31 agosto 2011

La media naranja marina

¡Ey, chicos, ya he vuelto! Sí, en effectus, ya he vuelto. Como lo oyes (o lees), ya he vuelto. ¡He vuelto de Galicia! Ahora preparaos, que mis dedos han tecleado las experiencias que viví en la esquina noroeste de nuestra península para que las leáis.

Mi aventura con la familia de Yonson comenzó el 17 de agosto. Antes de ir a la estación rellené mis maletas con el equipaje ese tan odioso que hay que llevar en cada viaje. Fue fácil y rápido, pues mis ropajes y otras pertenencias se colaron por el hueco de la cremallera de mi maleta tal y como lo hacen las mariposelas del jardín celeste.

Los tres, Yonson, Iris y YO, nos introdujimos al anochecer en el Trenhotel que iba directo a Ourenseh. En su interior dormimos como las ratas que descansan a salvo de los raticidas. Pero antes de haber conciliado el sueñecito, insistí a Yonson Marcelo en que me dejase jugar con su consolax. Me di cuenta de que cada vez que me arrimaba a su lado, su cara expresaba molestia. No parecía gustarle la idea de compartir doce días de placer atlántico-cantábrico con mi solitaria presencia. Por eso me deposité en el espacio vacío que había al lado de Iris, para cuchichear con ella sobre cosas del clima, del destino y del humor vítreo de los ojos. Hablamos y hablamos hasta que dormidos los tres nos quedamos.

Al día siguiente, después del viaje de aproximidiminti siete horas, aparecimos en Galicia. Allí, al mediodía, un señorcillo que conocía a Iris y la ADULABA sin parar, se ofreció a llevarnos a Rundovelo, el pueblo de la cociñeira. El camino no fue laaargooo pero tampoco fue cortito. Lo importante fue que disfrutamos viendo el paisaje verdoso.

Hubo un obstáculo inoportuno que obligó al auto a tomar un rumbo diferente para llegar al Rundovelo, pues una jabalina (no el palo que pincha y se lanza, sino la hembra del jabalí) se había puesto a parir en medio de la carretera. No estoy en contra de la natalidad ni de los cerditos monteses, pero eso fue un AUTÉNTICO INCONVENIENTE que nos fastidió a muchos.

El otro camino era más rural y tortuoso, aunque lo guay era que en él se manifestaban explosiones de felicidad y de travesuras que nos alegraron el desplazamiento en coche.


—¡Ai, muller, non fagas esas cousas que se che van ver as bragas! —gritó una viejezuela a otra que puso su mundo patas arriba.

Las plantitas, el puente, las montañas y aquella cosa esa que vi eran muy preciosas. Reconozco que ese pueblillo que atravesamos era muy bonito.

El final del trayecto estaba adornado con una casa antigua de piedra. En ella, tres sumnongles de fuertes lazos familiares salieron sin miedoh a la luz para recibirnos a Yonson, a su madre y a mí. La cociñeira estaba entre los otros dos, y, con su penetrante mirada de atolondrada satisfacción, nos ofreció una cosa redonda y comestible cuya superficie había recibido una nevada dulce.


Los ojos del trío familiar, especialmente los de los papis de la cociñeira, nos inspeccionaban discretamente para luego darnos una bienvenida muy campechana. La madre de la cociñeira arqueaba su mano como una zarpa con ganas de arrancar un cachito del pastel para llevárselo a su boca.

—¡Así que tu eres Yonson! Estás hecho todo un hombre —exclamó el padre de la cociñeira dando una palmada sonora en el hombro del muchacho.
—Sí, eso dicen —Yonson miraba distraído la tarta que sostenía la maestra culinaria.
—¿Has visto? Xisela ha dibujado tu retrato en la superficie de la tarta. Ha quedado genial.
—Mi hija es una artista. Cuando era pequeñina dibujaba calamares y osos pandas con vestidos de colores. Los hacía muy bien —dijo la madre con su acento tan musicale ♫.
—¡Rrrruuuuuuu! Mamá, tampoco es para tanto —replicó la sumnongle.
—He entendido a la cociñeira por primera vez… —murmuré entusiasmadә por escuchar el nombre real de la empleada de Iris y Yonson.
—Es muy… bonito, Xisela. Me alegra ver mi careto dibujado en una tarta —expresó Yonson confundido y algo avergonzadete.
—Iba a poner la cruz de Santiago pero la idea del retrato parecía más diver, ruuuuuuu.
—Yonson, venga, hazle una foto al pastel que ha hecho ella. Hay que inmortalizar esa obra de arte antes de que nos la comamos —Iris intervino. Estaba maravillada al ver el dibujín realizado en el azúcar glas.
—¿Y esta ricura quién es? —preguntó la madre refiriéndose a mí.
—Soy una amistad del Señor Yonson —me presenté brevemente.
—Es un cielo.
—Venga, venid todos a dentro que es hora de merendar —el padre nos invitó a encajarnos en los huecos de su hogar.

