25 octubre 2011

Los niños R

Hola, hola de verdad.

¿Sabes qué? Hoy he tenido un valor, pero no un valor cualquiera; ¡hoy he tenido el valor de volver a la escuela! Sí, has leído bien. He ido a la escuela y he sobrevivido. ¡No he muerto ni nadax! Sin embargo, no todo fue como esperaba que fuera…

El día empezó como siempreh: Madrugué entre sábanas y cojines, dispuestə a reanudar mi rutina pausada. Un coqueto desayuno me esperaba en la cocina y yo me lo comí. Mi gato también se comió algo de por allí.

Después mi cuerpo fue autoexpulsado de mi edificio. Algunos sumnongles de otros sitios también salían de sus hogares para hacer cosas demasiado cotidianas. Fui por las calles del destino, en dirección a la casa de Papá Noel, es decir, hacia el norte. Iba esquivando farolas y papeleras con destreza peatonal mientras intentaba no pensar en NADA.

Mi cerebro travieso quería, por mi bien, ocultar cierto pensamiento que burbujeaba en mi mente. Sabía que pensar en el puto Basilión me iba a echar para atrás. Yo realmente no quería ir cagando cheches de vuelta a mi casita repleta de seguridad, yo DESEABA encontrar al nene que habló ayer por teléfono conmigou. Quería saber cómo era.


Además, mi identidad no iba a ser reconocida por nadie-nadiengue (suerte de merengue), pues cubría mi cabeza con un pañuelo y llevaba puestas unas gafas de sol graduadas súper chúper.

Cuando me planté en la acera que hay frente a los dominios de Urpia, la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar, fui corriendo like a rat a esconderme en una callejuela. Decidí que era lo mejor porque no quería que me viera toda esa muchedumbre escolar recién llegada. Opté por esperar a que todos los estudiantes se metieran dentro de la escuela para luego introducirme yo sin aglomeraciones de alumnos por todos lados.

Me senté en un saliente reposaculos que había en la fachada de un edificio justo después de haberme quitado mi querida mochila. El saber sentarme es una habilidad que tengo desde hace muchos años. Luego, con mis manos me alisé mi pañuelo para aniquilar ciertos pliegues horropantosos. No me llevó mucho tiempo, te lo aseguro.

Pasó el tiempo: un minuto, dos minutos, media hora, una hora… Sentía calor en mi cabeza de tanto esperar ahí sentadis bajo la luz matutinax. No me atrevía a entrar en la escuela, no sentía la chispa activa-piernas en mi aparato locomotor. La confusión me daba latigazos sin piedad y yo sabía que debía de ejecutar un movimiento LO ANTES POSIBLE.

—¡Ya está bien! Allá voy.

Entré a la escuela justo nueve minutos antes de que comenzara el recreo. Me daba igual lo que opinasen los sumnongles pasilleros: Mi look incognito Enigma X me protegía de los puñetazos de ese camorrista con pinchos en la cabeza. Sin embargo… Ir por los pasillos con gafas de sol no te permite ver con claridad si hay pelusas en el suelo.

Aunque mi misión era solo ir a hablar con el chico que vio a los Zipulas, quería ver de paso a Maselillo de mis amores para darle una sorpresa ¡sasasá! Miré el horario de clases y me encaminé al aula en donde mis compañeros estaban en ese instante. Pero algo me puso de los nervios y me petrifiqué como una escultura de rotonda periférica. Escuché sonidos de seres con piernas caminando por los pasillos que yo interpreté como los pasos de alguien que me perseguía para matarme. La paranoia atacaba de nuevo a mi raciocinio y no pude evitarlo. En realidad eran sonidos emitidos por alumnos inofensivos recién liberados de sus aulas.

Tras ese momento de pimiento dominado por la angustia, comencé a oír murmullos conocidos. Eran de dos compis de clase tan agradables como una toallita húmeda. Fui corriendo hacia ellos hasta encontrarlos.

—¡Maselillo, Mamá Vegas! ¡Ay, qué alegría! —gritamos de júbilo.
—Oh, eres… —dijo Maselillo perplejou.
—¡No puede ser! —dijo Mamá Vegas asombradax.
—¡Has vuelto por fin!


