17 abril 2011

Apariencias seductoras

La ansiada pausa de la rutina escolar que mi cuerpo necesita acaba de llegar: esa pausa es la Semana Santax.

Hoy es domingo, día oficial de los vagos y de los televidentes que no desean fundirse con el alma de la calle. Desde siempre nos ha gustado acurrucarnos en casita y disfrutar del calor dominguero del salón en vez de dar paseos por la ciudad. Pero hoy ha sido una excepción pues la casa apestaba a hastío de convento medieval en una noche de insomnio de búho y NO LO PODÍAMOS SOPORTAR. Así que nos vestimos con nuestras mejores galas (o con nuestro mejor chándal) y nos dimos una vuelta de tiovivoh por nuestro barrio en busca de diversión.

Para no ser más que un domingo soso, pudimos captar ciertas escenas de actividad atípicas por las calles y las esquinas. Algunos sumnongles se habían citado a la hora en la que yo deambulaba sin rumbo por el territorio urbano.

A veces pienso que este barrio es como un inmenso collage de edificios repetidos que produce somnolencia (ZzZzZ…). Esa es la razón que me motiva a dar paseítos de ciempiés por los barrios adyacentes que, desde luego, son más entretenidos y además están embadurnados de esencia de payaso.

Cuando alcancé el límite de mi honorable y grisáceo barrio, que por cierto, se llama Villaflopio del Escaramujo, me estrellé contra la imaginaria pero dolorosa frontera del barrio contiguo, el cochambroso barrio de Raspacallos. Pensé que no iba a encontrar gente pululando por ese sitio tan aburridote pero me equivoqué (lo siento… + snif, snif). Fueron cuatro divas de clase media y de futuro ennegrecido las que presenciaron sin interés mi llegada. Me detuve a escuchar con disimulo su conversación troglodítica.

—Juas, juas, ¡lo que pasa ej que eres una enculta! —vociferó una rubia culona.
—Jué, jué, jué… Nos… —respondió con algo ininteligible una shiquilla de pelo ensortijado.
—Yo ej que me meo de la risa y me caigo pa’trás —comentó una morena ataviada con prendas color tomate.
—¡Jodía por culo, juas, juas, juas!

Transcurrieron unos pipisegundos y apareció, así sin más, otra joven de piel pálida y cabello oscuro que traía una noticia a su grupo d’amigas.

—Uoh, casi no pillo el bule pa llegar aquí —dijo la asfixiadita nena recién llegada.
—Hostias, ¿qué pasa, Yese?
—Joder, tías, que… tengo que contaros un secreto —la tal Yese hablaba entusiasmadah.
—¿Qué ocurre? —dijeron las otras.
—Que… ¡me acabo de tirar al negro de la calle de abajo! —gritó su secretísimo secreto.
—Joder, ¿en serio?
—Sí, y tiene el cipote como la pata de un mocoso de diez años. M'ha dejao toa destrozaíta de amor.
—Qué flipe, tía. A ver si me lo presentas, Yesenia —pidió animada.
—Claro, cuando quedemos en el garito.
—Pues yo ayer me gané algo de pasta por menear mis flanes delante de la cara de un vejete salidorro. Me se da muy bien —confesó la de la gorra orgullosa de sus logros.
—Por algo te llaman Rocío la Vibrador, juas, juas —rió la rubia del culo en pompa.
—Yo me voy a fumar un piti pa celebrarlo —dijo la de rojo.
—Oh, señoritas, ¿puedo pasar?

Me mantuve lejos del grupo de barriobajeras durante su diálogo pero tuve que irrumpir irremediablemente en su charla para poder seguir con mi trayectorie. Ellas custodiaban el atajo que accedía a Raspacallos, un agujero colorido muy útil con el que me ahorro unos cinco minutingos en llegar a ese barrio, ya que casi toda la frontera oeste de Raspacallos está flanqueada por un muro.


