01 enero 2011

La danza de los primeros segundos del año

Cuando el calendario gregoriano sube de nivel la gente se propone mejorar cosas en su vida. La Pelafrú me ha enseñado a ver la realidad de otra manera y yo no puedo empezar el año 2011 con malas patas. Tengo mucho por hacer y quiero hacerlo bien.

¿Sabéis qué?, el día 30 de diciembre me llamó por telefunny la madre de Yonson Marcelo (es muy gracioso llamar al teléfono así, ¿verdad?). Iris me invitó a la fiesta de Nochevieja que se celebró en su casa. Nunca imaginé que algo así ocurriría, pues yo, en un principio, veía venir desde muy lejos que la deprimente soledad se iba a tomar unas uvas ficticias conmigo en la última noche del año. Pero afortunadamente hubo sumnongles de carne y hueso que me acompañaron y uvas de pulpa y pipa que masticar.

Según dijo Iris, fue idea de Yonson lo de invitarme a su casita, pero no sé si eso era verdad. Sin embargo sé que le caigo bien al joven Yonson, aunque a veces parezca que no.

En el día de Nochevieja vestí mi cuerpo con las ropas más formales que pude capturar en el mundo del armario, para que adquiriera un aspecto refinado como el de una figurita de terciopelo gótico. Me llevé, como siempre, mi mochila con varios objetos indejables en su interior. Cuando llegué al hogar de Yonson, su madre me abrió la puerta y yo entré esquivando objetos por el camino hasta llegar al final del luminoso pasillo, donde el señorito de la casa se escondía.

—Feliz Noche de la tercera edad.
—Qué ingenioso ha sonado —contestó Yonson sarcásticamente—. ¿Cómo lo llevas?
—Estupendis, pendis —respondí mientras me fijaba en su chaqueta—. Oh, Yon, te has vuelto a manchar de pintura ¿Cuándo vas a terminar de pintar la Capilla Sixtina?
—Lo sé, joder. No me di cuenta.
—Ay, qué torpe… ¿me la enseñarás?
—¿El qué?
—La Capilla Sixtina que me estás ocultando.
—No te flipes, no hay ninguna capilla de los cojones —respondió hastiado.
—Ok. Oye, estás muy guapo, pero te hace falta un detalle.

Comencé a buscar algún artefacto divertido para adornar el atuendo del sumnongle. Atisbé los elementos de los alrededores y no había ni melocotones ni abanicos de plumas para darle más gracia a Yonson, pero sí encontré algo que se podía colocar en su cabeza. De hecho, se lo coloqué después de haberle pedido que cerrara los ojos.


—¿Qué me has puesto?, ¿un gorrito? —preguntó extrañado.
—Sí, todo el mundo se pone uno. Yo me pondré uno igual para que no me discriminen.
—Son horribles. Los compró la cociñeira y no me gustan…
—Ahora que lo pienso, sí, son horribles. Es más, te sonará como una payasada pero parece que tienes un payaso cónico succionándote los sesos. Lo siento pero es que da mucho de que hablar~.
—Bah. Me lo quito y se acabó el problema. No me lo vuelvas a poner y métete las manos en el bolsillo que la emoción te descontrola —Yonson estaba algo tenso, no se le veía receptivo a las bromitas.
—¡Eish!, tranquilízate, chaval —repliqué ligeramente alarmadis.

A las 20:15 ya estaba todo listo. Yonson se puso de mejor humor cuando no hubo nada más que preparar. Después de una breve inspección a las cositas de la habitación de Yonson, él y yo nos dirigimos a la cocina a ver a la cociñeira. Nos detuvimos en frente de la puerta; estaba cerrada.

—No podemos entrar.
—¿Por qué?
—¿Has visto el cartel? Dice: Coidado, cociñeira traballando. Non entrar y significa cuidado, cocinera trabajando. No entrar en gallego.
—Me lo suponía. Ostras, yo la quería saludar.
—Espera un poco, creo que ya está acabando.
—Está bien.
—Oye, ¿qué tal las notas del primer trimestre? —preguntó para iniciar una nueva conversación.
—Suspendí tres —respondí algo afligidә.
—¿Sí? Bueno, ya las recuperarás.
—¿Y tú qué tal?
—Bueeh, ahí, ahí. La cosa va regular-bien, pero ha habido muchos follones con algunos profesores hijos de puta —expresó con un suave tono rabioso.
—¿Ah, sí? Pues en los últimos días de clase hubo un problemone con una chica de mi clase que se había quedado con una llave de la escuela. Aún no la ha devuelto y mi tutora y los de consejería le han echado la bronca. Creo que incluso la han llamado a casa.
—Qué idiota. ¿Para qué quiere la llave? —preguntó asombrado.
—No hay idea…

Unos segundos después, en el más profundo silencio pasillero, se oyó a alguien hablar dentro de la cocina.

—Adeus, papá. Dalle un bico a mamá da miña parte. Feliz Noitevella.
—¿Esa era la cociñeira? ¿Con quién estaba hablando?
—Con su familia. Estaba hablando por teléfono —explicó Yonson. Luego nos quedamos unos segundos sin decir nadda.
—No aguanto más. Quiero ver lo que hace la cociñeira, tengo una tremenda curiosidad.
—No abras la puerta. Cuando la cociñeira cocina es peligroso —advirtió apresuradamente, pero sin llegar a tiempo a cerrar la puerta que yo ya había abierto.

En el interior de la cocina estaba ella, haciendo mil barbaridades con cachivaches sobrenaturales. Lo que ocurría dentro era un show culinario que impresionaba nada más verlo.


La cociñeira estaba concentrada en su trabajo, lo hacía muy bien. Cuando se percató de que la cocina había sido abierta, gritó para que la cerráramos de inmediato.

—¡Rrrrrrrrruuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!
—Lo siento, cociñeira. Te cierro la puerta —se disculpó Yonson (por mí) y selló la entrada de la dimensión cocinística y tecnológica.
—Ooooh, ¿has visto? Hay un montón de chismes y manos cortando, revolviendo y cogiendo cosas. Parecía una película de terror sobre robots.
—La cociñeira ha modificado nuestra cocina con sus artilugios. Por eso es peligroso entrar cuando ella trabaja; hay miles de cosas que se lanzan por los aires y manos robóticas con cuchillos. Espero que hayas entendido que no se puede abrir la puerta de la cocina en esta situación —argumentó Yonson con mucha seriedad.
—Lo sentimos… Pero ahora estoy en shock ¿De dónde ha sacado ella todo eso?
—De su taller. Ella antes trabajaba en la NASA, pero ahora trabaja aquí, en mi casa.
—¿En la NASA? ¿Ese lugar donde violan fetos de marcianos secuestrados? N, no me lo creo…
—Allí no violan a ningún marciano. La cociñeira trabajó allí hace unos años y se fue.
—Pero ¿por qué se fue? ¿Hirió a alguien con uno de sus inventos? —queríamos saber más y más.
—Que va… Se fue por su cuenta. La NASA le suplica que vuelva porque ella es un verdadero prodigio. Pero no quiso someterse a tanta presión y decidió venir aquí y vivir una vida más sencilla entre nosotros —Marcelo se cruzó de brazos mientras narraba los hechos.
—Qué fuerte me parece todo esto… Yo no me iría nunca de la NASA.
—Pues ella lo ha hecho. No le apetecía sentirse como la mastermind suprema. Quería trabajar aquí con mi madre, a la que conoció en Estados Unidos y a la que considera su mejor amiga.
—Vaya, no sabía nada de su historia.
—Ahora sí —Yonson se tomó una pausa y evocó en su mente la imagen de la cociñeira de la que tanto había hablado—. Joder, la cociñeira está buenorra. ¿Has visto qué sexy estaba con su vestido?
—Ummm, sí. Uhuuuh~, Yonson… quién diría que te ibas a sentir cautivado por el aspecto de doña Cocinitas.
—Ahg, cállate. No se lo digas a nadie.
—Punto en cremallera y pío.
—¿Eh?

Media hora más tarde, la casa de Yonson Marcelo comenzaba a llenarse de familiares. Ninguno de ellos me conocía, lo que me hacía sentir como una persona acoplada que se dejó caer descaradamente por allí. Sin embargo, todos los miembros de la familia materna de Yonson, simpatizaban sin problemas conmigo. A dos horas de que muriera el año 2010, los tíos, primos y los abuelos de Yonson Marcelo, entre otras gentes, se sentaron en la mesa del comedor. Nosotros hicimos lo mismo y veíamos cómo colaboraban entre todos para colocar las comiditas en la superficie del mueble de cuatro patas.


—Hay muchas cosas que huelen BIEN.
—Sí, desde luego. En mi familia cocinan muy bien —dijo Yonson, que se había sentado a mi lado derecho.
—Quiero ver el plato estrella de la cociñeira.
—Tú espera. Mientras podremos probar un poco de midnight cangrejo y cerezas camufladas.
—¿Y eso de ahí qué es? —cuestioné asombrado.
—Son albóndigas peludas, las hizo mi tía Nolari Cariñesa, la hermana mayor de mi madre. Es la que lleva el floripondio amarillo en la cabeza.
—Parece que es un primor. Voy a coger una albóndiga.

Cuando mi mano sobrevoló a unos centímetros de la bandeja de las albóndigas se oyó un tremebundo golpe, algo así como un ¡SLAP!

—Tché, no se come nada hasta que no estén todos sentados —comentó la tía Nolari después de haberme pegado en la mano para evitar que me alimentase.
—Ay, joder, cómo duele. Ay… ¡la verruga mala!
—Oh, cariño ¿te he dado en la verruga de la mano? Lo siento, no la había visto —se disculpó arrepentida.
—En realidad no tengo verruga, pero dueleeeeh —mentí quejándome like an idiot.
—No exageres tanto… —intervino Yonson.

En poco tiempo la cociñeira, Iris y los demás se sentaron junto al resto para disfrutar de la gran variedad de exquisiteces que se podían comer. En un determinado momento, a Yonson le sonó el móvil. Lo estaban llamandox…

—¿Qué?, ¿te gusta la comida? —preguntó Iris amigable.
—Sí, está para comérsela —afirmé sonriente.
—¿Oíste? —dijo el abuelo de Yonson, Palanco Cariñesa, que estaba sentado a mi izquierda. Había hablado muy poco durante la cena, tal vez porque su demencia senil no le deja decir nada coherente.
—¿Sí?
—Está hablando con el mentiroso —susurró con cara de pícaro refiriéndose a Yonson, que hablaba por su móvil.
—¿En serio? ¿Quién es el mentiroso?
—¿Eh?
—Era un amigo mío, que me estaba felicitando —Yonson comentó para disipar la incertidumbre.
—Yonson ¿tu amigo es un mentiroso?
—No. ¿Por qué demonios dices eso?
—Es que la vejez me confunde.
—Si lo dices por mi abuelo, no le hagas caso.

Cuando la cena casi había acabado, el abuelo de Yonson se dirigió hacia mí nuevamente para proponerme algo en voz baja.

—Oye, viejita, ¿quieres venir conmigo al cuarto? Tenemos muchos discos que escuchar.
—Eh, yo no soy una vieja.

Ocurrieron cosas sospechosas en el transcurso de la última ingesta de alimentos del año. Además había rumores de que el primo de Marcelo, el de la cara amarilla y feliz, me estaba mirando fijamente. Después estuve todo el rato esquivando al viejecillo que deambulaba sin rumbo como una bola de pinball en un tablero lleno de gente bailando con uvas en la mano. Faltaban cinco minutos para la cuenta atrás.

—Yonson, ¿tienes pensado salir por ahí de marcha?
—No, que va. Ya hay una fiesta en casa. Ya verás que la fiesta llegará al climax dentro de poco y te darás cuenta de que es de idiotas salir a la calle, donde hay miles de borrachos pesados. Es mejor quedarse aquí —explicó Yonson alegre.
—Estamos superintrigados.
—Silencio, ya empiezan los cuartos —la tía Nolari, enardecida, pidió que cesaran los ruidos.
—Oooh —dijo uno.
—Uuuuh —dijo otra.
—Lalalá —dije yo (que fue la última cosa que dije en el año).

Hubo una breve tensión y de repente toda la familia, hasta los niños más revoltosos, miraron a la pantalla del televisor de plasma con sus bocazas abiertas listas para engullir.

—12 —espetaron los presentadores del último programa del año.
—11.
—10.
—9.
—8.
—¡Glups!
—7.
—6.
—¡Mamá!
—5.
—4.
—¡Tché!
—3.
—¡No quiero morir!
—2.
¡SLAP!
—1.
—¡Mwaaaaaaaang!
—¡FELIZ AÑO NUEVO!

Un surtido de gritos, risas, pipas de uva, besos y abrazos inundó la sala. No pude esquivar las muestras de cariño de esa gente que chocaba entusiasmada entre sí llena de serpentinas, confeti y con copas de cava en la mano. Luego me di cuenta de que la cociñeira había desaparecido misteriosamente. No había rastro de ella y la gente comenzaba a silenciarse después de tanto escándalo… parecía que esperaban que algo asombroso ocurriera.

De pronto se apagaron todas las luces de la casa y una música trance muy espacial y especial comenzó a sonar. Del techo descendió con lentitud un televisor pequeño colgado de un cable. Emitía una luz blanca muy enigmática. Después, la gente rodeó el televisor observando la pantalla mientras la música evolucionaba a una con un ritmo más intenso. En la pantalla surgió un rostro: el de la cociñeira. Ella se había escondido en un lugar secreto de la casa para organizar tal espectáculo. Al final, el evento misterioso acabó con el salón iluminado nuevamente, pero esta vez con varios focos de colores y efectos lumínicus muy oníricus. Una niebla fría cubría el suelo mientras que del techo unas luces dibujaban el número 2011 al son de la canción que la cociñeira cantaba desde el televisor. Tenía una voz digitalmente robotizada… era muy marchosa.

—¿Has visto? A esto me refería yo.
—¡Diosa mía, menuda fiesta! Es increíble… Además el salón parece muchísimo más grande ahora—no podíamos estar más anonadados.
—Jejeje. Esto es lo que la cociñeira ha aprendido en la NASA. Es genial y sabe montar estas funciones tan chulas como nadie más sabe hacer. ¡Ella es muy pro! —gritó Yonson muy animado.

Yonson se fue a bailar a la pista junto a sus primos y tíos. Su madre, que muy guapa estaba, se deshizo el moño para sentir el éxtasis de la música con más soltura.


Qué maravilla…

Desgraciadamente el señor Palanco me captó de nuevo para marearme con otra memez.

—Mira, me han puesto un testículo de sapo en la bolsita de las uvas.
—No es un testículo.
—¿Qué?
—Aaaah…
—¿Qué?
—No es un testículo, es una uva. Cómase las diez que le quedan —le pedimos aburridos.
—No me pienso comer los huevos de un animal. Los hijos de puta de los Garcita me la han vuelto a jugar —el señor se volvía algo cascarrabias.
—Pues no te los comas y punto.

Una vez la fiesta acabó, la mayoría de los agotados invitados se despidió entre risas, entre las 2:00 y las 4:00 de la mañana del primer día del año. Yo me tenía que ir a casa: era demasiado tardex y queríamos dormir.

—No digas bobadas, quédate en casa esta noche —me propuso gentilmente Iris.
—Bueno, vale. Me quedaré con Yonson.
—¿Conmigo?
—Sí, y así nos contamos nuestros secretos más guarrujos.
—No será posible. En mi cuarto está el abuelo, en la habitación de invitados están dos de los primos y en el de la cociñeira no cabe nadie más. Mi madre no se ha dado cuenta pero no hay más hueco.
—El abuelo está con la abuela en el cuarto de invitados. Tú te puedes quedar en el de Yonson —me indicó Iris.
—Ah, vale.
—¿No quieres que me quede? —preguntamos a Yonson, que se le veía distraído.
—No es eso, es que pensé que no había espacio.

La primera mañana del año la pasé en casa de Yonson Marcelo. Era la primera vez que me quedaba a dormir en casa de un sumnongle no-familiar. La fiesta estuvo estupenda pero la mañana siguiente fue muy somnolienta…

Creo que estas vacaciones han gastado toda su magia en Nochevieja. El siguiente turno es para el Día de Reyes. ¿Me traerán regalos esos camellos pordioseros?

No hay comentarios:

Publicar un comentario