Como seis vacas rubias, los visitantes y los anfitriones devoramos la tarta de Santiago que la gentil cociñeira nos preparó para que degustásemos algo de la gastronomía de su tierra. Estaba de rechu & pette.

Oh, se me olvidaba… El nombre completo de la cociñeira es Xisela Franqueira Pinal; su rechoncha madre se llama Buensabor Pinal y su canoso padre Deliorio Franqueira.

La casa de la familia de Xisela era como una fruta de pulpa suculenta con una corteza seca y avejentada; el interior era un palacio modérnico y repleto de comodidades, mientras que el exterior conservaba la característica fachada de una viejísima casa de campo. El confort era tan gozoso que a veces nos costaba salir de la morada de Xisela para ir de visita a ciertos lugarcillos de Galicia.

Disfrutamos de una semana intensa: Nos fuimos por allí y por allá, indagamos dentro de iglesias, ermitas y catedrales y anduvimos contemplando hórreos y yacimientos celtas. Vivimos cada uno de los días con intensidad. Para Yonson las excursiones por la costa fueron la leche condensada en el fondo de un vasito de café. Allí él encontró a alguien que cambió la tonalidad de su vida para siemprex.

Aprovechando que la atmósfera había parado de lagrimear sobre la tierra, Yonson y yo nos fuimos a explorar la zona en donde la arena y las piedras entran en contacto con el océano. Fue en el agua donde vimos a una sumnongle con un color de piel algo podrido. A pesar de sus características dérmicas, la joven acuática era tan hermosa como una galaxia licuada.


No sabíamos de qué rincón del mundo venía. Chapurreaba nuestro idioma y no conocía el idioma gallego. Llegamos a la conclusión que era una turista europea que quería pasar sus vacaciones zambulléndose en el líquido marino. Después de unas charlas con ella, congenió con nosotros y nos reveló su más pútrido secreto: en realidad estaba muerta. Pero era una muerta viviente… una zombi. La revelación hizo que la patata cardiaca de Yonson diera una inesperada vuelta. Aunque la chica rubia era una sin-vidah, se había convertido en el alma gemela de mi amiguico. Era lo que Yonson llevaba buscando: una chica que tuviese un aspecto tan marchito como el suyo.

Yonson suplicó a su mamá querida para que volviésemos a aquella playa al día siguiente de haberla visitado. Se había enamorado de la anónima del bikini morado y quería verla una vez más.

—Esa chica es muy guapa. Parece una modelo de calendario, pero no te conviene convertirla en tu esposa —opiné cuando nos íbamos en coche a casa de Xisela.
Nadie ha dicho nada de casarse, idiota. Quiero que salga del agua y que se venga con nosotros.
—Ella no quiere salir. Ya lo hemos intentado y no hubo éxito por ningún lado. Además, no tienes una pecera para turistas en tu casa y no puedes llenar de agua tu habitación porque se te enmohecerán los calzoncillos.
Deja de ponerle pegas a todo. Mañana solucionaremos esto —dictaminó esperanzado.

Y así fue… Aquel día retornamos a nuestro punto de encuentro como habíamos acordado con la fallecida. La benévola madre de Yonson aceptó ir de nuevo a la playa, aunque ella no sabía nada de los amoríos de su único hijo. Optamos por callarnos como tótems porque era posible que a Iris le disgustara la idea de tener una nuera zombi con olor a sopa de pez. La cociñeira, que siempre iba con ella, tampoco sabía nada.

Pero el reencuentro fue lamentable (snif). Yonson quiso confesar sus sentimientos a la zombi marina justo cuando ambos parecían palpitar enamorados uno del otro. Tristemente, en ese instante apareció un pulpo de las aguas para llevarse a la chica. Nosotros pudimos captar la escena desde una roca cercana.


Yonson estiraba su brazo inútilmente con la intención de alcanzar a su amada. Estaba desesperadoh y no paraba de gritar. Sin embargo, la chica parecía estar sedada pues no expresaba ni pánico ni agonía. Ella le explicó que tenía deudas con los cangrejos y que debía reunirse con ellos en las profundidades del mar, que era el sitio en donde debía estar. Antes de marcharse, una docena de esos crustáceos cayeron sobre el cuerpo de Yonson, pero este fue hábil y se pudo librar de ellos.

—¡Maldita sea, Yonson! Pudiste revivir el momento final de la peli La sirenita escamosa, pero has preferido incrustar tus rodillas en las rocas.
¡No! ¿Por qué?, ¿POR QUÉ? —gritó Yonson como una morsa cabreada que ha perdido sus colmillos.
—Yo también estoy tristeh. Para la próxima haremos pulpo a la gallega con ese cefalópodo sobatetas. Ah, y necesitaremos unas veinte toneladas de valentía para rescatar a tu nena —animé al sumnongle desoladou.

El desenlace de la relación de Yonson fue siniestro. Aunque eso fue solo lo aparente, porque en realidad la zombi no corría ningún peligro en su mundo bajo el mar. Esa novia cadáver parecía ser amiga de los peces, las medusas, los pólipos y las estrellas amputadas de mar. Quizá algún día Yonson la vuelva a ver. Si se comprara unas branquias podría vivir con ella en su agüita de amor, ¿no?

Nuestros últimos días en Galicia fueron amenos para todos, excepto para Yonson, Don Corazón Partío. Su proto-novia no se quedó a su lado como el quería.

En la víspera de nuestro último día de aventuras lo pasamos dabuti. Accedimos a un área geográfica muy húmeda de cuyo nombre no me acuerdoh (joder…). En ese sitio, la cociñeira quiso sacar la SÚPER FOTO DEL VERANO, ese tipo de fotos súper chulas en las que se ve toda la peña sonriendo como morrongosos. Los cuatro salimos en esa foto, aunque Xisela no pudo colocarse al lado de Iris pues había plantado unos matagallegos en el suelo y la cociñeira no quería peligrar su vida. Pero de todos modos apareció en ella.


Los cuatro parecíamos los protas de una movie about waterfalls. Yonson jodió la foto con su postura rígida de tronco infeliz. Pero le comprendo… el pobre no estaba de humor.

Finalmente volvimos a nuestro lugar de origen. La cociñeira nos sorprendió con uno de sus truquitos científicos y nos llevó a casa en su coche de fabricación casera. Sus padres, Deliorio y Buensabor, se despidieron agitando sus manos al son del aire de campo. Los cuatro llegamos a nuestra ciudad en menos de lo que se dice superextraordinariamente superextraordinario 4000 veces seguidas.

Alalá, ¡qué vacaciones tan magníficas y húmedas! Hacía más de tres años que no me iba a ninguna parte. Me han sentado tan bien las mariscadas y ver los dibujitos de las vieiras por todos lados que ya no me preocupa volver a las clases el mes que viene. Lo malo fue que no disfruté del mar, pues creo que el placton, al rozar mi piel, hace que mi páncreas emita ultrasonidos detestables. Qué se le va a hacer… No me voy a traumatizare, ya que yo no vivo cerca del mare.

Esperad un momento. Ese ser humano de la foto… ¡NO SOY YO! Detestable impúber irreverente… Correteaba de un lado a otro sin parar. Recuerdo que su padre le hizo algo a esa bestia infantil chupacámaras para que parara de molestar. Le dio un azote que, según dicen las pulgas, alteró un poco el eje del planeta. Perdonad… estábamos tan distraídos mirando el bellísimo sombrero de Iris que no reparamos en la identidad del ser que estaba al lado de Yonson Marcelo. Ñuñuñú.

Eso ha sido todo. Desead mucha suerte a mi amiguito el afligido.

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