—Vete con viento fresco, pelma.
—Disculpadme, pero me gustaría pasar por ese orificio —pedimos con educación de corazón.
—A mí me gustaría verte metiéndote el dedo en tu ofiricio de entre las nalgas, juas, juas —estalló la culona entre risas.
—Qué ordinariez…
—Nadie pasa por el bujero si nosotras no queremos.
—¿Y vosotras queréis?
—¡NO! —gritaron las cuatro a la vez.
—Uff, malditas meretrices analfabetas… —expresé con un susurrú inaudible.
Carola, ese montón de mierda s'ha fumao unos cuantos porros y no sabe ni lo que dice.
—Sí, Lala, y además parece un aborto de la Peponcia. Es horrible de cojones —Carola me miraba con una mueca de asco y burla.
—¿Quién es horrible? —cuestioné al cuarteto.
—¡TÚ! —gritaron otra vez.
—Pero te dejaremos pasar por el atajo si adivinas la moraleja de Carola —comentó la Yese.
—¿Moraleja? Querrás decir acerti...
—¡Calla, putón! Escucha: Patri la Limones tiene una jaula con un pajarito alado dentro. La jaula está entre dos ventanas abiertas, la de la izquierda, que da hacia un bonito bosque y la de la derecha, que da hacia un vertedero tóxico. Cuando Patri abra la jaula… ¿Por qué ventana se irá volando el pájaro? —Carola dejó un tufo de misterio en el aireh.
—Pues… por la de la izquierda.
—Juas, juas, la has cagado —Lala se carcajeaba como un clarinete.
—¿Entonces cuál es la puñetera solución?
—Ninguna, porque la Patri se fue de este barrio y por lo tanto no puede abrir la jaula.
—Pero es solo un acertijo. ¿Qué más da que esa Patri se haya ido o no? En el acertijo no se explicó dónde se hallaba la jaula y…
—La Patri es una traidora y me tiene hasta la pipa de la fruta. Pero tú eres peor que ella —aseguró Carola.
—¿La Patri es la rubia gorda de la Fiesta de la Fruta?
—¡Tías, la conoce, la conoce! —espetó cabreada la Rocío.
—Te vas a cagar, soplapollas —amenazó la Yese con una voz siniestra poligonera.

Carola, Rocío, Yese (Yesenia) y Lala me persiguieron como los fantasmas del comecroquetas alrededor de un edificio no identificado para agredirme. Como iban juntas y descoordinadas, les di esquinazo con facilidad y penetré el atajo del muro sin que las sexidiotas me detuvieran para darme alguna paliza.

Ya en el otro barrio, pude recuperar la calma y pasear con tranquilidad. Las guerreras de terracota se habían quedado atrás en torno al agujero que protegían. Pude respirar oxígeno sin temor y tralalalear sin pudor.

Inspeccionando las calles de ese soleado barrio fui testigo de una huida angustiosa. Una nennie de piel de yogurt corría como una stella cadente por la alquitranada carretera.


—Oh, Dios. ¡Que me pilla!

La chica angustiada se esfumó sin descansar ni una sola vez. Sin darse cuenta, de su maletín cayó una chapa reluciente que tenía escrita la frase sopa de macarrones. Nosotros la cogimos usando el índice y el pulgar de la señora mano y nos la guardamos en el bolsillo. Queríamos devolvérsela a la chica, pero antes teníamos que encontrarla.

Corrimos un ratito por donde la joven con boina había pasado pero no tuvimos la suerte de encontrarlah. Sin embargo, hayamos una misteriosa aglomeración de arrugas plumosas y marujoides debajo de un sombrero color violé. Se trataba de Chipi Bumbunela. A su lado había un sumnongle de extrañas características que parecía ser un habitante de esa zona.


—Buenas tardes, mi delicious deliciosín —saludó el empalagoso señor guiñando su botón ocular.
—Don Conejo el viejo… —dije desganadis.
—¿Cómo? ¿Aún no te acostumbras a ver a Chipi? Necesitas cambiar tu karma, criatura.
—Mañana sin falta.
—No me acuerdo de tu nombre, ¿me podrías refrescar la cabecita diciéndomelo de nuevo?
Papúa Nueva Guinea e Hijos —bromeé sin piedad.
—Qué chorrada. ¿Sabes, Dan Damomilo? Tienes aquí delante a una de esas personas rebeldes sin causa y sin pelos en la lengua —explicó al joven del jersey azul.
—Ah… —emitió de su boca por no tener claro qué contestar.
—Suele ir acompañado de su… ¿novio? Ese que tiene el pelo rizado. Ambos forman un dúo muy cómico —comentó excitado.
—No tan cómico como verte a ti disfrazado de conejo…
—En eso tienes razón. Chipi goza de gracia y glamour como cuando era joven.

Chipi se agitaba su sombrero para acomodarse el pellejo de su cráneo. Mientras, Dan Damomilo notó que algo faltaba en su maletín.

—El amor flota en el aire y oigo campanas de boda. Mmmm… Creo que ya a sé quién será la próxima persona que se vestirá de blanco —Chipi me soltó una INDIRECTA NUPCIAL refiriéndose a que mi amigo Maselillo y yo nos vamos a casar dentro de poco. Lo cual es mentira cochina.
—¡Yo saber! El forense que examinará tu cadáver, ¿no? —bromeé nuevamente.
—Pero criatura, ¡criatura! Compórtate, que te me desmadras —Chipi se alertó al oír mis palabras—. Bueno, ya está bien de gilipolleces. Dan Damomilo, eres mi informático salvador. Gracias a que Chipi ha encontrado esta tarjetita en su buzón de terciopelo, ha podido llamarte.
—Ah, sí. He dejado varias en varios buzones.
—Chico, qué trabajador. Me sorprendes.
—Jejeje —rió con vocecita de ninio bueno.
—Ahora quiero que arregles mi portátil con forma de conejo. Creo que tiene demasiados virus que hacen que se comporte de una manera indomable —Chipi alzó su dedito mientras hablaba con dulzura.
—Te lo analizaré a fondo para encontrar y eliminar toda la guarrería que tiene.
Fantastique. Ahora vamos a mi oficina… No podemos estar en la calle en presencia de indeseables que no quieren participar en mi asociación de la Pascua Gurugascua —el viejo se fue dedicándome una mirada de prepotencia molto cursi.

Dan Damomilo fue con Chipi a su oficina de trabajo para repararle su estropicio softwarense. Como yo no tenía nada que hacer, me quedé esperandou en un banco cerca del edificio de la oficina a que Dan saliera por donde entró. Quería comentarle unas cosillas de criatura a criatura porque hubo algo en él que me llamó la atención: tenía el mismo maletín que la chica de la boina blanca y también un broche casi idéntico al suyo. Además, el nene estaba preocupado por algo que se había desprendido del maletín en donde portaba su portátil.

—Por fin sales, señor usted —le dije a Dan cuando se autoexpulsó del edificio del trabajo de Chipi, unos veinte minutos después de haber entrado.
—Oh, ¿sigues por aquí? —cuestionó Dan asombrado.
—Por supuesto.
—Emm… ¿Querías algo?
—Quería saber si este pin de sopa de macarrones es tuyo.
—Pues... sí. Lo estaba buscando ¿Por qué pensaste que podría ser mío? —sonrojado, me miro boquiabierto.
—Antes vi a una chica huyendo como un cochecito leré sin frenos que llevaba un maletín idéntico al tuyo y un broche igual al que tienes ahí pero de diferente color. De su maletín se cayó estox.
—Vaya… ¿Una chica con boina y minifalda? La conozco muy bien.
—¿Ella es tu madre?
—No, ella es… Espera, ¿tú conoces a Toni Yamasco? —me preguntó con un camuflado temor.
—No lo conocemos —negamos con sinceridad.
—Me lo imaginaba, nunca te he visto en su círculo de amigos.
—No me gustan los círculos de amigos.
—Oh, bueno. Yo me tengo que marchar. Si me dejas el pin se lo devolveré a esa chica cuando la vea —con una sonriseja de agradecimiento se dispuso a volver a su hogar.
—De acuerdo. Oye, espera un momento —dije rápidamente antes de que se marchara—. Tienes cara de que te gustan los videojuegos.
—Sí, como a casi todos los jóvenes.
—Cierto. Como eres informático, y tal vez programador, me preguntaba si me podrías ayudar a crear mi lovely videojuego —le pedí con amabilidade.
—¿Quieres que te enseñe a crear uno?
—Sí —afirmé dulcemente.
—¿Con qué programa?
—Con el Hacedor de Jueguitos ver 3.0.
—Qué suerte, ¡ese es el mismo que uso yo! —dijo Dan, alegre.
—Magnífico. Si puedes enseñarme hoy, iré a mi casa y volveré aquí en una hora con mi portátil. Así podrás enseñarme en algún parque tranquilo cómo manejar el programa. Solo espero que el atajo esté libre de barriobajeras.
—Es mejor que quedemos en tu casa o en la mía. En este barrio no es recomendable trabajar con portátiles al aire libre —Dan aconsejó a la vez que inspeccionaba la calle con su mirada de ciruela.
—Entiendox. Mi casa ha sido adjudicada por el barrio de al lado.
—Mejor vamos a la mía, que está a unas manzanas de aquí y de paso usamos mi ordenador para que te ahorres ir a buscar el tuyo.
—Qué bien. ¡Voy aprender a usar el programa! Como es lógico, te pagaré con mi dinero.
—Veinte euros la hora será suficiente. Hoy podré enseñarte lo básico e imprescindible en dos horas, si te parece bien.
—¿Veinte euros? Uff, ok.
—Solo dos horas, porque luego voy a quedar con mi amigo Victroyd.
—Yo creo que conozco a ese Victroyd ¿Suele llevar un cucurusho estrellado sobre la mollera? —preguntamos inundados en curiosidada.
—¡Sí, es ese! Dios, este día está lleno de casualidades.
—Tenemos más cosas en común de lo que creemos —comenté atónite.
—Seguro —Dan simpatizaba bien conmigo.
—Lalalá.
—Venga, salgamos de aquí que las calles de Raspacallos pueden ser peligrosas, sobre todo si llevas un ordenador encima. Aunque hoy está todo muy tranquilo… Qué raro —dijo extrañado mirando a su alrededor.

