06 agosto 2011

Recolectando elixir de calcetín

El Sol sigue implacable con sus rayos metomentodos irrumpiendo, sin permiso ni aviso, en todas partes. El sofoco casero me hace expulsar más sudor que las Bublias de Babia, pero eso no fue impedimento para que pudiera chivarme a Doña Patri de lo que sucedió con el temible Bola Q el jueves. Desde mi pecé accedí a Macedonia de las Delicias, el foro de la Fiesta de la Fruta, para relatar mis aventuras en Fuencremosa. Aquí os dejo una captura extirpada de mi pantallah que hice ayer, cuando escribí el post.


No fue un bombazo como yo pensaba… A pesar de que había retocado la información para hacerla más suculenta, mi declaración sobre lo ocurrido no suscitó asombro u enfado. Todo el mundo había olvidado la intromisión de Bola Q, o simplemente no le daban mucha importancia. Jodé~.

Bueno, cambiemos de tema…

Esta tarde me fui por las calles de los alrededores de mi barrio en busca de algún lugar secreto que me proporcionase brisa gratuita. Pero antes de ponerme a salvo del ardor del suelo, avisté una figura familiar en una calle. Se trataba del repeinado de Arturo Eleutestes, que miraba a todas partes con cara de angustia de diez mil euros. No quisimos toparnos con él pero no lo pudimos evitar.

—Emm…, hola, holala.
Hola —el sumnongle no recibió con agrado nuestro saludo.
—Arturo, ¿qué ocurre? Se te ve con cara de angustiadou.
Ya.
—Puedes confesarte. Yo no contar a nadie —aseguré luciendo mi cara de querubín.
Lo sé. Tengo un problema. Intento deshacerme de algo, pero no lo consigo, y si sigo así voy a perder la cabeza —dijo el chico presumido VISIBLEMENTE desesperado.
—¿Qué es? ¿Te han dado algo de los chinos que es de muy mala calidad?
Déjate de tonterías y no me hagas perder mi valioso tiempo —dijo indignado—. Se trata de este emblema. Mira.

El dandi nos acercó a los ojos sin pudor un viejo emblema con la cara de una mujer muy repulsiva pintada en medio y una estilizada inscripción.


—¡Ohhh! —expresamos fascinadis—. ¿Qué es?, ¿un camafeo con la cara de tu tía la del pueblo?
¿¡Pero qué dices, imbécil!? Deja ya las bromas que el asunto es serio. Además, nadie en mi familia viene del pueblo. ¿Te crees que somos como las ovejas de una granja apestosa?
—¡Ups! Lo siento, señor metropolitano —me disculpé de mala gana al pijo.
Este es el emblema de la Bitichela, una reliquia de una escuela del siglo XIX que ya no existe. Mi abuelo me lo dejó en su herencia cuando murió el mes pasado. He intentado venderlo desde entonces porque sé que es valioso, pero nadie lo quiere, ni siquiera los coleccionistas de antigüedades. ¡Y ya no puedo más! —gritó estresadete.

Arturo estaba más desesperadox que un chihuahua en las rebajas. Quería librarse del maldito emblema metálico a toda costa y playa.

—Véndelo por el agujero de internet; por allí siempre hay alguien que busca reliquias.
Llevo más de dos semanas intentándolo y nada. No he tenido suerte ni al subastarlo. Al final va a ser verdad eso que dicen, que está maldito —Arturo hablaba con repugnancia.
—¿Maldito?, qué marronazo. Pero seguro que habrá algún friki por ahí que le interese tener ese… careto diabólico. Sigue buscandox, chaval —le sugerí.
—Hace apenas media hora quedé con un tío que estaba interesado en comprarlo, pero el capullo se rajó en el último momento… ¡Dijo que estuvo dispuesto a pagarme más de mil euros!
—Desilusionar así a la gente hace pupa en el corazón.
—Pues sí —Arturo me miró desanimado y luego sonrió de manera sospechosa—. Una cosa. Me he enterado en clase de que tienes una mesa con… narices y ojos en tu casa, ¿no es así?
—Así es.
—¿Te flipan las cosas raras, verdad? Venga, te vendo este emblema por solo… seiscientos euros.
—Ni de coña, guapo, ¡que me espanta a las alfombras!
—¡Espera!

