01 noviembre 2011

Monstruos y mártires en la oscuridad

Llevaba días sin recibir un chute de entusiasmo de los buenos para tener ganas de deambular por la ciudad como casi siempre suelo hacer. Estoy feliz porque el ánimo ha vuelto a mi organismo.

Si me pongo a pensar en todo lo sucedidox, es comprensible que no tuviera ganas ni de agitar los piececitos en el bordillo de una acera cualquiera. Cuando sabes que hay alguien dispuesto a agrietarte los huesos a base de puñetazos, lo único que deseas es hacer un nido de edredones en tu cama y dormir a salvo en tu casita protectora.

Aunque Basilión no me reconoció gracias a mi look de incógnito cuando nos encontramos la última vez, seguí llevándolo durante el resto de la semana por si me volvía a topar con él. Eso sí, lo malo de llevar esa apariencia engañosa era escuchar de vez en cuando a ciertos sumnongles decir cosas como «¿por qué llevas eso puesto, eh?», «¡Te queda como el culooo!» y «¿Tú eres la amiga de mi madre, no?»

Dejando a un lado estos inconvenientes de pasillete, lo que de verdad me ha fastidiado esta semana ha sido empezar a ponerme al día con todas las asignaturas (menuda papilla de trabajo, nene…). Al menos el viernes fue un día suave como la caricia de una bisabuela, porque no hicimos otra cosa que escuchar conferencias sobre el ictus durante tooodo el día, pluff.

Bien, se acabó esta introducción aburridah. A continuación voy a relatar lo que sucedió en la ajetreada noche de los espíritus que une místicamente octubre con noviembre.

Yo había pensado ir con disfraz este año junto a mis amigos a disfrutar de Halloween, ya que el año anterior me quedé con las ganas. Como me entró el complejo de Cinderella wanna party(Cenicienta quiere fiestuki, para los que suspenden inglés), extraje un flamante vestido en perfecto estado de una caja medio oculta en una habitación en la que no suelo entrar muchox. Lo saqué cinco horas antes de ponérmelo para dejar que se aireara y expandiera. Después lo coloqué en un maniquiquí. Es un vestido especial, guardado con cariño por una persona que no quiero identificar…

Mirad qué bonito. Es como un resplandeciente caramelito hipnótico.


Saqué también unos zapatos de tacón, una gargantilla y una diadema a juego con el vestido. Esperaba que todo fuera de mi talla.

—¿Te gusta, Perseo? Procura no dejar ni un solo pelo tuyo en el vestido. ¡Ha de estar impecable como una estrella virtual! —advertí a mi curiosa mascota antes de irme al baño.

El simpático chorrito de la ducha y los jabones dejaron mi cuerpo limpito. Después, una tediosa sesión de maquillaje y peluquería dejó mi aspecto DIVINO y lleno de glamour.

—Ya estoy preparadettə —comuniqué a Perseo tras repasar bien mi reflejo en el espejo y retocarme algunas cosis.
—Miaau —maulló con suavidad.
—Hay un extraño sentimiento dentro de mí… —intenté definir esa oscura e incómoda sensación que me perturbaba pero fue imposibleh—. Es la primera vez que salgo a la calle con un vestido tan… tan especial… Además, salgo con este pequeño bolso, en vez de con mi mochila. Oh, ¡y con tacones! Espero no romperme los piños… ¡Qué nervios!
—Miau —Perseo se sentó en el sofá sin parar de mirarme.
—Me marcho ya, que mis amigos me esperan. Te dejo la tele encendida, pero no te excites mucho si ves a una bruja en algún programax. ¡Ciao, miao!

Salí de mi edificio y me encaminé hacia el barrio de Normalera. Por el camino varios transeúntes comentaban cosas sobre mi vestido, pero mis oídos no hacían mucho caso a esas palabrejas inútiles. Fui con prisa a reunirme con dos sumnongles escolares: Maselillo y Ambrosio. Estaban esperándome en el lugar acordado.

—Hola, chicos. ¡Por fin he llegado!
—Pero… qué… qué sorpresa…—expresó Maselillo sorprendidou.
—¡Ooooh! —Ambrosio hizo evidente el pasmo que sentía.
—Soy sorprendente.
—Estás súper, estás…
—¡ESTÁS ESPECTACULAAAAAAAR!

Ambrosio y Maselillo se quedaron boquiabiertos al ver mi flamante vestido.


—¡Gracias, guapetones! —agradecí a mis amigos guiñando un ojo parpadero.
—Sinceramente está genial. ¿De qué es el disfraz?
—En realidad no es un disfraz. Es un vestido viejo que tenía en mi casa, que alguien vistió para un evento especial hace tiempo —expliqué mientras meneaba mi ropaje con elegancia para que pudieran contemplar mi calzado y mi oculta enagua de color rojo—. Lo malo es que creo que me queda un poco estrechop.
—¡Yo creo que te queda perfecto! ¡Alucino en colores cuando lo veo! ¡ES FANTÁSTICO! —gritó Ambrosio entusiasmado.
—Yo sí que alucino en colores RGB cuando te veo. Ambrosio, ¡llevas puesto algo de color naranja!
—¡SÍÍÍÍÍ! Me costó encontrar un disfraz con mis medidas. ¡Y a este no se le ha ido el color!
—¡Ya veo! —dije con los ojos bien abiertos—. Y tú, Maselillo, ¿repitiendo disfraz?
—Sí. Es que no tenía muchas ganas de buscar uno nuevo. Este me gusta mucho —confesó sonriendo.
—Entiendox. ¿Y el resto de la liga Antipedo?
—Mamá Vegas y los demás nos esperan en Lozumbrel.
—¿Están todos disfrazados?
—Creo que sí. Sé que Mamá Vegas va de enfermera sexy porque disfraces de enfermera normal no encontró. Los demás no sé —indicó Maselillo.
—Vaya, vaya. Pues a darse prisa, que tenemos que coger la vagoneta rebelde para llegar hasta allí —levantando un poco mi vestido, me antepuse a mis dos amigos para guiarlos a nuestro próximo destino.
—¿Vagoneta rebelde?
—¡El bus!

Nuestro próximo objetivo era la parada de autobús, que estaba cerca de nuestro punto de partida. Los compis de nuestra clase habían planeado celebrar Halloween en Lozumbrel, el barrio norteño que conforma el casco antiguo del distrito, pues suele ser la zona preferida para celebrar fiestas fantasmagóricas con buen rollitox.

El gentil autobús, que tardó poco en llegar, nos depositó a los tres en las inmediaciones de la fiesta juvenil, en un sitio muy escaso de transeúntes nocturnos. Nosotros, que no conocíamos el barrio, intentábamos orientarnos con el sonido, las luces y nuestra intuición, pero salió fatal. No sabíamos qué camino tomar…

—Jolines, Maselines. Ya son las 21:30 y aún no hemos llegadox.
—Lo siento. Me dijeron que la plaza de la fiesta estaba subiendo por una calle en la que hay una farmacia muy bonita al principio, aunque actualmente ya no es una farmacia. Pero no la veo —contestó confundido y preocupado.
—Qué mala suerte. Y yo con estas pintas… ¡Quiero que la gente me vea, para deslumbrar y presumir! —me sentía frustradə al pensar que me había vestido así, tan maravillosamente, para NADA.
—Creo que debimos de bajarnos en la siguiente parada… —supuso Ambrosio, mientras caminábamos por una de las calles más contemporáneas de Lozumbrel.
—¡Bzzzzzzz!
—Soniditos.
—¿Qué?
—¡Bzzzzzzzzzzz!, ¡Maselilloooo, pepinillo! —una extraña y familiar voz insectosa parecía llamar a Maselillo.
—¿Quién ha dicho eso? —Maselillo miraba al final de la calle, de donde parecía provenir la voz, para ver si encontraba a alguien conocido.
—¡BZZZZZZZZZZZZZZ! ¡Aquí, coño!
—No cabe duda de que es un bicho grosero.
—¿No nos vais a hacer una visita, feos? —la conocida y parcialmente amigable voz nos incitó a desplazarnos al lugar en donde se situaba.

Nos acercamos a ese rinconcito de la calle para averiguar qué diantres pasaba. Oíamos unos murmullos y unas sutiles risitas jocosas que nos daban malas vibraciones, pero, aún así, nos plantamos frente a la gente misteriosa. Se trataba de Yazmina y de otras desgracias sociales.

—¿Qué tal la noche? Hace frío, ¿no?


—Sí, un poco, pero al caminar se nos encienden las estufas —respondí con tímida simpatía—. ¿Y tú qué tal?
—Aquí, aburrida, con mi novio, mi cuñado y Rubén. Tomando copitas de calimocho.
—Guay. Nosotros nos vamos a la fiesta en Lozumbrel, con los otros compis de clase.
—Pero ahí no se puede tomar alcohol, ¿qué mierda, no?
—Mmmm, ¿Ah, no…? No sé…
—Psss…

Maselillo estaba nervioso por hallarse a cerca del temido hermano del Riki. Con sus manos improvisó un lenguaje disimulado para indicarme que quería irse de allí cuanto antes.

—Oye, tu vestido mola un huevo, aunque es un poco raro y muy vistoso.
—Mmmm…—miré la tela de mi vestido para captar su polémica bellezah.
—Pero ya sabes, como decía mi abuela: aunque la puta se vista de sedra, puta se quedra… ¡queda! —rectificó Yazmina, intentando sonar sabia y reshulona.
—Un refrán inolvidablex —afirmé, no con mucha sinceridad y haciendo una sutil reverencia.
—¿Y tú, Maselillo? Vas de mimo, ¿no?
—Eh…
—No, mimo no. Memo… o momo —La charlatana de Yazmina no estaba muy avispada y se liaba al hablar por culpa del alcohol.
—En realidad voy de pierrot, que es como un payaso triste.
—Ah, qué mariconada, jajaja. Aunque yo no soy homófoga, que quede claro.
—Y ehenano va de cahabaza, ¿erdá? —dijo Rubén, que no quitaba el ojo de encima al traje naranja de Ambrosio.
—Sí, y yo voy de abeja picona, y tengo un pincho en el culo, pero por fuera, claro —Yazmina se levantó del muro para enseñar su aguijón relleno de algodón.
—¡QUÉ PICUDOOO! —gritó Ambrosio hechizado por la forma cónica del aguijón.
—¡Shhh! —mandó a callar el siniestro joven de la guadaña sin mostrar su rostro.
—Este es mi novio, Pipo, y va de la muerte. Es el famoso Pipo el Sopapos —informó con total tranquilidad—. Y el Riki va de diablillo. Yo le compré los cuernos.
—Son muy infernales.
—¡Que no me mireeeeh! —Exclamó el Riki mirando sonriente y enfadado sentado en el capó de un coche verde, lo cual es una FALTA DE RESPETO GRAVÍSIMA.
—Rubén no va de nada.
—Yo voy difrazao de mi mijmo porque soy orihiná. Onque llevo ejto —Rubén miró su extraño colgante con forma de calavera.
—Bueno, nosotros nos…
—Oye, los picos esos de tu vestido están guapos, ¿no? —interrumpió Yazmina algo fascinadita al impaciente de Maselillo.
—Emmm… sí… Son como… dientes de tiburón ensangrentados.
—¿Tú me prestas el vestido algún día?
—Pues… Verás… es que es de mi prima la estilosa —mentí graciosamente.
—Sí —asintió Maselillo porque sí.
—Joder. ¿Os vais a quedar ahí todo el rato? Venid pacá. ¡A tomarse un calimocho!
—No, gracias, niña de la alegría. Nosotros nos marshamos ya, tarará.
—Pero si ahora vienen Basilión con otros seis y con más bebidas, litronas y licores y tal. Después nos vamos a otro sitio, por si viene la poli, para armar jaleíto con los de siempre, que la otra fiesta es un truñaco de cuidao —Yazmina, muy generosa ella, sacaba vasos para ofrecérnoslos—. Y Enrique se toma un vasito más y ya está, ¿verdad?
—¡De eso nadaaa! —gritó el Riki, resbalándose un poco del capó.
—Yazmina, ¿no crees que el Riki no debería de beber alcohol? Es pequeño para consumirlo y puede…—aconsejó inútilmente mi amigo el pierrot.
—¡A CALLARSE LA PUTA BOCA YA! ¡FUERA DE AQUÍÍÍ!
—¡Pipo, no les hagas nada que son de mi clase!

El novio de Yazmina se irguió velozmente y nos fue a atacar con su guadaña de plástico. Cruzó la carretera sembrando el pánico (o segando la calma) corriendo hacia nosotros.

—¡A MORIRSE YA, DE UNA PUTA VEZ!


—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
—¡Nos vamos!, ¡NOS VAMOS!
—¡CORRED!

Los tres huimos del peligro guadañoso como RATAS EXILIADAS. Yo fui quien lo tuvo más difícil para correr (por los tacones y el vestido, ya sabe usted…) pero pude alejarme de la amenaza lo suficiente para perderla de vista. Pipo Garrotecos, el hermano de Enrique Garrotecos, alias el Riki, nos persiguió sin correr demasiadou, tal vez para darnos ventaja en la huída y alargar nuestra angustia. ¡Estuvo siguiendo nuestros pasos durante un minuto y medio! A veces se detenía para contemplar sádicamente cómo gritábamos asustados por las calles para después continuar la persecución con su arma de mentira, sin quitarse nunca la capucha. Por su culpa, terminamos distanciándonos aún más de la fiesta de Halloween.

Pipo el Sopapos, ese maldito canalla de manos gigantes, es un sumnongle mezquino del que poco sé. A Maselillo le han contado unas anécdotas horribles sobre él, anécdotas que luego me ha contado a mí porque los chismes me hacen feliz. Se supone que estudia en el Diptongo de Coser y Cantar, pero nunca nunquita lo he visto por los pasillos. Sé además que es veinteañero y que nadie en la escuela ha tenido el valor de discutir con él, pero, sin embargo, parece ser un tanto inactivo. Lo que me temo de veras es que Pipo sea… mucho, muchísimo peor que Basilión…

Algún día averiguaré más cosas sobre su vidax. Tal vez Yazmina, su novia, me pueda aportar datos importantes, y tal vez algún día me pueda decir por qué ella se pintó bigotes de gato si iba disfrazada de abejita picona (pick-pick).

Uff…

Cuando descubrimos que el monstruoso Pipo paró de seguirnos, nos percatamos de que estábamos en un lugar muy apartado. Los coches, las luces y los impertinentes sonidos de la calle hicieron que nuestra confusión y ansiedad fueran aún más intensas, causando así una mayor desorientación en nuestra fuga desesperadah.

Acabamos atravesando un pequeño puente que se alzaba sobre el cauce de un riachuelo ya seco. A Maselillo, Ambrosio y a mí nos inquietaba la idea de retroceder sobre nuestros pasos por si aparecía el imbécil encapuchado. Solo podíamos avanzar por el barrio al otro lado del puente.

—Ay, María de la calzada… Este sitio no me gusta, no señor.
—¿Dónde… estamos? ¿Conoces este sitio? —cuestionó jadeante Maselillo con el gorro de su disfraz en su mano.
—Sí… Pero nunca había entrado a este barrio por este puente.
—¿Pero qué barrio es? —Preguntó Ambrosio intranquilo.
—Valdorrendo. Un barrio que es mejor no visitarlo de noche. Aún así, he de asegurarme al cien por cien de que es Valdorrendo —dije con un suave pavor mientras buscaba un objeto en mi bolsito—. Esperad un momentete…

Con la luz de mi súper útil teléfono móvil iluminé la placa de la primera calle que pillamos para averiguar cómo se llamaba.

—Veamos…


—Letras sin sentidox. Solo consonantes. Es Valdorrendo.
—Oh, Dios... —Maselillo se llevó su mano a la boca. Quería marcharse de ese lugar cuanto antes.
—Además, no se nota mucho por lo oscuro que está, pero la carretera morada y la acera a cuadros blancos y negros como el ajedrez confirman que sí, sí es Valdorrendo —comuniqué con voz de estamos jodidos, aunque sabía que no todo estaba perdido.

Nos adentramos en la calle del barrio demente para comprobar si podíamos avistar una salida cercana. No quisimos avanzar muchos metros por miedo a toparnos con un sumnongle de la zona. Pero las calles nunca están vacías por la noche en Valdorrendo.

—¡Ay, mis pies!
—¿Y ahora a dónde vamos? —preguntó Ambrosio asustado.
—No sé, nene calabaza —contesté intentando mantener la calma—. ¿Alguien ha traído un mapa?
—Ninguno de nosotros tiene un mapa de este sitio —Maselillo se apesadumbraba al ver cómo se le fastidiaba la noche—. Qué pena… creo que no vamos a llegar a la fiesta…
—¡ZALAFAZÁN!
—¡¡AAAAAAAAAAAAAH!!


Un horrible señor se aproximó a nosotros cautelosamente SIN PERMISO para gritarnos una extraña palabra de sorpresa. Era alto, imponente y portaba un extraño aro anaranjado en una de sus manos aparentemente despellejadas y ensangrentadas. Su aspecto era tan grotesco como una chuleta en descomposición.

—¡No se asusten, chavales! Soy el mago Carnelio Mordesolla y he venido aquí a mostrarles unos cuantos trucos —dijo entusiasmado y sin quitarnos los ojos de encimax.
—¡AAAH! Las manos están… —Ambrosio se enmudeció de espanto al ver las manos del mago en carne viva. También le horrorizó ver la piel cadavérica de dos manos humanas guardadas en dos bolsas colgantes.
—Estas manos, chavales, están llenas de magia —explicó agitándolas en el aire—. Y ahora, para mi chou, necesito un voluntario para que pase por mi aro y sea testigo del maravilloso fenómeno que ocurrirá. ¿Quién quiere participar?
—Nadie, señor. Tenemos cosas que hacer.
—¿Cómo que nadie…? Necesito que alguien pase por el aro, maldita sea —Carnelio empezaba a ponerse nerviosete—. Ya verán, ¡es magnífico!
—Uy, no, no. ¡Si ya nos vamos! —insistí dando un paso atrás.
—Necesito que alguien pase y me pague unos tres euros de recompensa. ¡Soy un miserable! Por favor, chavales… Trabajo en la calle todo el día, necesito el dinero y no consigo nada… Quiero trasplantarme la piel de manos que cuelga de mi cuello. Me duelen mis manos. Por Dios, ¡pasad por el aro, maldita sea! —suplicó desesperado con lágrimas en sus ojos.
—Buenas noches, zuuh~ ♫.

Los tres decidimos apartarnos del penoso de Carnelio para reanudar nuestra misión para salir del barrio. Realmente daba repelús del malo estar al lado de ese sumnongle sin piel en sus manos.

—Creo que ese señor está llorando… ¿por qué no pasamos por el aro y le damos calderilla? Así nos dejará en paz —propuso Maselillo, sintiendo lástima.

—¿De verdad quieres hacer la estupidez que nos pide? A mí me da canguelo…
—¡GRANUJAS DEL DEMONIO!, ¡PASEN POR EL MALDITO ARO YA, NIÑATOS! —gritó encolerizado corriendo hacia nosotros.
—¡Cuidado! —dije antes de comenzar a huir.
—¡VEN AQUÍ, CABEZÓN MAL NACIDOOO!

Ambrosio había tardado en reaccionar por lo sorprendido que estaba al pensar en las horrorosas manos de Carnelio. Cuando consiguió espabilar, ya era demasiado tarde. ¡Carnelio lo había atrapado con sus garras!


—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!! ¡¡¡SOCORROOOO, ME DUELEEEEE!!!
—¡Déjelo en paz! ¡SUÉLTELO POR FAVOR! —rogó Maselillo mientras intentaba soltar las manos que estrujaban con fuerza el cráneo de Ambrosio.
—¡NIÑATOS!, ¡QUIERO MIS MANOS NUEVAAAS!
—¡Pero si esos pellejos no son de su talla!
—¡AAAAHH! ¡POR FAVOR, YAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! —Ambrosio sufría y su disfraz estaba perdiendo todo su color y se manchaba de la sangre de su agresor.

Tras unos cuantos forcejeos, Maselillo y yo conseguimos liberar a nuestro amigo. Nos costó un huevo de avestruz pero lo conseguimos. Carnelio nos agredió con su maltrecho hula hoop pero fue poca cosa. Lo malo fue que Maselillo y Ambrosio huyeron hacia el puente, para retornar a Lozumbrel a pesar de mis advertencias, mientras que yo me metí aún más adentro de Valdorrendo. El rabioso Carnelio fue a por ellos dos, pero, al darse cuenta de que corrían más rápido que él, decidió ir a por mí. Yo, con mis tacones, huí despavoridə hacia otra calle, cargando con la odiosa frustración de haberme separado de mis amigos.

—¡VUELVE AQUÍ, SINVERGÜENZA! —gritó Carnelio lanzándome su aro para derribarme.
—¡Ay, los tacones! —dije corriendo sin parar—. ¿Pero qué puñetas le pasa a este tío?
—¡Cof, cof, cof!

Por suerte Carnelio no tenía mucha potencia y su puto aro cayó lejos de mí. El señor se detuvo para descansar y toser durante un rato. No tenía la vitalidad juvenil que tengo yop.

Deambulando durante un minuto por el oscuro barrio, revisé mi teléfono móvil para comprobar la hora y si me habían llamado. Descubrí que eran más de la diez y que la cobertura era pésima. Maselillo me llamó justo cuando iba a guardar mi aparato pero la calidad de la llamada era nefasta y no le entendía ni pío. Mi destino en ese instante era caminar por el barrio hasta encontrar una salida. Cómo era de esperar, no pasó mucho tiempo cuando me topé con el siguiente sumnongle...

—Uy.


Así, como salida de la nada, se plantó ante mis narices una señora cuya cara era difícil de comprender. Tenía un aire muy desfasado, muy de los años veinte…

—Buenas noches.
—Buenas noches.
—Usted no es de por aquí, ¿no es así? —preguntó educadamente la señora monocromática—. ¿Se ha perdido?
—Sí, soy de fuera y me he perdidou.
—Me presento: Soy Parsepia Izquirecha y vivo en esta calle.
—Oh, uh.
—Soy la cuñada del presidente de la asociación de vecinos de la zona.
—¡Qué guay! —presentía que Parsepia era otra de esos locos con los que no hay que hablar—. Bueno, me marcho…
—¡Espere! Permítame mandar un saludo muy cordial a Don Heriberto Costal, a Doña Nebridia Sánchez y a su hermano, a Pancho el de los tubos, a los electricistas de San Isidro, a la doctora Wolzogen y a su balón de isótopos, a los principiantes de la segunda planta y a los anti-futuristas —comunicó con serenidad.
—Cuánta gente… ¿Y dónde están todos esos? —cuestioné confundidis mirando el entorno.

Parsepia me dedicó una mirada inexpresiva pero penetrante y no respondió nunca a mi pregunta. Yo aproveché ese instante para intentar comprender la anatomía de su cabeza. Pero me cansé en cero coma cero segundos…

—Hey, me las piro, tiroriro —anuncié de sopetón. No estaba muy a gusto con ella...
—¡Espere, por favor! Usted desea salir cuanto antes de este barrio, si no me equivoco.
—¡Sí, sí!
—Le indicaré amablemente el recorrido que conduce a la salida si responde bien a mi pregunta. Advierto que solo puede contestar con una de estas dos respuestas: izquierda o derecha —explicó Parsepia, sonando como una estricta presentadora de concurso de televisión.
—De acuerdodo —dije siguiéndole el rollo para ver si sacaba provecho de la situación.
—Bien. He aquí la pregunta: ¿A qué lado está orientada mi cara?
—Pero, a ver, ¿se supone que he de fijarme en…?

¡¡¡PLAFF!!!

La tiparraca de la cara chunga me abofeteó con brutalidad antes de dejarme terminar de hablar. Perdí mi equilibrio y caí sobre el lateral de un coche aparcado. Me dolía mucho el cachete.

—Esa no es la respuesta correcta. Este ha sido su castigo. Buenas noches.

Parsepia se esfumó despechada y no volvió a aparecer. Yo me quedé aturdidə en el suelo, como una colilla pisoteadah, a punto de sufrir un ataque de PÁNICO. Tuve que levantarme y sacudir mi vestido para encontrar de una jodida vez una salida.

—No soporto este sitio; la gente aquí tiene el cerebro licuado —murmuré con odio y nervios mientras corría.
—Joven del hermoso vestido. Los aproximaditos se alejan y los alejaditos se aproximan. Únete a la ruta principal —notificó una voz misteriosa de un sumnongle que no pude ver.
—¡No quiero consejos ni indicaciones!, ¡OTRA VEZ NOOO!

Revolotearon por mi mente experiencias de un pasado cercano, de cuando me perdí en este barrio por primera vez y unas voces enigmáticas pretendían ayudarme a su manera. Como no era una visión agradable, opté por pensar en positivo y no echarme a llorar. Decidí avanzar por una calle diferente, temiendo siempre encontrarme con otro sumnongle o hallarme en problemas en un callejón sin salidax. No quería cruzar el puente por donde entré porque el loco del aro andaba por allí. ¡No sabía qué diablos hacer! Intenté orientarme con el campo magnético del planeta pero prescindía de esa habilidad. Intenté también guiarme por las estrellas en el cielo pero Valdorrendo siempre está cubierto de nubes. Lo tenía más crudo que una loncha de jamón bailando un caracolet sobre un sushi recién cortadoh.

Por desgracia, las luces de las farolas comenzaban a parpadear y algunas a apagarse del todo en la calle por donde andaba, pero mi móvil servía como linterna y me ayudaba a devorar las antipáticas tinieblas de la noche. Luego, otro asalto desafortunado ocurrió para complicarme más las cosas…

—¡Pulgares! —comenté al presenciar a un sumnongle iluminadoh por mi móvil.


—Fuah…
—¿Foie-gras?
—No… Fuah de «no sé qué hacer contigo…» —dijo desilusionado el ser de cuello arrugado, mirándome con cara de desprecio.
—No hagas nada, fua-fua, oh là là ♥ —sugerí dulcemente.
—Fuah… Acabemos con esto cuanto antes.
—¡Pero si no hemos empezado nada! —dije sobresaltadis sin entender nuestra charla.
—¡Calla y enséñame la garganta! —gritó intentando agarrar mi cuello sudoroso.
—¡NOOO!

Huí por tercera vez en la noche para salvar mi vida, mi alma y mi vestidou. Me sentía más cerca de mi propia tumba que del estúpido felpudo de mi casa. Aún así, no debía morir allí. ¡La supervivencia de mi gato depende de mí!

De repente, la luz de mi móvil se apagó. Justo antes de volver a encenderla, otra luz telefónica se encendió delante de mí y me llevé una sorpresa.

—¡AAAAAAAH!
—¡GUAAAAAAH!, ¡AUAAAJAAAAH!


Un sumnongle con aspecto de vejiga masticada con asco chilló porque se asustó cuando yo me asusté~.

—Ayayay… ¡No me des estos sustos, por favor! —demandó el ser que parecía intimidado e inofensivo.
—¡Perdone, no era mi intención!
—Mmmm… —con cara de estar pensando, el sumnongle me analizaba con sus ojos luminosos—. ¿Quién NO eres tú?
—¿Eh, yo? Pues… yo no soy doña Letuzia.
—Entonces, si no lo eres… ¿SÍ has sido tú la persona que ha provocado el colapso de mi querido conversador T5QQ-Limited Mirage? —preguntó refiriéndose a su móvil, en cuya pantalla aparecía el mensaje ERROR FATAL.
—¿Eh?, no sé…—dije sin comprender nada. Daba la impresión que esa persona quería inculparme de algo que yo supuestamente hice…
—Si lo sé yo bien… ¡Tú eres culpable de este crimen tecnológico! Ahora he de confiscarte algo como indemnización. Acércate a mí, no tengas miedo.
—Imposiblex, tú a mí no me tocas —sentencié antes de echarme a correr como la pobre liebre.
—¡Oye, dame una pieza de tu ser!, ¡¡ENTRÉGAME TU VESTIDO, TUS JUGOS O CINCO AÑOS DE TU VIDAAAAA!! —espetó disgustado, intentando inútilmente capturarme.

Estaba hasta la cumbre de la coronilla de correr con mis tacones por la oscuridad huyendo de transeúntes majaretas que querían aniquilar mi felicidad y mi bienestar. Aprendí que dar conversación a los lugareños solo complicaba las cosas. Por mi propio bien, NO DEBÍA DE HABLAR CON NADIE MÁS EN ESTE BARRIO DEMENCIAL.

El drama nocturno no parecía tener fin. Tenía mis pies como dos grumos de potaje, mi esplendoroso peinado estaba deshecho y mi cuerpo sudadete. Yo pensé que no tenía otra opción que resignarme y dejarme asesinar en ese barrio escaso de luz, pero no quise rendirme. A pesar del agotamiento, seguí atravesando calles y más calles, pero me detuve cuando escuché una voz reverberante, suave y cantarina que procedía de un lugar ignoto.

—¿Dónde está el amooor ♪?

Un potente fogonazo de luz de las farolas alumbró durante un milisegundo la calle en donde estaba, justo cuando sonó aquella voz.

—Por favor… que sea un viejo disfrazado de conejo… por favor… —supliqué entre lágrimas a la comadreja del destino, si es que existeh…

—Espero hallarlo esta nocheee ♫.

Otro resplandor inminente acompañó a esa voz etérea que sonaba cada vez más cerca. Mis ojos intentaron captar a la persona que hablaba, pero no vieron a nadie. Aunque quise salir pitando de allí, preferí esperar a que pasara lo peor…

—¿QUIÉN ME QUIERE A MÍÍÍÍÍ ♥♪?


—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!

El sumnongle que cantaba pareció materializarse a unos centímetros de mí, justo cuando un nuevo fogonazo de luz iluminaba la zona. Ese individuo intentó tocarme pero su mano sigilosa no consiguió acariciar ni una sola célula de mi tembloroso cuerpo. Tenía pinta de ser una criatura afectuosa, pero, con ese aspecto que tiene, su cariño debe de ser del doloroso, del que deja pupa.

Correr otra vez más hacia ninguna parte. Las voces, las luces parpadeantes, la confusión, el cansancio y la desesperación habían llegado a límites exageradamente inaguantables. No podía soportarlo más…

—Por favor, ya… Por favor, que acabe esto ya… ¡QUIERO SALIR DE AQUÍ!, ¡¡¡QUIERO SALIR DE AQUÍÍÍÍÍÍ!!!

Mi cuerpo tendido en el suelo, mi vestido sucio, mis lágrimas manchadas de maquillaje y mi voz ronca eran signos de mi amarga derrotah. Valdorrendo pudo conmigo. Pero, a pesar de todo, hubo un rayo de esperanza… ¡Un rayo de color magenta! (sí, magenta, no verde).

Contemplé el cielo y sentí un tenue cariño que me arropaba… Miré con más detenimiento y encontré un destello magenta, a unos veinte metros sobre el suelo, que se dirigía grácilmente hacia el oeste. Era la Pelafrú, la hierofanía del amor.

—¡Pelafrú!

Aun sin energías, corrí otra vez por el barrio. Seguí como pude el trayecto que trazaba la Pelafrú. Parecía estar guiándome hacia algún sitio.

—¡Pelafrú, aquí!, ¡¿no me oyes?!


Grité con la poca fuerza que tenía pero fue en vanox. La Pelafrú no me hacía maldito caso. Sin embargo, gracias a ella, conseguí divisar a duras penas una zona amplia y sin edificios. Era el límite del distrito, la frontera entre lo urbano y lo natural.

Pude salir… de una jodida vez… de ese corral de locos. Pero no salí por el lado más cómodo. Aún así, creo que gracias a la presencia de la Pelafrú, no sufrí ningún otro asalto, ningún ataque más. Mi salvadora infundió amor por la zona, se elevó hacia la estratosfera y desapareció tiñendo las nubes de un encantador color rosa chicle.

Mi nueva ubicación era igual de desconcertante que la del barrio adyacente, pero al menos era un entorno mucho menos hostil. Lo chungo era caminar por allí con los tacones, por los caminos de tierra que cruzaban la maleza de la naturaleza. Temía que me atacase una garduña rabiosa, pero afortunadamente eso nunca ocurrió. Seguí una vía férrea (por donde pasan los trenecitus) que se extendía por el campo al borde de la ciudad y sin alejarme mucho de los edificios que se erguían al este. Mi siguiente destino era el sur… Me iba a casita. Aunque antes de llegar allí tuve que parar en un sitio peculiar que captó mi attenzione. Un sitio gobernado por una luz azul que me hacía sentir triste y que me evocaba sentimientos de depresión del pavo y autodestrucción. La curiosidad me obligaba a averiguar qué producía esa melancólica luz azul. Cuando llegué al foco luminoso descubrí que era una de esas cosas made of sadness


—Qué penita, qué penita… —murmuró el ser, sollozando—. Mi hijo, muerto, arrollado por el tren… en pedacitos se quedó… y su novia también. Qué padre tan nefasto soy. No me quiere nadie… no valgo nada…
—Disculpe, pero todo eso suena tan triste que me dan ganas de llorar.
—¿puedes verme?
—Sí.
—¿Has venido a suicidarte como lo hizo mi hijo? ¿Has hecho tantas cosas mal en la vida como yo y no puedes aguantar más tanto sufrimiento? —preguntó mientras parecía derretirse por la congoja.
—No, creo que no… La verdad es que pasaba casualmente por aquí. Así que sigo mi caminou —expliqué disimulando las ganas que tenía de marcharme inmediatamente de allí.

La luz azulada de ese ser medio enterrado al borde de la vía era tan dañina como un ritual lavacerebros de una secta satánica. Al contemplarla llegué a plantearme cosas horribles como abandonar la escuela para siempre, no hablar nunca más con mis amigos, o incluso… ¡suicidarme! Por eso abandoné el lugar después de escuchar las últimas palabras que dijo el desgraciado gelatinoso.

—Oigo una voz triste…—dijo mirando muy atento hacia el sur—. Es posible que ella sea mi relevo.
—¿Relevo?

Una nueva voz misteriosa, esta vez de una mujer mortificada, se oía a unos pocos metros de los matojos. Mi intuición supo que era ella, la madre penitente del distrito, lo cual me preocupó a lo bestia. Fui a por ella a frenar su paseo, para evitar que se acercara hasta el ser azul.

—¡Poesíaaaaaaaa!
—¿Qué haces?¡No te acerques!, ¡¡Quédate ahí!!

En efecto, era Mamá Bebé, y caminaba hacia donde estaba yo portando una linterna. Se la veía muy angustiada.


—¡Poesía, hijo míooo!, ¡POESÍA ¿DÓNDE ESTÁS?!
—¡Chica, detente! No vayas por este camino de la perdición.
—Mi hijo… ¿dónde cojones está? —preguntó confundida al verme. Estaba muy irritadah.
—No lo sé… Pero al menos sabemos con certeza que sigue en este mundo, ¿verdad? —dije tocando su hombro para darle ánimos.
—¡¡¡MUAAAAAAH, UAUAAAAAH!!!

Mamá Bebé ROMPIÓ A LLORAR, cayó de rodillas al suelo y comenzó a realizar movimientos nerviosos. Yo me agaché como pude e intenté recomponer algo su corazoncito apenado para que se calmara y parcialmente lo conseguí. Aproveché pues para llevarla a otro sitio, fuera del camino de tierra, a una zona urbanizada que por fortuna ya no era Valdorrendo. Una vez en territorio humano, los dos nos sentamos en un viejo murito que bordeaba la intransitada carretera del límite occidental del distrito. Allí empezamos a hablar…

—Bueno… ¿y qué hacías caminando por el campo… con ese vestido? —cuestionó confundida.
—Porque un cúmulo de incidencias me forzó a acabar allíx.
—¿Ibas a una fiesta?
—Sí, pero ya paso de ir. Mi cuerpo está como para tirarlo a la basura. Ha sido una noche muy movidita llena de manos locas.
—¿Te has metido en problemas?
—Más bien me han metido a mí en problemas. Me he perdido por Valdorrendo y unos locos me atacaron.
—Oh, ¡tienes el cachete rojo! ¿Te han dado un tortazo? —preguntó sorprendida girando mi cara con suavidad.
—Sí, y me dueleeeeh, pero se me pasará —comenté recordando el horror de lo sucedido—. Ahora dime, ¿qué hacías tú por allí caminando sola por el campo?
—Es que… yo… —Mamá Bebé miró al cielo y comenzó a lloriquear—. Si te soy sincera, tengo la sensación de que nadie me ayuda a encontrar a mi hijo. A veces pienso que sigue aquí, en la ciudad, pero nadie ha sido capaz de encontrarlo. ¡NADIE HA AVERIGUADO NADA! Y, verás… antes me dio otro ataque de ansiedad cuando vi su cunita vacía... Luego salí de casa, a investigar por mi cuenta entre los árboles y la hierba, para ver si yo podía encontrarlo… Pero no lo veo ¡NO SÉ DÓNDE ESTÁ!
—Tranquila, tranquila. Tú piensa que…
—¡Ni tranquila ni hostias! ¡Ya ni los ansiolíticos me hacen efecto! —gritó llena de frustración—. No he vuelto a sonreír desde que Poesía desapareció, o tal vez desde mucho antes de eso. ¡No paro de sufrir!, ¡ME DUELE LA VIDAAA!
—¡Escúchame, escúchame! No se me da muy bien consolar, pero quiero que sepas que estoy recopilando pequeñas pistas sobre el asunto de Poesía. No quiero hacerte ilusiones, pero tú piensa que yo nunca dejaré de hacer todo lo que sea posible para encontrarlo.
—¿y qué pistas son esas?
—Boca cerrada, no puedo decirte nada. Están en estado líquido y necesito que tengan la consistencia del membrillo para sacar alguna información importantex. Espero que me entiendas…
—Ah… —la sumnongle estaba descorazonada pero captó que de verdad hacía lo que podía por ayudar—. Gracias por todo. No sé si servirá todo eso que haces pero aún así… gracias de verdad.
—Siempre hay que tener esperanza —aconsejé sonriendo.
—Yo suplico a Dios cada día para que encuentre a mi bebé, pero aún no ha habido ningún milagro… Me siento abandonada.
—Yo es que no creo en Dios en absolutox.
—¿Y en quién crees tú?
—Pues… en el plasma galáctico, en las siluetas del horizonte… o en el ordenador mágico sabelotodo…—respondí sin usar mucho las neuronas.
—¿Cómo…? —preguntó con un ligero mosqueo.
—Nada, cosas mías, Mamá Bebé. Tengo que hacerme un examen de fe en algún templo o algoh.
—Ya… —dijo borrando toda expresión de su cara—. Por favor, no me llames Mamá Bebé. Ese nombre representa el inicio de la peor época de mi existencia. Quise llamarme así para pasar página en mi vida, pero no sabía que la siguiente página estaba maldita. En fin… llámame Noelia, Noelia Neblizno. Ese es mi verdadero nombre.
—Siempre me ha gustado llamarte así. Me hace recordar un pasado alegre.
—A mí también. He de confesar que a pesar de haber tenido siempre una vida difícil, a pesar de haber hecho cosas malas, fui muy feliz en aquella época, cuando quedábamos siempre.
—Fueron unos años súper chulos. Yo siento que he perdido cosas buenas con el paso del tiempo.
—Lo mismo digo… ¿Sabes?, le echo mucho de menos…—confesó con una mirada especial.
—¿A él?
—Sí… Me hacía muy feliz.
—Lo sé. Pero él no se ha ido —informé con un tono nostálgico—. Siempre está con nosotros, Noelia.
—Ya…—dijo sonriéndome sin fuerzas.

Noelia y yo charlamos con nuestras voces roncas una media hora más en ese trocito pacífico de la ciudad. Después de esa solemne conversación terapéutica y de varios llantos desahogadores, mi amiga se sintió más aliviada, pero su dolorosa tristeza por su situación sin-bebé seguía presente.

Finalmente nos fuimos en taxi a nuestras respectivas casitas. Noelia me dio dinero para pagar su parte del viaje y se despidió con una sonrisa débil. Yo entré a mi casa de madrugada y sin ningún tipo de elegancia. Mi vestido estaba hecho un asco y mi maquillaje corrido me hacía parecer un sapo mojado del betún. Perseo no sabía si decirme miau o si reciclarme en un contenedor...

Antes de tirarme en plancha en mi cama, sin desmaquillarme ni ná, llamé al preocupado Maselillo para informarle de mi cambio de planes. Él, de paso, me comentó que finalmente llegó a la fiesta, que se lo pasó más o menos bien y que le daba pena no verme por allí...

Menuda nochex, ¿verdad? La pobre Cenicienta perdió a su calabaza y a su… ¿bufón pierrot? Nunca llegó al baile, pero su hada madrina pelafrutas la guió a través del vertedero de enajenados mentales hacia su amiga la desbebada para hacerle compañía.

Suena un poco raro pero pienso que la Pelafrú quería guiarme realmente hasta la desconsolada Noelia, tan falta de cariño, antes de que se encontrara con el símbolo de la depresión máxima. ¿Es posible que el ser de la tristeza estuviera incitando a mi amiga a que fuera hasta donde él estaba para cederle el cargo? Es probable… Por eso no quería que llegase hasta él por si las mósculas.

Bueno, cucos, aquí acabo de escribir mi alargada entrada en este primer día de noviembre. Ahora toca descansar, superar los traumas y sobar al gato.

¡Hasta otra!

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