07 junio 2011

Reuniones importantes en el patio

Estoy empezando a sentir los gusanillos del veraneo que reptan por mi cuerpo hasta mi jugoso cerebro. Las clases se acaban y mi felicidad estival renace.

Como todos los días, me volví a encontrar a Maselillo en clase. Ambos estuvimos toda la primera hora cuchicheando como un cubo lleno de urracas miopes. Incluso en la segunda hora, seguimos con nuestra discreta charla sin que nuestra tutora nos llamara la atención. En realidad todo el mundo iba a su bola (o esphera), incluida la tutora. Además, ella nos ofreció unas dibujos fotocopiados para colorear con la magia de las ceras de colores sin olores. El único inconveniente de esa actividad artística era que los dibujos coloreables que nos había repartido eran de cebras y pingüinos. Los alumnos se sentían frustrados y algunos de ellos, como Little Aurora, suplicaron al círculo cromático divino e inexistente una solución rápida para colorear a esos animales en blanco y negro. Muy pocos lo consiguieron.

Nosotros encontramos más interesante ver lo que Don Supergordo maquinaba. Nos referimos al sonrosado y siempre obeso Grongo, que dejaba rebosar sus graciosas grasas por los bordes de su asientox.

—Grongo, es hora de adelgazar ¿no? —le sugerí con una voz infrasónica.
¿Uff, qué? —preguntó alarmadou.
—Hola, Grongo, te he dicho hola —mentí afirmándole que le había dicho hola.
¿Seguro?
—Tan seguro como que Maselillo siempre sonríe.
Yo no estoy todo el rato sonriendo —comentó bajando las comisuras de su sonrisa un poquitu.
—Vaya, qué decepción… Consideraba tu sonrisa el rasgo más característico de tu (vulgar) personalidad —volví a dirigirme al rubio gordo, que llamó mi atención con lo que estaba haciendo—. Oye, Grongo, ¿por qué estás sacando esas frutas de la mochila?
Porque no quiero que se me aplasten por el peso de mis revist… libros —respondió nervioso.
—Yo pensaba que tú solo zampabas caramelos, pasteles y las carnes rojas que coronan la pirámide alimenticia.
¿Qué dices? Yo como de todo. Soy un chico muy sano —confesó abriendo mucho sus ojos.
—Pues aquí huele a que estás haciendo dieta porque tienes sobrecarga de lípidos —expresamos convencidos de que Grongo se había puesto a régimen.
No, no, no, te equivocas.
No te pongas plasta, por favor. Deja que coma lo que quiera —me recomendó Maselillo colocando su manita en mi hombro—. Sin embargo es cierto que hasta hace unos días, siempre traías dos croissanes, cinco bollos de chocolate, dos bolsas de patatas fritas, gominolas y una botella de refresco, ¿no es así? —recitó el chaval con rectitud como la de Calatayud.
—Tienes bien memorizzato su menú —dije sorpredidә.
Es que de tanto verlo pues se me queda grabado —Maselillo sonrió tímidamente.
Pues sí, estoy haciendo dieta, ¿algún problema? —Grongo se puso a la defensiva.
—Ninguno, colega~.
Mis padres me han obligado a adelgazar.
—Necesitas bajar unas toneladas —hablé con una voz tan tenue y floja que no fue oída ni por los fantasmas de mi boca.
Pero no me hace falta; yo, en realidad, no tengo grasa. Mi madre dice que lo que tengo es una sustancia que mi cuerpo saca de la comida que como. Se me acumula como si fuera grasa y hace que parezca gordo, pero no es así. Y cuando cumpla dieciocho años, mi cuerpo absorberá esa sustancia y me quedaré delgado y musculoso. Pero, para que mi cuerpo haga todo eso cuando sea mayor de edad, tengo que comer frutas y yogures para que activen las hormonas de la absorción —explicó Grongo serio.
—Menudo relato de ciencia ficción te ha soltado tu mami. Ahora entender porqué suspendiste biología —con una risita de anchoa, concluimos nuestro comentario sobre la ridícula historia de Grongo.
¡Shhh! Estoy hablando. Luego, cuando sea muy fuerte, todas las chicas que me vean se enamorarán de mí. Y un día, dejaré a una embarazada y ella se convertirá en mi esposa, y me querrá mucho y me hará todos los pasteles que quiera.
—Por supuesto, Grongo. Te harás fuerte y todo eso… —tuve que soltar un sarcasmo SÍ O SÍ —. Aunque también puedes enfermar de artrosis, sufrir insuficiencia cardíaca y convertir tu sonrosada piel en un territorio lleno de estrías.
¡Cállate! Tú espera y verás cómo pierdo mis kilitos dentro de unos años. Oh, me falta sacar el limón.
—Grongo. ¿Por qué te han dado un limón para merendar?, ¿tu madre te odia? —cuestionamos cítricamente.
¡Que no! Sabe muy… rico —Grongo se giró para sacar la última pieza de su merienda que quería rescatar de su pesada maleta.
¿Por qué te dan un limón? Si yo fuera tu madre, te habría dado una mandarina, que son más buenas.
—Calla, Maselillo, que yo quiero ver cómo lo chupa —nosotros murmurábamos a espaldas de Gorngo, que no nos oía pues gemía incómodo retorciendo su cuerpo en la silla par acceder a su mochila que reposaba tras él.
¿Te has fijado? Las frutas parecen de mentira. Mira, tienen como una apertura.
—Es cierto. Vamos a investigaaarg —percibimos que las frutas parecían ser falsas. Con destreza y rapidez, confirmamos que las frutas no eran más que envases de plástico que ocultaban alimentos cárnicos y dulces. También había un yogur cuyo contenido no era precisamente lácteo (o sea, de las ubres de una vacca)

