21 marzo 2011

El doradísimo momento de gloria

Aún sigo en pie de guerra para afrontar mis diarias aventuras y desventuras en el mágico y educativo mundo de la escuelita. Hoy es lunes y la semana se extiende ante mí como un enorme tobogán por el que he de descender para llegar al deseado fin de semana. Pero a diferencia de los otros toboganes, este está cubierto de cilios urticantes embadurnados de pus. Con eso quiero dar a entender que sufriré como una migaja de pan descuartizada por cinco palomas sin escrúpulos ya que, en esta semana, nos bombardearán con trabajos pesados y aburridos para que los hagamos en nuestras casitas. Uh, no me quiero poner a llorar por culpa del estrés…

Ahora silencio, que voy a cambiar de tema.

Hoy, Chelo inició la segunda hora, la de historia, con un pequeño discurso que succionó la atención de los inquietos alumnos. Sus jóvenes oídos recolectaron con interés cada una de las palabras que la docente emitía por su boca de tiburón de los pantanos de Rumania:


—Traigo buenas y malas noticias para vosotros… Ya he revisado uno por uno los esquemas y cada uno tiene su nota correspondiente, excepto aquellos que no he podido leer —la profesora apaciguó la seriedad de su voz para hacer más notable una extraña frustracione—. cuatro trabajos son casi completamente ilegibles. Me parece haber comentado que a duras penas puedo leer palabras escritas de color verde sobre una cartulina roja; el contraste entre rojo y el verde es muy poco apreciable. De veras he intentado leerlos en lugares con diferentes iluminaciones pero mi capacidad visual no es muy eficaz, aparte de que me produce mareo.
—¿Le puedo preguntar, sin el afán de insultarla, si es usted daltonique? —preguntamos con TODO EL RESPETO DEL UNIVERSO en nuestra voz.
—¿Daltónica? No, desde luego. El caso de que no esté capacitada para leer con facilidad palabras verdes sobre fondos rojos no es algo que solo yo padezco, sino que lo padece la mayoría de los seres humanos —expuso la profesora con serenidad.
—Qué decepción, el ojo humano no entiende de peras y tomates.
—¿A qué te refieres?
—A nada en concreto, se lo aseguramos —absortos por la explicación de la profesora, no supimos qué decir. Yo me alegro de poder distinguir palabras verdes sobre fondos rojos sin problemas. El arco iris a mí no me engaña.
—Dicho esto, espero que quede claro que en el siguiente trabajo no quiero que uséis colores incómodos y difíciles de distinguir. Ah, y las llaves, cuando se trata de esquemas, no quiero que dibujéis esas cosas que sirven para abrir puertas. Las llaves de las que hablo tienen forma de bigote en vertical —explicó Chelo con un atisbo de hastío en su discurso.

Algunos alumnos, los que no sabían qué eran esos signos denominados llaves, murmuraban como las burbujas de un jacuzzi. La profesora quiso concluir su perorata con una ADVERTENCIA FINAL.

—¡Casi se me olvida! Repito, tripito, y si es necesario cuatripito que… —Chelo vio como interrumpían de manera insolente lo que decía.
—¿El tripito se come? Es que tiene nombre de postre —el curioso y hambriento Grongo preguntó con voz aflautada si era comestible ese verbo que la profesora se había inventado a partir del verbo repetir.
—¡Ay, Grongo, tú solo piensas en comer! Así demuestras a la clase que no te importa que los niños del Tercer Mundo se mueran de hambre —replicó la entrometida de Yazmina dirigiéndose al muchacho obeso comprimido entre su silla y la mesa.
—Espera, si el mundo de la pobreza es el Tercer Mundo, entonces, el Primer Mundo es en el que estamos. Eso quiere decir que si el Tercer Mundo en el sistema solar es la Tierra… ¡Los del Primer Mundo vivimos en realidad en Mercurio! ¡No puede ser! —Little Aurora estaba tan aturdidah con tanto parloteo boboso que enseguida comenzó a írsele la olla.
—Mercurio es un planeta basura. Solo tiene piedras, polvo y cohetes derretidos —intervino Bruno hablando con un tono despectivo.
—Sois una panda de cigotos mal desarrollados. Todo lo que decís es una papilla de idiotez que no puedo digerir —Tulma sonreía turbada y prepotente desde su asiento.

