17 diciembre 2010

Desorden en la estructura del ecosistema escolar

Cada vez estamos más cerca de las espeluznantes fiestas navideñas: esas fiestas llenas de polvorones, turrones, cenas copiosas y otros alimentos indigeribles que a mí no me suelen gustar. Pero primero tenemos que enfrentarnos a los últimos exámenes del trimestre y entregar algunos trabajos. Sé que nunca es divertido hablar de trabajos de clase, aunque reconozco que sí hablo de deberes cuando necesito ¡AYUDA! para encontrar una solucione a los difíciles ejercicios que nos marcan.

En fin… ahora toca relatar las cosas interesantes que han ocurrido hoy.

Por la mañana, como de costumbre, nos fuimos a la escuela rellena de alumnos cansados de hacer exámenes y trabajos. Allí, los últimos días lectivos del mes se vivían con ansias de que llegaran los días no lectivos. En la entrada del edificio coincidí con la coincidencia de Maselillo. Fue algo muy coincidente, pero eso no nos impidió entrar en el aula. A primera hora tuvimos filosofía con nuestra profesora Chelo.

Por si no lo sabías, Chelo es nuestra tutora y a la vez nuestra profesora de filosofía, historia y actividades de estudio. En una semana ella nos da clase seis horas en total.

Dentro del aula Maselillo y yo nos sentamos en dos mesas supercuadradas. Nos quedamos allí esperando a que llegara la profesora y el resto del alumnizaje. Pasaron cuarenta segundos y nos percatamos de que la profesora había entrado hablando por teléfono móvil. Se la veía muy cabreada.


—¡Pero eso es imposible! Ya le he dicho que no —la profesora contenía su rabia y esperaba a que el interlocutor respondiera.
—¡Joder! Ya te he dicho que tengo una oferta, así que registra bien eso porque a mí me hacen descuento —el estrés hizo que Chelo empezara a tutear a la persona con la que hablaba.
—La seño está muy enfadada —dijo Maselillo.
—Sí.

Chelo abandonó un momento el aula para terminar de discutir con aquella persona. No podía dar una imagen agresiva a los nenes de la clase, ¡no, no, nop!

Aprovechando que el aula estaba desprofesorada nos dirigimos a un pequeño alumno, brillante como una perla sacada de un televisor en blanco y negro. Se trataba de Ambrosio Leucogrís. Lo pillamos estirando su cortito bracito frente al umbral de la puerta. Fuimos a preguntarle el porqué de sus estiramientos.


—Hola, Ambrosio. ¿Qué haces con tus bracitos? Te los puedes romper —le pregunté al alumnito cuerpicorto.
—¡Hola, chicos! Estoy estirando mis brazos para que la profesora pueda vérmelos cuando los levante —explicó Ambrosio felizmente.
—Interesante.

Ambrosio es un buen chico pero casi nunca hablo con él porque siempre se distrae con cosas superfluas.

—Ya he estirado lo suficiente. Me voy a mi sitio a la velocidad de la canica sónica —Ambrosio se dispuso en posición para salir corriendo.
—Eso suena tremendamente veloz.
—¡Desde luego!

No fue gran cosa, pues tardó cinco segundos en llegar a su asiento. Además, a las 8:07 nadie corre tan veloz. Maselillo se colocó tras él para ver lo que hacía. Ambrosio y Maselillo, que habían conversado muy pocas veces aprovecharon la ocasión y dialogaron un ratito.


—¿Y ese papel? ¿Estás dibujando una postal? —cuestionó el amable Maselillo.
—¡Sí! ¿Cómo lo has sabido? —dijo estupefacto.
—Pues… no sé. Vi el papel doblado y pensé que era una postal.
—Lo es, lo es. Es maravilloso que lo hayas adivinado. Me sorprendes mucho.
—Oh, jejeje. Pero si no era difícil de suponer —dicho esto, los tres nos mantuvimos en silencio durante diez segundos.
—Es una postal de navidad para mis abuelos. Estoy intentando dibujar un paisaje nevado con un cielo nublado, pero es muy difícil. No encuentro ningún lápiz blanco que destaque sobre el blanco del papel —frustrado, Ambrosio comenzó a probar otra vez, uno a uno, varios lápices blancos de diferentes marcas.
—Lo que te propones es muy complicado. ¿No puedes pintar la nieve y las nubes con otro color?
—¿Pero qué dices?, ¡eso es una locura! La nieve y las nubes son tan blancas como este folio — Ambrosio estaba sorprendidísimo.
—Haz lo que quieras. Dale caña al lápiz, a lo mejor sale algo.

Aproveché unos segundos para preguntarle a Maselillo si se había dado cuenta lo fácil que resultaba dejar anonadado a Ambrosio. Maselillo había notado la actitud del señorito carablanca.

—¿Quieres ver cómo se asombra por una mega chorrada súper falsa? —le propuse a Maselillo hablándole muy bajito en el oidus.
—Ehmm, vale —aceptó intrigado.
—Oye, Ambrosio.
—Dime.
—¿Sabes que los flanes de leche de cabra se agitan más rápido si los mueves un domingo?
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¡¿EN SERIO?!, ¡QUÉ FUERTE! ¡¿Pero cómo es eso posible?!, ¡¿tiene que ver con que hay menos movimiento los domingos o es por el campo magnético de la Tierra?! —el estado de sorpresa de Ambrosio era muy intenso.
—Ni idea, no lo he mirado.
—Necesito aire —Ambrosio corrió hacia una ventana para succionar el oxígeno del exterior.
—Así es él, Maselillo —me dirigí hacia su oído nuevamente—. A ese blanquito lo deberían de haber llamado Asombrio en vez de Ambrosio.
—Tienes razón, se asombra por tonterías —Maselillo miraba pasmado a Ambrosio que asomaba su cabeza por la ventana.
—Buenos días. Venga, todo el mundo en su sitio —Chelo se introdujo en el aula pero no con una sonrisa docente como de costumbre.

Todos los alumnos se sentaron en sus silluelas dispuestos a comenzar la clase de una vez por todas. Íbamos a corregir unos ejercicios de El libro de las oscuras confabulaciones. Pero antes pasó lista y nombró uno por uno a los alumnos.

—¿Ambrosio Leucogrís?
—¡Aquí, seño, aquí, aquí! —gritó apurado.
—No hace falta que estires tanto los bracitos. Puedo verlos desde aquí.
—Pero es que soy bajito y a veces no me ve.
—Siempre te veo, Ambrosio. Destacas en la clase como una luna brillante en una noche oscura — expresó Chelo con un tono maternal.

Al finalizar la lista empezaron a oírse las primeras voces.

—Profe, no entendí el ejercicio ocho. Es tan raro como aquel de Lady Geldina —dijo una alumna aburrida.
—Es Lady Geraldine —Chelo corrigió el nombre de la sin cara.
—Eso.
—Ay… —suspiró la profesora.
—Profe, yo supuse que en ese ejercicio el búho que decía la verdad era el del sombrero verde porque el del rosa decía que Lady Geraldine lloraba, lo cual es imposible porque no tiene ojos.
—Muy buena deducción.
—Grache.
—Pero ya he dicho que no es ese el razonamiento adecuado. El detalle de que ella no tenga rostro no tiene tanta importancia. La verdad se halla en los vínculos emocionales que tiene ella con su padre y su madrastra y todos los hechos que ocurrieron antes del asesinato. Y el ejercicio ocho es un tanto de lo mismo.
—Qué miedou. Pues en ese tampoco sé hallar la verdad.
—Yo tampoco —dijo Maselillo desanimado junto a otros sumnongles de la clase.
—Os voy a dar unas fotocopias que quiero que leáis. Os servirá de guía para entender el contenido filosófico y simbólico de los relatos —la profesora parecía esperarse el fracaso de sus alumnos, por eso no llegó a disgustarse.

Cuando llegó la hora del recreo Maselillo y yo NO chocamos como de costumbre con una vorágine niñense en la entrada del patio. Los alumnos de primaria habían desaparecido. Maselillo me explicó que todos los de primaria estaban en una conferencia que nosotros tuvimos hace unos días. En el patio solo estábamos los de secundaria por lo que era el momento ideal para jugar en lugares prohibidos.

A unos metros de una zona que está al lado de otra, se encuentra rodeado de muros y setos el parque secreto de los niños más pequeños de primaria. Se accede a él por un túnel subterráneo por donde solo los más chiquitines pueden pasar. Pero eso no es un impedimento para entrar… Yo ya me he colado con cuidado por un gran orificio para balancerme en el columpio cuando los profes no estaban. Pero esta vez no tuvimos la oportunidad de divertirnos en los columpios, pues había un niño asqueroso enredado en los tubos metálicos del macrojuguete que incordiaba con su despreciable existencia.

Es de ese tipo de niños que están es un sitio cuando deberían estar en otro diferente.


—No me mireeeh, que no me mireeeeeeeeeeeh.
—No te miro, beibeh —dije sobriamente al niño que me hablaba.
—Me estás mirando, sunormal —el mocoso hablaba con cierta lentitud y sin variar el tono de su voz.
—Te lavaremos la boca con aguarrás como sigas hablando así.
—Cállate. Chúpame el nabo.
—No, gracias. No quiero que se me atasquen trocitos de carne entre los dientes.
—¿Qué? —preguntó alarmado.
—Fuera, mierdecito. Vas a erosionar el suelo con tus repugnantes babas —le exigí antes de cabrearme de verdad.
—¿A que te pego y ? —el nene pretendía intimidarnos.
—No le provoques, no vale la pena. Él es Enrique Garrotecos, pero todos le llaman el Riki y me han dicho que es el hermano pequeño de un alumno muy conflictivo —Maselillo, preocupado, quiso detener la riña.
—Me da igual, yo soy peor. No quiero que ese mono me jorobe la diversión. Ese columpio me lo adjudiqué yo hace años.
—Hazme caso, te puedes meter en problemas. Él y su hermano son muy mala gente, muy violentos e irracionales.
—Oye, arráscate el sobaco, soplapollas —insultó el Riki con socarronería.
—Joder, vale. De verdad no vale la pena darle su merecidox. Su vida ya está más que arruinada y eso será lo que lo castigará en el futuro.

Abandonamos al Riki en el parque mientras consumía su cutre tiempo libre tan rápido como shupaba su caramelo. Nos preguntamos porqué el Riki no estaba en la conferencia ¿Acaso no debe haber siempre un cuidador vigilando la zona como de costumbre para que los niños no hagan novillos? Es normal que los niños se fuguen de las clases.

De vuelta a clase, en la hora de tutoría, nos fijamos expectantes en el extraño objeto patoso (patoso de pata) que desprendía un suave aroma a cerdito. Era el premio especial de navidad que este año se le entregaría al alumno que ganase la partida de bingo.


—¿Qué?, ¿estáis animados? —Chelo había recuperado su buen humor.

Algunos nenes revolotearon de ilusión, otros no se inmutaron y otros mostraron una expresión de disgusto al ver el trofeo. Yo me limité a mirar cómo dormían los dos osos su pequeño descanso mañanero.

—Bien, empecemos pues. Évelin, abre el cajón del armario y saca el bombo y los cartones, por favor.
—Eh, profe… Se me quedaron las llaves en casa —la joven dijo algo abochornada.
—Pero, Évelin… ¿No acabas de venir de la sala de profesores con las llaves? —cuestionó extrañada.
—En realidad no. Quería decirle que ayer me las llevé por error. Las metí en el estuche sin darme cuenta, pero el lunes se las traigo.
—Mumumumumu... —una voz misteriosa y sin identificar emitió sonidos mumosos desde un rincón de la clase.
—Qué descuido. Espero que no vuelva a ocurrir pues podría quitarte el cargo de delegada —la profesora no pudo ocultar su tenue indignación.
—Lo siento. Pero es que yo solo soy una peque ♥ —Évelin intentó justificarse con dulzurah.
—Eso no es excusa y solo era válido cuando tenías menos de diez años.
—Eh… Uh… Es cierto.

Évelin Pistichicle es nuestra delegada de clase. Los compañeros la llamamos cariñosamente la Peke por ser la alumna con la altura más reducida. A ella se le había encomendado traer las llaves que abren el armario y los cajones de la profesora.


—Évelin, ¿ahora cómo jugamos al bingo para sortear el jamón?
—Pues… casualmente traje un bombo superchulo hoy. Lo tengo aquí —Évelin sacó animada el chisme de una bolsa.
—Oh, qué oportuno —la profe estaba aún tan pasmada como contenta.
—Sí. Tómelo.
—Muy bien, Évelin. Pero el lunes trae sin falta las llaves.
—De acuerdo.
—Mumumumumumumu.
—¿Pero quién es el gracioso o graciosa que dice mumumú, eh? ¿Mamá Vegas, eres tú?
—No, señorita, yo digo sususú.
—Es verdad. Espero no volver a oírlo —la profesora advirtió al desconocido de los ruiditos.

La pequeña Évelin manifestaba su seriedad mientras repartía con ademanes repipis los cartones de bingo para dar comienzo el juego. Al cabo de unos minutos, las bolas rodaron y rodaron y los cartones se tacharon. Antes de que la clase llegase a su trigésimo minuto de vida, una masa verdosa y húmeda con un orificio por el cual se asomaba una cremosa protuberancia sonrosada gritó algo en voz alta.

—¡BINGOOHGFRGFF! ¡CRWAFF, CHRAFF, MWAFFG, MWAFFG!
—Grongo, que te asfixias —dijo inquietada.
—Perdón, uff, uff —Grongo sufría y sudaba en su asiento. En su frente brillaban las cascadas sudorosas que se deslizaban con lentitud por su piel.
—¿Estás mejor?
—Sí.


Grongo Chu-depastel estaba en un apuro muy grueso. Su saliva, muy juguetona, se había introducido en la tráquea justo en el clímax del juego. El pobre muchacho se sonrojaba como un volcán en erupción, pero eso era algo muy habitual en él. Grongo no llevaba bien su sobrepeso y sus terribles vicios y ataques de nervios le causaban estragos a los que nunca se llegaba a acostumbrar.

—Enhorabuena: eres el ganador —la profesora aplaudió contenta justo al resto de la clase.
—Uff, qué suerte, ¿no? —el gordote sudaba muy avergonzado. Se le habían creado océanos de sudor en todo el jersey.
—Claro que sí. Ya tienes algo salado y rico que comer en estas navidades.
—Sí, me lo comeré todo —habló entusiasmado y nervioso.
—Pero compártelo, cielo. En las navidades hay que compartir. Y no abuses mucho que sabes que necesitas disminuir tu peso.
—Sí, seño, *hip*.
—¡POR FIN ENCONTRÉ UN BLANCO QUE PINTAAA! —vociferó Ambrosio a causa del éxtasis.
—Ambrosio, no grites.
—¿Me puedo llevar el jamón ya?
—Cuando toque la sirena.

La sirena cantó su melodie sin tardar. Era la última hora y los niños y adolescentes de todos los cursos se propulsaron a la salida de la escuela para engullir los primeros segundos de libertad del fin de semana. Maselillo salió antes que yo del aula porque necesitaba ir al baño. Yo tardé un poco en recoger mis apuntes y por eso fui una de las últimas personas en abandonar el aula. Ya con la mochila en mis hombros, fui deprisa a expulsarme de la clase para librarme de estar a solas con Tulma Septentrión, la empollona repelente, pero por desgracia no pude conseguirlo. La chica me siguió y con su amurallada sonrisa de marfil me empezó a hablar.

—Hola, ¿me puedes hacer un favor?
—Sí, creo —afirme con una pizca de confusione.
—Jojojo, estupendo. Verás, estoy en un apuro: le presté hace unas horas a una amiga de otra clase mis apuntes de filosofía y parece ser que ha desaparecido de la escuela. No me coge el móvil ni me ha enviado mensajeros para informarme de su situación actual. Creo que la muy necia se ha ido antes a casa cuando debía estar justo AQUÍ, en la entrada del aula, esperándome —sin perder la sonrisa, Tulma contó su historia disimulando su estado de desesperación.
—Eso está muy mal. Pero ¿no puedes esperar un poco más?
—Ya son las 14:05, no puedo esperar más. Esa no va a pasar por aquí y tú eres mi única esperanza de conseguir una buena nota.
—Pues vaya problemón. No creo que puedas copiar ahora todos mis apuntes.


—Oh, fotocopias. Entonces sí.
—Menos mal, así podré estudiar el fin de semana. Ay, maldita amiga…, el lunes habrá un ajusticiamiento —expresó con una sonrisa macabra.
—¿Ajusticiamiento? —pregunté con curiosidad.
—Vaya, ¿no sabes qué significa?
—Nox.
—Qué incultura, por Dios. Si esa palabra la conoce todo el mundo, hasta los de preescolar —declaró asombrada y con voz burlesca.
—Todo el mundo no, yo no la conozco.
—Uy, así no vas a llegar a nada en la vida —Tulma hablaba más soberbia que otras veces.
—Lo siento, no todo el mundo nace con una enciclopedia metida en el culo como tú.
—¡Qué grosería! Pues con esa ignorancia que cargas encima te vas a joder y mucho.
—Tal vez, pero tú te vas a joder ahora porque no te voy a dar mis apuntes.

Salí corriendo del lugar lo más rápido que pude para que la petarda angustiada de Tulma no me pillara. Pudimos interceptar a Maselillo por los pasillos, estaba quitándose el H2O de las manos. De vuelta a casa dialogamos sobre el temario que teníamos que repasar, comentamos lo misteriosa que era la actitud de la Peke y cómo de ridículo fue ver a Grongo atragantarse con sus fluidos bucales.

Eso ha sido todo por hoy. El lunes tengo ese odioso examen y he de repasar… Qué rollazo.

Uuuh, Navidá~.

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