El chico revolvía su cavernosa mochila con el bamboleo de sus manitas. Estaba agobiado por no encontrar su cítrico amarillo. Cuando su cabeza volvió a estar por encima de todo su cuerpo, y su cuerpo volvió a recobrar la postura de una persona sentada, observó su mesa y notó que sus frutas habían sido violadas a sus gruesas espaldas. Grongo se quedó de piedra como el estatus de una estatua: habíamos descubierto los verdaderos alimentos de su merienda. Y para colmo, su limón, que era también de plástico, contenía caramelox en su interiore y accidentalmente se abrió mostrando sus golosas entrañas.


Ufff… Qué mal rollo —musitó inmóvil y sudando como un cerdo.
—Ay, Grongo, ¡has sido capaz de meter una salchicha dentro de un plátano de juguete! —elevé la voz debido al asombroh.
Mumumumu.
No grites… Oye, lo que hay dentro de ese yogur es… —dijo Maselillo curioso.
—Huele y parece chorizo cortado en trocitos.
¡Dejadme! La dieta de frutas y verduras es un asco. Por eso les pedí a mis padres que me dejaran los lunes para comer lo que quisiera.
—Hoy es martes…
Mumumumu…
—Grongo, estoy hasta el gongo, deja ya las mentiras. Tus padres fijo que ya no te dejan comer esas cosas, si no, no las estarías escondiendo en cápsulas frutales.
Mumumumu.
Tranquilo, Grongo, no le hagas caso. Yo te puedo ayudar con la dieta. Estoy aquí para lo que necesites —el sonriente Maselillo enviaba su mano hacia el hombro del gordinflón nervioso para darle palmaditas de ánimo.
—Un gordo ofreciéndose a ayudar a adelgazar a otro gordo. Esto es de lo que no hay.
¡MUMUMUMUMU! —Grongo se enfureció y descontroló sin levantarse de su silla.
—¡Cuidado Maselillo, que te muerde! —grité al incauto de Maselillo.

Maselillo y yo nos retiramos y volvimos a nuestros asientos sanos y salvos ¡Y SIN MORDISCOS EN NUESTRAS CARNES! El maldito Grongo, cuando se pone nervioso, muerde, muerde que no veas. ¿Por qué oculta la comida que le gusta dentro de su opípara merienda vegetal y saludable?, ¿sus padres controlan lo que lleva a clase? No me interesa saber… Ese niño seguirá zampando porquerías, saltándose las dietas y fugándose de la Gordizona. Ya le llegará la hora PATITIESA.

En la clase había tanto barullo que casi nadie había reparado en nuestra tensa escenita con Grongo y su falsa meriend~.

—Puñetero sumnongle zampabollos… usa su boca incluso para defenderse.
—Es que no parabas de meterte con él —sentenció Maselillo—. Por cierto, ¿cuándo me vas a explicar qué es sumnongle? —preguntó animadou luego.
—¿Por qué quieres saberlo? —me asombré yo al escuchar esa inesperada cuestión.
Porque tengo curiosidad, lo dices muy a menudo. Venga, ¿qué es sumnongle?
        —¿Qué es sumnongle? Dices mientras clavas en mi globo ocular
        tu ojito negro y pequeño.
        ¿Qué es sumnongle? ¿Y tú me lo preguntas?
        Sumnongle… eres tú —recité cual poeta de jardín.
¿Qué? —Maselillo arrugó su cara expresando extrañeza.
—¿Cómo puede ser? ¿Acabas de decir sumnongle? —una voz femenina y aguda resonó con tono sobresaltado.
—Sí, lo he dicho.