La profesora asombrada había dejado que el inesperado diálogo entre sus alumnos generado por sus originales palabras siguiera su curso (¡UuUuh, tripitoooh! ♥), pero llegó hasta un punto en el que había que cortarlo con el tijeretazo de un grito poderoso.

—¡Ya está bien! —con un grito de vikinga en celo, los niñatos cerraron sus mandíbulas—. Con tanta cháchara sin sentido se me ha olvidado lo que iba a decir… ¿Bueno, alguien más tiene alguna cosa que decir que valga la pena escuchar?
—Yo, profesora —dijo una voz masculina del área central del aula.
—Oh, ¿Qué quieres decirme? —la tutora preguntó a su radiante alumno.
—Bueno, es algo que me gustaría comunicar a toda la clase en general.
—Entonces comunícalo —Chelo permitió amablemente a su alumno realizar su deseo.
—Damas, caballeros, mascotas y bebés del subsuelo, tengo el gusto de anunciaros que estoy escribiendo un libro.

El escritor novicio es nuestro compañero Chéster en el Espacio. Es el alumno macho más longevo de la clase (y Yazmina es la alumna hembra más longeva, que lo sepas~). Su cabeza suele andar siempre por las nubes y su alma está controlada por las musarañas. Chéster tiene una imaginación muy activa que le hace ver el mundo de una manera peculiar. Ese chico tan cándido, creativo y apasionado de la ficción nunca está de mal humor.


Sobre Chéster brillaba un foco de luz dorada. En el techo hay un foco que se enciende cada vez que detecta un momento de gloria y que deja el resto del aula en las tinieblas. Los momentos de gloria son momentos en los que un alumno o alumna ansía enseñar o revelar algo que los demás desconocen, convirtiéndose por un rato en el centro de atención. Por ejemplo, Mamá Vegas tuvo un momento de gloria el año pasado y nos dio una lección de cómo coser un botón mientras se silba educadamente. Por otra parte, Ambrosio en su glorioso momento nos mostró todos los tipos de lentejas que existen en nuestro planeta.

—Chéster, ¡eso es un gran reto! Tengo curiosidad, ¿de qué trata el libro? —Chelo estaba sorprendida.
—El libro trata… ¡de la clase! —comentó muy entusiasmadus.
—¡Ooooooh! —oeó toda la clase.
—Me siento muy halagado. Gracias, chicos —sonrojado, Chéster dio gracias PORQUE SÍ.
—Pero Chéster, cuéntanos más cosas del libro —la profesora no podía disimular su intriga.
—De acuerdo —Chéster adoptó la pose de un narrador y siguió hablando—. Yo siempre he pensado que la clase es como un barco, y de hecho, la historia va sobre eso, un barco educativo que viaja por el mar del tiempo del curso académico. El navío está capitaneado por nuestra tutora, es decir, la señorita Chelo. Ella nos marca a nosotros, los tripulantes, el rumbo por la que la embarcación debe navegar. Nosotros la controlamos mientras atravesamos las corrientes de las asignaturas, en donde criaturas astrales que representan a los profesores nos instruyen sus materias. Sin duda, es un viaje maravilloso que finaliza en el puerto de la Isla de las Vacaciones de Verano.

Tras su pequeña sinopsis hubo un ligero silencio. Chéster estaba tan emocionado que se había sonrojado como una florcilla carmesí. La profesora se había quedado sin palabras pero fue la siguiente en hablar.

—Che, Chéster… Qué peculiar es tu historia. Es la primera vez que formo parte de una novela —Chelo se sentía extrañax.
—Pues usted en mi historia viste con un chaleco azul y unas mallas y botas negras. También lleva un gorro con una enorme pluma y el escudo de nuestra escuela —Chéster visualizaba el diseño de su personaje con sus ojos brillantes llenos de ilusión.
—Ah… —la profesora se quedó aún más atónita.
—¿Y yo, Chéster?, ¿salgo yo? —a Mamá Vegas, que estaba sentada a su lado, la roía la incertidumbre.
—Por supuesto que sí, Mamá Vegas. En mi historia tú eres Donna Vegaria y luces un precioso vestido verde esmeralda y una vistosa pamela.
—Oh, Chéster. ¡Tengo muchas ganas de leer el libro!
—Fíjate, así sin más me ha salido competencia. Otro que escribe en la clase, como yo. Chéster, seguro que tu obra llegará a ser un best-seller —Tulma soltó un cumplido que no era más que un rotundo SARCASMO.