De camino a su casa las débiles reminiscencias se intensificaron en mi mente y mis inquietudes no podían pasar desapercibidas. ¿Qué relación tenían la chica de la boina y el señorito Dan? ¿Quién era Toni Yamasco? Quería preguntar, quería interrogar pero el temita de los videojuegos en nuestro diálogo era lo primordial.

—Ay… Me alegra tanto tener trabajo y cobrar por ello. Hoy es mi día de suerte —Dan sonreía sin vergüencita.
—Que sepas que quiero hacer un videojuego especial. Tratará sobre una vesícula birrefringente que ha de engullir cuadraditos de felpa con dibujos de animales para engordar y aumentar de tamaño. Y cuando esté demasiado grande, deberá tragarse un hada maliciosa que está destinada a convertirse en la nueva dictadora del país y que además, será la que creará un afilado triángulo rojo que será la reencarnación de Satanás —relaté la sinopsis con gusto.
—¿Qué, qué, qué? ¿De dónde has sacado esa idea tan rara? —Dan reaccionó muy patito-patidifuso.
—La saqué de un lugar sin nombre muy…
—¡Cuidado! Que está él ahí —el joven informático interrumpió mis decires.

Íbamos a cruzar una carretera muy fea pero Dan atisbó una presencia escalofriante que le dio escalofríos. No quería formar parte de su campo de visión.


—Ese es el maldito Spector, el fantasma de los parterres. Habita en este barrio y disfruta espiándome sin motivo alguno. Si queremos pasar por esta calle debo de… transformarme para que no sepa quién soy —afligido pero esperanzado, vio una solución a su problemme.
—¿Transformarte? —cuestionamos intrigados.
—Ahora entenderás lo del pin.

Dan Damomilo usó su broche rómbico para transformarse en un segundo y como por arte de potagia en la chica de pelo castaño y boina de seta lechosa.

—¿Ves? Yo soy la chica de antes. Ahora entiendes que su maletín y su pin es el mío.
—¡Eso de transformarse es ultra geniale! ¡Nunca había visto nada igual!

Con su nuevo aspecto, atravesamos el único camino que accedía a su hogar sin que el grimoso fantasmilla mirón lo reconociese y lo incomodase con su repulsiva mirada de llorica bóbolo. Dan me contó que ese sofisticado artilugio que encontró tirado en una calle servía para generar un holograma muy realista de una persona inexistente sobre el cuerpo de aquel que lo usa. Él lo usó para engañar a ese tal Toni Yamasco haciéndose pasar por una joven mujer llamada Tomasita. Su misión era enamorarlo a través de conversaciones por un programa de mensajería instantánea con su falsa imagen de muchacha virginal y azucarada para que, de esa manera, Toni dejase de acosar a una amiga suya. Era un acto altruista que se le había ido de las manos ya que Dan, en el papel de Tomasita, le había dicho a Toni que vivía en una ciudad muy lejos de la suya y aún así Toni pudo ver a Dan disfrazado con la imagen virtual de Tomasita esta mañana a unos cuantos metros de él.

