22 enero 2011

Tentaciones con alas de insecto

He pasado mucho tiempo sin escribir nada. Mis dedos no han colisionado contra las teclas para escribir desde hace casi dos semanas. Lo siento, no ha habido muchas cosas que contar.

Bueno, sí, algunas… El gordito sudoroso de mi clase ha sido condenado a hacer ejercicios en la gordizona. Algunos compañeros y yo lo animábamos para que se agitara más y más, porque su grasa no iba al son de la canción que los otros obesos cantaban. El pobre estaba muy atolondradoh…

Como hoy me he portado bien he decidido propulsarme hacia los adentros de las afueras de la ciudad. Todavía hay mucho que explorar en aquellos lugares tan exóticos. Entre esos lugares está el desfigurado barrio de Valdorrendo. Siempre quise inspeccionar esa zona, y de hecho lo hice… lo lamentable fue que me perdí en ese viejo suburbio en menos de un minutou.

—Socorro, socorro, me he perdido. ¿Alguien me puede decir cómo salgo de este barrio? —pregunté gentilmente en medio de una calle con la esperanza de que alguien me contestara.
—Joven, joven, avánzala con cuidado, sigue caminándola hacia el norte hasta que del barrio te hayas escapado —una voz de señora amable sonó desde la ventana de una casa.
—Gracias, gracias, por su ayuda señorosa —agradecí con voz alta a la mujer que se encontraba en un lugar no identificado.
—No te agotes y pisa fuerte. El destino te espera, es evidente —la voz de un viejo se oyó desde otro punto de la calle.
—Gracias nuevamente. Ahora tengo muchos consejos que me permitirán salir de esta sin problemas.
Pasita a pasita se hace la caminita. No lo dudes y no te pares ¡Apúrala! —espetó una anciana preocupada desde una remota ventana.
—No más consejos, por favor. Os lo suplico —abrumados, no quisimos oír más información orientadora.
—Corre, corre que os pilla… y un, dos, tres, ¡capturadín estaréis! —gritó un señor que quería atemorizarme.
—¡Ya basta! ¡No más consejos, no quiero más!

Entre llantos y pañuelos con mocos huí como GACELA de ese ensombrecido infierno periférico. Sentí el temor en mi sangre; esas voces me desorbitaban y me confundían. Casi no salía de esa calle. Sin embargo, tanto apuro me liberó de las zarzas de la malicia, y, en un abrir y cerrar de ojos, acabé en una calle más alegre en donde brillaba un tímido rayo de sol.

Me introduje luego, sin darme cuenta, en un callejón sin salida, de esos en donde algunos pervertidos guarrean con prostitutas y en donde te pueden birlar el móvil y las pulseras de oro. Cuando quise salir de allí un pequeño óbice taponó la salida impidiendo que accediera a la otra calle. Se trataba de un sumnongle oscuro y con pelo de color mermelada de frambuesa de plástico.


—¡Ah! A ti no te he visto nunca —dijo el amigable señorito.
—Es que nunca paseo por estos lugares —sorprendidos, miramos a la nube verdusca con olor a fosa común de calamares putrefactos.
—Lo sabía. Eh, ¿sabes que este es mi callejón?
—Nono.
—Pues lo es —asintió con petulancia el apestoso.
—Yo también he adquirido un callejón. Es mi área urbana preferida —repliqué yo sin sinceridad.
—Un área urbana no es nada si no se puede jugar en ella.
—En mi callejón yo juego al ratón catapum & queso.
—Fantástico. Por cierto, me llamo Hedorino —se presentó así mismo muy sonrientex.
—Te pega como anillo al cuerno, cochino… —dijimos con una voz tan tenue que no pudo ser oída.
—¿Eh?
—Nada.
—¿Te gusta coleccionar cartas? Yo acabo de conseguir la sota de bastos y el tres de oros —Hedorino, muy presumido, empezó a manosear sus nuevas cartas.
—Yo también las colecciono. Yo conseguí hoy la reina de espadas. Me la compré antes —mentimos para hacernos los interesantes.
—¿Cómo? ¡Eso es imposible, no existe! Déjame verla.
—Ah, no…, es que me da vergüencita.
—¡ENSÉÑAMELA! ¡Quiero ver esa jodida carta! Seguro que es otra carta retocada —del asombro pasó al enfado. Estaba ansioso por ver esa cartita que en realidad no tenía.
—Es que no puedo enseñártela porque…
—¿CÓMO? ¡DÉJAME VERLA YAAA! ¡SI NO ME LA DEJAS VER TE TRAGARÁS LA PAPILLA DE PESTE QUE DESPRENDO! —muy enojado y gritando, Hedorino estaba fuera de sí, anhelaba ver la inédita carta que le faltaba.
—¡No, por favore! Déjame salir de este callejón —la situación se había descontrolado a causa de la trola. Deseaba eludir a ese horroroso y oloroso sumnongle.
—¡ESO NUNCAAAA!
—¡Qué amargura!

