04 mayo 2011

Lunares y nudos

En el cuarto de las cosas que se pudren a la velocidad del rayo, es siempre conveniente abrir algún ventanuco gracioso para que se vayan los vapores hediondos que vician el aire. Oh, santa bóveda celeste, se me va la olla y nadie me avisa. Bueno, es hora de empezar a narrar.

Hoy ha sido un día lleno de color y magia; había cosas azules por allí, cosas moradas por allá, algunas cosas colgando alegremente y también algún que otro lacito. Pero aparte de todo eso, había además un efluvio de maldad irrefrenable que se ocultaba entre los colorines aguardando el momento para atacar. Pero ya os contaré de qué se trataba.

Mi aventura comenzó cuando salí de la escuelina más escolar del mundo. Las clases acabaron very pronto, tan pronto que mis compañeros se sorprendieron mucho y algunos casi se tragan su propia lenguax. La masa adolescente fue excretada del aula a las doce del mediodía por motivos de docentes ausentes. Gracias a esa pronta liberación, los compis almorzar antes pudieron.

Una vez en la calle, disfrutamos de la libertad en el barrio de Normalera. De todos los barrios de la ciudad, este es el más normal, el más típico. Normalera está situado un poco al sur del centro del distrito y al norte de Villaflopio del Escaramujo. En él se ubica, tan amarilla como siempre, mi escuelita amada. No es el barrio más tranquilo pero al menos es agradable y súper transitado.

Yo aproveché con cautela el tiempo extra que habíamos ganado. Me fui a casa y comí a la 13:00, a diferencia de los otros días, que suelo comer a partir de las 14:30, para tener una hora más de ocio. Luego por las calles caminé (tiririrí) y de repente me vi arrastradə por una corriente invisible que desembocaba en una especie de festival callejero que se celebraba en el parque de Maraguarrada: era una miniréplica de la Feria de Abril de Sevillah.

Me introduje entre el falderío irisado de la peña que bailaba y cantaba como cacatúas felices bajo UNA LLUVIA DE PIPAS. Sin esperarlo en ningún segundus, descubrí a dos damas estudiantiles que reposaban sus orondos cuerpos en un carruaje de caballos. Una era morena y la otra pálida. Se trataba de Mamá Vegas y Little Aurora vestidas de flamenca.


—Mira, Little Aurora, ha venido alguien más —Mamá Vegas me señaló con su dedo indicador muy contenta.
—Oh…, ¡hola! Qué casualidad encontrarnos aquín.
—Hola, cariño, susususú ♥.
—Mamá Vegas, estás guapísima. Tus ojitos de caniche ahora lucen con el encanto de unos ojos de tigresa.
—Pero qué cosas más bonitas me dices, sususú. Creo que me sienta muy bien la máscara de pestañas—opinó sonriente.
—Glubs —Little Aurora emitía sonidos viscerales a causa de su ya extinto llanto.
—Y tú también estás muy guapa, Little Aurora, tanto como una aurora boreal —tanta beaulleza nos obligaba a ensalzar a las sumnongles.
—Dios mío, cuántos piropos. Nos vamos a quedar como dos claveles coloraos —Mamá Vegas agitaba su abanico de lima alegremente.
—Jijiji.
—Glubs, muaaah… —sollozaba como un globín.
—Frussie, ¿aún no se te ha quitado el susto del cuerpo?
—No, Mamá Vegas, no… Hasta que no nos bajemos de aquí no me calmaré —dijo de manera tajante.
—¿Pero qué ha pasado?
—Pues el caballo de este carro estuvo a punto de comerse su cabello. Pensamos que se había creído que era una ensalada de zanahoria —relató Mamá Vegas.
—Mi pelo no parece zanahoria. Es pelo normal.
—Lo sé, lo sé.
—Pobrecita, intenta animarte un poco —aconsejamos a la Frussie más llorona del mundo.
—Lo haré… cuando me tranquilice —Little Aurora parecía costarle adquirir algo de paz.
—Hazle caso, tienes que animarte y disfrutar, Aurora. ¡Hoy es tu cumpleaños!
—¡Oh, no lo sabia!, ¡fefilicidades!
—Gra, gracias.
—Yo la quise llevar hoy aquí para que probara algo diferente en su cumple. Y ciertamente he acertado con el sitio. ¿Verdad que te gusta estar en la feria?
—Sí, sí… —afirmó con una sonrisilla de pitiminí.
—¿No quieres unirte a nosotras? Vivo cerca de aquí y te puedo prestar algo de vestimenta para la ocasión. Creo que es mucho mejor que comprarse un traje en una de las tiendas de esta zona —nos aconsejó en clave de enigma~.
—¿En serius-serius?
—Sí, antes vimos a una chica que dio tres vueltas sobre su propio eje con mucha elegancia y se le cayeron todos los lunares del vestido. La desdichada tuvo que recogerlos de todas partes —dijo llevándose el abanico a su boca de asombro.
—¡Menudo desastre! Yo creo que me voy a quedar con la ropa que llevo puesta.
—Como desees, sususú.
—Mamá Vegas, ¿no has invitado a tu querido Chéster en el Espacio al cumple-feria? —pregunté curiosis.
—Lo intenté pero no hubo manera. Él prefirió irse a una exposición de barcos para documentarse sobre náutica. De todos modos, lo de la feria lo planeamos justo al salir de clase, así que mucho no pudimos hacer.
—Oh, dododó. Bueno, yo os dejo solas con el caballo comepelos para dar un paseíllo.
Si quieres puedes comprarte por allí unos helados de gazpacho y unos chicles de jamón de Trevélez, están muy buenos.
—No gracias. Estomaguito está lleno y no acepta más materia comestible.
—Susususú. ¡Se me olvidaba! De parte de Mamikala, que llamó antes para felicitar a Aurora, que os echa de menos a todos los de la clase —informó con entusiasmo.
—Uy, qué tierna… Dale un lengüetazo de cariño por teléfono de mi parte.
—¡OK!
—Ozú, muchachas, pasarlo bien —nos despedimos con formalidad campechana.
—Igualmente, hasta mañana ♥ —dijeron las chiquillas sentadas tras el culo del caballo.

Abandonamos el andalucerío porque nos sentíamos muy grisáceos entre tantos trajes de colores. Odiamos ese tipo de diferenciación cromática tan notable.

No tenía ningún destino a donde llegar, solo caminaba y caminaba sin parar hasta que llegué a un parterre sombrío (sin fantasmas mirones que me espiasen) cuyas verjas habían sido destruidas por una sabandija perniciosa del barrio. Suena horrible, lo sé, pero al haber roto las verjas abrió un rápido acceso a la calle del otro lado por donde ahora la gente se cuela para ahorrar tiempito.

No me di cuenta pero… ¡estaba yendo en dirección a mi hogar! Como era la primera vez que transitaba por ahí me costó reconocer en qué latitude y longitude estaba. Aunque hubo algo que no reconocí: unas cintitas gomosas de colores que colgaban entre, sobre y a través de los edificios.


¿Qué era esa extraña decoración? ¿Era también mi cumpleaños y mis vecinos me habían preparado una sorpresa? Desde luego que NOP. Quizá esos extraños podrían deberse a la llegada de la misteriosa Soledad Chungarile, pero no fue así.

Al salir del parterre y al avanzar unos metros finalicé mi excursión en la calle en donde vivo. Pude ver más de esas gomas de colores y al sumnongle rechonchete que las controlaba. El maestro generador de todo ese enredo se hallaba justo en el centro de la calle, colgando como una piñata endemoniada. No pude asimilar bien lo que mi ojo izquierdo y mi ojo derecho veían, era muy insólito. Ese sumnongle de aspecto malicioso era un niño achatado, de etnia andina y con cara de abuelo muerdededos. Se trataba del poco conocido Hijo de un Amor.


—Hijo de un Amor, ¿qué haces enredado ahí? —preguntamos estupefactos.
—No hago nada, ¿algún problema? —contestó desafiante.
—Tienes todo esto lleno de esas cosas llamadas…
—Flexigomitos —concluyó lo que estaba diciendo.
—Eso.
—Oye, si quieres te puedes largar, esta calle es mía.
—No puedes apropiarte de una zona urbana sin permiso, y menos si la llenas de estas porquerías porqueringosas —dije reprochando su actitude.
—No digas huevadas y vete, que la gente como tú me cae mal —Hijo de un Amor se exasperaba poco a poco.
—No me iré, yo vivo por aquí y quiero que restablezcas el orden, si no llamaré a tu madre para que vea el lío que has montado.
—Te crees lo mejor del barrio pero no eres más que mierda. Y tú no tienes el número de mi vieja.
—Eso tú no lo sabes —Hijo de un Amor nos había pillado, no teníamos el número de Remualda.
—No soy imbécil, sé que no lo tienes. Yo ahora soy lo máximo del barrio y nadie me podrá derrotar.
—¿Pero qué dices?
—Soy Hijamor, the Flexigomitos Master, los llevo coleccionando desde agosto y los puedo controlar. Ahora voy a sacarle la mugre a esos monses ¡Y A TI TAMBIÉN POR IDIOTA! —gritó con la densa cólera cubriendo sus violentas palabras.
—Oh, noes!

Hijo de un Amor se elevó sobre el suelo usando la elasticidach de sus fleximierdas. Parecía un arácnido maligno que había creado una tela de araña para castigar a las presas que pasaban por la calle. Lo que me sorprendió fue que Hijo de un Amor, o Hijamor, dominaba esas gomas como si fueran tentáculos que salían de su cuerpo. Daba mucho miedo.

A unos metros tras de mí estaban jugando unos niñets que no reparaban en el peligro que corrían. No pudieron huir de allí sin recibir al menos un latigazo por una de esas gomas que se dirigían feroces hacia ellos.


—Allons, courons, ma souer, courons, pou-pou! —Poubbidoux apuraba a su hermana a que abandonara el lugar.
—Attends! Les éléphants: n'oublie pas les éléphants, peu-peu!
—N'importe pas! Nous reviendrons à les chercher, pou-pou.
—D'accord, peu-peu —Poubbideux se vio forzada a retirarse sin sus artículos.

Los hermanos Poubbideux y Poubbidoux estaban vendiendo ilícitamente unos paquidermos de madera, (elefantes, para que no te confundas). Tuvieron que abandonar el sitio dejando parte de su mercancía a merced de los latigazos. Por ciertou, los hermanos iban ataviados con ropitas nuevas… A veces pienso que no son pobres. Además, ¿cómo han conseguido esos elefantes? Aparte de los hermanos africanos estaba Redondio, el cabeza redonda de los tres niños de la pelota. Intentaba refugiarse en algún portal pero Hijo de un Amor era muy rápido y sus fugaces látigos se lo impedían.

—¡Eh, tres niños! —le grité desde donde me situabah.
—¡Ahora solo estoy yo! —Me corrigió alterado por la situación.
—Perdón, quiero decir, tres niños menos dos (3 – 2), ven a donde estamos nosotrox, aquí estarás a salvo.

Redondio era el único que no había encontrado un refugio. Yo le invité CON MUCHA GENEROSIDAD a que se acurrucara tras los frondosos muritos del portal de un aburrido edificio. Y así lo hizo.

Hijo de un Amor no tenía a nadie más a quién atacar y solo se limitaba a reírse como un ogro borracho en miniatura. Cuando inspeccioné mejor la zona desde lejos, descubrí que aún quedaba alguien bajo los flexigomitos. Era un sumnongle vermiforme de cabeza de guisante y de rostro entristecido. Se trataba de Toto Salamanca y me hacía señas para que me acercara hacía él aprovechando el momento en el que Hijo de un Amor no atacaba.


—Toto, estás muy malherido y sucio —le describimos grosso modo.
—Lo sé, me han dado fuerte, snif —el nene sollozaba por el dolor que sentía.
—Ahg… otra vez con ese jersey azul gominola…
—Deja de meterte con mi jersey, jolines.
—Es que no me gusta y siempre lo llevas puesto —nos quejamos insolentemente en el peor de los momentos.
—Tú siempre vas a todas partes con esa mochila. Es muy fea y parece un hipopótamo, pero no me quejo.
—Oh ¿Cómo osas…? Tienes razón… Me disculpo ante Toto a la de ya.
—Vale, acepto tus disculpas. Pero ahora ayúdame a terminar con ese niño malo y sus gomitas de colores.
—De acuerdo —recién disculpadә, socorrí al sabio y comprensivo niño.

Toto me señaló un artefacto de tortura corporal con el que él mismo jugaba. En realidad se trataba de una especie de jabalina cónica.

—Intenta arrojarlo al Lazo Magno. Todos los flexigomitos más importantes y los que sostienen a ese niño están amarrados ahí. Intenta atravesarlo con mi lanza —explicó Toto muy alerta.
—Esto es más fácil que depilar a un delfín.


Con mi brazo lanzador, empuñé la lanza y la arrojé hacia el firmamento en dirección hacia el lazo del mal. Pero fallé por unos centímetros y lo volví a intentar… unas nueve veces.

—Qué aventados son. ¡Inténtenlo otra vez, conchetumadres! —Hijo de un Amor se reía como nuestro enemigo mundial SATANÁS.
—De, deja que lo intente yo —Toto se arriesgó a ser azotado para poder tirar la lanza.

Recibió unas cuantas hostias pero al menos pudo… bueno, no pudo deshacer el nudo a la primera. Solo después de unos quince intentos gracias a su potente lanzamiento final que sus pequeños bracitos le concedieron, por suerte, una vez en su VIDA.

Después de tanto ajetreo, el Lazo Magno fue atravesado por la lanza y la tremenda telaraña de flexigomitos se descompuso en cuestión de segundos. Hijo de un Amor cayó al suelo desde una alturinga considerable, lo que lo dejó inconsciente durante unos minutos.


Había sobrestimado su propio poder y no fue consciente de que su punto débil estaba a nuestro alcance. El susto y el tremendo golpe que se dio le sirvieron como escarmiento por su despiadada tortura.

Al cabo de dos horas, el resto de los niños volvió para seguir jugando (o vendiendo elefantes de madera), aunque otros volvieron a casas con marcas de latigazos y lagrimillas de angustia. Nosotros nos largamos del campo de batalla extrañados porque solo tres vecinetes de la calle se asomaron por la ventana para ver el jaleo gomoso que hervía en la calle. En fin, lo que importa es que después del altercado, volvió la calma.

Yo en casita ahora estoy sanándome las rojeces. Hijo de un Amor estará en la suya, cabreado por la derrota… Que se joda.

¡Hasta la próxemu, doubidoi!

No hay comentarios:

Publicar un comentario