—Fue horrible. Esta mañana estuve en casa de un amigo hablando con Toni usando la webcam y disfrazado de Tomasita. Toni me confesó que estaba herido en su casa después de haber luchado contra una panda de drogatas con navajas, lo cual es mentira, porque cuando salí de la casa de mi amigo, pude ver claramente a Toni paseando por la calle sin ningún rasguño. Lo peor es que yo no había desactivado la apariencia de Tomasita y desafortunadamente Toni me vio. Pero menos mal que estaba lejos y no pudo pillarme. Yo huí desesperado, pues él nunca ha visto a Tomasita en persona y nunca he planeado que la viera porque… me da asquito estar con ese ser y, aparte, Tomasita no es más que un holograma que cubre mi cuerpo, por lo tanto sabrá que soy yo si me toca… —Dan relató su historia como si fuera un narrador de cuentos de misteriuh.
—Menuda novela. ¿Te has camelado a Toni, disfrazándote con un holograma, solo para que dejase de molestar a tu amiga?
—Sí. Y también… por diversión —confesó adquiriendo una sonrisa malévola—. Me resulta divertido ver lo patético que es cuando me cuenta sus perversiones sexuales.

Frente el portal del edificio de Dan, lejos de Spector y de Toni, el joven informático disfrazado de adolescente con corsé rosadito, sacó sus llaves de su maletín para abrir la cerradísima y rectangular puerta que se erguía ante nosotros. Pero había una feroz bruja de los suburbios, erosionando su garganta con berridos de pánico, que casi no nos dejaba pasar. Una cucarachet volaba loka y sin rumbo cerca de ella.


—¡Aaaah! Mátala, niña, ¡MÁTALA!
—Qué escándalo. Esa es mi vecina Proserpina Obsolescencia de los Rellanos, es muuuuy gritona.
—¿A qué esperas? ¡MÁTALA! Yo no puedo, soy muy vieja —la anciana chillaba sin parar.
—Señora, no quiero matarla. No quiero manchar mis zapatos con sangre de bicho —Dan no tenía ganas de asesinar a la cuca alborotadora.
—¡Pues mátala tú, entonces! —gritó desesperada refiriéndose a mí.
—Döffer pulk danche vȃʖirtz ɮokannerus? —hablé con un IDIOMA INVENTADO AL 100% para escaquearme.
—¿Eh?, ¿Qué dices? ¡Vocaliza! ¿Acaso no aprendes nada en tu escuela?
—ʘʥʁɶ!
—¿Es que nadie va a detener a Cucrok de Siracusa?

Proserpina gemía de impotencia mientras la endiablada cucaracha revoloteaba jodiéndonos la tarde. Quisimos refugiarnos en el edificio pero Cucrok intentaba colarse y eso debíamos de evitarlo a toda costa~. El ambiente de tensión era inaguantable.

—Maldita sea… Esta cucaracha nos traerá la ruina. ¡NOS TRAERÁ EL FAMOSO APOCALIRSI DEL QUE HABLAN LOS GUIRIS EN SUS PELÍCULAS!
—¡No aguanto más! La voy a matar yo de una vez por todas.
—Bien dicho, niñata.

Dan, aún con la apariencia de Tomasita, vio como la cucaracha arremetía contra sus intangibles pechitos de albaricoque. Asqueado, golpeó al insecto con su maletín entre gritos. La cucaracha salió disparada y aturdida, pero lo peor estaba por llegar.

—¡Dan, cuidado! Se te va a caer el broche de la boina —le advertimos a todo gas.

El chico había colocado su broche, que cambiaba de color dependiendo de la apariencia que tuviese activada, en su boina. Con el jaleo y el golpeteo, el talismán de la metamorfochis visual se desprendió como una fruta podrida de una rama.

—Uff, lo pillé —atemorizado por lo que pudo haber ocurrido, Dan aprisionó el broche con sus dedos.
—Maldita cucaracha, ¿a dónde habrá ido? —la vieja escudriñaba los recovecos de la acera y los rizos de sus greñas.
—Nunca había visto tanto alboroto causado por un bicho desde lo de Squick la babosa
—¡NOOO! —un alarido estalló en la boca de Dan.


—Qué torpe eres, ¡se te ha caído al suelo! —informé a Dan, con su forma original, de su patoso accidente.
—¡Cállate! Ya lo sé. Mierda, ¡era valiosísimo! —Dan solo podía contemplar con espanto los trucitos de cristal roto tirado en el suelo callejero.