Maselillo, tan feliz él, se acercó a mí para abrazarme al estilu ositu ♥. Pero Mamá Vegas fue más rápida y se abalanzó sobre mi cuerpo con destreza para que no cayera al suelo ese alimento que llevaba en un platito. Ambos colisionaron delante de mí, pero finalmente consiguieron abrazarme los dos al mismo tiempo. Fue una muestra de amor liosa, divertida y con algunos besitos en la mejilla (muack).

—¡Qué chachi! Me alegra mucho que hayas vuelto, sususú —expresó emocionada.
—Lo mismo digo. Te echábamos mucho de menos —confesó con sinceridad.
—Oh, qué feliz soy ahora mismox.
—Adoro tu pañuelo, es como muy primaveral —Mamá Vegas estaba calculando el nivel de suavidad de la tela que cubría mi cabeza con las yemas de los dedos de la mano que tenía libre.
—Sí, es muy bonito, pero… ¿Por qué lo llevas puesto? —preguntó algo confundido.
—Ay, Maselines, ¿acaso no lo pillas? Voy de incógnito. No quiero que nadie me reconozca —susurré cerca de él en tono místico.
—Oh, entiendo.
—Iré así por la escuela una temporada.
—Espero que no produzca el efecto contrario —Maselillo opinó haciendo unos extraños gestos con las manos—. Casi nadie lleva pañuelo y gafas de sol a la vez por la escuela.
—Plups… Hay gente muy poco observadora que no se da cuenta de nada. Gente como Basilión.
—Sí, susususú —la sumnongle rió algo nerviosa.
—¿Y ese bizcochito delicioso, Mamá Vegas? ¿Es para mí? —cuestioné con ojos golositos sin mucha seriedad en mi voz.
—Sususú.
—¿Es para celebrar que he vuelto a la escuela? —expandí mi agujero bucal para denotar sorpresa con mi cara—. ¡Qué ricura! ¿Cómo sabíais que iba a volver hoy? Se suponía que mi regreso iba a ser una sorpresa.
—Te equivocas, esto no es para ti, amante del chocolate. Pero sí es cierto que lo he preparado por ti —rectificó Mamá Vegas, meneándose como un gusanito marino y sonriendo algo avergonzadah.
—Así es. Mamá Vegas lo hizo ayer por la noche —reafirmó el elogioso de Maselillo.
—No entender. ¿Entonces para qué o para quién has cocinado eso?
—¡Para Basilión Tronchacocos!
—¿CÓMO? —exclamé de una manera explosiva.
—¡Basilión, Basilión Tronchacocos! El que te ha amenazado —indicó Mamá Vegas, como si no la hubiera escuchado bien.
—Es un plan que hemos preparado. Creo que él pasará por aquí dentro de muy poco.
—Suena a disparate defectuoso…—el desconcierto que sentía se estaba convirtiendo en un agrio fastidio— ¡Estoy flipando!
—A ver, déjame explicarte, cariño. Este bizcocho lo he preparado para que Basilión cambie de actitud. Cuando pruebe un cachito… ¡se le alegrará el corazón ♥!
—Mamá Vegas dice que sus bizcochos son como mágicos porque mejoran el humor a aquel que se los come —explicó sonriente.
—Así es. Yo lo comprobé cuando preparé un bizcocho a mis padres. Fue un día en el que se pusieron a discutir y a discutir sin parar. ¡Yo estaba asustada! Pensaba que se iban a divorciar. Me fui corriendo a la cocina, llorando muy desconsolada, y preparé un bizcochito lo más rápido que pude y con forma de corazón. ¡Me temblaban las manos! Pero aún así lo hice —Mamá Vegas relataba su experiencia de una manera muy vivaz—. Luego, cuando ya estaba hecho, le ofrecí un trocito a cada uno para que se lo comieran. No estaba frío todavía ¡pero es que estaba desesperada! No podía permitir que el amor de mis padres pereciera con una riña.
—¿Y qué pasó?
—Pues que dejaron de estar enfadados el uno con el otro y se dieron un besito. Y por la noche, cuando yo ya estaba en la cama, oí sonidos de amor que venían desde su dormitorio, sususú. Me ruboricé un poco.
—¿Le pones afrodisiaco al mejunje de huevos batidos?
—Silencio, que ya viene —advirtió Maselillo.
—Joder. Esto era lo que quería evitar a toda costa. Maldita sea —refunfuñé.
—Tranqui, ya verás que funciona. Cuando lo pruebe, Basilión querrá darte un abrazo —aseguró mi compi haciendo un guiño de mariposa—. El problema es que no he traído cuchillo para cortar el bizcocho; ya sabéis que están prohibidos.
—Para mí eso es un alivio, nena...

Sin quererlo lo más mínimo y sin poderlo evitar, el malvado Basilión pasó perpendicularmente por donde estábamos nosotros tres justo cuando sonaba la alarma del inicio del recreo. Yo me quedé en silencio espectral sin moverme lo más mínimus. Sentía una extraña turbación, mezclada con miedo y enfado. Parecía que mis amigos me habían traicionado tendiéndome una trampa, pero en realidad solo pretendían ayudarme de una manera muy… inusitadax.

—Yo… yo hago como que no estoy. Joder, no puedo ni moverme del miedo que siento —comuniqué a regañamuelas—. Esto… Esto no era lo que quería, demonios.
—Cálmate —Maselillo posó su manita gentil en mi hombro para transmitirme tranquilidad pero NO FUNCIONÓ.

Mamá Vegas escuchó levantó el plato con las dos manos y Maselillo se colocó delante de mí para ocultar mi acojonada silueta. Sinceramente, no me sentía nada seguris…

—¡Buenos días, Basilión! ¿Qué tal estás hoy?
—Cállate la boca.
—Uy, Basilión —Mamá Vegas se sintió intimidada por la voz brusca de Basilión—. Emm… Noto que estás un poco tenso, ¿no? Por eso te he preparado este delicioso bizcocho de chocolate solo para ti. Anda, coge un…
—¿Qué te pasa, gorda asquerosa? ¿Me quieres tocar los cojones? —preguntó irritado.
—No, no, ¡en absoluto! Solo quiero que le des un bocado al bizcochito, está de rechupete.
—¿Por qué no lo pruebas tú, jodida plasta?
— Emm, claro. Probémoslo los dos…—propuso Mamá Vegas con retraimiento.
—¿Esta mariconada se come? —cuestionó refiriéndose al pequeño angelito decorativo del bizcocho que cogió con su mano.
—Sí, es de pasta de… pasta de azúcar.
—Abre la boca —ordenó Basilión con una sonrisa malévola.


—Eres una mamavergas, ¿verdad? —Basilión le introdujo el angelito de pasta de azúcar en su boca pero sin soltarlo y sin parar de sonreír. Lo metía y sacaba con suavidad como si fuera un penecillo, simulando una especie de deshonrosa irrumación—. Mamavergas, ese es tu nombre, gorda asquerosa. Chupa, Mamavergas, chupa.
—¡Por favor, ya! —intervino el tembloroso Maselillo, muy indignado por ver a su amiga siendo humillada.
—¿Qué?
—He sido yo. Es que… no aguanto el calor —mentí al decir que fui yo la persona que se quejó. Lo hice por el SUPREMO BIEN de nosotros tres.
—¿Me estáis tomando el pelo o qué, hijos de puta? —preguntó después de haber tirado al suelo el bizcocho que Mamá Vegas tenía en el plato.
—No, no, no —dijimos Maselillo y yo. Quise hacer un chiste sobre el inexistente pelo de Basilión pero no quería que me reventaran el craneo~.
—¿Tú quién eres? —preguntó mosqueadox.
—Soy… soy Perle de Laverne. Estudiante de intercambio de un bonito lugar —mentí nuevamente.
—Quítate el trapo ese que tienes en la cabeza.
—No, que estoy despeinad…
—¡Quítatelo, coño!

Basilión me arrebató el pañuelo y un poquito de dignidad en un abrir y cerrar de válvulas. Yo pensaba con muchísimo temor que era el fin de mi vidah, pero parecía ser que la peluca castaño-rojiza de pelo real que llevaba justo debajo del pañuelo contribuía a preservar mi identidad. Sin embargo, aún quedaban las gafas, y tras de ellas tenía mis ojos, ¡mis ojos de verdad!


—Por favor, no me hagas daño —supliqué.
—Quítate las gafas.
—No, no, eso sí que no va a poder ser. Lo siento, no puedo…
—¡Quítatelas! —Basilión se impacientaba. Acercó su mano para arrebatarme mis gafas.
—¡Cuidado, que tiene conjuntivitis! —alertó Maselillo usando su ingenio en el momento oportuno.
—¡Tapaos los ojos! —Mamá Vegas, que había vuelto en sí, siguió con el paripé.
—Puaj, qué asco. ¿Qué mierda tienes en los ojos?
—Conjuntivitis. Por favor, no se lo digas a nadie, que es muy contagioso si no llevo puestas las gafas —imploré con voz llorosa para darle más credibilidad a la mentirijilla maselillosa—. La gente se alejará de mí.
—Qué guarrada —Basilión arrojó con rabia mi pañuelo al suelo sin entender muy bien lo que acababa de oír y retrocedió unos pasos—. Muérete y no me toques… Putos enfermos…

El matón del instituto se fue asqueado por el pasillo caminando un poco más acelerado que antes. Mamá Vegas, Maselillo y yo estuvimos callados durante unos segundos sin saber cómo reaccionar. Decidí disipar el silencio con un comentario lleno de paz de balneario.

—Bueno… Ya se acabó la tragedia. Hemos sobrevividox y no nos hemos meado encima. Aunque me tiemblas las piernitas, eso sí… Ah, Maselillo, ¡lo de la conjuntivitis fue conjonudo!
—Gracias, se me ocurrió de repente. Lo de la peluca no me lo esperaba, ¡ha sido un puntazo!
—Es que anoche soñé con un bisoñé y me dio una gran idea. Ya sabes, siempre es mejor ser doble precavidə.
—Desde luego —Maselillo se giró para contemplar a nuestra amiga, que recogía y sacudía el bizcocho , el angelito y sus corazoncitos para colocarlo todo encima de su platete— ¿Mamá Vegas, estás bien?
—Estoy destrozada.
—Ay, pobrecita.
—De verdad quise ayudarte cuando Basilión estaba haciendo esa tontería contigo, pero… no tuve valor —confesó Maselillo avergonzadou.
—Lo entiendo, Maselillo, hiciste bien… —la comprensiva Mamá Vegas sonrió con tristeza—. Ese monstruo espantoso ha mancillado mi nombre. También ha tirado mi bizcocho al suelo, pero…, lo del nombre… eso sí que me ha dolido… ¡Yo no soy Mamavergas!
—Lo siento mucho. Tú eres Mamá Vegas y lo serás siempre.
—Ese insulto no es muy popular por aquí. No creo que nadie más te llame así.
—Gracias, chicos, por vuestro apoyo. Ahora si no os importa me voy a ir al baño a llorar un rato. Necesito estar sola…
—Mamá Vegas… Quédate con nosotros. Buscaremos a Little Aurora y juntos te animaremos —recomendó Maselillo tocándole el brazo con ternura de bebé.
—Mejor después, necesito soledad, ¿vale?
—Vale.
— Mamá Vegas, eres tan maravillosa como un castillo de dulce chocolate. Te agradeceré eternamente esto tan hermoso que has hecho por mí. Ha sido estupendo~ —declaré mientras hacía una reverencia, justo después de haberme colocado el pañuelo y las gafas.
—De nada. Por mis amigos hago lo que sea. Si no os importa, me gustaría comerme todo este bizcocho yo sola. A ver si me recupero porque no quiero tener ansiedad… —dijo sin mirarnos a nosotros con sus ojos humedecidos por la pena.
—¡Claro! Que aproveche.
—¡Y ánimo!

La entristecida Mama Vegas recorrió en penitencia el trayecto hacia el baño más cercano. Estaba dolida...

