24 octubre 2011

Tortillas espaciales

Saludos desde Villaflopio del Escaramujo.

¿Sabes?, esta mañana ha sido aburrida y fea. Madrugué como de costumbre y me puse a ver la tele en el sofá. Los dibujos animados matutinos hacían movimientos que mi mente no conseguía comprender. Yo no quería pensar, porque si pensaba iba a ser consciente de ciertas cosas y me iba a sentir CULPABLE por no ir a clase, y yo ya no soporto más culpabilidad.

Me castigué dándome cojinazos en la cara por ser tan cobardex, pero no conseguí cambiar mi actitud. Sin desearlo lo más mínimo, me imaginaba al Tronchacocos esperándome en la escuela con ganas de hacerme un cráter en mi calavera.

«Ahora debe de estar empezando el recreo… Si de verdad se ha quedado con mi cara, ahora mismo estará buscándome por el patio. ¡Qué ansiedad de sardina tan inaguantable!», pensé.

Estuve a punto de gritar como un trenecito de vapor acojonado, pero el titirití ♪ de mi móvil me frenó en seco. Alguien me estaba llamando.

—¿Sí? Pregunté al descolgar mi teléfono móvil.

Por unos segundos solo se oía un vocerío escandaloso y un murmullo acompañado de risitas traviesas.

—¿Hola? ¿Quién me llama?
—Cómeme… Cómeme el calamar con mayonesa —murmuró una voz masculina y joven.
—¿Perdong?
—¡Qué te comas todo mi cipoteee!, ¡jajajajaja! —gritó el sumnongle eufórico.
—¡Yo solo me como el cipote de tu padre cuando tú no estás en casa! —respondí sagazmente.
—¿Qué dices, gilipollas? —preguntó con una voz estúpida.

No pude tolerar más tonterías y colgué, COLGUÉ POR LO SANO. El sumnongle volvió a llamar unos quince segundos después pero ignoré sabiamente su llamada. Estaba claro que este chaval me llamaba desde la escuela. Apuesto mis pulmones a que cogió mi número del cartelito que puse en el tablón de corcho de la planta baja.

Mi gato Perseo, que estaba pensando en los rombos de la pared, apareció en el salón. Su presencia gatuna me hizo aliviar el ligero enfado que sentía. ¿Fue muy estúpido por mi parte exponer mi número de teléfono a la vista de todos en un colegio lleno de bromistas? Me da igual lo que digas, grites o gimas; yo quiero que me llamen esos cuatro niños que han visto a los Zipulas.

Luego, el teléfono volvió a sonar.


—Dígame.
—Jijijiji —una vocecilla delicada y femenina rió al otro lado del teléfono. También se oían ruidos escolares en esta llamada.
—¿Quién eres? —pregunté con seriedad.
—Hola, yo he visto a los zipulas, jijijiji —confesó sin sonar muy convincente.
—Oh… ¿Sí? ¿Hablas en serio?
—¡Sí, sí! Escucha, escucha.
—Escucho —dije extrañadis.
—Prrrrfffffffffff.
—¿Cómo?
—Prrrrrrfffffffffffffffffffff, prrrrrffffffffffffff —la niña hacía flatulencias con la boca.
—Pedorretas guarretas.
—¡Cuidado! Usted ha entrado en una habitación llena de pedos. ¡Abra las ventanas si quiere sobrevivir!, jijijijiji —la chica recitaba sus tonterías entre risas de petarda patética. Otras risas femeninas se oían de fondo.
—Ojalá que tu corazón se tire un pedo para que abandones para siempre este mundo cruel… —expresé completamente desanimadә antes de colgar.

Me llené de furia y frustración y salí corriendo a mi habitación. Me lancé a mi cama como si fuera un escalope caído del cielou. Aplasté mi cara en mi almohada y lloré y lloré. Ella absorbió cual esponja toda la tristeza líquida que salía de mis ojos.

—¿Hoy es el día de las bromas telefónicas? —pregunté a mi edredón inerte—. ¿Por qué me sale todo tan malmarrucho? Yo solo quiero que me ayuden a encontrar a los Zipulas. Quiero mostrar a la gente lo asquerosos que son.

Maldecía entre sollozos a esos niñatos de mi escuela. Temía que una avalancha de llamadas jocosas iba a amargarme la vida a partir de hoy.

Una vez más, volvió a sonar mi teléfono móvil. Fui a buscarlo al salón apresuradamente para apagarlo, pero… decidí cogerlo justo cuando la melodía iba a finalizar. Según la pantalla de mi móvil, que es muy sincerax, el sumnongle que me llamaba no era ninguno de los que me habían llamado antes.

