08 octubre 2011

Ladronzuelo rumbo al río

Hola a todos (os saludo con mi mano aunque no la podáis ver). Llevo reservando las ganas de comunicaros cómo fueron mis andanzas por la ciudad desde esta mañana y por fin lo he conseguido. Ahora, si eres un lector, y no una masa de aire que no puede leer, concéntrate y disfruta de esta entrada bien tratada.

Los ecos de la sociedad llevan diciendo a lo largo de la historia de la humanidad que los sábados no suelen ser días productivos. Dudo que esa chorrada sea cierta porque en los sábados puedes producir muchas cosas diferentes, como, por ejemplo, un cenicero hecho con barro de montaña o un destornillador de margarina fosilizada. Sin embargox este sábado no era un día de construir tonterías y llenarse las uñas de mierda, no, no, nonico… Era un día para EXPLORAR LAS AFUERAS DE LA CIUDAD.

Esta mañana, después de desayunar cereales que había dentro de una caja con la imagen de un koala verde, me escondí en mi frío salón y me enredé con los cojines intentando encontrar una comodidad que nunca hallé. Sabía que necesitaba abandonar mi hogar en busca de aventuras.

—Oye gato, no quiero que te atontes con los cotilleos de media mañana. Tú mejor mófate de los cutres que se humillan en los concursos de talentos. Y nada de documentales sobre los océanos que luego te mareas y te dan ganas de mear —recomendé a mi felino casero, que no se enteró de NADA, mientras yo iba de aquí para allá.

Salí de casa dejando a Perseo con el mando de la tele a su disposición. No creo que conozca para qué sirve cada uno de los botoncillos y posiblemente acabe apagando la tele sin saber cómo volver a encenderla. Pero da igual, él no es un gato muy telespectador.

Al salir de mi casa tomé rumbo hacia el barrio de Normalera. El viento frío pareció guiarme hasta una zona de mal rollo cercana a la escuela. Se trataba de un callejón aburrido sin salida en donde se agolpaba mucha tensión… al fondo de todo, junto a las cajas. Presencié la escena tras la esquina de la entrada del callejón, dejando que solo mi cara en cuarto creciente vislumbrara lo que allí ocurría.

—Lo… lo siento, no me gusta tu forma de jugar —una jovencita de cráneo fino se angustiaba sin remediox.
—¿Así que por eso estás tan nerviosa? —la sumnongle con ojos de destripadora de alegrías se acercó a la chica a la que no dejaba escapar.
—Pensaba que eras una defensora del amor. ¡No soy tu juguete!
—Eres más que eso, querida. Recuerda lo que siempre te digo… —dicho esto, puso su mano en el hombro de la chiquilla angustiadah.


Mi cerebro altruista envió una señal a mi boca somnolienta. Sabía que era la ocasión para gritar uno de esos mensajes para ayudar a niñas acosadas por otras niñas.

—¡Oye, tú, rinoceronte abusador! Deja a la nena en PAZ o te recortaré tus deditos con las tijeras enmuñadoras para dárselos de comer a los cerdos más desnutridos de tu manada —espeté a la monstruita mientras la pared del edificio de la esquina preservaba mi anonimato de pazguato.
—¿Quién está hablando? ¡Déjanos en paz! —gritó la chica malrollera desde las profundidades del callejón.
—¡Yo me marcho! —la otra aprovechó el desconcierto de la acosadora para hacer una vuelta de tornado de nivel avanzado para escapar.

La víctima huyó del callejón dejando atrás a la acosadora turbada. No agradeció mi intervención, tal vez porque no supo que fui yo quien le ayudó verbalmente. Solo pasó por mi lado corriendo hacia el este y respirando fuerte. Noté que me salpicó jugo de su ojo en mi mejilla.

No sabemos nada de la historia de esas dos niñas de cabezas extrañas. ¿De verdad es la chica del jersey púrpura una acosadorah?, ¿sometía a su víctima a una posible tortura?, ¿era la del jersey verde su concubina?, ¿por qué estaban en ese callejón? No saber, no saber… Os dejo que averigüéis la trama de este embrollo adolescéntico.

