25 diciembre 2010

Más resplandeciente que nunca

Estamos inmersos en las vacaciones de Navidad, no lo hemos podido evitar… Pero, ¿para qué quejarse? Es mejor tragarse los polvorones con fuerza para oprimir los llantos que empapan con lágrimas nuestros rostros enrojecidos. Tenemos que hacer que retorne la blancura a la esclerótica entristecida de nuestros ojos carmesíes. La Navidad se pasará pronto.

Creo que estoy exagerando un poco, pero es cierto que las fiestas navideñas ya no son NADA importantes para mí. No me suelo alegrar cuando se acercan estas fechas tan frías y ultradecoradas.

Hoy es 25 de diciembre por la mañana y estamos solos en casa. Sin embargo, hace unas cuantas horas, en la noche de Nochebuena, hubo alguien más entre nosotros. Pero antes me gustaría blablablear con orgullo y satisfacción de la decoración de mi pequeño hogar.

Hace unos días monté el belén y coloqué adornos en algunos de los muebles del salón para dejarlos supernavidosos. Instalé también ese elemento indispensable recubierto con pelaje verde de plástico: el árbol de Navidad de toda la vida. Este árbol representa irónicamente estas fiestas mucho más que el chiquirriquitín, el nene de la virgen que se peina y se echa laca en el río lleno de peces que sufren de polidipsia. Colgué bolitas de caramelú de la puapuasué y otras porquerías de colores en las ramitas. Luego coroné la falsa conífera con una cosa que no era una estrella, sino algo más exótico que un sujetador de cocos: un guacamayo.


El guacamayo, o guacamasho, lo consiguió un amigo de mi familie en uno de sus viajes por América del Suru y nos lo trajo en una bolsa con mucha guaca-guaca. Su misión era acabar enculado por el abeto para así adornarlo. No combina muy bien con la ornamentación pero ciertas personas disfrutaban verlo sobre el arbolito. Como la estrella que teníamos fue aplastadah por una nalga sospechosa, ahora el loro ocupa y ocupará siempre su lugar.

Después de cenar una lasagna, vi la tele y luego me fui a mi cuarto a jugar con el ordenador sin festejar la Nochebuena con villancicos y rituales similares. Apagué todas las luces dejando la sala de estar tan oscura como el bañador secreto de La Muerte. Sin embargo, las tinieblas caseras duraron poco. Al cabo de unas horas, cuando el relojete marcaba la 01:32 del día 25, mi casa empezó a iluminarse con un resplandor desconocido. Al principio pensé que provenía de algún sex shop lejano o algo parecido pero el cegador destello de la ventana no me dejaba averiguar de dónde provenía.


Nos hicimos una idea de quién podía ser al ver los corazoncicos que flotaban en la habitación. Aguantamos la incógnita unos segundos mientras nos acercábamos a la ventana que no cesaba de brillar. Algo tras ella se movía lentamente en el aire como una bombilla mágica. Cuando abrí de par en par la ventana, el brillo se debilitó y mis ojos reconocieron cosas que se veían fuera, en la calle. Pasaron unos segundos y la luz se atenuó aún más, al igual que una misteriosa melodía MIDI que se oía en el aire. Por fin pude ver lo que brillaba: era la Pelafrú.