—¿Dígame?
—Eh… Hola—saludó una voz trémula de niño.
—¿Quién eres? —cuestionó mi boca intrigada.
—Yo… Bueno… Yo soy un chico que… Un chico que ha visto a los enanitos de Maraguarrada.
—¿De verdad?, ¿o es una estúpida broma de bufón jubilado?
—¡De verdad, de verdad! Fue hace tres años, en el 2008. Un enano cabezón con bigote que vestía de color rojo me… me tocó en donde no se debe tocar —explicó el chaval con pudor de vestuario.
—¿Con bigote y rojo?… Ese es el repugnante Zipula Carmesí —informé con los ojos bien abiertos.
—¿Así que se llama así? Pues ese sinvergüenza me hizo pasar un mal rato. Aún lo recuerdo como si fuera ayer —confesó demostrando asco en sus palabras.
—¿Pero cómo fue y dónde? Necesito información para evitar que esos canallas sigan manoseando carne infantil —pregunté al chaval. Me costaba salir de mi asombrox.
—Fue en una especie de habitación subterránea. Se aprovechó de un defecto que tengo para retenerme en ese lugar y hacerme… hacerme eso que me hizo.
—¿Pero qué te hizo y dónde está esa habitación subterránea? ¿CÓMO LLEGASTE A ELLA? —cuestioné insistentemente.
—Ahora no tengo tiempo para contarlo. ¿Estudias en la escuela de El Diptongo de Coser y Cantar, verdad? —el chico parecía nervioso.
—¡Sí, sí!
—Si quedas conmigo mañana, martes, a la hora del recreo, en la planta baja, entre las aulas 077 y 078, donde hay un cartel enorme que dice ¡NO! te lo cuento todo.
—¿Mañana? De acuerdo… Mañana entonces —confirmé tras un breve momento de turbación.
—Me reconocerás fácilmente por la máquina amarilla y redonda que llevo siempre en mi pecho. Ahora te tengo que dejar —dijo el chaval apresuradou.
—Esta bien, pero, ¿cómo te llamas?

La llamada acabó, así de sopetón. El niño no se identificó y yo me quedé con las ganas de saber más y más. Pero daba igual, estábamos al 98,4558281023% seguros de que era él, uno de los cuatro niños de los que me habló Elsa Arrarra.

Por fin han visto mi número en el cartelito de color limón radiactivo ¡Por fin ha llamado uno de ellos! Creo que he avanzado un poco más en mi búsqueda de la guarida Zipula.

Mi cuerpo entusiasmado comenzó a bailar como una pimentona de Alburquerque. La movidita fiesta de la fruta me dejó unas estúpidas pero ligeras agujetas en ciertas partes de mi anatomía, pero no pudieron parar mi danza casera de la felicidad.

La misión Jesusito empezará mañana.


Dejad que los cuatro niños que saben dónde está el escondite de los Zipulas se acerquen a mí (qué irónico, suena un poco dedófilus…).

—Estoy tan feliz, tan feliz que me he olvidado de lo de Basilión. Y ahora… ¡voy a ordenar mi habitación! —grité al aire mientras mi gato me observaba desde la puerta.

Moviendo cosas por aquí y recolocando cosas por allá encontré ciertos libros de mi infancia de azúcar. Estaban detrás de algo que estaba delante.

—Mira, Perseo, casi me había olvidado de ellors —cogí mis libros con cuidadín y los dispuse encima de mi cama recién hecha—. Cuando estoy alegre a veces me dan ganas de ordenar y limpiar mis aposentos, como ahora. Y a veces, cuando lo hago, encuentro tesoros del pasado.

Esos libros eran cinco, como las esquinas de un pentagonete neptuniano~. Son de la editorial Léaselo ediciones S.A., como los tres libros que tengo de la Escarabaja Simpática. Forman parte de una serie de libros llamada Cuentos del Mago Insomne. Lo siento, pero solo tengo estos…

Miradlos.


Cinco cuentos son cinco mundos que descubrir. Son únicos, están escritos con una letra grandota de hipermétrope y huelen a papel. Me los he leído todos y cada uno de ellos tiene moraleja aseguradah. Mi preferido sin duda es el de Las aventuras de Ains y Snía. Es muy especial y espacial.

