25 diciembre 2010

Más resplandeciente que nunca

Estamos inmersos en las vacaciones de Navidad, no lo hemos podido evitar… Pero, ¿para qué quejarse? Es mejor tragarse los polvorones con fuerza para oprimir los llantos que empapan con lágrimas nuestros rostros enrojecidos. Tenemos que hacer que retorne la blancura a la esclerótica entristecida de nuestros ojos carmesíes. La Navidad se pasará pronto.

Creo que estoy exagerando un poco, pero es cierto que las fiestas navideñas ya no son NADA importantes para mí. No me suelo alegrar cuando se acercan estas fechas tan frías y ultradecoradas.

Hoy es 25 de diciembre por la mañana y estamos solos en casa. Sin embargo, hace unas cuantas horas, en la noche de Nochebuena, hubo alguien más entre nosotros. Pero antes me gustaría blablablear con orgullo y satisfacción de la decoración de mi pequeño hogar.

Hace unos días monté el belén y coloqué adornos en algunos de los muebles del salón para dejarlos supernavidosos. Instalé también ese elemento indispensable recubierto con pelaje verde de plástico: el árbol de Navidad de toda la vida. Este árbol representa irónicamente estas fiestas mucho más que el chiquirriquitín, el nene de la virgen que se peina y se echa laca en el río lleno de peces que sufren de polidipsia. Colgué bolitas de caramelú de la puapuasué y otras porquerías de colores en las ramitas. Luego coroné la falsa conífera con una cosa que no era una estrella, sino algo más exótico que un sujetador de cocos: un guacamayo.


El guacamayo, o guacamasho, lo consiguió un amigo de mi familie en uno de sus viajes por América del Suru y nos lo trajo en una bolsa con mucha guaca-guaca. Su misión era acabar enculado por el abeto para así adornarlo. No combina muy bien con la ornamentación pero ciertas personas disfrutaban verlo sobre el arbolito. Como la estrella que teníamos fue aplastadah por una nalga sospechosa, ahora el loro ocupa y ocupará siempre su lugar.

Después de cenar una lasagna, vi la tele y luego me fui a mi cuarto a jugar con el ordenador sin festejar la Nochebuena con villancicos y rituales similares. Apagué todas las luces dejando la sala de estar tan oscura como el bañador secreto de La Muerte. Sin embargo, las tinieblas caseras duraron poco. Al cabo de unas horas, cuando el relojete marcaba la 01:32 del día 25, mi casa empezó a iluminarse con un resplandor desconocido. Al principio pensé que provenía de algún sex shop lejano o algo parecido pero el cegador destello de la ventana no me dejaba averiguar de dónde provenía.


Nos hicimos una idea de quién podía ser al ver los corazoncicos que flotaban en la habitación. Aguantamos la incógnita unos segundos mientras nos acercábamos a la ventana que no cesaba de brillar. Algo tras ella se movía lentamente en el aire como una bombilla mágica. Cuando abrí de par en par la ventana, el brillo se debilitó y mis ojos reconocieron cosas que se veían fuera, en la calle. Pasaron unos segundos y la luz se atenuó aún más, al igual que una misteriosa melodía MIDI que se oía en el aire. Por fin pude ver lo que brillaba: era la Pelafrú.