Tulma merodeaba entre las mesas y había escuchado con su oído de sabihonda nuestra conversación.


—¿De dónde has sacado esa palabra?
—De mi mente, me la he inventado yo.
—Jojojo, sí, claro, y también has descubierto el ununoctio, no te jode…
—¿Estás envidiosa de mi vocabulario inventado?
—Imbécil, ese vocablo no te lo has inventado tú —respondió agresiva.
—No lo he visto ni oído en ninguna otra parte —aseguré diciendo la verdad.
—Ya, claro...
—¿Y qué significa sumnongle? —intervino Maselillo más intrigado que antes.
—Que te lo explique la persona que lo inventó, que lo sabe mejor que nadie —dijo sarcástica refiriéndose a MÍ.
—Déjanos en paz, Tulma. Vete a saciar tus vicios con la calculadora en una esquina.
—Y vosotros evolucionad, primates, que no se puede ir promoviendo la gilipollez de esa manera tan indiscriminada —Tulma se largó despidiéndose con una sonrisa prepotente.
—Mira, ¡me ha insultado a mí también y sin decirle nada! —expresó ofendidete.

Terminó la hora y luego la siguiente. Durante todo el tiempo que hubo entre el momento Tulma y el inicio del recreo, mi mente dudaba sobre la originalidad de la palabra sumnongle. Tulma se las da de sabelotodo y a veces presume de saber cosas que no conoce. Pero reconozco que mi mente es a veces como una torre de mantequilla en agosto: derretida y nada consistente, los datos se escurren o se distorsionan. Algún día Maselillo sabrá exactamente qué es un sumnongle y puede... que yo también. Y yo que pensaba que la palabra me la inventé yo…

En la media hora del recreo me puse a pensar en cosas NO RELACIONADAS con la merienda falsa de Grongo ni con los conocimientos de Tulma. Me puse a pensar sobre cómo pasar bien el verano, y se me ocurrió crear un grupo de búsqueda de Poesía. Y eso fue lo que hice, pues la charla que mantuve con la madre de ese bebé desaparecido conmovió mi almita de capuchino. ¡Tenemos que hallar a Poesía como sea!

Sé que suena rara esta idea pero es una de esas cosas bonitas y altruistas que te hacen feliz² (al cuadrado).

—Maselillo, he pensado hacer un grupo de música. Bueno, en realidad sería un grupo normal, no de música, y su función no sería cantar, sino buscar a Poesía, el bebé desaparecido.
¿A Poesía?, ¿el hijo de tu amiga?
—Exacto. Pues sería ideal que Mamá Vegas y Ambrosio se unieran al grupo. Mamá Vegas es muy compasiva y fijo que se anima y Ambrosio era el compañero con el que más hablaba antes de que vinieras tú y le podré convencer para que sea uno de los nuestros —expliqué entusiasta a Maselillo.
¿por qué quieres formar ese grupo? No estamos especializados como la policia —Maselillo volvió a mirarme turulato.
—Da igual, para encontrarlo se necesita suerte, no experiencia.
No sé yo… —expresó con inseguridade.
—Bueno, ¿te animas? —le pregunté muy sonriente.
Vale…
—Pero necesitamos a más gente. Cuatro nenes es muy poco.
Podemos pedirle a Chéster que se una.
—Agh, es un pesado. Pero como se flipa mucho, lo más probable es que se motive a entrar.
Te estás tomando muy en serio lo del grupo, ¿no? —a pesar de haber aceptado crearlo, Maselillo veía esa idea un tanto absurda.
—¿Tú no?
Pues…

Maselillo andaba confundido pero hice lo que le pedí: Reclutó a Mamá Vegas, Ambrosio y a Chéster en un lejano muro del patio. Habían acudido también a la reunión Little Aurora, que acompañaba a Mamá Vegas, y Bruno, que iba junto a Ambrosio. Bruno y la Frussie eran sosos como un puré de agua sin patos nadando en él, pero al menos podían participar.