—¡Oh, seis consoladores jumbo en uno! Qué disparatex —hablé bajito para que mi voz no fuera detectada.
—Perdona, ¿has dicho algo? —cuestionó dulcemente Pelafrú.
—Nada, nada, Pelafrú. Hacia tiempo que no la veía. Pensaba que se había ido para siempre —dijimos asombrados.
—No, aún sigo volando por aquí. Tengo mucho amor por irradiar.
—Eso es maravilloso. Por cierto, la veo muy cambiada. Ahora está más gelatirrosa.
—Lo sé. Eso se debe a que he evolucionado. He adquirido un aspecto mejorado y más poder —explicó serena.
—Y está mucho más guapa —dije con timidez.
—Gracias, cariño.
—Uh.
—Si no me equivoco, has pasado la Nochebuena sin compañía —adivinó la criatura flotante.
—Pues sí.
—Noto algo de tristeza en tu interior. Necesitas encontrar un alma que te de alegría en este hogar tan lúgubre.
—Creo que estoy bien como estoy —contesté con seriedad.
—Sí, cielo, lo estás. Pero podrías estar muchísimo mejor.
—Lo tendré en cuenta.
—Haz lo que te digo, sabes que soy una experta en el amor y en todos los sentimientos afectivos.
—Claro, claro —intenté evadir el tema con claros y cambios de conversación—. Pelafrú, ¿cómo ha pasado la Nochebuena?, ¿ha estado sola o es que de verdad es el nuevo Papá Noel?
—¿Cómo?, ¿Papá Noel? No, que va. Yo no he sustituido a nadie. Sigo siendo un ser solitario que vaga por la ciudad, incluso en los días que se pasan en familia. Pero no por eso me pongo triste, porque los lazos afectivos que mantengo con mis seres queridos son tan fuertes que los siento siempre conmigo. Eso es lo bueno de mi poder. —comentó con buen humor.
—¿Y cómo es la vida de su familia sin usted?
—Pues es una vida feliz. La persona que más me importa de ella es mi hija… ah, y también mis padres. Ellos creen que he desaparecido pero mi hija sigue sintiendo mi presencia en su corazón. Mi pequeña difunde el amor que le transmito a mis padres. De esa manera todos sienten la dicha del amor familiar aunque no esté presente.
—Qué bonito todo. Pues si yo me encontrara en la situación en la que está usted, me pondría muy depre.
—Yo debería de estarlo, porque nunca quise convertirme en lo que soy ahora… Pero curiosamente estoy enamorada de mi nueva forma. El amor que llevo conmigo no para de amar, es incontrolable —dijo Pelafrú algo afligida pero sin perder la paz.
—¿Incontrolable como los perros que se mean y que desesperados quieren salir a la calle para vaciar sus vejigas?
—Extraña comparación, pero sí, es lo mismo.
—Pelafrú, me dah curiosidah… ¿quién cuida ahora a su hija? —preguntamos intrigados.
—Mi marido, del que nunca me llegué a divorciar cuando era humana.
—Interesante, me lo apunto.
—No hace falta que apuntes nada —se apresuró a avisarme.
—Otra cosa, ¿se ha pasado por mi casa por alguna razón en especial?
—En parte, sí. Tú eres una de las pocas personas que puede verme.
—¡Ueeeeeh!, supersatisfecheeee…
—Jijiji. Además, quería reprocharte esa actitud desagradable que sostienes en tu amistad con la madre del bebé desaparecido —dijo Pelafrú sonriente.
—¿Pero qué dices? Yo no sostengo ninguna actitud desagradable —declaré con rectitud.
—Yo he notado que sí. ¿Recuerdas aquel día en la Iglesia de la Lupa? Te burlabas discretamente de ella diciéndole tonterías todo el rato para chincharla.
—Qué entrometida ¿Y tú cómo sabes eso? —osadamente le pregunté.
—Estuve flotando casualmente por allí ¿No te fijaste en las farolas que brillaban con una luz fucsia? Eso indicaba que estaba muy cerca de allí.
—Pues yo me comporto como creo necesario.
—Yo sé por qué te comportas como tal y no creo que debas seguir comportándote así. Sé que te gusta molestarla al recriminarla por su terrible despiste, en el que por un segundo perdió a Poesía. Sientes que debes castigarla ya que por ello Poesía ha desaparecido. También veo que la molestas por otras razones, pero eso no es importante ahora… Además, uno de tus deseos más crueles es el de que ella sufra la ausencia de su hijo durante el mayor tiempo posible para que valore las nefastas consecuencias del error que cometió como su propia condena. Aunque, contradictoriamente, deseas que Poesía vuelva con sus padres, pues opinas que ese bebé no debe sufrir.
—¡Me has analizado a fondo sin mi consentimiento! —grité disgutadis.
—No te irrites, cariño. No puedo frenar mis habilidades. Con ellas puedo percibir los sentimientos de las personas de los alrededores —dijo con suavidad muy maternalosa.
—Pues si es así… no sé qué decir —estábamos muy anonadados.
—No hace falta que digas nada. Solo te pido que dejes de tratar de ese modo a la madre de Poesía. Ella realmente no tiene la culpa de su desaparición. La culpa la tiene la persona que lo ha secuestrado.
—Oh, ¿y no puedes detectar los sentimientos de Poesía para saber dónde está?
—Ya he pensado en eso y no hay rastro de Poesía en toda la ciudad —informó con pena.
—Pobre beibi… tenemos que encontrarlo como sea —dije con un atisbo de esperanza en mis adentros.
—Eso lo dejo en tus manos. Yo ya he perdido mucha consistencia física en esta realidad.
—Lo sentimos.
—No pasa nada. Ahora espero que ordenes un poco tus pensamientos. No quiero ser pesada, pero mis poderes me incitan a actuar como orientadora del corazón y el tuyo está muy caótico. Debes hacer uso de la ética y de la inteligencia emocional para que te des cuenta de qué es lo que está bien y lo que está mal.
—Esta charla me ha servido de mucho, Pelafrú. Intentaré cambiar mi modo ser, cerecita a cerecita.
—Como debe ser. Una última cosa, ¿no te has olvidado de hacer algo en estas últimas semanas? He detectado algo que mantiene un tenue vínculo emocional contigo y que pide algo de ti, pero no sé qué es realmente.
—¿Mugumuá?, me he quedado en blancop. No sé a qué te refieres —dije extrañadis
—Pues no tengo tiempo para explicar. Ahora he de irme. Mi misión aquí ha acabado y he de potenciar el amor y los buenos sentimientos en aquellas personas egoístas o maliciosas.
—Pelafrú, quiero preguntare muchas cosas. ¿No puedes esperar? —tenía ansias de saber.
—Lo siento, pero he de seguir con mis prioridades. Me voy a continuar con mi trabajo, aunque no lo haga muy bien. Oh, carámbanos… lo mío era pelar frutas, no esto pero… ¡fruiiiiiiiiiii♥! —la Pelafrú, algo apurada, se alejó de mi ventana con una mezcla de alegría y de confusión en su ser.
—Adiós, Pelafrú. Espero volverte a ver.