Creo que mi instinto ha hecho lo correcto; se merece un aplauso (plas, plas, cataplás).

Seguí mi ruta sin miedo a nada. La chica del jersey púrpura se quedó sola en el callejón y no me persiguió, por lo que no fue una amenaza para mí. Mi intenzione desde un principio era hallar tranquilamente un determinado rincón en Normalera en donde se vendieran fragancias de ambientadores con olor a jengibre enamorado y a oasis sin camellos. Y como era de esperar, lo encontré y me compré lo que quería, lalalá.

Eso fue solo lo que quería hacer, pero los follones de las calles me atraen como un imán endemoniado y yo no puedo evitarlo, tal y como ocurrió con las chicas del callejón y con los dos sumnongles que vi después de salir de la tienda cuya experiencia relataré a continuación:

Había una vez un domiciliou en un piso bajo con una ventana muy graaaaande orientada hacia la calle. Era una ventana abierta sin cortinetas, ni feas ni bonitas, y a través de ella se podía contemplar todo un mundo muy casero. Mi oído volvió a captar palabras que irradiaban hastío, pero esta vez provenían de un sumnongle diferente que se encontraba dentro de ese hogar. Sin pudor alguno, me acerqué a la ventana ocultándome lo más que pude para que no me vieran y miré lo que ocurría dentro de esa casa.

Amoh a tomá un cafelito —propuso un sumnongle amarillento que hablaba por un teléfono.
—¡No me llames por tonterías! —gritó otro entre aspavientos de enano irritado.
—Pero zomoh amigoh, ¿no? —tras decir esto, colgó la llamada y volvió a llamar al mismo número velozmente.
—¡Iiiiiiirng!
—Coge el teléfono pa decite que amoh a tomá un cafelito —repitió el pesadoh.

Al cabezón tetralunar lo sacaron a patadas de sus casillas. Estaba harto de oír su teléfono cantar. Su amigo de pacotilla lo llamaba sin parar para preguntarle siempre lo mismo, a pesar de que estaban en la misma habitación.


Tan cabreado estaba que destrozó el aparato reventándolo con su manita aparentemente delicada y débil. Lanzó los trozos al aire y cayeron a la cara del sumnongle amarillento.

—¿Ves normal esto o no?, ¿POR QUÉ ME LLAMAS POR TELÉFONO SI SABES QUE TE OIGO PERFECTAMENTE SIN ÉL?, ¡ESTOY EN FRENTE DE TI! —el enfado se hizo dueño de su mente.
Entonce ya no zomoh amigoh, ¿verdá? —preguntó preocupadodo.
—Y tú… ¿Ves normal esto? —el sumnongle destroza-teléfonos, que ya había visto mi media cabeza al otro lado de la ventana, se dirigió a mí y me formuló esa cuestión ignorando a su amigo.
—¿Yo?, ¿Me preguntas a mims? —dije con asombro al ser descubiertis.
—Sí —el sumnongle se había tranquilizado un poco
—Pues no lo veo normal. No entiendo nada. No sé por qué hay tantos teléfonos en esta casa. ¿Os llamáis todo el día mutuamente o qué? —expulsé mis dudas como palomas al vuelo.
—Yo lo llamo poque tenemoh que hablá.
—Y tú pareces gilibobo —señalé al amarillento con elegancia—. Y ahora que me doy cuenta, me recuerdas a Odberto de Bohemme.
—¿Eso quién eh—cuestionó con interés.
—Es un señor de cara amplia y con forma de muela gorda tallada en grasa de moco.
—Ni él ni yo conocemos a ese señor. Ahora, si no te importa, ¡lárgate de aquí o llamo a la policía por espiarnos sin permiso! —advirtió exclamando sin control.
—Vale, vale, señor cabezón —dije por lo bajini.

Me marché de aquel sitio mientras columpiaba manualmente mi bolsita con fragancias para mi ambientador. Eran las 12:30 cuando me fui.

Tras contemplar durante unos minutos a los transeúntes de una calle y escudriñar varios escaparates, mi estómago gruñó sin educación para anunciarme que tenía hambre. Decidí en ese momento ir a almorzar a una hamburguesería popular en la zona pero no pude porque la carne no me dejaba pasar… La carne de un sumnongle en apuros que apestaba a sudor espeso.

Os explico: En esa hamburguesería, según cuentan unos seres parlantes que presenciaron lo que sucedió, un hombre muy gordox había comprimido sus lorzas en una ropa muy apretadah e incómoda. Unos jóvenes con sombrero y gafas de sol, al verlo, se rieron de su atuendo y el hombre se alteró tanto que su grasa comenzó a agitarse dentro de la ropa. Finalmente la tela se desgarró por la tensión y su cuerpo atrapado fluyó libre entre los menús y las mesas sucias, dejando ver que el hombre era más obeso de lo que parecía con esa ropa que lo comprimía.

En vez de cubrir el océano de piel desnuda con esas servilletas mierdosas que no secan nadah, decidió comerse una patatita abandonada que le costaba horrores conseguir. Estaba muy nervioso por ser el centro de atención, pero hubo gente que comprendía su situación. La ansiedad da hambre y lo sabes…


Los jóvenes groseros HICIERON FOTOS a la mole de grasa y NO PIDIERON PERDÓN. Yo quise castigarlos por sus fechorías pero unos sumnongles maduritos se encargaron de eso soltándoles unos rapapolvos sobre civismo y respeto a la gente MACRO.

Era imposible para mí y para todos acceder al mostrador. El señor ultragordo quiso condensar su carne sobrante dentro de un traje para mezclarse con menor dificultad entre la gente, pero no lo consiguió. Por culpa de esos putos niñatos, el hombre se convirtió en el obstáculo del año al liberar su grasa.

Yo me fui de la hamburguesería con el estómago vacío a un bar lleno de viejos de panzas cerveceras peludas. Allí me comí una ensaladilla rusa con mala gana, porque los señores fumaban como chimeneas en una huelga japonesa.

Me enteré luego, al terminar de comer, que la hamburguesería resolvió el problema del hombre obstaculizador. También me dijeron que el personal del establecimiento inició una promoción especial de hamburguesas preparadas con carne de jumano justo al mediodía. No sé qué ser es un jumano, pero me da por pensar que a ese calvito obeso lo cogieron para sacar filetes gratis. Dudamos de que eso sea verdad porque esa no es la hamburguesería de El Caníbal Zampón que está en la selva amazónica profunda.

A las 14:10 (uy, con tanto indicar la hora me parezco a la Quairo…) un repentino e inesperado calor atmosférico nos azotó a todos los habitantes de la ciudad. Era un calor de 33 grados de bochorno otoñal. Me dio vergüenza que se me encendieran las mejillas por culpa de la alta temperatura…

Caminando por mi barrio, opté por no regresar a casa. Saqué de mi mochila, que siempre me acompaña, un mapa que dibujé yo con un bolígrafo altamente puntiagudo. Lo dibujé para marcar un remanso en un río que hay al sur de la ciudad, en las afueras. Desde antes de salir de casa, mi plan estrella era visitar ese pequeño paraíso; siempre he tenido ganas de verlo.

Sin embargo, otro evento extraño retrasa-excursiones se presentó ante mí: Se trataba de un trío de jóvenes que andaba por mi calle. Todo parecía algo muy cotidiano hasta que de la chica del tocado elaborado saltó una sorpresa muy pomposa~.

—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!! —chilló asustada la damisela. Sus amigos gritaron también.


Era un peluso de esos… Los vi hace no mucho junto a Paxarito.

—¡¿QUÉ ERA ESO?! —preguntó asustada la chica del moño.
—¡Tía, qué asco, era una rata con patines! —comentó la chica de la blusa blanca.
—¡Qué fea, joder! Tiene los labios iguales que los de mi tía Rodolfa —dijo el chico.
—¡Tía!, ¿Cómo es que tenías esa cosa en la cabeza? ¡Dime, dime!
—¡Ni puta idea, no notaba que la tenía! Se camuflaba entre mis pompones —la del moño estaba tan confundida como un oso polar en Beverly Hills.
—Eso me suena a bulo —confesó la de blanco indignada.
—¿Cómo?
—¡Qué eres una mentirosa! Las verdades a la cara, coño. Apuesto mi blackcherry a que tus accesorios son todos pura farsa —el chico confesó con desparpajo plumoso.
—¿Qué dices? —cuestionó anonadadax. Le costaba creer esas palabras.
—¡Tiene razón! Eres una traicionera. Tú sabías que tenías la rata en la cabeza. ¿Cuántas cosas llevas puestas que en realidad no son lo que son, tía?
—¡Estafadora!
—No podías ocultarlo por mucho tiempo. A mí no me engañas.

Ese ataque oral tan salvaje perpetrado por esos dos sumnongles enfadadizos me obligó a intervenir en la discusión.

—Vosotros dos sois tan detestables como un tenedor clavado en el cuello.
—Tú a callar que aquí nadie te ha dado vela en este entierro —ordenó con asco y disparando perlas de saliva al aire callejero.
—Y a ti nadie te ha dado permiso para ponerte los collares de tu abuela —arremetí mirando su feo abalorio.
—¿Cómo?
—¡Que te escupan un pollo en todo el ojo, congrio urticante! —insulté sin miedo al morenito—. ¡Y a ti en el oído, hiena rabiosa! —dije luego a la niñata de al lado.
—¡AY, LO QUE NOS HA DICHO! —gritó el chico. Tanto la chica de la blusa como él estaban furiosos perdíos.

El odioso joven cabreadísimo y yo mantuvimos una persecución clásica, como las del desierto del Boberío. Duró muy poco porque el chico ofendido corría más despacio y por menos tiempo. Menos mal que no me pilló (¡fiu!).

Rumbo al río caminé con seguridad bajo los refulgentes rayos del sol. Desgraciadamente, la tranquilidad de mi corazón fue asesinada cuando la bola de pelos con patines apareció nuevamente para robarme con destreza el mapa que llevaba en mi mano.


—¡Maldita maraña sobre ruedas! Devuélveme el mapa.

No sé por qué cilantros se subió al pelo de esa chica y tampoco sé por qué me robo el mapa. Quizás ese ser sea pura diablura de la mala. Y lo peor de todo es que hay más como él, pero con gorras de diferente color. ¿Se comportan todos de la misma manera? No saber…

Seguí al bicho hacia al sur, justo a la dirección a la que debía ir. El ladrón con patines era pequeño pero rapidísimo y pronto dejé de aguantar su ritmo. El cabroncete se escondió en un matojo pero afortunadamente dejó caer el mapa de su boca por un movimiento torpe que cometió.

—Buff… Está muy arrugado, pero me sirve.

Maldije a ese ser por robar mi propiedad, aunque gracias a él llegué a las afueras de la ciudad más pronto de lo esperadox. Oh… las afueras… donde descansan los huesos del pobre Ente de Oort. Aún te llevo en mi corazón, junto a la sangre y sus componentes.

Pronto me vi con los pies situados sobre la pradera del sur del distrito. Entre el herbazal dorado pude distinguir un recorrido de agua que sin duda alguna se trataba de un río. Bueno, a decir verdad era un afluente… Creo que del río manzanaroso ese.

Sorprendentemente, acabé encontrando ese remanso; no tardé mucho en llegar hasta él. Pero no estábamos solos en ese lugar… había otros sumnongles humanos disfrutando del calor de la tarde. Entre ellos atisbé a una hermosa familia muy peculiar. Tal estampa llena de jovialidad y paz me regocijó el alma. La armonía que había entre aquellos humanos y la naturaleza estuvo deleitándome durante unos minutos. El agradable murmullo del agua mezclado con el trinar de los pajaritos acogió las palabras que una preciosa joven muy pin-up iba a pronunciar:

—¡MENUDA MIERDA DE SITIO ES ESTE!
—Cariño, relájate y disfruta del entorno —dijo con ternura su madre.
—Vale, lo haré, pero si los mosquitos se ceban con mis piernas la culpa invadirá tu conciencia —la jovencita se acomodabah en un extraño cojín fucsia y estiraba sus dos extremidades con pies hasta que algo se posó en una de ellas—. ¡Vaya! Un martín pescador se ha posado en mi pie. Tal vez le haga una foto.
—¿Queréis galletitas saladas? —ofreció la madre a su hija y a los otros dos varones que conformaban la familia.


—¡Fíjate, mamá! Este pajarito lleva un ojo en el pico… tal vez se lo haya quitado a un cadáver que está cerca —por el color y el aspecto de ese ojo, dedujimos que no era ni de Ente de Oort (que ya está más disuelto que una aspirina mojadax) ni de Poesía (pues sus ojos son azules como la tinta de un rotulador que pinta azul). ¿De quién sería ese ojo? Quizás sea de cristal o de algún animal.
—No digas esas cosas. Anda, cómete unas galletas o vete a jugar con tu hermano al agua.
—¡Ven, que te mojo el lacito! Jajajá —el niño gozaba autoempapándose.
—Mamá, desde que le regalaste ese tridente no me acerco a él ni a seis metros de distancia.
—Entonces vete al agua con él —indicó la madre a la joven señalando al hombre con patas de crustáceo.
—Yo no me meto en ningún sitio con él. Tu novio es un poco cangrejo —comunicó aburrida y mirando con asco a lo que yo creía que era su padre.

Me harté de tanta conversación ajena y me alejé de esa familia. Guié mi mirada hacia otros puntos de actividad fluvial, especialmente a uno protagonizado por un niño alargado con un flotador. Al muchacho, que flotaba feliz, se le acercó un pato caliente.


Desconozco si existen los patos calientes como una determinada especie o si simplemente el pato estaba tan excitado al ver el cuello de cisne de ese nene que hizo hervir el agua a su alrededor.

—Mirad, mirad cuánto amor derrocha el pato. ¡Ese pato quiere al niño! —gritó una ilusionada mujer que velaba por la seguridad acuática del menor entre la hierba.

El pato finalmente se frotó suavemente con el niño sin hacerle NINGÚN DAÑO y sin penetrarlo con su vil cipote.

Tras esa experiencia, muchos de los humanos allí presentes quisieron demostrar su amor a los animales del río. No sé si Pelafrú volaba cerca pero la gente estaba muy pegajosa, muy sensiblera esa tarde. Los humanos aceptaron a las criaturas de ese ecosistema y les abrieron las puertas de su corazón a lo bestia. Por eso pude ver cosas como esta:


Lo húmedo y lo seco fundido en un solo beso...

No entendí esa reacción tan extraordinaria por parte de los humanos, así que abandoné el lugar porque no quería sobar a ninguna alimaña; yo ya en mi casa tengo a un mamífero al que puedo acariciar (miaufufú). Otra razón por la que me fui del río fue porque el hombre cangrejo se acercaba sonriente hacia mí y me dio cangueloh.

Huí de la espesura vegetal esquivando insectos voladores. El panorama resultó ser más rocambolesco cuando me fui del río porque comencé a oír gemidos estridentes de humanos y de animales muy extraños y difíciles de definir. Parecía que llevaban a cabo un ritual sobre la naturaleza…

Cuando el crepúsculo comenzó a suprimir luz del cielo, escogí la idea de visitar el centro comercial Compralgoyá. Está también al sur del distrito, al lado de Fuencremosa. Es muy grande y luminoso y tiene muchas cosas que ver y que comprar.


Llevaba mucho tiempo fuera de casa, yendo de un lado a otro, y a pesar del calor seguía teniendo fuerzas para visitar aquel sitio. Además quería tragarme una pelota de helado, de las pequeñas. Y como no, antes de conseguir mi propósito, las casualidades de la vida prepararon una última sorpresa para mí justo en la concurrida planta baja del centro comercial.

—¡Maselillo!, ¿Qué haces ahí dormido? ¿Acaso eres un buen niño o eres un pillo?

Dos adultos sospechosos me miraron con ojos confundidos.


