acto de presencia en el aula esta mañana, ni los dos días anteriores (es que está de baja, el pobre…). Cuando llegué a la escuela pude ver a Maselillo bostezando como una foca aburrida sin una colina de hielo por donde rodar.

—Maselillo, estás tragando mucho aire de la calle —le comentamos sin tapujos.
—¿Eh?
—No te hinches con tanto bostezo.
—No me estoy hinchando —negó frunciendo el ceño.

Tras el dialoguín, Maselillo y yo entramos a la escuela para acabar plantados frente a nuestra aula, en donde nuestros compis esperaban a la tutora Chelo mientras destruían sus legañas. Notamos que a Little Aurora, que caminaba como una Sleepy Thingy, se le movía la mochila. Ella no se daba cuenta, no porque estuviese aletargada, sino porque su mochila reposaba apoyada en la pared fuera de su alcance. La idea de abrir la cremallera para averiguar qué tipo de chisme, demonio o vejiga poseída generaba ese movimiento era muy tentadora, pero solo miramos sin hacer nadita en el concurrido y ruidoso pasillo.

Cuando Chelo llegó, los alumnos entraron al aula justo después de que la profe abriera la puerta con sus relucientes llaves tintineantes. Ya dentro, las convulsiones de la mochila de Little Aurora eran percibidas por TODOS los sumnongles allí presentes.

—Ay, Frussie, estás empanada. ¡Mira la mochila, que tienes un nogmo o algo! —la impúdica de Yazmina dio su primer grito de la mañana.
—Ya lo sé, Yazmina, y se dice gnomo —dijo algo irritada—. ¡Uy, no puedo creer que se haya metido mi perrito en la mochila!

Little Aurora se convenció de que dentro de su mochila se escondía su perri~, pero no era así. Cuando la preocupada Frussie abrió su cremallera, salió a la luz del aula el bulto inquieto que se agitaba dentro junto a sus libros y cuadernos. Estaba muy bien comprimidox.


—¡GRWAAAAAH! —graznó el sombrío cuervo recién liberado.
—¡MMBAAAAAAAAAAAAAAAAH! —bramó Aurora espantada protegiendo su cabeza pelirroja.

La calma de la clase zozobraba y los jóvenes alumnos huían hacia las antípodas del cuervo oscuro. Little Aurora estaba paralizada en su cuadradito de suelo.

—¡PEKE, AURORA, SALID DE AHÍ AHORA MISMO! —Chelo gritó a las alumnas que estaban más cerca del cuervote.
—Sí, sí, profesora —la chiquitita Évelin agarró a Aurora de su jersey y la guió hacia la pizarra, donde todos los alumnos atemorizados se encontraban.

El cuervo que estaba dentro de la mochila de Little Aurora y que ahora revoloteaba sobre ella era el venerable Augusto III (Augusto Tercero, ¿te’nteras?). Él forma parte del escudo de la escuela y es uno de los símbolos más importantes de su corta historia. En una de sus garras empuña la daga-aguja, con la que cose y apuñala, y en la otra garra porta un papiro en donde está escrito el diptongo de su nombre. Casi todo el mundo sabe que Augusto III vive en el despacho de la directora y que nunca sale de allí.

—Dejad esto en mis manos, mis alumnos, ¡no os acerquéis! —la valerosa profesora agarró un cachivache turuleto y raquetoide de una de las mesas y lo usó para defenderse del cuervo.
—¡Cuidado, seño, se puede lastimar! —gritó Ambrosio asustado.
—De eso nada, ¡WRAAAAAAH! —Chelo embistió contra el pajarraco que seguía volando en el mismo sitio.


Chelo había abierto la ventana para catapultar al cuervo heráldico al exteriore con su raquetazo colorido. Estaba muy tensa pero eso no le impidió concluir su tarea con éxito. Nosotros nos preguntamos si era buena idea dejar al cuervo fuera pero Chelo nos explicó porqué no lo era.

—Ya podéis retornar a vuestros asientos, alumnos —hizo una pausa para dejar que el aire entrara en su organismo a través de sus alargadas piezas dentales—. Y no os preocupéis, Augusto III irá directamente al despacho de la directora, está muy bien entrenado y conoce bien el camino.
—Profe… mueeeeeh… estoy muy asustada; casi me mata con su daga-aguja.
—No, Aurora, Augusto III no te habría atacado así porque sí. No es una amenaza, pero tuve que deshacerme de él porque si se excita o se pone nervioso puede revolotear descontroladamente y dañar a alguien sin querer. Y tranquilos, él resiste mucho a los golpes; no es la primera vez que le golpean…

La clase pudo respirar en paz, excepto la Frussie que vio su vida en fotogramas de cinemascope y eso la atormentó. Tuvimos que consolarla porque se creía que algún desalmado planeaba matarla, pero no era así. Ay, Little Aurora… si sigue llorando se convertirá en una sumnongle made of sadness… pero, ahora que lo pienso, ella se pasa el día llorando por tonterías, aún no ha conocido el sufrimiento puro de verdada.

Pasó un minuto y solo un pequeño sumnongle continuaba emitiendo gritos como un poseso: Ñangas.

—¡ÑAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAANG!
—¡Que alguien ayude a Ñangas a desatascar su cabeza de los barrotes! —Chelo ordenó a ningún alumno en concrette.


—¡ÑAAAAAAAANG! ¡ÑAAAAAAAAAAAANG!

Ñangas, al igual que Augusto III, tiene un esqueleto muy flexible que le permite introducir su cabeza y extremidades por huecos estrechos. No supimos con certeza si Ñangas gritaba de felicidad, euforia o agresividad porque sabemos que él se excita tanto con el sudor de los niños y los ruidos de la clase como con los animales alterados. Bueno, Ñangas se excita por cualquier cosa, you know?

Por otro lado, Carpeto se encogía temeroso tras su cojín de relleno algoduños.


—Carpeto, ¿estás bien? —le preguntó Maselillo con preocupación de primera calidad.
—…
—Déjalo, Maselillo. Cuando un oso te contesta con puntos suspensivos es porque no tiene ganas ni de gruñir.
—Oh…

Carpeto era antes mucho más valeroso e hiperactivo, casi tanto como Ñangas, hasta que un día las hermanas Nishastie jugaron con él de una manera incorrecta cuando se colaron en nuestra aula. Esa hora de juegos fue muy traumática para Carpeto, tanto que acabo por convertirlo en un úrsido pusilánime.

La clase acabó y la profesora Chelo se fue descontenta porque su investigación no fue nada fructuosa; ni ella ni nadie supo quién metió el cuervo en la mochila de la despistada Little Aurora, pero la búsqueda seguía abierta esperando que el culpable saliera a la lux.

El recreo fue aburrido y se nos hizo casi eternoh. Los sumnongles se expandían y contraían por todos los vértices y ángulos del sagrado patio, todos excepto algunos que se encontraban en las tinieblas del laberinto de la planta baja.

Maselillo y yo anduvimos por los pasillos en dirección al aula donde iba a comenzar la cuarta clase del día. Fuimos por pasillos muy esquinosos y recubiertos con nenés de todas las formas y edades. Y en uno de ellos, muy oscuro y vacío, un chico osado fumaba saltándose las normas. Maselillo y yo nos sobresaltamos al averiguar que se trataba del espinoso y peligroso Basilión Tronchacocos.


—¿Pasa algo? —preguntó súper chuloh.
—Nada…

Sí pasaba, sí pasaba… pues sobre su hombro colgaba la cinta del escudo de la escuela, en la cual se hallaba escrito el lema consuĕre et cantāre (coser y cantar en latín, tin, tin.). Además era la prueba que indicaba que fue él quién metió a Augusto III en la mochila, pues el pajarraco y la cinta forman parte del enorme escudo de la escuela que está en el despacho de la directora. Y no hay que olvidar que Basilión es un experto en gamberradas y robos, lo que quiere decir que aproveshó que estaba en el despacho de la directora para noquear, posiblemente, al cuervo y llevarse consigo la cinta como trofeo y luego realizar el procedimiento esconde-aves. Creemos que fue así, sí, sí, sá.

—Oye, ¡sabemos que fuiste tú quien metió a Augusto III en la mochila de la Frussie! Era obvius, ya has hecho cosas parecidas en el pasado.
—Ey, hoy he traído la navaja ¿te la enseño? —Basilión hablaba con voz inexpresiva y como si no hubiera escuchado NADA de lo que dije.
—Upsy, eso es un punto final para nuestra conversación.

Basilión es un chico violento y odia que lo molesten. Da palizas a todas las bocas que le digan palabras que no sean de su agrado.

