04 agosto 2011

Persecuciones matutinas peligrosas

El verano es caliente,
El verano da calor.
Yo impregno mis harapos
Con mil mares de sudor.
Recemos a la virgen
Para que nos dé frescor.
O si no, me voy a la playa arenosa y mojada, con agua salada. Sé que está muy lejos, pero la brisa marina es un alivio, como una toallita húmeda para un sumnongle con el bullarengue irritado.

¡Eh!, basta de tonterías a la de cinco: uno, dos, tres, cuatro y cinco. ¿Has recuperado la compostura?

La excursión de hoy se desarrolló tempranote, entre el reaparecer de los primeros pelitos dorados y luminosos del sol hasta el primer mordisco del almuerzo bajo en calorías. Sí, hoy volvimos a andar por las calles antes de almorzar.

En mi odisea, mis sentidos encontraron un montón de cositas inesperadas. Algunas eran memorables y otras eran para echarlas a la papelera del olvido. Como por ejemplo, los sumnongles que vi en la parada de autobús (o autobuncho, autobusaco, bocadillo con ruedas, etc); ninguno de ellos transmitía felicidade.


Rabia, preocupación, tristeza… Los penitentes de las discotecas del inframundo tienen mejor cara. Yo, para integrarme, puse una expresión de envidia de serpiente. Fuimos aceptados en silencio por los desconocidos.

Esos tres individuos me resultan muy familiares. ¿Los habré visto en otro sitio? (guiño).

Más adelante, una quinta persona se encajó en nuestra constelación de humanos que esperaban el transporte públicoh. Sobre su nariz, había cuatro diminutas formas de vida muy mirables.

—Oye, señor, lo que usted carga con orgullo en su nariz, ¿qué es? —cuestionamos al recién llegado.
Son mis amigúnculos —mencionó sin apartar la mirada de sus criaturas.

Nosotros nos acercamos para ver a los intrigantes amigúnculos que se agarraban a su pirámide nasal. No pudimos evitar expulsar un pequeño comentario explicativo:


Sí, lo son. Y siempre lo serán.
—Son para coleczionaaaaarg~♫.
No, no. Estos amigúnculos no forman parte de ninguna colección —aclaró el hombre narizotas.
—Ah… Disculpe, le está germinando un grano como un zafiro en una mejilla, ¿no es así? Debería instalarse una tirita resecagranos de esas —aconsejé al ver su tumorcillo inocuo de color ojo cósmico.
Lo sé, me he dado cuenta. Por eso llevo a los amigúnculos en mi nariz, para que no se fijen en mi grano. La próxima vez córtate un poco cuando hables —dijo algo incomodado.
—Perdone a mi lengua gamberra.

Esperamos a que los autobuses de líneas enemigas recogieran al gentío hastiado de la parada, además de al narigudo portador de little people. Nuestro deseado vehículo público atracó en nuestra parada minutos después de que se quedara vacía. Deseábamos viajar a lugares desconocidos de la ciudada.

En las tripas del autobús, presencié una escena despreciable, apta para ser señaladas con el dedo indicador y gritar ¡ya basta! Se trataba de Vuldrim, el duende de las cosquillas, torturando a un pobre desgracidou.


¡Tiki, tiki, tiki!
¡Juas, juas juas! —la víctima sin manos no podía defenderse. Solo podía reír y reír.
—Esto es vergonzoso.
¡TIKI, TIKI, TIKI! —Vuldrim jugueteaba maliciosamente con sus dedos en la barriguita del sumnongle.
¡JUAS, JUAS, JUAS!
—¡Para ya, por favor! —gritamos asqueados.

Nuestra voz alteró la actitud del guisantón cosquillero: detuvo sus dedos y se volteó para mirar con enfado hacia el frente, dejando al caballero de boca amplia descansar en paz.

Vuldrim siempre viste con una bolsa azul de plástico. La usa para esconderse dentro de ella y sorprender a los incautos que, con curiosidad, husmean en su interior. Cuando una personilla o algún animal entrometido se acerca a la bolsa azul de Vuldrim para averiguá qué hay dentro, el travieso duende saca sus finos brazos por el orificio para atrapar a su presa y hacerle cosquillas hasta que suelte la baba loca. Pero Vuldrim, como es muy débil, siempre acaba escarmentado.

Esperamos que ese sumnongle manco pueda superar su oprobio (desde aquí le catapultamos ÁNIMOS y ÁNIMOS DOBLES para que olvide lo ocurrido con el duende).