La Pelafrú se esfumó cuando ascendía hacia el cielo nublado de la noche. Un destello fucsia fue su señal de despedida antes de desaparecer esparciendo corazoncitos de luz.

Ese era el misterioso personaje que me acompañó en esta fría noche festiva. Fue una visita fortuita que me ha hecho ver las cosas de otra manera. La Pelafrú es una excelente consejera, aún cuando no le pides ningún consejo. Ella es realmente fascinante y enigmática.

A partir de ahora, AHORA MISMO, no torturaré más a la pobre Mamá Bebé. Ella ha cometido muchos errores pero es mi amiga y su hijo está no-en-casa. No debo reprocharla por lo que sucedió solo porque me de rabia que haya sucedido, NO SEÑOR, NO. No todos los padres son malos padres… Mamá Bebé y Papá Bebé necesitan todo mi apoyoh.

Creo que se ha gastado el saco de cosas que decir. Ay, este invierno es muy largo y las fiestas no acaban. ¿Habrá alguien a mi lado en Nochevieja engullendo uvas al son del reloj-on-TV?

17 diciembre 2010

Desorden en la estructura del ecosistema escolar

Cada vez estamos más cerca de las espeluznantes fiestas navideñas: esas fiestas llenas de polvorones, turrones, cenas copiosas y otros alimentos indigeribles que a mí no me suelen gustar. Pero primero tenemos que enfrentarnos a los últimos exámenes del trimestre y entregar algunos trabajos. Sé que nunca es divertido hablar de trabajos de clase, aunque reconozco que sí hablo de deberes cuando necesito ¡AYUDA! para encontrar una solucione a los difíciles ejercicios que nos marcan.

En fin… ahora toca relatar las cosas interesantes que han ocurrido hoy.

Por la mañana, como de costumbre, nos fuimos a la escuela rellena de alumnos cansados de hacer exámenes y trabajos. Allí, los últimos días lectivos del mes se vivían con ansias de que llegaran los días no lectivos. En la entrada del edificio coincidí con la coincidencia de Maselillo. Fue algo muy coincidente, pero eso no nos impidió entrar en el aula. A primera hora tuvimos filosofía con nuestra profesora Chelo.

Por si no lo sabías, Chelo es nuestra tutora y a la vez nuestra profesora de filosofía, historia y actividades de estudio. En una semana ella nos da clase seis horas en total.

Dentro del aula Maselillo y yo nos sentamos en dos mesas supercuadradas. Nos quedamos allí esperando a que llegara la profesora y el resto del alumnizaje. Pasaron cuarenta segundos y nos percatamos de que la profesora había entrado hablando por teléfono móvil. Se la veía muy cabreada.


—¡Pero eso es imposible! Ya le he dicho que no —la profesora contenía su rabia y esperaba a que el interlocutor respondiera.
—¡Joder! Ya te he dicho que tengo una oferta, así que registra bien eso porque a mí me hacen descuento —el estrés hizo que Chelo empezara a tutear a la persona con la que hablaba.
—La seño está muy enfadada —dijo Maselillo.
—Sí.

Chelo abandonó un momento el aula para terminar de discutir con aquella persona. No podía dar una imagen agresiva a los nenes de la clase, ¡no, no, nop!

Aprovechando que el aula estaba desprofesorada nos dirigimos a un pequeño alumno, brillante como una perla sacada de un televisor en blanco y negro. Se trataba de Ambrosio Leucogrís. Lo pillamos estirando su cortito bracito frente al umbral de la puerta. Fuimos a preguntarle el porqué de sus estiramientos.


—Hola, Ambrosio. ¿Qué haces con tus bracitos? Te los puedes romper —le pregunté al alumnito cuerpicorto.
—¡Hola, chicos! Estoy estirando mis brazos para que la profesora pueda vérmelos cuando los levante —explicó Ambrosio felizmente.
—Interesante.