—Venga, vámonos de aquí —Maselillo no aguantaba estar ante ese macarra con navaja.
—De aquí nadie se va si no me sale a mí de los huevos.
—No podrás retenernos a los dos; si amenazas con acuchillar a uno el otro irá corriendo a chivarse de lo que has hecho, ciruelín —informé con seriedad y valor.
—No le des ideas… —me advirtió Maselillo en voz baja.
—¿Tú quieres que te raje la boca, plumero con patas? —preguntó algo cabreadete.
—No, señor, no. Hacemos un trato, tú nos dejas marchar y no diremos que has robado el cuervo y el lema del escudo para hacer gamberradas —le propuse con ganas de largarme.
—Os dejaré marchar si te tragas el pitillo sin apagar. No puedo dejar pruebas de que fumo, que si no me vuelven a echar del insti. —el vándalo sonreía cual tiburón de berenjena.
—No, gracias, yo solo como orégano con leche de oveja.
—Gilipollas, desde que descubrieron que yo maté a aquel bicho, me la pela todo el mundo. Hoy estoy de buen humor porque mi broma ha salido de puta madre, así que no me calientes porque te rajo la cara y te hago una equis de sangre. Ahora trágate el pitillo —su enfado se hizo muy notoriox.
—No, por favor, que se me queda voz de lagarto.
—¡Trágatelo! —insistió.

Basilión tendió su brazo púrpura hacia mi boca. Su cigarro de lucecita anaranjada estaba cerca de mis labios. Me vi forzadis a cogerlo con mis manos temblorosas.

—¡No lo hagas! —intervino Maselillo.
—¡Madre Selva, ayúdame! —grité con angustia.

Con un movimiento suave cogí el cigarro y lo dejé caer al suelo ‘sin querer’. Casualmente cayó sobre el zapato del macarra quinqui y Basilión no tuvo otra que zarandear su pata para quitarse la colilla de encima. En ese momento de distracción por parte de Basilión, Maselillo y yo huimos como ratas de alcantarella sin mirar atrás.

—¡Mamonazos! —Basilión cogió el cigarro y nos los arrojó desde lejos, pero de nada le sirvió porque no nos alcanzó (jódete).

A salvo en el aula, temimos que Basilión nos pillara dentro porque, por si no lo sabías, él es un alumno de nuestra clase. Pero solo asistía muy de vez en cuando; se valía de justificantes falsos o de firmar por si mismo sus apercibimientos para salir airoso de su situación. Pero qué malo es ese niño…

—Espera un momento, ¿a qué bicho mató él? —Maselillo preguntó confundido.
—A Perluja, la antigua mascota que nadie supo con certeza a qué especie pertenecía.
—Ah, ¿esa era la del diente que tú cogiste?
—Exacto.
—Pobrecita —expresó entristecido.

Oh, Perluja, ojalá hubieras sido asesinada de una manera menos dolorosa, por ejemplo envenenada, abatida de un disparo en la cabeza, o mejor, por la muerte dulce. Bueno, sinceramente, queremos que sigas viva, pero no puede ser…

♥ Te queremos, Perluja .


Cuando las clases acabaron y cada uno quería irse a su hogar, se nos apaciguó el temor de ser atacados por Basilión. Yo lo conozco bien y sé que si no nos chivamos o le insultamos (que no lo hemos hecho) es muy probable que no nos ataque. Pero puede que nos de un empujón por los pasillos… Bufff.

Atravesando sin compañía el edificio en busca de la salida, porque Maselillo se fue antes, me encontré con un inesperado puesto de galletas.


—Hola, niño de primaria. ¿Por qué estás regalando galletas? —preguntamos al muchachín con el loro verde aplastado en su camiseta.
—Porque en la clase de cocina tuvimos que hacerlas y nos obligan a regalarlas. Es un trabajo que va para la nota final —explicó hastiado.
—Pues yo quiero coger unas cuantas.
—Ahora no puedes, estoy esperando a que venga mi compañero del baño. Él se encarga de dar las galletas. Yo solo le guardo el sitio.
—Ah…

Tuve suerte y la espera fue muy efimerax porque el niño de las galletas había llegado por fin.

—¡Trululín!, ya estoy aquí. Uish, qué delicioso huele el jabón —dijo el niño que volvió del baño, con las manos húmedas y aromatizadas.
—¿Puedo olerlo? —cuestionó curiozzo el otro.
—¿Me quieres oler las manos? No somos monos, ¿recuerdas? —respondió ofendido.
—Vale, vale —dijo algo desencantado.

El niño recién llegado era muy colorido y gomoso y sus mofletes estaban henchidos de un feliz infantilismo repelente.

—Si quieres me puedo quedar aquí contigo hasta que se lleven todas las galletas —se ofreció generoso a acompañarlo.
—¡Eso nunca! Tú te vas porque hueles mal y si te niegas a marcharte le diré a tus padres que te meas encima cada vez que toca educación física para no hacer deporte.
—Pero cómo, có… ¡VALE, ME VOY! —el niño se fugó llorando con el corazón hecho confeti.
—Hola, soy Gleo Cianea y YO hice casi todas estas galletas —reveló con orgullo.
—Vaya… Emm ¿puedo coger una galleta? —pedí amablemente.
—Mmmmmm… NO ♥ —negó sonriendo.
—¿Pero por qué no? Son gratis.