Cuando se abalanzó sobre moi para registrar mis pertenencias en busca de la carta, yo tuve la oportunidad de esquivarlo. La fétida niebla que desprendía fue muy ventajosa pues anulaba toda visibilidad y con suerte conseguí escapar del callejón dejando al escandaloso de Hedorino cegado por sus propios gases. Huimos muy asustados calle arriba, calle abajo, al centro y pa dentro. El hedor de sudor reseco, pis y heces fecales prehistóricas había impregnado mi ropa. En una plaza recóndita y bien ventilada me puse a llorar del susto. El día no marchaba muy bien.

A las 14:30 me comí un súper deliciosy sándwich de comida para apaciguar mis penas y mi apetito. Cuando acabé me dirigí por una calle distinta a la que pasé para encontrar la salida de ese odioso y sombrío barrio. Sin darme cuenta, me topé con algo fuera de lo común: Era Fung Wong fuera de su hábitat natural y vestida como una fashion dolly. A su lado se hallaba un sumnongle con cara de mala persona. Ambos se encontraban en un viejo solar acompañados de unos mosquitos atontados de gran tamaño y de una extraña criatura que vomitaba sustancias anaranjadas.


—Uh… la mafia estos días se ve más ridícula que antes —comenté al verlos de cerca.
—Jijiji. ¿Mafia? Yo no soy mafia, jijiji —dijo con muy buen humor.
—¿No eres de los Yakuza, mi pequeño símbolo asiático? —pregunté con suavidad.
—¿Eso no es la mafia japonesa? ¡Yo soy china! —respondió asombrada.
—Perdónenos. En realidad ya lo sabíamos.

Fung resopló y se alisó el vestidito. Le daba mucha importancia a su imagen.

—¿Te puedo preguntar por qué vas así vestida?
—Claro —aceptó alegremente.
—¿Por qué vas así vestida?
—Quiero atraer clientes con este vestido tan llamativo~. En esta zona hay gente que le gusta ver vestidos como el que llevo puesto.
—¿Estás buscando a un cliente-marido? —cuestioné asombrado.
—No, jijiji. Estoy atrayendo a los clientes hacia mí para hacer publicidad de mi tienda, que está en esa esquina. Lo que quiero es que se vayan a comprar allí.
—Oh, pues yo pensaba que la parada de autobusu era tu hogar.
—Qué tontería, jijiji.

Sugió un nuevo silencio muy chiqui. El chico que estaba al lado de Fung Wong me miraba con extrañeza.

