11 octubre 2011

Quien bien te quiere, te dará de comer

He aquí el día esperadox…

Por fin he regresado de nuevo para contaros mis andanzas por mi mundo peculiar. Hoy he visitado un lugar al que nunca he ido y he conocido sumnongles nuevos, de esos que no se ven por las zonas que más transitoh.

Pensaba que el martes no iba a llegar nunca. De hecho pensé que se había escondido detrás del jueves o algo así, en vez de ir detrás del lunes como de costumbre. Pero evidentemente vino detrás del primer día de la semanita y eso me hizo sonreír como un lémur bien cosquilleado.

Al salir de clase, Maselillo y yo nos encaminamos juntos (pero sin ir de la mano) hacia nuestro destino. Estaba muy entusiasmadə.

—Qué bien, Maselillo. Hoy me llenaré las tripas con la comida de tu casa. Pensaba que nunca llegaría el día en el que me invitaras a comer a tu hogar —confesé al nene pelirrizado.
—No sé por qué no lo he hecho nunca. Hace años que no entran amigos míos en mi casa.
—Desde que tus padres juegan al pilla pilla en bolas por tu salón, a tu casa no se acerca ni tu urólogo —bromeé amistosamente.
—Qué tonterías, jajaja.
—Ay, Maselillo… Me fascina tener comida de tu familia en mi interior… —susurré muy cerca de su mofletudo rostro con una voz provocativa. Luego, le pregunté una cosa para destruir esa estúpida tensión incómoda que creé sin venir a cuento—. ¿Cuál es el menú que nos ofrece hoy tu madre o tu padre?
—Nada… Es que, verás, cuando llamé a mi padre justo al salir de la escuela me dijo que a mi casa no podíamos ir hoy porque está la bajante atascada y hay un pestazo horrible. Hoy vamos a casa de mis abuelos, que está muy cerca de la mía —comunicó Maselines con miedo a desilusionarme—. Espero que no te importe… Aún así lo podemos pasar bien.
—No me importa. Será una tarde muy pelleja con los yayos —dije algo desalentadis.
—¿Cómo?

Nos desilusionó un poco lo de no ir a casa de Maselillo, pues teníamos ganas de ver cómo era su habitación y de averiguar si es de esos que dejan los calcetines tirados en el suelo. Pero, en cambio, nos fascinó la casa de sus abuelos; vimos muchas cosas interesantes en ella.

Anduvimos unos minutos más por el plácido y arbolado barrio de Maraguarrada en dirección al oeste hasta al llegar a la adorable casa. Antes de entrar en ella, contemplamos con ojos de arquitecto su fachada y algunos detallitus peculiaris que nos llamaron la atención. Me entraban ganas de comer reposho mojado cada vez que miraba el esmeraldoso tejado de ese edificio.


—¿Tus abuelos hacen vudú? —cuestioné al nené.
—¿Lo dices por los títeres que están en el seto? Los hizo mi abuela y los puso ahí para decorar —informó Maselillo, tan gentil como siempre~.
—Son bonitos. Tu abuela tiene que ser muy maja. ¿Cómo se llama?
—Se llama Emilia Esplendorosa Paredes. Seguro que te va a caer muy bien —aseguró el sumnongle sonriente un segundo antes de tocar el timbre de la casa de sus abuelos.

Pude distinguir, aparte del campanoso sonido del timbre, un murmullo marujil al otro lado de la puerta del patio. Había dos mujeres hablando y una de ellas se levantó para abrirnos.

