26 noviembre 2010

Pasión por el pinnípedo con ruedas

En este viernes novembrero han pasado muchas de esas cosas que se pueden contar por aquí. Algunas de ellas han manchado con una pizca de dramatismo a la casi inacabable jornada escolar. Pero tranqui, ningún ser vivo se ha magullado esta vez.

Maselillo de por Vida, el chico corriente y sonriente, se ha convertido en un amigo. Lo sé porque cuando estamos en clase siempre se sienta en mesas adyacentes a la mía para hacerme compañusis. Además, su oído siempre está dispuestox a escuchar mis historias: de hecho le gustan mucho. Le hablé de lo del accidente de Maqui y Fermín que YO PRESENCIÉ el martes y al pobre se le conmocionó el espiritillo.

En los últimos minutos de la tercera hora de clase, mis compañeros y yo estábamos ansiosos por ir a la dimensión amplia y sin techo que se encuentra unida al amarillento edificio escolar: el patio de recreo.

Cuando el recreo comenzó, el edificio vomitó una sudorosa masa infantil y juvenil sobre la superficie del patio. En esa masa estábamos Maselillo y yo. Tras despegarnos del gentío, deambulamos por las zonas de allí y de allá sin encontrar nada importante. Llegamos a una esquina sombría llena de cajas en donde caminaba dando saltitos una criatura redonda y verdosa. Era Paxarito.


—Eh, Paxarito, te hemos pillado. No sé qué estás haciendo pero sé que no es nada buenox —dije al ave aceitunada.
Pío-pi-pi, pi, pi-pío-pío-pío, pi-pío, pío-pío, pi. Pi, pío-pi. Pi-pío-pío-pi, pi-pío, pío-pío-pi-pi —replicó Paxarito algo nervioso.
—Que sepas que un día saldrán a la luz todas las maldades que has hecho lejos de las miradas de mis compis de clase.
—¿Entiendes lo que dice Paxarito? —preguntó anonadado Maselillo.
—Sí, habla en morse.

Maselillo y yo nos largamos de esa esquina contaminada por las tonterías sospechosas de Paxarito. Nos preguntamos porqué había un esqueleto de pescado en el suelo ¿Acaso era el escenario de un plumoso crimen? No había tiempo para investigar…

En uno de esos graciosos bancos situados frente a las fronteras del patio se hallaba acomodada una joven muy candorosa: nuestra querida Mamá Vegas, merendando como cualquier otro estudiante.


—Oh, la parejita de la clase —Mamá Vegas sonrió con felicidá de la buena.
—¿Parejita? —cuestioné yo.
—Susususu, sí. Como siempre os veo juntitos como dos buenos amigos… —explicó el porqué de la expresión.
—Ah, jejeje. ¿Qué tal estás? —dijo Maselillo.
—Estoy como un girasol bajo el sol. Además estoy contenta por comer este queso tan bueno.
—¿Es tu merienda escolare?
—Sí, es un queso de la fábrica de quesos de mi padre ¿Queréis probar un cacho? Es semicurado y está delicioso.
—Yo nono, gracias.
—Pues yo sí. Tiene muy buena pinta —Maselillo afirmó con mirada hambrienta.
—Toma, aquí tienes —con destreza y alegría, Mamá Vegas cortó un generoso trozo para Maselillo, que le dedicaba una sonrisa de agradecimiento—. ¿De verdad no quieres un cacho?
—No, en serio. El apetito no tengo hoy.
—Bueeeno, pero si te entra hambre más tarde, sabes que puedes pedírmelo.
—Ok, dulce Mamá Vegas.
—Uy, que me sonrojo —Mamá vegas sonrió tímidamente—. Mmmm, creo que voy a guardar dos trozos para Ñangas y Carpeto; mi padre dice que es muy bueno para el fortalecimiento los huesos de los osos.
—Por cierto, ¿el de la foto es tu padre? —pregunté con curiosidad mirando la foto sobre el banco reposaculos.
—Sí, así es. ¿A que me parezco mucho a él? Traje esta foto conmigo porque mi padre va a estar de viaje y quería recordarlo —Mamá Vegas miraba con amor a su padre.
—Oh, qué bonito —comentó Maselillo enternecido.

Después de la charla y del momento queso, una profesora muy descolorida se acercó alertada al lugar donde Mamá Vegas saboreaba el producto lácteo. Esa profesora era la serena Flájeda Algodonosa, la que nos dio matemáticas el año pasado.


—Señorita Vegas, ¿se puede saber qué hace usted con un cuchillo en la mano? —exclamó Flájeda sobresaltada pero manteniendo la compostura.
—Ah, pues… cortar mi quesito.
—Que sepa usted que he venido aquí a amonestarla por traer un cuchillo. Las armas blancas están terminantemente prohibidas en la escuela. Además, he cogido este pictograma fabricado en la clase de plástica para que comprenda que estamos visualmente avisados de que no se deben traer estos objetos peligrosos.
—Oh, lo siento de veras. Puede confiscarme el cuchillo pero le digo que solo lo uso para cortar queso. Nunca lo usaría para hacer nada malo —Mamá Vegas habló con ARREPENTIMIENTO.
—Ay, señorita Vegas…, no sé si confiscarle el cuchillo o dejárselo. Siempre me he fiado de su responsabilidad y de su bondad. Pero las normas son las normas.
—Haga lo que crea oportuno, profesora. Yo he asumido mi error.

—Mire, hagamos un trato. Usted me da un trozo de su queso y yo le dejo el cuchillo siempre y cuando no lo vuelva a traer.
—¡Claro profesora, me parece una idea estupenda! Seguro que le encantará el sabor —la joven dijo animosa después de de menear sus trenzas.
—Seguro. El aroma ya me ha cautivado por completo —Flájeda relamía con los ojos la loncha que le iba a ser entregada.

Yo contemplé esa escena maravillosa desde mi ubicación. No dije ni mú, solo me limitaba a observar a los demás como si fueran actores en una obra de teatro. Pero una cosa que se deslizaba por el suelo haciendo ruido me llamó la atención. Era un camión de juguete de color azul.

—Qué camión tan curioso. Se parece a uno que tuve cuando era pequeño —reveló Maselillo antes de irse a buscar otra loncha de queso.
—Interesante… voy a verlo de cerca.

Me incliné hacia delante y cogí el juguete que había aparecido de la nada. Estaba reluciente como un charco de plata y molaba como una kokobaba. Al haber hecho eso, desencadené sin darme cuenta un suceso desagradable: Recibí al instante una patada en el hueco poplíteo de mi pierna izquierda. Dolió mucho y me hizo caer al suelo.

—Dame ese camión, ¡ES MÍO! —gritó el niño que me había agredido.
—Aquí tienes, bestia.
—No soy un bestia, ¡SOY UN NIÑO!

Entregué el juguete al mocoso antes de levantarme. Lucía una mirada desquiciada que daba grima de la malah.


—Te has pasado haciendo eso y los niños como tú que se portan de esa manera tan violenta deben recibir La Bofetada —mantuve la calma ante el odioso crío.
—Yo no recibo nada ¡Y NO SOY UN NIÑO CUALQUIERA! Yo soy Kiko de los Kikors.
—Pues yo soy Yo de los Kikors.
—¡Imposible! Mi padre dice que solo yo, mi familia y él somos de los Kikors. Nadie más es de los Kikors.
—Eres un feto de primaria. Estás incapacitado para entender cosas como que yo también puedo ser de los Kikors.
—Cállate, idiota ¡CÁLLATE, IDIOTA! —Kiko bramaba como un enajenado.
—Está bien. No quiero que mueras de un infarto, ¿pero sabes que me podrías haber matado con esa patada en la pierna? Me golpeaste en una parte muy sensy-sensible.
—Eso es mentira, ¡ÑEH!
—No lo es. Podrías haberte convertido en el primer asesino de los Kikors en toda la escuela.
—¡NO, NO, NO, NO! —Kiko no paraba de replicar.
—Sí, sí, sí, sí —contesté con suavidad.
—Que no, ¡IDIOTA!
—Que sí, y hazme el favor de irte de aquí con tu odiosa ballena con ruedas.
—No es una ballena ¡ES UN CAMIÓN MORSA!
—Me da igual lo que sea, es un odioso juguete de churumbelo. No está permitido traerlos a este sitio del patio.
—Este es mi sitio y yo lo traigo porque me da la gana ¡Y LA PROFESORA ME DEJA TRAERLO PORQUE EL CAMIÓN MORSA ES MI MEJOR AMIGO! —argumentó el niño con memeces para justificarlo todo.
—Será tu mejor amigo pero no encaja en la sociedad de la escuela. Es un juguete muy polémico.
—¡QUE NOOOOOO!
—Sí. Nadie aguanta ver esos juguetes ridículos. A los alumnos mayores les ponen nerviosos ver cómo los mocosos se comportan como idiotas jugando con esas cacas de plástico.
—¡QUE NO TE CREO, QUE NO, QUE NOOO! —gritó Kiko muy cabreado.
—Pues créeme —comencé a sugestionar al niño que estaba consumiendo mi tiempo de recreo—. Hace unos años, traje mi helicóptero llamado Jesús Ariel y los chicos del patio acabaron por destruirlo a patadas. Odiaban lo patético que era verme jugando con ese juguete tan cutre.
—¿QUÉ? Eso es imposible —contestó atónito.
—No lo es. Si te fijas, todo el mundo está empezando a hartarse del Camión Morsa —exageré para engañar a la mente del nene—. ¿Ves a la chica con trenzas de ese banco? Ha sacado su cuchillo para atacarlo. Y ese chico rellenito llamado Maselillo se siente asqueado por tu juguete.

Kiko comenzó a alucinar. Al contemplar el cuchillo de Mamá Vegas confirmó que todo lo que le dije era cierto (aunque en realidad no lo era, chuchiplú). Kiko, con su cerebro susceptible de crear situaciones inverosímiles, estaba viviendo su propia pesadilla en donde todo humano escolar contemplaba con mirada asesina su juguete. Lo que de verdad ocurría era que algunos chavales no paraban de observarlo por el escándalo que estaba montando. Algo así tuvo que imaginarse el enajenado de Kiko:


—¿POR QUÉ? ¡NO QUIERO QUE NADIE ME MIRE! ¡NO QUIERO QUE DESTROCEN MI CAMIÓN! —gritó muy confundidou.
—Kiko, deshazte del Camión Morsa si quieres que sobreviva. Es la única manera.
—¡NO QUIERO, Y TAMPOCO QUIERO MORIR!
—Kiko, ¡haz algo ya antes de que ocurra lo peor!
—¡AAAAAAAAH!
—¡VAMOS, MALDITA SEA, TÍRALO!

Entre gritos de terror, Kiko no sabía hacia dónde lanzar su juguete. Yo pude quitárselo de las manos y lanzarlo luego por los aires. Usé toda la fuerza catapultosa de mi brazo, a pesar de que no es un buen lanzacosas, para que el camión cayera lejos de Kiko. Aunque no llegó muy allá, fui capaz de hacer que el juguete aterrizara en un lugar lleno de obstáculos: la gordizona.


La gordizona estaba rellena de gordiniños que se habían acumulado alegremente allí para jugar. Kiko fue corriendo allí a buscar su amado camión, pues no había manera de separarlo de él. Yo, que andaba tras él, le pedí que no se introdujera en la gordizona, que era imposible recuperarlo entre tanta grasa. La única opción que teníamos era escuchar la divertida canción que entonaban los pequeños obesos:

♫♪ No es cierto que estamos un poquito gordos, 
Somos muy obesos y debemos adelgazar. 
Estos ejercicios los hacemos todos 
Para bajar kilos sin parar nunca de jugar. ♪♫

Los niños estaban tan concentrados que no se percataron que en ese mar de michelines había caído un camión de juguete. Tuvimos que esperar a que acabara el recreo para que la gordizona se despejase por completo y recuperar así el camión que tanto anhelaba el estresado Kiko.


—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!

El camión no había resistido al bamboleo y al aplastamiento de los cuerpos de los niños… acabó completamente deformado y roto. Sinceramente, pensé que las lorzas blanditas de los nenes eran incapaces de realizar tal destrozo.

Una profesora tuvo que asistir al desequilibrado de Kiko. El shock de ver a su mejor amigo destruido no le permitía tranquilizarse y la docente tardó un rato en saber cómo consolarlo.

Después del alboroto, Maselillo y Mamá Vegas se acercaron a mí. Me reprocharon severamente por mi comportamiento, pero yo tuve que confesarles que todo ese jaleo no era más que un ojo por ojo, diente por diente. Él me pegó una patada dolorosa por detrás de mi rodilla que hizo que me desplomara y yo le di su merecido. No sé si me habré pasado pero me da iguale. Camiones de juguete hay millones en todo el mundo, huecos poplíteos de piernas izquierdas solo hay uno.

¿Os habéis dado cuenta, mis amores? Esta ciudad está llena de obesos.

23 noviembre 2010

Sin tiempo para esquivar

Desde que nací, he seguido con vida hasta ahora y sin ninguna cicatriz. He sorteado las jugarretas de la muerte en algunas ocasiones con éxito. Sin duda soy una persona afortunada, pero no todo el mundo es como yo.

La tarde de hoy era idónea para dar paseítos sin sentido por las callecitas por donde corretean los ciudadanos felices. Quise introducirme en las entrañas del distrito pero una extraña fuerza me empujó hacia la periferia de la ciudad, en donde acaban los edificios y comienzan los arbolitos.

En una de las aceras más divertidas pude identificar a dos entes metropolitanos que hacia tiempox que no veía. Ambos forman una pareja de treinteañeros distinguidos. Ella se llama Maqui Yage y él Fermín Alevín. Se quieren musho mutuamente, como la mutua y la mente.

Esta es Maqui, luciendo unos tonos maquillísticos frutas del bosque muy rechupetosos.


Su dulce mirada (que se percibía por su ojo abierto) y su sonrisa serena ponían de manifiesto su bienestar consigo misma. Su novio Fermín la acompañaba por su izquierda.


Como siempre muy guasón, el señor Fermín sonreía mirando al cielo y se reía discretamente de las extrañas formas de las nubes. Su imagen impecable, alegre y desenfadada animaba cualquier ambiente, fuera cual fuera.

Ellos pasaron caminando por mi lado en dirección contraria a la mía. No los saludé con mi mano jovial porque ellos a mí no me conocen…

Maqui y Fermín forman una pareja carismática y muy simpática. Son un par de psicólogos que años atrás fueron considerados los mejores de su profesión en la zona. Usaban terapias novedosas y divertidas que curaban las depresiones y neuras de sus pacientes. Trabajaban en un consultorio clandestino al que llamaron Clan del Destino, ya que no habían adquirido la licencia por parte del ayuntamiento debido a razones misteriosas. Aún así, mucha gente asistía a su lugar de trabajo pidiendo asesoramiento psicológico.

Los psicólogos se ganaron el aprecio de sus pacientes. Como agradecimiento por sus efectivas terapias, muchos de ellos comenzaron a invitar a la pareja a parques de atracciones y convites. Todos disfrutaban de la presencia de estos graciosos, guapos, e interesantes psicólogos. El dúo se había convertido en la golosina que todo el mundo quería saborear.

Pero un día un desconocido envidioso de corazón pútrido decidió boicotear su negocio; quería quitarse a la psicopareja de en medio. Maqui y Fermín recibieron amenazas de muerte telefónicas del enemigo que se ocultaba en las sombras. Este les destrozó el coche de ambos y les puso pegamento en su portero automático para que sonase todo el rato. Debido a esto, Maqui y Fermín cayeron en una depresión y cerraron su consulta para mudarse a otro sitio.

El cambio de hogar libró a Maqui y a Fermín del acosador anónimo, posiblemente para siempre. Estaban dispuestos a empezar de nuevo y contaban con el apoyo de sus amigos. Habían recobrado la felicidad.

Por desgracia, hoy ocurrió algo que cortó de golpe esa felicidad. Por las colinas de los alrededores se oían gritos de zoológico agonizante. Los ruidos provenían del cabreadísimo Hipólito Matalahúga, que vivía una agobiante experiencia sobre ruedas.


—¡AAAAAHG! ¡HIJOS DE PUTAAAA! Me habéis puesto el volante por fuera del coche, ¡MAMONEEES, NGFFFFAAAAAARGF! —vociferó con rabia el conductor a toda píldora.

Según los datos que he recogido por ahí, el señor Hipólito había salido de un taller en donde dejó su coche estropeado para que lo reparasen. Sin embargo, los técnicos cometieron el fallo de colocar el volante por delante del parabrisas.

Hipólito conducía muy torpe, como un trompo mareado. No hubo que esperar mucho para verlo colisionar contra algo…

—¡¡AAAAAHG!! ¡NO QUIERO MORIR!

Fue en una estructura de palos e hierros apilados sin sentido donde el coche se estrelló. Justo detrás de esa estructura de materiales se encontraban Fermín y Maqui. No pudieron evadir los golpes de las cosas pesadas que cayeron sobre ellos. Así fue como acabaron.


Maqui sufrió un fuerte traumatismo en su esférico ojo. Otros orificios faciales acabaron derramando sangre por el fuerte impacto. La pobrecilla estaba como envuelta en sirope de fresa sanguíneo.


Por otra parte, Fermín acabó con un corte casi profundo en la frente y con algunas magulladuras. Su cara cariacontecida chorreaba líquido rojo caliente.

Yo estuve un poco lejos del lugar del desastre cuando ocurrió la tragedia. Retrocedí trotando a ese punto para examinar mejor lo que ocurría. Afortunadamente, unos transeúntes de manos ayudadoras ya estaban atendiendo a los heridos.

Una ciudadana identificada como Eloísa Bubibó, se manchó con las gotas de sangre de las víctimas que salpicaron su rostro.


—¡Ay, mi alma! Cómo arde mi alma, Dios —dijo la joven y apenada transeúnte con lágrimas en un ojo.
—Sí, quema, quema y mucho.
—No me cabe en la cabeza todo esto. ¡No entiendo cómo ha podido pasar! Si ese hombre tenía el volante por fuera y le costaba manejarlo ¿Por qué gorgojos se puso a conducir en su coche?
—Yo tampoco entender el porqué. Quizás sea porque el señor Hipoli-Poly-Polito es un gilipollas o algo peor.
—Es eso, es eso. O ese hombre refunfuñón es un idiota inconsciente o es que no aprecia ni su vida ni la de nadie. Pero, sea lo que sea merece un castigo.
—Obviamentex.
—Pobrecitos. Maqui y Fermín son mis queridos vecinos. Ellos han pasado por un momento difícil en sus vidas, y justo cuando ese momento acaba ocurre esto. Oh no, noronono… no.

Qué desgracia… Justo cuando han recuperado la felicidad perdida sufren un fatídico accidente por culpa de un conductor loco. En un segundo las vidas de Maqui y Fermín cambiaron a peor. No obstante, según el telediario de esta noche, el diagnóstico de ambos infelices es favorable. Ahora solo hace falta que le den todo el cariño del barrio y un poco de sana-sana.

La vida es muy caprichosa… A veces te da hostias de golem satánico y otras veces te da besitos de cherry-chus. Es así, te guste o no, pero hay que vivirlah.

20 noviembre 2010

Secuencias de mal gusto en el nacimiento de una escalera

A veces en nuestra propia casa nos sentimos solos y aburridos, es el único momento de nuestras vidas en el que no estamos rodeados de sumnongles. Será que la escuela es como una gran familia de imbéciles pero fascinantes seres que te acogen como uno más en las aulas, aunque a veces te griten, agredan o decepcionen… Al fin y al cabo, lo que importa es tener compañía (por si los abejorros).

Tantas horas en estado meditabundo, reflexionando sobre la soledad, me han incitado a bailar como una churra del disco-samba. La música que escucho es un poco hortera, por eso de vez en cuando me gusta variar y escuchar algo más bailable y peculiare. Siempre tengo una alternativa noventerah guardada en los huequecitos del mueble que aguanta la caja boba. Lo primero que pillé fue un DVD en donde tengo grabado el Mucha Marchaaa: Edición platina. Lo conservo tan bien como si fuera un sándwich alienígena. Bueno, tampoco es para tanto, lo tengo guardado en el estuche rojizo y ya está, joder.

Inserté con discreción el disco en el orificio del reproductor. Cuando se lo tragó, aplasté el botón PLAYS y me dejé cautivar por las imágenes y sonidos de la pantalla. La señora del programa no bailaba, hacia ejercicios de gimnasia, pero yo aún así danzaba Y SIN CONTROL. El éxtasis era incontrolable y mi baile contemporáneo no llegaba a su fin. Pero hubo un pequeño disparate tirado en el suelo y sin darme cuenta lo pisé y me caí. El accidente acabó con mi cuerpo encima de la mesita de mi salón hecha añicus. Nunca una danza había sido tan destructiva… Lo siento, mesa de mi salón.

Luego me dio un fuerte y aterrador horror vacui y me sentí obligadis a comprar rápidamente una mesita nueva que suplantara la anterior y llenara ese vacío en el centro del salón. Eran las 10:40 cuando salí por la puerta en dirección a la tienda de muebles más cercanana.

Cuando llegué a la tienda Muebli para tu casita, ~muack~, me puse a buscar un modelo de mesa similar al de la que tenía, pero hubo una completamente diferente que me llamó la atención.


—Es muy peculiar se apoya sobre el suelo con una técnica muy nasal —me dije hacia mis adentros.

El dueño de la tienda, que pululaba entre las tinieblas de los muebles, se acercó a mí. Me dijo que la mesa estaba descatalogada y muy rebajada de precio, debido a la enorme cantidad de tiempo que llevaba en la tienda. El dependiente quería deshacerse de ella de una vez por todas. Yo tenía poco dinero y esa mesa era lo que más se ajustaba al contenido de mi monedero. Así que decidí comprármela, especialmente porque era muy original. Además, según decían los rumores, la mesa está fabricada con las cuatro cabezas vivas de unos bolcheviques. Es espeluznante, lo sé, pero no me lo creo, aunque la mesa suele mover los ojos y parpadear… (es misteriouso).

Me fui de la tienda algo incomodə y con algunas advertencias introducidas en mi cabeza. Uno de los consejos era mantener calientes las cuatro napias con calcetines de franela en invierno para que la mesa no perdiera el equilibrium. Y el consejo más importante era no destruir la mesa o abandonarla porque si no tendría un año de mala suerte, fuff… Creo que la he cagado comprándola, ¿no? De todos modos siempre puedo regalársela a alguien.

Ya en casa ordené las cosillas que no estaban ordenadas. Después seleccioné y atrapé una caja medio olvidada de mi habitación para meter en ella los trastos que ya no usaba a menudox. En su interior encontré un álbum, muy valorado por mí, que recopila los cómics de Giosilette y el pasaje de la hipérbole de la revista infantil Rajatablas. Sus famosas moralejas me han guiado por el buen camino de la vida. Tengo que enseñaros una página del cómic. Disfrutadla:


La moraleja mola lenteja, ¿verdad?

Por la tarde noté como unos bultos sospechosos se acumulaban en la cocina. Se trataban de varias bolsas de basura que tuve que hacer desaparecer de un modo u otro. A las 14:10 me fui a tirarlas al contenedore. Retornando a casa hallé justo en la escalera de mi portal a un pequeño cabezón que dominaba el arte de mirar a dos sitios distintos a la vez.


—¿Tirando la basura de casa?
—No, tocando la flauta del demonio.
—Ay, esta juventud, cuánta imaginación tiene —respondió sonriente el encapuchado azul verdoso.
—No.

Cuando estaba abriendo la puerta para entrar, el encapuchado volvió a dirigirme la palabra.

—¡POESÍA, POESÍA, SÍ, POESÍA! ¡SEGURO QUE ESTARÁ GRITANDO DE PLACER, O DE DOLOR! Pero, como es un bebé seguro que gritará de agonía. Cuando se cansen de ese mocoso ¿qué harán con él?, ¿lo dejarán tirado por ahí?, ¿lo matarán? Jajaja.
—¿Qué puñetas estás diciendo, enano cabezón? —dijimos estupefactos y con los ojos como vajillas.
—Sabes de lo que estoy hablando muy bien. Venga, ahora corre y métete en tu edificio sin vecinos, sin nadie que te ayude.
—¿Estás intentando meterme miedo o algo parecido?
—Oh, me has pillado. Se me da muy mal atemorizar a los adolescentes granudos —confesó dulcemente el pequeñín.
—Pues pírate a freír castañuelas.
—No me da la gana. Tengo una curiosidad muy grande y voy a seguir mirando a ver qué haces.
—Pues yo tengo una pata muy loca que quiere pegar patadas a todo enano estrábico que vea.
—No te enfades, si no he hecho nada malo.
—Me estás acosando. Además, eres tan patético que te sale mal hacer el mal.
—Oh, qué cruel eres conmigo. Si te portas bien te daré a Poesía —propuso con voz dulzona.
—Tú no lo tienes, lo sé. No puedes cargar ni con tu propia cabeza y mucho menos con Poesía.
—Jajaja, eso ha tenido gracia. ¿De verdad piensas que no lo tengo?
—Muérete dentro de cinco segundos, plix —dije con un nivel de fastidio muy alto camuflado con una serena seguridad.
—¡Oye! —gritó asombrado antes de haber dado yo un portazo y dejarlo afuera solitoooh.

Sé que ese individuo asqueroso, pedófilo y cobarde no lo tiene. No es más que un fantoche mentiroso y un asediador virolo. Le gusta mirar con ojos lascivos al niñerío que se divierte en la intemperie, pero dudo que sea capaz de toquetear cuerpecitos nenosos. A pesar de todo, tengo a ese cretino en mi punto de mira, trululú.

Uff, es muy tarde y he de dormir. Quiero conciliar el sueño e intentar olvidar esas aberraciones que dijo del missing baby Poesía. Ciao y dejadme en paz, ¿no?

¿O sí?

Punto y explot.

15 noviembre 2010

La lente de la fe

Siento muchísimo no haber dado la cara en tanto tiempo, pero el trabajo de clase es una prioridad que nunca se puede dejar de lado. Y para colmo, cuando tenía la oportunidad de acceder a Internet para divertirme un ratitus, este se iba DE PASEO… Oh, my jolines.

Al terminar mis deberes y la mayoría de trabajos que los sádicos docentes nos han marcado a todas las criaturas de la clase (sin contar a las mascotas y bebés), me vi capacitadis para deambular por las calles de mi ciudad y también para comprarme un ambientador nuevo, esta vez con aroma a arroz mojado con fluidos de melocotón. Pero conseguirlo no fue tarea fácil… La mierda de la Tenducha esa estaba ultracerrada, y en la puerta de cristal colgaba un papelín que decía algo referente a pulgas & piojos = problemón. Qué asco, a saber qué puñetas han metido en los recovecos de la tienda esa.

No me pude quedar en stop y avancé unas callecitas de colores hacia el norte. Cuando caminé lo suficiente, encontré otra tienda y educadamente seleccioné y compré un ambientador, pero no uno de esos ambientadores que me gustan mucho. Compré uno con olor a salsa de baño. Ese en concreto lo ponían las viejas de mi edificio y recuerdo que apestaba a tufo aromático de limpiaváteres. Cuando lo olí en la tienda me brotaron arcadas de nostalgia. Por esa razón, puse gutitas de champún de cocodrilo de nené en su interior sin que nadie me pillara para suavizar el intenso hedor de eau de recuerdos. He pecado, lo sé, pero lo hice por el bien de mi nariz.

Cuando salí eran las seis menos no sé qué de la tarde. La luz del sol de esa hora había generado sombras confusas en las calles que hicieron que me perdiera. Quería pedir algo de ayuda gratuita para que me guiase de nuevo a mi dulce hogare, tal y como hacen los mocosos extraviados. Pero la ayuda llegó de los cuerpos más inesperados… Eran dos padres fracaso carentes de ánimo: Mamá Bebé y Papá Bebé.


—Oh, buenas tardes, Mamá y Papá Bebé.
—Hola… —musitó la afligida Mamá Bebé.
—¿Qué tal? —saludó con rostro serio Papá Bebé.
—Bien. Estaba andando por aquí buscando colonia de casa.
—Ah, bien… Mira, ya que estás aquí te doy las gracias por poner en tu foro la noticia de nuestro hijo desaparecido.
—¿Mi foro? En realidad se trata de algo así como un… blog.
—Eso. Aunque me da pena que nadie haya llamado.
—¿Has puesto el número bien?
—Claro que sissy. Lo apunté tal y como estaba escrito en esa servilleta que me diste (creo).
—Entonces solo habrá que esperar —dijo el padre mirando al cielo de la tarde.
—♪Uno más grande, otro más pequeño. Uno más arriba, otro más abajo…
—¿Eh? ¿Qué es lo que cantas?
—¡Ups, perdón! Se me va la peonza. Es una canción contra la homofobia y el parkinson. No la volveré a cantar hasta que acabe el día —mentí para no hacerles cabrear por el verdadero sentido de mi cutre canción.
—Cariño, ¿nos vamos? Empiezo a tener frío —preguntó la joven y desganada madre.
—¿Os vais a casa? Si no es molestia ¿me podríais llevar en vuestro coche?
—Mmmm… sí. Tu casa está cerca de la nuestra.
—Muy bien, grashias.
—Pero antes vamos a ir a la iglesia. Solo será un momentito.
—No está muy lejos.
—¿No te importa si vamos allí primero?
—No, no me importa. Oh, God… Iremos a la iglesia a ver al Papa.
—Jejeje… no, no. Bueno, vamos pal coche —comunicó Papá Bebé, algo incomodado, mientras se encaminaba hacia el auto.

Nos montamos en el coche, que se encontraba a tres metro de donde estábamos, y comenzamos el pequeño viaje hacia la casita religiosa. No estaba muy lejos, solo a unos cuantos kilómetros graciosos. Por el camino, Mamá Bebé hizo comentarios sobre su pasado, de cuando todavía era una no-mamá.

—Qué recuerdos… Por aquí pasaba yo todos los días para ir a clase. Siempre cogía dientes de león e iba esparciendo las semillas en el aire —Mamá Bebé contemplaba los lugares de antaño a través de la ventana del asiento del copiloto—. Y ahí está mi antiguo colegio, La Cruceta del Erre que Erre. Allí fue donde tuve mi primer grupo de amigos. Siempre estábamos todos juntos en el recreo jugando al pilla pilla y a imitar personajes de películas. Qué bonito recordar aquella época en la que me llamaba Noelia…, Noe
—Eso es muy interesante. Estoy aprendiendo cositas entrañables sobre usted.

El coche siguió avanzando y pasó por una zona arbolada muy verdirromántica. Mamá Bebé volvió a urgar en su memoria…

—Me acuerdo de que ahí fue donde te conocí, cariño, justo debajo de ese eucalipto —la joven miró a Papá Bebé que conducía en silencio—. Fue ahí también donde empezó a arruinarse mi vida, con tan solo diecisiete años.

Pude ver en el reflejo del retrovisor cómo Mamá Bebé soltaba una lagrimeja. De no ser por la melancolía de la situación, le habría preguntado cosas que me daban curiosidad saber como «¿Por qué tu novio y tú decidisteis cambiaros vuestros nombres y llamaros casi igual?» o «¿por qué no llamaste a Poesía “Hijo Bebé”? Así habría quedado todo más familiar y homogéneo». Finalmente opté por no estropear el estado de ánimo de Noe con mis cuestiones… .

Ya eran las seis y pico y habíamos llegado a la jodide iglesie. Parecía estar situada en un rincón perdido en las afueras de la ciudad pero apenas estaba a 25 kilómetros de distancia de mi casa.


—¿Estamos en Nepal o qué? No reconozco ni el entorno ni la flora de este lugarg.
—¿Qué dices? Estamos en la cima del monte. La iglesia no se ve desde la ciudad debido a los pinos, pero está al lado del centro urbano.
—Fantástico. Supongo que los pequeños pero entrañables viejos artríticos lo pasan canutas para llegar hasta aquí.
—Sí, pero esta iglesia no la visita mucha gente. La última vez que vine fue un domingo por la mañana y no había más que dos personas… Aún Poesía estaba con nosotros… —Mamá Bebé emitió un ligero sollozo casi imperceptible.
—Debajo del suelo de mi clase hay un bebesitu. Si quieres lo arranco de ahí y te lo doy para que sustitu…
—¿Debajo del suelo de qué? Habla más alto.
—Oh, no era nada interesante.
—Me imagino que la iglesia sigue abierta. Las luces están encendidas, voy a mirar.

Papá Bebé estaba en lo cierto, la iglesia seguía receptiva a las visitas. La persona del interior nos dio la bienvenida amablemente. De no ser porque había alguien más allí y porque los padres Bebé están actualmente sanos de la cabeza, la parejita de exdrogatas pudo haberme llevado a ese sitio desolado para asesinarme lejos de las miradas de los transeúntes de la ciudad. ¡Ouh, pero qué disparates digo!

En el interior de la lúgubre iglesia, la joven madre se arrodilló ante la figura de la virgen y comenzó a murmurar plegarias y otros chismes religiosos que nosotros no pudimos oír.


—Qué lindo el muñeco.
—No es un muñeco. Es la Virgen de la Lupa.
—Así que es eso. Esta muñeca es más molona que las Bratsh, ¿no?
—Dios… —pronunció algo irritada Mamá Bebé mientras se colocaba una mano en su cara.
—Lo sentimos.

Papá Bebé, que deambulaba entre los bancos, se acercó a nosotros.

—Creo que nos tenemos que ir yendo ya. Ahora le toca a Dios hacer su parte.
—Claro, sí… Además la Virgen de la Lupa aportará algo de su poder en la búsqueda de nuestro hijo. Solo tengo que ser paciente…
—Algún día recibiremos una señal del señor para saber dónde está Poesía —esperanzó Papá Bebé a su afligida pareja.
—Es lo que espero. Vámonos ya, que seguro que tiene ganas de volver a casa —dijo Mamá Bebé refiriéndose a mí~.
—Mamá Bebé, ¿el parto fue difícil debido a las dimensiones de la cabeza de Poe…?
—¿Cómo? ¡Si empiezas a decir algo acábalo y no bajes el volumen porque si no, no te oiré!
—Disculpa… Es que se me lengua la traba.
—Oh, Dios… ¡No aguanto MÁS!
—¿Qué ocurre, cariño? —preguntó asombrado Papá Bebé que ya había salido de la iglesia.
—¡Estoy harta de escuchar tonterías, estoy harta de esperar y no tener a Poesía y de que todo me salga mal! ¿Por qué me tortura la vida?

Mamá Bebé rompió a llorar angustiosamente. Su novio tuvo que consolarla mientras íbamos directos al coche. Pero antes de subir en él y volver a mi casa pude captar una bella imagen de los dos contemplando la hermosura del paisaje.


He mentido… Esto de arriba es en realidad una imagen retocadax con los truquitos del ordenador, un montaje visual. Ellos no estaban viendo ninguna puesta de sol. Lo que de verdad estaban viendo era un cartel anunciando una casa que se vendía cerca del monte. Y si crees que esto está inspirado en la serie de los retrasados Teletumpies te equivocas. Poesía no es un homenaje al bebé solar.

Ahora que es de noche me ha dado por reflexionar sobre una cosa: Poesía estaba condenado a sufrir algún percance porque sus padres no son buenos padres. Y unos malos padres crían a unos malos hijos, y esos hijos, cuando se conviertan en malos padres, tendrán a su vez hijos que ellos mismos no sabrán cuidar. Pero si un secuestrador rapta a esos hijos sin cuidar y les aporta unas condiciones de vida favorables y una buena educación, entonces se convertirán en personas buenas y decentes, ¿no? Esperamos que el secuestrador o secuestradora de Poesía lo eduque bien y le dé muchos de esos mimitos aptos para los bebés y… no lo mate.

Por cierto, ayer domingo 14 de noviembre, fue el cumple de Poesía.

Fyuuuuuuuuum.

01 noviembre 2010

Aplasta la calabaza

Hemos estado esperando con ansias que llegara este fin de semana especial, con un día más de ocio y sin escuelas de por medio. De no ser porque la escuela está rellena de decoración negrianaranjada y asustadera, compuesta por calabazas de cartulinis, cadáveres salchichosos de plastilín hechos por niños ineptos y súcubos e íncubos de papel maché (del bueno, claro está) acechando en las desembocaduras de los pasillos, no habría sabido que Halloween se celebraba este domingo.

No tenía previsto salir a la calle el día de Halloween, es más, nunca he hecho nada para celebrar ese día. Como el año pasado, me iba a incubar con mis amigos los cojines en el sofá para ver la tele y las películas de sustos que se emiten desde dentro de ella. Quería ver algo que me dejara la piel como la superficie desplumada de una gallina.

Pero la tele me traicionó de muy mala manerah y necesitaba diversión inmediata. La calle era la única alternativa, pero debía ir disfrazadə si quería cumplir con la tradición. Quise disfrazarme de ángel de las golosinas.

En el área vecinosa la puerta estaba demasiado abierta y yo no pude evitar cucarachear dentro con la intención de conseguir algo para mi disfraz. Por suerte encontré la vieja piñata nunca-abierta de la fiesta del canalla de Josuelo. Dentro había golosinas y un collar de pastillas de harina de fresa. El collar me quedaba medio perfecto, pero, cuando estaba desenredándolo para colocármelo en el cuello, me lo comí en un ÑAM, ¡AY, QUÉ RICO! y me quedé sin el ornamento primordial para mi disfraz. Eso me pasa por tener la boca muy abierta cuando exploro piñatas olvidadas.

Salí fuera de mi edificio sin collar ni disfraz. El ángel de las golosinas no iba a ser representado este año por mí…

Para mi sorpresa, después de haber esquivado cuerpos ataviados con cosas grotescas y caretas infernales, me encontré con una cara del mundo escolar. Era Maselillo y había salido a dar un paseo en esa noche de fiesta.


—¡Oh! Ho, hola… Qué sorpresa, no pensaba en verte por aquí —Maselillo se volvió pudoroso.
—Si piensas en que no vas a ver cosas entonces las verás.
—¿Ah, sí? Pues por eso estás aquí, jejeje. Oye, ¿vas a alguna parte?, porque si quieres puedes venirte conmigo. Es que estoy solo y me da un poco de vergüenza ir así si no voy con nadie.
—Clarox, iré contigo. Por cierto, me gusta tu traje de yin yang, es como un viaje de ensueño.
—Espera, ¿has dicho yin yang? Jejeje, no, es un disfraz de pierrot al estilo francés.—Ya lo sé —comuniqué al mozo monocromático—. Qué atrevido por tu parte. Pero no importa, te sienta muy bien, de verdad.
—Si tú lo dices… Gracias —sonrió Maselillo de una oreja hacia la otra—. ¿Y tú no te has querido disfrazar?
—Quería disfrazarme de ángel de las golosinas pero me comí el disfraz.

Maselillo se extrañó inevitablemente pero luego le expliqué como sucedió la tragedia con el disfraz en el área vecinosa.

La cháchara concluyó y nuestra aventura por las calles comenzó. No teníamos un destino, nos movíamos de un lado a otro sintiéndonos atraídos por los disfraces de la muchedumbre. A unos metros de la tenducha de la esquina encontramos a tres iconos de la infancia que se habían desarrollado en el ecúmeno de la clase media.


—Eh, tres niños, ¿vais disfrazados o qué?
—Sí —dijo el de la cabeza redondita y pelo castaño rubio.
—¿No es obvio que están disfrazados? —replicó Maselillo en voz BAJÍSIMA.
—Lo sé, pero es una prueba para ver si me recuerdan.
—¿Pero tú los conoces a ellos o ellos a ti?
—Mira, Maselines. Este asunto es muy complicado de entender y la fiesta de Hallowingo está hecha para el disfrute, aunque sea un poco raro celebrar esta fiesta americana en este país.
—De acuerdo. Pero Halloween es una fiesta que se puede adaptar a la cultura de cada país. Por ejemplo, esos tres niños van de los personajes de Don Quijote.
—Ya lo percibimos.

En eféctido, estaban vestidos del trío catástrofe del libro jurídico-heavy metal Don Quijote del Pringue. Curiosamente, Dulcineo iba vestido de la Dulcinea del Toscoso y Redondio y Pedro del dúo protagonista.

Para evitar que el aburrimento se nos estallarah en la cabeza nos fugamos de esa zona extraña. Lo siguiente que hallamos fue una aglomeración de cuerpos verdes muy blanditos. Eran Little Aurora y sus primos pequeños a los cuales cuidaba como si de una busy mami se tratase.


—Ay, nooooo… ¡Mnnnneeeeeeeeh! Glub, glub. ¿Por qué te, tengo que sufrir esta agonía? ¡Qui, quiero huir de mi misma pero no puedooooooo! —Little Aurora sollozaba y se humedecía su rostro sonrosado.

La Frussie, como la llamábamos en clase, le tiene pánico a las ranas. La pobre se encontraba en el dilema de su vida: estaba cubierta de su propia fobia, iba vestida de su PROPIO TEMOR. Oh, Little Aurora… So little, so llorona.

Maselillo y yo avanzamos por otros lugares donde abundaba el ambiente juvenil y desenfadado. Sin quererlo ni beberlo, el pierrot y yo nos perdimos por calles poco conocidas. Pero hubo una especie de rayo de esperanza que apareció como un tilín-tilín. Era una mujer de carnes escasas que se despendolaba bajo el cielo negro de la noche. Ella era nuestra profesora Chelo Carabanchelo, la persona ideal que nos podía guiar a nuestras casas.


—Oh, ¡hola, profe! —dije con asombro.
—¡Hola! —saludó Maselines.
—¡Pásenlo bien, pásenlo bien, mis niños, pásenlo bien! —expresó nuestra querida profesora.
—Vampiprofe, ¿puede ayudarnos a destruir un problema que nos perjudica a Maselillo y a mí?

Chelo no pudo responder porque una escandalosa oleada de gente la engulló. Desapareció con las cuatro jarras de cervezas que llevaba a sus amigos. A pesar del jaleo, Chelo se veía muy alegre vestida de vampiresa. Seguro que le salió barato el disfraz porque los colmillos no se los tuvo que comprar.

Nosotros abandonamos desconcertados el sitio repleto de sumnongles; casi no nos veíamos los pies. Pero no hicimos bien en largarnos porque luego nos perdimos aún más y anduvimos por lugares en donde los seres disfrazados eran más extraños que los de las zonas urbanas conocidas. En un rincón con UNA ESQUINA EXAGERADAMENTE PROMINENTE hizo acto de presencia un peluso muy suso.


—Buenas noches, chicos ¡chicos!
—Buenas noches —dijimos Maselillo y yo.
—Pero bueno, ¿no sabéis quién soy? ¿Acaso no se me reconoce con esta iluminación?
—No tengo ni idea de quién es usted.
—Ni yo, lo siento —se disculpó el timorato de Maselillo.
—Chicos, ¡chicos! No os preocupéis, os perdono. Yo soy el carismático Chipi Bumbunela y esta es mi plaza —comentó con tonalidad melosa el señoro.
—Ah.
—¿Ah? ¿Se te ha quedado la lengua en tu casa junto a tu disfraz, putilla? —Chipi guiñó su pequeño orificio oculare.
—¿Putilla? —dije con estupefacción.
—Mirad, chicos, estamos coleccionando huevos de colores y necesito más afiliados en mi grupo. Vosotros os podéis unir a mi club de huevones ¿Qué os parece?
—No nos apetece —respondí sabiendo que Maselillo iba a opinar lo mismo.
—Qué extraño. Hay que tener más motivación y gusto por el glamour en la vida, que si no nos pudrimos como peces en la orilla.
—A mí me chorrea glamour por todos mis poros.
—Eso es imposible, mi alma. El glamour es cosa de conejos, no sé si me entiendes —Chipi se tornó serio como un jarrón aburrido de museo.
—Creo que no.
—De todos modos, chicos, podéis pensároslo bien y decirme más adelante si queréis formar parte de mi asociación de la Pascua Gurugascua.
—Eh… sí, se lo diremos —el pequeño pierrot estaba deseando irse.
—Yo no le voy a decir nada.
—Tú lo que necesitas, mi amor, es un poco de sensaciones fuertes. Y ambos tenéis que llevar algo de plastiquito para que no os enferméis en los rincones más cochinetes de mi plaza —el tono melindroso volvió a teñir sus palabras.
—Nosotros nos vamos ya, tenemos que aplastar una calabaza.
—¿Ya? Pero, chicos ¡chicos! ¿Acaso no habéis entendido mi discurso? Estáis muy verdes en la asignatura de la vida.
—Yo no he entendido ni conejo. La próxima vez métase un huevo en la boca antes de hablar porque me genera confusiones intracraneales con sus palabras.

Yo cogí a Maselillo del brazo y nos fuimos corriendo sin que el señorcito viejoso nos pillase. Nos alejamos casi DOSCIENTOS METROS. Cuando ya no sabíamos ni en qué barrio estábamos, Maselillo sintió un temor tipo nené solo en la noshe y maldijo no tener batería en su móvil para llamar a sus padres. Eran las 00:10 de la noche.

—No pensaba alejarme tanto de casa. Creo que tenemos que pedir ayuda a algún policía.
—No, mira, ya sé en dónde estamos. Podemos coger el autobús desde aquí.

Me había guiado por la Luna, que iluminaba un punto de referencia muy valioso: El Mercamoñas. Pero la vista no era tan bonita, pues el perfil de Olga Suprema se había interpuesto entre el satélite y nuestros ojos.


—¡¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHGFFFFFFFFFFFFF!!!!

Olga Suprema soltó un tremendo alarido. Esas cosas made of pride suelen excederse con los decibelios.

—¡¡EL SUPERMERCADO ES MÍO, SOLO MÍO!!
—Tengo miedo. Vámonos de aquí cuanto antes, por favor. Mis padres tienen que estar preocupados —Maselillo temblaba como un flan de gelatina.
—La parada está cerca. En unos minutos estarás de vuelta en tu casa.

Y así fue. El autobuff no tardó en llegar y nos dejó dentro de un área conocida, en donde el pobre Maselillo pudo ir directo a su casa sin perderse. Yo hice lo mismo y llegué a mi casa a las 00:45, justo en el auge de la diversión de las fiestas para adultos que tenían lugar en establecimientos cercanos.

Ahora me voy a la camita. Esperamos que cuando nos despertemos la gente ande como siempre: tan vulgarmente vestida por las calles. Tantos disfraces y máscaras horrendas me generan un suave mal rollo interno que se retrae y retuerce, pero que no llega a doler…

Uuuh… ¡bú!, ¿no?