25 septiembre 2011

Dime de dónde vienes

Mis dedos están muy activos últimamente. ¿Habéis notado que me ocurren más cosas interesantes que de costumbre? ¿Se deberá este fenómeno a la crisis, al chorizo o al calor que desprenden los adoquines? No saber, no saber…

Los domingos suelen ser días de bostezos y de ver la tele durante horas. Muchas veces mi cuerpo se deshace en el sofá a causa del aburrimiento dominguero… Pero hoy no ha sido así, no, no, nopo. La calle gritaba mi nombre y yo respondí a su llamada sin dudarlox. Necesitaba que la pisoteara un poco con mis rojas deportivas desgastadas de cordones relucientes.

Antes de zambullirme en el vacío que flotaba intangible entre los edificios de mi calle, decidí echar un ojo por la ventana. No lo tiré, porque tirar ojos es asqueroso; lo que hice fue usarlo para ver una cosa que hacía algo de ruido en el suelo color ceniza de cigarro mezclada con nieve de huevo. Era un animalejo que iba sobre ruedas junto a unos pelusines muy feos. Se trataba del plumoso Paxarito, el odioso pajarito que vive en los jardines de mi escuela.

—¡Paxarito, ¿qué haces patinando en mi territorio?! —grité al ave desde la ventana al estilo de la Julieta cabreada. Estábamos asombrados por haberlo pillado por esta zona de la ciudad.

El piador nato patinaba como Pedro por su celda. Se creía que mi calle era una pista de patinaje apta para bolas de plumas problemáticas. Y para colmo, estaba esa chusmilla rara y velluda junto a él. No tenían buena pintah.


—Pi-pío-pi-pi, pío-pío-pío. Pío-pío-pi-pío, pi-pi-pío, pi. Pío, pí, pío-pi, pío-pío-pi, pío-pío-pío. Pío-pío-pi-pío, pi-pi-pío, pi. Pi-pío, pío-pío-pi, pi-pi-pío, pi-pío, pío-pi, pío, pi-pío, pi-pío-pi —respondió fastidiado.
—No, no, no. Aquí follones de pajarracos no. Desconozco si la vas a liar con tus amigos peludos, pero sé que hagas lo que hagas tendrá consecuencias negativas sobre el resto de los seres que viven aquí.

Paxarito pasó olímpicamente de mí. Los peludos con patines y él se fugaron hacia el sur dibujando recorridos curvilíneos en el suelo con destreza y elegancia. He de reconocer que patina bien, el condenao… Y sus amigos también. Pero, ¿no es mejor para Paxarito volar? Qué sumnongle tan raro.

Al cabo de un rato, me vi fuera de mi portal, en el exterior, mirando hacia el norte. Hubo algo allí que me resultaba tan enigmático como los poderes ocultos de un imán de frigorífico. Decidí ir allí, al norte de mi calle, olvidando por completo aquella idea de ir tras Paxarito para insultarlo un par de veces más. Cuando me detuve frente a aquello que me distrajo, me puse a analizarlo con destreza de detective. Era una especie de puesto de mercadillo, bien colocao y muy colorío, con diversos banderines colgando a su alrededor. Sentada en la sombra había una vieja, acompañada de un hombre moreno, que atendía uno a uno a los componentes de un grupo de sumnongles que hacían una fila india frente al puesto. También había repartidos unos carteles con algunos mensajes que ni hacían reír ni acojonaban… simplemente informaban.


—¿Qué napias hace este lereleile aquí? —pregunté a la nada, tan sorda como siempre—. Oh, así que ella es Soledad Chungarile, la bruja de la plaza. Mi cabeza se pregunta si ella ha conseguido el permiso para instalar todo esto en mi calle… ¡Y tapar las ventanas de ese edificiou que tiene detrás!

Me fijé en que en el principio de la fila había cuatro señoritas malhabladas y de poca elegancia. Eran las barriobajeras chungas que en abril intentaron impedirme acceder a Raspacallos a través del atajo.