Para colmox se añadió el úlimo ingrediente de manera imprevista a esta tarta infernal: Un repelente sumnongle de ojos sin alma temblaba con pudor cerca de nosotros. Era Toni Yamasco, que tenía pinta de haber buscado a Tomasita por todo el barrio durante horas.


—Así, que… To, Tomasita eres tú, Dan. ¿Cómo… cómo puede ser esto posible?
—Joder, qué inoportuno —dijo con un hilo de voz sobresaltado. La verdadera identidad de Tomasita había sido descubierta.
—Por eso huiste de mí cuando me viste a lo lejos —su voz trémula de roedor sonaba muy inestable.
—Ajá… —expresó con inquietud.
—Qué decepción… ¿Por qué has hecho esto?, ¿y… cómo?
—Te lo digo así de claro: porque das mucha grima y eres un fastidio —Dan no explicó del todo cuáles eran sus intenciones para no empeorar el shock del señorito del sombrero.
—Eres un amigo traicionero.
—Yo nunca he sido tu amigo.
—Enton…, entonces… —titubeó como un titibú.
—Entonces nada. Te lo mereces por haber acosado durante un año a mi amiga, por todas las putadas que le has hecho y por ligar con una chica de catorce años.
—Pero… si lo hice…, es que…
—Silencio. He hecho todo esto porque quería poner fin a tu acoso. No es la manera más adecuada de hacerlo pero me da igual. Y la próxima vez que intentes seducir a una menor como Tomasita con tus mentiras de telenovela y tus masturbaciones por webcam, piensa que puedes tener problemas serios con la ley. Deberías agradecerme lo que he hecho por ti —Dan manifestó lo que pensaba. Su plan para frenar a Toni era una especie de trampa con represalia combinada con una broma de mal gusto con la que Dan pudo conocer las desviaciones sexuales ocultas del acosador veinteañero.

Toni, demasiado atónito por haber contemplado la extraña realidad, decidió abandonar la zona con su corazoncito cibernético destrozado. Estaba muy avergonzado al ver expuesta su reprochable conducta sexual. Por otra parte, Dan recogía los restos de su destruido broche sin ganas de dar clases de programación.

—Menuda pérdida, chaval. Ese broche tenía pinta de ser único en el mundo…
—Tal vez lo fuera —Dan miraba devastado los pedazos que había colocado en su mano—. Tuve demasiada suerte al encontrar este prodigio tirado en el suelo. No sé por qué pero sabía que no me iba durar tanto.
—¿A quién pudo pertenecer eso? —le pregunté—. Me da que eso no se vende en ningún sitiox.
—Ni idea… —dijo con voz queda para luego hacer una breve pausa—. Sin embargo pienso que el broche… no debería de existir; es muy peligroso si cae en manos de alguien malo… En fin, vaya día de emociones que he tenido hoy —expresó disgustado.

Noté que era hora de ausentarme, ninguna otra cosa que me incumbiera iba a suceder allí.

—Creo que me iré a casita… Mi nuevo profe no está en condiciones de enseñar.
—Tú no eres de aquí, ¿verdad? No, no, no —la vieja sumnongle continuaba en el mismo lugar incluso después de haber presenciado la serie de eventos caóticos que allí se desarrollaron.
—No, no lo soy.
—¡Ja!, lo sabía —Prosperina me analizaba de arriba a abajo. No estaba en la base de datos de su memoria.
—Venga, abuelina, váyase a su casa a comerse unas torrijas con caramelo, miel, leche condensada y chocolate.
—¡Monstruo, SOY DIABÉTICA! —espetó como un dinosaurio iracundo.
—Ay, mi almah.

La vieja tenía las fauces demasiado abiertas y yo estaba muy cerca de sus incisivos. Parecía que me iba a pegar un mordisco, así que salté hacia atrás para alejarme de ella y reanudé mi viaje por las calles después de despedirme de Dan, que estaba meditabundo en la acera pensando en el follón de la inexistente Tomasita.

Lleguamos a casa sanos y salvos en poco tiempox. El sucio barrio de Raspacallos no era tan desesperante como el de Valdorrendo, pero en la atmósfera se condensaba la misma sensación de hostilidad. Sé que algún día pondré en marcha mi propio juego de ordenador, tanto como si aprendo con un profesor como si no.