24 septiembre 2011

De safari en la ciudad (tercera parte)

¿Qué tal, saco de pollos? Ahora estás en frente, más en frente que nunca, de mi nueva entradita. Lee las letras una por una y te enterarás de todo lo que he escrito. Eso sí, no toques la equis mayúscula porque PINCHA.

Hoy estoy muy feliz porque he conseguido lo que llevo días intentando conseguir. Dentro de unos segundos sabréis de qué se trata, pero si sois listos como un gandrimasú de cacería, habréis comprendido a qué me refiero antes de leer el siguiente párrafo. El título de esta entrada lo dice todo… es muy parlanchín.

Como las veces anteriores, hoy he recorrido el parque de Maraguarrada en busca del animalito solitario perfecto para que me haga compañía en casita. ¡Y esta vez tuve exitoto!

El parque de Maraguarrada es un remanso de paz por donde mis pies caminan sin temor. Es el lugar más pacífico de mi ciudad, a diferencia de Raspacallos, que es el barrio más rebosante de violencia, robo de bolsos y carteras e insultos gritados en la cara. Por otro lado, mi barrio, Villaflopio del Escaramujo es el más aburridoh. Es tranquilo como el consomé que reposa en el cuenco que amé, pero no tiene nada interesante que ver… Luego está Valdorrendo. Por él deambulan los sumnongles más locos de la city; algunos atacan, otros gritan y otros solo se menean como tintinoles.

A unos cuantos metros del centro del parque, nos paramos bien parados. Nuestra ruta a través de los parterres y arriates tenía zonas de STOP en donde nos quedábamos mirando a los sumnongles. Ante nosotros pudimos ver a una señora lila como el jigo, que miraba el florerío clavelero que se enrojecía bajo su rostro sonriente. Detrás de ella, un papi de los de carne y hueso y su retoño simpatizaban con las palomas.


—Papi, papi, las palomas son feas pero son muy diver —confesó el nene en cuclillas.
—Claro, hijo. Las palomas de este parque son las más nobles de la ciudad. Venga, coge unas cuantas. —Pidió el padre a su hijo mientras metía una paloma en su cesta.
—¿Por qué son nobles?
—Porque las puedes coger con facilidad y no te pican.
—¡Yupi! —el niño estaba entusiasmadou y elevó sus manos al cielo del mediodía.
—Vamos, coge unas cuantas y mételas en la cesta. Serán nuestras nuevas mascotas.
—¿Podemos darle una a la tía Manoli y otra al primo Tomás? —preguntó con chispitas en los ojos.
—Por supuesto, hijo —el cariñoso padre sobó el cuero cabelludo de su nene con un movimiento revuelve-hierbajos.
—Esas palomas no son nobles, son estúpidas. ¿No tienen ni una pizca de dignidad o qué? —susurré entre dientes—. Esas palomas necesitan ser oyentes de una charla aconsejadora de cuatro horas, de esas que yo doy y salen hacia fuera de mi boca. Menos mal que las palomas de mi barrio no son tan bobas y capturables… Me daría mucha vergüencita ajena si lo fueran.

Estábamos tan tensos mirando a las palomas que no reparamos en una presencia especial que espiaba los convexos glúteos del pompix del nene. Se trataba de Zipula Turquesa.

—¡ALERTA, ZIPULA! —espeté sin pudor al atisbar al enano estrábico.

Mi intención fue correr hacia él para apresarlo y molerlo a patadas y a amenazas de denuncias, pero no lo conseguí. Un torbellino de palomas asustadas, aturdidas por el espanto, revoloteó en torno a mí. Me confundieron tanto que olvidé hasta el número de teléfono de mi vecina la de abajo (que en paz descanseh). No pude seguir con mi carrera y el Zipula huyó parque adentro dejándome en ridículo delante de los sumnongles allí presentes.

Qué asco… Me sentí como Fracaso Master por no haber pillado al Zipula. Y además de eso, me entró una ráfaga de envidia cuando vi a ese padre conseguir mascotas gratis tan fácilmente. Aunque, pensándolo bien… las palomas no son tan chulas y no juegan con pelotas.

Lo siguiente que hice fue moverme hacia la zona oeste del parque. Allí me topé con algo que me distrajo ferozmente. Ese algo era un bicho que formó parte de mi infancia. Ahora tenía un aspecto muy repugnante…

—¡Pero a quién tenemos aquí! Es… eres… eres la Escarabaja Simpática. Eres… quiero decir que… quiero decir que eres una ASESINA NAUSEABUNDA —grité a la bicheja avergonzada que había parado de comer al intantex.

Pillé a la escarabaja con la boca llena de trozos de pulgón muerto. Casi me dieron arcadas cuando vi los fluidos de su víctima formando hilillos en su boca.


—¿No te da vergüenza? —pregunté indignadә a la insecta—. Antes eras una tía súper maja y eras el símbolo de las buenas costumbres para muchos niños. Todos tomaban como ejemplo tu modo de vida saludable. Pero ahora… Ahora eres una marrana sin escrúpulos que se zampa cualquier espécimen de áfido parásito, escondida en la maleza para que nadie pueda ver cuan miserable es su vida rastrera.

Busqué hace unas horas dentro de la caja que está debajo de la otra caja, esa de la que nunca te he hablado, para extraer de ella un biblio…, perdón, quise decir libro~. Es la prueba que tengo para demostrarte que la escarabaja antes era buena y ahora no lo es. No te asustes y no te muerdas la lenguosidad de tu boca.

Esta es la portada de los libros de los cuales ella era la protagonista. Este es el tomo que obliga a los gordos a comer hojas, pescadito de la mar salada y frutis, y en donde se pone a parir al pobre colesterol.


Por lo que veo, había dejado de protagonizar los libros educativos para dedicarse de lleno a comerse la carne de los pulgones del parque

—Qué fuerte me parece todox —dije agitando mi cabeza—. ¿Acaso intentabas pasar desapercibida? Ahora eres mucho más horrenda, pero te reconocería hasta con las pupilas tapadas. Incluso tienes la misma postura que tenías en la portada del libro 5, solo que volteada horizontalmente. Me has decepcionado mucho, ¡MUCHO, BICHA ASESINA!

La Escarabaja Simpática se sintió ofendida e irritada. Alzó el vuelo con sus alas venosas llevando consigo el fiambre del pulgón. Pero antes de esconderse lejos de mí, escupió todo lo que tenía en sus microfauces DENTRO DE MI BOCA. Me arrojó además, junto a su papilla masticada, el cadáver del pulgón justo en mi lengua. Fue muuuuuy asqueroso y tuve que expulsarlo todo a base de escupitajos porque me asqueaba el sabor a muerte. Es muy humillante que un insecto deje en ridículo a un mamífero como nosotros…

Dejamos atrás el escondite de la escarabaja. Desde luego era la no-candidata a mascota más odiada del día…

En otro rincón del parque hallamos una forma de vida perruna que se escondía detrás de las hojas. Era el perro Castrie, el perro mil leches castrado de Elsa Arrarra.


—Castrie, perrito, ¿qué es eso que has dejado ahí?, ¿es una carta de amor para una perrita del parque? —le pregunté al hacedor de guaus—. Quieres que te corrija las faltas de ortografía, ¿verdad?
—Blugruaf, blugruaf —ladró Castrie arrastrando la carta con el hocico hacia mí.
—Qué raro ladras, pequeño.

Entendí luego que la carta era para mí y por eso la cogí. La remitente era Elsa, la dueña del perro. En la carta me pedía que POR FAVOR fuera a visitarla a la alcantarilla. Y así lo hice, después de habérmelo pensado unas seis o siete veces.

Yo siempre he pensado que las alcantarillas están llenas de misterios y de templos donde sacrifican sombras líquidas con cuchillos embadurnados con sirope de fresa, pero realmente no son más que galerías apestosas y llenas de enfermedades, mierdah & pipi, ratas y sumnongles diminutos que casi todo el mundo odia. En la carta, Elsa me indicó que para evitar enfermarme por todos esos males tenía que vestirme con una ropa adecuada y con una mascarilla, que no es muy carnavalera que digamos. Me vestí con tales ropajes tras unos setos sin que ningún ojito pudiera verme.

No entendí por qué quería verme justo en ese lugar. Tuve algo de miedo pero tenía mucha curiosidad, pues en la cartita me comunicó que quería revelarme algo importante~.

Castrie me guió hacia la alcantarilla por donde podía bajar al mundo del joder, qué peste. Pero antes de bajar nos asombramos mucho al ver a un chico muy flipao con una bandera. Era Chéster en el Espacio y quisimos evitarlo a toda costa.


—¿Qué cojones hace ese con una bandera y vestido de militar? Ese niño me hace sudar hasta los huesos —dije en un tono infrasónico.

Mi cuerpo no se escurrió tan rápido por el conducto, lo que fue una gran putada para mí porque mi compañero me captó con su mirada y se acercó para a hablarme sin piedad. Afortunadamente, no me reconoció gracias al mono, el casco y la mascarilla que tenía puestos.

—Uooooh, qué mareo, ¡un poli de aventuras! —dijo Chéster con ímpetu.
—Uigh… —emití con hastío de espaldas al señorín.
—Buenas tardes, señor o señora agente. ¿A dónde va usted?
—Joven, ¿sabes que es delito molestar a… una unidad del reconocimiento del subsuelo de la Guardia Civil? —hablé con una voz extraña para no ser reconocidis.
—Oh, lo siento… Quería ir con usted ahí abajo —confesó desilusionado.
—No, hijo, no… Las cloacas no es un mundo apto para ti. Tú sigue haciendo aquello que estabas haciendo con la bandera esa —le pedí con dulzura.
—Estaba patrullando, señor o señora. Soy un miembro de la Liga Antipedo y quiero pillar a esos Zipelos que andan por aquí.
—Se dice Zipulas —corregí a Chéster y después me detuve en la escalera de mano para escucharle.
—Eso, eso. Discúlpeme por el error. ¡No sabía que, aparte de mi compi, hubiera alguien más que los hubiese visto! —dijo sorprendidoh.
—Bueno, los polis solo hemos oído hablar de ellos pero no hemos pillado a ninguno. Si tú capturas uno y lo llevas a comisaría te darán una medalla de oro al mérito captura-pederastas.
—¿UOH, SÍ? ¡ESO ME FLIPA QUE NO VEAS! —gritó más animado que nunca.
—Lo sé, lo sé. Oh… una pregunta: ¿cómo es tu compi? —quería saber qué decía de mí.
—¿La persona que me pidió que patrullara el parque una vez en semana?
—Sí.
—Es una persona rara pero es muy maja. Siempre anda con Maselillo, el chico gordito que siempre sonríe.
—¿Y consideras que esa persona es atractiva? —me sonrojé tras cuestionar.
—Uoh, la belleza está en el interior —opinó Chéster tras mi espalda con voz melosa.
—¡NO! Dime, del uno al diez ¿qué nota le pondrías al atractivo de esa persona?
—Pues… No sé, señor o señora… Tal vez un cinco —decidió tímidamente.
—¿UN CINCO? ¡PENSAR QUE TUS AMIGOS SON POCO ATRACTIVOS SE PAGA CON DOS AÑOS DE CÁRCEL, CHAVAL! —grité por haberme hecho sentir tan horrible.
—¡Discúlpeme, agente! Quería decir un diez.
—Eso está mejor, Chéster.
—¡Uoh!, ¿me conoce? —preguntó sorprendido y algo intimidado.
—Yo conozco a todo el mundo. Ahora cállate y no seas tan pesado.

Dejé a Chéster en la superficie con cara de absorto. Yo me sumergí bajo la epidermis urbana con un ligero enfado de cardo pisoteado. ¿Por qué me puso un cinco pelao ese desgraciado?, ¿será por mis gafas?, ¿será que soy realmente un adefesio? No saber, no saber… Pero le agradezco de todo coco de corazón que estuviera en el parque buscando Zipulas. Ahora creo que se esforzará más si va a recibir una medalla a cambio de atraparlos.

Dentro de las cloacas me intranquilicé un poco. Pero supe qué camino tomar cuando vi unas lámparas adheridas a los muros que señalaban la ruta hacia Elsa, la cotilla de la ciudad. Conseguí llegar a ella, concretamente al agujero en donde estaba perfectamente encajadita. Cuando me vio sonrió a lo Mona Lisa masajeada.


—Hola, Elsa. Ya me tienes aquí —saludé a la mujer incrustada.
—Lo sé. Te he estado esperando —Elsa sonrió mucho más y su cara se arrugó cual pasa.
—¿Qué quieres decirme, Elsa?
—Nada en especial. Solo quiero que charlemos sobre varias cosas que han sucedido y que seguro te interesarán —no podía disimular sus ganas de soltar un chisme.
—Entonces será la primera vez que tenga un diálogo contigo.
—¿Recuerdas que el año pasado encontré un pasadizo en una de las obras que hicieron en el suelo?
—Sí. Te colaste en el agujero con la destreza de una lombriz.
—Cierto es. Pues a nadie le pareció interesar mi hallazgo.
—A mí me interesó, te lo juro por lo más duro —declaré con sinceridad cloaquera.
—Si de verdad te interesó, ¿por qué no me preguntaste NADA sobre él?, ¿por qué no me pediste que te lo enseñara? —dijo sintiendo una tenue animadversión.
—Porque me caías un poco mal por lo chismosa que eras. Oh, perdón, si te he ofendido —expresamos un poco avergonzados.
—No te preocupes, solo me has jodido un poco, pero eso es agua pasada —Elsa se agitó en el agujero, muy limpito para ser de cloaca.
—Bububu. Dime, ¿qué tiene de especial ese pasadizo?
—Es un pasadizo con paredes empapeladas. No tiene puertas, está completamente aislado por muros de piedra y cemento. Parece el pasillo de una casa pero bajo tierra.
—Qué raro. ¿Sabes quién lo ha construido? —pregunté porque mi curiosidad aumentaba sin cesar.
—Sí. Los hipotéticos enanitos que tú dices que ves andando por Maraguarrada. Castrie me lo ha contado todo; es mi espía en la superficie y se entera de todo lo que ocurre.
—¡Oh, Dios! Menuda revelación. ¿Estás segura de eso? Yo los llevo buscando desde hace mucho tiempo y desde siempre he pensado que tienen un escondrijo por el parque —casi me dio un ataque de ansias por saberlo todo al oír la noticia.
—Pues lo tienen y es subterráneo. Nunca he visto a esos enanos pedófilos o pederastas, pero detecto vida, voces y gritos a través de las paredes subterráneas. Seguramente sean ellos, y ese pasadizo será algún pasillo que han cerrado y abandonado —relató satisfechah.
—¿Sabes cómo puedo entrar en su guarida?
—No, lo siento. No sé dónde está, pero sé que está bajo el parque. Nunca exploro las galerías de saneamiento, a pesar de que he hecho un pacto con los virus, bacterias, suciedad y alimañas para que no me infecten ni me ataquen. Simplemente no quiero oler tanto hedor.
—Ya decía yo… porque te veo muy desprotegida.
—Sí. Desde que me divorcié me divierto explorando el subsuelo. Pero no lo habría hecho si no hubiera realizado ese acuerdo con la porquería que por aquí se mueve. Yo les cuento los chismes de las palomas, gorriones y otros animalillos de la luz y ellos me dejan tranquila. Aunque hay una rata que me ha robado mi collar de perlas. Si la pillas, la matas y me devuelves el collar, ¿vale? —Elsa me guiñó su ojo sin parar de sonreír.
—Claro, claro. Pero sigo queriendo averiguar la ubicación del pedo-nido. Dame alguna pista de pistacho o algo para saber cómo puedo encontrarla, por favor.
—Castrie me ha dicho que hay cuatro niños que saben la ubicación. Creo que todos estudian en la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar y son de primaria. Pero no tengo ni la menor idea de quiénes son…
—Vaya… Pero creo que los podré encontrar, supongo… —dije un poco desanimadis cuando me di cuenta de que toda la info no me iba a ser ofrecida en bandeja de plata con incrustaciones de zafiros.
—Ánimo, lucecita del exterior. Eres capaz de encontrar a esos niños, no es difícil.
—Gracias.
—Esto ha sido todo lo que quería contar. Dile a tus amigos que te ayuden a buscar a esos niños, y, de paso, que te ayuden mucho más a encontrar a Poesía —dijo Elsa, con un tono esperanzador. Se notaba que gozaba al darle noticias importantes, malas o buenas, a la gente.
—Lo haré.

Salí de allí, me desvestí y le devolví el traje a Castrie, que estuvo esperando afuera porque no le gusta la oscuridad del alcantarillado. Había sudado mucho porque tuve dos capas de ropa puestas.

Elsa es una señora maleable como la melcocha. Ha saneado muchas galerías de las cloacas con poco esfuerzo y las ha iluminado con todo su amor usando lámparas con forma de coliflor. Si no fuera tan cotilla, disfrutaría estar con ella para que me cuente cómo manipula la suciedad y las terribles enfermedades para que no toquen ni una sola célula de su fofo cuerpo. Sería ideal ser como ella para no depender del mono y la mascarilla todo el rato.

Unos sumnongles me miraron cuando salí de la alcantarilla pero, por suerte, ninguno era Chéster. Eso me permitió andar con calma por el verdimundo de Maraguarrda. Mi ilusión por encontrar el nido de los Zipulas era tan grande que casi olvidé mis ganas de conseguir mascota. Pero no fue así.

En el barrio de Maraguarrada hay una zona muy gatuna por donde los ratones no pasan ni para saludar. No me suele gustar pasear por allí porque hay un trío de gatos que son tan agradables como un pisotón en el esternón. Me han dicho que han intentado hasta descuartizar a Hamshala, la hámster pintada de rosa chicle.

Por el jardín de una casa muy bonita oí un sonido encantador. Era el maullido de un gatitu muy ricu que me llegó al alma. Su maullar era diferente a cualquier otro, era un maullar con mensaje, con significado. La mayoría de los gatos solo maúllan tonterías y cosas estúpidas, pero este… este no. Intenté buscar al emisor del maullido entre los arbustos del jardín. Como era una tarea difícil, nos vimos obligados a entrar dentro del jardín de esa casa para hallar al gato. Notaba que me llamaba, que me pedía ayuda con mucha ternura.

Desgraciadamente, el trío de gatos del que os hablé decidió taponarme la entrada. Eran los llamados Micifuces Gentiles, los odiosos mininos que solo comen ratones depilados. Maullaban y se rozaban mutuamente sin parar.


—Miaumisú —maulló el gato negro.
—Miaumifú —maulló el gato siamés.
—Miaumichú —maulló el gato blanco.
—Quitaos de aquí, me estorbáis.
—Miaumisú —maulló el gato negro en clave de hijoputa.
—Miaumifú —maulló el gato siamés en clave de cabrón.
—Miaumichú —maulló el gato blanco en clave de tocapelotas.
—¡Largo de aquí, coño!

Los aparté con una suave patada y ellos, asustados, huyeron hacia el porche de la casa, su hogar. Los Micifuces Gentiles se hacen pasar por cariñosos cuando juguetean y se frotan entre las patas de la gente, pero en realidad lo hacen para molestar. Les gusta obstruir caminos y hacer perder el tiempo a la gente con su táctica de somos adorables, ¡acarícianos durante un rato, miau! Por su culpa, algunos sumnongles han sido despedidos de sus trabajos por haber llegado tantas veces tarde. Lo más gracioso es que, los Micifuces Gentiles, aunque siempre están juntos, se odian a muerte. Nadie conoce la causa por la que van en grupo.

Tuve vía libre para acceder al escondite del gato de los maullidos lindos. Solo me llevó unos veinte segundos encontrarlo. Como la dueña de la casa no estaba en ella, pude andar por su jardín sin temor.

—Oh, gatito. Qué mono eres —expresé tras remover los hierbajos que lo mantenían oculto.

Ante mí pude ver una de las criaturas más adorables de la ciudad: Un gatito atigrado, con aroma a malas hierbas, trastornado por las putadas de la vida callejera.


—Miau, miau.
—Qué suerte, no tienes dueño. Puedes ser mi nueva mascota —dije muy feliz.
—¿Miau, miauuu? —maulló confundido.
—No te preocupes, te trataré como el Príncipe de los Fufos. Si te vienes conmigo no tendrás que soportar a esos micifuces de mierda, que seguro que te tenían marginado y acosado.
—Miaaaaaau… —afirmó temerosoh.
—Pero antes te tendré que poner un nombre, porque no tienes, ¿verdad?
—Miau —volvió a afirmar.
—He de bautizarte con un nombre muy originale —me senté en el césped para iniciar la creación de un nombre—. ¡Ya está! Te voy a llamar Gati.
—¿Miau?
—No me dirás que prefieres Kitty, ¿verdad?, ¿O quieres que te llame Café de Zanahoria?
—Miaaaaaau, miau, miau —maulló suplicándome otras opciones.
—¡Lo tengo! Como tienes pinta de luchador fuerte que trabaja duro para sobrevivir día a día, te llamaré… ¡Perseverante! —declaré triunfante.
—¿Miau?
—¿Qué?, ¿te quejas del nombre? Entonces te llamaré Perseo de cariño. Y no te quejes más que te voy a dar casa, comida y comodidades gratis.

El gato parecía estar animado con la propuesta pero no muy convencido. Había algo en mí que le intimidaba. Como vi que opuso algo de resistencia para no ser cogido, yo lo dormí con un pañuelito que llevaba en mi pantalón y que casualmente olía a cloroformo. Es de los aromas que menos me gustan porque me dejan sopah.

Me llevé al gato conmigo a mi casa. La gente de la calle me miraba a mí y al felino dormido que llevaba en brazos porque no era algo muy usual. Creo que algunos pensaban que era mi hijo o mi pareja sentimental.

Ahora es de noche y estoy en casa disfrutando POR FIN de la compañía de un animal: mi gato. Le he ofrecido comida, juguetes y una cama para que se sienta a gusto, y aún así se le ve con miedo. Confío en que el tiempo hará que se adapte y me ame como una buena mascota hace. Habría preferido un perro, pero Perseverante, o Perseo, era el único mamífero disponible en la calle en ese momento ¡Y LA SOLEDAD CASERA ME ESTABA LLEVANDO A LA DESESPERACIÓN!

Tengo ganas de que sea lunes para poder encontrar a los nenes que conocen la guarida de los Zipulas y contarle a todos que estoy súper feliz porque tengo una mascota. Solo espero que Basilión no se acuerde de que yo fui la persona que tiró la piedra ayer… Ufff, deseadme suerte, pero deseádmela YA.

Hasta la próxima entrada. Perseo, desde detrás del sofá, también se despide.

Miau .

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