17 marzo 2011

El amanecer de los grandes espíritus

Si echo un vistazo al pasado y lo comparo con el presente me doy cuenta de que cada vez escribo con menos frecuencia en mi blog. Si tienes el sagrado don de entender todo sobre los asuntos de colegio, comprenderás que es normal que no tenga tiempo ni para insultar a una mosca chosca desorientada. Los deberes y los trabajos que se arremolinan en mis libretas y carpetas me consumen muchas horas de ocio. Además, tampoco es que hayan pasado muchas cosas interezzantes que digamos (hay que joderse…).

Seguí la rutina, como de costumbre, y me fue con mi mochila a la escuela. Durante el trayecto deseaba que el calor de la primavera llegase cuanto antes porque el frío se está poniendo muy plastah esta semana. Pero pronto esos inertes hombrezuelos de nieve de la sierra se convertirán en jugo de riachuelo y yo podré decir adiós a los bufondios.

Fue a primera horita de la jornada cuando los alumnos de mi clase se introdujeron en la amplia aula de plástica. Un ser matutino y sonrientex se erguía poderoso, pero sin llegar al metro y medio de altura, cerca de un busto acribillado por los rotuladores de ciertos adolescentes analfabetos. Ese ser es nuestro profesor Don Bulbón Capúleo.


—Bueno, muchachos, qué remolones estáis hoy. ¿Se os han pegado las sábanas o la cama entera?
—Ehmm… —emitió un desmotivado alumno cerca de la puerta como respuesta.
—Mufff, mufff —una alumna perezosa y con mal humor gruñó cual oso ñangoso.
—A sentarse ya todo el mundo, cojones. Que os pegáis la de Dios para poner el culo en la silla —a pesar de sonar horriblemente mal, el profesor gozaba de un buen temperamento en ese momento del día—. A ver, despejad vuestras mentes y apagad los mt3, mt2, walkmans o cualquier mierda que estéis escuchando.

Los dóciles nenes y nenas se sentaron con cuidadín. Prestaron atención a lo que el profesor iba a decir.

—Ya vi las láminas que me entregasteis el día 11. No sé si echaros la bronca o qué… —el profesor sacó a la luz el disgusto que guardaba tras su socarrona sonrisa—. La mayoría está mal; no habéis entendido bien lo que dije que quería que hicierais con los estilos artísticos y la representación visual de las ideas.
—Profesor, ¿me podría decir si mis láminas están bien? —cuestionó Tulma ocultando tras su fachada de incertidumbre la convicción de que sus láminas habían conseguido una buena nota.
—Tulma, no me interrumpas. Pero sí, tus láminas están de puta madre —dijo con una breve risa rasposa.
—Gracias, profesor —agradeció Tulma cerrando sus ojos de búho sabihondo.
—Otra cosa, chicos. Algunos granujas imbéciles no me han escuchado cuando expliqué hace tiempo lo que era el frottage… —el ruin profesor comenzó a rebuscar como una araña electroalocada las láminas de su archivador mientras hacía sonidos con su napia grasienta—. El frottage es algo que hasta mi sobrina de tres años puede hacer.
—Profesor. Yo creo que lo he entendido pero… ¿Lo puede volver a explicar? —una voz alumnosa y tímida resonó en las profundidades del aula.
—Esto es el colmo, pero lo repetiré por vuestro bien. El frottage, para que nos entendamos mejor, es lo que quieres hacer cuando ves el culo en pompa de una macizorra: te entran ganas de restregarle todo el paquete para darte gusto e intentar ponerla cachonda, güegüegüe —acto seguido, el profesor excitado se subió vehemente los pantalones casi a la altura sobaquense. No fue consciente de que sus alumnos lo miraban con asombro o avergonzados—. Eso sí, cambia el paquete por un lápiz y el culo por un papel, y coloca algún objeto con textura debajo de ese papel, claro está. ¿Has entendido ahora?
—Sí… creo —el alumno atónito no quiso seguir hablandox.
—¿Creo? Es que no hay otra manera de explicarlo. O lo entiendes o no, si no lo entiendes es que eres gilipollas de remate.

Mientras tanto, una compañera de clase, veterana y experta repetidora, contemplaba fascinada los movimientos que hacía su profesorcillo. Estaba esperando al momento oportuno para hacerle la pelota.


Yazmina Mininia era una choni hecha y derecha de belleza vaporosa y colorida como la mariposa~. Su sabiduría callejera y sus habilidades para persuadir al profesorado le han otorgado el sambenito de chica lista, de esas que siempre se salen con la suya. Pero, realmente, la Yazmi no puede presumir de ser muy inteligente; es más simple que un gorrito di cumpleanios. No hace mucho tuvimos la impresión de que ella desayunaba todos los días guisantes y que se reservaba siempre uno en la lengua para merendárselo en la escuela, pero verificamos que el hipotético guisante se trataba de nada MÁS y nada MENOS que de un vulgar piercing verde.

Hemos pasado la mitad del curso y todavía sigo llevándome decepciones. Si tenéis dudas, preguntádmelas, que esto no es la clase de plástico, sino la de plástica. Vosotros sois de carne y hueso y no muñecos de trapo que vienen solo a mi clase a sentarse en las sillas, güegüegüe —el profesor se rió satisfecho después de haber dicho algo que él consideraba gracioso.
—Ijijiji ♫, ay, profe… —Yazmina soltó una pequeña risita que fue oída everywhere.
—Qué aburrimiento de clase, siento que me convierto en mantequilla —mencioné con voz de hormiguita.
—Profe, ¿puedo ir a sacarle punta a mi lápiz? —Yazmina preguntó educadamente al sudoroso docente que posaba de una manera muy chulesca.
—¡Claro! Y si quieres te dejo mi lápiz para que lo afiles en tu sacapuntas—Don Bulbón soltó una cosilla por su boca que parecía ser una indirecta muy reprobablex.
—Ay, profe, ¿a qué se refiere?
—Nada, nada. Tú saca punta al dichoso lápiz.

Cuando quedaban veinte minutos para que la primera hora de clase muriera de aburrimiento, Yazmina intervino para apaciguar su desasosiego consultando algo al profesor. La clase escuchó su potente voz y prestó atención a sus misteriosas palabras.

—Profe, como usted sabe de plástica, arte y colores en general, así, ¿me podría solucionar un problemita? —preguntó con suavidad.
—¿Qué problema tienes?
—Pues que yo tengo en mi cuarto una pared pintada de lila y tiene una raya, como pintada de abajo pa’ arriba, que es de un color rosadito. Y lo que quiero es poner un mueble que me compré delante de esa pared, pero es que el mueble es de color blanco y rosa. No sé si me entiende.
—Te entiendo, te entiendo —dijo el profesor escuchando con atención mientras sonreía como un payaso.
—Entonces… —continuó la dulce Yazmina—, me gustaría saber si queda bien el mueble ahí, ¿sabe? Porque si no queda bien, creo que voy a poner un póster que me regaló mi novio que es de un ponicornio y un hada que parece de cristal y que tiene así, como puspurina y que…
—Ya, ya, ya —intervino Don Bulbón para detener el insulso discurso de su alumna—. Tú pon el mueble del color que te de la gana en frente de esa pared, que es lo mejor que sabes hacer. Y si queda fatal le pones la mariconada de la purpurina por encima y seguro que se queda precioso.
—Ay, profe. No se meta con los maricones —replicó Yazmi algo ofendidah.
—Ya, claro, güegüegüegüe… —expresó el divertido docente con idiotez.

La primera hora concluyó y los alumnos se disiparon aliviados. A casi nadie le gusta el profesor Don Bulbón y mucho menos estar en sus clases. Saltaba a la vista lo fanfarrón y maleducado que era. No podía decir una pequeña frasecita sin incluir en ella una odiosa palabrota, ni siquiera las nanas para bebés estaban exentas de su detestable lenguaje soez. Al ser tan presumido y orgulloso, nunca reconocía sus errores y exponía que la causa de todos los suspensos en su clase era la ineptitud de sus alumnos y no su nefasta manera de explicar sus lecciones. Nuestra profesora Chelo se lleva muy mal con él~.

Caminando por los pasillos, mi vejiga revoltosa tuvo ganas de ir al bañito (será porqué esta mañana bebí dos litros de aqua de lago para hidratarme bien). ¡Qué lejos están los bañitos, maldita sea!

¡Ey!, ¿aún no te he contado por qué llamamos escuela a la escuela? Veo que no.

Verás… hace unos cuantos años, en este barrio había dos preciosos centros educativos de color queso: El instituto El Diptongo y el colegio Coser y Cantar. El instituto estaba gobernado por nuestra aburrida actual directora y en el colegio de al lado el mandamás era un señor normal y sin corriente. Un día, al finalizar la jornada escolar, ambos directores cruzaron sus miradas en la calle y enseguida brotó en sus corazones la chispa de la pasión. Días más tarde, en una tórrida noche sin tráfico y sin trafiquetes, ambos directores hicieron el amoreh en el paso de cebrah (uh, se me suben los coloreh) que se ubicaba en la carretera que había entre ambos centros educativos. A la mañana siguiente, debido a esa unión carnal, el instituto y el colegio se fusionaron y formaron un solo edificio al que los directores llamaron de manera oficial El Diptongo de Coser y Cantar. Primaria y secundaria acabaron mezcladas sin poder volver a separarse y por eso nos referimos a este sitio como escuela, ya que es un nombre muy genérico y pega QUE NO VEAS.

Muchos de los alumnos que conocen esta historia la consideran un mito pues la directora, la que ahora dirige el cotarro, desmiente esa relación amorosa que tuvo con el ahora desparecido antiguo director del colegio de primaria. Los fans de la directora sostienen que el Bebesitu de nuestra aula es el hijo ilegítimo de ambos directores, pero las cifras, los números y otros datos demuestran que esa hipótesis es falsa.

¿Te ha gustado la historia de mi escuela? Pues es tan real como las Marabuntas de Caliopoldo (se llaman así, ¿no?).

Cuando salí del baño, que estaba muy lejos de la clase de plástica debido a que el edificio es el doble de grande de lo normal y algo laberíntico, atisbé un armario de la limpieza que vibraba como si tuviese un regalo para mí en su interior que intentaba llamar mi atención.


Cuando me acerqué al armario, abrí las dos puertas para descubrir el origen de los ruidos y los movimientos bruscos que ocurrían dentro de él. Para mi sorpresa, un niño extraño y eufórico salió de él con la fuerza y el colorido de los Carnavales.


—¡¡Buruburuburuburu!! —el mocoso chiflado agitaba su lengüita de lagartija y después de asustarme huyó por el pasillo como una bola loca de pinball.
—¡Qué artistazo, qué artistazo, pero, a la vez, qué falta de respeto! —le espeté con admiración y enojo.
—¡Yo seré el nuevo movimiento artístico del siglo veinteeeee (XX)! —gritó con gran ilusión mientras se alejaba por el desértico pasillo.
—¡Estamos en el siglo veintiuno (XXI)! —le corregimos con tesón.
—¿Qué? ¡No puede ser! —dijo recién abatido.

Tras esto, el mocoso multicolor se desintegró en la oscuridad entre lamentos de nené como si fuera un fantasma. ¿Estábamos alucinando o fue real? Quizá se trataba de la personificación de un estilo artístico que nunca salió a la luz… Pobreshito.

En nuestra querida aula, nuestras mascotas nos esperaban para que les diésemos mimitos y comida. Me volví a sentir tan cómodis como en casa. Quería comentar a Maselillo y a los demás mi experiencia sobrenatural con el niño de los colores o, como he decidido llamarlo a partir de ahora, Niño Colorines, pero hubo una cosa que me distrajo por unos segundos. Era el retrato de nuestra salivosa alumna Mamikala Binbo.


Tanto poder de salivación la había deshidratado hasta un punto que tuvo que ser ingresada en el hospital, aunque ahora su estado de salud es de un nivel tan ÓPTIMO como el de la ensalada. Mamá Vegas, la que compró el marco en la tienda de su calle, nos informó que Mamikala había decidido no volver a clase porque un prestigioso director de cine que ninguno de nosotros conocemos le ofreció un contrato para que formara parte de su nueva película. Las habilidades lenguosas de nuestra compañera cautivaron al profesional del cine. Aún así, Mamá Vegas nos advirtió que no viéramos el largometraje cuando se estrenase, porque podía impactarnos un poquito el papel que interpreta Mamikala. Oh, señorita Binbo, echamos de menos sus truquitos, sus adornos estrambóticos, sus abalorios de muñequita, sus lentillas color púrpura y su moda a lo fumadora de shisha del Nirvana Party in Mystic Asia.

Uff, creo que he desoxidado los engranajes de mi querido diario de internete. Espero tener muchas otras cosas que contar. Hasta la próxima, mis sumnongles.

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