Mamá Vegas parecía ser la única interesada en el libro de Chéster pues la gran mayoría considera las obras e ideas del muchacho estúpidas e infantiles. Pero la razón que subyace bajo todo este potaje es que… ¡A Mamá Vegas le gusta Chéster en el Espacio! Por eso admira todo lo que hace. Ella siempre se ha sentido atraída a Chéster, a pesar de que no se pudiera afeitar con normalidad por culpa de sus malévolos granos, originados por Acné, el odiado enemigo de la adolescencia. La joven siempre lo ha visto guapo y fascinante, excepto cuando Maselillo irrumpió en el aula con sus bracitos de muñequita mimosa que la volvió loka-de-amor por el señor de por Vida por un día. Pero tristemente Mamá Vegas no ve su amor correspondido. Siempre le da indirectas a su compañero Chéster para ver si espabila y se percata de sus sentimientos pero sus intentos acaban siempre en fracaso. Antes insistía más e incluso le dibujaba en la mesa dedos con un anillo de compromiso, pero el atontaditu de Chéster creía ver gusanitos con flotador. Mamá Vegas casi ha desistido por completo pero de vez en cuando se ilusiona como una niña pequeña.

Yo, lo siento mucho (lo siento de veras), pero Chéster me da pica pica en la nuca. En otras palabras más aburridas, Chéster me da vergüenza ajena. Desde mi puntito de vista lo veo algo patético, atolondrado y plasta. Demasiadas sonrisas injustificadas y tonterías de zangolotino.

Antes de dar comienzo a la siguiente hora, Chelo hizo una alegre pregunta de historia para despejar el ambiente novelesco.

—Bien, ¿alguien me puede decir en qué país surgió el humanismo?
—En Italia, profesora, en el país donde me voy a comer UNA PIZZA NAPOLETANA —Ambrosio Leucogrís respondió desesperado y muy animadox.
¡Perfecto! Te has ganado un PLUS + 2.
—Ostras, ¿sí?
—Sí. Y si sigues respondiendo así de bien podrás ganarte un EXTRA PLUS x 2 Spring Edition — elucidó con regocijo.
—Caray, ¡ESO ES INCREÍBLE, NO ME LO PUEDO CREER! —Ambrosio se transformó en el maravillado Asombrio como de costumbre.

Yo solo he ganado dos PLUS en todo el curso. Bweeeh… tendré más oportunidades más adelante.

En el recreo, Maselillo se sentó a mi lado en un banco. Habíamos planeado columpiarnos en el parque de los pequeñuelos de primaria pero no había hueco para nosotros. Solo el columpio del tétanos estaba libre pero, por razones obvias, nadie se columpia allí treleré leré.

Maselillo y yo no estuvimos solos mucho tiempo pues Chéster hizo acto de presencia y tenía la intención de acoplarse en nuestro dúo sin ningún permiso.

—Hola, chicos. ¿Me puedo sentar con vosotros? —preguntó sonriente.
—No te lo recomiendo, hay sudor de nalgas impregnado en esa parte que esta libre —le mentí para intimidarle.
—¿Qué dices? No hay sudor… Claro, Chéster, siéntate con nosotros —Maselillo, siempre tan cortés, a veces estropea mis planes.
—Gracias chicos. Esto para mí es como el triángulo de la amistad. Yo soy el nuevo vértice que os faltaba.
—Maselillo y yo nunca hemos querido formar un triángulo y no queremos ningún vértice.
—¡Pero si los triángulos son maravillosos! La humanidad no sería nada sin ellos. ¿Qué me decís de las pirámides egipcias?
—Son interesantes —Comentó Maselillo para seguirle el rollo.