Como tengo tiempo libre, he decidido capturar algunas de las ilustraciones de ese cuento para enseñároslas. Voy a mostrar también trozos de la historia, porque es muy bonita y creo que casi nadie sabe que existe. Este cuento no debe ser olvidadou, así que os lo voy a contar resumidamente:

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En la cima de lo invisible se halla la morada de la bruja castigada. Por sus maldades ella fue desterrada en un lugar que nunca ha sido dibujado en un mapa. Su imagen ya no perdura en la memoria de ninguna persona viviente.

Aún así, ella vive feliz. En la soledad goza de dicha y paz.

Un día, antes de almorzar, a la bruja se le ocurrió preparar un plato peculiar: Una deliciosa tortilla espacial.

Con huevos aovados durante la noche, patatas del abismo, polvo de estrellas y la energía del suspiro de un fantasma, la bruja castigada cocinó su tortilla espacial.

Antes de darle la vuelta al alimento, inesperadamente la tortilla alzó el vuelo. Había adquirido vida y la habilidad de flotar. También había ganado un rostro humano de semblante triste.



—¿Qué es esto?, ¿qué es lo que he creado? —preguntó la bruja sorprendida.

Respirando con lentitud, la bruja recobró la calma y miró a la tortilla espacial. Flotaba siempre en el mismo sitio.


Ains… —dijo la aflijida la tortilla.
—¿Puedes hablar, hija mía?
—Ains…

La bruja castigada es curiosa como nadie y no tolera no comprender nada. Se quedó con la triste y dócil tortilla espacial para analizarla y entenderla. La llamó Ains por ser la única palabra que pronunciaba.

Sin embargo, no duró mucho la paz para la bruja castigada. La convivencia con Ains era difícil; esta nunca paraba de quejarse con su singular ''ains''…



—Ains…
—Calla, Ains, calla de una vez.
—Ains, ains, ains…
—Eres fascinante, Ains, pero se me está agotando la paciencia.
—Ains, ains, ainssssss…
—¡Fuera de aquí! ¡Vete lejos o te comeré!

La paciencia de la bruja se agotó por completo. Ains ascendió unos cien metros alejándose así de la bruja castigada. Se sintió tan sola e incomprendida que de su boca azul comenzaron a brotar muchos más ains que antes. La bruja enfureció.

—¡No puedo más! ¡QUE VUELVA EL SILENCIO!

La bruja hizo uso de sus sortilegios, pero ninguno hizo callar a Ains. La magia no podía con ella. Pero la bruja castigada no estaba falta de perspicacia… Su sabiduría adormecida le obsequió con una idea excelente. Iba a crear una tortilla espacial que anulara el poder de Ains por completo.

Con huevos aovados durante el día, patatas de la cumbre, polvo de estrellas y la energía de la risa de un hada, la bruja castigada cocinó otra tortilla espacial.

Como era de esperar, de tal combinación de ingredientes se originó una nueva vida.



—Snía.

La bruja usó a la obediente tortilla espacial Snía, que así la llamó por ser la única palabra que pronunciaba, para derrotar a Ains. Snía era risueña y jovial, justo lo contrario a la tortilla espacial celeste.

—Snía, quiero que con tu felicidad disuelvas el acongojado espíritu de Ains. ¡Quiero que la hagas desaparecer! —gritó la bruja castigada, señalando a su odiada creación—. ¡No puedo soportar oír esos "ains" todo el rato! Snía, cumple con tu cometido.


—Snía —dijo la tortilla espacial rosa en señal de afirmación.

Snía flotó hacia arriba, llegó hasta donde la triste Ains se quejaba y allí se quedó. Ains y Snía se miraron a los ojos durante un rato y conectaron sus almas. Snía no podía destruir a Ains: se había enamorado de ella.

—Snía, ¿qué haces? ¡Acaba con ella u os comeré a las dos! —espetó la bruja castigada desde abajo.

Ains y Snía se libraron del miedo y de la sumisión a la bruja. Ains y Snía huyeron de sus dominios y volaron más allá de las fronteras de lo desconocido.

Ains era un ser apenado, pero Snía la animaba con su sonrisa. Snía era toda felicidad pero necesitaba compartir su gozo con Ains para sentirse plena.

El interminable firmamento acogía a estos dos esferoides oblatos que volaban de un lado a otro sin parar. Ains y Snía se amaban y estaban las dos muy contentas. 
Ains y Snía eran libres.

Llegó un día en el que decidieron hacer algo que iba a cambiar sus vidas: unir sus cuerpos y formar una sola tortilla espacial. Ains y Snía estarían pletóricas de satisfacción para siempre si así lo hacían.

No dudaron ni un segundo; las dos tortillas espaciales se fundieron en un solo ser. De la pareja nació la unidad.