Ambrosio es un buen chico pero casi nunca hablo con él porque siempre se distrae con cosas superfluas.

—Ya he estirado lo suficiente. Me voy a mi sitio a la velocidad de la canica sónica —Ambrosio se dispuso en posición para salir corriendo.
—Eso suena tremendamente veloz.
—¡Desde luego!

No fue gran cosa, pues tardó cinco segundos en llegar a su asiento. Además, a las 8:07 nadie corre tan veloz. Maselillo se colocó tras él para ver lo que hacía. Ambrosio y Maselillo, que habían conversado muy pocas veces aprovecharon la ocasión y dialogaron un ratito.


—¿Y ese papel? ¿Estás dibujando una postal? —cuestionó el amable Maselillo.
—¡Sí! ¿Cómo lo has sabido? —dijo estupefacto.
—Pues… no sé. Vi el papel doblado y pensé que era una postal.
—Lo es, lo es. Es maravilloso que lo hayas adivinado. Me sorprendes mucho.
—Oh, jejeje. Pero si no era difícil de suponer —dicho esto, los tres nos mantuvimos en silencio durante diez segundos.
—Es una postal de navidad para mis abuelos. Estoy intentando dibujar un paisaje nevado con un cielo nublado, pero es muy difícil. No encuentro ningún lápiz blanco que destaque sobre el blanco del papel —frustrado, Ambrosio comenzó a probar otra vez, uno a uno, varios lápices blancos de diferentes marcas.
—Lo que te propones es muy complicado. ¿No puedes pintar la nieve y las nubes con otro color?
—¿Pero qué dices?, ¡eso es una locura! La nieve y las nubes son tan blancas como este folio — Ambrosio estaba sorprendidísimo.
—Haz lo que quieras. Dale caña al lápiz, a lo mejor sale algo.

Aproveché unos segundos para preguntarle a Maselillo si se había dado cuenta lo fácil que resultaba dejar anonadado a Ambrosio. Maselillo había notado la actitud del señorito carablanca.

—¿Quieres ver cómo se asombra por una mega chorrada súper falsa? —le propuse a Maselillo hablándole muy bajito en el oidus.
—Ehmm, vale —aceptó intrigado.
—Oye, Ambrosio.
—Dime.
—¿Sabes que los flanes de leche de cabra se agitan más rápido si los mueves un domingo?
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¡¿EN SERIO?!, ¡QUÉ FUERTE! ¡¿Pero cómo es eso posible?!, ¡¿tiene que ver con que hay menos movimiento los domingos o es por el campo magnético de la Tierra?! —el estado de sorpresa de Ambrosio era muy intenso.
—Ni idea, no lo he mirado.
—Necesito aire —Ambrosio corrió hacia una ventana para succionar el oxígeno del exterior.
—Así es él, Maselillo —me dirigí hacia su oído nuevamente—. A ese blanquito lo deberían de haber llamado Asombrio en vez de Ambrosio.
—Tienes razón, se asombra por tonterías —Maselillo miraba pasmado a Ambrosio que asomaba su cabeza por la ventana.
—Buenos días. Venga, todo el mundo en su sitio —Chelo se introdujo en el aula pero no con una sonrisa docente como de costumbre.

Todos los alumnos se sentaron en sus silluelas dispuestos a comenzar la clase de una vez por todas. Íbamos a corregir unos ejercicios de El libro de las oscuras confabulaciones. Pero antes pasó lista y nombró uno por uno a los alumnos.

—¿Ambrosio Leucogrís?
—¡Aquí, seño, aquí, aquí! —gritó apurado.
—No hace falta que estires tanto los bracitos. Puedo verlos desde aquí.
—Pero es que soy bajito y a veces no me ve.
—Siempre te veo, Ambrosio. Destacas en la clase como una luna brillante en una noche oscura — expresó Chelo con un tono maternal.

Al finalizar la lista empezaron a oírse las primeras voces.

—Profe, no entendí el ejercicio ocho. Es tan raro como aquel de Lady Geldina —dijo una alumna aburrida.
—Es Lady Geraldine —Chelo corrigió el nombre de la sin cara.
—Eso.
—Ay… —suspiró la profesora.
—Profe, yo supuse que en ese ejercicio el búho que decía la verdad era el del sombrero verde porque el del rosa decía que Lady Geraldine lloraba, lo cual es imposible porque no tiene ojos.
—Muy buena deducción.
—Grache.
—Pero ya he dicho que no es ese el razonamiento adecuado. El detalle de que ella no tenga rostro no tiene tanta importancia. La verdad se halla en los vínculos emocionales que tiene ella con su padre y su madrastra y todos los hechos que ocurrieron antes del asesinato. Y el ejercicio ocho es un tanto de lo mismo.
—Qué miedou. Pues en ese tampoco sé hallar la verdad.
—Yo tampoco —dijo Maselillo desanimado junto a otros sumnongles de la clase.
—Os voy a dar unas fotocopias que quiero que leáis. Os servirá de guía para entender el contenido filosófico y simbólico de los relatos —la profesora parecía esperarse el fracaso de sus alumnos, por eso no llegó a disgustarse.