—Interesantes como tú, Maselillo —confesó Chéster poniendo cara de monja vendedora de galletas cuando ya se había acoplado sin remedio en el banco.
—¿Cómo yo? —preguntó boquiabierto.
—Exacto. Tú eres mi héroe. Eres como el portador de la felicidad y de la armonía. Veo en tus ojitos negros que en el futuro serás un buen padre y tendrás una buena familia.
—¡Jajajajaja! Ay, la Santa Edelmira y los cuarenta ladrones… —me carcajeé sin disimulín de lo que Chéster dijo.
—¿De verdad te hace gracia? Pero si es precioso su porvenir…—aseguró Chéster con felicidad.
—Pues... No, no sé qué de, decir —titubeó Maselillo petrificado.
—Maselillo, tienes un pelo muy molón. Es de color hígado.
—¿Qué? — Preguntó Maselillo, asombrado, con un deje de preocupación.
—No te alarmes. El hígado es un órgano vital, sin él no podríamos vivir.
—¿Pero qué más da eso? Mi pelo tiene un tono normal.
—Por supuesto, caballero —Chéster guiñó su ojo color fregasuelos con aroma a océano.
—Hablando de por supuestos, ¿por qué te llamas Chéster en el Espacio? —pregunté para darle un respiro a Maselillo que no se hallaba muy cómodo en esa situación.

Chéster, sin decir ni pipus, extrajo una libreta de su mochila y de ella tomó una hoja con textura de párpado de muñeco de nieve y la cortó en dos partes. En ellas escribió algo que no nos dejo ver y que luego entregó a Maselillo. Parecía que nos iba a dar una sorpresa.


—Abrid las notas cuando me vaya. Tengo cosas que hacer por ciertos sitios —dijo Chéster despidiéndose con una sonrisa.
—Pero no me has contestado a la pregunta.

Mis palabras no fueron oídas porque Chéster salió corriendo con oídos tapados. Maselillo y yo leímos el interior de las notas que nuestro compañero nos había escrito.

«Os espero en la salida. Les "rebelaré" la verdad»

—Uy… Ese rebelaré va con V, ¿verdad, Macelillo con C? —le pregunté con recochineo.
—Tienes razón. Chéster es un poco plasta —confirmó arrepentido.
—Pues ahora te jodes por haberlo invitado a sentarse, Maselines…

El recreo finalizó y todos los triángulos e hígados desaparecieron con él. Chéster no nos dirigió la palabra y ni si quiera nos miró en todo lo que quedaba de clase, solo se limitaba a pensar en su libro del demonio. Pero de todos modos nos había citado al finalizar la jornada escolare en la entrada. ¡Dios, cómo me pica la nuca!

Al acabar la última hora noté cómo la vergüenza ajena subía por mis venas. Chéster nos iba a revelar (con V de Veroniquilla) la misteriosa verdad.

—Hola, chicos. Ya es hora de saber lo que hay que saber —Chéster estaba apoyado en una columna de la entrada viendo cómo el flujo de estudiantes acalorados no cesaba de salir del edificio.
—Venga, suéltalo yax —le exigí exigente al mismo tiempo que Maselillo sonreía complaciente.
—El motivo porque me llamo Chéster en el Espacio es porque YO formo parte del espacio, es decir, del universo ¡y vosotros también!
—Agaga gugú —dije muy bajito rascándome la nuca por los nervios.
—Vosotros no tenéis como apellido el nombre del lugar en donde vivís, el espacio. Pero mi familia y yo sí. Eso son cosas del destino.
—Ya me estaba oliendo que fuese un truño inútil de ese tipo.
—¿Qué has dicho? —preguntó Chéster acercando su oído.
—Que gracias por la explicación, yo me voy, que he quedado con los vecinos a jugar al bingo —mentí con elegancia.
—Uoh, pues mucha suerte —me deseó Chéster con una expresión ingenua.
—Adiós, doble-beibeh (Maselillo is beibeh 1, Chéster is beibeh 2).

Me fui del lugar en dirección a la parada del autobús. Me da que Chéster en el Espacio no es compatible con mi personalidad, por eso me da repelús estar junto a él. Ojalá siga absorto con su libro para que no me maree durante un tiempito.

Os veré de nuevo en otra ocasión (guiño).

17 marzo 2011

El amanecer de los grandes espíritus

Si echo un vistazo al pasado y lo comparo con el presente me doy cuenta de que cada vez escribo con menos frecuencia en mi blog. Si tienes el sagrado don de entender todo sobre los asuntos de colegio, comprenderás que es normal que no tenga tiempo ni para insultar a una mosca chosca desorientada. Los deberes y los trabajos que se arremolinan en mis libretas y carpetas me consumen muchas horas de ocio. Además, tampoco es que hayan pasado muchas cosas interezzantes que digamos (hay que joderse…).

