26 noviembre 2010

Pasión por el pinnípedo con ruedas

En este viernes novembrero han pasado muchas de esas cosas que se pueden contar por aquí. Algunas de ellas han manchado con una pizca de dramatismo a la casi inacabable jornada escolar. Pero tranqui, ningún ser vivo se ha magullado esta vez.

Maselillo de por Vida, el chico corriente y sonriente, se ha convertido en un amigo. Lo sé porque cuando estamos en clase siempre se sienta en mesas adyacentes a la mía para hacerme compañusis. Además, su oído siempre está dispuestox a escuchar mis historias: de hecho le gustan mucho. Le hablé de lo del accidente de Maqui y Fermín que YO PRESENCIÉ el martes y al pobre se le conmocionó el espiritillo.

En los últimos minutos de la tercera hora de clase, mis compañeros y yo estábamos ansiosos por ir a la dimensión amplia y sin techo que se encuentra unida al amarillento edificio escolar: el patio de recreo.

Cuando el recreo comenzó, el edificio vomitó una sudorosa masa infantil y juvenil sobre la superficie del patio. En esa masa estábamos Maselillo y yo. Tras despegarnos del gentío, deambulamos por las zonas de allí y de allá sin encontrar nada importante. Llegamos a una esquina sombría llena de cajas en donde caminaba dando saltitos una criatura redonda y verdosa. Era Paxarito.


—Eh, Paxarito, te hemos pillado. No sé qué estás haciendo pero sé que no es nada buenox —dije al ave aceitunada.
Pío-pi-pi, pi, pi-pío-pío-pío, pi-pío, pío-pío, pi. Pi, pío-pi. Pi-pío-pío-pi, pi-pío, pío-pío-pi-pi —replicó Paxarito algo nervioso.
—Que sepas que un día saldrán a la luz todas las maldades que has hecho lejos de las miradas de mis compis de clase.
—¿Entiendes lo que dice Paxarito? —preguntó anonadado Maselillo.
—Sí, habla en morse.

Maselillo y yo nos largamos de esa esquina contaminada por las tonterías sospechosas de Paxarito. Nos preguntamos porqué había un esqueleto de pescado en el suelo ¿Acaso era el escenario de un plumoso crimen? No había tiempo para investigar…

En uno de esos graciosos bancos situados frente a las fronteras del patio se hallaba acomodada una joven muy candorosa: nuestra querida Mamá Vegas, merendando como cualquier otro estudiante.


—Oh, la parejita de la clase —Mamá Vegas sonrió con felicidá de la buena.
—¿Parejita? —cuestioné yo.
—Susususu, sí. Como siempre os veo juntitos como dos buenos amigos… —explicó el porqué de la expresión.
—Ah, jejeje. ¿Qué tal estás? —dijo Maselillo.
—Estoy como un girasol bajo el sol. Además estoy contenta por comer este queso tan bueno.
—¿Es tu merienda escolare?
—Sí, es un queso de la fábrica de quesos de mi padre ¿Queréis probar un cacho? Es semicurado y está delicioso.
—Yo nono, gracias.
—Pues yo sí. Tiene muy buena pinta —Maselillo afirmó con mirada hambrienta.
—Toma, aquí tienes —con destreza y alegría, Mamá Vegas cortó un generoso trozo para Maselillo, que le dedicaba una sonrisa de agradecimiento—. ¿De verdad no quieres un cacho?
—No, en serio. El apetito no tengo hoy.
—Bueeeno, pero si te entra hambre más tarde, sabes que puedes pedírmelo.
—Ok, dulce Mamá Vegas.
—Uy, que me sonrojo —Mamá vegas sonrió tímidamente—. Mmmm, creo que voy a guardar dos trozos para Ñangas y Carpeto; mi padre dice que es muy bueno para el fortalecimiento los huesos de los osos.
—Por cierto, ¿el de la foto es tu padre? —pregunté con curiosidad mirando la foto sobre el banco reposaculos.
—Sí, así es. ¿A que me parezco mucho a él? Traje esta foto conmigo porque mi padre va a estar de viaje y quería recordarlo —Mamá Vegas miraba con amor a su padre.
—Oh, qué bonito —comentó Maselillo enternecido.

Después de la charla y del momento queso, una profesora muy descolorida se acercó alertada al lugar donde Mamá Vegas saboreaba el producto lácteo. Esa profesora era la serena Flájeda Algodonosa, la que nos dio matemáticas el año pasado.