—Oh ¡Pensé que no venías, Maselillo! —una sumnongle rechoncheta y bajita de pelo anaranjado asomó su cabeza por el hueco de la puerta.
—Hola, Emilita —Maselillo se puso en plan cariñozzo y besó los blanditos cachetes de su abuela.
—Hola, guapo. ¿TE COMISTE TODO EL PISTO MANCHEGO QUE TE DI? —preguntó alarmada.
—Sí, y estaba muy bueno.
—Así me gusta. Venga, pasa y… —la abuela, a la que Maselillo llama Emilita, no se dio cuenta de que yo estaba detrás de su nieto—, anda, no has venido solo.
—No. Mi padre te llamó y te dijo que venía alguien conmigo, ¿no?
—Sí, sí.
—Buenas tardes, señorax.
—¿Y tú quién eres? —preguntó curiosa con el ceño fruncido y una sonrisa de lagarto muy rara.
—Esta es la persona amiga mía de la que te hablé el otro día.
—¿Cómo que la persona amiga tuya? O es tu amigo o es tu amiga —dijo escandalizadax.
—Pero si da igual que… —Maselillo intentó sin éxito controlar la esperada reacción sulfurosa de su abuela.
—¿Qué disparate es ese? Ay, la virgen… ¡Una persona amiga! Eso no lo había oído en mi vida.
—Jopetas… —expresé abrumadə.
—Emilita, porfa, deja de agobiar. No quiero que nadie se sienta incómodo —Maselillo sufría por el bochorno abueloso.
—Está bien, me callo. No quiero parecer grosera —la señora quería averiguar algo sobre mí pero no lo consiguió y eso le disgustó un poco.

Volví a presenciar una situación embarazosa, de esas que te hacen sudar, y esta vez la causante del jaleo fue la abuela de mi amigou, una señora que había visto solo medio minuto por primera vez en mi vida y que ya me había metido en un follón justo en la puerta del patio de su casa.

Pasamos al interior del patio de la entrada. Una sumnongle vieja y chepuda de rostro conocido deslizaba su dedito, con la delicadeza propia de la tercera edad, por el borde una taza de café. Era la anciana de Raspacallos, a la que casi se le estalla la patata cardíaca al ver a la cucaracha del apocalipsis volando cerca de su papada.

—Mira, Proserpina, ya han llegado los niños —Emilita se sentó y escudriñó mi cuerpo entre sorbo y sorbo. No podía permitirse desconocer si yo era un XX o un XY.


—A ver, a ver… ¡Hola! —Proserpina se asombró tanto al verme como un saltamontes cuando encuentra su cargador de móvil preferidox—. ¡Ea! A ti te conozco yo… Tú estabas hace meses con el chico ese de mi barrio, el que se convertía en muchacha usando un cachivache precioso, precioso, precioso ¡QUE SE ROMPIÓ EN MIL PEDAZOS!
—¿Se rompió? —preguntó curiosa.
—Sí, estuve con él ese día y no lo he vuelto a ver.
—Vaya, ¡ahora sí te entiendo cuando hablas! Eso es que ya no tienes mocos en la lengua —dijo satisfecha.
—Posiblemente —le guiñé un ojo sin hacer musho ruido ocular.
—Emilita, ¿sabes que le gusta mucho tu decoración? —el pobre Maselillo no entendía las cosas que decía la amiga de su abuela, así que decidió alegrar un poco a Emilita, que la veía muy seria, revelándole lo que a mí me gustaba de su patio.
—Sí, esos espantapájaros son la bombaleche.
—¿Cómo que espantapájaros? ¡Son muñecos que he hecho yo para decorar y no espantan a nadie! —precisó alzando sus manos manuelas.
—Disculpers, quise decir…
—Oye, me ha contado un pajarito que te gustan mucho los muñecos —reveló interrumpiéndome la dulce vieja mientras me miraba maternalmente.
—¿Un pajarito? No habrá sido Paxarito, ¿no?
—Bueno… Emilita, ¿podemos almorzar ya? Tenemos hambre —el nene quería llevarme dentro de la casa para que su abuela no siguiera de ese extraño humor.
—Claro, la comida está en el caldero. Pero antes quiero preguntar algo a esa persona amiga...
—Espera, Emilita, déjame terminar lo que te estaba contando antes de que llegaran los niños —Proserpina Obsolescencia de los Rellanos no podía seguir reteniendo la información que guardaba en su blandito cerebro—. Pues verás, ayer pasó una cosa por la noche que me quitó el sueño: ¡quemaron los contenedores de debajo de mi casa! ¡Qué pestazo, madre mía! Es que desde que esa joven morena y descarriada de mi barrio ganó en una pelea de la calle ¡no para de armar follones! Está el barrio revolucionado, pero por suerte a mí no me ha pasado nada… Bueno, sí. Ayer me entró un moscardón de los gordos por la ventana de la cocina ¡y no sabes el alboroto que me montó! Me recordó al condenado abejorro del 82, el que mi marido y yo vimos en el apartamento de Benidorm. ¡Era igual de horroroso! Pues verás, como no podía acabar con el bichejo de ayer, le miré fijamente a los ojos y le dije «o te vas tú o nos vamos mi marido y yo», ¿y sabes qué? ¡El moscardón salió zumbando como un tonto por la ventana del balcón!
—Si es que con la crisis todo está fatal, hasta los bichos están fatal.
—Emilita, nos vamos para adentro.
—Espera, hazme caso y espera —Emilita se levantó de la silla y cogió la bandeja al estilo de Sunny, la camarera del amor al mismo tiempo que me acechaba a MÍ con sus ojos de bulldog—. Dime…, cuando terminas de hacer pis, ¿lo que te limpias es una flauta o una castañuela?
—Yo tengo genitales hechos con tejidos vivos entre las piernas, no una orquesta meona —estaba clarísimo que lo que dijo era una analogía instrumental de esas de las partes íntimas que tenemos en la ropa interior.
—De acuerdo. Venga, hacedme caso e id a comer —respondió inexpresivah.