Seguí la rutina, como de costumbre, y me fue con mi mochila a la escuela. Durante el trayecto deseaba que el calor de la primavera llegase cuanto antes porque el frío se está poniendo muy plastah esta semana. Pero pronto esos inertes hombrezuelos de nieve de la sierra se convertirán en jugo de riachuelo y yo podré decir adiós a los bufondios.

Fue a primera horita de la jornada cuando los alumnos de mi clase se introdujeron en la amplia aula de plástica. Un ser matutino y sonrientex se erguía poderoso, pero sin llegar al metro y medio de altura, cerca de un busto acribillado por los rotuladores de ciertos adolescentes analfabetos. Ese ser es nuestro profesor Don Bulbón Capúleo.


—Bueno, muchachos, qué remolones estáis hoy. ¿Se os han pegado las sábanas o la cama entera?
—Ehmm… —emitió un desmotivado alumno cerca de la puerta como respuesta.
—Mufff, mufff —una alumna perezosa y con mal humor gruñó cual oso ñangoso.
—A sentarse ya todo el mundo, cojones. Que os pegáis la de Dios para poner el culo en la silla —a pesar de sonar horriblemente mal, el profesor gozaba de un buen temperamento en ese momento del día—. A ver, despejad vuestras mentes y apagad los mt3, mt2, walkmans o cualquier mierda que estéis escuchando.

Los dóciles nenes y nenas se sentaron con cuidadín. Prestaron atención a lo que el profesor iba a decir.

—Ya vi las láminas que me entregasteis el día 11. No sé si echaros la bronca o qué… —el profesor sacó a la luz el disgusto que guardaba tras su socarrona sonrisa—. La mayoría está mal; no habéis entendido bien lo que dije que quería que hicierais con los estilos artísticos y la representación visual de las ideas.
—Profesor, ¿me podría decir si mis láminas están bien? —cuestionó Tulma ocultando tras su fachada de incertidumbre la convicción de que sus láminas habían conseguido una buena nota.
—Tulma, no me interrumpas. Pero sí, tus láminas están de puta madre —dijo con una breve risa rasposa.
—Gracias, profesor —agradeció Tulma cerrando sus ojos de búho sabihondo.
—Otra cosa, chicos. Algunos granujas imbéciles no me han escuchado cuando expliqué hace tiempo lo que era el frottage… —el ruin profesor comenzó a rebuscar como una araña electroalocada las láminas de su archivador mientras hacía sonidos con su napia grasienta—. El frottage es algo que hasta mi sobrina de tres años puede hacer.
—Profesor. Yo creo que lo he entendido pero… ¿Lo puede volver a explicar? —una voz alumnosa y tímida resonó en las profundidades del aula.
—Esto es el colmo, pero lo repetiré por vuestro bien. El frottage, para que nos entendamos mejor, es lo que quieres hacer cuando ves el culo en pompa de una macizorra: te entran ganas de restregarle todo el paquete para darte gusto e intentar ponerla cachonda, güegüegüe —acto seguido, el profesor excitado se subió vehemente los pantalones casi a la altura sobaquense. No fue consciente de que sus alumnos lo miraban con asombro o avergonzados—. Eso sí, cambia el paquete por un lápiz y el culo por un papel, y coloca algún objeto con textura debajo de ese papel, claro está. ¿Has entendido ahora?
—Sí… creo —el alumno atónito no quiso seguir hablandox.
—¿Creo? Es que no hay otra manera de explicarlo. O lo entiendes o no, si no lo entiendes es que eres gilipollas de remate.

Mientras tanto, una compañera de clase, veterana y experta repetidora, contemplaba fascinada los movimientos que hacía su profesorcillo. Estaba esperando al momento oportuno para hacerle la pelota.


