01 noviembre 2010

Aplasta la calabaza

Hemos estado esperando con ansias que llegara este fin de semana especial, con un día más de ocio y sin escuelas de por medio. De no ser porque la escuela está rellena de decoración negrianaranjada y asustadera, compuesta por calabazas de cartulinis, cadáveres salchichosos de plastilín hechos por niños ineptos y súcubos e íncubos de papel maché (del bueno, claro está) acechando en las desembocaduras de los pasillos, no habría sabido que Halloween se celebraba este domingo.

No tenía previsto salir a la calle el día de Halloween, es más, nunca he hecho nada para celebrar ese día. Como el año pasado, me iba a incubar con mis amigos los cojines en el sofá para ver la tele y las películas de sustos que se emiten desde dentro de ella. Quería ver algo que me dejara la piel como la superficie desplumada de una gallina.

Pero la tele me traicionó de muy mala manerah y necesitaba diversión inmediata. La calle era la única alternativa, pero debía ir disfrazadə si quería cumplir con la tradición. Quise disfrazarme de ángel de las golosinas.

En el área vecinosa la puerta estaba demasiado abierta y yo no pude evitar cucarachear dentro con la intención de conseguir algo para mi disfraz. Por suerte encontré la vieja piñata nunca-abierta de la fiesta del canalla de Josuelo. Dentro había golosinas y un collar de pastillas de harina de fresa. El collar me quedaba medio perfecto, pero, cuando estaba desenredándolo para colocármelo en el cuello, me lo comí en un ÑAM, ¡AY, QUÉ RICO! y me quedé sin el ornamento primordial para mi disfraz. Eso me pasa por tener la boca muy abierta cuando exploro piñatas olvidadas.

Salí fuera de mi edificio sin collar ni disfraz. El ángel de las golosinas no iba a ser representado este año por mí…

Para mi sorpresa, después de haber esquivado cuerpos ataviados con cosas grotescas y caretas infernales, me encontré con una cara del mundo escolar. Era Maselillo y había salido a dar un paseo en esa noche de fiesta.


—¡Oh! Ho, hola… Qué sorpresa, no pensaba en verte por aquí —Maselillo se volvió pudoroso.
—Si piensas en que no vas a ver cosas entonces las verás.
—¿Ah, sí? Pues por eso estás aquí, jejeje. Oye, ¿vas a alguna parte?, porque si quieres puedes venirte conmigo. Es que estoy solo y me da un poco de vergüenza ir así si no voy con nadie.
—Clarox, iré contigo. Por cierto, me gusta tu traje de yin yang, es como un viaje de ensueño.
—Espera, ¿has dicho yin yang? Jejeje, no, es un disfraz de pierrot al estilo francés.—Ya lo sé —comuniqué al mozo monocromático—. Qué atrevido por tu parte. Pero no importa, te sienta muy bien, de verdad.
—Si tú lo dices… Gracias —sonrió Maselillo de una oreja hacia la otra—. ¿Y tú no te has querido disfrazar?
—Quería disfrazarme de ángel de las golosinas pero me comí el disfraz.

Maselillo se extrañó inevitablemente pero luego le expliqué como sucedió la tragedia con el disfraz en el área vecinosa.

La cháchara concluyó y nuestra aventura por las calles comenzó. No teníamos un destino, nos movíamos de un lado a otro sintiéndonos atraídos por los disfraces de la muchedumbre. A unos metros de la tenducha de la esquina encontramos a tres iconos de la infancia que se habían desarrollado en el ecúmeno de la clase media.


—Eh, tres niños, ¿vais disfrazados o qué?
—Sí —dijo el de la cabeza redondita y pelo castaño rubio.
—¿No es obvio que están disfrazados? —replicó Maselillo en voz BAJÍSIMA.
—Lo sé, pero es una prueba para ver si me recuerdan.
—¿Pero tú los conoces a ellos o ellos a ti?
—Mira, Maselines. Este asunto es muy complicado de entender y la fiesta de Hallowingo está hecha para el disfrute, aunque sea un poco raro celebrar esta fiesta americana en este país.
—De acuerdo. Pero Halloween es una fiesta que se puede adaptar a la cultura de cada país. Por ejemplo, esos tres niños van de los personajes de Don Quijote.
—Ya lo percibimos.

En eféctido, estaban vestidos del trío catástrofe del libro jurídico-heavy metal Don Quijote del Pringue. Curiosamente, Dulcineo iba vestido de la Dulcinea del Toscoso y Redondio y Pedro del dúo protagonista.

Para evitar que el aburrimento se nos estallarah en la cabeza nos fugamos de esa zona extraña. Lo siguiente que hallamos fue una aglomeración de cuerpos verdes muy blanditos. Eran Little Aurora y sus primos pequeños a los cuales cuidaba como si de una busy mami se tratase.


—Ay, nooooo… ¡Mnnnneeeeeeeeh! Glub, glub. ¿Por qué te, tengo que sufrir esta agonía? ¡Qui, quiero huir de mi misma pero no puedooooooo! —Little Aurora sollozaba y se humedecía su rostro sonrosado.

La Frussie, como la llamábamos en clase, le tiene pánico a las ranas. La pobre se encontraba en el dilema de su vida: estaba cubierta de su propia fobia, iba vestida de su PROPIO TEMOR. Oh, Little Aurora… So little, so llorona.

Maselillo y yo avanzamos por otros lugares donde abundaba el ambiente juvenil y desenfadado. Sin quererlo ni beberlo, el pierrot y yo nos perdimos por calles poco conocidas. Pero hubo una especie de rayo de esperanza que apareció como un tilín-tilín. Era una mujer de carnes escasas que se despendolaba bajo el cielo negro de la noche. Ella era nuestra profesora Chelo Carabanchelo, la persona ideal que nos podía guiar a nuestras casas.


—Oh, ¡hola, profe! —dije con asombro.
—¡Hola! —saludó Maselines.
—¡Pásenlo bien, pásenlo bien, mis niños, pásenlo bien! —expresó nuestra querida profesora.
—Vampiprofe, ¿puede ayudarnos a destruir un problema que nos perjudica a Maselillo y a mí?

Chelo no pudo responder porque una escandalosa oleada de gente la engulló. Desapareció con las cuatro jarras de cervezas que llevaba a sus amigos. A pesar del jaleo, Chelo se veía muy alegre vestida de vampiresa. Seguro que le salió barato el disfraz porque los colmillos no se los tuvo que comprar.

Nosotros abandonamos desconcertados el sitio repleto de sumnongles; casi no nos veíamos los pies. Pero no hicimos bien en largarnos porque luego nos perdimos aún más y anduvimos por lugares en donde los seres disfrazados eran más extraños que los de las zonas urbanas conocidas. En un rincón con UNA ESQUINA EXAGERADAMENTE PROMINENTE hizo acto de presencia un peluso muy suso.


—Buenas noches, chicos ¡chicos!
—Buenas noches —dijimos Maselillo y yo.
—Pero bueno, ¿no sabéis quién soy? ¿Acaso no se me reconoce con esta iluminación?
—No tengo ni idea de quién es usted.
—Ni yo, lo siento —se disculpó el timorato de Maselillo.
—Chicos, ¡chicos! No os preocupéis, os perdono. Yo soy el carismático Chipi Bumbunela y esta es mi plaza —comentó con tonalidad melosa el señoro.
—Ah.
—¿Ah? ¿Se te ha quedado la lengua en tu casa junto a tu disfraz, putilla? —Chipi guiñó su pequeño orificio oculare.
—¿Putilla? —dije con estupefacción.
—Mirad, chicos, estamos coleccionando huevos de colores y necesito más afiliados en mi grupo. Vosotros os podéis unir a mi club de huevones ¿Qué os parece?
—No nos apetece —respondí sabiendo que Maselillo iba a opinar lo mismo.
—Qué extraño. Hay que tener más motivación y gusto por el glamour en la vida, que si no nos pudrimos como peces en la orilla.
—A mí me chorrea glamour por todos mis poros.
—Eso es imposible, mi alma. El glamour es cosa de conejos, no sé si me entiendes —Chipi se tornó serio como un jarrón aburrido de museo.
—Creo que no.
—De todos modos, chicos, podéis pensároslo bien y decirme más adelante si queréis formar parte de mi asociación de la Pascua Gurugascua.
—Eh… sí, se lo diremos —el pequeño pierrot estaba deseando irse.
—Yo no le voy a decir nada.
—Tú lo que necesitas, mi amor, es un poco de sensaciones fuertes. Y ambos tenéis que llevar algo de plastiquito para que no os enferméis en los rincones más cochinetes de mi plaza —el tono melindroso volvió a teñir sus palabras.
—Nosotros nos vamos ya, tenemos que aplastar una calabaza.
—¿Ya? Pero, chicos ¡chicos! ¿Acaso no habéis entendido mi discurso? Estáis muy verdes en la asignatura de la vida.
—Yo no he entendido ni conejo. La próxima vez métase un huevo en la boca antes de hablar porque me genera confusiones intracraneales con sus palabras.

Yo cogí a Maselillo del brazo y nos fuimos corriendo sin que el señorcito viejoso nos pillase. Nos alejamos casi DOSCIENTOS METROS. Cuando ya no sabíamos ni en qué barrio estábamos, Maselillo sintió un temor tipo nené solo en la noshe y maldijo no tener batería en su móvil para llamar a sus padres. Eran las 00:10 de la noche.

—No pensaba alejarme tanto de casa. Creo que tenemos que pedir ayuda a algún policía.
—No, mira, ya sé en dónde estamos. Podemos coger el autobús desde aquí.

Me había guiado por la Luna, que iluminaba un punto de referencia muy valioso: El Mercamoñas. Pero la vista no era tan bonita, pues el perfil de Olga Suprema se había interpuesto entre el satélite y nuestros ojos.


—¡¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHGFFFFFFFFFFFFF!!!!

Olga Suprema soltó un tremendo alarido. Esas cosas made of pride suelen excederse con los decibelios.

—¡¡EL SUPERMERCADO ES MÍO, SOLO MÍO!!
—Tengo miedo. Vámonos de aquí cuanto antes, por favor. Mis padres tienen que estar preocupados —Maselillo temblaba como un flan de gelatina.
—La parada está cerca. En unos minutos estarás de vuelta en tu casa.

Y así fue. El autobuff no tardó en llegar y nos dejó dentro de un área conocida, en donde el pobre Maselillo pudo ir directo a su casa sin perderse. Yo hice lo mismo y llegué a mi casa a las 00:45, justo en el auge de la diversión de las fiestas para adultos que tenían lugar en establecimientos cercanos.

Ahora me voy a la camita. Esperamos que cuando nos despertemos la gente ande como siempre: tan vulgarmente vestida por las calles. Tantos disfraces y máscaras horrendas me generan un suave mal rollo interno que se retrae y retuerce, pero que no llega a doler…

Uuuh… ¡bú!, ¿no?

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