Entramos a la casa y Emilia entró después portando las tacitas y la cafetera sobre su bandeja. La abuela no estaba a gusto con mis misterios corporales… Se notaba mogollón. Por eso quería verme de cerca para conseguir alguna pista sobre aquello que deseaba saber. No quería ser grosera preguntándome algo tan indiscreto, pero para sus indirectas y sus escaneos visuales no se cortaba ni un pelo de verruga.

—Tu abuela quiere saber si llevo bragas o calzoncillos. Y yo pensaba que eso lo iba a tener claro —comenté cuando la señora salió de la cocina.
—El otro día le hablé de ti, le dije tu nombre y más cosas, pero se me olvidó contarle si eras tal o tal.
—Entiendo —dije mientras me colocaba mejor mis gafas.
—No le hagas mucho caso a mi abuela. Te preguntará cosas con indirectas todo el rato para no ser descortés siendo tan… directa. Ella es así de especial y de insistente —Maselillo intentaba hacerme ver que su abuela no es más que un ser inofensivo, de esos que no pinchan ni son venenosos.

Emilia (o Emilita ) retornó a la cocina con poca elegancia, pero eso daba igual. Nos indicó que nos sentáramos a la mesa, que estaba cubierta con un mantel de flores.

—Bueno, bueno… A ver esos platos. Hoy comemos moros, judíos y cristianos. Y a comérselo todo, ¿vale? —Emilia cogió los platos y en ellos insertó la comida tricolor.
—Interesante versión del plato de moros y cristianos, señora Emilita.
—Es la versión correcta del plato. La mora son los moros, la judía son los judíos y el arroz… pues son los cristianos de toda la vida. —Emilia había incluido unas moras rojioscuras en los platos que no pegaban NADA con el arroz y las judías.
—Qué bonitos colores. Yo conozco a gente verde y morada —dije por decir después de mirar la comida.
—Y, hablando de colores, ¿quieres un tenedor azul o quieres uno rosa? —cuestionó al sacar dos de esos cubiertos con púas del cajón. Después miró a su nieto, al que ya le había dado un tenedor y le habló con su voz apapagayada—. A Maselillo le di uno azul porque es un hombretón, un hombretón muy flaco, así que come, ¡CÓMETELO TODO!
—Cómetelo todo, Maselillo. Rellénate como una piñatars. Haz que tu abuela se sienta orgullosa de ti —animé al nene sentado en frente de mí.
—No te andes por las ramas y dime de qué color lo quieres.
—Abuela, dale uno de los plateados, por favor… —pidió Maselillo con flojedad.
—Vale, plateado. Ni azul, ni rosa… Plateado.