Yazmina Mininia era una choni hecha y derecha de belleza vaporosa y colorida como la mariposa~. Su sabiduría callejera y sus habilidades para persuadir al profesorado le han otorgado el sambenito de chica lista, de esas que siempre se salen con la suya. Pero, realmente, la Yazmi no puede presumir de ser muy inteligente; es más simple que un gorrito di cumpleanios. No hace mucho tuvimos la impresión de que ella desayunaba todos los días guisantes y que se reservaba siempre uno en la lengua para merendárselo en la escuela, pero verificamos que el hipotético guisante se trataba de nada MÁS y nada MENOS que de un vulgar piercing verde.

Hemos pasado la mitad del curso y todavía sigo llevándome decepciones. Si tenéis dudas, preguntádmelas, que esto no es la clase de plástico, sino la de plástica. Vosotros sois de carne y hueso y no muñecos de trapo que vienen solo a mi clase a sentarse en las sillas, güegüegüe —el profesor se rió satisfecho después de haber dicho algo que él consideraba gracioso.
—Ijijiji ♫, ay, profe… —Yazmina soltó una pequeña risita que fue oída everywhere.
—Qué aburrimiento de clase, siento que me convierto en mantequilla —mencioné con voz de hormiguita.
—Profe, ¿puedo ir a sacarle punta a mi lápiz? —Yazmina preguntó educadamente al sudoroso docente que posaba de una manera muy chulesca.
—¡Claro! Y si quieres te dejo mi lápiz para que lo afiles en tu sacapuntas—Don Bulbón soltó una cosilla por su boca que parecía ser una indirecta muy reprobablex.
—Ay, profe, ¿a qué se refiere?
—Nada, nada. Tú saca punta al dichoso lápiz.

Cuando quedaban veinte minutos para que la primera hora de clase muriera de aburrimiento, Yazmina intervino para apaciguar su desasosiego consultando algo al profesor. La clase escuchó su potente voz y prestó atención a sus misteriosas palabras.

—Profe, como usted sabe de plástica, arte y colores en general, así, ¿me podría solucionar un problemita? —preguntó con suavidad.
—¿Qué problema tienes?
—Pues que yo tengo en mi cuarto una pared pintada de lila y tiene una raya, como pintada de abajo pa’ arriba, que es de un color rosadito. Y lo que quiero es poner un mueble que me compré delante de esa pared, pero es que el mueble es de color blanco y rosa. No sé si me entiende.
—Te entiendo, te entiendo —dijo el profesor escuchando con atención mientras sonreía como un payaso.
—Entonces… —continuó la dulce Yazmina—, me gustaría saber si queda bien el mueble ahí, ¿sabe? Porque si no queda bien, creo que voy a poner un póster que me regaló mi novio que es de un ponicornio y un hada que parece de cristal y que tiene así, como puspurina y que…
—Ya, ya, ya —intervino Don Bulbón para detener el insulso discurso de su alumna—. Tú pon el mueble del color que te de la gana en frente de esa pared, que es lo mejor que sabes hacer. Y si queda fatal le pones la mariconada de la purpurina por encima y seguro que se queda precioso.
—Ay, profe. No se meta con los maricones —replicó Yazmi algo ofendidah.
—Ya, claro, güegüegüegüe… —expresó el divertido docente con idiotez.

La primera hora concluyó y los alumnos se disiparon aliviados. A casi nadie le gusta el profesor Don Bulbón y mucho menos estar en sus clases. Saltaba a la vista lo fanfarrón y maleducado que era. No podía decir una pequeña frasecita sin incluir en ella una odiosa palabrota, ni siquiera las nanas para bebés estaban exentas de su detestable lenguaje soez. Al ser tan presumido y orgulloso, nunca reconocía sus errores y exponía que la causa de todos los suspensos en su clase era la ineptitud de sus alumnos y no su nefasta manera de explicar sus lecciones. Nuestra profesora Chelo se lleva muy mal con él~.

Caminando por los pasillos, mi vejiga revoltosa tuvo ganas de ir al bañito (será porqué esta mañana bebí dos litros de aqua de lago para hidratarme bien). ¡Qué lejos están los bañitos, maldita sea!

¡Ey!, ¿aún no te he contado por qué llamamos escuela a la escuela? Veo que no.