—¡Oh, seis consoladores jumbo en uno! Qué disparatex —hablé bajito para que mi voz no fuera detectada.
—Perdona, ¿has dicho algo? —cuestionó dulcemente Pelafrú.
—Nada, nada, Pelafrú. Hacia tiempo que no la veía. Pensaba que se había ido para siempre —dijimos asombrados.
—No, aún sigo volando por aquí. Tengo mucho amor por irradiar.
—Eso es maravilloso. Por cierto, la veo muy cambiada. Ahora está más gelatirrosa.
—Lo sé. Eso se debe a que he evolucionado. He adquirido un aspecto mejorado y más poder —explicó serena.
—Y está mucho más guapa —dije con timidez.
—Gracias, cariño.
—Uh.
—Si no me equivoco, has pasado la Nochebuena sin compañía —adivinó la criatura flotante.
—Pues sí.
—Noto algo de tristeza en tu interior. Necesitas encontrar un alma que te de alegría en este hogar tan lúgubre.
—Creo que estoy bien como estoy —contesté con seriedad.
—Sí, cielo, lo estás. Pero podrías estar muchísimo mejor.
—Lo tendré en cuenta.
—Haz lo que te digo, sabes que soy una experta en el amor y en todos los sentimientos afectivos.
—Claro, claro —intenté evadir el tema con claros y cambios de conversación—. Pelafrú, ¿cómo ha pasado la Nochebuena?, ¿ha estado sola o es que de verdad es el nuevo Papá Noel?
—¿Cómo?, ¿Papá Noel? No, que va. Yo no he sustituido a nadie. Sigo siendo un ser solitario que vaga por la ciudad, incluso en los días que se pasan en familia. Pero no por eso me pongo triste, porque los lazos afectivos que mantengo con mis seres queridos son tan fuertes que los siento siempre conmigo. Eso es lo bueno de mi poder. —comentó con buen humor.
—¿Y cómo es la vida de su familia sin usted?
—Pues es una vida feliz. La persona que más me importa de ella es mi hija… ah, y también mis padres. Ellos creen que he desaparecido pero mi hija sigue sintiendo mi presencia en su corazón. Mi pequeña difunde el amor que le transmito a mis padres. De esa manera todos sienten la dicha del amor familiar aunque no esté presente.
—Qué bonito todo. Pues si yo me encontrara en la situación en la que está usted, me pondría muy depre.
—Yo debería de estarlo, porque nunca quise convertirme en lo que soy ahora… Pero curiosamente estoy enamorada de mi nueva forma. El amor que llevo conmigo no para de amar, es incontrolable —dijo Pelafrú algo afligida pero sin perder la paz.
—¿Incontrolable como los perros que se mean y que desesperados quieren salir a la calle para vaciar sus vejigas?
—Extraña comparación, pero sí, es lo mismo.
—Pelafrú, me dah curiosidah… ¿quién cuida ahora a su hija? —preguntamos intrigados.
—Mi marido, del que nunca me llegué a divorciar cuando era humana.
—Interesante, me lo apunto.
—No hace falta que apuntes nada —se apresuró a avisarme.
—Otra cosa, ¿se ha pasado por mi casa por alguna razón en especial?
—En parte, sí. Tú eres una de las pocas personas que puede verme.
—¡Ueeeeeh!, supersatisfecheeee…
—Jijiji. Además, quería reprocharte esa actitud desagradable que sostienes en tu amistad con la madre del bebé desaparecido —dijo Pelafrú sonriente.
—¿Pero qué dices? Yo no sostengo ninguna actitud desagradable —declaré con rectitud.
—Yo he notado que sí. ¿Recuerdas aquel día en la Iglesia de la Lupa? Te burlabas discretamente de ella diciéndole tonterías todo el rato para chincharla.
—Qué entrometida ¿Y tú cómo sabes eso? —osadamente le pregunté.
—Estuve flotando casualmente por allí ¿No te fijaste en las farolas que brillaban con una luz fucsia? Eso indicaba que estaba muy cerca de allí.
—Pues yo me comporto como creo necesario.
—Yo sé por qué te comportas como tal y no creo que debas seguir comportándote así. Sé que te gusta molestarla al recriminarla por su terrible despiste, en el que por un segundo perdió a Poesía. Sientes que debes castigarla ya que por ello Poesía ha desaparecido. También veo que la molestas por otras razones, pero eso no es importante ahora… Además, uno de tus deseos más crueles es el de que ella sufra la ausencia de su hijo durante el mayor tiempo posible para que valore las nefastas consecuencias del error que cometió como su propia condena. Aunque, contradictoriamente, deseas que Poesía vuelva con sus padres, pues opinas que ese bebé no debe sufrir.
—¡Me has analizado a fondo sin mi consentimiento! —grité disgutadis.
—No te irrites, cariño. No puedo frenar mis habilidades. Con ellas puedo percibir los sentimientos de las personas de los alrededores —dijo con suavidad muy maternalosa.
—Pues si es así… no sé qué decir —estábamos muy anonadados.
—No hace falta que digas nada. Solo te pido que dejes de tratar de ese modo a la madre de Poesía. Ella realmente no tiene la culpa de su desaparición. La culpa la tiene la persona que lo ha secuestrado.
—Oh, ¿y no puedes detectar los sentimientos de Poesía para saber dónde está?
—Ya he pensado en eso y no hay rastro de Poesía en toda la ciudad —informó con pena.
—Pobre beibi… tenemos que encontrarlo como sea —dije con un atisbo de esperanza en mis adentros.
—Eso lo dejo en tus manos. Yo ya he perdido mucha consistencia física en esta realidad.
—Lo sentimos.
—No pasa nada. Ahora espero que ordenes un poco tus pensamientos. No quiero ser pesada, pero mis poderes me incitan a actuar como orientadora del corazón y el tuyo está muy caótico. Debes hacer uso de la ética y de la inteligencia emocional para que te des cuenta de qué es lo que está bien y lo que está mal.
—Esta charla me ha servido de mucho, Pelafrú. Intentaré cambiar mi modo ser, cerecita a cerecita.
—Como debe ser. Una última cosa, ¿no te has olvidado de hacer algo en estas últimas semanas? He detectado algo que mantiene un tenue vínculo emocional contigo y que pide algo de ti, pero no sé qué es realmente.
—¿Mugumuá?, me he quedado en blancop. No sé a qué te refieres —dije extrañadis
—Pues no tengo tiempo para explicar. Ahora he de irme. Mi misión aquí ha acabado y he de potenciar el amor y los buenos sentimientos en aquellas personas egoístas o maliciosas.
—Pelafrú, quiero preguntare muchas cosas. ¿No puedes esperar? —tenía ansias de saber.
—Lo siento, pero he de seguir con mis prioridades. Me voy a continuar con mi trabajo, aunque no lo haga muy bien. Oh, carámbanos… lo mío era pelar frutas, no esto pero… ¡fruiiiiiiiiiii♥! —la Pelafrú, algo apurada, se alejó de mi ventana con una mezcla de alegría y de confusión en su ser.
—Adiós, Pelafrú. Espero volverte a ver.

La Pelafrú se esfumó cuando ascendía hacia el cielo nublado de la noche. Un destello fucsia fue su señal de despedida antes de desaparecer esparciendo corazoncitos de luz.

Ese era el misterioso personaje que me acompañó en esta fría noche festiva. Fue una visita fortuita que me ha hecho ver las cosas de otra manera. La Pelafrú es una excelente consejera, aún cuando no le pides ningún consejo. Ella es realmente fascinante y enigmática.

A partir de ahora, AHORA MISMO, no torturaré más a la pobre Mamá Bebé. Ella ha cometido muchos errores pero es mi amiga y su hijo está no-en-casa. No debo reprocharla por lo que sucedió solo porque me de rabia que haya sucedido, NO SEÑOR, NO. No todos los padres son malos padres… Mamá Bebé y Papá Bebé necesitan todo mi apoyoh.

Creo que se ha gastado el saco de cosas que decir. Ay, este invierno es muy largo y las fiestas no acaban. ¿Habrá alguien a mi lado en Nochevieja engullendo uvas al son del reloj-on-TV?

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