El pijo aromatizado y desalentado intentó venderme ese esperpento desquerido pero no lo logró. Salí corriendo sin despedirme de él en dirección al este. Arturo me persiguió sin reparo pero desistió al cabo de unos segundos. Sorry…, mi monedero no quiere gastarse su dinero en cosas muy caras, horrendas y malditas, no, no, nop.

Sin planearlo, acabé adentrándome en un extraño lugar en donde logré perder de vista a mi compañero. Me escondí tras un arbustico en la parte sur de la plaza del Conde Costronor, un rincón muy interesante en donde unas extrañas prominencias purpúreas con aspecto de costra divina gigante han brotado del pavimento. El sitio no es muy grande y no está repleto de diversión, pero como tiene árboles decidimos refugiarnos a su sombra cual Draculín.

Cuando ya no hubo peligro, nos dispusimos a regresar a nuestro cubículo de paz llamado casa, pero un travieso e irritante conocido pasó por delante de nuestras narices y nos hizo cambiar de idea. Se trataba de Hijo de un Amor, el hijo descarriado de Remualda, que se encontraba caminando con una extraña expresión rumbo a una zona apartada de la plaza.

—¿Qué haces que no estás estirando tus porquerías? —preguntamos al gordito con la intención de que nos contestase, pero por más que le hablásemos no conseguíamos más que estar frente a espalda.

Como el niño parecía vagar en una especie de trance, decidimos seguirlo como vulgares espías para saber qué lo mantenía tan absorto. Al poco después de seguir sus pasos por la plaza, empezamos a escuchar un suave canto muy agudo. Luego distinguimos un destello azulado que provenía de un rincón oscurecido por la sombra de los árboles. Mi ojo investigador vio que muchos sumnongles pequeñines se dirigían hacia ese punto, por eso me autoañadí velozmente en el grupo de niños para captar la inusual escena.


—¿No se supone que todos estos niños deben estar en la playa chapoteando en el agua, intentando sobrevivir con sus hinchados manguitos y con las repelentes algas enredándose en sus pies? Buff, será la crisis, que no les deja saborear la sal marina —pensó mi cerebro granuja.

Al llegar a la zona oscura pudimos ver con nitidez a cada uno de los mocosos con la misma jeta que el Flexigomitos Master. Varios niños conocidos de los alrededores se encontraban allí con expresión fascinada. Estaban quietos like estatuas y en sus ojos se dibujaban unos hipnóticos círculos de colores.

♫ Venid niños, venid todos a jugar.
Venid sin demora a este hermoso lugar.
Venid y mostradme vuestros piececitos.
Venid por el brillo de mi zapatito .

Una verdosa y suave figura alzaba su brazo en el borde del claro, dirigiendo a los niños como si fuera un rebaño de ovejitas con su melódica voz. Era de color verde pistacho, de ojos hipnóticos y sonrisa malévola. Se trataba de la mujer rana Valeria.


Hace años hubo un incidente incidentoso en el parque de Maraguarrada: se habían dado avisos de robo de calcetines de menores. A las pocas horas se descubrió que la delincuente había sido una extraña mujer con aspecto de rana, con una enfermiza obsesión por el sudor de los piececitos de los niñettes. Por suerte, la mujer rana sobapiés fue detenida, pero ya ha salido del calabozo.

Su aspecto de anfibio se debe a que Valeria, en el pasado, decidió operarse las fealdades de su cara para ser más guapeta. Pero la operación salió rana y por ello optó por remodelar su apariencia para asemejarse más a ese animal de charca, aprovechándose de las chapuzas quirúrgicas que le hicieron. Ha llegado incluso a teñir su piel para dejarla de un tono verdoso.

—Qué ricuras, qué cielitos. Es hora de quitarse los zapatitos —la mujer rana entusiasmada ordenaba con dulzura a los niños que se descalzaran—. ¡Y los calcetines! Vuestro sudor de pies es mi pomada, mi pócima ♥.
—¡Ey, tú! —gritamos BIEN FUERTE para que nos oyese.
—¿Quién osa gritarme?
—Yo oso (digoh… persona). ¡Deja ya en paz a estos niños, maldita huelepezuñas humanas!
—¡Qué impertinente! ¿Ves? Por eso no me gustáis los de tu edad. ¡Seguro que tienes los pies enormes y rasposos!  Lárgate de aquí y vete a molestar a otra parte, que estos niños están aquí porque les da la gana.
—Sí, seguro… ¿Y qué es entonces ese brillo hipnótico y esa canción tan estúpida? —espetamos con enojado enojo.
—¡Eso a ti no te importa! Lárgate de aquí con viento fresco, que los pies de los adolescentes me dan arcadas —Valeria, incomodada, me exigía marcharme. 
—De aquí no nos movemos hasta que no apartes tus asquerosos dedos con yemas siliconadas de los pies ajenos —gritamos con decisión a la verdosa.
—¡Ignorante! ¿No sabes que la transpiración de los preciosos pies de los niños es ideal para mi piel de rana? Cuando consiga exprimir diez litros de sudor de sus calcetines fabricaré un ungüento especial que evitará que mi piel se reseque cuando salga del estanque —confesó algo acalorada antes de hacer una breve pausa—. Si lo deseas… podemos negociar. Estos mocosos obedientes han tenido una sesión de atletismo bajo el sol y sus pies han chorreado una barbaridad. Yo te venderé un poco de la recolecta a un precio ranístico —para salir airosa de la situación, la pseudo-anfibia me propuso comprar un poco de su hediondo brebaje.
—No, gracias. Prefiero el jugo de los champiñones de las mañanas domingueras. ¡Así que para de hipnotizar al niñerío AHORA MISMO! —grité en defensa de sus marionetas pueriles.
—Pues tú lo has querido. ¡Niños, atacad!

Con un brillo cegador procedente de un zapato de cristal que tenía en su mano, la mujer rana mal operada dio la orden de ataque a la infantiarmada, que fue a por mí como si fuera un chicle de maracuyá en la puerta del colegio.

No teníamos tiempo, pero sabíamos lo que teníamos que hacer: cogí una sandalia del suelo y se la lance a la mujer rana con todas nuestras fuerzas meteóricas. La sandalia impactó contra el zapato manipulador de niños, que quedó hecho purpurina de fiesta.

—¡Nooooooooooooooo! ¿Qué has hecho? ¡Lo has estropeado todo!
—Así aprenderás a no hurgar entre los deditos ajenos —le reprochamos con orgullo.

Los niños, mientras tanto, recuperaron su autonomía, aunque sufrieron un curioso efecto secundario post-hipnótico: tuvieron muchas ganas de jugar con ranas. Al ver a la mujer anfibia gritona, fueron a atraparla para jugar. Valeria no pudo librarse de acabar bajo una masa de grasa infantil. La montaña de niñicos parecía una versión de El Guernica a todo color. Se lo tenía merecido.


Con dificultad, Valeria consiguío zafarse de la mole de niños aturdidos, justo antes de que llegaran varios adultos escandalizados. Huyó escarmentada lo más rápido que pudo con sus cachivaches por las calles de la ciudad. Espero que que no vuelva jamás para que los niños puedan corretear por el césped a salvo de sus abusos zapatéticos.

Lo más probable es que esa mujer rana, tan cutre y negligente, esté ahora en un estanque respirando el aroma a berros. Realmente no supone una amenaza libidinosa para los niños, como sí lo son los Zipulas, así que no figurará en mi lista de depredadores sexuales. Ella solo quiere sudor de pies…

Buh… Sigue haciendo calor.

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