13 junio 2011

Ondas de sonido en el almacén

Muy pocas veces al año ocurren cosas como las que han ocurrido hoy. Al final del curso escolar es cuando ese tipo de cosas proliferan como el proliferol en el fondo de una cajita de moho condensado. ¿Aún no sabes de qué estoy hablando? Pues para que te enteres, esos escasos sucesos que tienen lugar al final de la primavera son las llamadas charlas orientadoras.

Todos los alumnos de mi curso se aglomeraron en las profundidades del poco visitado salón de actos. Nosotros, los de mi clase & moi, también acudimos al mismo lugare. El salón de actos de El Diptongo de Coser y Cantar es muy amplio y luminoso; en él los sumnongles escolares pueden aplaudir y silbar y sentir la reverberación del sonido en sus pieles.

Todos los miembros de la Liga Antipedo, salvo yo, decidieron escabullirse de la conferencia para vaguear en las sombras del desolado patio del recreo. Ninguno de ellos me había informado sobre el plan de fugarse de la aburrida charla (creo que fue por haber estado tanto tiempo a solas en el baño). Maldita seah…

El azar y las fuerzas escolares determinaron que mi asiento fuera uno situado casi en el centro del salón de actos. Al sentarme en él, mientras esperaba a que llegaran más nenes, me entretuve mirando las agitaciones de la maleducada Yazmina. Yo pude captar su tontería tonterosa a unos metros de mi butaca.


¡TÍAS, TOY AQUÍ! ¡TÍAS! Joé… ¡AAAAAAAAH! —la señorita Mininia bramaba como una gorilaza eufórica más descontrolada de lo habitual—. ¡PUTAS, TOY AQUÍ!

Yazmina intentaba llamar la atención de sus amiguicas que acababan de ser autointroducidas en el salón.

AY, QUE M’AN PASAO LAS FOTOS DE LA FEA, A LA QUE EL NOVIO LA CORR… —haciendo movimientos con sus manos, la chica incitaba a sus coleguis a sentarse a su lado. Pero una profesora que dirigía la masa adolescente cortó sus gritos con unas palmaditas chipiditas en el hombro de la niñata.
Por favor, modere su lenguaje y baje la voz, que esto no es la selva.
Joé, profe, enróllese, que yo soy un cielito. Si está amargada no se ensañe conmigo —disgustada, la choni jugueteaba con su móvil cuando se sentó correctamente en su asiento.
¡Qué desfachatez! Abandone el salón de actos ahora mismo —exigió la profesora enfadada.
Usted no tie huevos pa sacarme de aquí. Yo la dije que soy un cielito —repitió Yazmina más chula que una búrbula.

La bronca de la indignada profesora parecía no cesar nunca, a diferencia de la paciencia de Yazmina que se desintegró en poco tiempo, pues no aguantaba bien los rapapolvos. Finalmente, la ordinaria Yazmina abandonó el salón de actos para continuar dando rienda suelta a su mala actitud fuera de la vista de los docentes. Las temperaturas altas enardecían su lado chungo.

Cuando todos los alumnos que faltaban se sentaron en sus butacas, la directora dio comienzo a la sesión de charlas orientadoras, organizadas especialmente para motivar a los jóvenes a elegir una carrera, u otros estudios, al acabar bachillerato.

Silencio, estudiantes, silencio —la directora, llamada por algunos la Cuerva, empuñaba un micrófono mientras pedía CERO RUIDO en el salón de actos.

Los alumnos parloteaban como las ratitas de colores del Club Ratonia. Sus lenguas y cuerdas vocales emitían miles de sonidos que actuaban como una barrera sonora que bloqueaba las palabras de la Cuerva.

Paraz este jaleo, ¡CERRAZ VUESTRAS BOCAS! —la directora sacó un revólver rojizo de su chaqueta color rubí y con él disparó al techo.
¡AAAAAAAAAAH! —tras el estruendo de los dos disparos, los jóvenes profirieron gritos de terror y multitud de palabrotas.
Ahora, ¡SILENCIO! —exclamó por el micrófono dejando luego una perfecta calma sin sonidos.

Urpia Obsicorvo, que así se llama la directora, tiene métodos no muy ortodoxos para aplicar el orden en su escuela. Llevaba el revólver generador de sonidos de disparos que era 100% eficaz y dejaba a cualquiera enmudecido por el susto con sus disparos inofensivos.