Verás… hace unos cuantos años, en este barrio había dos preciosos centros educativos de color queso: El instituto El Diptongo y el colegio Coser y Cantar. El instituto estaba gobernado por nuestra aburrida actual directora y en el colegio de al lado el mandamás era un señor normal y sin corriente. Un día, al finalizar la jornada escolar, ambos directores cruzaron sus miradas en la calle y enseguida brotó en sus corazones la chispa de la pasión. Días más tarde, en una tórrida noche sin tráfico y sin trafiquetes, ambos directores hicieron el amoreh en el paso de cebrah (uh, se me suben los coloreh) que se ubicaba en la carretera que había entre ambos centros educativos. A la mañana siguiente, debido a esa unión carnal, el instituto y el colegio se fusionaron y formaron un solo edificio al que los directores llamaron de manera oficial El Diptongo de Coser y Cantar. Primaria y secundaria acabaron mezcladas sin poder volver a separarse y por eso nos referimos a este sitio como escuela, ya que es un nombre muy genérico y pega QUE NO VEAS.

Muchos de los alumnos que conocen esta historia la consideran un mito pues la directora, la que ahora dirige el cotarro, desmiente esa relación amorosa que tuvo con el ahora desparecido antiguo director del colegio de primaria. Los fans de la directora sostienen que el Bebesitu de nuestra aula es el hijo ilegítimo de ambos directores, pero las cifras, los números y otros datos demuestran que esa hipótesis es falsa.

¿Te ha gustado la historia de mi escuela? Pues es tan real como las Marabuntas de Caliopoldo (se llaman así, ¿no?).

Cuando salí del baño, que estaba muy lejos de la clase de plástica debido a que el edificio es el doble de grande de lo normal y algo laberíntico, atisbé un armario de la limpieza que vibraba como si tuviese un regalo para mí en su interior que intentaba llamar mi atención.


Cuando me acerqué al armario, abrí las dos puertas para descubrir el origen de los ruidos y los movimientos bruscos que ocurrían dentro de él. Para mi sorpresa, un niño extraño y eufórico salió de él con la fuerza y el colorido de los Carnavales.


—¡¡Buruburuburuburu!! —el mocoso chiflado agitaba su lengüita de lagartija y después de asustarme huyó por el pasillo como una bola loca de pinball.
—¡Qué artistazo, qué artistazo, pero, a la vez, qué falta de respeto! —le espeté con admiración y enojo.
—¡Yo seré el nuevo movimiento artístico del siglo veinteeeee (XX)! —gritó con gran ilusión mientras se alejaba por el desértico pasillo.
—¡Estamos en el siglo veintiuno (XXI)! —le corregimos con tesón.
—¿Qué? ¡No puede ser! —dijo recién abatido.

Tras esto, el mocoso multicolor se desintegró en la oscuridad entre lamentos de nené como si fuera un fantasma. ¿Estábamos alucinando o fue real? Quizá se trataba de la personificación de un estilo artístico que nunca salió a la luz… Pobreshito.

En nuestra querida aula, nuestras mascotas nos esperaban para que les diésemos mimitos y comida. Me volví a sentir tan cómodis como en casa. Quería comentar a Maselillo y a los demás mi experiencia sobrenatural con el niño de los colores o, como he decidido llamarlo a partir de ahora, Niño Colorines, pero hubo una cosa que me distrajo por unos segundos. Era el retrato de nuestra salivosa alumna Mamikala Binbo.


Tanto poder de salivación la había deshidratado hasta un punto que tuvo que ser ingresada en el hospital, aunque ahora su estado de salud es de un nivel tan ÓPTIMO como el de la ensalada. Mamá Vegas, la que compró el marco en la tienda de su calle, nos informó que Mamikala había decidido no volver a clase porque un prestigioso director de cine que ninguno de nosotros conocemos le ofreció un contrato para que formara parte de su nueva película. Las habilidades lenguosas de nuestra compañera cautivaron al profesional del cine. Aún así, Mamá Vegas nos advirtió que no viéramos el largometraje cuando se estrenase, porque podía impactarnos un poquito el papel que interpreta Mamikala. Oh, señorita Binbo, echamos de menos sus truquitos, sus adornos estrambóticos, sus abalorios de muñequita, sus lentillas color púrpura y su moda a lo fumadora de shisha del Nirvana Party in Mystic Asia.

Uff, creo que he desoxidado los engranajes de mi querido diario de internete. Espero tener muchas otras cosas que contar. Hasta la próxima, mis sumnongles.