Para no sentir el zarandeo del viaje, me fui a sentar a un asiento del fondo. Pero hubo algo que me puso en pause▐ ▌, el singular sumnongle que se infiltró en la fiesta de la fruta el año pasado y SIN PAGAR LOS SEIS EUROS. Allí estaba, como si nada, medio escondido y con una boina con aspecto de moco de trol.


Yo, desde donde mi culo se había sentado, murmuraba palabras de menosprecio dirigidas a esa criatura redonda. Estaba esperando el momento perfecto para asaltarle y decirle unas cuantas verdades de verdad.

—Verrugo asqueroso… Colándose en las fiestas sin permiso y zampando la comida de los demás.
Yo que tú dejaría a Bola Q tranquilo —nos exhortó un sumnongle purpurrojizo en voz ultra bajísima.
—¿Se llama Bola Q? —cuestioné retóricamente.
Sí.
—Pues no me voy a ir de aquí sin soltarle un buen sermón por no haber pagado los seis euros de un evento importante.
Él es así. Se cuela también en el autobús sin pagar. Pero nadie le dice nada… es difícil hacerle razonar. Es muy duro de sesera —el señor nos quería torcer nuestros popósitos.
—Me da igual. Yo lo vigilaré hasta tener la oportunidad de agitarle el dedo delante de su careto mientras frunzo el ceño.

No escuchamos el consejo del sumnongle, pues quisimos darle a la bola su merecidox. Aplazamos la excursión matutina para dedicarnos por completo a castigar a Bola Q.

Cuando el transporte atravesó el barrio de Fuencremosa, una zona muy pija al sur, Bola Q desembarcó sin avisar. Tanto tiempo vigilándolo en el bus y al final no conseguimos decirle nada. Por eso me bajé yo también para perseguirlo por las calles.

—Hay que reconocer que es muy habilidoso: rueda que te rueda y no se le cae la boina —dijimos a las moléculas de oxígeno que flotaban cerca de mis labios—. Oh, mierdurra, ¡me ha visto!

Bola Q no era consciente de que lo estaba persiguiendo, hasta que se giró sobre su propio eje y descubrió mi cuerpo, sostenido sobre mis piernas, en medio de una calle hecha para pasear.


Seguimos avanzando y el boliche seguía rodando. Llegamos a un callejone muy estrechuco por donde las ballenas y los diplodocus con collares no pueden entrar. En él, Bola Q había construido un hogar ilegal formado por basuras exquisitas de diversos ecosistemas de la ciudad. Bola Q estaba ya en su casa, pero se sentía intimidado por mi presencia. Estaba acorraladísimo.


—¡Y colorín colorado, te pillé! No fue muy astuto por tu parte dejar que te siguiera hasta tu casa, Bola Q —dije adoptando mi faceta intimidadora—. Vaya, se te ha caídu la buina, juh.
Dé-je-me en paz… se lo su-pli-co —Bola Q hizo sonar su voz, tan tenue como el gemido de una mariposa guarra.
—De eso nada, bolada. Tú le debes a la rubia rechoncha unos seis euros.
Dé-je-me en paz… yo so-lo que-rí-a co-mer.
—¡Cállate! Puñetera esfera, saca tu mugriento dinero de donde sea y en menos de diez segundos —exigí cabreadis.
Mi di-ne-ro ya no e-xis-te. Dé-je-me en paz, se lo im-plo-ro —pidió mostrando un apaciguado nerviosismo.
Dé-je-me en paz, dé-je-me en paz… —yo imitaba la patética forma de hablar del sumnongle—. He dicho que lo quiero en menos de diez segundos, o si no te castigaré.
Dé-je-me en paz, dé-je-me so-lo —parecía que se iba a echar a llorar.
—¡Estoy hartә! No me calientes la caldera que no está la sartén para freir huevos, hijo puta.
Dé…
—¡CÁLLATE! —vociferé interrupiéndole.
La voz sucia ha corrido el velo oscuro. Ahora entrarás al Templo de las Aberraciones para que el mordisco definitivo acabe con tu felicidad —sus últimas palabras retumbaron en el callejón como la maldición de un hechicero.
—¿Eh?

Lo que ocurrió a continuación nos hizo vibrar de pánico. Bola Q abrió sus antes-casi-inexistentes fauces al mismo tiempo que el aire se congelaba gradualmente. Los ojos del sumnongle brillaron con un infernal color rojo y de su faringe brotaron tentáculos con pinzas de langosta satánica. Sus punzantes dientes estaban preparados para arrancar carne.


Huimos despavoridos de Bola Q, que afortunadamente se quedó en su sitio causando traumas y sustos explotacorazones a todo aquel que lo viera. Había entrado en un trance que estuvo a punto de no dejarme escapar.

