20 septiembre 2011

Blasfemia sobre rayas verdes

Hola, Holanda y hola a vosotros también. ¡Ya estamos aquiqui!

Las experiencias más interesantes de hoy tuvieron lugar en mi escuela. Como estoy de buen humor, voy a relatarlas sin rabia ni dolor. Espero que aprendáis algo de todo esto porque, si no, esto no servirá de NADA.

A primera hora me introduje hábilmente en el edificio de El Diptongo de Coser y Cantar. Tuve que esquivar con la destreza de la gula del norte los golpes que accidentalmente propinaban algunos estudiantes eufóricos del pasillo. No salí del todo ilesə pues un codo rasposo me limó la piel del brazo, pero no os preocupéis, estoy así como bien.

Antes de entrar como un planeta en la órbita del Sistema Profesoral de Chelo, surqué otras zonas de la escuela, pues aún no eran las 8:00. Por haber tomado esta opción, pude presenciar una selección de los acontecimientos más sugestivos del díax.

El primero fue el del niño torpe. El sumnongle era aquel mocoso que vi el año pasado en el supermercado: Zacariel Torpis. No supe muy bien por qué estaba en mi escuela hasta que averigüé que iba acompañado de sus padres, quienes hablaban con un profesor. El nene intentaba alcanzar un papelín de un tablón de anuncios que colgaba en la pared. Como era muy chiqui, sus deditos no conseguían ni rozar los centímetros que flotaban en torno al papel que, pinchado con una chincheta taiwanesa, se reía en silencio de la ineptitud del crío.

Dos segundos más tarde ocurrió una desgracia que merecía ser observadah sin parpadeos estúpidos de por medio. Zacariel tocó por fin el papel que quería arrancar del tablón. Sin embargo, esto no fue bueno para él, pues hizo algo tan torpe que provocó que sobre su cuerpo cayeran objetos punzantes, pesados y peligrosos. También una niña vestida de rojo pimiento se precipitó contra el sumnongle. ¡Ay, Zacariel ya la ha vuelto a liar!


—¡Ay, ze me cae todoooo! —gritó el niño tirado en el suelo mientras se quitaba las tijeras del cuello—. ¡MUAAAAAAAAAAAAH!

Desconozco qué hizo Zacariel para que se desplomara sobre él esa colección de objetos de papelería, además de la niña aquella. En algo no me habré fijado… Tal vez hayan aparecido de la nada… No sé, ESTO ES UNA INCÓGNITA.

Zacariel acabó llorando y con algún rasguño. Por otra parte, la niña caediza no sufrió ningún daño pero se largó asustada del lugar. Los padres del sumnongle fueron a socorrerlo angustiados al mismo tiempo que yo rezaba a unos metros de Zacariel por su salud. Como no me gusta rezar con las manos porque se me quedan atrapados algunos átomos de aire en los recovecos de las palmas de mis manos, recé con los pies juntándolos. Pero rezar con los pies no es una técnica aceptada, así que en realidad no recé nada de nadah~.

En el trayecto a clase, me topé con algo inusual: una carretera en medio de la escuela. No era una carretera ordinaria, sino una carretera peludita, como si fuera una alfombra de felpa. La autovía discurría por varios pasillos, trazando curvas, cruces y una rotonda. Pero ningún cochecito la transitaba. Era muy extraño…

Reanudé mi rumbo sin perder de vista a la carretera. Más adelante, apareció a lo lejos un cochecito azul de juguete pilotado por un niño del género odioso. Se trataba del cabecilargo Kiko de los Kikors y conducía con lentitud.