Cuando la vieja sumnongle de pelo zanahórico se autoexpulsó de la cocina, volví a disfrutar de la paz. Pude saborear la comida a gusto gracias a mi lengua sonrosada, a pesar de que el plato tenía una guarnición frutal que no pegaba NADA con el resto.
«Cómete las moras al final; son como el postre», aconsejó.
Los platos se quedaron vacíos al cabo de unos minutos, más vacíos que las discotecas de la Antártidah. Nos comimos toda la comida. En realidad estaba sabrosa.

Pensamos salir de la cocina, pero Emilita taponó la entrada de espaldas a nosotrox. Un sumnongle viejo entró en la casa y pasó por delante de la puerta de cocina. Se dirigía al salón y llevaba un librito en la mano.

—Mira el yayo, mira el yayo… Ni entra en la cocina, ni saluda a su nieto ni a las visitas… —regañó Emilia a su marido.

Era de esperar que apareciera el abuelo de Maselillo tarde o temprano. Mi amigo me había hablado de él y mi había dicho que suele dar paseos con los pies y un bastón por el barrio. Después Emilita se giró como una peonza de carnes flácidas para emitir una mensaje lleno de asombroh.

—¡Vaya! ¿Ya os vais de la cocina?, ¿No sabéis que he preparado un postre? Está en la encimera.
—¡Oh, es una tarta de manzana! —Maselillo destapó la tarta oculta que su abuela señalaba dedosamente.
—Venga, hacedme caso y coméosla toda, o al menos más de la mitad.
—Emilita, nos has puesto mucha comida, no vamos a poder con más de un trozo —infornó el panza-llena a su abuela cebadora. 
—Tú hazme caso y come, ¡COME!

No pudimos evitar el segundo proceso de atiborramiento; Emilia no quería que quedaran espacios libres en nuestros juveniles estómagos. Pero, aun así, comimos de la tarta justo lo que nos podíamos zampar, que era exactamente la octava parte. Al terminar el postre fuimos directos a la escalera para subir a la segunda planta, pero antes de hacerlo nos asaltó de nuevo la abuela pesada.

—¿Os habéis comido la tarta?
—Solo lo que pudimos. Estaba riquísima —Maselillo sonrió mientras se manoseaba su barriga.
—¿Y ahora vais al piso de arriba?
—Sí, señorax.
—Muy bien. ¡Nada de hablar con el yayo! Dejadlo tranquilo —advirtió seriamente.

La señora volvió al patio de la entrada para seguir hablando con la vieja gritona de Raspacallos. Maselillo se fue a saludar a su abuelo y luego fue al baño a hacer pipí. Su abuelo es un narizotas con demencia senilenil. Se llama Bernardillo de por Vida y estuvo haciendo autodefinidos toda la tarde. Yo me acerqué a él para saludarlo, aprovechando que estaba solo y sereno en el salón y sentadito en su sillón custodiado por dos guepardos súper falsos.


—Hola, señor Bernandillo. ¿Está usted escribiendo en cuadrículas? —pregunté al anciano, aunque él no me contestó; estaba muy concentradops—. Abuelo de Maselillo, ¿está usted enmudecidox? Nos abruma su silencio.
BrMrmrfr, mmm, no —Bernardillo murmuraba algo casi místico—. No sé qué palabra va aquí. Tiene la letra u.
—Déjeme leer la pista y le ayudo —acerqué mis esféricos ojos al librito para leer lo que decía—. Órgano hueco. Ampolla. Mmmm… Eso debe de ser… ¡vesícula!
—¿Cómo?
—Vesícula. Ya sabe: vesícula, vesi-vesi, cula-cula.
—¿Vesícula? —cuestionó asombradoh.
—Vesícula —susurré como una gatta calientte a su oído.
—Vesícula, vesícula, vesícula…
—¿Y esta palabra de aquí? —pregunté al ver un vocablo singular. 
Acto seguido, Bernardillo me agarró del hombro y me contó cosas…
—Fue en la colina del norte del distrito donde pillaron a mi tío, sí, al hermano mayor de mi padre, y lo mataron. Fue ese militar, él lo trajo a la colina y allí lo torturó con sus compañeros hasta que al final lo mató, al atardecer en un día de verano de 1938. Allí dejaron el cadáver, pero alguien cortó su cabeza y la enterró en la cima —Bernardillo me miraba con sus ojos bien abiertos y atemorizados. Su voz sonaba tenebrosa.
—¡Tengo miedors! —expresé intentando liberarme de su mano.
—¿Qué pasa, abuelo? —preguntó Maselillo recién salido del baño.
—Vesícula —el viejo me soltó y siguió con su pasatiempo como si nada hubiera ocurrido.
—¿Eh?
—Dije que nada de hablar con el yayo. Él siempre está con sus cosas —la pesada Emilita reapareció por detrás de mí para intimidar de nuevo.
—¿Pero qué es eso de ahí? —mencioné al ver un surtido de cuadros extremadamente rectangulares colgados en la pared que estaba al lado de la escalera. Era una manera eficaz de librarme por unos segundos de los abuelos de Maselillo.
—Son fonocuadros. Aprietas el botón de abajo y se oye el sonido de aquello que se ve en el cuadro.
—¿Y qué hay en este? —pregunté al tocar la cuerda de la cortinilla que ocultaba la imagen del cuarto cuadro y que por sí sola se enrolló.
—¿QUÉ HACES? ¡NO LO TOQUES! —Emilita, alertada, intentó evitar que viera el cuarto y último cuadro, pero era demasiado tarde. Lo único que podía hacer era balbucear o soplar al revés.
—¡Pero si es casi precioso!


—La cortinilla está por algo. Nunca me ha gustado que nadie vea ese cuadro. Mi hijo, el tío Enardecillo, compró estos cuatro fonocuadros porque venía uno con el retrato de la modelo Paulena Cardonio, la fresca esa que lo ponía como un burro. Esa muchacha nunca me gustó —la abuela miró con desprecio a la sumnongle púrpura del retrato.
—El tío Enardecillo solo piensa en mujeres.
—El tío Enardecillo solo piensa en meter su zanahoria dentro de muchos conejos —hablé tan bajito como un pulgón tímidoh.
—¿Cómo?
—¿Y qué pasa si aprieto en el botón de Paulena Cardonio?
—¡NO LO PULSES! —gritó nuevamente para nah.
Ay, mi machote, quiero sentirte dentro de mí —la sugerente voz de la modelo se oía en la grabación del fonocuadro.
—Se la oye cariñosa y receptiva.
—Eres muy rebelde. Deja de tocar ese fonocuadro ya, caramba —la abuela volvió a irritarse, como si le estuviera palpando sus tetingas sin permiso.
—¿Y por qué aún lo tiene colgado si lo odia tanto?

La sumnongle arrugó su cara aún más y me disparó rayos de enojo con su mirada. Nunca respondió a mi flamante pregunta.

—Emilita, ¿tu preferido es el del grillo o el del pavo real? —el apresurado de Maselillo intervino para amenizar la situación.
—El del pavo real está muy bien pero el que más me gusta es el del limpiaparabrisas; hace un sonido muy gracioso, hace como güiñi, güiñi.
—Mi preferido es el grillo. Me relajó mucho una vez.

No íbamos a quedarnos ahí todo el día escuchando fonocuadros, así que ascendimos a otra dimensión: la planta superior. Maselillo y su abuela me guiaron a una habitación alargada cual anguila. Era el cuarto del tío de Maselillo, el Enardecillo ese del carajo caliente. Duerme ahí cuando no se queda en su casita, según dice mi amigou.

—Avispuñeta de los siete cuernos… ¿Se puede saber qué es todo esto y aquello? —expresé asombradis al ver semejante templo y las cosas que se hallaban en él.
—Sabía que te ibas a sorprender, jajaja. Hay muchas fotos mías, lo sé —Maselillo sonrió y se acercó a la cama. De ella cogió un videojuego y lo miró. Por otra parte, yo no paraba de mirar ese santuario dedicado a mi amigo.


—Hay muchas fotos y de varias épocas. Maselillo es muy guapo y eso hay que inmortalizarlo en fotos. Y es el mejor nieto de todos y el único que me visita —Emilita golpeó la espalda de su nieto con ternura de jubilada.
—Los otros te visitan menos porque viven muy lejos.
—Parecen rectángulos de carne con cara —yo escudriñaba cada foto colgada y sacaba conclusiones de ellas—. En todas las fotos sales sonriendo, como no.
—Maselillo es un chico feliz, por eso sonríe. Y mira qué guapo sale en la foto del marco negro, la del funeral de tu abuelo materno.
—¿Te estabas descojonando de la muerte de abuelo? —pregunté divertidamente indignadə.
—No, en absoluto. Estaba muy triste —afirmo el apenado nene.
—Te saqué una foto sonriendo porque te hice cosquillas en la barriga, para que te animaras un poco.
—Interesante. ¿Y esa foto entre las hojas? ¿Eras un Maselillo silvestre?
—Esa foto se la hizo en el parque. Y esa otra en la piscina a la que ibas en verano con tus amigos —informó Emilia.
—¿Amigos? —esa palabra avivó mi curiosidad de ardilla.
—Claro que sí, sus amigos. Maselillo era muy popular, todos en su colegio querían estar con él. Era el alma de todas las fiestas. ¡Y algunos venían a visitarlo desde Ávila! —explicó la sumnongle con afán.
—Alucinante…
—Eso era antes… Ahora ya soy más tranquilito, voy más a mi rollo —Maselillo se sonrojó como una cucharada de kétchup barato.
—Bueno, chicos, dentro de una hora y media os preparo la merienda.

Emilita abandonó el cuarto. Yo me quedé a solas con Maselillo, el chico más popular del mundo…

—Vaya, Malulo. Aparte de descubrir que a tu tío le molan las fotos de tías con las tetas al aire, tales como Paulena o la Dobleglobo Rebecca, me acabo de enterar de que eras un chico súper popular. Ese pasado tuyo es muy intrigantete y yo no puedo vivir con tantas interrogaciones en mi cabeza. ¡Cuéntame todo lo que no me has contado sobre ti! —anhelaba a toda potencia escuchar capítulos desconocidos de la vida de Maselillo.
—Por favor, no me llames Malulo; mi madre solo me llama así. Y de mi pasado no hay nada más que contar. En el cole tuve muchos amigos porque era muy enrollado, luego perdí el contacto con ellos y no me molesté en recuperarlo. Ahora soy más sereno —Maselillo no parecía disfrutar de la conversación.
—Ese cambio tan radical de tu personalinongle tiene que tener una razón más extensa.
—La verdad, no me gusta hablar de eso, me desanima mucho.
—¿Por qué?, ¿pourquoi? —pregunté insistente.
—Porque sí. Por favor, hablemos de otra cosa… —Maselillo estaba hartox y cambió el rumbo del diálogo —¿Qué tal te caen mis abuelos?
—Tu abuela es una pesada y tu abuelo está más parado que una crema catalana en Marte, pero cuando te habla puede dar algo de miedo.
—Tú no les hagas mucho caso a ninguno. Los quiero mucho y es mejor no discutir con ellos por las tonterías que puedan decir.

Fueron unos treinta minutos desabuelizados los que vinieron después de nuestra charla. Estuvimos jugando con algunos videojuegos de la Play Estación 3 del tío de Maselillo. Luego, Emilita volvió a manifestarse, pero esta vez vocalmente.

—¡Maselillo, hazme caso y baja para que veas los tomates. Ya han crecido y están muy gordos! —Emilia gritaba desde la planta baja.
—Ahora vengo. Tú quédate aquí, si no te importa.
—Ve a echar un ojo a tus amigos los frutos rojos.

Me quedé a solas con la soledad. Dediqué ese momento sin mi amigo a mirar las fotos una y otra vez desde el sillón, imaginándome un hipotético pasadox en mi mente. Todo fue muy ameno hasta que en el umbral de la puerta apareció una señora muy sigilosa. Era Emilia, había subido de nuevo pero sin hacer ningún ruido.

—¿Qué tal todo?,  ¿no bajas a merendar? —preguntó Emilia desde el pasillo, frente a un retrato de ella cuando era joven y pelucosa.
—Nadie me ha dicho nada de la merienda.
—Maselillo ya está abajo. Vamos, baja tú también.

Su peculiar humor sombrío volvió a apoderarse de su forma de actuar conmigo. Presentía que me iba a vomitar otra de esas odiosas preguntas, pues me miraba tan raro como antes…


 Y así lo hizo:

—Una pregunta: Cuando eras más joven, ¿qué juguetes pedías en los menús infantiles de las hamburgueserías? ¿Un coche o una Barbis? —cuestionó al estilo de una maligna institutriz.
—Una Barbis con ruedas. Señora, me está acosando con sus preguntas sexistas —confesé haciendo notar mi hastío putrefacto.
—¿Cómo?
—Que me bajo a merendar…

Emilia estaba de buen rollo cuando nos acompañó a la segunda planta, pero retornó a su estado anterior aprovechando que Maselillo se había ido abajo a mirar ciertos tomates y luego a merendar. Esta señora no va a parar hasta averiguar eso que no sabe de mí.

Abajo merendamos bocadillos de pan (pan de molde dentro de pan normal). Eran muy sosos así que le pusimos algo de embutidos. Emilia nos controlaba de vez en cuando para ver si nos lo comíamos TODO.

Cuando comenzó a atardecer mi cabeza me indicó que ya era hora de irse. Proserpina se había ido ya hace rato, así que yo era la única persona invitada que faltaba por marcharse. Después de despedirme formalmente de los viejos locos, Maselillo y yo mantuvimos una última charla antes de que abandonara el patio de la entrada.

—Bueno… nos vemos mañana.
—Y nos olemos también si quieres.
—¿Qué?
—Que tu abuela tiene que estar al fin contenta porque me voy ya. Estaba algo rasposa por tener a un "ser extraño" en su casa —expresé lo que por mis neuronas rondaba.
—¿Pero qué dices?, ¡Ella está encantada contigo! Le has caído genial y quiere que vuelvas a visitarla —comunicó el nene sonriente con sinceridad de la buena—. Ah, y me ha pedido que te dé este tupper con albóndigas hechas por ella. Dice que estás en los huesos y que necesitas comer más.
—Qué detalle por su parte. No me imaginaba que le iba a caer bien —mi asombro era casi tan denso como aquellas ocho albóndigas.
—Pues así es. ¿Te acompaño hasta el parque de Maraguarrada? —se ofreció el servicial Maselillo.
—No, mi brújula con patas. Tengo que ir a otro sitio primero y luego me iré caminando a casa desde allí.
—De acuerdo. Entonces hasta mañana.
—Hasta mariana, curly croquette.

Solté una excusa falsa solo para que el sumnongle no me acompañara cual lazarillo por el camino de vueltah. La razón era simple: necesitaba soledad para pensar y repensar en aquellos pensamientos que brotaron en esa visita a la casa de los abuelos de Maselillo. No son cosas que me preocupan, ni me asustan, ni nada… Solo me sorprenden, como cuando ves a una libélula que recita de memoria el número de tu teléfono fijo delante de tus narices.

En las inmediaciones de una de las entradas al parque de Maraguarrada, un joven sumnongle algo siniestro se detuvo SIN NINGÚN TIPO DE RESPETO. Portaba una carpeta amarilla y parecía estar esperándome. Comenzó a sonreír cuando me acerqué más a él.


—¿Algún problema, chaval? —pregunté sin pudor.
—No, no hay ninguno.
—Estupendo.
—Me agradaría mucho, si no es molestia, que me ofreciera parte de su tiempo para…
—Yo hoy no dono ni sangre, ni vísceras, ni bilis y no quiero oír hablar de Jesusete ni del hambre en el mundo —interrumpí al chico pues yo no tenía ganas de escuchar cosas posiblemente insulsas.
—Descuide, no quería hablarle de eso. Me llamo Nicolario y me gustaría hablarle sobre su amigo —el chico hablaba con una formalidad exquisitah, lo cual resultaba algo pedante para un sumnongle de su edad.
—¿Qué amigo?
—Maselillo. Usted ha salido de casa de sus abuelos y yo he seguido sus pasos hasta aquí para poder mostrarle algo.
—Espiar está muy feo y seguirme por la calle también. Ten cuidado con lo que haces —aconsejé a Nicolario, cuya actitud lo transformaba gradualmente en un ser casi espeluznante.
—Tenga cuidado usted… Maselillo esconde muchas sorpresas desagradables.
—¿Cómors?
—Él y yo estuvimos en la misma clase en primaria. Después estuvimos en clases diferentes pero en el mismo instituto en secundaria. Llevo más tiempo que usted conociéndolo. Llevo más tiempo observando su comportamiento y su evolución. Maselillo era entes un marchoso, un amigo de todo el mundo, y ahora es un chico rellenito y aburrido. ¿Sabe por qué?
—¿Por qué? —preguntamos más anonadados que un anonadátido.
—Por esto:

Nicolario abrió su carpeta para sacar algo de ella. Su notable gozo se hacía visible en su sonrisa; daba la impresión que estaba aguardando con ganas de que llegara ese momento.

—Esto fue cuando Maselillo tenía doce años. Aquí lo ve con sus mejores amigos de clase al acabar el curso. ¿Ve qué popular era? —el sumnongle sacó una foto impresa en papel de calidad.


—Lo veo, Nicolario. Es… sorprendente verlo tan acompañado —el misterio de la situación se enredaba en mi corazón y me estremecía por segundos.
—Es más sorprendente la foto que se sacó Maselillo después de haber pasado los cinco juntos unos días en Segovia.
—¿Pero qué demonios circuncidados es lo que ven mis ojos?


—Da pena, ¿verdad? Fíjese en Feliedra… Sus hermosos ojos verdes quedaron reducidos a dos pequeñas elipses. Y la pequeña Jorja, su primo y el otro chico también sufrieron ese maselillamiento tan extraño.
—Mira, no sé si es verdad o fotomontaje este par de fotos que me enseñas, pero sé que Maselillo es inofensivo y que nunca ha deformado la cara a nadie, ni siquiera a un muñeco de pan —aclaré con algo de nerviosismo.
—Usted no conoce a Maselillo tanto como yo. Esto es lo que pasa cuando se está tanto tiempo con él. ¿Entiende ahora por qué es más soso que antes? Sus antiguos amigos lo dejaron de lado cuando se dieron cuenta de que sus caras se transformaron en copias exactas de la cara de Maselillo. Él no quiere que eso vuelva a ocurrir y es por ello que ha decidido no ser tan sociable y guay.
—¿Me estás diciendo que voy a acabar igual?
—¿Quién sabe? El Maselillo de ahora es diferente al Maselillo delgado y enérgico de hace unos años. Es posible que ya no cause ese efecto en la gente pero no hay que bajar la guardia. La vida es muy traicionera —Nicolario incentivaba el miedo usando varias expresiones faciales y entonando su voz de una manera mística.
—¿Y de dónde has extirpado esas fotos?
—De una red social. Estuvieron a mi alcance y las pillé para mí antes de que las eliminaran. Quiero que todo el mundo sepa que el peligro acecha por la ciudad, oculto tras una sonrisa.
—Ya está bien de hablar de fenómenos maselillenses. Yo me marcho de aquí. Deja de espiarme a mí y a Maselillo, ¿entendido? Si me pasa algo en la cara no es asunto tuyo.

Quise huir de ese lugar en línea recta para llegar a mi casa más pronto, pero era imposible hacer eso. El extraño Nicolario se quedó más solo que la una; no quise estar más tiempo percibiendo las desconcertantes vibraciones de su presencia ni oyendo sus historias protagonizadas por Maselillo.

¿Será verdad lo de la metamorfosis facial? No tengo ni idea ni ideo. Solo sé que la gente que me espía da mal rollo. ¿Estuvo todo el rato fuera de la casa de Emilia esperando a que saliera para contarme cosas del pasado de mi amigo? Tampoco saber…

Me hubiera gustado explorar la casa de Maselillo pero en su lugar he explorado la casa de sus abuelos. Si Emilia no fuera tan pesada con sus preguntas indirectas sobre lo que soy, lo habría pasado mejor. ¿Acaso eso no está clarox?

Ahora estoy en casita disfrutando de los últimos minutos del día. El miedica de mi gato y yo nos despedimos porque creemos que despedirse mola mucho, solo si lo haces bien.

¡Ciao, darling!

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