—¡SOCORRO, AUXILIADME! —gritamos para ser oídos por todas los habitantes de Fuencremosa—. ¡Adriano, Eusebierdo, Palomina, Cascabelinda, Nikoleta, Mohamed!

Nombramos entre gritos y de manera aleatoria un surtido de nombres, con la esperanza de que alguien respondiera al oír el suyo para que fuera a ayudarme. Desgrashiadamente nadie vino, pero comprendí luego que no hacía falta que nadie nos socorriera… Bola Q no me siguió y la temperatura del aire volvió a ser normal.

Cuando huí unos cuantos metros hacia allá, una personificación de la maternidad se apareció ante mí en el momento más oportuno. Se trataba de Iris Cariñesa, la madre de mi amigo Yonson. Detrás de ella iba su misterioso acompañante.


¡Cariño, cuánto tiempo! —saludó armoniosa.
—Hola, Iris —saludé yo justo antes de darnos un par de besos en los cachetes~.
¿Qué tal? Veo que tienes angustia. ¿Te ha pasado algo?
—Sí, pero ya no hay que preocuparse, no, nonito —declaré. Luego mis ojos captaron al viejo fuzzy que me saludaba con su brazo juguetón—. ¿Ese hombre es su nueva pareja? Parece muy divertido.
¿Quién? —preguntó extrañada.
Jijiji.
Ah —Iris se asombró al ver al sigiloso mendigo que se había incorporado muy cerca de ella.
¡Hola, hola! ¡Perejil al perejil! —el viejo parecía muy animado.
¿Perdón?
Dame un euro, dame un euro —pidió haciendo la supinación con su manos.
No tengo.
Sí tienes. Dámelo.
Le he dicho que no —repitió inexpresivah.
¡Puta, PUTA! Mentirosa y rácana, como las hierbas —espetó el vagabundo agitándose como un pulpo epiléptico antes de salir corriendo hacia el norte.
¡Cerdo! Vete a la mierda.
—Iris, lo siento… La ha acusado de ser una meretriz delante de mí. Tiene que sentirse muy humilladax —expresé condoliéndome. 
Bobadas, esas cosas no me humillan. Ese era Nepomuceno, Nepo para los amigos. Nunca le doy dinero porque seguro que se lo gasta en drogas. Además está muy chiflado, pero a mí no me da miedo —explicó Iris tras ese momento de tensión.
—Es usted una mujer fuerte.
Desde luego —surgió un pequeño vacío en la conversación que Iris cortó usando una pregunta—. Bueno, ¿te has ido o irás a algún lugar de vacaciones este verano?
—No. La ruleta de la vida ha decidido que me quede en casa.
Oh… qué pena. Oye, ¿por qué no te vienes con nosotros de vacaciones? —propuso en tono animoso.
—¿Eh?, ¿puedo?
¡Claro! La cociñeira nos ha invitado a ir a su casa, que está en Galicia, para conocer a sus padres. El 17 de agosto nos vamos los tres para allá. Además, seguro que a Yonson le encantará, pues todos sus amigos lo han dejado de lado: unos se han ido ya, otros prefieren estar con sus novias, otros están trabajando…
—¡Iris, muchas gracias! Mi órgano de la felicidad palpita de emoción. Sí, quiero ir con vosotros —acepté sin pensármelo menos de una vez.
¡Muy bien! Tú preocúpate solo de llevar tu equipaje. Lo demás está en mis manos.
—No puedo sostener tanta alegría. Necesito ir a casa y organizarlo todo.
Vale. Yo acabo de salir de casa de mi hermana Nolari. Te puedo llevar en mi coche.
—Gracias, Iris, es usted como una madre para mí ♥.
De nada, corazón. Eres un cielo ♥ —Iris se sonrojó al oír mi confesión materno-amistosa.

De vuelta a casa, Iris me explicó todos los detalles del viaje. Si duda será fascinante. Dulce euforia que recorre mi cuerpo, ¡finalmente me voy de vacaciones! No pensé que me fueran a invitar a algún sitio… That’s so estupendy! Por fin saldré de la ciudad. Lo malo es que es posible que a Yonson no le haga mucha gracia que vaya con él.

Este planazo me alejará de mi monótona rutina; ¡no puede ser más genial! Necesito olvidarme de todo por un tiempo: del peligroso Bola Q, de las fiestas a las que no me han invitado y de las orugas que me han mordido (que por cierto, el dedo aún me sigue doliendo un pocou). ¡Quiero unas vacaciones tranquilas y sin mordiscos!

1 comentario:

  1. yo siempre pensé que los duendecillos soviéticos reían haciendo "ak ak ak" como los búlgaros y los marcianos de tim burton...

    ResponderEliminar