13 septiembre 2011

Tres veteranos suben a bordo

El entusiasmo y las ganas de estudiar al inicio del nuevo curso son muy escasos en mi escuela; los niños se deprimen al oír el rozar de las tizas en las frías pizarras y al oler la fragancia de los docentes sudados. Sin embargo, yo estoy animadә.

Por los pasillos encontré al sumnongle de por Vida, conocido por todos los humanos y humanoides del mundo escolar como Maselillo, el muchachillo sonrientex.

—Maselillo, Maselines, ¡buenos días, jolines! —saludé mostrando mi felicidad.
—Hola, ¿estás feliz?
—No sé. Creo que sí. El primer día de clase siempre es suave y acuoso. El tiempo pasa rápido y ameno.
—Eso es cierto —dijo guiñando su ojitu.
—¿Sabes? En este nuevo año escolar debemos cumplir unas cuantas misiones.
—¿Qué misiones? —preguntó confundido.
—Encontrar a la efigie de la escuela, averiguar quién me dejó esa nota amenazadora en mi buzón y también encontrar a Poesía.
—¿Efigie? Espera un momento… ¿No es mejor que…? —Maselillo prestaba atención a lo que decía pero su entendimiento funcionaba muy lento.
—¿Has pillado a algún Zipula en el parque de Maraguarrada~? —le interrumpí para que me contestara a esa pregunta súper importanteh.
—Emm… no.
—Lo que me temía. Maselillo, esto no está saliendo bien. Ningún miembro de la Liga Antipedo, SALVO YO, ha encontrado un solo Zipula —expresamos algo decepcionados.
—Yo sí he encontrado uno —confesó Chéster desde un lugar desconocido del pasillo donde oía nuestra conversación.
—¿Chéster, eres tú?, ¿qué Zipula has encontrado y en dónde?
¿Te refieres a los enanos de los que nos hablaste, verdad?
—Sí.
—Pues encontré a uno morado en el parque de Maraguarrada. Concretamente, su color es como un violeta azulado —explicó feliz como un regaliz.
—Creo que te estás confundiendo… Solo hay tres Zipulas y ninguno de ellos es violeta.
—¿Ah, sí? ¡Cáspita!, entonces me he equivocado. La próxima vez me acercaré más a los enanos sospechosos para ver si son los Zipelos esos.
—¡Zipulas! —corregí al sumnongle escondido.
—Eso —dijo tímidamente.
—¡Qué desastre! ¿Por qué nada salir bien, bien? —hablé sin poder disimular mi profunda desilusione —Chéster, ¿por qué te escondes? Sal ya, por favor.

Maselillo miraba a todos lados intentando hallar a Chéster entre los recovecos, esquinas y otras formaciones arquitectónicas del pasillo. Yo notaba mientras cómo mis ánimos goteaban por la fuga de la frustración.

—¡Uoh! Chicos, qué mareo —dijo Chéster al aparecer de su escondite. Luego posó ante nosotros.
—¿Chéster?


¿Sabéis de qué voy vestido?
—De generador de vergüenza ajena —respondió mi boca desconcertadísima.
Qué gracia tienes, jejeje. No, voy vestido de bailarín y voy a daros una sorpresa a todos —explicó mientras jugaba con su bastón.
¿Qué sorpresa? —preguntó Maselillo, tan asombrado como yo.
¡Un espectáculo!
—¿Qué tipo de espectáculo?
—Un baile y una canción. Conseguí una música molona y le puse una letra que me he inventé. La canté y la grabé en una cinta junto a esa música y luego elaboré una coreografía. Llevo ensayando el baile desde finales de junio —a Chéster se le iluminaba la cara de júbilo—. La canción se llama avante a toda máquina y os va a animar a empezar el curso con buen pie, pues trata sobre estudiar y divertirse y sobre el barco de mi libro.

Chéster sacó una grabadora roja de cinta de su mochila. Luego, aplastó el botón de PLAY ► y a continuación oímos una muestra de seis terroríficos segundos de su canción. La voz de Chéster cantando no es buena amiga de mis tímpanos.

—Ay… —emití intentando resistir el picor en la nuca producido por la humillante idea de Chéster.
—¿Qué pasa?
—Nada… que nos vamos ya a clase, aunque sea pronto.
—Voy con vosotros —dijo entusiasmado.
—¡No! Maselillo y yo vamos a ir al baño antes, que tengo que limarme la protuberancia.
—Nos vemos en clase, pues —se despidió haciendo una reverencia con el sombrero.
—¡Chéster! —lo avisé justo cuando se me había ocurrido un estupendou plan.
—Dígame.
—No vayas por aquí. Chelo me avisó antes y me dijo que íbamos a dar la clase en el aula 220.
—¿Ah, sí? —preguntó Maselillo, que no se había enterado de ese supuesto cambio de aula.
—Sí, Maselillo, sí…
—¡Oh, perfecto! Ese aula es más espaciosa, me viene de perlas para hacer mi baile sin tropezarme con las mesas, jejeje.
—Claro, Chéster. Vete yendo que nosotros y el resto de clase estaremos allí en un splish splash chimpompán.

Chéster dio un saltito causado por una explosión de euforia en su cuerpo. Cogió su mochila y agarró su sombrero para salir disparado, tarareando su canción, en dirección al aula 220, que está en la segunda planta. Pero el pobre no sabía que le había mentido.

Cuando llegamos al aula de siempre, la 035, Maselillo me reprochó por mi plan como de costumbre.

—Maselillo, si he engañado a Chéster, ha sido por su bien. Así no hace el ridículo más vergonzoso de la historia con ese baile apayasado —declaré con seriedad metálica.
—Pero tenía muchas ganas de bailar y enseñarnos su canción.
—¿No eres consciente de que es una gilipollez? Es más patético que ver a un ruiseñor ahorcado con una chistorra.
Lo sé, pero… no sé… —Maselillo se veía como un bienhechor que se sentía culpable.
—Chéster me lo agradecerá felizmente cuando madure al son de la vida. Se va a ahorrar unas cuantas burlas, risas e insultos dolorosos.
—Pero si has enviado a Chéster a esa aula, le pondrán falta —comentó preocupado.
—Por una no pasa nada. Además, hoy solo tenemos una hora de clase porque los profes están de huelga para quejarse.

En un minuto, el aula se llenó por completo. Todos los alumnos del año anterior, excepto los que no promocionaron, resurgieron de las cenizas de las vacaciones de verano para sentarse en la famosísima y rectangular aula de Chelo Carabanchelo. Nuestra tutora también estaba allí, al igual que Ñangas, Carpeto y Bebesitu.

Una pequeña charla ablandalenguas de la tutora fue el monólogo introductorio del día. Era muy aburrida, pero sabíamos que después vendría lo mejor: la presentación de los tres alumnos repetidores que se han incorporado a nuestra clase.

—Mis lindos alumnos, como podéis ver, nuestra familia escolar ha dejado atrás a unos miembros que no han conseguido promocionar y que han sido remplazados por otros nuevos que no han superado el curso que era superior al nuestro. Ahora que están disfrutando de una segunda oportunidad, vamos a conocerlos un poco para que se integren —Chelo se acomodaba encima de una mesa muy limpia sin poder ocultar su rostro radiante. Después, sacó el listado de alumnos en busca de nombres desconocidos—. A ver, a ver… Oh, Quairo Latumba, una de los tres alumnos nuevos. ¿Eres familiar de Orlando Latumba?
—Mire, profesora, sí, lo soy —indicó excitada la nena nueva.
—Es mi prima —dijo Orlando, que estaba sentado a su lado.
—Estupendo. Es la primera vez que tengo dos alumnos de una misma familia.
—¡Prck! —Quairo parecía tener problemas en su organismo.

Quairo estaba tan eufórica que sufrió una extraña convulsión en la cara que le dejó su lengüita traviesa asomando fuera de su caverna bucal.


—¿Qué te ocurre, Quairo? —preguntó alarmada la profesora al ver a su alumna como una gárgola circense.
—No es nada, profesora. A mi prima le sucede esto a veces pero siempre se le pasa —dijo tranquilo.
—Mire, profesora, hoy, a las 8:12 a.m., estoy súper, súper, súper, súper, súper animada. Quiero empezar el curso ya.
—Oh, qué bien —la maestra estaba súper, súper, súper, súper desconcertadah.

Quairo es una muchacha rara que lleva su melenón metido en un pañuelo de líneas de colores golosos y un reloj en su brazo con el que controla el tiempo sin el permiso del señor Tic Tac. Su forma de hablar es muy repetitiva-repetitiva y algo desesperante. Pero ella es una buena moza con muchas ganas de aprender y siempre nos obsequia, de manera involuntaria, con una mueca deforme divertida. Sus muecas son tan chulas que creo que yo debería de hacerlas practicando frente al espejo del cuarto de la bañera y el lavabo.

—Quairo, ¿quieres contarnos algo sobre ti? O tal vez podrías dar un consejo a tus compañeros que empiezan este curso que tú ya has vivido —pidió gentilmente Chelo.
—Mire, profesora, ¡hola!, ¿qué tal? Mire, profesora, yo estoy muy bien. Mire, profesora, el año pasado, el 22 de febrero a las 12:23 a.m., me proclamaron presidenta del club de fans de la directora. Mire, profesora, la directora Urpia es súper, súper, súper, súper, súper, súper, súper genial —confesó Quairo abriendo sus emocionados ojos.
—Sí… es una gran mujer —Chelo intentaba acostumbrarse al método tan especial de hablar de su pupila. Por otro lado, entre los compis de la clase, se oían risitas burleteras.

Durante el transcurso de la primera hora, pudimos ver a Quairo lanzar miraditas de te arranco los pelos a Belén Jardiña. Supusimos que estaba celosa de ella, pues la rubia anaranjada del sombrero floral compartió ayer escenario con su adorada Urpia. Es bien sabido que la directora no acepta que sus fans se acerquen menos de doce metros a ella, pues la mayoría están muy locos y Urpia no quiere correr riesgos.

La profesora siguió buscando en la lista los nombres de los alumnos repetidores.

Hematio Truncadonte. ¿Dónde estás, Hematio? —preguntó Chelo sin recibir respuesta.

De los dos alumnos desconocidos, solo uno se movía, y lo hacía para indicar que él no era Hematio. Dimos por sentado que Hematio era el chico de la última fila. Estaba paralizadox y tenía su mirada fija en la docente. No se movía ni un ÁPICE. Podía hacerse pasar por estatua ¡o por un sujeto congelado! El sumnongle no se inmutaba por ningún estímulo. Tampoco emitía ondas ni vibraciones.


—Profesora, Hematio no se mueve —dijo Mamá Vegas al examinarlo más de cerca.
¡AY, ESTÁ MUERTO! —espetó Little Aurora, que empezó a soltar cataratas por los ojos.
—¿EN SERIO? ¡BENDITA PERLA! —Ambrosio corrió valeroso hacia Hematio para tocarlo con su blanquecino dedo.
—¡NO ESTOY MUERTO! —gritó irritado.

La clase reaccionó con gritos de espanto. La petarda de Yazmina casi se atragantó su chicle expansible y estirable.

—¿Por qué no has contestado, Hematio?, ¿te encuentras bien?
Me encuentro estupendamente —informó el sumnongle que ahora si se movía como un ser vivo ordinario de nuestra biosfera.
Vale. Bueno, Hematio, eres uno de los que han repetido curso, ¿no? —dijo Chelo algo patidifusa.
—Yo no he repetido, a mí me han repetido.
—Pero eso está mal dicho; no se dice así.
—¿Insinúa que no hablo con propiedad? Pues le digo que usted tiene que repasar el idioma español en profundidad.
—Eso dítelo a ti mismo… —la profesora, sin perder la calma, puso un gesto dubitativo—. Dítelo… Dítelo ¿Eso está bien dicho? Qué raro me suena… Dítelo. ¿Tulma, se puede decir dítelo?
—Emm… pues siento mucho no poder responderle; estoy dudando.
Tulma, ¿no eras una empollona? Yo pensaba que los empollones lo sabían todo —cuestionó Grongo, el gordo más regordo.
—Pues yo pensaba que a los obesos mórbidos se les estallaba el corazón con solo agitar sus lorzas —respondió la cínica Tulma.
Nada de peleas e insultos, por favor —Chelo intervino para añadir orden a ese potaje conflictivo—. Hematio, ¿qué estás haciendo?

Hematio sostenía con sus manos una especie de lámina de plástico dividida en preciosos triángulos rojos. De vez en cuando, Hematio arrancaba un triangulín y lo tiraba al suelo.

No estoy haciendo nada, profesora.
Estás tirando triángulos rojos al suelo —dijo la docente empezando a hartarse de la actitud de Hematio.
Es cierto, pero no es nada malo. Cuando salgamos del aula vendrán las limpiadoras y barrerán los triángulos del suelo, que es para lo que trabajan.
Qué friki —soltó Arturo Eleutestes aguantando la risa.
Profe, ¿le puedo dar una colleja? —solicitó Yazmina alzando su brazo hacia la troposfera.
No. Ellas trabajan para limpiar la suciedad que se genera en la escuela, no las cosas que tiras con descaro al suelo.
¡Está bien! Si usted está resentida por no haber sido elegida jefa de estudios no la pague conmigo —expresó disgustado.
¿Qué estás diciendo? —la profesora estaba FLIPANDO tanto como sus alumnos.

Hematio arrancó uno de los triángulos de la lámina y con él se pinchó en la yema del dedo índice de su mano izquierda para que sangrara.

Aquí os dejo el sello de mi decepción —Hematio dejó caer tres gotas de sangre para manifestar el horrible sentimiento que sentía. Tras haberse desangrado un poquitín en la mesa, Hematio abandonó el aula sin permiso con cara inexpresiva y arrojando triángulos rojos a su paso. Por otro lado, la clase intentaba recuperarse del shock sanguíneo que el repetidor (o repetido) había ofrecido como expresión de su disgusto.

Hematio es un sumnongle desagradable. Yo ya lo conocía gracias a mi ojo, que lo había visto un par de veces por los pasillos el año pasadoh. Por ahora sabemos que es un desagradecido malhumorado, un tiquismiquis y un desmesurado quejica. Por su idiosincrasia, Hematio será menos popular que la pegatina de una cara triste adherida en el escaparate de una tienda de lápidas.

—¿Qué porquería de triángulos es esta? —preguntó Bruno mirando los triángulos rojos.
—A ver… ¡Ay! —chilló Peronzo al coger uno de ellos—. ¡Me he cortado!
—No cojáis los triángulos. Ya nos encargaremos de barrerlos después. Peronzo, vete a enfermería para que te pongan una tirita.

Chelo quería olvidar lo ocurrido. La faena que le montó el sumnongle de ojos rosados rompió la quinta parte de su paz interior.

Sigamos… ¿Rubén Calavero?
Ih, aquí toy.


Rubén Calavero es un cani aparentemente inofensivo pero con malos hábitos. Las oscuras sombras de la segunda planta afirman haber visto al muchacho inyectarse lejía en su cuerpo. Otros confiesan ser testigos de su afición por garabatear en las paredes penes orinando con escrotos hirsutos.

A ti te conozco del año pasado. Espero que este año trabajes más, que sé que puedes —aconsejó con amabilidá al nene de la gorra y de cara consumida.
Ih, pofe, ih. Maburre peo hay que joerse.
¿Perdón?
Pue o que ije, pofe. No pueo hablá maj claíto —a Rubén no le gustaba repetir las cosas, a pesar de que no vocalizaba en absoluto.
—Lo siento, creo que me está costando entenderte.
Joé pofe, que yo no oi lipollas —dijo enojado agarrándose el cadenón de su cuello.
—Yo he entendido pollas —dije yo para ayudar a Chelo a entender a Rubén.
Oh, qué soez. Fin de las presentaciones. Este no es un buen día para dar a conocer a los nuevos.
Yo oi a quemá e sitio mierda ete uando marte ta loj cojone.

Nadie prestó atención a las ininteligibles palabras del joven de la gorra. Su tosca forma de expulsar palabras mal hechas por la boca no permitía que la gente lo entendiera con facilidad y eso enfurecía bastante a Rubén. Solo los de su tribu parecen reconocer lo que dice.

Ahora, alumnos, vamos a decidir quién será nuestro nuevo delegado o delegada del curso.
Bruno, ¿por qué tenías ayer un palo con un tenedor musical?, ¿se lo querías meter en los agujeros de la nariz a Urpia? —preguntó la jocosa Romina Frotichas.
—No. Déjame, mongola.
—¡No es un tenedor, es un sanguasón! —replicó Grongo.
—¡Diapasón! —corrigió Little Aurora.
—¡Silencio ya, alumnos! Y seriedad, que ya no sois unos críos —a Chelo se le consumía la paciencia por culpa de las tonterías.

Solo tres personas se presentaron como candidatos a la delegación de la clase: Évelin Pistichicle, Tulma y… YO. Era obvio que la Peke quería obtener el mismo cargo del año pasado, ¿pero a que no sospechabas que yo me iba a ofrecer como delegadis? Mi razón es que quiero probar algo nuevo.

Tristemente, Tulma acabó siendo la ganadora. Es extraño que Tulma quisiera ser delegada, pero su sed de popularidad y egocentrismo dan sentido a su motivación. Lo que aún no he resuelto es el hecho de que solo dos personas me hayan votado y, lo más sorprendente es que a la Peke no la votó NADIE.

Enhorabuena, Tulma, eres la delegada del año —felicitó Chelo a la flacucha pecosa tras otorgarle la banda de la delegada.


Ganadora por mayoría absoluta —dijo Tetere Yamiley al acercarse a la pizarra.
—Sí, Yamiley —contestó satisfecha a las insulsas palabras de la sumnongle.
Siento que hayas perdido. Que sepas que yo te voté —me dijo Maselillo para consolarme.
—Gracias. Me gustaría saber quién ha sido la otra persona en votarme.
—Yo —reveló Grongo secándose el sudor de la cara.
—Oh, Grongo, gracias. ¿Por qué tu voto ha ido a parar a MÍ?
—Porque Tulma me cae mal y Évelin… no me quiso ayudar el año pasado con lo de… —titubeó el chico al recordar el follón que montó con las revistas pornográficas.
—Ya sabemos.

Un silencio de arcilla y penatsú cubrió nuestro coloquio, hasta que se evaporó cuando a Évelin le hablé.

—Évelin, ¿por qué nadie te ha votado?
—No lo sé ni me importa —respondió con un tono flemático.
—Pero Évelin, ¿no tienes ganas de llorar? ¿Qué hay de ese pensamiento de Las peques podemos hacer cualquier cosa si queremos, por muy peques que seamos?
—Sigue estando en mi mente. Pero reconozco que Tulma será mejor delegada que yo, y creo que todo el mundo se ha dado cuenta de eso.
—Vaya, Peke… Te lo has tomado muy bien —dijo Maselillo compasivo.
—¡Pero si esto es un pucherazo! Tenemos que quejarnos y succionar explicaciones a la de YAH —la escena de Tulma triunfante me estaba sacando de mis viñetas.
—Jojojo, qué mal te sienta la derrota. En este caso Dios no le ha dado pan al que no tiene dientes, lo cual me parece justo —opinó Tulma mostrando un semblante jactancioso
—Largo, Tulma, aquí no hay sitio para tu bocaza.
—Y nunca lo habrá. No me puedo mezclar con abortos descerebrados como vosotros.
—Pero Tulma, ¿por qué siempre me insultas a mí también si no te he dicho nada? —preguntó ofendido.

Tulma se alejó sin hacer caso a Maselillo. Dejamos a un lado el tema de los delegados para hablar de otro más placentero en los últimos minutos de clase.

—¿Sabes cuál es la Leyenda de María y Marta? —cuestioné a Maselillo.
No. ¿Cuál es?
—Es una vieja leyenda de esta escuela. Cuenta que María y Marta son dos espíritus omnipresentes que poseen todos los años a dos alumnos de cada clase de esta escuela. Su misión no es la de controlar el cuerpo que poseen, sino la de incentivarlo a que se presente como delegado de clase y gane —expliqué al sumnongle.
¿Pero qué consiguen haciendo eso? —preguntó curiouzo.
Consiguen ser felices dependiendo de cuáles de los estudiantes poseídos ganen. Por ejemplo, si en un año ganan más alumnos poseídos por María, ese año María será muy feliz, al contrario que Marta. María y Marta son dos chicas que un día fueron grandes amigas y que ahora son rivales.
Es una leyenda interesante. ¿Me la has contado por algo en especial?
—Sí, porque pienso que este año yo soy María y Tulma es Marta.
¿En serio?
—En serio. María es la que propone ideas poco atractivas para solucionar los problemas de la clase, pero, sin embargo, son las más eficaces y beneficiosas para todos. Al contrario que Marta, pues todo el mundo opina que sus ideas son estupendas. Pero lo que no saben de Marta es que ella no está realmente interesada por el bien común, sino por satisfacer sus caprichos o necesidades. Ella usa la falsa imagen de redentora para conseguir popularidad.
Entonces María es la que menos mola pero la que mejor ideas tiene. Y Marta es la que más mola pero propone cosas que, aunque puedan ser buenas, son especialmente para su propio beneficio.
—Sí, eso es, Maselillo. Has aprendido la leyenda —dije dándole una palmada en su hombro maselilloso.
¿Y tú tenías propuestas interesantes que dar?
—No, pero seguro que se me iban a ocurrir de un momento a otro.

Un día le enseñaré a Maselillo la fabulosa vidriera pintada con rotuladores de tinta fosforescente que hay en la última planta del edificio. En ella se muestran a las protagonistas de la leyenda. Es demasiado preciosa, así que miradla con el OJO MÁS SANO que tengáis.



Maselillo se había fascinado con la leyenda. Cuando vea la vidriera se fascinará MÁS.

Los minutos restantes fueron tan somnolientos que mi saliva casi se coaguló. Sin embargo hubo un objeto rojizo que me llamó la campana de la atención: se trataba del libro de predicciones de Orlando, que lo llevaba guardado en su mochila abierta. Yo lo pude extraer sin que Orlando y Quairo se enteraran del pseudo-hurto.Quería leer algunas cosillas del adivino de la clase.


Deja el cuaderno en su sitio; Orlando te puede pillar —susurró el mojigato.
—Quiero comprobar una cosa, Maselines. Si me agobias, dejaré marcas de sudor en las páginas.

Buscando en las páginas señaladas con fechas, encontré dos presagios de dos eventos: El accidente que Chelo tuvo con el bolígrafo y la muerte de mis vecinos.

—Mira, Maselillo, lo del accidente del bolígrafo. Orlando apuntó lo siguiente: El cangrejo manchará con dolor a la señora que educa en su órgano marcado. Mi cerebro entiende que el órgano al que se refiere es su nariz, que está marcada por su verruga, y el cangrejo era ese bolígrafo rojo suyo, que le pinchó y manchó la napia con tinta.
Estoy alucinando. De verdad lo ha acertado, y con un día de antelación.
—Fíjate, con mis vecinos ha hecho lo mismo: El tiempo revoltoso rebotará en la cuna del ocio y muchos cuerpos deformará. ¡Esto se refiere al accidente! El tiempo revoltoso es el reloj que cayó y aplastó a mis vecinos deformando sus cuerpos. QUÉ FLIPEH —mi asombro era extremadamente intenso.

Orlando había predicho el accidente en el área vecinosa pero no supo que lo hizo. Por lo que sé, Orlando apunta palabras que le vienen a la mente, palabras que anuncian que algo ocurrirá. Pero el sumnongle no siempre está presente en el lugar donde lo que predijo sucede. Por eso él y nosotros pensamos que la mayoría de sus visiones son falsas cuando en realidad no sabemos si van a suceder en alguna parte del planeta. Parece ser que Orlando rodea con un círculo en su cuaderno a aquellas premoniciones que se cumplen, o mejor dicho, que él mismo averigua que se cumplen. Como él no estuvo en mi edificio cuando mis vecinos murieron, Orlando pasó por alto ese suceso aleatorio que visualizó en forma de palabras y lo apuntó en su libreta sin darse cuenta nunca de que aquello ocurrió realmente.

Quise seguir ojeándolo pero opté por colocar el cuaderno en su lugarcito para no arriesgarme demasiado. Quairo, que estaba haciendo un retrato de Urpia con la punta de grafito de un compás, casi me pilla con las manos en la mansa (o en la mochilala). Todos los compis sabemos que el cuaderno de Orlando es INTOCABLE.

Maselillo y yo vamos a tomar más en serio a Orlando Latumba. Lástima que solo unas poquísimas de todas sus visiones del futuro se hagan realidad en nuestro entorno más cercano.

Al terminar la hora, terminó la jornada escolar. La huelga profesoril había empezado y los profesores habían abandonado las aulas con carteles, pompones y cacerolas para manifestar su rechazo a los despidos laborales que pronto iban a ocurrir en el sector de la educación. Mientras, los alumnos se encaminaban a sus hogares disfrutando del sol de la mañana. Aunque Chéster, que se había ido al aula equivocada, no disfrutaba de nada en absoluto. Maselillo y yo lo pillamos llorando frente a las columnas de la entrada.


—¿Por qué excretas agua por los ojos, Chéster?
¡Chicos! Os estaba esperando en el aula 220, a vosotros y al resto, snif.
—Ah, lo siento. Al final dimos la clase en el aula de siempre. Ya sabes, donde están Ñangas y Carpeto.
—¿Qué? ¿Pero por qué nadie fue a avisarme? —preguntó entre lágrimas.
—Porque nadie sabía que estabas allí, excepto Maselillo y yo. No queríamos que fueras a clase —respondí con frialdad.
—¡Eh, habla por ti! Yo sí quería que Chéster fuera a clase —expresó Maselillo defendiendo la verdad.  
¡Pero cómo has podido! —dijo con el corazón dolidoh.
—Chéster, te mentí. Te dije que fueras a esa aula porque quería evitar que hicieses ese baile tan estúpido. Gracias a mí no has hecho el ridículox.
—¿Ridículo? Hubiera hecho el ridículo o no, ¡tú no tienes derecho a prohibirme hacer lo que yo quiero! —gritó Chéster rabioso.
—Chéster tiene razón.
—¡Pero Chéster! Sé que es egoísta por mi parte, pero debes reconocer que esa actuación habría arruinado tu dignidad como persona. ¡Los compis malos de clase se habrían burlado de ti hasta la muerte! Este mundo es muy cruel y todos los humanos somos muy prejuiciosos —argumenté con seriedad de la buena.
¿Qué más da? Me da igual lo que opine la gente y las burlas que me hagan. Chéster es fuerte como un buque de guerra —dijo enfadado—. Por tu culpa, todos los días de ensayo, todo el trabajo que he hecho no ha servido de nada, ¡lo has tirado todo por la borda! Nunca más tendré la oportunidad de hacer el baile de inicio de curso…
—Mejor que no la tengas; ya eres todo un hombre y deberías de hacer cosas más propias de tu edad. Maselillo y yo te queremos mucho y queremos lo mejor para ti. Tienes que saber que esto lo hago sin malicia —me acerqué al sumnongle para animarlo con mi mano.
Mmrff… —gruñó Chéster apartando la mirada.
—Vamos, Chéster, el viaje sigue y mañana será otro día. Quizás puedas hacer un monólogo el primer día de clase del año que viene, sin bailes, ni canciones ni mierdas. ¿Qué te parece?
Nn dh m bngreh de th... —masculló Chéster tras la sombra de la columna.
—¿Eh?
Sí, sí. Amigos los tres. Sé que me quieres mucho, camarada, y que haces todo lo que está en tus dedos para que sea dichoso —Chéster recobró la sonrisa y nos abrazó a Maselillo y a mí.
—Por supuesto, Chéster. Me alegra que lo hayas comprendido. Ahora vámonos a casa.

Chéster cogió su bastón, su grabadora, su chaqueta y su sombrero y se unió a nosotros para abandonar los dominios de Urpia en busca de libertad callejera. Chéster es un chico transigente y tolera ciertas cosas que yo mismә no toleraría, jujujú. Ha entendido que no se puede ir por la vida cantando canciones gilipollezcas delante de nuestros compis. Ni siquiera Trisco Treisi habría sido capaz de cantar esa bazofia delante de la manada de mi clase (al menos eso creemos).

Bueno, es hora de dormir. La emoción que embarco es tal que no puedo ni cerrar los ojos. Las predicciones de Orlando pueden ayudarnos a descubrir a Poesía y pillar a los Zipulas; solo hace falta saber descifrarlas y… amistarse más con Orlando.

Chao, my sweeties. Deseadle a Tulma mala suerte PODRIDA Y RESECA.

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