—Hola —saludé con armonía.
—Hola —saludó con desconfianza.
—Uy, tu pelo parece estar hecho de patas de tarántula —volvimos a hablar en voz baja para que el sonido de nuestra voz no fuera detectado.
—¿Eh?
—Nada.
—Pues a ti parece que un camello te ha cagado diarrea encima —el sumnongle del gorrito de mago me insultó ofendido tras haber oído lo que yo creía inaudible.
—Oh, p-pero qué obscenidad —dije nerviosamente.
—Te jodes.
—Haya paz. No quiero que os peleéis —Fung quería transmitirnos bienestar y cordialidad.
—Fue todo culpa mía, lo admito —reconocí que me había pasadoh.
—Oye, Victroyd, dentro de cinco minutos vuelves a rociar el antimosquito, que no quiero que apeste demasiado —Fung quiso cambiar de tema lo antes posible.
—OK.
—Tengo curiosidad, ¿por qué están esos mosquitos rarísimos en este solar?
—Porque el monstruito de allí atrás vomita samolejo —ella señaló al ente naranja y deforme y con rostro agonizante cuyo cuerpo alargado colgaba por detrás del muro. Era asquerosillo (demasiado asquerosillo).
—Salmorejo —corrigió Victroyd.
—Eso, salmorejo. Y los mosquitos se crían y se alimentan en él.
—Qué rico, me lo comería pero no tiene tropezones de huevo, ni de jamón, ni de pan.
—Qué asco…
—¿No se puede asesinar al monstruo naranjita? —pregunté intrigadis.
—Lo hemos intentado, pero si nos acercamos mucho a él gruñe de una manera terrorífica. Parece un oso —Fung sintió un ligero escalofrío travieso.
—Oh…
—Lo que hace Victroyd es rociar a los mosquitos con insecticida. Yo le he dado trabajo para que los extermine porque yo soy muy torpe matando bichos y necesito ocuparme de mi tienda. Si siguen los mosquitos aquí la gente se asustará y no entrará, por eso me disfrazo, para contrarrestar la repulsa que sienten las personas hacia los mosquitos con mi disfraz sensual —explicó Fung.
—Yo soy muy habilidoso matando bichos, aunque soy alérgico a los mosquitos. Pero necesito dinero para comprarme cosas por Internet —dijo Victroyd ilusionado mientras Fung se dirigía a su tienda.
—Esos mosquitos vuelan muy despacio, parecen muy fáciles de aplastar.
—No te creas, aunque ya falta poco para que no quede ni uno. Están medio drogados.
—Otra pregunta ¿Qué es esa caja que tienes ahí?
—Es un escenario de muñecas bailarinas.
—Suena tan divertido como un día en la playa ¿Puedo verlo?
—Tienes que pagar cinco euros si quieres ver el show de las muñecas —dijo seriamente.
—Tengo algo de pasta pero tiene pinta de no ser gran cosa.
—¡Ja! Claro. Se nota que no tienes ni idea. He ganado setenta euros desde que empecé a trabajar aquí para Fung con el show de las muñecas; es mi segundo trabajo. La gente se flipa cada vez que las ven menearse... —dejó bien claro que su show no era una porquería.
—Bueno, parece que no voy a malgastar mi pasta.
—Sácala —pidió Victroyd con una voz acuervada.
—Espérate.
—¡Sákala y dámmela!
—Toma, coñet —irritadə le di los euros al nene y acto seguido se oyó un ka-chin (es el sonido que a veces se oye cuando te dan dinero).

Victroyd, después de asesinar a dos mosquitos, abrió el telón y puso en marcha la musiquilla de organillo.

—Para mí esto es más fácil que partir un saltamontes en dos pero para cualquier otro humano esto es imposible de hacer —con una mueca malévola, Victroyd dio comienzo a su espectáculo mientras nosotros lo contemplábamos como búhos.


Pasaron cinco minutos mágicos y el show acabó. Las ocho muñecas bailaron rítmicamente de un ladus a otro ladus sin chocarse ni estallar. Había mucha sincronización, simetría, música y efectos especiales.