La unión fue tan espectacular que desprendió un fuerte y delicioso aroma que invadió todo el espacio circundante. Al fin y al cabo, Ains y Snía eran tortillas comestibles de muy buen sabor.

La bruja castigada, que andaba cerca, olfateó el apetitoso olor y quiso conocer su procedencia. Se desplazó al foco del aroma guiándose por su nariz y allí encontró a sus dos creaciones. Ains y Snía flotaban estáticas en el cielo.

—Ha pasado tanto tiempo desde que os fuisteis. Quién iba a pensar que eran mis dos tortillas espaciales las que están llenando de aroma el espacio —dijo la bruja sorprendida contemplando a los dos seres unidos—. Aunque ya no hagáis ni ''ains, ains'' ni ''snía, snía'', nunca olvidaré vuestra traición. ¡Seguís siendo mi almuerzo! Un almuerzo que huele extremadamente bien.

Ains y Snía ya no podían separarse. Su amor era tan poderoso que les era imposible alejarse la una de la otra. Ains y Snía miraban frustradas sin poder moverse a la bruja castigada, que se aproximaba lentamente.

La bruja castigada invocó a una escalera infernal para ascender hasta sus creaciones culinarias. Con una magnífica red mágica, la bruja castigada atrapó a sus tortillas espaciales. Le fue muy fácil llevarlas de vuelta a su cocina porque Ains y Snía flotaban y además eran tan ligeras como un globo.

Al llegar a la cocina, la bruja metió a las paralizadas Ains y Snía en un enorme plato. Las pobres tortillas espaciales lloraban y lloraban, pero la bruja castigada no era misericordiosa y nunca se compadeció de ellas. Luego las introdujo vivas en el horno y allí las dejó durante una hora a doscientos veinte grados. Al acabar el tiempo de horneado, las sacó y en la mesa las colocó.

—Lo siento, hijas mías… Sois tortillas espaciales, ¡sois comida! Y muy apetitosa, por cierto —comentó la bruja hambrienta—. Ahora, a comer.

—Ains… —dijo Ains antes de fallecer.
—Snía… —dijo Snía antes de fallecer.


La bruja castigada se zampó su almuerzo bicolor. Ains y Snía estuvieron sumidas en la más profunda tristeza, pero… al menos… habían seguido unidas.

—Sublime. No hay otra palabra que describa mejor esta perfecta combinación de sabores. ¡Pero qué buena cocinera soy!

Después de comer, la bruja se echó una apacible siesta encima de una nube. En su vientre fueron digeridos los esponjosos trozos de Ains y Snía. Desgraciadamente murieron en la cocina de la bruja desterrada, pero, ahora más que nunca, Ains y Snía eran una sola cosa, una sola masa: Eran Ainsnía.

Las nubes, las estrellas y las criaturas de la zona nunca conocieron amor más perfecto y sincero que el que sentían las hermosas Ains y Snía.


Fin.
____________

¿Qué?, ¿te ha gustado? A mí siempre me ha parecido una historia preciosa y triste. He omitido varias escenas en donde las tortillas conocen a otros personajes, se enfrentan a un murciélago machista y se pierden en un planeta lleno de pelos. Lo he hecho para dejar solo lo esencial.

¿Has pillado la moraleja de esta historia? No viene escrita en ninguna parte, pero yo creo que es la siguientex: Nunca seas una tortilla espacial o te comerán. O tal vez sea que, si quieres seguir con tu amada pareja, has de huir lo más lejos posible de aquellas personas malignas que odian vuestra relación y que quieren haceros dañox.

Cuando releí este libro el año pasado, deduje que de él algún sumnongle cogió prestado el término ains para usarlo en la red para expresar un quejido repipi. Si creías que la palabrita se la inventó una serpiente deprimida no estás en lo cierto. Yo pienso que fue la autora de este cuento la verdadera mamá de la palabra que muchos gemebundos utilizan en Internet.

—Ains, ainssssss…

Por cierto, cada vez que leo Las aventuras de Ains y Snía pienso en la Pelafrú (¿por dónde andará?, creo que la necesito…)

Bueno, eso es todo por hoy. Mañana voy a clase porque sí, porque debo y porque quiero hablar con ese niño que ha visto a los Zipulas (eso es lo más importante). ¿Qué pasa con mi amenaza de muerte? No sé… Iré con el pañuelo y las gafas de sol para que no me reconozcan ni las pizarras.

Uff… El pobre Maselillo me ha llamado para saber de mí; está muy preocupadox. Mañana lo sorprenderé .

Hasta magnana.

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