—¡Qué romántica es esta sombra! Dan ganas de regocijarse y acariciar a un perrito mientras tomo un batido de chocolate —Mamá Vegas se arrimaba gustosa a la paré~.
Qué bien, no voy a morir de una insolación —mencionó Little Aurora al refugiarse del Sol Solete.
Maselillo, macho, ¿no tienes calor? Siempre te veo con jersey —Chéster sintió sofoco ajeno en el cuerpo del nene rellenito.
Eh, yo puedo aguantar. Mira, Ambrosio lleva manga larga también.
Pero yo soy muy fresquito de piel —comentó Ambrosio.
Me aburro, ¿para qué nos has llamado? —Bruno bostezaba desganado.
—Os he llamado para anunciaros algo. «Aunque en realidad, a ti no te he llamado, Bruno», pensé.
¡Guau, colegas, parecemos un equipo de superhéroes! —a Chéster se le avivaban las mejillas por su imaginación.
—Chéster, ahora no —pedimos hastiados.
Yo soy el que puede estirar sus brazos como chicles, Little Aurora puede llenarlo todo de agua, Mamá Vega…
—¡Nada de supermierdas ahora!
¿Por qué has dicho lo del agua?, ¿no lo dirás porque soy sensible? —la joven se vio víctima de una supuesta burla.
—¡Hostia, joder! ¡A callarse todos a la vez, pardiez! Os he reunido para proponerles una cosita molto suculenta. 

El alegre grupo captaba mi mirada y escuchaba mi voz. Mamá Vegas, Chéster, Little Aurora, Ambrosio, Maselillo y Bruno iban a recibir un ofrecimiento hermoso.


—Maselines ¿ya estás suplicando amore? ¡No te compraré ningún bocata hasta que dejes esa rara costumbre de las manitas mimosas!
—¿Qué dices? —dijo arqueando su ceja.
—Ups, perdón, que me voy con los cerdos de Úbeda. Lo que iba a decir es… que os pido que hagamos un grupo de búsqueda para encontrar a Poesía.

Tras un breve silencio de incredulidad, Mamá Vegas habló para disipar la mudez de los allí presentes.

—¿Un grupo de búsqueda? Yo participaría encantada pero, ¿la policía no se lleva encargando de eso desde el año pasado? —preguntó llevándose el dedo a la boca.
—Sí, pero una ayuda más no viene mal.
—No me mola mucho esto —Bruno se quejaba con cara de fastidio.
—¿Que no te mola? Imagínate que se fuga el hámster que tienes en tu cabeza. Seguro que reunirías a la mayor cantidad de personas posible para buscarlo —intenté hacerle ver al sumnongle con una comparación qué tipo de sentimiento debería de tener.
Oye, ¡no es un hámster, es mi pelo! —gritó mosqueadox.
—Perdóneme, lindo mozo.
—Pues a mí me flipa, seremos el equipo busca-Poesía. Yo relataré nuestras aventuras en un libro y luego nos haremos famosos —comentó mientras se embobaba con sus deseos imposibles.
—¡LA FAMA VUELVE LOCA A LA GENTE! No lo entiendo —espetó Ambrosio sin saber por qué.
—Seremos como los tripulantes de un barco que va al rescate del bebé de una sirena. Oh, ¡YO ME PIDO SER EL LÍDER! —Chéster se ofreció fervoroso a ocupar un cargo inadecuado para él.
—No, Chéster, no te me desmadres más que de costumbre. Tú no serás el líder, lo seré ¡YO! —dictaminé tajantemente.
—¿Y si Poesía está muerto? En la tele han dicho que es una posibilidad —mencionó asustada Little Aurora.
—No digas esas cosas ni en broma.
—Vamos a parecer siete pringaos buscando algo que no se puede buscar.
—Yo no propondría buscar cosas que nunca se volverán a encontrar. Si hago esto es porque tengo sospechas sobre ciertos individuos.
—¡Oh, bendita perla!, ¿quiénes son? —Ambrosio cuestionó intrigado como siempre.
—Hay dos enanos bizcos, que deambulan por el parque de Maraguarrada, que se hacen llamar Zipulas. Uno es rojo como una fresa y el otro es azul verdoso como el dentífrico de menta. Creo que la poli pasa de ellos porque nunca los han detenido ni nada —relaté haciendo movimientos misteriosos de narrador con las manos.
—¿Quieres que los espiemos?
—No sería mala idea. Ambos son pedófilos y están obsesionados con los niños.
—Los pedófilos dan miedo. A mí me ponen nerviosa.
—Tranqui, Frussie, esos son tan enanos que los puedes ahogar con una de tus lágrimas.
—¿Pero tenemos que esperar a que hagan algo sospechoso? —preguntó Maselillo.
—Claro, esa es la misión. Nosotros los espiaremos discretamente para averiguar qué hacen exactamente. Si tenemos suerte, puede que encontremos alguna pista que indique que son los secuestradores o, Diosa no lo quiera, asesinos de Poesía. Entonces, ¿queréis participar?
—Yo sí, sususú. Quiero encontrar a ese pobre bebé, sus padres tienen que sufrir horrore —habló la sumnongle llena de misericordia.
—Mamá Vegas, eres la primera incorporada al grupo —anuncié contentis.
—¡Y yo! Yo quería meterme antes que ningún otro.
—Lo sé. Maselillo, eres el segundo afiliado.
—¿Entonces va en serio? —Bruno nos miraba incrédulo.
—El Capitán Chéster se presenta. Se dispone a ofrecerse en cuerpo y alm…
—Chéster ya está dentro —interrumpí al fantasioso de Chéster.
—¡QUÉ RÁPIDO CRECE EL GRUPO! ¡Yo quiero unirme también! Bruno, venga, anímate.
—Señor Lunicéfalo (o Ambrosio) se incorpora.
—Yo también, no quiero que me dejen apartada —Little Aurora se unió para no sentirse discriminada~.
—Muy bien, otra más.
—Joder, vale, yo también —a duras penas, Bruno se incorporó tras tanta dubitación.
—Perfecto, ya somos siete.
—¡SIETE, EL NÚMERO DE LAS NOTAS MUSICALES Y DE LOS DÍAS DE LA SEMANA! —el blanquito no pudo contener sus palabras.
—Exacto. Bueno, ¡queda constituida la Liga Antipedo! —concluí yo alzando las manos al cielo (donde las nubes se inflan y desinflan).