El mocoso hizo unos gestos de pescado para intensificar su petulancia.


—Son mis galletas, y yo decido si te las doy o no, ¡hala! —determinó sin borrar su sonrisa.
—Pero si estás en este puesto de galletas gratuitas significa que…
—No significa nada. Son mías y nadie más va a pasar por aquí a comerse ninguna. ME LAS COMERE TODAS YO SOLITO. —interrumpió abriendo su boquita azulada.
—Maldito egoísta —le insulté con el volumen al 25 o al 26 (para que no se notara mucho mi enfado)
—Jódete. Yo me las comeré con ojos golositos y tú te pondrás mueeeh, mueeeh, llorando por los pasillos, jijijiji —Gleo empezó a hacer una mímica absurda.
—Conozco un truco para que tú te pongas a llorar también.
—¿Qué, me vas a pegar? ¡Buuuuuh, qué miedo! Jijiji.
—Bufff…
—Yo conozco un truco ♪, yo conozco un truco ♪, jijiji. Y yo me como las galletas. ¡SUFRE DE HAMBRE! —Gleo imitaba mi voz con un tono cantarín y se reía con malevolencia y con la boca llena—. Ah, y te advierto que soy tóxico, sí me pegas te picará mucho la piel.
—Qué asco de ser… —dije despreciando al nene.
—Qué asco de ser ♪, qué asco de ser ♪, jijiji —Gleo volvió a cantar como un loro.
—Ey, ¿sabes qué es lo que está de moda y mola mazo?
—Claro, ¿el qué?
—Eso suena contradictorio, pero bueno… Está de moda algo que tú no tienes —aseveré con tono fastidioso.
—¡¿EL QUÉ?! —Preguntó ansioso por sabere.
—Los escupis ¿quieres uno de regalo?
—¿Escupis?, ¿Qué mierda es…? —gruñó suspicaz.
—¡Pluigh! —escupí un tremendo lapo al niño en su ojo de anfibio inflamado. Los ataques a distancia son los mejores para derrotar a los enemigos urticantes.

Me marché corriendo, no sin antes haber cogido unas cuantas galletas. Gleo gritaba rabioso mientras se limpiaba mi saliva de su ojo sin moverse de su sitio. De su boca salieron horribles improperios contra moi. Maldito niño venenoso y egoísta, ahora tiene su merecido.

Mi cuerpo pudo salir ileso de la escuela, a pesar de haber pasado por varias situaciones comprometidas. Estoy feliz porque ni cigarros he tragado ni cosas urticantes he rozado (¿yuju?). En fin… pero la cosa no acaba aquí. Mi salud era óptima pero mi mente seguía en lo más profundo de su pozo, algo perturbada por todo lo ocurrido hoy. Las reminiscencias del miedo que sentí frente a Basilión se avivaron cuando vi que Basilión, a varios metros de mí, reposaba su culo en la valla del paso de peatones por donde yo siempre cruzo. Debido a esto tuve que ir por otra ruta hacia mi hogar.

Unos pequeños cambios en la rutina nunca vienen mal, porque a veces descubres cosas nuevas por ahí y por allá. Como lo que me pasó por ir hacia la derecha en vez de a la izquierda: Encontré una flor con rostro, roja y repollosa plantada en el arriate frente a la verja del patio. La muy rara me habló.

—Uyuyuy, ¡QUÉ PELOS! Pero cariño, ¿no te has peinado esta mañana? —preguntó mientras escudriñaba y criticaba mi aspecto.
—¿Qué? —dije sorprendidis.
—¡Y qué voz! Un vasito de limonada y miel te vendría de perlas.