Cuando llegó la hora del recreo Maselillo y yo NO chocamos como de costumbre con una vorágine niñense en la entrada del patio. Los alumnos de primaria habían desaparecido. Maselillo me explicó que todos los de primaria estaban en una conferencia que nosotros tuvimos hace unos días. En el patio solo estábamos los de secundaria por lo que era el momento ideal para jugar en lugares prohibidos.

A unos metros de una zona que está al lado de otra, se encuentra rodeado de muros y setos el parque secreto de los niños más pequeños de primaria. Se accede a él por un túnel subterráneo por donde solo los más chiquitines pueden pasar. Pero eso no es un impedimento para entrar… Yo ya me he colado con cuidado por un gran orificio para balancerme en el columpio cuando los profes no estaban. Pero esta vez no tuvimos la oportunidad de divertirnos en los columpios, pues había un niño asqueroso enredado en los tubos metálicos del macrojuguete que incordiaba con su despreciable existencia.

Es de ese tipo de niños que están es un sitio cuando deberían estar en otro diferente.


—No me mireeeh, que no me mireeeeeeeeeeeh.
—No te miro, beibeh —dije sobriamente al niño que me hablaba.
—Me estás mirando, sunormal —el mocoso hablaba con cierta lentitud y sin variar el tono de su voz.
—Te lavaremos la boca con aguarrás como sigas hablando así.
—Cállate. Chúpame el nabo.
—No, gracias. No quiero que se me atasquen trocitos de carne entre los dientes.
—¿Qué? —preguntó alarmado.
—Fuera, mierdecito. Vas a erosionar el suelo con tus repugnantes babas —le exigí antes de cabrearme de verdad.
—¿A que te pego y ? —el nene pretendía intimidarnos.
—No le provoques, no vale la pena. Él es Enrique Garrotecos, pero todos le llaman el Riki y me han dicho que es el hermano pequeño de un alumno muy conflictivo —Maselillo, preocupado, quiso detener la riña.
—Me da igual, yo soy peor. No quiero que ese mono me jorobe la diversión. Ese columpio me lo adjudiqué yo hace años.
—Hazme caso, te puedes meter en problemas. Él y su hermano son muy mala gente, muy violentos e irracionales.
—Oye, arráscate el sobaco, soplapollas —insultó el Riki con socarronería.
—Joder, vale. De verdad no vale la pena darle su merecidox. Su vida ya está más que arruinada y eso será lo que lo castigará en el futuro.

Abandonamos al Riki en el parque mientras consumía su cutre tiempo libre tan rápido como shupaba su caramelo. Nos preguntamos porqué el Riki no estaba en la conferencia ¿Acaso no debe haber siempre un cuidador vigilando la zona como de costumbre para que los niños no hagan novillos? Es normal que los niños se fuguen de las clases.

De vuelta a clase, en la hora de tutoría, nos fijamos expectantes en el extraño objeto patoso (patoso de pata) que desprendía un suave aroma a cerdito. Era el premio especial de navidad que este año se le entregaría al alumno que ganase la partida de bingo.


—¿Qué?, ¿estáis animados? —Chelo había recuperado su buen humor.

Algunos nenes revolotearon de ilusión, otros no se inmutaron y otros mostraron una expresión de disgusto al ver el trofeo. Yo me limité a mirar cómo dormían los dos osos su pequeño descanso mañanero.

—Bien, empecemos pues. Évelin, abre el cajón del armario y saca el bombo y los cartones, por favor.
—Eh, profe… Se me quedaron las llaves en casa —la joven dijo algo abochornada.
—Pero, Évelin… ¿No acabas de venir de la sala de profesores con las llaves? —cuestionó extrañada.
—En realidad no. Quería decirle que ayer me las llevé por error. Las metí en el estuche sin darme cuenta, pero el lunes se las traigo.
—Mumumumumu... —una voz misteriosa y sin identificar emitió sonidos mumosos desde un rincón de la clase.
—Qué descuido. Espero que no vuelva a ocurrir pues podría quitarte el cargo de delegada —la profesora no pudo ocultar su tenue indignación.
—Lo siento. Pero es que yo solo soy una peque ♥ —Évelin intentó justificarse con dulzurah.
—Eso no es excusa y solo era válido cuando tenías menos de diez años.
—Eh… Uh… Es cierto.

Évelin Pistichicle es nuestra delegada de clase. Los compañeros la llamamos cariñosamente la Peke por ser la alumna con la altura más reducida. A ella se le había encomendado traer las llaves que abren el armario y los cajones de la profesora.


—Évelin, ¿ahora cómo jugamos al bingo para sortear el jamón?
—Pues… casualmente traje un bombo superchulo hoy. Lo tengo aquí —Évelin sacó animada el chisme de una bolsa.
—Oh, qué oportuno —la profe estaba aún tan pasmada como contenta.
—Sí. Tómelo.
—Muy bien, Évelin. Pero el lunes trae sin falta las llaves.
—De acuerdo.
—Mumumumumumumu.
—¿Pero quién es el gracioso o graciosa que dice mumumú, eh? ¿Mamá Vegas, eres tú?
—No, señorita, yo digo sususú.
—Es verdad. Espero no volver a oírlo —la profesora advirtió al desconocido de los ruiditos.

La pequeña Évelin manifestaba su seriedad mientras repartía con ademanes repipis los cartones de bingo para dar comienzo el juego. Al cabo de unos minutos, las bolas rodaron y rodaron y los cartones se tacharon. Antes de que la clase llegase a su trigésimo minuto de vida, una masa verdosa y húmeda con un orificio por el cual se asomaba una cremosa protuberancia sonrosada gritó algo en voz alta.

—¡BINGOOHGFRGFF! ¡CRWAFF, CHRAFF, MWAFFG, MWAFFG!
—Grongo, que te asfixias —dijo inquietada.
—Perdón, uff, uff —Grongo sufría y sudaba en su asiento. En su frente brillaban las cascadas sudorosas que se deslizaban con lentitud por su piel.
—¿Estás mejor?
—Sí.


Grongo Chu-depastel estaba en un apuro muy grueso. Su saliva, muy juguetona, se había introducido en la tráquea justo en el clímax del juego. El pobre muchacho se sonrojaba como un volcán en erupción, pero eso era algo muy habitual en él. Grongo no llevaba bien su sobrepeso y sus terribles vicios y ataques de nervios le causaban estragos a los que nunca se llegaba a acostumbrar.

—Enhorabuena: eres el ganador —la profesora aplaudió contenta justo al resto de la clase.
—Uff, qué suerte, ¿no? —el gordote sudaba muy avergonzado. Se le habían creado océanos de sudor en todo el jersey.
—Claro que sí. Ya tienes algo salado y rico que comer en estas navidades.
—Sí, me lo comeré todo —habló entusiasmado y nervioso.
—Pero compártelo, cielo. En las navidades hay que compartir. Y no abuses mucho que sabes que necesitas disminuir tu peso.
—Sí, seño, *hip*.
—¡POR FIN ENCONTRÉ UN BLANCO QUE PINTAAA! —vociferó Ambrosio a causa del éxtasis.
—Ambrosio, no grites.
—¿Me puedo llevar el jamón ya?
—Cuando toque la sirena.

La sirena cantó su melodie sin tardar. Era la última hora y los niños y adolescentes de todos los cursos se propulsaron a la salida de la escuela para engullir los primeros segundos de libertad del fin de semana. Maselillo salió antes que yo del aula porque necesitaba ir al baño. Yo tardé un poco en recoger mis apuntes y por eso fui una de las últimas personas en abandonar el aula. Ya con la mochila en mis hombros, fui deprisa a expulsarme de la clase para librarme de estar a solas con Tulma Septentrión, la empollona repelente, pero por desgracia no pude conseguirlo. La chica me siguió y con su amurallada sonrisa de marfil me empezó a hablar.

—Hola, ¿me puedes hacer un favor?
—Sí, creo —afirme con una pizca de confusione.
—Jojojo, estupendo. Verás, estoy en un apuro: le presté hace unas horas a una amiga de otra clase mis apuntes de filosofía y parece ser que ha desaparecido de la escuela. No me coge el móvil ni me ha enviado mensajeros para informarme de su situación actual. Creo que la muy necia se ha ido antes a casa cuando debía estar justo AQUÍ, en la entrada del aula, esperándome —sin perder la sonrisa, Tulma contó su historia disimulando su estado de desesperación.
—Eso está muy mal. Pero ¿no puedes esperar un poco más?
—Ya son las 14:05, no puedo esperar más. Esa no va a pasar por aquí y tú eres mi única esperanza de conseguir una buena nota.
—Pues vaya problemón. No creo que puedas copiar ahora todos mis apuntes.


—Oh, fotocopias. Entonces sí.
—Menos mal, así podré estudiar el fin de semana. Ay, maldita amiga…, el lunes habrá un ajusticiamiento —expresó con una sonrisa macabra.
—¿Ajusticiamiento? —pregunté con curiosidad.
—Vaya, ¿no sabes qué significa?
—Nox.
—Qué incultura, por Dios. Si esa palabra la conoce todo el mundo, hasta los de preescolar —declaró asombrada y con voz burlesca.
—Todo el mundo no, yo no la conozco.
—Uy, así no vas a llegar a nada en la vida —Tulma hablaba más soberbia que otras veces.
—Lo siento, no todo el mundo nace con una enciclopedia metida en el culo como tú.
—¡Qué grosería! Pues con esa ignorancia que cargas encima te vas a joder y mucho.
—Tal vez, pero tú te vas a joder ahora porque no te voy a dar mis apuntes.

Salí corriendo del lugar lo más rápido que pude para que la petarda angustiada de Tulma no me pillara. Pudimos interceptar a Maselillo por los pasillos, estaba quitándose el H2O de las manos. De vuelta a casa dialogamos sobre el temario que teníamos que repasar, comentamos lo misteriosa que era la actitud de la Peke y cómo de ridículo fue ver a Grongo atragantarse con sus fluidos bucales.

Eso ha sido todo por hoy. El lunes tengo ese odioso examen y he de repasar… Qué rollazo.

Uuuh, Navidá~.

07 diciembre 2010

Sobre lo blanco resalta cualquier color

Qué fantástico es este maravilloso puente de días no laboráblebles. Comenzó cuando murió el domingo y acabará mañana, miércoles inmaculado. Es un momento de disfrute y de vive la vida a topeh, excepto cuando se tienen deberes que hacer y exámenes para los que hay que estudiar… Vaya mierda.

Sin embargo he podido disfrutar de muchos momentitos de ozzio (u ocio) En uno de ellos, mientras me entretenía con algo, pensé en cómo traté a ese chiquialumno aquel día en la escuela. Sé que se merecía que su camión de juguete acabara destruido, pero… si se destruyó no fue por mi culpa, sino por la de esos gordos deformajuguetes de chichas bailongas. Los responsables del destrozo son los miembros de esa orgía de sobrepeso, no YO. En fin, qué le voy a hacer.

No entiendo cómo puede alguien encariñarse con un juguete tan horrendo. ¿Acaso transmite placer por sus ruedas y por sus plasticolmillos? No entender, no entender…, ¿o sí? De hecho, yo conservo uno que era de los juguetes menos fascinantes que he tenido y aún así me encantaba. Uff, creo que nunca llegué a querer a un juguete tanto como a ese en aquella etapa de mi vidah. Aquí os lo enseño, recién sacado de la caja de la porquería vieja:


Se llama Edulkorante y surgió de las profundidades del envase repleto de golosinas en donde venía como un regalo sorpresa. Lo conseguí en 1998 cuando era súper peque, dos años antes de que la empresa de golosinas que lo regalaba cerrase. El pobre tiene un diseño muy hortera, pero eso me da igual y no por ello siento más compasión por él. Ahora va ir directo a la caja de donde salió; la añoranza que he sentido solo le ha dado unos cinco minutejos de libertad, ¡mais que suficient!

Dejando los juguetes de lado quiero retomar el tema de los deberes. Mi profesora Chelo nos ha marcado algunos ejercicios de El libro de las oscuras confabulaciones. Los profesores de filosofía como Chelo suelen empezar a aplicar las enseñanzas de este libro a finales del primer trimestre. Según ella, si nosotros supiésemos resolver aunque sea solo uno de los ejercicios de ese libro, nos convertiríamos inmediatamente en los nuevos filósofos del siglo XXI. Es fascinante pero imposiblerg.

He fotografiado un ejercicio del libro. Está relacionado con un pequeño relato que trata de una chica entristecida que pierde su rostro cuando su padre y su madrastra empiezan a ignorarla y a no darle cariño. Esa chica secuestra a la comadreja, la mascota de la madrastra, y se fuga de su casa para hacer cosas raras con ella en un páramo helado. En la ilustración se ve lo que ocurre después. Es algo espeluznante…


Recuerdo cómo el viernes la clase entera se conmocionó al ver los ejercicios de este libro. Cuando la Frussie captó con sus ojos lagrimosos el no-rostro de Lady Geraldine empezó a sollozar por la angustia y a expulsar agüita ocular.

Ahora me encuentro en el dilema de saber cuál de los dos búhos dice la verdad. Según Chelo, la verdad está oculta en el texto y debemos acceder a ella meditando y razonando. Oh, tío, ¡qué hastío! Prefiero los ejercicios de la clase de historia…

Es hora de cambiar de tema que las cosas de clase ABURREN.

Ayer nos propulsamos al campito de la periferia de la ciudad, lugar donde viven los animales más normales y aburridos de la superficie extrametropolitana. Lo guay fue que estaba todo blanquito como un folio para dibujar. Las nubes habían vomitado nieve por todas lados. Se nota que señor Diciembre ha llegado.

Ese día me puse el gorrito y los guantes color oveja, y me ahorqué sin asfixiarme con la bufanda que me regaló mi difunta abuela materna (Abu~ I love iu). Me introduje en la masa congelada y blanquecina de las afueras mientras esquivaba matojos y otros entes vegetales que sobrevivían en el frío lugare. Quería pasear por esos sitios no paseables para no encontrar paseantes indeseables. Pero hubo algo que encontré justo en el mismo sitio donde lo vi por primera vez. Era la sonrosada bailarina frustrada.


Se alegró mucho al verme. Estaba muy abrigadita y cómoda sentada en ese sitio. Se veía muy adorable con ese atuendo invernal.

—¡Hola! Cuánto tiempo.
—Mmmmm…
— Eres muy adorable ♥ —le dije con pudor.
—Mmmmmmmmmmm ♥… —la criatura sonriente parecía comunicarse solo con mmmm.
—Uy, qué linda.
—¿Mmmmmmm? —me miró con extrañeza.
—Perdónenos, queríamos decir lindo.
—¿Mmmmmm? Mmmmm…
—O tal vez lində. Si hablara me podría especificar qué sexo y género es usted —la confusión abarcaba todo mi ser.
—Mmmmm… Yo soy mmmmmmmmm…
—Oh, ¿quieres decir que eres hermafrodita?
—Nommm exactamentemmmmm.
—Eres un misterio en la nieve —le comenté con una suave risa de primavera.
—Símmmm.
—Nos sentimos identificados contigo —le confesé lo que pensaba—. ¿Cómo te llamas?
—Creo que me llaman Ente de Oort —la criatura se identificó con gusto pero con inseguridad. Su voz sonaba fañosa, lenta y grave.
—Interesantex. Cuéntame algo sobre ti, eres muy intrigante —yo me arrodillé ante su cara para escucharlo más de cerca.
—Mmmmmm… Vine desde muy lejos para aprender ballet pero algo salió mal y me quedé aquímmm abandonadmmmmmmmmmm…
—Qué pena. Pero ¿qué te pasó? Me lo puedes contar, yo no se lo diré a nadiex.
—No quiero contarlo, me pongo tristemmmmmm…
—Lo siento.

Después de un silencio chiquitito mirando el cielo nublado seguí atosigándo al ente a preguntas para saciar nuestra curiosidad.

—Y ese líquido verde de aquella vez ¿qué era?
—Crema solarmmm de aloe vera. Me senté sobre ella sin querer, creommmm… —confesó el Ente de Oort.
—Ajam —me desilusioné al oír que solo se trataba de un vulgar ungüento—. ¿Y quién te ha vestido así?
—Una anciana muy simpática que me vio desde lo lejos y que quiso protegerme. Ella me traía comida y a veces se quedaba conmigo. Creo que murió hace una semana por culpa de una enfermedad. Es muy deprimente —Ente de Oort entornó sus ojos y dirigió su mirada al suelo con pena.
—Sí, pobreshita. Es una historia muy amarga. Entonces, ¿llevas aquí desde que te vi por primera vez?
—Símmmmmmmm. No me puedo mover.
—¿Y por qué no te han llevado al médico?
—Porque la gente no me puede ver y los que me pueden ver huyen nada más verme.
—Vaya problemón, no sé si podré ayudarte.
—No creommmm… Pero con que me traigas unos bocadillos de atún y mayonesa lo antes posible será suficiente y de gran ayuda.
—¿Pero no te has alimentado desde que murió la vieja? —lo hubiera hecho o no, el Ente de Oort se había quedado muy delgadus.
—Simmm. Me he comido muchas palomas y conejos que pasaban por aquí pero hace tiempo que no pasa ningún animalito comestible.
—Qué asco —objeté con poca mesura.
—Mmmmmmmmmmm… —dijo con vergüenza.
—¿Vas a seguir llevando esos pompones rosados en los zapatos? Como veo que no te hacen falta tal vez me los podrías dar.
—Mmmmmmmmno… Son especiales para mí.
—Vale, vale, no hay problema. Bueno, me voy ya —solté una pequeña risita nerviosa al escuchar la respuesta.
—Gracias por la visita y si no es mucha molestia, ¿me podrías traer esos bocadillos para sobrevivir?
—Claro, cuenta con ello —le dije al sonriente Ente de Oort mientras me iba pasito a pasito.

Ese fue el diálogo que tuve con esa criatura enigmática. De verdad me gustaría saber de dónde vino ese personoide sonriente, cómo llegó hasta aquí y qué fue exactamente lo que le pasó. Lo mejor es que tengo guardada su sonrisa sonrosada en una esquinita de mi corazón. En serio, digo la verdad.