Algunos miembros de la Liga aplaudieron, otros sonrieron y otros no se movieron casi nada. Quise lanzar al aire alguna paloma blanca para celebrar el nacimiento de la liga, pero no disponía de ninguna en ese momento. Les tuve que explicar con delicadeza que la Liga Antipedo iniciaría su actividad en verano y que cada miembro del grupo trabajaría vigilando a los enanos Zipula en el parque un día a la semana. Los días se elegirían aleatoriamente usando una ruleta de plástico barato.

Yo dediqué unas horitas en casa para crear el símbolo oficial de la Liga Antipedo. Es un logo, o más bien un isologo, muy bonito y enmarcable que representa bien la causa de nuestro grupo recién nacido. ¿Os gusta?, ¿sí o no?

El recreo finalizó y los miembros del grupo retornaron a las aburridas aulas. Pensaba que iban a estar más entusiasmados por trabajar en la liga, pero, en fin, lo que importa es que al menos se han apuntado. No sé si conseguiremos algo pero al menos vigilaremos a esa pareja de enanos potencialmente peligrosa. Me vuelvo a preguntar porqué los policías no los han detenido como sospechosos del secuestro de Poe.

A última hora, el docente generoso que nos daba clase nos liberó unos diez minutingos antes. Los alumnos salieron disparados como escupitajos hacia la salida, querían respirar bajo el caluroso sol de la libertad. Yo, sin embargo, me distraje en un pasillo al ver a una señora de tetamen poderoso y cabellos dorados cual cerveza alemana. No era ni más ni menos que Milchiga Saftigetitten. Estaba parlando por teléfono.

Einverstanden, mein Liebling. In einem Minuten werde ich hier —la megapechugona parecía hablar con alguien que conocía muy bien—. Guck nicht dieses Video! —de repente subió el volumen de su voz algo inquietada—. Danke, ich liebe dich, auf wiedersehen.

Finalmente se despidió con dulzura e hizo clic en la tecla perfecta para que la llamada telefónica se muriera colgada.

—Hola, Fräulein Saftigetitten —saludé con educación cuando pasé delante de ella con lo poco que sabía de alemán.
¿Cómo sabes eso? ¡Es mi nombge agtístico! —preguntó alarmadah.

Milchiga me miró con cara de espanto. Parecía que me había pillado hurgándome la nariz con la pata de un cervatillo.


—Ah… ¿Sí? ¿Ese no es tu verdadero apellido?
¡No! Mi vegdadego apellido es Sonnenblumer. Soy Milchiga Sonnenblumer.
—Oh.
¿El niño gogdo desir algo sobge mí a ti? Ese niño gogdísimo, gubio y sudogoso —a Milchiga se la veía intranquila.
—¿Grongo Chu-depastel, el que se parece a un turista jubilado de tu país? Ese no me ha dicho nada.
¿Entonces cómo conoces lo de Saftigetitten? —me preguntó nuevamente al enterarse de que el gordo de mi clase no me había comentado nada sobre ella.
—Pues… por tus películas.
¿Tú también has visto mis películas pogno?
—Solo una —dije tímidamente.
Pego, ¿me vas a chantajeag? —preguntó intimidada.
—No, desde luego que no. ¿Grongo lo ha intentado hacer?
¡Sí! Me amenazó con decigle a directoga que yo trabajaba como actgíz pogno si yo no le dejaba tocar mis pechugas completamente desnudas —relató asqueada.
—Gordo guarro y enfermo. Yo me ocuparé de que no se chive a nadie —yo sentí aún más asquete.
¿En seguio? Seguía un alivio paga mí. Yo no me avergüenzo de haber jecho pogno, pero no quiego que la gente de aquí conozca mi antiguo oficio pogque me puedo veg en pgoblemas. ¿Alguien más conoceg películas mías?
—No lo creo. Solo Grongo y yo.
Me lo imaginaba. Solo hice tres en pasado pego luego descubgí que no ega lo mío. No pagaban de sobar mis… glándulas mamaguias y de… bueno, ya sabes.
—Ya, era una peli muy agitada, sudorosa e intensa. Hacíais de todo.
Hihihi ♥ —Milchiga rió sin pudor.
—¿Te gusta más trabajar en el Diptongo de Coser y Cantar amamantando a Bebesitu? —con curiosidad esperé a oír su opinión.
No mucho, pego me pagan mucho más y además soy una de las pocas mujegues de Eugopa que pgoducen leche sin estag embagazada.
—¡Qué chulo! Bebesitu es muy afortunado.
Sí, pogque él solo puede bebeg leche mamaguia. Bebesitu necesita los especiales nutgientes de mi leche, que muy pocas mujegues tienen. Tengo que amamantag a ese pgecioso bebé hasta que crezca —explicó mientras vibraba un aura maternal en su cuerpo.
—¿Y te pagan bien? —quise saber…
Sí, y más que haciendo pogno. Mi maguido está encantado de que tgabaje en esto.
—Me alegra oír eso, lerelelé. Oh, ¿qué libro es ese? —pregunté al ver el ejemplar colorido que portaba en su mano. 


Es un libgo de autoayuda. Es beneficioso pogque te da consejos paga sopogtag mejog el peso de los pechos. Aunque no lo cgeas, producen dologues de espalda.

Milchiga era una mujer deseada por sus pechos y una artista del sekso tetoso. Pero reconocía que esas dos enormes y jugosas mamas eran dos pesos muy pesados que debía cargar toda su vida a la vez que aguantaba sus dolencias óseas.

—Lo malo del libro es que tienes que cargar también con las tetas de la señorita de la portada.
Sí, el diseño es cuguioso pero igónico.
—¿Y te ha ayudado mucho?
¡Sí, sí! Pego creo que algún día me hagué una gueducción —informó segura de lo que decía.
—Lo que sea por el bienestar de su columna.
Danke, caguiño. Oh, es hora de magchagme, mi autobús estagá al llegag —Milchiga recogía su bolso y metía su libro en él
—¿Algún día le podría pedir un autógrafo? —Le pedí con ansias de recibir uno.
Clago, pego si no decig a nadie que yo ega actgiz pogno, que me ha costado mucho camuflag mi pasado.
—Claro, Milchiga, confíe en mí. Yo soy su fan ♥ —aseguré demostrando veracidad y confianza en lo que decía.
Huhuhu… Qué adogable. ¡Adiós! —Milchiga corrió por el pasillo después de lanzarme un besito germano que rebotó y cayó en mi cachete.
—¡Adiós!

Nunca había hablado con la famosa Milchiga Saftigetitten. Nos sentimos orgullosos de haber conocido una antigua estrella del porno alemán. Quizás me haga una foto con ella.

Damos y caballetes, no tengo nada más que decir. Este ha sido todo por hoy. Celebrad en vuestros hogares u oquedades el nacimiento de nuestra caritativa Liga Antipedo (¡Wuuuuh!).

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