—¿Eres una lechuga carmesí parlante? —cuestionamos a la planta dadora de consejos inapropiados.
—No, mi bizcochito. Soy una flor de la familia de las rosáceas y me llamo Rosamelia—se presentó con educación el floripondio.
—Pero qué nombre tan…
—¡Nadie ve mi cara, nadie me oye! Excepto tú, bizcochito, que tú sí me ves dándole a la lengua —Rosamelia me interrumpió para quejarse de la actitud ignorante de la gente paseante.
—Te veo la cara y te oigo en alta definición y…
—No entiendo por qué paso desapercibida. ¿Será que mis pétalos son poco llamativos? ¡Caray!, tengo tanta belleza que irradiar pero nunca me dejan una oportunidad —interrumpió mis palabras por segunda vez.
—Entendemos.
—Uff, ¿y esa piel reseca? Úntate crema de aloe vera, bizcochito.
—Y tú úntate insecticida, que se te acumulan los pulgones como las verrugas en la nariz de una bruja. —Le comentamos mosqueados.
—¡Cariño, no tengo pulgones! ¿Por qué me tratas así?, ¿eres una persona malvada de nacimiento? —Rosamelia hablaba con cara de asombro.
—Yo soy una especie de derivado de la Virgen María.
—No creo que lo seas, pero tampoco creo que hayas nacido con maldad.
—¿Puedes ver la maldad de la gente o qué?
—¡Yo la detecto! ¿Tú no? —afirmó atónita.
—No, lo siento… —dijimos arrepentidus.
—Pues bizcochito, ten cuidado. En la escuela hay una enorme emanación de maldad retenida en alguna parte, aguardando el momento para explotar —confesó con intensidad en sus misteriosas palabras a la vez que el cielo se encapotaba (¿quién lo desencapotará?).
—¿Quieres decir que hay alguien perverso en esta escuela?
—No sé si es algo o alguien, pero mis raíces lo perciben. Todas las flores parlanchinas lo notamos.
—Pero cuéntame más sobre esa cosa maliciosa. ¿Cuándo ha surgido? ¿Es muy intensa? —estábamos sedientos de testimonios.
—No lo sé, bizcochete de rechupete. Tengo menos datos que un tamagochin caducado. Pero si quieres saber más pregúntale al jardinero conserje de la escuela, él fue el que me lo contó todo —indicó dedicándome una sonrisa picarona.
—Ese señor acojona, Rosi… —exterioricé mi opinión sobre su querido jardinero conserje.
—Pero si es un buen hombre. Acércate a él y escucha sus susurros. Apuesto lo que sea a que será amigo tuyo.
—Lo anotaré en mi agenda de las cosas que puede que haga.
— Qué gracioso es todo lo que dices, bizcochito —la flor parecía muy pizpireta.
—Yo me piro de aquí, que tengo ganas de almorzar.
—Claro, bizcochito, aliméntese bien e hidrátese. Hasta nunca y encantada de conocerte.
—¿Cómo que hasta nunca? —pregunté con extrañeza.
—Bizcochito, yo no estaré aquí mucho tiempo, la maldad que se esconde en la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar me acecha, soy uno de sus próximos objetivos.
—¿Quieres decir que van a asesinarte o algo así? —preguntamos asustados.
—Sí, bizcochito. Pero no te preocupes por mí, sobrellevaré mi destino de la mejor manera posible, incluso puede que escape de mi horrible sino. Solo te pido que te largues de aquí, si no quieres convertirte en la próxima víctima —explicó con sinceridad su dulce voz.
—Esto es un tema que no se puede pasar por alto. Mi alma está motivada para investigar y saber qué ocurre —sentíamos una energía mezclada con pavor al oír el escalofriante alegato de la flor.
—No, bizcochito, esto no cosa de adolescentes con acné. El mal de la escuela no es un niño revoltoso que pega patadas por doquier, es algo diez mil veces peor, es inconmensurable —Rosamelia hablaba de las cosas escalofriantes que sabía con una serenidad increíble~.
—Pero, podemos al meno…
—Ni se te ocurra, bizcochito. Vete ya a tu casa, aquí estás en peligro. El mal invisible está acechando cerca. Mañana será otro día, más pacífico que este sin lugar a dudas.
—V, vale… Adiós pues.
—Muack, para ti —Rosamelia me disparó un BESAZO con sabor a fresa que en realidad no existía. La flor parecía estar muy feliz, pero en su interior, por donde fluye la savia y esas cosas, estaba abrumada por los acontecimientos.

Me fugué de allí con mis piernas apuradas. Mi mente nadaba en un bravo océano de desconcierto. ¿Qué mal era ese? ¿Cuándo saldrá de su escondrijo? ¿Por qué Rosamelia tiene un nombre tan de… viejah? ¿Ella no tiene miedo a morir? Demasiadas dudas dudosas.

Ya es de noche y he acabado de cenar. Ahora os dejo, voy a pensar…

04 mayo 2011

Lunares y nudos

En el cuarto de las cosas que se pudren a la velocidad del rayo, es siempre conveniente abrir algún ventanuco gracioso para que se vayan los vapores hediondos que vician el aire. Oh, santa bóveda celeste, se me va la olla y nadie me avisa. Bueno, es hora de empezar a narrar.

Hoy ha sido un día lleno de color y magia; había cosas azules por allí, cosas moradas por allá, algunas cosas colgando alegremente y también algún que otro lacito. Pero aparte de todo eso, había además un efluvio de maldad irrefrenable que se ocultaba entre los colorines aguardando el momento para atacar. Pero ya os contaré de qué se trataba.

Mi aventura comenzó cuando salí de la escuelina más escolar del mundo. Las clases acabaron very pronto, tan pronto que mis compañeros se sorprendieron mucho y algunos casi se tragan su propia lenguax. La masa adolescente fue excretada del aula a las doce del mediodía por motivos de docentes ausentes. Gracias a esa pronta liberación, los compis almorzar antes pudieron.

Una vez en la calle, disfrutamos de la libertad en el barrio de Normalera. De todos los barrios de la ciudad, este es el más normal, el más típico. Normalera está situado un poco al sur del centro del distrito y al norte de Villaflopio del Escaramujo. En él se ubica, tan amarilla como siempre, mi escuelita amada. No es el barrio más tranquilo pero al menos es agradable y súper transitado.

Yo aproveché con cautela el tiempo extra que habíamos ganado. Me fui a casa y comí a la 13:00, a diferencia de los otros días, que suelo comer a partir de las 14:30, para tener una hora más de ocio. Luego por las calles caminé (tiririrí) y de repente me vi arrastradə por una corriente invisible que desembocaba en una especie de festival callejero que se celebraba en el parque de Maraguarrada: era una miniréplica de la Feria de Abril de Sevillah.

Me introduje entre el falderío irisado de la peña que bailaba y cantaba como cacatúas felices bajo UNA LLUVIA DE PIPAS. Sin esperarlo en ningún segundus, descubrí a dos damas estudiantiles que reposaban sus orondos cuerpos en un carruaje de caballos. Una era morena y la otra pálida. Se trataba de Mamá Vegas y Little Aurora vestidas de flamenca.


—Mira, Little Aurora, ha venido alguien más —Mamá Vegas me señaló con su dedo indicador muy contenta.
—Oh…, ¡hola! Qué casualidad encontrarnos aquín.
—Hola, cariño, susususú ♥.
—Mamá Vegas, estás guapísima. Tus ojitos de caniche ahora lucen con el encanto de unos ojos de tigresa.
—Pero qué cosas más bonitas me dices, sususú. Creo que me sienta muy bien la máscara de pestañas—opinó sonriente.
—Glubs —Little Aurora emitía sonidos viscerales a causa de su ya extinto llanto.
—Y tú también estás muy guapa, Little Aurora, tanto como una aurora boreal —tanta beaulleza nos obligaba a ensalzar a las sumnongles.
—Dios mío, cuántos piropos. Nos vamos a quedar como dos claveles coloraos —Mamá Vegas agitaba su abanico de lima alegremente.
—Jijiji.
—Glubs, muaaah… —sollozaba como un globín.
—Frussie, ¿aún no se te ha quitado el susto del cuerpo?
—No, Mamá Vegas, no… Hasta que no nos bajemos de aquí no me calmaré —dijo de manera tajante.
—¿Pero qué ha pasado?
—Pues el caballo de este carro estuvo a punto de comerse su cabello. Pensamos que se había creído que era una ensalada de zanahoria —relató Mamá Vegas.
—Mi pelo no parece zanahoria. Es pelo normal.
—Lo sé, lo sé.
—Pobrecita, intenta animarte un poco —aconsejamos a la Frussie más llorona del mundo.
—Lo haré… cuando me tranquilice —Little Aurora parecía costarle adquirir algo de paz.
—Hazle caso, tienes que animarte y disfrutar, Aurora. ¡Hoy es tu cumpleaños!
—¡Oh, no lo sabia!, ¡fefilicidades!
—Gra, gracias.
—Yo la quise llevar hoy aquí para que probara algo diferente en su cumple. Y ciertamente he acertado con el sitio. ¿Verdad que te gusta estar en la feria?
—Sí, sí… —afirmó con una sonrisilla de pitiminí.
—¿No quieres unirte a nosotras? Vivo cerca de aquí y te puedo prestar algo de vestimenta para la ocasión. Creo que es mucho mejor que comprarse un traje en una de las tiendas de esta zona —nos aconsejó en clave de enigma~.
—¿En serius-serius?
—Sí, antes vimos a una chica que dio tres vueltas sobre su propio eje con mucha elegancia y se le cayeron todos los lunares del vestido. La desdichada tuvo que recogerlos de todas partes —dijo llevándose el abanico a su boca de asombro.
—¡Menudo desastre! Yo creo que me voy a quedar con la ropa que llevo puesta.
—Como desees, sususú.
—Mamá Vegas, ¿no has invitado a tu querido Chéster en el Espacio al cumple-feria? —pregunté curiosis.
—Lo intenté pero no hubo manera. Él prefirió irse a una exposición de barcos para documentarse sobre náutica. De todos modos, lo de la feria lo planeamos justo al salir de clase, así que mucho no pudimos hacer.
—Oh, dododó. Bueno, yo os dejo solas con el caballo comepelos para dar un paseíllo.
Si quieres puedes comprarte por allí unos helados de gazpacho y unos chicles de jamón de Trevélez, están muy buenos.
—No gracias. Estomaguito está lleno y no acepta más materia comestible.
—Susususú. ¡Se me olvidaba! De parte de Mamikala, que llamó antes para felicitar a Aurora, que os echa de menos a todos los de la clase —informó con entusiasmo.
—Uy, qué tierna… Dale un lengüetazo de cariño por teléfono de mi parte.
—¡OK!
—Ozú, muchachas, pasarlo bien —nos despedimos con formalidad campechana.
—Igualmente, hasta mañana ♥ —dijeron las chiquillas sentadas tras el culo del caballo.

Abandonamos el andalucerío porque nos sentíamos muy grisáceos entre tantos trajes de colores. Odiamos ese tipo de diferenciación cromática tan notable.

No tenía ningún destino a donde llegar, solo caminaba y caminaba sin parar hasta que llegué a un parterre sombrío (sin fantasmas mirones que me espiasen) cuyas verjas habían sido destruidas por una sabandija perniciosa del barrio. Suena horrible, lo sé, pero al haber roto las verjas abrió un rápido acceso a la calle del otro lado por donde ahora la gente se cuela para ahorrar tiempito.

No me di cuenta pero… ¡estaba yendo en dirección a mi hogar! Como era la primera vez que transitaba por ahí me costó reconocer en qué latitude y longitude estaba. Aunque hubo algo que no reconocí: unas cintitas gomosas de colores que colgaban entre, sobre y a través de los edificios.


¿Qué era esa extraña decoración? ¿Era también mi cumpleaños y mis vecinos me habían preparado una sorpresa? Desde luego que NOP. Quizá esos extraños podrían deberse a la llegada de la misteriosa Soledad Chungarile, pero no fue así.

Al salir del parterre y al avanzar unos metros finalicé mi excursión en la calle en donde vivo. Pude ver más de esas gomas de colores y al sumnongle rechonchete que las controlaba. El maestro generador de todo ese enredo se hallaba justo en el centro de la calle, colgando como una piñata endemoniada. No pude asimilar bien lo que mi ojo izquierdo y mi ojo derecho veían, era muy insólito. Ese sumnongle de aspecto malicioso era un niño achatado, de etnia andina y con cara de abuelo muerdededos. Se trataba del poco conocido Hijo de un Amor.


—Hijo de un Amor, ¿qué haces enredado ahí? —preguntamos estupefactos.
—No hago nada, ¿algún problema? —contestó desafiante.
—Tienes todo esto lleno de esas cosas llamadas…
—Flexigomitos —concluyó lo que estaba diciendo.
—Eso.
—Oye, si quieres te puedes largar, esta calle es mía.
—No puedes apropiarte de una zona urbana sin permiso, y menos si la llenas de estas porquerías porqueringosas —dije reprochando su actitude.
—No digas huevadas y vete, que la gente como tú me cae mal —Hijo de un Amor se exasperaba poco a poco.
—No me iré, yo vivo por aquí y quiero que restablezcas el orden, si no llamaré a tu madre para que vea el lío que has montado.
—Te crees lo mejor del barrio pero no eres más que mierda. Y tú no tienes el número de mi vieja.
—Eso tú no lo sabes —Hijo de un Amor nos había pillado, no teníamos el número de Remualda.
—No soy imbécil, sé que no lo tienes. Yo ahora soy lo máximo del barrio y nadie me podrá derrotar.
—¿Pero qué dices?
—Soy Hijamor, the Flexigomitos Master, los llevo coleccionando desde agosto y los puedo controlar. Ahora voy a sacarle la mugre a esos monses ¡Y A TI TAMBIÉN POR IDIOTA! —gritó con la densa cólera cubriendo sus violentas palabras.
—Oh, noes!

Hijo de un Amor se elevó sobre el suelo usando la elasticidach de sus fleximierdas. Parecía un arácnido maligno que había creado una tela de araña para castigar a las presas que pasaban por la calle. Lo que me sorprendió fue que Hijo de un Amor, o Hijamor, dominaba esas gomas como si fueran tentáculos que salían de su cuerpo. Daba mucho miedo.

A unos metros tras de mí estaban jugando unos niñets que no reparaban en el peligro que corrían. No pudieron huir de allí sin recibir al menos un latigazo por una de esas gomas que se dirigían feroces hacia ellos.


—Allons, courons, ma souer, courons, pou-pou! —Poubbidoux apuraba a su hermana a que abandonara el lugar.
—Attends! Les éléphants: n'oublie pas les éléphants, peu-peu!
—N'importe pas! Nous reviendrons à les chercher, pou-pou.
—D'accord, peu-peu —Poubbideux se vio forzada a retirarse sin sus artículos.

Los hermanos Poubbideux y Poubbidoux estaban vendiendo ilícitamente unos paquidermos de madera, (elefantes, para que no te confundas). Tuvieron que abandonar el sitio dejando parte de su mercancía a merced de los latigazos. Por ciertou, los hermanos iban ataviados con ropitas nuevas… A veces pienso que no son pobres. Además, ¿cómo han conseguido esos elefantes? Aparte de los hermanos africanos estaba Redondio, el cabeza redonda de los tres niños de la pelota. Intentaba refugiarse en algún portal pero Hijo de un Amor era muy rápido y sus fugaces látigos se lo impedían.

—¡Eh, tres niños! —le grité desde donde me situabah.
—¡Ahora solo estoy yo! —Me corrigió alterado por la situación.
—Perdón, quiero decir, tres niños menos dos (3 – 2), ven a donde estamos nosotrox, aquí estarás a salvo.

Redondio era el único que no había encontrado un refugio. Yo le invité CON MUCHA GENEROSIDAD a que se acurrucara tras los frondosos muritos del portal de un aburrido edificio. Y así lo hizo.

Hijo de un Amor no tenía a nadie más a quién atacar y solo se limitaba a reírse como un ogro borracho en miniatura. Cuando inspeccioné mejor la zona desde lejos, descubrí que aún quedaba alguien bajo los flexigomitos. Era un sumnongle vermiforme de cabeza de guisante y de rostro entristecido. Se trataba de Toto Salamanca y me hacía señas para que me acercara hacía él aprovechando el momento en el que Hijo de un Amor no atacaba.


—Toto, estás muy malherido y sucio —le describimos grosso modo.
—Lo sé, me han dado fuerte, snif —el nene sollozaba por el dolor que sentía.
—Ahg… otra vez con ese jersey azul gominola…
—Deja de meterte con mi jersey, jolines.
—Es que no me gusta y siempre lo llevas puesto —nos quejamos insolentemente en el peor de los momentos.
—Tú siempre vas a todas partes con esa mochila. Es muy fea y parece un hipopótamo, pero no me quejo.
—Oh ¿Cómo osas…? Tienes razón… Me disculpo ante Toto a la de ya.
—Vale, acepto tus disculpas. Pero ahora ayúdame a terminar con ese niño malo y sus gomitas de colores.
—De acuerdo —recién disculpadә, socorrí al sabio y comprensivo niño.

Toto me señaló un artefacto de tortura corporal con el que él mismo jugaba. En realidad se trataba de una especie de jabalina cónica.

—Intenta arrojarlo al Lazo Magno. Todos los flexigomitos más importantes y los que sostienen a ese niño están amarrados ahí. Intenta atravesarlo con mi lanza —explicó Toto muy alerta.
—Esto es más fácil que depilar a un delfín.


Con mi brazo lanzador, empuñé la lanza y la arrojé hacia el firmamento en dirección hacia el lazo del mal. Pero fallé por unos centímetros y lo volví a intentar… unas nueve veces.

—Qué aventados son. ¡Inténtenlo otra vez, conchetumadres! —Hijo de un Amor se reía como nuestro enemigo mundial SATANÁS.
—De, deja que lo intente yo —Toto se arriesgó a ser azotado para poder tirar la lanza.

Recibió unas cuantas hostias pero al menos pudo… bueno, no pudo deshacer el nudo a la primera. Solo después de unos quince intentos gracias a su potente lanzamiento final que sus pequeños bracitos le concedieron, por suerte, una vez en su VIDA.

Después de tanto ajetreo, el Lazo Magno fue atravesado por la lanza y la tremenda telaraña de flexigomitos se descompuso en cuestión de segundos. Hijo de un Amor cayó al suelo desde una alturinga considerable, lo que lo dejó inconsciente durante unos minutos.


Había sobrestimado su propio poder y no fue consciente de que su punto débil estaba a nuestro alcance. El susto y el tremendo golpe que se dio le sirvieron como escarmiento por su despiadada tortura.

Al cabo de dos horas, el resto de los niños volvió para seguir jugando (o vendiendo elefantes de madera), aunque otros volvieron a casas con marcas de latigazos y lagrimillas de angustia. Nosotros nos largamos del campo de batalla extrañados porque solo tres vecinetes de la calle se asomaron por la ventana para ver el jaleo gomoso que hervía en la calle. En fin, lo que importa es que después del altercado, volvió la calma.

Yo en casita ahora estoy sanándome las rojeces. Hijo de un Amor estará en la suya, cabreado por la derrota… Que se joda.

¡Hasta la próxemu, doubidoi!