Bien, así me gusta. Juventuz, escuchaz atentamente a los visitantes que han llegado a la escuela para hablar de todo lo que han estudiado al finalizar sus estudios de secundaria —Urpia dejaba fluir su voz con un tenue eco que llegaba hasta las esquinetas más alejadas del salón—. Pero antes de escuchar a nuestros cinco oradores, deberéis cumplir ciertas normas: Primero, no quiero ruidos ni cuchicheos hasta que acaben todas las charlas. Segundo, no quiero ver luces ni aparatos electrónicos encendidos. Y tercero, nada de muecas ni siestas inoportunas.

La mayoría de los sumnongles cumplieron esas cuervinormas y escucharon las charlas de los dos primeros oradores. Ambas eran aburridas pero soportables. Urpia se había escondido en la oscuridad del escenario vigilando a los pupilos hasta que llegó el momento de presentar al tercer conferenciante.

Ya hemos escuchado las valiosísimas charlas sobre el chucrut y el vuelo yóguico que tanto os ha gustado —mencionó la directora adornando sus palabras—.  Y ahora os presento al siguiente invitado: Es un joven doblemente licenciado en Traducción e Interpretación, además de ser también intérprete jurado y un políglota que habla muchos idiomas. Con ustedes, ¡Michelele!
Hola, soy Michelele Redorado y tengo muchas cosas que contar.


El joven parecía algo intranquilo, pero Urpia se hallaba a su lado para absorberle todo su nerviosismo.

—Michelele ha estudiado mucho y muy duro durante toda su vida. Oh, ¿de dónde eres, Michelele? —cuestionó mirando con sus ojitos negros de boliche al sumnongle.
—Soy de Belén. Uy, quiero decir, del Centro —respondió un poco angustiadete.
—Aaaah, del Centro… ujum. Oh, tientes una lámpara encima de la cabeza —señaló Urpia a la cabeza del muchacho al percatarse del extraño «sombrero» que llevaba.
¿Qué? ¡Ah!, no me había dado cuenta. Es que estoy nervioso y a veces me pongo a hacer cosas sin sentido —el sumnongle se quitó la lámpara al instante y se enrojeció como el agua de una piscina a la que se le ha aplicado invertir colores en un programa de edición de imágenes.
Pues, Michelele, como siempre digo a mis estudiantes, para recuperar la calma hay que seguir unos pasos —Urpia miró al público y como una payasa de la tele nos indicó que hiciéramos esos dichosos pasos—: Primero, respiramos lentamente llenando nuestros pulmones. Segundo, soltamos lentamente todo el aire acumulado, y tercero, pensamos en un valle blancuzco, acogedor y alegre.

Michelele hizo lo mismo y por fin halló la paz que necesitaba. La directora se apartó de él para dejarlo a solas con el micrófono ante las miradas de cientos de adolescentes aburridos. El pudor en su organismo se desvaneció como el polvo en el culo de una figurita de porcelana al ser sacudida por un plumero. Michelele inició su charla bajo la luz del foco y con todo el ánimo del mundo planetario.

Bueno, os voy a contar mi historia académica…

En media hora, Michelele escupió todo el palabrerío que tenía retenido en su menteh. Muchos alumnos escucharon gustosos la espectacular charla. Otros, sin embargo, prefirieron mirarse la porquería de sus uñas.

—Gracias, Michelele, por haber compartido tus vivencias con la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar. Tus estudios seguro que servirán de referente para muchos alumnos que no tenían claro qué profesión ejercer cuando sean mayores —con una amplia sonrisa de agradecimiento, la directora se reunió de nuevox con el chico en el centro escénico.
De nada. Me alegra saber que he podido ser de gran ayuda —expresó con sinceridade.
—Fantástico. Michelele, es cierto que te vas a Corea del Sur a representar a nuestro país en el International Gossip Forum.
—Sí, es cierto. Me iré en agosto.
—Pues, como me has contado antes que necesitabas que alguna institución te subvencionase con algún atuendo especial, esta escuela se ha encargado de conseguirte el chambergo y la pajarita oficial de El Diptongo de Coser y Cantar, para que puedas lucirlos en el lejano oriente —adoptando una postura de enseñadora de cosas, la directora mostró a Michelele los accesorios que se ubicaban detrás de él.
—¡Qué bien! Muchísimas gracias, señora Obsicorvo, se lo agradezco de todo corazón —Michelele sonrió como una banana masajeada.
—Cracracracra —la directora soltó una risita de cuervo y luego volvió a dirigirse a su público estudiantil—. Estudiantes, os dejo la total libertad de preguntarle a Michelele cualquier cosa que se os ocurra, siempre y cuando esté relacionada con todo lo que os ha contado.
—Yo tengo una pregunta —dijo Grongo alzando su brazo rechonchete—. ¿Cómo se dice en coreano quiero comer patatas a la importancia con gallinejas?
Pues… —Michelele, dubitativo, no esperaba que le preguntaran ese tipo de cosas.
—Tú cállate, tolay, que lo mío es más importante. ¿Cómo se dice en suizo morenita con estilo ♥? —cuestionó una lady de barrio.
—Pero en suizo…
—¡Señor Michelele!, ¿cómo diría usted Amanda, yo te I love you en chino auténtico? —grito un corpulento sumnongle desde una misteriosa butacah.
—Ehm…
—Oye, Michelele, ¿te quieres casar conmigo o con mi hermana? —intervino una hembra muy acalorada.
—Joder, ¡quería preguntar yo! —la masa de estudiantes se convirtió en un gallinero loco donde no se respetaban los turnos para preguntar.
—¡SILENCIO! —la directora, más irritada que al principio, sacó nuevamente su arma (que no hace agujeros) y disparó tres veces hacia el techo provocando un intenso estruendo. Los alumnos respondieron con un chillido de susto e incluso hubo dos chicos gordos miedicas que huyeron horripilados derramando lágrimas de ansiedad.
Así me demostráis que es IMPOSIBLE que hagáis preguntas. Bueno, Michelele, ¿quieres decir algo antes de bajar del escenario?
Sí. Me gustaría, si es posible, poder cantar el estribillo de una canción coreana llamada Bom Lover que mola mucho —pidió tímidamente.
¡CLAROOO! Si es que una conferencia sin canciones de por medio es un rollazo inaguantable. Vamos, el micrófono es todo tuyo.

El entusiasmado Michelele, alumbrado por un foco púrpura, dejó que su voz amenizara a los jóvenes inquietos, a pesar de que nadie iba a entender la letra.

꽃들이 화려해요
꽃들은 냄새가 있어요
저는 고추장이랑 먹어요,
너무 맛있기 때문이에요 
♫.

Una ovación inundó el salón de actos justo después de oírse la última palabra cantada a cappella por Michelele. La directora le dio dos besos, uno en cada mejilla (sin mejillones) y lo despidió educadamente mientras el público seguía aplaudiendo sin parar.

Yo pude distinguir cómo el sumnongle abandonaba la sala, sonrojado, pero con una poderosa sonrisa de satisfacción en su cara. En una mano cargaba una bolsa, en cuyo interior había metido los atuendos que la escuela le concedió más la lámpara que llevaba puesta sin darse cuenta en la cabeza.

—Michelele, espera —pedí al nene que se alejaba por el pasillo.
—¿Sí?
—Quería hablar contigo; las charlas que dan ahora son caca de pulpo y me aburren.
—Ah —emitió sin saber qué contestar.

No quería aburrirme otra vez oyendo blableríos sosos, por eso me escapé del salón fingiendo tener ganas de ir al baño. Además, pronto iba a comenzar el recreo y no quería renunciar a él.

—Michelele, ¿tienes prisa? —pregunté educadamentosamente fuera del salón.
—No, no. ¿De qué quieres hablar?
—De nadah.
—Ah —dijo extrañado.
—¿De verdad sabes hablar tantos idiomas?
—Sí.
—¿Cómo lo consigues? —cuestionamos deseosos de conocer su método de aprendizaje.
—Estudiándolos con esfuerzo y usando reglas mnemotécnicas.
—¿Y has ido a todos esos países que has mencionado?
—Claro —afirmó contento.
—Nosotros estamos sorprendidos. Puedes enseñarme miles de cosas sobre los individuos de otras partes del globo y hablar todas sus lenguas.
—¿Quieres saber algo en concreto?
—Ahora no se me ocurre nada —nuestro diálogo se atascó por unos segundos hasta que mi cabeza sacó a la luz otra duda que quería resolver—. Ah, ¿qué es lo que van a hacer en el International Gossip Forum de Corea?
—Vamos a cuchichear en inglés sobre los problemas más significativos del planeta y cómo solventarlos mientras comemos kimchi.
—¿Kimchi? ¿Eso es un muñeco?
—No. Es un plato hecho con col china fermentada. Puede ser muy picante y es parecido al chucrut —explicó Michelele.
—Algún día lo comeré con la mano derezza. Y aparte de estudiar idiomas, ¿hay alguna otra cosa que te guste hacer? —volví a preguntar muy intrigadis.
—Sí, dibujar manga. Quiero hacer un manga de una historia mía, pero creo que me va a costar mucho —a Michelele le centelleaban sus ojitos llenos de sentimientos tras sus gaffetas.
—¿Y cuál es el nombre de ese manga?
Quítate, que no hay nadie. Trata de una pájara de las nieves que vive en una montaña. Ella se va por el mundo recolectando esferas y esquivando los golpes que Esmirgah, una señora malvada, le propina cada dos por tres con su piruleta gigante. Cuando la pájara consigue reunirlas todas, se las entrega a una duende llamada Nanacua para que con ellas evite el despertar de Zumatrix, la drag queen que traerá la fiesta maldita al planeta. Y luego… Oh, espera. —Michelele relataba animoso la sinopsis de su historia hasta que notó que un pequeño aparato empezó a pitar en su bolsillo. Parecía que ocurría algo importante~.

Michelele se alejó por la entrada del pasillo como si buscara algo. El sonido de su pequeño chisme le indicaba que algo no andaba bien. Yo esperé como una columna griega en un templo de Egina, pero no por mucho tiempo. No quise aguantar más de cinco minutos en el mismo sitio, así que me fui a pasear por la primera planta. En ella no ocurría nada interesante: los alumnos de cursos inferiores seguían en sus aulas ansiando que el recreo iniciara su pequeña pero preciada vida.

Por uno de los pasillos pude distinguir unas manchitas en el suelo de color mostaza, que olían a mostaza y… sabían a mostaza (mostaza dulce, jujujú). Al seguirlas me topé con una enormidad oronda comprimida en un cuerpecito ahuevado. La criatura estaba relajada en el suelo y sobre ella volaba un satélite pringoso. No conocía para nada a ese ser, pero me daba curiosidad saber quién era y por qué tenía una correa.


—¡Iiiiiiiiiiiiih! —emitió el señor de rostro complacido.
—¿Perdón?
—Nada, nada,… —dijo con una voz fañosa.
—¿Eres el padre de un alumno?, ¿o eres uno de esos odiosos intrusos que se cuelan en la escuela solo para comer en la cafetería?
—Verás, yo no soy nada de eso. Yo soy docente en una universidad —declaró presumiendo.
—Pues nunca he visto a ningún docente con una correa atada al cuello. ¿Por qué la llevas? —interrogamos desconcertados.
—Mmmm… Si te lo dijera, tendría que matarte. Estoy haciendo una misión especial.
—Ojó.
—Oye, ¿quieres pasar la PAU con buena nota y sin estudiar? Yo haré que la apruebes si me das a cambio una docena de tartas, ¿qué te parece? —propuso con tono incitador.
—¡AHÍ ESTÁS! Maldito balón con patas —Michelele apareció de repente y se dirigió a lo que tanto estaba buscando.
Estimado, baje esos humos, que no hay motivo para enfadarse, ¿verdad?
—¡Cállate! Te dije que me esperaras al lado de la maceta, pero no lo has hecho. Eres una mascota desobediente —reprendió al señor manchado.
Estimado, yo tenía unos asuntos muy importantes que… —dijo intentando excusarse.
¿Qué dices Bondiguil? Te has ido a la cafetería a comerte unos perritos calientes con mostaza. No hay nada más que ver los manchurrones que tienes… ¡Y estás más gordo que antes!
—¿Bondiguil es en realidad tu mascota? Yo quiero tener una mascota igual pero más delgadada.
No te lo aconsejo. Bondiguil solo me trae problemas, además ha ensuciado el satélite que orbita en torno a su cuerpo y que lo vigila todo el rato para que no se escape. Por eso me empezaba a pitar el odioso chisme, porque te has cargado la cámara del satélite, ¡y ahora ya no puedo localizarte! —Michelele dirigió sus últimas palabras a Bondiguil. Estaba muy enfadadus.
Solo fue un tentempié, yo iba a volver al mismo sitio en donde me dejó.
Ya, claro… Oh, ¿y qué veo? No has repartido las tarjetitas como te había pedido que hicieras, ¡y encima las has manchado!
Eso no es cierto, yo las he repartido todas, estimado —aseguró sin mucho convencimiento.
Pero si las tienes todas en la mano derecha —indicó hastiado.
¡Iiiiiiiih! —gritó cual ratita trillada.
Te dije que las repartieras a los estudiantes cuando entraran al salón de actos, pero no lo has hecho. ¿Ahora cómo pretendes que me publicite? Así no conseguiré alumnos para mis clases de coreano —Michelele acuchillaba verbalmente la irresponsabilidad del gordinflón—. Inútil, este mes solo comerás obleas.
¡Iiiiiiiiiiiiiih! Esos mocosos son odiosos. Yo intenté darles las tarjetitas, pero ellos lo único que hacían era reírse y reírse. Insolentes… si siguen así… ¡AQUÍ VOLARÁN LOS CENI…! —encrespado, Bondiguil se meneaba como el wabba-wabba.
¡PARAPUSPI-PARAPUMPI-TRUM! —exclamó muy fugaz.
—¿Qué es eso que has dicho, Michelele?
Es una palabra especial que anula la extraña habilidad de Bondiguil. Estuvo a punto de efectuarla.
—¡Yo quiero verla!
—¡No! Es muy peligrosa. Salen ceniceros volando de todas partes y pueden golpearte.
—Estimado, así, rápidamente, ¿podemos ir a comer unas carnitas guarrindongas?
—¡Ni de coña! —negó de manera cortante.

Yo me aparté un poco de Michelele y su mascota que fingía ser docente. Necesitaban un poco de intimidá para discutir sobre el asunto de las tarjetas no distribuidas y otras negligencias.

En el mismo pasillo de la primera planta, cuyo suelo es cuadriculado y encantador, yo percibí un cambio en la iluminación. Una de las ventanitas comenzó a brillar de un color azul océano pacífico al mediodía. Por fuera de ella, una forma humana femenina apareció con un semblante siniestro a contraluz y con algo que decir.


—Hola, pequeño ser. Me llamo Zúlidre —se presentó con una voz mística.
—Hola, Zúlidre. Esta ventana no es un espejo mágico, no puedes aparecerte así como así. Los nenes necesitan ver el exterior, no maniquíes de colores —le notifiqué con rectitud.
—Pero yo he venido desde un lugar de la atmósfera para comunicarte algo, no para aparecerme así sin más como un fantasma.
—¿Y qué quieres decirme?
—Yo soy traductora, y puedo enseñarte todos los idiomas que sé. Todo el mundo dice que soy más eficiente que ese tal Michelele —vituperó la aparición de cachetes con colorete.
—¿Ah, sí? Me das yuyu, pero quizás decida algo sobre si ser tu aprendiz o no.
—Excelente… Vaya, siento una vibración. Es mi amiga Lunera. Su fiesta mensual no ha salido bien y ahora está muy enfadada. ¿Me dejas un poco de extracto de pasiflora para suavizar su mal humor? —pidió mostrando una expresión oscura pero afable.
—Emmm… no tengo…
—¿No tienes? Eso es como no tener corazón. Deberían de asesinarte por ello.
—¡Zúlidre! No vengas a molestar, por favor —dijo Michelele al ver a la supuesta traductora.
—Agh, Michelele… Yo me evaporo de este sitio. Adiós —se despidió repelida antes de que Michelele llegara a la ventana.
La chica misteriosa se esfumó como una pelusa en el ojo de un huracán. Michelele me confirmó que Zúlidre no estaba tan cualificada como él y que por ello intentaba robarle las oportunidades de triunfar como traductor o profesor de idiomas.

Luego la alarma sonó, y todos los sumnongles que no estaban en la conferencia salieron poco a poco de las aulas para disfrutar del inicio del recreo.

—Bueno, encantado de conocerte. He de irme ya que tengo cosas que hacer.
—Vale, Michelele. Dame una tarjetita con tu correo electrónico, aunque esté pringada, por si algún día me da por pedirte que me traduzcas ciertas cosas que escribo en internet.
—OK… —afirmó poniendo una mueca difícil de identificar.
—Estimado, anímese y vayamos a comer Ya sabe que hay que llenar los estómagos.
—De eso nada. Tú solo comerás obleas en lo que queda de mes —repitió contundente.
¡Iiiiiiih!
—Para de patalear, que pareces un crío consentido.
—¡Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiih! —Bondiguil parecía bailar el claqué del resquemor.
—¡No para, no para! —dije yo contemplando el jaleo a dos metros de distancia.
Si no nos vamos a comer ¡AQUÍ VOLARÁN LOS CENICEROS! —gritó rabiossoh mientras pellizcaba con mucha fuerza a Michelele en el brazo para impedir que frenara el fenómeno.
¡PARAPUSPI… AAAAAH! —chilló Michelele por el dolor.
—Oh, Buda…

Michelele no pudo recitar sus palabras anticeniceros para desactivar el ataque de Bondiguil por culpa de su grito de sufrimiento. Inevitablemente, del espacio circundante a nosotros, aparecieron de la nada cientos de ceniceros que volaban fugaces como balas y chocaban con todo lo que se interpusiera en su trayectoria. Michelele y yo nos agachamos para no ser víctimas de la supernova cenicerezca que había provocado Bondiguil. Pero hubo un alumno violáceo y distraído que se convirtió en una de las víctimas.


—¡AAAAAAH! —Basilión Tronchacocos había recibido el impacto de un cenicero en su sólida frente. No pudo evitar gritar de dolor.
—Ay, ¡estos ceniceros huelen mal! —Gleo, el niño tóxico, se protegía tras su carpeta con miedo a recibir leña.
—¡Bondiguil! Mira lo que has hecho. ¿No puedes cerrar la boca para no generar follones? —Michelele se levantaba del suelo con cuidadín mientras regañaba al sumnongle.
—Aaaaaah… —Basilión se pasaba la mano por su frente lastimada. Todos los ceniceros habían caído y ya no había nada más que esquivar. Luego alzó su cabeza con pinchos para averiguar quién fue el culpable lanzador de ceniceros—. ¡Gordo! ¿Fuiste tú el que tiró todos estos putos ceniceros? —gritó el chico amoratado que se hallaba a unos ocho metros de Bondiguil.
—¡Iiiiiiiiih! —chilló con esa inaguantableh voz aguda.
—¡Foca, te voy a quitar la tontería cuando te MATE!
—¡Bondiguil, huye! Ese chico es muy peligroso y te matará si te pilla. Además, lleva una navaja y rajará a todo aquel que te defienda —avisé al obeso de lo que le pasaría.
—Mmmm… Estimado, ¿qué hacemos? —preguntó estresado.
—En menudo lío te has metido. No queda otra que correr en busca de ayuda.

Michelele no quería arriesgar la vida de su mascota y mucho menos la suya. Por eso huyó conmigo hacia la planta baja mientras arrastrábamos al gordo para que se moviera más rápido. Yo les quise dirigir a la salida de la escuela, pero nos pillaba más cerca la puerta de atrás, por donde entran los alimentos para llevarlos al almacén. Ganamos algo de tiempo, pues el peligroso Basilión sorteaba con dificultad los ceniceros del suelo como si fueran minas.

Ya abajo, Michelele, Bondiguil y su satélite se metieron en el almacén de la cafetería porque el camino hacia la salida de atrás estaba cerrado, pues dos niñas muy malas habían puesto en él un listón de madera con un amenazante clavo incrustado y apuntando hacia arriba, listo para que algún incauto lo pisara. Lo peor era que el listón se camuflaba con el suelo y no se podía distinguir. Para que nadie se hiciera daño, algún bienhechor precintó la zona para evitar disgustos de color rojo sangre (aunque habría sido más lógico quitar el jodido listón).

—Eh, Michelele, ¡no te metas ahí! —le advertí desde la esquina en donde me había ocultado. El almacén no era un lugar seguro.


O seguía a Michelele o me quedaba a merced de las torturas del bestia de Basilión. Preferí seguir a Michelele.

Dentro del almacén, cuyas puertas casualmente se encontraban abiertas, Michelele y su mascota andaban en busca del interruptor de la luz sin llegar nunca a encontrarlo.

—Yo solo quería dar una charla y luego irme a mi casa. No quería estar escondiéndome de un niñato con navaja al que mi mascota golpeó con un cenicero por no haber sabido controlarse.
—¡Iiiiiiiiih!
—Cierra tu puta boca o si no te dejo fuera, que al fin y al cabo es a ti a quien quieren matar —Michelele estaba demasiado crispado.
—Silencio los dos. Intentaremos salir por el comedor en busca de un profesor que nos ayude. Pero rápido, Basilión puede entrar aquí en cualquier momentote.

En las tinieblas del almacén de comida, encontramos un rayo de luz que salía de una bombilla melancólica que parecía estar siempre encendida. Iluminaba una mesita con un lata de berberechos muy preciosé~.


Estimado, ¿me deja saborear un poco alguno de estos manjares? —Bondiguil no podía aguantar sin saborear las tentaciones culinarias de olores agrios y amargos que reposaban en los estantes. No parecía ser consciente de la peligrosa situación que estaba viviendo.
No, ¿es que solo piensas con la barriga? Prefiero que busques la puerta hacia el comedor, si es que de verdad quieres salir ileso.
—No comáis nada de aquí, esta parte de la despensa está llena de alimentos caducados —aconsejé a los visitantes.

Merodeando entre sacos y cajas sin la luz suficiente para ver por donde pisábamos, perdimos el tiempo sin encontrar la otra puerta. Mientras tanto, Bondiguil se deleitaba por los ojos con un muñeco de nieve elaborado con grasa pura. Bondiguil parecía salivar hasta por las pupilas mientras acariciaba la caja del alimento inundado en un líquido sospechoso.

No, Bondiguil, eso no se come. Quita tus apéndices digitales de ahí —ordenó a su mascota glotona.
Estimado, déjeme probar un trocito, que seguro que está muy bueno, ¿verdad?
Me sacas de quicio.
¡Quiero comer! ¡Iiiiiiiiiiiiiiiiih! ¡Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiih!
—No hagas ruido, albóndiga. Gritas más con la i que José Isaí.
¡QUIERO COMER! ¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIH! —su gula salvaje necesitaba ser saciada.
¡PARA! —gritó muy cabreado.
¡¡¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIHHHH!!!

Los grititos estridentes del frustrado Bondiguil eran cada vez más intensos y taladradores. Llegó hasta un punto en que causó un devastador chorro de ultrasonidos que dañaba los tímpanos. Un terrible percance sucedió por culpa de los intensos decibelios de su voz: había hecho estallar la lata de berberechos del centro del almacén.

¡AAAAAAAAAH! —chillamos todos.

Docenas de berberechos podridos salieron disparados de la lata que había explotado como una bomba. Bondiguil y yo estábamos protegidos por las cajas y otros prismas de cartón. En cambio, Michelele… él no pudo librarse de los apestosos grumos marinos. Parte de la masa de bivalvos cayó sobre su cuerpoh. Se ensució todo, pero al menos no sé cortó con los trozos de metal.


—¡Qué pestazo! —mencioné tapándome la nariz—. Uy, así con esas manchas y ese color de piel, me recuerdas a mi amigo Yonson Marcelo, chururú~.
—Estimado, ¿le traigo una toballa para que se limpie? —Bondiguil perdió el apetito tras oler uno de los hedores más asquerosos provocados por un organismo muerto.

Michelele estaba paralizado en la oscuridad. Cuando pasaron dos minutos, el traductor empezó a quitarse los grumos de mierda marina mientras refunfuñaba de la pesada rabia que sentía. Yo apreté mi narizuela para dejar fuera el manto oloroso que quería invadir mis pulmones.

No fui capaz de quedarme allí por más tiempo. A pesar del los ruidos que hubo en el almacén donde nos escondimos, no fuimos detectados por ningún oído u ojo cercano, ni siquiera Basilión pasó cerca.

Fue imposible despedirme de Michelele: olía tan mal que no quise estar ni a tres metros de él. Pero al menos pude ver desde una ventana cómo salía de la escuelita escoltado por la directora, que le había ayudado a desberberecharse. Bondiguil lo seguía detrás de él, junto a su inservible satélite, con un perrito caliente en la mano y sin haber sido golpeado, apuñalado o triturado por mi odiado compañero Tronchacocos.

Hoy ha sido un día movidito, incluso para el servicio de limpieza, que se tuvo que encargar de recoger ceniceros por los pasillos y de limpiar berberechos en el almacén. Nunca había conocido a un ser que pudiese crear, aparte de ceniceros a partir de la nada, tantos problemones… Tal vez debería de plantearse vender sus ceniceros.

Menos mal que mis ambientadores contrarrestan el tufillo a concha moribunda que emana mi ropa. Espero no perturbar mañana el ambiente inodoro de las aulas como hice hoy por culpa del ligero hedor que desprendía… Cuando me despierte me ducharé y me enjabonaré bien otra vez por si acasox.

Bueno, me voy a dormir. ¡Hasta la próxima, fétidos!

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