—¿Qué cojones es esto? —pregunté muy bajitou con una mueca de desagrado.
—¿Qué?, ¡¿QUÉ?! —gritó Kiko, que me miraba enfadado desde su coche recién parado.
—Nada, trocito de pan. Solo quería preguntarte una cosa, ¿por qué demonios vas en coche por la escuela?
—¿Te molesta que vaya en mi coche morsa?
—¿Coche morsa?, ¿acaso es esto la evolución pilotable de tu difunto camión morsa?
—Cállate, idiota, ¡CÁLLATE, IDIOTA! —espetó enojado—. Te cabrea que yo tenga coche y tú no, te cabrea que yo me haya sacado el carné y tú no. ¡Chincha rabiña!
—No me cabrea, me parece ridículo. Ese cachivache en donde estás encajado es basura de una juguetería de mala muerte con cucarachas. Y no se le puede llamar carné a un papelito pintarrajeado con rotuladores por tus padres que te dieron para que te creyeras mejor de lo que eres —expresé usando una voz monótona.
—¡ESO ES MENTIRA, MI CARNÉ ES DE VERDAD, ÑEH! —Kiko hervía de rabia como la tetera de Belcebú.
—Pues yo soy guardia civil y te voy a quitar puntos por invadir el carril contrario —advertí con severidá de la dura. El coche del nene ocupaba los dos estrechos carriles de esa estúpida carretera.
—Yo no invado nada, ¡NO INVADO NADA, IDIOTA! Esta es mi carretera y yo me muevo por ella para ir a clase ¡COMO ME DA LA GANA! —el niño gritaba tanto que casi se le oía crujir la lengua.
—Si solo te mueves usando el coche entonces córtate las piernas y dónaselas a alguien que las necesite —al decir esto, me dispuse a cruzar el paso de cebra de felpa para seguir mi camino hacia clase.
—Jajaja, no puedes cruzar, el semáforo está en rojo —señaló Kiko deteniéndose ante mí.
—Esto es el colmo de la colmena…

Esperé veinte segundos a que el semáforo de juguete encendiera su muñeco verdoso. En ese tiempo, Kiko se reía moviendo su coche de atrás para adelante impidiéndome el paso.

—Te vas a llevar una bofetada de los Kikors —amenacé al sumnongle fastidioso.
—¡No puedes cruzar, no puedes cruzar! Jajaja —Kiko hacía caso omiso a mis palabras.
—Veo que estás atascadito; no paras de moverte como un péndulo. Un empujón te vendrá muy bien.
—¿Eh?

Tan veloz como las balas de la pistola de Babiaka, empujé al niñato hacia adelante con todas mis fuerzas. Pensaba que iba a frenar de golpe pero, en vez de eso, solo se puso a gritar atemorizado.

—¡AAAAH!
—Ahí tienes tu merecido. Y dile al que permitió instalar esta carretera en la escuela que es un imbécil.

Huí dejando al sumnongle en su primer accidente de tráfico llorando lágrimas de cocodrilo. El muy inexperto dio un volantazo cuando casi estaba a punto de colisionar contra una pared, lo que ocasionó el vuelco del vehículo del culo. Si Kiko puede pedir que le hagan una carretera en la escuela... ¿podré yo pedir que hagan una sauna? Tendré que hablar seriamente con la directora y el ministerio de ecuación. Seguro que esa panda de bichejos está detrás de todo este zumpitronqui.

Cuando llegué al aula encontré a Maselillo. No le contamos nada sobre nuestra experiencia con Kiko porque era seguro que nos iba a reprochar por nuestra conducta. Lo que hicimos en su lugar fue parlotear durante dos minutos de tucán hasta que la profe tomó el control de la clase de filosofía. Pero antes de darnos la lección, nos informó sobre un proyecto que la directora Urpia quería llevar a cabo.

—Bueno, mis lindos alumnos, os voy a comunicar una de las nuevas ideas de Urpia para mejorar el centro. Se trata de fabricar un espejo especial, el denominado espejo de las vergüenzas. Según dice ella, el espejo se construiría con un mecanismo que le dará movilidad para que pueda desplazarse automáticamente por los pasillos de la segunda planta. El espejo mostraría a aquel que se refleje en él aquello que le da más vergüenza en su vida —la profesora calló por unos segundos y retomó sus palabras mostrando un evidente desconcierto—. No sé si esto mejorará el estado actual de la escuela…

En la clase se generó una explosión de sentimientos desagradables cuando la profesora cerró su boquita. Algunos manifestaban su enfado, otros un profundo miedo y otros lloraban desconsolados, concretamente Little Aurora.

—Profesora, ¡eso sería horrible! —opinó Maselillo.
—YO ES QUE NO ME CREO LO QUE POR MI OÍDO ENTRA —gritó Ambrosio muy asombrado.
—Mire, profesora, ¡hola!, ¿qué tal? Mire, profesora, yo estoy muy bien. Mire profesora, ahora, a las 8:13 a.m., digo que todo lo que haga Urpia me parece súper, súper, súper, súper, súper, súper genial —confesó la ilusionada Quairo, que era la única que no se quejaba del plan de la directora.
—¿No le podemos pedir a la directora que haga otra máquina en vez de ese espejo? —preguntó Belén Jardiña agitando sus manos con olor a lirio para abanicarse su cara.
—Sí, de eso os quería hablar. La directora ha solicitado sugerencias. Necesito que me deis ideas para que la delegada pueda presentarlas después del recreo en la reunión de delegados.
—Vamos, chicos, a dar ideas —la odiosa Tulma se alzó en su asiento esperando participación.

La gente cuchicheaba mientras sus cerebros hacían runrún. Estaban entusiasmados, pues era la ocasión de hacer sus deseos realidad. Unos tres minutos bastaron para oír unas doce proposiciones diferentes de varias personas. Mamá Vegas, que se había mantenido callada, reveló su idea después de que el barullo cesase. Deseaba de todo ventrículo que cogieran su idea.

—A mí se me ha ocurrido la idea de una máquina asombrosa: Es una máquina que sirve para decir a cualquier persona que la mire cuáles son los alumnos que cumplen años en el día que la ha mirado. Sería ideal porque la gente no se olvidaría nunca de los cumpleaños de sus compañeros y revelaría a otra gente que no conozcamos el día de nuestro cumpleaños. ¡Recibiríamos felicitaciones de todo el mundo!

A los sumnongles de mi clase, incluído Maselillo, parecía gustarle mucho la idea. Hasta Ñangas soltó un gruñido de felicidad. A mí desde luego no me molaba. Solo faltaba que Tulma le diera el visto bueno a la idea, lo cual era improbable ya que había rechazado todas las anteriores por considerarlas estúpidas. Tulma es insoportable pero al menos tiene sentido, un sentido llamado sentido común (no sirve ni para oler ni para oír).

—Estupendo. Me gusta mucho tu idea, Mamá Vegas, y parece que al resto de la clase también —dijo Tulma dedicándole una sonrisa a la complacida Mamá Vegas.

Fue muy inesperado oírla decir eso. Parece que a Tulma se le ha estropeado un circuito. Sin embargo, me daba igual que esa idea fuera la elegida... me importaba más saber porqué los círculos ruedan bien colina abajo y los cuadrados no.

Después de declararse la idea ganadora de la clase, la profe dio la lección de hoy. Pero al cabo de un rato, la continuidad de la lección se vio interrumpida por unos golpes en la puerta propinados por un sumnongle cuyo careto no pudimos captar. Chelo, que sabe mucho de abrir y cerrar puertas, atendió al hombre que no quería adentrarse en el aula. Mientras tanto, los entrometidos alumnos luchaban por encontrar una postura sin levantarse de sus sillas para ver quién era el misterioso hombre que estaba hablando con la profesora.

—Disculpadme un momento, tengo que atender a este señor —Chelo dedicó una cara serena y tierna a los sumnongles de su aula. Después cerró la puerta y se quedó con el señor invisible fuera, en el pasillo.

A la clase dejó de interesarle gradualmente el anonimato del hombre tocapuertas. Grongo había ofrecido un espectáculo más atractivo pues había confesado que tenía siete novias, lo cual hizo que todo el mundo pasara un buen rato riéndose de sus estúpidas mentiras. Pero yo me percaté de otras cosas curiosas que pasaban por allí: Maselillo se había arrodillado en el suelo, junto a Ambrosio y Little Aurora. Los tres estaban mirando el interior de la jaula de Carpeto.


—Maselillo, tu sonrisa le da escalofríos al oso albino. ¿Quieres hacer el favor de poner la boca como una línea horizontal?
—No digas bobadas. Carpeto ya estaba así antes de que me pusiera a sonreir.
—Pero si tú estás todo el día sonriendo… —susurró muy bajo mi boca para que ni los cilios del aire pudieran oír mis verdades.
—El pobrecito. Quizás esté deprimido —supuso Little Aurora.
—¡CÓRCHOLIS! A LO MEJOR TIENE LA GRIPE ÚRSIDA —Ambrosio chilló tan alto que Carpeto se escondió mucho más bajo su cojín.
—Eso no existe, Ambrosio. No asustes a nuestra apesadumbrada mascota.

Mi cabeza segregó una necesidad: la necesidad de saber qué le ocurría al osito tristón. Empezamos a enumerar varias causas con sus respectivas soluciones, pero como la primera era la más fácil de averiguar, fue la única que decidimos resolver. Íbamos a comunicarle a Chelo lo del estado tembloroso-miedica de Carpeto sin importarnos que estuviera hablando con el hombre tímido. Así que, sin ningún reparo, abrimos la puerta para salir fuera y buscar a la profe y contarle el rollo. Parecía una tarea fácil pero pronto descubrimos unas sombras proyectadas de tres sumnongles. Una de ellas era la de nuestra tutora. Las otras eran de aquellas… aquellas monstruosas niñas.


—Cuidado, Maselillo, esto es un caso grave de sombras chinescas —avisé a mi amigo que iba detrás de mí.
—¿Eh?
—Quiero decir que Chelo está allí al fondo hablando con ese señor al que no le vemos ni su sombra. Aparte, también hay dos niñas terriblemente malas…, las hermanas Nishastie.
—¿Las niñas que atacaron a otras dos el año pasado? —preguntó con voz tenue.
—Afirmativus.

Nos mantuvimos en silencio para escuchar a Chelo y al hombre que parecía ser el padre de las niñas.

—Lo siento, Señor Nishastie, pero Carpeto ha de quedarse en la escuela. Sé que lo ha donado generosamente a esta escuela por el bien de sus alumnos, pero no se lo puedo devolver; ahora Carpeto es fundamental para la estabilidad de mi aula.
—¡Trusirdo! Haz algo, que me estoy poniendo de mala hostia —gritó irritada Odnúdea con su característica voz de dinosaurio psicópata a su manso padre.
—¡Quiero a Carpeto, tengo hambre, quiero a Carpeto, tengo hambre! —sollozó en voz alta Pulsubenia, la pequeña de las hermanas.
—Lo siento, hijas, pero el oso debe quedarse en la escuela. Os he dicho que os compraré otro mucho más divertido.

La situación era muy peliaguda; Odnúdea podía volverse loca de un momento a otro. Por eso decidí intervenir.

—Vas a ver, Maselillo, se me acaba de ocurrir un argumento infalible que las hará cambiar de idea —susurré a mi amigo.
—¿Y qué es?
—¡SANTA RITA, RITA, LO QUE SE DA, NO SE QUITA! —grité bien alto a las sombras para que me oyeran.
—¡SANTA ELVE, ELVE, LO QUE SE DA, SE DEVUELVE! —respondió Odnúdea muy malhumorada y sin moverse del sitio.
—¡ESO NO EXISTE!
—Cállate, que si nos pilla nos pega una paliza —dijo Maselillo temeroso de recibir jarabe de puño.
—¿Has oído, Odnúdea? —preguntó el padre después de oír mi voz—. La gente de esta clase quiere mucho a Carpeto.
—¿ERES GILIPOLLAS? ¡YO QUIERO AL JODIDO CARPETO YAAA!
—Odnúdea, hazme caso, haz caso a tu padre. Carpeto es ahora de nuestra familia pero podrás visitarlo siempre que quieras —dijo con suavidad nuestra dulce tutora.
—¡CÁLLATE, MARCIANA FLACUCHA Y CABEZONA! —Odnúdea estaba más fuera de sí que la cabeza de una tortuga que odia estar dentro de su caparazón.

A continuación oímos un golpe sordo. Las sombras nos mostraron que Odnúdea había atizado a Chelo con un puñetazo brutal en su vientre. La profesora cayó al suelo gimiendo de dolor.

—¡VAMOS, TRUSIRDO! Eres un montón de mierda y caca. No sabes hacer feliz a tus hijitas. ¡NO TIENES HUEVOS!
—Odnúdea, mi amor, relájate. No le digas esas cosas a tu padre. Yo te conseguiré un oso exactamente igual a Carpeto. Pero, por favor, ¡no pegues a nadie más! Ahora tenemos que ayudarla a… —la grave y cavernosa voz de su papi no iba a juego con su sumisa personalidad.
—¡TE PEGARÉ A TI SI NO NOS VAMOS AL COCHE YA! —Odnúdea gritaba, haciendo asomar algunas cabezas de alumnos y profesores por las puertas.
—¡Quiero a Carpeto, tengo hambre, quiero a Carpeto, tengo hambre! —dijo la pesada de Pulsubenia.

Maselillo y yo vimos a la peculiar familia alejarse por el pasillo. No queríamos seguir viendo sus sombras a lo lejos porque ¡la profesora necesitaba ayuda! Las dos niñas rubias de los cráneos duros han dejado otra víctima de la violencia niñística en la escuela.

Descubrimos que Carpeto era la antigua mascota de las Nishastie. Su padre lo donó a nuestra escuela, especialmente a nuestra clase. Tal acto produjo el actual descontento de sus hijas, que se les antojó recuperar al animalito fuera como fuera. Ahora entendemos el temor de Carpeto… Don’t worry, Carpeto, aquí estarás a salvo.

Mamá Vegas fue la única de nuestra bulliciosa clase que oyó a Chelo desplomarse y a las niñas vociferar como demonios.

—¡Ay, santo cielo! Aquí traigo mi kit de enfermera —dijo cuando regresó del aula con un botiquín en su mano.
—Profesora, ¿quiere que nos chivemos a Urpia de lo ocurrido? Esas niñas necesitan un castigo —dije sintiendo lastimah lacrimosah por mi profesora preferida.
—No… No hace falta. Ahora… Necesito ayuda… —solicitó compungida.
—Esto es lo peor. Esas niñas son unas bestias —Maselillo se llevaba las manos a la cabeza esperando a recibir instrucciones, pues no sabía qué hacer para ayudar.

Chelo nos miraba dolorida sobre el suelo. El dolor del golpe aún tardaba en remitir.


—Profesora. He traído mi botiquín. Le inyectaré mi medicina de barriguita para que se le quite el dolor —explicó mientras habría su maletín de oso panda.
—¿Inyectar qué? —preguntó alarmada.
—Una medicina que huele a chocolate. No se preocupe, he practicado con los animales que más se hacen pupa de la granja de mi abuelo y casi ninguno se ha quejado.
—Mamá Vegas, prefiero que llames a enfermería… Ellos son más expertos en estas cosas. Además, mi vientre es muy sensible.
—Como mande, profesora —Mamá Vegas hizo caso sin rechistar. Ella es una chica obediente y condescendiente que hace lo que sea para ayudar a los demás.

Maselillo y yo nos quedamos con ella para evitar que Odnúdea, en el posible caso de que volviera, la atacase de nuevo. No estuvimos mucho rato porque enseguida llegaron otros profesores y dos médicos, seguidos de Mamá Vegas, que guardaba su cofia de enfermera algo frustrada. Nuestra compañera siempre ha dicho que quiere estudiar medicina para curar todas las pupas del mundo, o al menos la mayoría, jujujú.

La gente de la clase reaccionó con asombro cuando escuchó lo de la profe y el puñetazo en la barriga. Los profesores tomaron cafecitos en el asunto, y después tomaron cartas en el asunto para asegurar que esas bestias no entraran jamás en los dominios de la escuela.

Después de todo ese alboroto llegó, como una bendición del cielo, el sagrado recreo. Maselillo dio más prioridad al vaciado de su vejiga que a la investigación de los misterios de la escuela. En otras palabras, el escondite de la efigie. Durante el recreo me vi vagando sin compañía por los pasillos con rayas verdes en el suelo. Fue aburrido pero pude soportar como un pilar bárbaro el hastío mortilioso.

Paseando por el pasillo que tanto le gusta a aquel niño que estaba al lado del amigo de aquella niña, encontré un momento de soledad pura. La escuela es tan grande que es fácil verse en soledad en algunas secciones del edificio. Fue en ese pasillo donde decidí irme por otro pasillo, mas no sé qué pasó que acabé danzando la coreografía de una lagartija de mis sueños hasta que acabé delante de la puerta de un aula. Menos mal que nadie me vio porque esa danza era SÚPER PENOSA.

Ignoré esa puerta tan vulgar, a pesar de que nunca la había visto, y seguí caminando para alcanzar la salida hacia el patio de la escuela, donde Maselillo debía estar. La zona estaba tranquila, pero la intensa voz de una niña acribilló, al poco tiempo, la calma del ambiente con sus palabras oscuras.

El Sol es fétido y la Luna está coja. Satanás toca la melodía de los dinosaurios con los dedos de Dios. Jesús el loco fue humillado y usa su tercera pierna para aplastar a la generación de los sucios. Los padres escupen plasma a sus hijos deformes para enrojecerlos como a las salamandras de las fraguas del mal —pronunció la voz abandonando un eco muy sonoro y místico al finalizar cada palabra.

—Qué poesía tan horrenda; no rima ni hace gracia. Me pregunto quién habrá dicho toda esa blasfemia —pensamos muy curiosos.

Era evidente que venía de aquella puerta. Nuestro interés por descubrir la portadora de las cuerdas vocales que emitieron esa voz era irrefrenable. Mi mano manuela abrió por si sola la puerta misteriosa. Al otro lado apareció una muchachita sonriente, de ojos globosos y boca cuaquera.


—¿Has sido tú la que ha dicho esas cosas tan raras? —preguntamos con delicadeza.
—¡Chí! —afirmó la ricura.
—Oh… ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Dalipsa Glotis, ¿y tú?
—Mañana a esta hora te diré como me llamo.
—Jejeje, valep —Dalipsa parecía muy feliz.

Brotó de la nada un silencio efímero que se coló en nuestro diálogo. Dalipsa, que no paraba de mirarme a través de sus gafotas de fresa, aniquiló ese silencio con una pregunta.

—¿Quieres ser mi novio o mi novia? —cuestionó sonrojándose como una princesa enamorada.
—Quiero ser tu amante inexistente —respondí algo extrañadis.
—Eso es muy divertido. Mi madre dice que soy peculiar y mi padre dice que soy singular. ¿Tú qué crees que soy?
—Mmmm… Eres peculingular —contesté a la niña que parecía muy entretenida por la conversación.

Dalipsa no me quitaba el ojo de encima; me miraba como si fuera una golosina apetitousa. Esquivé su mirada e hinqué los ojos en el aula que la niña tenía detrás.

—¿Estás viendo el plegaso que dibujé en la pizarra?
—Emmm… sí. ¿Un plegaso es cuando haces un pliegue de una manera violenta o es un caballito con alas? —preguntamos a Dalipsa, que había pronunciado mal la palabra pegaso.
—Jejeje —la niña se limitó a reír sin responderme—. ¿Y qué opinas de Górgoro? Está cansado pero es muy buen amigo.
—¿Quién es Górgoro?
—¡Es mi amigo! Está en la esquina descansando.
—¿Es ese muñeco azul con los morros de color rosa?
—No es un muñeco, es Górgoro. Él y yo nos lo pasamos muy bien en esta aula. Esta aula es nuestra y es la más pequeña del mundo.
—Pues tiene que ser cierto porque solo cabe unas cuatro mesas, más o menos —contemplé el aula de paredes pintarrajeadas como un halcón sabe hacer—. Oye, ¿esta aula siempre ha estado aquí?
—Me parece que no. Esta aula es uno de los sitios raros de la escuela.
—¿Conoces otros sitios raros y escondidos de la escuela? —cuestionamos intrigados.
Chí —dijo guiñando su ojito.
—¿Dónde están? Necesito saberlolo.
—No te diré nada, no te diré nada, no hasta que un hombre más bajito que yo se case conmigo, lalalaaaa —Dalipsa canturreaba mientras giraba sobre su propio eje después de haber cogido a su muñeco Górgoro.
—¿Qué?, ¿qué estupidez es esa?
—Mira lo que sé hacer. ¿Puedes hacerlo tú? —la sumnongle dejó su muñeco a su lado para abrirse de patas en el suelo y colocárselas luego detrás de la cabeza con destreza.
—No, no sé. No soy tan flexible~.
—¡Parezco una rosquilla!