—Oh... OoOoOoh… ¡Aplausos, aplausos! Estuvo muy entretenidox y me encantan sus vestidos.
—Gracias —agradeció complacido.
—En efectivo. Oye, ¿estas muñecas se venden por ahí?
—En teoría sí. A mí me las dieron por ganar un concurso. Me confirmaron que son carísimas pero tengo mis sospechas.
—Lo que es sospechoso es cómo las mueves ¿Cuál es tu truquito? —cuestioné con interés.
—El poder de la escuela —contestó librando un aura de misterio.
—¿Qué? ¿Tu escuela tiene poder? ¿Cómo puedo conseguir el poder de mi escuela? —pregunté insistente.
—No creo que tú lo puedas conseguir de tu escuela, a no ser que seas del SUCSO o hayas estudiado en él.
—Pues no, mi escuela es El Diptongo de Coser y Cantar —expresé desanimadis…
—Tu escuela no tiene un santo como líder. El instituto en el que estudié fue fundado por una santa llamada Meta Sopenium, una antigua directora que adquirió ciertos poderes divinos y los usó para acabar con el pecado y la maldad de varias ciudades del mundo.
—Qué envidia… La directora de mi colegio no tiene poderes, es una rancia.
—Pues la fundadora de SUCSO hace años que murió, pero una mínima parte de su poder permanece dentro del santuario del instituto que la conmemora —comentó sintiendo algo de nostalgia.
—Yo quiero ver a la líder, QUIERO VERLA CON MI OJO —le pedí con todo mi corazón.

Victroyd se sacó una estampa del bolsillo con la imagen de Meta Sopenium. Su imagen me dejó sin palabras (por un rato).


—Es súper molona —estábamos pasmados al ver su aspecto tan kick ass.
—Se sale…
—De lo normal —continué yo.
—Además ella ha luchado contra personas inmorales y contra las filosofías más corruptas. Hace cincuenta años ella venció a la peligrosa Pépida la Cigarrera.
—Oh… Maravillé. Qué pena no haber estudiado en tu antigua escuela, habría conseguido alguna habilidad.
—Solo consiguen habilidades los mejores, en teoría. No por matricularte allí te vuelves Dios —especificó rompiéndome mis ilusiones.
—Mueh… ya no hay nada que hacer. Y yo que pensaba que los poderes para controlar muñecas venían de tu sombrero.
—¿De mi sombrero? No, esto es solo decorativo. Se lo robé a una ardilla hace unos años —comentó orgulloso de sus hazañas.
—Pues debía ser una ardilla cabezona.
—No. Lo que pasa es que el gorro se ajusta al tamaño de la cabeza. Y también cambia de color; cuando yo me lo puse se pasó de azul a rojo.
—Si me lo pongo yo ¿cambiará de color? —tanta cosa sobrenatural me entusiasmaba de veras —¿Me dejas probarlo a ver qué pasax?
—No, lo siento.
—Solo momentitus, SOLO MOMENTITELS.
—Que no, joder —dijo Victroyd muy severo.
—Ey, My Sweet Valentine♫.
—...
—¡Un segundo solo, antes de que me vaya! —no paraba de atosigarle para conseguir mi propósito.

Después de obstinarme tanto en pedírselo, vi cómo Victroyd transformó su hastío en una mueca tenebrosa que congeló mi espíritu nada más mirarla.


—¡Ay, qué cague! —el gesto era tan diabólico como la tétrica atmósfera que se había originado en torno a él.
—¿Esa carita otra vez? —preguntó Fung que había vuelto de la tienda para controlar el tema de la fumigación.
—Nunca había visto una cara así.
—La pone de vez en cuando. Puede que esta cara signifique que no le caes bien.
—Eso es como patada en el culo.
—Si quieres preguntarle qué opina de ti tienes que esperar a que vuelva a poner una cara normal —dijo Fung aburrida.

El tiempo fluyó como la saliva de coco entre los pechos de una modelo en Brasil de Brasiley. Victroyd se mantuvo inmóvil y con la misma cara durante cuarenta minutos. Cuando concluyó la espera, Victroyd no quería hablar conmigo, estaba muy ensimismado con sus rarezas.

Pasé de todop. No me despedí de él y me fui del solar en busca del camino a casa. Eran las cinco menos algo de la tarde cuando reanudé la marcha. Desgraciadamente no empecé bien pues no hice más que dar rodeos y vueltas extrañas sin poder salir de ese lugar. Pero en una callecita muy cucurusa, atisbé una masa de colores muy resentida. Me dirigí hacía a ella cautivadis por esos tonos tan llamativos.