—Señorita Vegas, ¿se puede saber qué hace usted con un cuchillo en la mano? —exclamó Flájeda sobresaltada pero manteniendo la compostura.
—Ah, pues… cortar mi quesito.
—Que sepa usted que he venido aquí a amonestarla por traer un cuchillo. Las armas blancas están terminantemente prohibidas en la escuela. Además, he cogido este pictograma fabricado en la clase de plástica para que comprenda que estamos visualmente avisados de que no se deben traer estos objetos peligrosos.
—Oh, lo siento de veras. Puede confiscarme el cuchillo pero le digo que solo lo uso para cortar queso. Nunca lo usaría para hacer nada malo —Mamá Vegas habló con ARREPENTIMIENTO.
—Ay, señorita Vegas…, no sé si confiscarle el cuchillo o dejárselo. Siempre me he fiado de su responsabilidad y de su bondad. Pero las normas son las normas.
—Haga lo que crea oportuno, profesora. Yo he asumido mi error.

—Mire, hagamos un trato. Usted me da un trozo de su queso y yo le dejo el cuchillo siempre y cuando no lo vuelva a traer.
—¡Claro profesora, me parece una idea estupenda! Seguro que le encantará el sabor —la joven dijo animosa después de de menear sus trenzas.
—Seguro. El aroma ya me ha cautivado por completo —Flájeda relamía con los ojos la loncha que le iba a ser entregada.

Yo contemplé esa escena maravillosa desde mi ubicación. No dije ni mú, solo me limitaba a observar a los demás como si fueran actores en una obra de teatro. Pero una cosa que se deslizaba por el suelo haciendo ruido me llamó la atención. Era un camión de juguete de color azul.

—Qué camión tan curioso. Se parece a uno que tuve cuando era pequeño —reveló Maselillo antes de irse a buscar otra loncha de queso.
—Interesante… voy a verlo de cerca.

Me incliné hacia delante y cogí el juguete que había aparecido de la nada. Estaba reluciente como un charco de plata y molaba como una kokobaba. Al haber hecho eso, desencadené sin darme cuenta un suceso desagradable: Recibí al instante una patada en el hueco poplíteo de mi pierna izquierda. Dolió mucho y me hizo caer al suelo.

—Dame ese camión, ¡ES MÍO! —gritó el niño que me había agredido.
—Aquí tienes, bestia.
—No soy un bestia, ¡SOY UN NIÑO!

Entregué el juguete al mocoso antes de levantarme. Lucía una mirada desquiciada que daba grima de la malah.


—Te has pasado haciendo eso y los niños como tú que se portan de esa manera tan violenta deben recibir La Bofetada —mantuve la calma ante el odioso crío.
—Yo no recibo nada ¡Y NO SOY UN NIÑO CUALQUIERA! Yo soy Kiko de los Kikors.
—Pues yo soy Yo de los Kikors.
—¡Imposible! Mi padre dice que solo yo, mi familia y él somos de los Kikors. Nadie más es de los Kikors.
—Eres un feto de primaria. Estás incapacitado para entender cosas como que yo también puedo ser de los Kikors.
—Cállate, idiota ¡CÁLLATE, IDIOTA! —Kiko bramaba como un enajenado.
—Está bien. No quiero que mueras de un infarto, ¿pero sabes que me podrías haber matado con esa patada en la pierna? Me golpeaste en una parte muy sensy-sensible.
—Eso es mentira, ¡ÑEH!
—No lo es. Podrías haberte convertido en el primer asesino de los Kikors en toda la escuela.
—¡NO, NO, NO, NO! —Kiko no paraba de replicar.
—Sí, sí, sí, sí —contesté con suavidad.
—Que no, ¡IDIOTA!
—Que sí, y hazme el favor de irte de aquí con tu odiosa ballena con ruedas.
—No es una ballena ¡ES UN CAMIÓN MORSA!
—Me da igual lo que sea, es un odioso juguete de churumbelo. No está permitido traerlos a este sitio del patio.
—Este es mi sitio y yo lo traigo porque me da la gana ¡Y LA PROFESORA ME DEJA TRAERLO PORQUE EL CAMIÓN MORSA ES MI MEJOR AMIGO! —argumentó el niño con memeces para justificarlo todo.
—Será tu mejor amigo pero no encaja en la sociedad de la escuela. Es un juguete muy polémico.
—¡QUE NOOOOOO!
—Sí. Nadie aguanta ver esos juguetes ridículos. A los alumnos mayores les ponen nerviosos ver cómo los mocosos se comportan como idiotas jugando con esas cacas de plástico.
—¡QUE NO TE CREO, QUE NO, QUE NOOO! —gritó Kiko muy cabreado.
—Pues créeme —comencé a sugestionar al niño que estaba consumiendo mi tiempo de recreo—. Hace unos años, traje mi helicóptero llamado Jesús Ariel y los chicos del patio acabaron por destruirlo a patadas. Odiaban lo patético que era verme jugando con ese juguete tan cutre.
—¿QUÉ? Eso es imposible —contestó atónito.
—No lo es. Si te fijas, todo el mundo está empezando a hartarse del Camión Morsa —exageré para engañar a la mente del nene—. ¿Ves a la chica con trenzas de ese banco? Ha sacado su cuchillo para atacarlo. Y ese chico rellenito llamado Maselillo se siente asqueado por tu juguete.

Kiko comenzó a alucinar. Al contemplar el cuchillo de Mamá Vegas confirmó que todo lo que le dije era cierto (aunque en realidad no lo era, chuchiplú). Kiko, con su cerebro susceptible de crear situaciones inverosímiles, estaba viviendo su propia pesadilla en donde todo humano escolar contemplaba con mirada asesina su juguete. Lo que de verdad ocurría era que algunos chavales no paraban de observarlo por el escándalo que estaba montando. Algo así tuvo que imaginarse el enajenado de Kiko:


—¿POR QUÉ? ¡NO QUIERO QUE NADIE ME MIRE! ¡NO QUIERO QUE DESTROCEN MI CAMIÓN! —gritó muy confundidou.
—Kiko, deshazte del Camión Morsa si quieres que sobreviva. Es la única manera.
—¡NO QUIERO, Y TAMPOCO QUIERO MORIR!
—Kiko, ¡haz algo ya antes de que ocurra lo peor!
—¡AAAAAAAAH!
—¡VAMOS, MALDITA SEA, TÍRALO!

Entre gritos de terror, Kiko no sabía hacia dónde lanzar su juguete. Yo pude quitárselo de las manos y lanzarlo luego por los aires. Usé toda la fuerza catapultosa de mi brazo, a pesar de que no es un buen lanzacosas, para que el camión cayera lejos de Kiko. Aunque no llegó muy allá, fui capaz de hacer que el juguete aterrizara en un lugar lleno de obstáculos: la gordizona.


La gordizona estaba rellena de gordiniños que se habían acumulado alegremente allí para jugar. Kiko fue corriendo allí a buscar su amado camión, pues no había manera de separarlo de él. Yo, que andaba tras él, le pedí que no se introdujera en la gordizona, que era imposible recuperarlo entre tanta grasa. La única opción que teníamos era escuchar la divertida canción que entonaban los pequeños obesos:

♫♪ No es cierto que estamos un poquito gordos, 
Somos muy obesos y debemos adelgazar. 
Estos ejercicios los hacemos todos 
Para bajar kilos sin parar nunca de jugar. ♪♫

Los niños estaban tan concentrados que no se percataron que en ese mar de michelines había caído un camión de juguete. Tuvimos que esperar a que acabara el recreo para que la gordizona se despejase por completo y recuperar así el camión que tanto anhelaba el estresado Kiko.


—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!

El camión no había resistido al bamboleo y al aplastamiento de los cuerpos de los niños… acabó completamente deformado y roto. Sinceramente, pensé que las lorzas blanditas de los nenes eran incapaces de realizar tal destrozo.

Una profesora tuvo que asistir al desequilibrado de Kiko. El shock de ver a su mejor amigo destruido no le permitía tranquilizarse y la docente tardó un rato en saber cómo consolarlo.

Después del alboroto, Maselillo y Mamá Vegas se acercaron a mí. Me reprocharon severamente por mi comportamiento, pero yo tuve que confesarles que todo ese jaleo no era más que un ojo por ojo, diente por diente. Él me pegó una patada dolorosa por detrás de mi rodilla que hizo que me desplomara y yo le di su merecido. No sé si me habré pasado pero me da iguale. Camiones de juguete hay millones en todo el mundo, huecos poplíteos de piernas izquierdas solo hay uno.

¿Os habéis dado cuenta, mis amores? Esta ciudad está llena de obesos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario