13 octubre 2010

Una experiencia llena de sorpresas y precios rebajados

Hoy por la tarde no había nada interesante que hacer en casa. Después de terminar y repasar los deberes en un periquete, me fui a la cocina para echar un ojo a la despensa porque tenía que comprobar la cantidad de cosas comestibles que quedaban, y… quedaban pocas. Mi apetito acabó casi con todas ellas el pasado domingugu.

El supermercado me llamaba, pero no lo hacía por un megáfono de esos de las películas, sino a través de la conciencia y del instinto de supervivencia. Tenía que capturar comida y otras cosillas usando la magia del dinerium que todo lo compra.

El transporte público me dejó CASI CERCA del supermercado y no tuve más remedio que subir esa cuesta asquerousa, pero la subí con ánimos porque me imaginé que era un globo de preescolar: inflado, ligero y suave. ¡Fyuuuch, casi volé! Casi, pero no.

Afortunadamente tardé solo unos tres y cuatro y picko (¿3 y 4 qué? No me acuerdo…) en llegar al supermercado Mercamoñas. Se llama así por el tipo de gente que va allí a comprar. Muchos sumnongles de monedero medio vacío y con escasa esperanza de conseguir un trabajo encuentran en este edificio alimentos, bebidas, potingues y utensilios a buen precio, ¡y servilletas que te absorben el alioli que se te queda en los morros cuando te comes un bocata!

Ojalá poder comprar más cerca. Lo haría de no ser por la gente molesta y perjudicial que gira en torno a los supermercados cercanos a casa, ¡pero hay que reconocer que La Tenducha de la esquina esa está libre de problemos!

A unos metros de la entrada del Mercamoñas pude ver a Olga Suprema: la dueña y jefa del supermercado. Su alto nivel de soberbia la había fusionado con el establecimiento y la agrandó y deformó hasta un límite exagerado.


Ella confesó a sus empleados que su nueva forma garantizaba un mejor control de la actividad del Mercamoñas y también reveló que le había aportado el don de engullir las mercancías nuevas que llegaban para luego depositarlas directamente en el almacén tras haber pasado por su esófago. El efecto negativo de este ahorro de trabajo conllevó al despido de los que cargaban tal mercancía al almacén y eso no fue algo muy agradableh…

Hay un rumor que dice que en los granos amarillentos de su alargado cuerpo esconde los artículos de mejor calidad para quedárselos ella misma. No sé si creer ese cuento.

Uff, Olga se ha quedado calva…

En la entrada saqué la lista de los productos que comprar. Lo primero que estaba escrito era aguas potables y refrescos. Con mi carrito corrí por el pasillito y entre curvas y esquinazos llegué a la zona bebidosa. No te puedes imaginar cuántos líquidos hay por allí. Sin embargo, había algo hecho de carne y hueso entre todos esos líquidos: era Zacariel Torpis, se hallaba fuera del alcance de los Papies y estaba inundado en un apuro muy húmedo.


Pobre niñato torpe. Su sed no se calmó por la boca… Si fuera menos bracicorto y más cerebrilargo habría salido sequito de la situación y no habría acabado empapado de producto y con los ojos irritados. Sus padres debieron de haberlo colocado dentro del carro.

Dejé atrás el FOLLÓN DEL SIGLO protagonizado por el niño mostrenco y fui a recopilar otros alimentos necesarios para seguir viviendo. En uno de los pasillos me encontré a una persona que estuvo muy angustiada hace no mucho. Se trataba de Remualda Ramírez, que iba acompañada por su niño pequeño llamado Hijo de un Amor que jugaba con su flexigomito.


—Oh, pero mira a quién tenemos acá. Hola, mi amor. Qué bueno verte —Remualda sonrió al vernos.
—Hola, Remualda, yo a usted la veo bien y sin forma de pelota.
—Sí, qué roche que me vieras así, pero como siempre decía mi mamita ''tenga fe en Dios que él le ayudará''. Como ya pasó lo peor puedo dormir tranquila.
—Me alegrox. Solo digo que Dios no ha hecho nada por usted, estaba demasiado ocupado entrevistando a su hermana —hablamos con voz baja para que no fuese percibida por Remualda.
—¿Ah?
—Espero que tenga más suerte, Remualda —deseé de corasón.
—Yo también lo espero. No tengo mucha guita pero tengo suficiente para comprar comida para mi niño y mi esposo, y con eso soy feliz ahora.
—Como debe ser. Yo me tengo que ir a seguir comprando productos.
—Yo también. Me alegró lorear contigo.
—Supongo que lo mismo digo. Y, por favor, haga algo; Hijo de un Amor va a acabar también como una pelota si sigue alimentándose con lo que compra.
—¿Cómo?

Acto seguido huimos y dejamos a Remualda algo extrañada.

Unos metros por el lado contrario de allá, notamos la presencia de un aura culinaria. Era la cociñeira...


Pensábamos que estaba perdida o que se había fugado de la casa de Marcelo, pero su mirada demostró que obviamente se encontraba en el Mercamoñas para hacer unas compras.

—Hola, cociñeira, ¿estás sola o has venido con alguien?
Rrrrrrrrrrrrrruuuuuuuuuuuuuuh… —la cociñeira señaló a la entrada para demostrarnos que no había venido sola. La seguimos hasta llegar a donde ella llegó.

Yonson Marcelo y su madre Iris Cariñesa estaban buscando un carro para usarlo y petarlo con productos. Al verme, se detuvieron ante nosotros.


—Jojojo, ¿tú por aquí? ¡Qué sorpresa! —dijo Marcelo.
—Hola, Yonson, hola, madre de Yonson. He venido a comprar.
—Hola, cariño. Nosotros acabamos de llegar —la señora Iris era igual de guapa que en su retrato. Al verla confirmé que de verdad ejercía de oculista ya que estaba ocupada tratando a su paciente Freddy.
—Yo cogeré dos cosas más y me iré por donde mismo vine.
—¿Pero piensas cargar todas las bolsas hasta el autobús y sin ayuda? Nosotros te llevamos a casa en coche junto con tu compra.
—Qué amabilidad, Yonson, pero ¿Y vuestra compra se llevará bien con la mía?
—Si lo que te preocupa es el espacio, no hay problema, a nosotros nos llevan la compra a casa —aclaró Iris.
—Lástima que no tenga dinero extra para pagar para que me la lleven a mi también. De todos modos, gracias, esperaré afuera hasta que terminéis de comprar.
—No tardaremos mucho. Tú resiste como un samurai.
—Por supuesto, mi Marcelo del barrio.

Antes de pasar MIS productos por la caja registradora, acaricié a la cociñeira bajo su barbilla. Estaba muy feliz y ronroneaba dulcemente.

Pasaron diez minutos de espera y luego apareció Yonson & co. con sus productos recién comprados. Me pidió que mirara un cartel adherido al ventanal de la entrada que había descubierto su madre.


—¿Te apetecería ir a la fiesta de la fruta? Seguro que mola mazo —me cuestionó Yonson.
—¿Es este sábado? Entonces creo que me animaré e iré.
—Genial. Me apuesto lo que sea a que encontramos gente interesante.

Finalmente yo acabé con mis bolsas en mi casa y Yonson Marcelo con su madre y la cociñeira en la suya. Oh, Yonson ♥, no sé qué puñetas haces que nunca se te va esa cara de zombi que tienes…

Por cierto, hace media hora Yonson Marcelo me llamó para planear cómo ir este sábado a la dichosa fiesta. Oye ¿Te vienes?

No hay comentarios:

Publicar un comentario