01 junio 2011

La melancolía de una madre

¡Le miércoles es un día de celebración! ¿No lo sabías?, pues calla y escucha.

Una enfermedad ha invadido mi organismo y lo ha dejado en un estado lamentable. Si pensáis que tengo rinocerontiasis, mal rollo tse-tse o dedos doloríos significa que estáis equivocados. Lo que tengo es una gripe vulgar que no sirve para nada. Pero estoy bien y además puedo moverme. Hoy fui al médico por la mañana para que me recetaran la pastilla que combate contra el ejército patógeno que tortura mis entrañas. Por lo tanto no he ido a clase pero tampoco me he quedado en casa amodorradis en el sofá. Si conservo la fuerza para moverme prefiero rastrear los barrios de mi ciudad antes que… ir a clase.

Bueno, bueno… No sé si he hecho novillos o no, pero si sé que los que están malitos no van a la escuela y que no necesariamente deben reposar en casa. Yo soy un ser fuerte y lleno de VITAMINA EXPLORADORA.

Paseando cerca del centro de salud, me topé con un intestino enorme y movedizo que reptaba por las aceras de las calles con mucho ruido. En realidad era la famosa cola del INEM, una representación real y decadente de cómo está el mundo laboral ahorax. Entre los sumnongles de la cola, se erguía una triste figura de rostro pachucho, se trataba de Mamá Bebé.


—Mamá Bebé, o Mabi para los amigos —dije con júbilo floral.
—¿Quieres algo? —preguntó desanimada al presenciar mi llegada.
—No, nada. ¿Cómo estás?
—No muy bien. Si no te importa, ¿puedes dejarme sola? —pidió afligida.
—Oh, valele.

Dejé sola a la señorina para que pudiera respirar el olor a humanidad con su apenada naricita. Me apenó oír eso que me dijo y no pude evitar sentirme como si fuera una alimaña insolente y sinvergüenza que va molestando a los penitentes de la vida. Pero no quise marcharme lejos, hacía meses que no la veía y de verdad necesitaba hablar con ellax.

Esperé menos de una hora y Mamá Bebé salió sana y salva de la oficina del paro.

—¡Mamá Bebé, Mamá Bebé! Te he estado esperando like a doggy en la acera —anuncié mientras la invitaba a sentarse conmigo en un banco de la calle.
—¿Por qué me esperabas? —cuestionó extrañada.
—Hace tiempo que no hablo contigo.
—Si me vas a hablar de idioteces, me marcho.
—No, no, nada de eso. ¿Qué hacías en la cola del INEM? —preguntamos curiosos.
—Esperar a poder renovar el paro.
—¿Te han echado del trabajo?
—No exactamente, pero sí —respondió sin energía y apagadah.
—Lo siento mucho.
— No pasa nada.
—Oye, sentimos de todo corazonzuelo habernos portado mal contigou —expresé con mi piel sonrojada.
—¿Cómo? —volvió a preguntar asombrada.
—Sí, reconocemos que cuando fuimos a ver a la Virgen de la Lupa no parábamos de preguntar cosas gilipollezcas. Lo siento de veras —expliqué cordialmente.
—Qué detalle por tu parte. Me resulta muy inesperado todo esto pero te perdono.
—¡Estupendo! Además quiero darte una cosa. Un amuleto de la suerte. Eh… sinceramente no es un amuleto de la suerte, pero un pajarito muy feo me enseñó que los tréboles de cuatro hojas lo son. Aunque esto no sea un trébol de verdad, tiene forma de uno —expliqué mientras sacaba de mi bolsillo el amuleto coloridoso.


—Gracias, muchas gracias. No sé que decir... —Maravillada, pero algo incómoda por los acontecimientos, Mamá Bebé cogió gratificada el colgante (que yo llevaba colgando inútilmente en mi monedero).
—De nada. ¿Tienes cosas que contar? Como qué pasó en tu trabajo o… si se sabe algo de Poesía.
—De Poesía no se sabe nada… La policía aún no ha cerrado el caso y lo poco que se sabe no sirve para nada —Mamá Bebé volvió teñir su rostro de pena, penita, pena.
—Qué triste…
—Y en mi trabajo, pues…  el salón de celebraciones donde trabajaba ha quebrado.
—¡Oh! ¿El salón Mec-Mec, deja de llorar y SONRÍE? —Elevé mi voz al oír la inesperada noticia.
—Ese mismo.
—¿Y qué era lo que hacías allí? No me acuerdodo.
—Me encargaba de animar los cumpleaños de los niños más lloricas. Me disfrazaba de Diana la Lombriz y les llevaba la tarta a la mesa y luego disparaba serpentinas por los ojos. Tenía que elegir los colores apropiados y lanzarlos a la velocidad adecuada para que los niños no se deprimieran —Mamá Bebé relataba nostálgica las cosas de su pasado laboral—. Cuando me quedé embarazada de Poesía, temía que me despidieran pero no fue así; me cambiaron de disfraz, cuando vieron que estaba más gorda, por el de Wompy la Hipopótama, que disparaba malvaviscos por el ombligo.
—Tenía que ser fascinante celebrar un cumple allí.
—Lo era. Pero luego me di de baja por maternidad y semanas después el negocio acabó. Estuve trabajando en él un poco más de dos años.
—Vaya… ¿Y qué tal el skinhead, digo, Papá Bebé? —pregunté bajito para que cierta palabra no la mosqueara.
—Él está bien. Ahora él es el que se encarga de llevar el dinero a casa.
—Pues dale un saludo de mi parte. Yo me voy ya —mi despedida fue inminente, lo cual sorprendió a Mamá Bebé.
—Oh, entonces hasta la próxima —Mamá Bebé agitó su mano y algo aliviada tras nuestra conversación. Creo que necesitaba oír mis disculpas desde hace tiempo.

Me levanté del banco y me alejé como un platelminto huidizo, hasta que me detuvo la necesidad de decirle una última cosa a la entristecida Mamá Bebé.

—Mamá Bebé, sé que no te gusta que hablen de Poesía porque piensas que tal vez no lo volverás a ver. Pero yo me entregaré en cuerpo y alma y me esforzaré con sudor y sangre para encontrar a tu bebe extraviadoh —aseguré a Mamá Bebé con mi sonrisitah galáctica.
—Gracias… Si lo dices en serio, te lo agradeceré eternamente —una diminuta ola de esperanza, verde como tu lechuga preferida, llenó un rinconcito de su espíritu desolado.

Retomé el trayecto de abandono del lugar para irme a otro sitio. Sacudí mi mano de izquicha a dererda para despedirme de Mamá Bebé, que seguía sentada en el banco con una expresión difícil de definir.

Mamá Bebé, cuando tenía diecisiete años, se llevaba muy bien conmigo. La llegué a considerar incluso como una HERMANA MAYOR. Lo triste fue que ella se distanció de mí y que su mariposeo con los estupefacientes deterioraron su personalidad y su humor. Acabamos por dejar de vernos casi todos los fines de semana en el rellano de la escalera construida cerca de nuestras casas.

El paseo matutino me estaba agotando musho. Me planteé caminar por Valdorrendo, pero había que estar muy MAJARETA para meterse en ese sobaco urbano plagado de sumnongles desequilibrados. Volver a casa era lo mejor que podía hacer y así lo hice. Quise atravesar primero el parque de Maraguarrada para sentirme en contacto con la naturaleza. Antes de cruzar el parque, atisbé un acongojado orbe arrimado al borde la carretera, completamente desamparado. Nunca imaginé que volvería a tener esa forma…

—Remualda, no…
—Sí, lo siento… —sollozó la señora.
—Oh…


—¿Qué ha pasado? —pregunté con compasión.
—Estoy misia, el trabajo no me da para mucho y necesito guita cuanto antes —Remualda se lamentaba entre la porquería del asfalto.
—¿Quiere decir que necesita dinero?
—Sí. Y no solo eso, Hijo de un Amor se porta muy mal con los otros chibolos de su clase y saca muy bajas calificaciones en la escuela.
—¿Y sabía que el otro día montó un follón en mi calle con sus flexigomitos y que se puso a fustigar con violencia a todos los niños que andaban por ahí? —preguntamos para averiguar si ya estaba informada.
—Ya me lo han comentado… Me dejó el corazón roto. No sé qué hacer con él y ya lo he intentado todo… —explicó con lágrimas en los ojos.
—Cambiará por su cuenta, más le vale —cercioramos con seriedad.
—Ay, Dios… ¡Me quedé para recoger con cucharita, moqueando sin parar!
—No diga eso, Remualda. Todo irá a mejor.
—Mi marido es un alcohólico, mi hijito un delincuente, mi trabajo una basura y además alguien ha malversado los fondos de la ONG que ayuda al pueblo de mi mamita en el Perú. Todo es un desastre… —Remualda sollozaba hundida en su miseria.
—Yo le deseo mucha suerte para que pueda hallar la estabilidad de la balanza de su vida en Europa.
—Gracias. ¿Me puede hacer un favor? —pidió con voz temblorosa.
—Dígame, bolita.
—¿Puede colocarme en ese muro? No quiero que ningún carro estacione sobre mí.
—Claro —contesté levantando con cuidadín a Remualda del suelo.
—Te lo agradezco. Me quedaré aquí hasta que se pase el estado bola de mi cuerpo.
—Como debe ser. Yo me marcho, que mi cuerpo está malito y necesita reposo URGENTE —la gripe hacía de las suyas dentro de moi.
—Vale. Le agradezco mucho su apoyo —agradecida, Remualda esperaba a recuperar su forma original tras su bajón depresivo.
—De nada, Remuesferalda —guiñé el ojo y me fui.
—¿Qué?

Nuestro siguiente nivel era el parque. Nos habíamos topado con las melancólicas Mamá Bebé y Remualda, y aún quedaba alguien más conocido en aparecer por el territorio adyacente a nuestro barrio Villaflopio del Escaramujo.

En el núcleo del vergel urbano, divisamos un ente llamativo y solitario, con un diseño corporal muy poco común. Su cabezota era tan grande como su cuerpo y sus ojos con estrabismo eran como dos caramelos de tofe.


—¡Eh, tú, enano! ¿Hoy has decidido disfrazarte de monigote color tomate? —grité con rabia.
—¿Qué? —preguntó el señor bajito echando humo de puro por su boca.
—¿Te has desincrustado por fin tu traje color charco de playa caribeña donde todos se lavan la roña de los pies? —analicé el nuevo aspecto del señor y lo describía de manera burlesca—. Y encima te has dejado crecer un cepillo debajo del pomelo que tienes por nariz.
—Oye, joven, te estás confundiendo. Yo soy Zipula Carmesí.
—¿Cómo? ¿Entonces no ser usted el enano que me preguntó en dónde se perdió el adorable Poesía? —cuestionamos confundidos.
—¿Ese enano tenía pecas y una sonrisa estúpida?
—Sí.
—Pues ese es mi camarada Zipula Turquesa
—declaró el señor rojizo muy sereno.
—¿Se llama así? Suena a nombre científico de un insecto venenoso.
—¿Tienes más insultos que decir, joven? —su socarronería era algo irritante.
—No… Bueno, sí. Apuesto mi bazo a que tú eres un pedófilo lamentable como Zipula Turquesa, solo que tú tienes cara de ser antipático. ¿Y esa ropa? Vistes igual que él y tienes el mismo símbolo del chupete. No hay duda de que ambos formáis una especie de dúo espía-niños que va a los parques a restregar sus asquerosos órganos copuladores en la superficie de los toboganes, embadurnada de sudor de infante, para conseguir esa morbosa excitación que es lo único que aporta felicidad a vuestra patética existencia.
—Eres demasiao valiente para decir eso, solo porque tiene más altura que nosotros. Pero no nos menosprecies, que no tienes ni la más puñetera idea de quiénes somos —dijo sin perder la calma mientras exhalaba hedor a puro por su boca.
—Pedófilos sois, no hay más que ver cómo espía tu amigo entre los arbustos los culos de los nenes que oscilan en los columpios. Incluso se le cae la baba —revelé lo que sabía con firmeza.
—Eso tendrás que demostrarlo. Eres la única persona que es testigo de lo que hace Zipula Turquesa. ¿Te creerán los padres de esos niños? Inténtalo y me dices —me propuso el estoico de Zipula Carmesí.
—Por ahora me preocupa más encontrar a Poesía. Ahora que veo que hay dos enanitos pedófilos, empiezo a tener sospechas de que estáis INVOLUCRADOS en su secuestro.
—Jojojo, vete a denunciarnos a la policía. A lo mejor te dan un caramelo por haber encontrao a dos sospechosos tan pequeños e inofesnivos como un niño —rió con una detestable voz ronca y rasposa.
—Investigaré bien antes de ir a la poli. No os quitaré mis ojos tenebrosos de encima.
—¿Por qué no te vas a jugar a la consola? No pierdas el tiempo, joven, no descubrirás nada, nunca sabrás quién tiene a Poesía y ni siquiera sabrás si está vivo.
—Cállate, boñiga de fresa. Seáis o no los secuestradores de Poesía, acabaréis en la cárcel por ser sexualmente adictos a los niñettes —concluí la conversación con una actitud desafiante.

Me fugué del parque de Maraguarrada dejando una nube de polvorones (sin -rones) en el aire. El enano de color carmesí ha generado un intríngulis nuevo en el caso Poesía. ¿Quiénes son realmente esos enanos Zipula?, ¿nadie se da cuenta de que son un asqueroso par de pedófilos?, ¿por qué están tan tranquilos?, ¿están involucrados en la desaparición del bebé? No me entero de NADA y ese enano me da escalofríos. No soy tan valiente como él dice, pero si lo suficiente como para enfrentarme a él si hace falta.

No sé si avisar a Mamá Bebé de lo ocurrido. Quizá esos homúnculos no son más que fantoches que disgustan a la gente, pero… si tienen a Poesía, hay que actuar antes de que hagan algo horrible. Qué desesperación ¿Qué hago?

Por ahora me voy a descansarrrrr, lo necesitou.

2 comentarios:

  1. Ay!! pobre Mabi!! que solita y desesperada se la vé :S

    Ánimo!! que seguro que encuentras a tu Beibi!!

    P.D:
    Esta muy mona con su vestidito

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  2. Ojalala-ojalalá lo encuentre... La felicidad de Mamá Bebé estar muy destruida. Poesía necesita ser encontrado por mí o por un poli.

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