La niña inició un meneo de vaivén como el que hacen los tentetiesos. Estaba muy feliz pero a la vez muy enredada. Su aguda risita llegó hasta la trompetilla de la profesora Flájeda Algodonosa, mi otra-vez-profesora-de-matemáticas. A Flájeda se la veía inquietada y se alertó aún más al acercarse a la puerta del aula más pequeña del mundo, donde Dalipsa y yo estábamos.


—¡Esa risa es de la misma voz! Alguien, justo aquí, hace unos minutos, dijo una serie de blasfemias horribles sobre Dios, Satán, Jesús y los dinosaurios. ¿Quién ha sido? —preguntó preocupada.
—Ha sido ella —confesé con prontitud señalando a la gafotas.
—Así que has sido tú, niña de primaria con gafas. Ahora te vendrás conmigo a ver a la directora. Esa forma de hablar necesita ser corregida.
—¡¿QUÉ?! —gritó Dalipsa sin deshacer su estrafalaria postura de yoga—. ¡No quiero ir a ver a esa vieja loca! ¡Me has delatado! ¡ME HAS TRAICIONADO!
—¡Lo siento, Dalipsa, pero tuve que decir la verdad! —dije a la niña angustiada que intentaba quitarse las piernas sin éxito de detrás de su cabeza pelirrizada.
—Silencio, niña galleta. Yo te voy a coger y te voy a llevar a la directora. Estarás allí un ratito —comunicó Flájeda tras haber cogido a la niña por las piernas con facilidad.
—¡NO SOY UNA GALLETA! —replicó frustradita.
—Sí. Eres una galleta con rabieta.
La profesora grisácea mantuvo a la sumnongle en la misma pose. Yo capté la escena rocambolesca sin decir ni oink.


—Galleta, rabieta, rajeta~ —murmuré yo sin molestarme en ayudar a Dalipsa.
—¡SUÉLTAME, LOCA GRIS!, ¡ME HAS TRAICIONADO!

Flájeda se fue por el pasillo con la malhumorada niña enredada cual pretzel cogida con sus brazos. Las perdí de vista en unos segundos. Dalipsa estaba empeñada en que la había traicionado. Yo hice lo correcto: revelé quién era la que había dicho esa blasfemia. Obviamente no me quería comer yo el marrón.

Me fui de la entrada del aula más pequeña del mundo, no sin antes colocarle como sombrero la trompetilla (o trompetota), que la profesora usaba para oír las palabrotas de la escuela, al muñeco Górgoro. No tardó nada en caérsele al suelo y no me preocupé por cerrar la puerta del aula porque sabía que la niña iba a volver pronto a por su feo muñeco.

Disfruté del último aliento del recreo al aire libre bajo el sol. Le conté a Maselillo la experiencia y dijo que le resultó graciosa a la par de rara. Puede que algún día, si la niña no sigue enfadada conmigox, le ofrezca un nene para que se case con él y así me revele todo sobre los lugares ocultos de la escuela. Tarde o temprano tendré que inspeccionarla.

Chelo se recuperó del puñetazor con rapidez y nos aseguró que mañana va a asistir a clase. Nosotros los alumnos respiramos aliviados pero algo desilusionados porque nos vamos a quedar sin hora libre.

Estoy ahora mismo en casa y con ganas de acostarme y soñar con los polígonos del cosmos para que me relajen. Creo que me voy a acostar a la de YA.

Adiós, diós, iós, ós, s…

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