19 mayo 2011

Puer malus

Esta vez toca hablar de experiencias escolares, sí señoro.

No suelo alegrarme por los males ajenos ni de cualquier otra desgracia, pero admito que lo que ocurrió a segunda hora fue muy divertido. Os lo contaré todo, letra per letra, para que os enteréis bien, bien.

Las clases se vuelven más animadas cuando empiezan a las nueve, una hora perfecta, sin duda. Los alumnos estuvieron hoy calentándose una hora más en sus camas sabanosas gracias a que el profesor que, por motivos de salud, no hizo acto de presencia en el aula esta mañana, ni los dos días anteriores (es que está de baja, el pobre…). Cuando llegué a la escuela pude ver a Maselillo bostezando como una foca aburrida sin una colina de hielo por donde rodar.

—Maselillo, estás tragando mucho aire de la calle —le comentamos sin tapujos.
—¿Eh?
—No te hinches con tanto bostezo.
—No me estoy hinchando —negó frunciendo el ceño.

Tras el dialoguín, Maselillo y yo entramos a la escuela para acabar plantados frente a nuestra aula, en donde nuestros compis esperaban a la tutora Chelo mientras destruían sus legañas. Notamos que a Little Aurora, que caminaba como una Sleepy Thingy, se le movía la mochila. Ella no se daba cuenta, no porque estuviese aletargada, sino porque su mochila reposaba apoyada en la pared fuera de su alcance. La idea de abrir la cremallera para averiguar qué tipo de chisme, demonio o vejiga poseída generaba ese movimiento era muy tentadora, pero solo miramos sin hacer nadita en el concurrido y ruidoso pasillo.

Cuando Chelo llegó, los alumnos entraron al aula justo después de que la profe abriera la puerta con sus relucientes llaves tintineantes. Ya dentro, las convulsiones de la mochila de Little Aurora eran percibidas por TODOS los sumnongles allí presentes.

—Ay, Frussie, estás empanada. ¡Mira la mochila, que tienes un nogmo o algo! —la impúdica de Yazmina dio su primer grito de la mañana.
—Ya lo sé, Yazmina, y se dice gnomo —dijo algo irritada—. ¡Uy, no puedo creer que se haya metido mi perrito en la mochila!

Little Aurora se convenció de que dentro de su mochila se escondía su perri~, pero no era así. Cuando la preocupada Frussie abrió su cremallera, salió a la luz del aula el bulto inquieto que se agitaba dentro junto a sus libros y cuadernos. Estaba muy bien comprimidox.


—¡GRWAAAAAH! —graznó el sombrío cuervo recién liberado.
—¡MMBAAAAAAAAAAAAAAAAH! —bramó Aurora espantada protegiendo su cabeza pelirroja.

La calma de la clase zozobraba y los jóvenes alumnos huían hacia las antípodas del cuervo oscuro. Little Aurora estaba paralizada en su cuadradito de suelo.

—¡PEKE, AURORA, SALID DE AHÍ AHORA MISMO! —Chelo gritó a las alumnas que estaban más cerca del cuervote.
—Sí, sí, profesora —la chiquitita Évelin agarró a Aurora de su jersey y la guió hacia la pizarra, donde todos los alumnos atemorizados se encontraban.

El cuervo que estaba dentro de la mochila de Little Aurora y que ahora revoloteaba sobre ella era el venerable Augusto III (Augusto Tercero, ¿te’nteras?). Él forma parte del escudo de la escuela y es uno de los símbolos más importantes de su corta historia. En una de sus garras empuña la daga-aguja, con la que cose y apuñala, y en la otra garra porta un papiro en donde está escrito el diptongo de su nombre. Casi todo el mundo sabe que Augusto III vive en el despacho de la directora y que nunca sale de allí.

—Dejad esto en mis manos, mis alumnos, ¡no os acerquéis! —la valerosa profesora agarró un cachivache turuleto y raquetoide de una de las mesas y lo usó para defenderse del cuervo.
—¡Cuidado, seño, se puede lastimar! —gritó Ambrosio asustado.
—De eso nada, ¡WRAAAAAAH! —Chelo embistió contra el pajarraco que seguía volando en el mismo sitio.


Chelo había abierto la ventana para catapultar al cuervo heráldico al exteriore con su raquetazo colorido. Estaba muy tensa pero eso no le impidió concluir su tarea con éxito. Nosotros nos preguntamos si era buena idea dejar al cuervo fuera pero Chelo nos explicó porqué no lo era.

—Ya podéis retornar a vuestros asientos, alumnos —hizo una pausa para dejar que el aire entrara en su organismo a través de sus alargadas piezas dentales—. Y no os preocupéis, Augusto III irá directamente al despacho de la directora, está muy bien entrenado y conoce bien el camino.
—Profe… mueeeeeh… estoy muy asustada; casi me mata con su daga-aguja.
—No, Aurora, Augusto III no te habría atacado así porque sí. No es una amenaza, pero tuve que deshacerme de él porque si se excita o se pone nervioso puede revolotear descontroladamente y dañar a alguien sin querer. Y tranquilos, él resiste mucho a los golpes; no es la primera vez que le golpean…

La clase pudo respirar en paz, excepto la Frussie que vio su vida en fotogramas de cinemascope y eso la atormentó. Tuvimos que consolarla porque se creía que algún desalmado planeaba matarla, pero no era así. Ay, Little Aurora… si sigue llorando se convertirá en una sumnongle made of sadness… pero, ahora que lo pienso, ella se pasa el día llorando por tonterías, aún no ha conocido el sufrimiento puro de verdada.

Pasó un minuto y solo un pequeño sumnongle continuaba emitiendo gritos como un poseso: Ñangas.

—¡ÑAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAANG!
—¡Que alguien ayude a Ñangas a desatascar su cabeza de los barrotes! —Chelo ordenó a ningún alumno en concrette.


—¡ÑAAAAAAAANG! ¡ÑAAAAAAAAAAAANG!

Ñangas, al igual que Augusto III, tiene un esqueleto muy flexible que le permite introducir su cabeza y extremidades por huecos estrechos. No supimos con certeza si Ñangas gritaba de felicidad, euforia o agresividad porque sabemos que él se excita tanto con el sudor de los niños y los ruidos de la clase como con los animales alterados. Bueno, Ñangas se excita por cualquier cosa, you know?

Por otro lado, Carpeto se encogía temeroso tras su cojín de relleno algoduños.


—Carpeto, ¿estás bien? —le preguntó Maselillo con preocupación de primera calidad.
—…
—Déjalo, Maselillo. Cuando un oso te contesta con puntos suspensivos es porque no tiene ganas ni de gruñir.
—Oh…

Carpeto era antes mucho más valeroso e hiperactivo, casi tanto como Ñangas, hasta que un día las hermanas Nishastie jugaron con él de una manera incorrecta cuando se colaron en nuestra aula. Esa hora de juegos fue muy traumática para Carpeto, tanto que acabo por convertirlo en un úrsido pusilánime.

La clase acabó y la profesora Chelo se fue descontenta porque su investigación no fue nada fructuosa; ni ella ni nadie supo quién metió el cuervo en la mochila de la despistada Little Aurora, pero la búsqueda seguía abierta esperando que el culpable saliera a la lux.

El recreo fue aburrido y se nos hizo casi eternoh. Los sumnongles se expandían y contraían por todos los vértices y ángulos del sagrado patio, todos excepto algunos que se encontraban en las tinieblas del laberinto de la planta baja.

Maselillo y yo anduvimos por los pasillos en dirección al aula donde iba a comenzar la cuarta clase del día. Fuimos por pasillos muy esquinosos y recubiertos con nenés de todas las formas y edades. Y en uno de ellos, muy oscuro y vacío, un chico osado fumaba saltándose las normas. Maselillo y yo nos sobresaltamos al averiguar que se trataba del espinoso y peligroso Basilión Tronchacocos.


—¿Pasa algo? —preguntó súper chuloh.
—Nada…

Sí pasaba, sí pasaba… pues sobre su hombro colgaba la cinta del escudo de la escuela, en la cual se hallaba escrito el lema consuĕre et cantāre (coser y cantar en latín, tin, tin.). Además era la prueba que indicaba que fue él quién metió a Augusto III en la mochila, pues el pajarraco y la cinta forman parte del enorme escudo de la escuela que está en el despacho de la directora. Y no hay que olvidar que Basilión es un experto en gamberradas y robos, lo que quiere decir que aproveshó que estaba en el despacho de la directora para noquear, posiblemente, al cuervo y llevarse consigo la cinta como trofeo y luego realizar el procedimiento esconde-aves. Creemos que fue así, sí, sí, sá.

—Oye, ¡sabemos que fuiste tú quien metió a Augusto III en la mochila de la Frussie! Era obvius, ya has hecho cosas parecidas en el pasado.
—Ey, hoy he traído la navaja ¿te la enseño? —Basilión hablaba con voz inexpresiva y como si no hubiera escuchado NADA de lo que dije.
—Upsy, eso es un punto final para nuestra conversación.

Basilión es un chico violento y odia que lo molesten. Da palizas a todas las bocas que le digan palabras que no sean de su agrado.