—Esta cola es mazo larga, pero no tan larga como una cosa que yo me sé —dijo Yesenia, la pelandusca pálida del bollo de pelo sobre su cabeza.
—Yo me sé que tú que no sabes por qué. Es como para eso, ¿no? —expresó Rocio, la ininteligible de la melena rizada.
—Juas, juas. Pues hay que ganá, tías, que yo siento que tengo la suerte en mi sangre… como el ritmito —confesó Carola, la vikinga morena ataviada con una camisa carmesí.
—Sí, jodé, que necesito pelas pa salir de marcha, que estoy de mi prima hasta aquí, ¡hasta aquí! —Lala, la rubia del grupo, señaló su frente como el punto máximo de aguante de su estrés familiar.
Jodé, tía, tu prima está más loca que una gallina envenená.
—Lo sé. Yo la quiero con todo mi corazoncito, pero es que con ella no se puede viví ni follá.
—¡Mirad eso de ahí! ¿Eso no es el aborto cuatro ojos que intentó colarse en Raspacallos?

Me había acercado al final de la cola para acoplarme en ella con sigilo para no ser oído por las nenas odiosas, pero mi cuerpo no pudo pasar desapercibidoh.

—Oh, pero si es el cuarteto de las 0-90-60-90 —lancé mi piropo mezclado con un insultillo.
—Ha reconocío que somos como modelos, ¡así se hace, aborto! —dijo entusiasmada Carola.
—¿Y eso de cero…? ¿Es porque tenemos cero celulitis? —preguntó Lala algo confundida.
—No, es porque tenéis cero de cociente intelectual.
—¿Qué dice? —cuestionó Rocío con el ceño fruncido.
—No sé, habla como una abuela en la biblioteca —opinó Yesenia.
—Hay que ojear más la enciclopedia. Algunas huelen a limón y dan más ganas de leerlas.
—Mira, aborto. Nos la pela la mierda que nos estás contando. Así que no nos rayes más, caraculo —sentenció Lala con cabreo en su lengua.
—Pero si voy de buen rollo, en realidad no quiero líos.
—Oye, que si te pasas de la raya llamamos a la líder de Raspacallos, que es nuestra amiga, para que te deje la cara como una chuleta.
—No gracias, prefiero que me haga un masaje en los piex.
—Eso te lo hará la puta de tu madre.
—¡Qué obscena!
—Siguiente —la voz de la vieja causó el avance de las personas que allí estaban.

Con tanto insulto, las cuatro chonis y yo no nos dimos cuenta de que la cola se había acortado un buen cacho. Quedaban dos sumnongles por delante de nosotros.

—¡Qué guay, tías! A lo mejó ganamos.
—¡Yo estoy vibrando de la emoción! —confesó la Rocío.
—Aún no me ha quedado claro que es lo que hay que hacer aquí. Veo que la gente le dice algo a la bruja y luego se va. También he visto que en los carteles dicen que tienes que decirle a la bruja de dónde vienes.
—Que sí, coño, que es eso lo que hay que hacer —afirmó Carola antes de darme la espalda.
—No estás al loro de lo que pasa, pareces gilipollas del culo.
—Cuando hay mucha imbecilidad en el ambiente, no me entero de nada nadita nada —no queríamos enfadar a la manada para no recibir palizas. Por eso decidí hablar de otra cosa antes de que reaccionaran mal—. Por cierto… ¿Qué son esos… rollos que lleváis cada una? —pregunté señalando a los rectángulos de papel de las chonis.
—Son cuatro pósteres guapos de lugares terroríficos que conseguimos en una tienda friki —dijo Lala meneando sus nalgas mientras algunos sumnongles excitados la miraban al otro lado de la cuerda roja de la fila.
—Se los vamos a enseñar a la bruja para que vea de dónde venimos —Yesenia desenrolló con presuntuosidad su ilustración impresa, tal y como hicieron las otras tres chicas.

Hubo una turbación benigna en el ambiente, pero duró menos que la presidencia de una lombriz en una nación del sotobosque. Las chonis se movían con entusiasmo en la cola, cada una con su póster correspondiente hasta que llegó el turno de de Yesenia. La poligonera posó con estilo delante del póster que dos de sus amigas habían desplegado para que se pudiese ver con todo su esplendor. Después dijo, con toda la seriedad del barrio, de dónde venía. Para mi sorpresa, no dijo que venía de ninguna esquina recóndita de Raspacallos.


—¿Pero qué lugar es ese? —preguntamos tras habernos colados por delante del chonipóster para ver el terrocanguélico paisaje.
Mu bien. Apunta tu nombre en el paper y tu teléfono aquí —Soledad le ofreció un bolígrafo y un folio a la joven—. Ahora la siguiente.

Rocío fue la segunda. Sus compis me empujaron a un lado y repitieron el mismo procedimiento con su póster para mostrar otro mundo de color y dolor.


—Uy… Menuda golfi. No solo la tutea sino que le confiesa que la pone cachonda y todo. Yo es que me caigo hacia un lado, exploto y me convierto en sal de frutas para zánganos —comenté muy bajitu (cierto es).

La choni de la gorra escribió lo que debía escribir y dejó paso a Lala, que estaba muy animada.


—Otra lisonjeando a la señora… Pero si en los carteles no dice que hay que hacerlo —no me pude callar lo que pensabah.

Carola se colocó frente a su póster infernal cuando la rubia terminó de apuntar sus datos-datos.


—No entiendo este concurso extrañurso… —murmuré—, pero parece que solo hay que decir de dónde vienes y ya.
—Vamonos, putas. Ahora tenemos que esperá —Carola se llevó a las otras tres lejos de la cola para cobijarse en una sombra fresquita y amable que un buen edificio derramaba sobre el caliente suelo de la calle.
—Ahora te toca a ti.

Era mi turno. La bruja gitana Soledad me miraba entretenida. No era muy mística ni imponente, era más bien una señora enana, morena y vieja del montón que tenía ganas de pasar el tiempo montando concursillos de fin de verano. Pero he oído que ha hecho cosas impresionantes como, por ejemplo, el encantamiento que echó sobre la escalera de un barrio de aquí cerca para que caigan mondarinas desde el escalón más alto si estornudas tres veces seguidas en menos de diez segundos en ella. También se comenta que puede convertir los truños de perro en bombones de licor ultra exquisitos. Realmente son unos trucos estupéndicos.

Su hijo, el que se sentaba con cara de bobo al lado de ella, no es muy popular. No lo conozco, no lo he visto nunca y no quiero saber si ha robado chicles del supermercado del Limbo de Pip-Pop-Pululunk.


—Ehm…
—Antes de decir na, págame un leuro como tol mundo.
—No sabía que había que pagar —mi despiste y las chonis habían impedido que me diera cuenta de ese hecho.
—¿De dónde crees que saco el dinerillo del premio? El parné no se fabrica con magia —explicó la bruja con su voz ronca.
—Vale —un nerviosismo de dos milímetros de ancho me dejó la mente en blanco lejía. Luego, Soledad agitó sus manos indicando que empezara ya a decir lo que tenía que decir—. Pues… ehmmm… Yo vengo de mi casa, que está en esta misma calle, un poco más hacia abajo… y he venido a decirle que usted es una persona espectacular, que todas las niñas quieren ser de mayor como usted, que este país sin usted no sería nada y que debería ser eternamente adorada por las generaciones venideras.

Mi última palabra trajo consigo un silencio y alguna que otra risilla que provenía de los sumnongles de la cola. La bruja anonadada, no entendió muy bien por qué había dicho todo eso.

—¿Pero de dónde vienes?
—De mi casa, que está justo ahí. Desde aquí se puede ver la escalera del portal. Es el número 11 —señalé con mi dedo (que tiene una uña en la punta) hacia la entradita de mi hogar.
—Pero mi arma, ¡si eso está aquí al lao! —dijo impresioná.
—Ya…
—A ver… ¿tú no sabes que en este concurso lo que jimporta es el lugar de dónde vienes y no toda esa chorrá que me acabas de decir de que si soy adorada y de que si soy no se qué?
—Pero si las cuatro papirusas esas de antes le soltaron piropos y le pusieron de tía buenorra para arriba —respondí impresionadә.
—Lo sé, pero dijeron que venían de sitios horrorosos, que es lo más importante. A mí me interesa que vengas de un lugar mu peligroso, aunque ese lugar no exista —explicó compasiva.
—Pues eso no lo ponía en los carteles —dijimos mosqueados.
—Claro que no. Eso tol mundo lo sabe y lo lleva sabiendo desde hace años. Y lo dije hoy antes de empezá con el concurso.
—Jolines, qué mala suerte… Al menos podrías haberlo escrito en los carteles, so vaga —bajé progresivamente el volumen de mi voz para que no fuera oída.
—¿Qué?
—Que me gustan mucho sus cosas de la cabeza —declaré con sonrisa de empanadilla.
—Gracias. Así parezco más bruja —Soledad se tocó sus plumis halagada—. Mira, por treinta y cinco leuros te dejo otra oportunidad pa que me digas de qué lugar chungo vienes.
—Buff, no tengo tanta pasta encima. Quizás la próxima vez lo haga mejor.
—¿Y no quieres comprar un amigo pa tu gato?
—¿Cómo sabe que tengo gato?
—Porque tienes pelos anaranajaos de gato en los pantalones. Eso solo hay que verlo pa saberlo —la bruja movía sus manos como el vagón de una montaña rusa muy enredada—. Mira, yo tengo un perro solar y un loro que fuma que es mu gracioso, a lo mejó te gusta.
—Con mi gato y con las moscas que me visitan a veces me conformox.
—¿Y no quieres un hechizo para buscar a arguien? Tienes cara de que quieres encontrar a una persona —propuso con un tono tentador.
—Sí, ¡SÍ! Quiero encontrar al bebé Poesía, ese que desapareció el año pasado —la bruja parecía saber mucho de mí y de lo que quería hacer.
—Lo sabía. Yo soy muy bruja y puedo adiviná cosas.
—Sí, ya lo veo… Y estoy flipando. Pero… ¿por qué no ha decidido buscar a Poesía por su cuenta si usted puede adivinar su paradero? Si yo tuviera el poder, lo habría encontrado YA.
—Yo no puedo encontrarlo, pero puedo hacer que otros lo encuentren. Por ahora, tú eres la única persona que he visto en la ciudad capaz de encontrá al churumbel cabezón.
—¿Ah, sí? —mi cabeza estaba embriagada por la información tan suculenta que recibía.
—Claro. Agún día sabrás porqué.
—¿Entonces qué hechizo ha de hacer para que yo pueda encontrarlo?
—Tengo que consultarlo. Las personas, en ocasiones, brillan por su ausencia. Hay un hechizo que revela esos brillos hechos por las ausencias de las personas y pueden ser muy útiles pa encontrarlas —relató como una verdadera profesional de la magia de barrio.
—¡Genial! ¿Puede hacer el hechizo ahora, señora bruja?
—¡Que va! Eso es mucho curro. Yo lo empezaré a fabricá dentro de unos días y te lo venderé cuando lo termine. No te preocupes que nos volveremos a encontrá, quieras o no, cuando ya lo tenga preparao.
—Dios mío, ¡qué subidón! Mamá Bebé se sentirá muy feliz —estaba tan contentis que casi me combustionaba de la emoción. Haber hablado por primera vez con esa bruja ha sido lo mejor que he hecho en todo este año.
—Mama, que los bichos se mueven —dijo el hombrezote moreno que miraba a unos bichos raros de un tarro.
—¿Qué son esas cosas con ojos? —pregunté con ganas de conocer esas criaturas que llevaba mirando hace unos minutos.


—Son chumongles estallaos.
—¡Oh! ¿No querrá decir sumnongles estallados?
—No me corrijas, que es mu feo —Soledad adoptó un comportamiento algo antipático.
—Pero, usted conoce la palabra sumnongle. ¿Me podría decir qué significa realmente? ¿Me podría decir que son esos gusanos amorfos con ojos? —la revelación del nombre inició en mi una irrefrenable necesidad por saberlo todo sobre esos bichos y sobre esa palabra.
—Los chumongles somos tú, yo, el tato y tol mundo. Estos bichos son otro tipo de chumongles.
—Quiero saber más sobre ellos.
—Joder, llevo esperando aquí cinco minutos —el hombre que estaba detrás de mí en la cola se quejaba de mi extendida charla con la bruja.
—¡Hostia, que ya termino! —grité al pesado de la cola.
—No, no, no. Ya hemos acabao de puchelar. Ahora vete que tengo mucho curro, que aún me quea por visitá Fuencremosa. Ahí casi naide me quiere ver, pero presiento que unos van a querer a participar en mi concurso —la bruja no quería perder más el tiempo conmigo.
—Ya, pero…
—Nos volveremos a ver, no lo olvides.
—Mama, las payas de antes lo hicieron mu bien. Déjame darles el premio a ellas y llevármelas a un sitio pa celebrarlo —el joven barbúo miraba con lascivia a las cuatro desgracias de Raspacallos que aún charlaban en la sombra.
—Tú calla, Pinsapo, que has dejao preñá por segunda vez a la Chochi. Tú ya no puedes pensá en otras nunca más —la autoritaria madre quería corregir el comportamiento de su hijo.

Yo ya no pintaba nada en esa tertulia familiar. Debí renunciar a mis ganas de saber y saber porque ralentizaba el dime-te digo-apúntate-me marcho del concurso. Pero sé que mis dudas se disolverán cuando me vuelva a encontrar con la bruja gitana. Desconozco por qué todo el mundo sabe cuándo la bruja Soledad Chungarile está de paso por la ciudad. Ella no anuncia su llegada por ningún sitio ¿Desprenderá algún aroma o hedor que alerte de su presencia? Esa señora es muy rara y no sé si es de fiar.

Dejé atrás a esos transeúntes antipáticos que esperaban en la cola y a ese tarro lleno de los llamados sumnongles estallados. ¿Qué son realmente?, ¿qué es un sumnongle?, ¿por qué ella sabe el significado de esa palabra que no aparece en ninguna parte?, ¿por qué lo sabe Tulma también?, ¿POR QUÉ? Maldita sea, panacea…

Las cuatro bobas maleducadas paseaban por la zona descojonándose de Paxarito, al que llamaban pájaro con ruedas. He de admitir que presenciar esa escena fue muy divertidox.

Por la noche, un niñato gangoso de buen corazón y culo gordo me anunció cuando fui a bajar la basura que el ganador del concurso había sido un hombre que él conocía y que le había dicho a Soledad que venía del infierno del no sé qué del agujero negro de la dimensión del mal de no sé cuánto. Menuda mierda de concurso más raro… gana el que dice que viene del lugar más horrible y peligroso, exista o no… pero hay que admitir que el premio es bueno. Pedazo dineral se llevó ese individuo ¡Cuatrocientos euros! Ni más, ni menos. Bueno, eso es muy poco en realidad, ¿o no?

Ahora estoy en casa y con ganas de contarles a todo el mundo lo que aprendí hoy. Mañana pienso charlar un ratote con el Maselillo de mi vida y también hablar con la directora Urpia, sobre el asunto de Basilión, el macarra que todavía no ha sido expulsado. Puto mamón morado…

Ay, mis queridicillos. Os mando un beso y otro de parte de mi gato Perseo.

Muack & Miau.

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