—¡Maselillo, despierta! ¿Es este acaso tu empujador personal? —pregunté inútilmente al nene dormilón.
—Perdona, somos sus padres, y te pediríamos que no lo despertaras; el pobre está muy cansado —intervino la mamá para aclarar la situación mientras el papá se desconcertaba.
—¡Los padres de Maselillo, qué revelación! Pensaba que erais unos secuestra niños como los enanos del parque. Como Maselillo tiene cara de bebé... —comenté con la boca llena de tonterías.
—No, qué va. Lo llevamos en esta cama móvil, de esas que puedes utilizar en este sitio. Si tienes cansancio, puedes echarte una siesta mientras alguien te lleva —explicó sinfónicamente.
—¿No es muy tarde para dormir una siesta?
—Lo sé, pero Maselillo estuvo jugando al tenis tres horas seguidas. El pobre estaba que no podía más consigo mismo —la señora acarició la melena rizada de su sonriente zZzZz Boy.
—¿Juega al tenis? —lo de la cama móvil y lo del tenis me dejaron boquiabiertis.
—Espera… tú eres sin duda la persona de la que mi hijo me habla tanto. En la escuela siempre estás con él. Me ha dicho que sois muy amigos —sonrió mientras con el poder de la afabilidad.
—Oh… ¿Y cómo me ha reconocidox?
—Por las gafas rojas y esa mochila que llevas. Y las ocurrencias que sueltas cuando hablas son inconfundibles.
—Tengo marcas de identidad bien definidas. ¡Estupendo! —agradecí en mis adentros viscerosos que la señora pudiese reconocerme por ciertas características de mi estilo. Me hizo sentir tan original e irrepetible—. Pues tú tienes pinta de ser una de esas madres fabulosas que tan bien me caen.
—Gracias, cariño. Mi querido Malulo se lo pasa muy bien contigo, y adoro oír vuestras anécdotas.
—¿Malulo? —pregunté con voz de célula semimuda.
—Oye, ¿te apetecería venir el martes a nuestra casa a almorzar? Podrías venir con Maselillo después de clase. Él siempre dice que le gustaría mucho que fueras a nuestra casa.
—¡Genial, es una idea genial! —opiné feliz.
—Perfecto. Ahora nosotros nos vamos a comprar unas cosas.
—Y yo me voy a comer.
—Pues mucho gusto conocerte. Yo me llamo Claudisa Agramolde y él es Teodorillo de por Vida, el padre de Maselillo —reveló tan amable como antes.
—Hola. Mucho gusto —saludo el papi con timidez y estrechando mi mano.
—Lo mismo digo, Tornillo.
—No, Teodorillo —corrigió su nombre editado por mi mente creativa.
—Perdongo.
—¿Y tú eres…? —intervino Claudisa para escuchar mi nombre.
—¿Yo?, ¡Yo soy un encanto ♫!
—Indudablemente —la sumnongle se sonrojó y me guiñó su ojito minúsculo—. ¡Nos vemos el martes!
—Vale, ¡hasta el martes!

Qué rarísimo fue hablar con los padres de Maselillo estando él presente pero inconsciente en una cama con ruedas. Tenía ganas de hablar con él pero no quise interrumpir su siesta maselillosa.

Fui a tomarme un heladín de limón para paliar ese invasivo calor otoñal. Pude ver desde mi asiento en la heladería cómo los padres de Maselillo cargaban con él trazando un recorrido de tienda en tienda con algo de dificultad. También pude ver a otra gente cargando con otras camas móviles en donde dormían sumnongles perezosos. Era todo muy sleepy.

Por último abandoné Compralgoyá y volví a casa para cuidar a mi gato y escribir esta entrada tan rápido como me fue posible. Por el camino recordé todo lo que debía escribir y también recordé que tengo muchas cosas pendientes por hacer, como averiguar quién o qué es la maldad de la escuela, casar a Ambrosio con Dalipsa, contactar con los cuatro niños que han visto a los Zipulas y pillar a esos pedófilos, saber quién escribió esa nota amenazante que recibí en el día de mi cumpleaños y, si se puede, encontrar a Poesía… ¡Ah! Y hacer unos deberes de mierda que son MUY ABURRIDOS.

Jolines… Tengo mucho que hacer.

(¿Malulo?)

No hay comentarios:

Publicar un comentario