—Venga, vámonos de aquí —Maselillo no aguantaba estar ante ese macarra con navaja.
—De aquí nadie se va si no me sale a mí de los huevos.
—No podrás retenernos a los dos; si amenazas con acuchillar a uno el otro irá corriendo a chivarse de lo que has hecho, ciruelín —informé con seriedad y valor.
—No le des ideas… —me advirtió Maselillo en voz baja.
—¿Tú quieres que te raje la boca, plumero con patas? —preguntó algo cabreadete.
—No, señor, no. Hacemos un trato, tú nos dejas marchar y no diremos que has robado el cuervo y el lema del escudo para hacer gamberradas —le propuse con ganas de largarme.
—Os dejaré marchar si te tragas el pitillo sin apagar. No puedo dejar pruebas de que fumo, que si no me vuelven a echar del insti. —el vándalo sonreía cual tiburón de berenjena.
—No, gracias, yo solo como orégano con leche de oveja.
—Gilipollas, desde que descubrieron que yo maté a aquel bicho, me la pela todo el mundo. Hoy estoy de buen humor porque mi broma ha salido de puta madre, así que no me calientes porque te rajo la cara y te hago una equis de sangre. Ahora trágate el pitillo —su enfado se hizo muy notoriox.
—No, por favor, que se me queda voz de lagarto.
—¡Trágatelo! —insistió.

Basilión tendió su brazo púrpura hacia mi boca. Su cigarro de lucecita anaranjada estaba cerca de mis labios. Me vi forzadis a cogerlo con mis manos temblorosas.

—¡No lo hagas! —intervino Maselillo.
—¡Madre Selva, ayúdame! —grité con angustia.

Con un movimiento suave cogí el cigarro y lo dejé caer al suelo ‘sin querer’. Casualmente cayó sobre el zapato del macarra quinqui y Basilión no tuvo otra que zarandear su pata para quitarse la colilla de encima. En ese momento de distracción por parte de Basilión, Maselillo y yo huimos como ratas de alcantarella sin mirar atrás.

—¡Mamonazos! —Basilión cogió el cigarro y nos los arrojó desde lejos, pero de nada le sirvió porque no nos alcanzó (jódete).

A salvo en el aula, temimos que Basilión nos pillara dentro porque, por si no lo sabías, él es un alumno de nuestra clase. Pero solo asistía muy de vez en cuando; se valía de justificantes falsos o de firmar por si mismo sus apercibimientos para salir airoso de su situación. Pero qué malo es ese niño…

—Espera un momento, ¿a qué bicho mató él? —Maselillo preguntó confundido.
—A Perluja, la antigua mascota que nadie supo con certeza a qué especie pertenecía.
—Ah, ¿esa era la del diente que tú cogiste?
—Exacto.
—Pobrecita —expresó entristecido.

Oh, Perluja, ojalá hubieras sido asesinada de una manera menos dolorosa, por ejemplo envenenada, abatida de un disparo en la cabeza, o mejor, por la muerte dulce. Bueno, sinceramente, queremos que sigas viva, pero no puede ser…

♥ Te queremos, Perluja .


Cuando las clases acabaron y cada uno quería irse a su hogar, se nos apaciguó el temor de ser atacados por Basilión. Yo lo conozco bien y sé que si no nos chivamos o le insultamos (que no lo hemos hecho) es muy probable que no nos ataque. Pero puede que nos de un empujón por los pasillos… Bufff.

Atravesando sin compañía el edificio en busca de la salida, porque Maselillo se fue antes, me encontré con un inesperado puesto de galletas.


—Hola, niño de primaria. ¿Por qué estás regalando galletas? —preguntamos al muchachín con el loro verde aplastado en su camiseta.
—Porque en la clase de cocina tuvimos que hacerlas y nos obligan a regalarlas. Es un trabajo que va para la nota final —explicó hastiado.
—Pues yo quiero coger unas cuantas.
—Ahora no puedes, estoy esperando a que venga mi compañero del baño. Él se encarga de dar las galletas. Yo solo le guardo el sitio.
—Ah…

Tuve suerte y la espera fue muy efimerax porque el niño de las galletas había llegado por fin.

—¡Trululín!, ya estoy aquí. Uish, qué delicioso huele el jabón —dijo el niño que volvió del baño, con las manos húmedas y aromatizadas.
—¿Puedo olerlo? —cuestionó curiozzo el otro.
—¿Me quieres oler las manos? No somos monos, ¿recuerdas? —respondió ofendido.
—Vale, vale —dijo algo desencantado.

El niño recién llegado era muy colorido y gomoso y sus mofletes estaban henchidos de un feliz infantilismo repelente.

—Si quieres me puedo quedar aquí contigo hasta que se lleven todas las galletas —se ofreció generoso a acompañarlo.
—¡Eso nunca! Tú te vas porque hueles mal y si te niegas a marcharte le diré a tus padres que te meas encima cada vez que toca educación física para no hacer deporte.
—Pero cómo, có… ¡VALE, ME VOY! —el niño se fugó llorando con el corazón hecho confeti.
—Hola, soy Gleo Cianea y YO hice casi todas estas galletas —reveló con orgullo.
—Vaya… Emm ¿puedo coger una galleta? —pedí amablemente.
—Mmmmmm… NO ♥ —negó sonriendo.
—¿Pero por qué no? Son gratis.

El mocoso hizo unos gestos de pescado para intensificar su petulancia.


—Son mis galletas, y yo decido si te las doy o no, ¡hala! —determinó sin borrar su sonrisa.
—Pero si estás en este puesto de galletas gratuitas significa que…
—No significa nada. Son mías y nadie más va a pasar por aquí a comerse ninguna. ME LAS COMERE TODAS YO SOLITO. —interrumpió abriendo su boquita azulada.
—Maldito egoísta —le insulté con el volumen al 25 o al 26 (para que no se notara mucho mi enfado)
—Jódete. Yo me las comeré con ojos golositos y tú te pondrás mueeeh, mueeeh, llorando por los pasillos, jijijiji —Gleo empezó a hacer una mímica absurda.
—Conozco un truco para que tú te pongas a llorar también.
—¿Qué, me vas a pegar? ¡Buuuuuh, qué miedo! Jijiji.
—Bufff…
—Yo conozco un truco ♪, yo conozco un truco ♪, jijiji. Y yo me como las galletas. ¡SUFRE DE HAMBRE! —Gleo imitaba mi voz con un tono cantarín y se reía con malevolencia y con la boca llena—. Ah, y te advierto que soy tóxico, sí me pegas te picará mucho la piel.
—Qué asco de ser… —dije despreciando al nene.
—Qué asco de ser ♪, qué asco de ser ♪, jijiji —Gleo volvió a cantar como un loro.
—Ey, ¿sabes qué es lo que está de moda y mola mazo?
—Claro, ¿el qué?
—Eso suena contradictorio, pero bueno… Está de moda algo que tú no tienes —aseveré con tono fastidioso.
—¡¿EL QUÉ?! —Preguntó ansioso por sabere.
—Los escupis ¿quieres uno de regalo?
—¿Escupis?, ¿Qué mierda es…? —gruñó suspicaz.
—¡Pluigh! —escupí un tremendo lapo al niño en su ojo de anfibio inflamado. Los ataques a distancia son los mejores para derrotar a los enemigos urticantes.

Me marché corriendo, no sin antes haber cogido unas cuantas galletas. Gleo gritaba rabioso mientras se limpiaba mi saliva de su ojo sin moverse de su sitio. De su boca salieron horribles improperios contra moi. Maldito niño venenoso y egoísta, ahora tiene su merecido.

Mi cuerpo pudo salir ileso de la escuela, a pesar de haber pasado por varias situaciones comprometidas. Estoy feliz porque ni cigarros he tragado ni cosas urticantes he rozado (¿yuju?). En fin… pero la cosa no acaba aquí. Mi salud era óptima pero mi mente seguía en lo más profundo de su pozo, algo perturbada por todo lo ocurrido hoy. Las reminiscencias del miedo que sentí frente a Basilión se avivaron cuando vi que Basilión, a varios metros de mí, reposaba su culo en la valla del paso de peatones por donde yo siempre cruzo. Debido a esto tuve que ir por otra ruta hacia mi hogar.

Unos pequeños cambios en la rutina nunca vienen mal, porque a veces descubres cosas nuevas por ahí y por allá. Como lo que me pasó por ir hacia la derecha en vez de a la izquierda: Encontré una flor con rostro, roja y repollosa plantada en el arriate frente a la verja del patio. La muy rara me habló.

—Uyuyuy, ¡QUÉ PELOS! Pero cariño, ¿no te has peinado esta mañana? —preguntó mientras escudriñaba y criticaba mi aspecto.
—¿Qué? —dije sorprendidis.
—¡Y qué voz! Un vasito de limonada y miel te vendría de perlas.


—¿Eres una lechuga carmesí parlante? —cuestionamos a la planta dadora de consejos inapropiados.
—No, mi bizcochito. Soy una flor de la familia de las rosáceas y me llamo Rosamelia—se presentó con educación el floripondio.
—Pero qué nombre tan…
—¡Nadie ve mi cara, nadie me oye! Excepto tú, bizcochito, que tú sí me ves dándole a la lengua —Rosamelia me interrumpió para quejarse de la actitud ignorante de la gente paseante.
—Te veo la cara y te oigo en alta definición y…
—No entiendo por qué paso desapercibida. ¿Será que mis pétalos son poco llamativos? ¡Caray!, tengo tanta belleza que irradiar pero nunca me dejan una oportunidad —interrumpió mis palabras por segunda vez.
—Entendemos.
—Uff, ¿y esa piel reseca? Úntate crema de aloe vera, bizcochito.
—Y tú úntate insecticida, que se te acumulan los pulgones como las verrugas en la nariz de una bruja. —Le comentamos mosqueados.
—¡Cariño, no tengo pulgones! ¿Por qué me tratas así?, ¿eres una persona malvada de nacimiento? —Rosamelia hablaba con cara de asombro.
—Yo soy una especie de derivado de la Virgen María.
—No creo que lo seas, pero tampoco creo que hayas nacido con maldad.
—¿Puedes ver la maldad de la gente o qué?
—¡Yo la detecto! ¿Tú no? —afirmó atónita.
—No, lo siento… —dijimos arrepentidus.
—Pues bizcochito, ten cuidado. En la escuela hay una enorme emanación de maldad retenida en alguna parte, aguardando el momento para explotar —confesó con intensidad en sus misteriosas palabras a la vez que el cielo se encapotaba (¿quién lo desencapotará?).
—¿Quieres decir que hay alguien perverso en esta escuela?
—No sé si es algo o alguien, pero mis raíces lo perciben. Todas las flores parlanchinas lo notamos.
—Pero cuéntame más sobre esa cosa maliciosa. ¿Cuándo ha surgido? ¿Es muy intensa? —estábamos sedientos de testimonios.
—No lo sé, bizcochete de rechupete. Tengo menos datos que un tamagochin caducado. Pero si quieres saber más pregúntale al jardinero conserje de la escuela, él fue el que me lo contó todo —indicó dedicándome una sonrisa picarona.
—Ese señor acojona, Rosi… —exterioricé mi opinión sobre su querido jardinero conserje.
—Pero si es un buen hombre. Acércate a él y escucha sus susurros. Apuesto lo que sea a que será amigo tuyo.
—Lo anotaré en mi agenda de las cosas que puede que haga.
— Qué gracioso es todo lo que dices, bizcochito —la flor parecía muy pizpireta.
—Yo me piro de aquí, que tengo ganas de almorzar.
—Claro, bizcochito, aliméntese bien e hidrátese. Hasta nunca y encantada de conocerte.
—¿Cómo que hasta nunca? —pregunté con extrañeza.
—Bizcochito, yo no estaré aquí mucho tiempo, la maldad que se esconde en la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar me acecha, soy uno de sus próximos objetivos.
—¿Quieres decir que van a asesinarte o algo así? —preguntamos asustados.
—Sí, bizcochito. Pero no te preocupes por mí, sobrellevaré mi destino de la mejor manera posible, incluso puede que escape de mi horrible sino. Solo te pido que te largues de aquí, si no quieres convertirte en la próxima víctima —explicó con sinceridad su dulce voz.
—Esto es un tema que no se puede pasar por alto. Mi alma está motivada para investigar y saber qué ocurre —sentíamos una energía mezclada con pavor al oír el escalofriante alegato de la flor.
—No, bizcochito, esto no cosa de adolescentes con acné. El mal de la escuela no es un niño revoltoso que pega patadas por doquier, es algo diez mil veces peor, es inconmensurable —Rosamelia hablaba de las cosas escalofriantes que sabía con una serenidad increíble~.
—Pero, podemos al meno…
—Ni se te ocurra, bizcochito. Vete ya a tu casa, aquí estás en peligro. El mal invisible está acechando cerca. Mañana será otro día, más pacífico que este sin lugar a dudas.
—V, vale… Adiós pues.
—Muack, para ti —Rosamelia me disparó un BESAZO con sabor a fresa que en realidad no existía. La flor parecía estar muy feliz, pero en su interior, por donde fluye la savia y esas cosas, estaba abrumada por los acontecimientos.

Me fugué de allí con mis piernas apuradas. Mi mente nadaba en un bravo océano de desconcierto. ¿Qué mal era ese? ¿Cuándo saldrá de su escondrijo? ¿Por qué Rosamelia tiene un nombre tan de… viejah? ¿Ella no tiene miedo a morir? Demasiadas dudas dudosas.

Ya es de noche y he acabado de cenar. Ahora os dejo, voy a pensar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario