13 octubre 2011

Labios

Hola, postrecito mío.

Mira, ya que estás aquí, ¿por qué no aprovechas y lees esta nueva entrada? Si estás preparadox para leer el prospecto de un medicamento para curar la culitis, entonces lo estás para leer esto (¿o no?).

Este jueves no ha sido muy memorable, pero aun así hubo algo que destacar. Ese algo era en realidad un alguien, un alguien que no conozco pero que me ha fascinado muchísimo POR LA CARA.

Bueno, voy al grano:

Esta mañana me levanté temprano como siempre para ir a la escuela. Sin embargo, hoy podía ir a la escuela más tarde de lo habitual porque ayer nos dijeron que a la primera hora de este día no iba a venir la profesora de mates. Qué ausencia tan favorable para mí~.

Aproveché esa hora de libertad sin dudarlo ni un siglo para sacar los trastos de la parte de arriba de mi armario y hacer limpieza. Mis manos seleccionadoras extrajeron con destreza algunos objetos viejos; ya no tolero que se sigan escondiendo de mí. Al remover esas cosas sentí algo conmovedore… Noté como la nostalgia me penetraba violentamente por sorpresa. Habrá sido por ver esa cebra musical, o, mejor dicho, piano…

En realidad se trata de un teclado eléctrico. Antes se usaba y ahora no, tal vez porque nadie tiene talento musical por aquí cerca (¿lo tienes tú?). Pensé en tirarlo a la basura pero algo tan caro no puede acabar en un merendero de moscas, así que decidí enchufarlo en el salón para comprobar si seguía funcionandou a la perfección, y, en efecto, funcionaba perfectivinamente.

En un descuido matutino, mi sigiloso gato Perseo apareció en el salón, seducido por el instrumento musical que dejé en el sofá. Sus patitas curiosas deseaban tocar esa máquina desconocida para él.

—Perseo, ¿dónde estabas escondido? —pregunté al sumnongle anaranjado—. ¿Te sientes seducido por el tecladodo? Ten cuidado con tus uñas.
—Miaaau —Perseo palpaba las teclas mientras me miraba hechizado.
—No sé qué cojones quieres pero confío en ti. Sé que no le harás nada al teclado.

Me comí un trocito de tocinillo celestial que tenía guardado en el frigorífico para desayunar. Todo transcurría con normalidad hasta que oí a mi felino maullar al mismo tiempo que tocaba el teclado. Quería llamar mi atención al estilo gatuno.


—¿Te mola el do-re-mí ♫ o el la-si-dó ♫?
—Miau, miaaaaau.

Perseo tocaba notas al tuntún, pero lo curioso fue que al final sonaba como una melodía bien hecha. Tuve que ir a mi habitación a buscar una grabadora digital para registrar esa música animal.

Mira, aquí está lo que pude grabar. Se oye mal pero se puede apreciar el piano de fondo con claridad. Escúchalo con tus oídos y no con tu nariz.

♫🎵

Es la primera vez que pongo algo de sonido en mi blog. No es gran cosa y la verdad no sé si el motivado de Perseo sabía lo que hacía cuando tocaba esas teclas, pero lo cierto es que algo armonioso pude escuchar. Por eso dejaré el teclado a su alcance para ver qué es lo que puede llegar a hacer.

—Me has impresionado, Perseo. Desconozco si de verdad sabes tocar el piano, aunque he de admitir que tienes buen oído para la música.
—Miauuuu —maulló contento.
—Uf, menos mal que ya me he vestido, porque creo que voy a llegar tardex. Bueno, gato, voy a desenchufar esto por si las zarpas. Ya cuando venga sigues tocando.
—Miauau —Perseo miraba desanimado cómo desactivaba el teclado.
—Hasta luego, mi bebé. Mi bebers. Mi atún. Mi gatito ♥ —me despedí de mi mascota antes de salir de casa.
—Miah.

El gato vio arruinada su diversión musical pero sabía que más adelante podía volver a tocar el instrumento. Prefiero que le guste tocar eso a que se encoñe con las napias de la mesa del salón.

La jornada escolar fue aburrida. El globo del aburrimiento que flota en algún lugar de mi espíritu hoy se hinchó un poco más de lo normal. Afortunadamente, las horas de clase acaban sí o sí, y yo me pude ir a mi casa a almorzar para no morir un poquito de hambre.

El almuerzo que tocaba hoy era las albóndigas que me quedaban por comer. Eran las albóndigas que me dio Emilia, la abuela de Maselillo. Son como asteroides de carne súper densos y pesados. A veces pienso que la paraeidolia me domina sin piedad, pero es que cuando veo las albóndigas, veo en ellas la cara perfectamente moldeada de Emilita. Parece enfadadah.


Las cuatro primeras albondigotas me las comí sin temor ayer y creo que no me causarán ninguna úlcera. Yo espero que no estén hechas con carne fofa de abuela…

¿Qué opinas cuando las ves? Está claro que hay una cara malhumorada en cada una. ¿Tiene esa señora dedos de artesanax? No saber, no saber.

El día pasó y la tarde llegó. Siempre viene para robarnos poco a poco la luz solar, antes de que venga la nochex. Yo como soy un ser más diurno que nocturno, opto por hacer las tareas de evacuación de basuras domésticas cuando el sol aún espía a los humanos desde lo alto.

Cargué con un montón de papeleo inservible que estaba guardado en mi armario. También llevé porquerías varias de gran diversidad de colores y texturas. Me dirigí a los contenedores que están al sur de mi calle y allí descargué toda la basura con poco donaire. No fue tan directo porque había una sumnongle que me bloqueaba cual blocky el acceso al contenedor más azul de mi barrio. Al darse la vuelta, se asustó al ver mi rostro, pero no se hizo pipipí de la emoción. No sabía que había alguien (yo) detrás de ella.  Así capté a la sumnongle desconcertada. Ignoraba esa mosca sin escrúpulos que se posó en su peludo cabello.


—¡Hostia! —exclamó la señorita algo confundidah mirándome a los ojos.
—¿Qué?, hola —respondí sin pensar.
—Vale —dijo ella alejándose con una sonrisa extraña para luego subirse en un coche.
—Bueno, ¡besos!

El diálogo con ella era más raro que una blaglotruglo sin desenvolver, pero me daba iguá. Yo me maravillé con sus labios y eso fue lo que llenó de encanto la tarde. Esos morros eran tan, tan, tan, que creo que deberían tener su himno, su capital y su moneda. Tal vez se muevan por otro espacio-tiempo, o no sé.

Un impulso lírico me hizo vomitar poesía de la bocah. No me refiero a Poesía, el nené perdido que AÚN NO HEMOS ENCONTRADO, sino a un poema normal de verso libre sobre las bembas de esa señorita tirabasuras. Tuve que escribirlo en el blog para que no se me olvidara. He aquí el poema que recité de camino a casa:

Tus labios.
Repliegues de jugoso rubí que despiertan mi curiosidad.
Beso tridimensional imponiéndose entre tu nariz y tu barbilla.
Amapola hinchada provocando con su rojez.
Dos jalapeños maduros brillantes y prohibidos.
Neumático de tomate, majestuoso y corpulento.
Sofá de carne, turgente y tentador.
Anaconda enroscada de piel de carmín.
Pareja de morsas copulando, disfrazadas de salchichas.
Cordillera elíptica de sangre caliente.
Supernova flameante y blanda, terrorífica y poderosa.

Me dejé llevar por la inspiración, decía todo aquello que se me pasaba por la cabeza sin importarme que los vejetes de mi barrio me oyeran. Estábamos alterados, lo siento.

—¡Qué morros, por Diox! Tengo ganas de comer chorizo, chorizo y salchichas. Oh, psychotria elata, besuca morraca, ¡TUS BESOS SON COMO PUÑETAZOS! —expresaba sin pudor por la calle lo que tenía ganas de hacer hasta que una silueta semigorda me interrumpió.
—¿Qué te pasa? —preguntó una voz femenina y familiar.
—Oh, eres la Patri.


—Claro, en carne y hueso. —se acercó a mi rostro para darme dos besitos mejilleros de saludo vespertino.
—Y en glándulas mamarias… —dije por lo bajini.
—¿Cómo? —cuestionó confundidah.
—Nada, nada. ¿Qué haces por aquí? —pregunté alegremente.
—Mi novio Robrulio, este de aquí, vive por aquí cerca, y salimos a dar un paseo.
—Hola. Encantado —Robrulio imitó a su novia al saludarme.
—Lo mismo digo. Tiene cara de marido bebedor de cervezas.
—¿Qué?
—No hagas caso a sus tonterías, que se le ha ido un poco la cabeza ahora —comunicó a su hombretote con voz suave de mango.
—Eso no es verdada. Mi cabeza está en este mundo.
—¿Entonces con quién estabas hablando hace unos segundos?
—Con nadie, estaba recitando un poema. Es que unos labios me han vuelto majareta, pero solo un poqui poqui —expliqué usando ademanes complicados.
—Te ha llamado el amor, ¿verdad? Mi Robrulio también tiene unos labios que me vuelven loca perdía —dijo Patri antes de frotar su carnosa mejilla en el hombro derecho de Robrulio.
—A mí no me llaman ni las gitanas del perejil endemoniadox. Solo tuve ganas de expresar mi fascinación por esos morritos descomunales en modo poétique. No me interesaba la persona que estaba pegada a ellos.
—Ah… Oye, ¿le has echao un ojo al foro? Porque dentro de poco se celebra la fiesta de la fruta. Es el 22 de este mes —informó la sumnongle.
—Genial. ¿Podrá ir mi amigo del año pasado?
—Por supuesto. Este año son seis euros por persona, pero vale la pena pagarlo porque este año será mucho mejor.
—Eso espero. ¿Es en el mismo sitio de siempre?
—Sí, sí. En el foro está todo explicado.
—Oye, Patri, ¿conoces a un grupo de tipejas barriobajeras conflictivas de Raspacallos? —cuestioné bajando el tono de voz.
—En Raspacallos hay mucha chusma. Yo antes vivía allí y tenía a mi peña, pero me mudé y dejé de verla.
—En Raspacallos solo hay basura. Las chicas de las que te hablo son como malonas memosas que son algo sexys.
—Serán las amigas de la líder del barrio. Tú no te mezcles con ellas, son mala gente. Y la líder es la peor —aconsejó Patri, adoptando una expresión de madre de Caperucita Roja.
—Eso he oído. Me pregunto si algún día la conoceré… Me gustaría ver cómo es —dije mientras mi mente elaboraba un rostro hipotético de esa temible líder.
—No te lo recomiendo. Tú vete preparándote para la fiesta que esta sí que es la buena —declaró la Patri, orgullosa.
—Vale, Patricia Limonero, allá nos veremos. Adiós, Robrulio —me despedí con gentileza de la pareja callejera.
—Pues nada, chaíto.
—¡Adiós!

Me eyecté lejos de la parejita encantadora para acceder de nuevo a los dominios de mi hogar, que estaban a pocos metros desde donde estábamos los tres. No sé si Patri tenía previsto ir al sorteo de un calabacín o al de un rábano, porque iba muy elegante, como una princesa de amatista en el país de los pies criogenizados.

Ahora estoy en casa, por la noche, escuchando de nuevo a Perseo tocar el teclado. En realidad toca un poco bien, pero se empeña en repetir la misma secuencia de notas una y otra vez. ¿Será que tiene una canción metida en su coco de gato?, ¿deseará enseñarme esa canción? Eso lo iré viendou a medida que pasen los minutos.

Eso es todo, ojos lectores. Para concluir os digo que intentaré no gritar en la calle cuando me den esos arranques poéticos, que creo que me he pasadou. Bueno, otro día traeré más letras que leer y más imágenes que contemplar.

Piensa en mí, por favor.

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