—Creo que… a pesar de todo este horror… me siento algo bien. Siento como que Basilión no querrá ningún contacto con mi cuerpecito enfermizo. Creo que mi pañuelo, mis gafas y mi peluca han servido de algo, aparte de vuestra ayuda.
—Sí, pero nos ha salido el tiro por la culata y Mamá Vegas está hecha polvo.
—Lo sé, pero al menos no ha sido sentenciada como yo. Ahora tengo ganas de hacerle un pastelito como agradecimientox.
—Estaría bien… Pero lo que más me gustaría es que no hubiera ningún tipo de violencia. No soporto ver a nadie sufrir —expresó Maselillo desanimado.
—En esta escuela eso es imposible… —dije sonando muy lúgubre. Luego me acordé de algo très important—. Ay, Maselillo, ¡vamos! He quedado con el chico de la maquina amarilla a la hora del recreo, entre las aulas 077 y 078.
—¿Cómo? ¿Quién? —Maselillo, anodadado, no se enteraba de la misa la mitad.
—Uno de los cuatro niños que han visto a los Zipulas y que saben dónde viven. Espero que no sea un jodido bromista del culo. ¡Venga, síguemex!

No hubo más explicaciones, no hubo más datos. Maselillo y yo corrimos como jamelgos tico-tico en busca del pequeño sumnongle. Era mi ansiado momento, ¡el momento de resolver el misterio! Ya no podía pensar ni en bullying, ni en Basilión, ni en los putos monstruos que lo trajeron a este mundo.

Ya en la planta baja, nos íbamos guiando por los cartelitos para encontrar en ese laberinto el lugar deseado. Pero un pequeño obstáculo tóxico y colorido nos retrasó un poco. Se trataba del indeseable de Gleo Cianea.

—Oye, ¿crees que el niño de la máquina amarilla esa seguirá allí? —preguntó el sumnongle a unos escasos metros de Gleo, que había escuchado sus palabras.
—Oh, ¿vais a ir a ver al cerdo en su pocilga?
—¿A quién? —cuestioné sin querer cuestionar nadita.
—¡A Asimetrio, el de la máquina amarilla! —dijo sorprendido—. ¿Quién va a ser si no?
—Pues sí… Vamos a verlo —respondí extrañadis.
—Ese maldito cochino ha dejado el pasillo lleno de guarrerías, jijiji. Le he hecho varias fotos para que toda la escuela sepa lo cerdo que es.
—Te van a dar el Premio Pulitzetzer del cotilleo.

Quise seguir avanzando pero Gleo me analizó con la mirada, sonriendo como un sapo engreído del inframundo. Me detuve para escuchar lo que iba a decir.


—Mmmm…Tú y yo nos conocemos de algo, ¿a que sí?
—Emm… Creo que no —respondí ocultando la verdad.
—Sí te conozco, idiota, que con esas gafas y ese pañuelito de muñeca no me engañas —afirmó el insolente Gleo—. Tu voz rara y esa mochila fea que llevas son cosas que solo tienes tú, jijiji.
—Mofletes —dije así sin más. Sentía una decepción por mi look de incógnito porque no había conseguido engañar a ese niñatox, y eso me flufleaba la mente.
—Chaval, debes de ser más respetuoso con la gente —aconsejó Maselillo.
—La gente que da asco no merece ni vivir. Y tú hueles fatal, hueles como a sudor de sobaco —confesó a Maselillo con cara de vomitador y luego dirigió sus palabras a mí—. Y tú también, que quede claro.
—Te estás portando muy mal, ¿eh?
—Maselillo, no seas tan transigente. A estos mocosos de mierda les va la marcha —expliqué al manso de mi amigo, que no sabía odiar como es debido— ¡Vete al infierno, pólipo venenoso que me estás mareando!
—¡Por aquí no vais a pasar! —Gleo se colocó desafiante con los brazos abiertos en plan espantapájaros.
—Cuidado, no lo toques que es urticantex —retuve a Maselillo para que no se anduviese cerca de Gleo.
—¿En serio?
—Sí. Tócame y te saldrán unas ronchacas con aspecto de salsa boloñesa, jijiji.
—Eso es terrible —dijo espantadoh.
—Eso es terrible ♪, eso es terrible ♪, jijiji… Cobarde. ¡Qué pelo tan feo tienes! —gritó Gleo con ganas de ofender.
—Por favor, escucha. Hemos quedado con ese Asimetrio y nos está esperando. No queremos malos rollos contigo —Maselillo iba de pacifista, pero no le salía bien~.
—Pues pagadme sí o sí unos… seis eurillos cada uno o si no, no pasáis.
—Mejor te tragas mi saliva caliente —intimidé al nene haciéndole ver mi deliciosa saliva a través de mis morritos.
—¡Aahg, qué guarrada! ¡NI SE TE OCURRA!

Gleo huyó de mí como si tuviera un ácido corrosivo en la boca. Se fue casi al final del pasillo, dejándonos el paso libre.

—Chusma, voy a contar a toda la escuela que os enrolláis en la tercera planta todos los días, ¡hala!—avisó Gleo mientras parecía escribir algo en su móvil.
—¿Cómo? Si no sabes cómo nos llamamos.
—¡Trululín!—la vil cámara de su móvil nos sacó una foto traicionera—. Esta foto me vale. Adiós asquerosos.

Maselillo no parecía haber pasado un buen rato. Era la primera vez que hablaba con Gleo y ya lo había humillado de un modo u otrox. Yo le animé con unos ondulantes movimientos de brazos y le dije que no se preocupara de nada, que el chisme de Gleo no iba a interesar a nadie. Maselillo y yo no somos famosos, (jo…).

¿Por qué suelo toparme con Gleo después de haber encontrado a Basilión? Joder, las desgracias nunca vienen solas…

Continuamos nuestro camino, enfadados con nosotros mismos por haber perdido un tiempo tan valioso como los taconazos de una princesa. Pero, de todos modos, conseguimos llegar hasta aquel niño: El niño que conoce a los Zipulas. Sin embargo, me llevé una extraña impresiong… Parecía un poco raruso.


—Hola, niño. ¿Eres Asimetrio? —pregunté dulcemente y con cierta inseguridad.
Guaueh.
—¿Lo eres? —insistí.
—Sí, soy yo, soy yo, ¡Asimetrio Cucurpero soy yo, yo, yo! —dijo el sumnongle contento.
—¡Genial! Ayer me llamaste por teléfono. Habíamos quedado hoy aquí para hablar del tema de los enanitos del parque. ¿Te acuerdas?
—Sí. Pipí, pipó.
—¡Guay! Pues…
—Oye, creo que este niño tiene… una discapacidad —susurró Maselillo a mi oído, perplejo— ¿De verdad fue él quién te llamó?
—No lo sé, pero tiene el chisme amarillo y está en el lugar acordado. ¡Tiene que ser él! —yo no entendía ese extraño comportamiento del niño y temía que fuera otro maldito bromista aniquila-ilusiones.
—Yo soy Asimetrio y este es mi quesito, güeoué.
—Déjame ver bien tu quesito.

Asimetrio se acercó a nosotros para mostrarnos lo que llevaba en el pecho. Examinamos ese dispositivo amarillo al que él llamaba quesito. Tenía un cable que se conectaba a su cabeza y una pequeña pantalla que indicaba que Asimetrio iba a tener un momento de lucidez dentro de ocho minutos.

—Creo que esto lo explica todo, aunque no me entero mucho, cucurucho.
—Me da a mí que Asimetrio tiene momentos en donde es más listo y otros en donde no lo es tanto. —dedujo Maselillo.

Después de elaborar varias hipótesis mientras Asimetrio restregaba una sustancia repugnante y de origen desconocido por la pared, Maselillo y yo decidimos amistarnos con él para hacerlo todo más ameno.

—Cuéntame, querido, ¿esto de manchar las paredes con ese potingue raro es tu hobby o son deberes de clase? —pregunté con delicadeza tras sentarme en el suelo, cerca del cubo de basura.
—¡¡GUAAAAUAAAAAAAAUUUUAAGAAAAAAAJJJJ!! —vociferó cual alimaña endemoniadax.
—Entiendo...
—¿Por qué tiene un gorrito extraño con una banderita con la letra R? —preguntó en voz baja mi amigo.
—Si no me equivocox, es uno de esos gorritos para identificar a los niños considerados especiales de la escuela. Es algo que Urpia ha pedido que se haga.
—¿Especiales? ¿Y qué significa la R?
—Según ha dicho la directora, es la R de requetespeciales, pero eso nadie se lo cree. Para mí que es R de retrasados
—No puede ser, ¡eso es indignante!
—Ya ves…—luego contemplé al pequeño artista y decidí preguntarle algo para simpatizar con él—. Ey, Asimetrio, dime un color del uno al diez.
—¿Eh?
—Esta de aquí arribabababababa es la profesora Julia, la de las ceras de colores. Este de aquí abajo es… ¡ES! Es Jacobo, el de la plagastilina —el niño prefirió esclarecer quiénes eran las personas retratadas.
—Interesante —dije como respuesta a Asimetrio, que me estaba pareciendo muy adorablex—. Maselillo, ¿lo adoptamos? A mí me hace gracia.
—¿Adoptarlo? —preguntó anonadado.
—Sí, pero tenemos que alejarlo de los pringues y la basura. Me gustaría que hiciese papiroflexia, que no mancha, excepto si usas pegamento, dubidú.
—Yo preferiría ponerle unos zapatitos; el pobre va descalzo.
—¿Zapatos?, ¿zapatos? ¿Dónde zapatos están? —mirándose sus pies calcetinados, Asimetrio se sorprendió por no llevar calzado.
—No saber. ¿Los habrás tirado a la basura?
—¡¡GUAUAUSUUUAAAAAAAAAAAUUUG!! —gritó a mi oído sin venir a cuento…
—¡Deja de gritarme! —parecía que comunicarse con Asimetrio iba a ser más difícil que asesinar a puñaladas a un ventilador en funcionamiento.

El recreo se iba consumiendo lentamente, y yo, aunque estaba disfrutando de un buen ratito de diversión, deseaba hablar con el Asimetrio cuerdo. Esperaba pacientemente pero a veces temía que todo fuera un fraude y que el asimétrico de Asimetrio no fuera una persona cabal. Pero no fue así, afortunadamente, baby~.

—¿Eh?, ¿otra vez con esta sustancia? ¿Qué demonios es? —el niño tocaba la viscosidad de sus dedos después de haber recuperado el raciocinio.
—¡Ya ha empezado su momento de lucidez! ¡Aprovecha!
—¡Asimetrio, por fin! Pensaba que todo esto era una broma, pero no, no, nopo —me arrodillé ante él como si el niño fuera un ansiadísimo regalo de cumpleaños que deseaba abrir—. Te vuelves cuerdo en el momento que indica la maquinita esa. ¡Fantástico! Yo hablé contigo por teléfono ayer. ¿Has cogido tú uno de esos papelitos que he dejado en los tablones de anuncios, verdad? Bueno, voy al grano: Dime, ¿dónde has visto a los Zipulas, dónde viven y qué te hicieron? ¿Cómo fue todo? Relata tu vivencia con todo detalle.
—Yo, es que… verás… no puedo más, no puedo con este pringue asqueroso… Mi enfermedad no me deja razonar cuando dejo de ser mi yo normal. ¡No quiero hacer guarrerías! —dijo el chavalín conmocionado.
—Comprendo, sí. Pero cuéntame algo. Háblame de los Zipulas, ¡por favor! —yo iba a EXPLOTAR por la intrigah.
—Vale, vale, no me agobies —el niño miró a la pared de enfrente mientras rememoraba—. Fue hace tres años. Estaba en el parque con mis tíos, y… en un descuido por parte de ellos me fui, persiguiendo una paloma… Acabé detrás de una gran maceta y luego sentí como un mareo. Los Zipulas fueron a por mí en ese instante. Había uno vestido de rojo, uno de turquesa, uno de verde y otro de morado.
—¿Morado?
—Sí, sí. Me llevaron a una especie de sitio circular, rodeado por árboles. Luego… todo se quedó oscuro, ¡yo estaba aturdido y no sabía por qué! —Asimetrio narraba sintiendo ese miedo que vivió—. Acabé en una extraña habitación que parecía estar bajo tierra. Estaba vacía pero tenía una puerta. Yo estaba tirado en el suelo, boca arriba. Y luego… me tocaron en la cara y… en mis partes. Pero pude hacer algo… ¡Pude atacar! Me volví loco, muy loco y me puse a gritar y a gritar. Ellos intentaron retenerme, pero no… no lo consiguieron. Algo extraño pasó y… salí por donde entré. Me tiré al suelo del parque y pedí auxilio. Vinieron a rescatarme y ahí acabó todo.
—¿Ya? Necesito más datos, intenta acordarte —insté con ganas de saber más.
—Por favor, para, ¡PARAAA! Tengo miedo, ¡tengo ansiedad! No quiero que me hagan daño, no quiero esta enfermedad, no quiero que se aprovechen de mí —Asimetrio no aguantaba más.
—Yo… sí… pero…
—¡QUIERO QUE ME DEJEN EN PAZ! ¡NO QUIERO SER UN NIÑO R! ¡QUIERO SER NORMAAAL! ¡¡GUAAAAAAAAAAHRRRGG!!

El pobre e intranquilo Asimetrio iba a implosionar. Nosotros pudimos captar su agonía mental desde muy cerca.


—¿Qué he hecho? ¡Le he volatilizado la felicidad! —me llevé las manos a la cara, me sentía súper culpableh.
—¡No le digas nada más! —pidió el preocupado Maselillo.

Intentamos tranquilizar al sumnongle con técnicas mixtas de payaso y niñera, pero no hizo falta; Asimetrio volvió a su estado de entrañable demencia. Su máquina emitió un breve sonido indicando el cambio de comportamiento.

—¿Guaoguauah? —preguntó como si se hubiera despertado de un extraño sueño.
—¡Asimetrio! ¿Estás bien?, ¿estás más aliviado? Lo siento mucho, de veras…
—¡¡VOY A DIBUJAR A UN PERROOOOOOO!! —gritó felizmente.
—Uy, déjame ver… ¡No te muevas! —dije mientras intentaba parar al chiquillo revoltozzo— ¿Cómo? ¡Su próximo momento de lucidez será en abril del año que viene!, ¡no podemos esperar tanto!
—¡Desiste ya! El pobre crío no te va a poder decir más cosas sobre esos acosadores. No se lo hagas recordar más, por favor. —Maselillo mostró un semblante triste para hacerme ver lo que era lo más apropiado para el pequeño sumnongle.
—Está bien, Maselines…—acepté de mala gana renunciar a mi misión de ordeñarle información a Asimetrio sobre los Zipulas.
—¡¡PERROS PEGADOS EN LA PAREEEEEEEEEEEEEEEEEED!! —gritó felizmente, sacando de su alejada mochila el oloroso mejunje guarrete que llevaba dentro para seguir pintando en la pared.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo una voz al fondo de un pasillo.

Un profesor misterioso, cuyo rostro no pudimos ver, se acercaba alarmado por el escándalo que habíamos montado. Maselillo y yo optamos por huir para no meternos en problemas, dejando al nuevamente alegre Asimetrio haciendo de las suyas.

No conseguimos saber todo lo que queríamos saber (jolines…), pero valió la pena haber escuchado el testimonio de ese niño. Ahora sabemos que hay… ¡cuatro puñeteros Zipulas! Y que además tienen una especie de guarida debajo de un área circular dentro del parque de Maraguarrada. La Liga Antipedo tiene que hacer una exhaustiva investigación sobre esto. ¡Quiero encontrar la verdad y quiero encontrar a Poesía!

Esto, chiqui, ha sido lo más interesante de este martes. No ocurrieron otros eventos fascinantes después de todo este dramón. Además, yo me escondí en un huequito especial y no fui a ninguna clase durante toda la jornadah. Está mal, sí, pero no tenía ganas.

Ahora estoy en casa, con mi gato, escribiendo las últimas palabras de esta entrada en el salón. Que sepas que el hechizo chapucero que hice con una vela violeta para maldecir a Basilión no sirvió de nada, aparentemente. Pero he de decir que mi look pañuelo + peluca + gafas ha conseguido ocultar mi identidad, más o menos, delante de ese canalla pinchudo. Lo seguiré llevando porque le sigo teniendo miedou y no quiero arriesgarme a recibir un puñetazo como aquel que le dio a Blas Guijo…

Bueno, aquí se acaba esto. Le deseo buena suerte y felicidad a Mamá Vegas y a Asimetrio, y todo lo contrario a Basilión y al repulsivo de Gleo. Ah, y si ese niñato ponzoñoso consigue extender ese estúpido rumour de amour por la escuela, lo tiraré a la cámara de la Mentira para que vomite la verdad, si es que la cosa empieza a perjudicarme.

Uff, que me enrollo otra vez. Bye, bye, pollo con sabor a pez .

No hay comentarios:

Publicar un comentario