16 septiembre 2011

Traumatizado de por Vida

Sin duda hoy ha sido un día especial. La ausencia de algunos profesores, la bronca que me he llevado y el relato tan, tan… que me ha contado Maselillo han hecho que este viernes sea peculiar. Realmente la bronca no ha sido gran cosa: Mamá Vegas me regañó por no haber permitido a Chéster efectuar su actuación cuando se enteró de la jugarreta que le hice. Sin embargo, Chéster estaba de un humor muy azucarado y parecía no almacenar rencor hacia mí en su cuerpo adolescéntico.

También ocurrió otra cosa súper loca, de esas que hay que contar para que todos los entrometidos se enteren y se les llenen sus bocas de caimán con información suculenta con sabor a chisme.

A primera hora tuvo lugar una extraña escena muy rojiza en los pasillos de la escuela. El lugar era exactamente el cruce de pasillos antepuesto a una de las escaleras principales que acceden a la primera planta. Esas escaleras están cerca del enmarañadoh e intrincadoh centro de la escuela, por donde los sumnongles escolares no suelen adentrarse. En las cercanías del área central se pueden ver cosas que son comunes en el centro del edificio, como las famosas plantas negras de savia venenosa que adornan los pasillos: las llamadas escobas del diablo. Urpia mandó a colocarlas por allí y por allá para que generaran enormes cantidades de oxígeno, con el proceso de la fotosíntesis, en esas zonas donde aquellos seres que siempre respiran se pueden ahogar por la escasez de aire respirable. En esos lugares la presencia de la luz solar es casi inexistente, pero las escobas del diablo son capaces de capturar la luz que emiten los fluorescentes para elaborar oxígeno. Ya sabes… no siempre hay buena ventilación en las profundidades del laberinto escolar.

Ahora dejadme contar lo de la escena rojiza. Cuando Maselillo y yo llegamos al cruce de pasillos, hallamos una mole insatisfecha de mirada rosada y pelo engominado. Se trataba del sumnongle repetidor Hematio Truncadonte, el mayor de la clase, que estaba dibujando con su sangre en el vidrio de una ventanita del pasillo.


—Hematio, ¿qué haces escribiendo cosas con sangre?
Dejar mi opinión —respondió tras haber engrosado un poco más la letra O.
—¿Y por qué no la escribes en un papel con un boli rojo?
Porque así es más controvertida y la ve todo el mundo. En mi familia siempre nos expresamos así.
—Pues es una guarrada —opinamos sin pudor.
Si tienes algún problema, no me importa en absoluto —replicó con seriedad.
¿Por qué has escrito simplemente NO? —cuestionó el confundido Maselillo.
Porque NO lo generaliza todo: con NO quiero decir NO a Ñangas y a las mascotas ruidosas en clase, NO a Bebesitu y a la alemana que saca su mama en clase para amamantarlo, NO a las asignaturas que no sirven para nada, NO a los profesores incompetentes, NO a los profesores que faltan a clase…
—¿Te has dado cuenta de que has escrito NO mal? —interrumpí al sumnongle sanguíneo para revelarle algo de aquella palabra.
Eso es mentira.
—Has puesto la N al revés. Ahí dice ИO —indiqué dibujando la palabra en el aire pasillero.
No te creo.

Como no me creyó, Hematio decidió comprobarlo por su cuenta yendo hacia el otro lado de la ventana.

Se ve perfectamente —aseguró al echar un vistazo.
—No, joder, se ve mal; la N está al revés. Si lo que quieres es que la palabra NO se vea bien por ambos lados de la ventana, no lo vas a conseguir. Tienes que escribir un palíndromo cuyas letras sean simétricas, como la palabra AMA o la palabra OTO.
¡Tonterías! Se ve bien y punto. Pero, como me habéis enfadado, voy a borrarlo todo para escribirlo de nuevo y esta vez con la sangre de mi otra mano.
¡Dios mío! No hagas estas cosas —Maselillo se estaba mareando.
—Te vas a quedar exangüe —nosotros flipábamos con el incrédulo rarito de las hemorragias.
No sé qué es eso. Ahora prefiero que me dejéis solo —dicho esto, Hematio borró con su brazo lo mejor que pudo las dos mayúsculas para luego pincharse con uno de sus triángulos en la otra mano.

Maselillo no aguantaba más en ese lugar. Huyó y huyó sin detenerse, escaleras arriba, hacia la primera planta. Yo le seguí mientras me reía como una hiena en el circo jajajajero.

A segunda hora, la clase disfrutó de otros cincuenta minutos de paz sin profesor. Nuestros compis se disiparon por el instituto con la libertad de las golondrinas. Excepto Maselillo y yo, que nos quedamos en el pasillo para hablar de lo ocurrido en la planta baja.

—Maselillo, Maselillo, ¡tienes que acostumbrarte! Ese chico sangrará todos los días, pues nunca está conforme con nada y esa es la única manera que tiene de expresar su descontento —comenté al sumnongle.
No me gusta nada de nada. Ya verás que un día tendrá anemia o algo.
—Seguramente la tendrá, aunque me he fijado de que tiene mucha sangre en su cuerpo hinchado y pálido.
Deberían de hacer algo con él —consideró Maselillo desmoralizado.
—A mí me divierte lo que hace —confesé.
No debería de divertirte.
—Maselines, estas cosas desagradables relacionadas con la sangre, la muerte, los accidentes y otras desgracias, dan ese sabor amargo a nuestras vidas. Y un poco de amargura siempre viene bien —dije dándole una palmadita reconfortante a mi amiguín.
Eso es muy cruel —Maselillo estaba en desacuerdo conmigox.
—Yo creo que tienes que presenciar algo muy horrible para que adquieras una energía nueva, una energía que te despertará y que te hará ver que este mundo está lleno de dolor, dolor al que te tendrás que acostumbrar.
No tengo ganas de presenciar nada de eso.
—Por ejemplo, la muerte de mis vecinos, cuando murieron aplastados por el reloj, me transmitió una sensación desagradable pero renovadora. Seguro que nadie ha visto algo tan horroroso como eso —me sinceré mostrando mi faceta más morbosa (pero que sepáis que a mí no me gusta la muerte: es rara y aburridah)
No sé, tal vez sí. Además, me has dicho que casi todos los vecinos te caían mal o que simplemente no te interesaba amistarte con ellos.
—Ya, ¿y qué?
Que es mucho peor cuando ves morir a un ser querido.
—Lo sé. ¿Acaso has visto morir a alguien de tu familia? —preguntamos curiosos.
No a alguien de mi familia, pero sí a seres queridos —Maselillo cambió su cara de panadero sereno por una de sepulturero afligido.
¿A quiénes?
—A unos amigos de mi familia…

Al principio, Maselillo estaba reacio y espeso a contarme su experencia, pero finalmente, tras varias insistencias, conseguí liberar su recuerdo. A continuación veréis mis representaciones de los recuerdos de Maselillo. No fue difícil realizarlas ya que Maselillo me enseñó fotos y me detalló detalladamente con todo detalle lo que sucedió años atrás.

Todo esto ocurrió cuando estaba en sexto de primaria, cuando tenía once años. Mi padre me había conseguido dos docenas de cajas de bombones para que las vendiera y así financiar mi viaje de fin de curso a los Pirineos. Como no eran muchas, decidí repartirlas a mis allegados y amigos.

Una de las familias a las que repartí bombones fue la familia de la Casa Alegre. Ellos se mudaron unos meses antes de venderle los bombones a una casa muy bonita de la Colina Sonriente, que está situada al norte del distrito. Desde luego era un lugar precioso para vivir.


Me acuerdo del día en el que la visité… Era un viernes, iba vestido con mi uniforme de colegio y llevaba mi frondoso peinado de aquella época. Llegué a la colina cuando atardecía, mostrando mi sonrisa y portando los deliciosos bombones.


Cuando llamé a la puerta del hogar, apareció la familia De la Casa Alegre al completo para recibirme. Fernando de la Casa y Fernanda Alegre eran buenos amigos de mis padres. Sus hijos, Fernandino y Fernandina, eran unos niños muy buenos y educados. Jiang era el adorable bebé chino que los padres habían adoptado y Solimán era el collie que tenían como mascota. El perro era un amante de las mariposas amarillas.


Ellos me invitaron a entrar; estaban contentos de verme. Fernanda, la madre, me compró sin dudar los bombones. Me dijo que le gustaban mucho. También me dijo que le gustaban los pasteles y que había comprado uno ese mismo día. El pastel era uno de esos populares caragranos, los pasteles con forma de cara y con granitos de confite que tanto me gustaban. Ella me ofreció un poco y me sugirió que me quedara en su casa más tiempo porque se había puesto a llover a cántaros. Decidí quedarme porque se me había olvidado el paraguas, y además, en la parada del autobús no había lugar para resguardarse del diluvio y no quería arriesgarme a coger un resfriado.


El pastel estaba delicioso. Fernanda sonreía al verme comer. El que no sonreía mucho era Fernando, que parecía estar nervioso en el sofá, abrazando con fuerza el cojín.

Como no paraba de llover, llamé a mis padres para decirles que me iba a retrasar un poco al volver a casa. Luego, subí a la habitación de los niños después de haber visto un poco la tele. Ellos se habían puesto el pijama y estaban preparados para acostarse. Se les veía muy juguetones y aún tenían mucha energía que gastar.


Fernandina y Fernandino jugaban al juego del gusaneo. Recuerdo que la niña me dijo «Maselillo, ven a jugar con nosotros, ¡te lo vas a pasar genial!». Yo le contesté que mi cuello no era lo suficientemente flexible como para jugar al gusaneo. Lo único que pude hacer era reírme al verlos jugar y también al ver a Solimán fascinado por un yoyó. El perro era un amante de los yoyós morados.

Cuando por fin paró de llover, me despedí de toda la familia porque me iba a marchar. Fernanda me acompañó a la puerta portando un semblante triste. Me pareció que había discutido con su marido cuando yo estaba arriba en la habitación de los niños.

En la empapada parada de autobús reparé en que me había dejado mi monedero en la habitación de Fernandino y Fernandina. Como lo necesitaba para pagarme el viaje, fui corriendo a la casa de la familia De la Casa Alegre para recuperarlo. Pero algo ocurrió cuando llegué: la casa estaba en llamas. Quise hacer algo por salvar a la familia, pero como el fuego bloqueaba todos los huecos posibles para acceder al interior del edificio y como no oía ningún grito de socorro, me limité solo a pedir ayuda entre lágrimas. Alguien de por allí cerca, había llamado a los bomberos, cosa que yo no podía hacer porque no tenía teléfono móvil.


Los bomberos llegaron rápido a la colina y cumplieron con su cometido. Apagaron todo el fuego tras una hora intensa de trabajo. La casa había quedado casi totalmente destruida, porque, aparte del fuego, hubo dos explosiones en su interior que destrozaron todo el tejado y algunas paredes. Yo no paraba de llorar.


Un policía llamó a mis padres para que me fueran a recoger. Ellos también se amargaron por lo ocurrido. Incluso la Colina Sonriente dejó de ser sonriente. Fue un suceso muy extraño porque el caminito de piedra se curvó para dibujar una cara triste después del accidente.

Finalmente, como suponíamos, descubrieron que ningún miembro de la familia sobrevivió a ese atroz incendio. Todos habían muerto dentro. Pero lo peor fue que no era un accidente… La policía forense, tras varios días de investigación, reveló que el padre asesinó a puñaladas a su esposa, justo antes de haber asfixiado a sus dos hijos biológicos y a su hijo adoptivo, para luego incendiar su casa antes de ahorcarse en el sótano. También el perro murió: se quemó vivo en la habitación en donde estaba encerrado.

Hoy en día, sigo sin entender por qué Fernando hizo eso Él era el padre de una familia feliz, sin problemas, bien situada económicamente. Nunca lo habían denunciado por maltrato ni nada parecido. No sé por qué lo hizo y nunca lo sabré. Ha sido todo tan horrible…

Maselillo terminó de relatar su experiencia. Se sentía dolido por las inexplicables tragedias del pasado súper sado.

—Mi cara está asombradah… ¡Eso ha sido espantoso! Y además se te quemó el monedero.
Sí, pero eso era lo de menos. Fernanda, sus hijos y el perro no merecían morir —Maselillo miraba impotente sus manitas.
—Claro que no. El capullo del padre es el que se merece estar saltando descalzo a la comba sobre una tabla de pinchos en lo más profundo del infierno.

El nene temeroso no dijo nada durante un rato. Pensé que quizás no quería rememorar ese asesinato de su infancia.

Fue tan inesperado… Espero que mi padre no haga nada de eso nunca.
—No pienses esas cosas. Claro que no lo hará —le aseguré para animarlo.

Aparcamos el tema del homicidio en el arcén de los lamentos para no hablar más de él durante el resto del día. Maselillo estaba más alelado que un escupitajo lechoso bajo una tormenta de verano.

El resto del día fue más ameno. No hubo ningún incidente o suceso desagradable que avivara la llama de la melancolía que Maselillo tenía dentro de sí mismo. Cuando llegó la última hora, me despedí de él y de mis otros amigos de clase para dirigirme hacia mi casita.

En este momento estoy en casita, con mis deditos de los pies jugando con el cable del ordenador. He decidido aprovechar mi inspiración y hacer un montaje con la cara del señor asesino de la ira acumulada. Creo que esta historia me ha sorprendido demasiado y no sé muy bien por qué. Mirad que intenso es…

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