—Oh, qué dolor, qué dolor… Esos ojos de comecocos que tanto idolatraba… me han hecho mucho daño —murmuró el joven pegado a la pared.
—Lalelilolú, me gustan los colores que tienes ¡TÚ! —le dije al desconocido.
—¿En serio? —preguntó sonrojándose de color fucsia.
—Sí. La piel violeta; las orejas, la nariz y los labios de color celeste, la esclerótica de los ojos de color verde…
—Muchas gracias, me siento halagado —dijo con timidez.
—Perdón, no volverá a ocurrir.
—Ahora si no te importa, me gustaría estar solo —me pidió cabizbajo
—Pues vete al sitio donde te sientas más a gusto —le sugerí con ternura de ternera.
—Pero si yo estaba aquí desde antes. Me refería a si puedes irte tú y dejarme solo.
—Esta bien, pero ¿qué tienes ahí? —señalé a un objeto que agarraba con su mano.
—Es una mariposa robot que me compré en Barcelona —contestó algo fastidiado por mi presencia.
—Vale.

Dejé solo al sumnongle entristecido que observaba a Victroyd desde su posición. Lo separaba de él unos treinta metros de odio y miseria. Yo me alejé lo suficiente como para no parar de oír sus cuchicheos.

—Ya no puedo ni mirarte, tiraste mis sentimientos al pozo y luego los escupiste. No soy para ti más que una corriente de aire. Y yo, tan seguro como de que me llamo Movidio, me vengaré de ese mal trato que me has dado —apenado y decepcionado suspiró y luego me miró.
—Oye, esas lágrimas que tienes son de papel. No estás llorando de verdad.
—¡Te pedí que me dejaras solo!

Movidio alzó su brazo y permitió que el artefacto mariposoide volara con el viento mientras lo controlaba con un mando radiocontrol. El insecto de juguete se dirigía hacia Victroyd portando un regalito que colgaba de un mosquetón de metal.


La mariposa entró en el campo visual de Victroyd, que seguía con su exterminio de mosquitos drogados con destreza para que no le picaran.

—Traigo un pedido para el señor Victroyd, un pedido comprado en la Tienda de Gimena On-line —la mariposa que volaba en círculos hablaba con una voz sintética sobre el cucurucho estrellado de la cabeza de Victroyd.
—¿Eh? Yo soy Victroyd. ¿Cómo sabe ese chisme que estoy aqui? Da igual, dame, ¡DAME! —eufórico, Victroyd intentaba de manera desesperada alcanzar el regalito volador dando saltos.

La mariposa se volvió MALA y con mucha precisión y rapidez, se deshizo del paquete para rajarle la mano al nene desesperado con su mosquetón ultra-afilado. Yo pude captar la escena desde lejos y al mismo tiempo ver cómo el cobarde de Movidio huía por la calle de los despechados.


Sucedió todo muy rápido. La venganza del malicioso Movidio se ejecutó perfectamente. Usó una mariposa robótica que él mismo manipuló para que le cortara la piel al muchachete con gorro de mago con el mosquetón que tenía incorporado. Se aprovechó de que sabía que Victroyd había comprado algo por Internet para simular que la mariposa era la repartidora de la entrega.

No sé muy bien por qué quiso hacerle ese daño pero nos hacemos una idea. ¿Tú te has hecho una o eres un pescado?

Nosotros nos fuimos de la escena del crimen. Victroyd gritaba dolorido y muy cabreado intentando derribar a la mariposa con piedrecitas. Fung Wong había llamado a la ambulancia para que asistiera al sangrerío dedoso que alli ocurría. Los vecinos de la zona se acercaron para ver que sucedía. Algunos de ellos gritaban y otros se autolesionaban sin venir a cuentox.

Este sábado ha sido muy movidito, sobre todo porque me costó mucho salir de el oscuro barrio de Valdorrendo. La gente allí suele estar mal de la cabeza, pero siempre hay alguien que te ayuda a escapar de esa zona para que puedas volver a casa. No volveré a pasar por ese sitio sin un mapa ¿queda claro?

Uff... pardiez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario